Regreso a la Tierra Media

11 de Agosto de 2004, a las 00:00 - Ruby_Bolsón
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Capítulo 3

Desperté bruscamente cuando la luz del sol comenzó a molestarme realmente. Abrí los ojos y casi pude sentir como mis pupilas se dilataban exageradamente.

- ¡¡AAAAYYYYYY!!

Me llevé rápidamente las manos a los ojos, mientras emitía grititos agudos. Estos me empezaban a doler y me escocían. Había un foco de luz en la habitación que casi había conseguido dejarme ciega. Pensé que sería imposible que fuera la luz del sol, pues me había ido a dormir alrededor de la una... no debían haber pasado más de tres horas, ¡Y la luz no era tan intensa a las tres de la tarde!
¡A no ser que lleve durmiendo todo un día!- pensé, totalmente asustada, recordando mi cita de esa noche.
Con este pensamiento me incorporé en el lecho, aun con los ojos cerrados, pues si los abría no lograba mas que ver millones de puntitos blancos. La ropa de cama me parecía extraña, mucho más gruesa y áspera de lo que lo había sido antes. Al tacto era incluso desagradable.

- ¡Eh! Sheyla, ¿Eres tu? ¡Esto no tiene las mas mínima gracia!¿tienes una lámpara o algo así? ¡Has estado a punto de dejarme ciega!

Silencio. Le estaba intentando hablar a alguien que, por lo que se veía no se encontraba en la habitación.

- ¿Y esto qué es?- un escozor me recorría íntegramente los pies, que me empezaron a picar de repente-. ¿Es que habéis puesto pulgas aquí o que?- grité.

El silencio me envolvía, y yo seguía sin ver nada. Rápidamente salí de entre las ásperas sabanas y mantas que me tenían aprisionada, debido al grosor, retirándolas conjuntamente con pies y manos, y casi ciega aún, aunque ya comenzaba a distinguir formas borrosas, pero que no debían estar muy bien definidas, porque no recordaba la disposición del cuarto que estaba entreviendo. Estaba cabreandome bastante ante la idea de que mis amigas hubieran tenido la genial idea de gastarme una bromita muy pesada.

Me armé tal barullo, agobiada tanto por la picazón de mis pies, que no cesaba, como por mi ceguera, que caí de la cama al suelo, dándome un fuerte golpe en la barbilla. Mi posición en ese momento debía ser un cuadro, pues mis pies estaban enredados entre las ásperas sabanas(aun picándome) y el resto de mi cuerpo estaba en el suelo, contorsionándose y luchando por liberarse.

- ¿Pero por favor!¿Os habéis vuelto locas, chicas?¿Queréis venir ya de una vez?¡Ayudadme!

Repentinamente callé. ¿Por qué mis amigas no venían?¿Por qué no oía nada en el pasillo? Todo era muy raro. Normalmente, habrían venido corriendo al oír mis gritos, y, si hubieran salido me habrían despertado para avisarme...
Pero había otra cosa... había algo que no me encajaba. Deje de prestar atención a la picazón de los pies y palpé el suelo. El suelo de nuestro piso era enmoquetado. Yo misma, junto con Valentine, me había encargado de colocarlo.
El suelo que estaba ahora bajo mi cuerpo era muy diferente... mis manos tocaban algo así como...¿Tierra? ¿Se trataba eso de tierra humedecida y solidificada? ¿Y no eran pequeñas bolitas de arcilla desprendida lo que también estaba sintiendo bajo las yemas de mis dedos?
Quité las manos del suelo, como si hubiera recibido un calambrazo, y pasé a apoyarme sobre los codos, mientras me frotaba las manos, intentando hacer desaparecer los restos de piedrecillas. Decidí que lo mejor seria estarme callada, pues estaba visto que ya no me encontraba en mi piso, con mis amigas. Una oleada de terror bañó mi cuerpo; tenia la sensación de no estar en casa, de estar en algún lugar desconocido para mí... pero... ¿En qué lugar exactamente?
 Mientras le daba vueltas en la cabeza a todo esto y pestañeaba continuamente intentando recuperar mi visión normal, la picazón de los pies volvía a atenazarme, ahora con más intensidad, como si miles de hormigas se hubieran pegado a mis empeines.
Aparté las ropas, aún con la vista borrosa, intentando liberar mis pies. Cuando lo conseguí, después de mucho desenredar, me senté en el suelo y me llevé las manos hacia ellos, rascándolos enérgicamente, pero sin hacer el mas mínimo ruido.
De repente me paré de rascar...
¿Qué es esto ahora?-pensé, asustada.
Era pelo. Pelo rizado por mis empeines.
Se me escapó un gritito que logre ahogar apretando los labios. Aparte las manos de mis pies, temblando y sintiendo mucho asco, conteniendo el impulso de llevármelas a la boca.
¿Pero qué está pasando aquí?
Permanecí un rato, muy callada, apoyando la espalda en el borde de la cama e intentando poner en orden mis pensamientos, mientras mi corazón estaba desbocado, a punto de darme un infarto. La visión comenzaba a volver a mi, y ya veía más claramente la estancia donde me encontraba...
Era hermosa, realmente hermosa... como sacada de mis sueños; esos sueños donde yo era una hobbit que correteaba alegremente por los parajes de La Comarca, para luego ir a parar a un lugar como este que tenia ante mis ojos, a descansar tras un día duro...
Estaba en una habitación pequeña, de paredes redondeadas, hecha en lo que parecía arcilla, pero con una técnica increíblemente bien trabajada. Me daba la sensación como de estar dentro de un árbol bien tallado.
A mi derecha había una puerta cerrada, redonda, elegantemente flanqueada por dos finas columnas y con un pomo reluciente justo en el medio, con herrajes de diferentes formas a los lados. Me llamó la atención esta forma tan perfecta y tan inusual... de la que sólo había leído en una ocasión...
Seguí recorriendo la estancia, mientras me frotaba los ojos y pestañeaba, sorprendida. Parecía encontrarme en un dormitorio, una habitación de invitados o algo así. Ante mí había una especia de cómoda; un mueblecito con varios cajones, hecho en madera y con algunos adornos dorados, que me recordaban a los dibujos que tanto había admirado, a los fotogramas de las películas que tanto había visto y me habían maravillado... al mundo que hacía tanto tiempo me había vuelto completamente loca... y me había convertido en una hobbit tanto tiempo atrás. También pude ver una especia de silla, pequeña, con un respaldo decorado ricamente a base de madera tallada y revestida.  Sobre ella reposaban varios cojines pequeños, de color rojo, al igual que el tapizado del asiento. Se veía muy mullido, y extremadamente cómodo, como si invitara a uno a sentarse.
Maravillada aun, miré hacia detrás, y comprobé que no estaba apoyada en el borde de la cama; lo estaba en una tarima, sobre la cual se alzaba la cama. Esta tendría varios centímetros de altura, y estaba ricamente decorada, habiendo sido tallada y pintada en tonos dorados por su creador. Al mirar hacia arriba vi una cama preciosa, al estilo de las antiguas de las princesas de la edad media, con un templete en lo alto, que la cubría. Era de forma redondeada, al igual que el resto de la habitación y por ambos lados resbalaban unas cortinas de gasa y seda, en color verde. La ropa de cama estaba tirada por todo el suelo, algo que seguro disgustaría a los inquilinos de la casa, pues el resto de la habitación se mostraba impecable. La habitación era muy acogedora, rezumaba tranquilidad y reposo. Perfecta para relajar a cualquiera.
Entonces posé la vista en la causa de mi ceguera... una ventana, redonda también, que estaba abierta de par en par. Unas vigas de madera la decoraban, entrelazándose entre si y formando bonitas figuras geométricas. No tenia cortinas, por lo que la luz entraba a raudales, en un rayo cegador, por el que daba la impresión de ser muy temprano, como las diez de la mañana, o algo así. Pero no era la ventana lo que acaparaba mi atención... era lo que veía a través de ella.
Me puse en pie trabajosamente para acercarme un poco más a la pequeña ventana, no sin dificultad, pues sentía los pies muy torpes, como si se me hubiesen hinchado, y el picor volvía a atenazarme, pero no le di importancia; estaba demasiado anonadada con lo que estaba viendo más allá de la ventana:
El paisaje urbano al que tanto me había acostumbrado durante mi primer año de universidad había desaparecido. Los enormes edificios de las facultades, el campus, siempre lleno de gente que se sentaba en la hierba, que paseaba o que, simplemente se sentaba en un banco a disfrutar del día leyendo o ultimando un examen, había desaparecido. En su lugar había un paraje indescriptible por su hermosura. Los grandes campos se extendían por todo el lugar, verdes y rebosantes de salud. La hierba, fresca, amorosamente cuidada y respetada por las gentes, cubría casi todo lo que mi vista podía advertir, incluso las pequeñas casitas redondas, delimitadas unas de otras por vallas grises, de piedra o madera, rodeadas también por flores y verdes arbustos. Estas casas estaban cavadas en la tierra, por las que pasaban innumerables caminillos de piedra y tierra y a las que se podía acceder mediante escalones finamente esculpidos y trabajados en piedra. Las flores abundaban, sobre todo las de color amarillo, y eran mecidas por el apacible clima que allí se respiraba. Era una gran región, y la casita donde yo me encontraba parecía alzarse sobre una suave colina, pues desde ella podía ver el lugar con todo detalle desde una altura considerable.
Pude comprobar que me encontraba en un piso bajo... pero que muy bajo, en comparación al tercer piso de mi residencia. Si quería, podía saltar perfectamente desde la ventana sin hacerme siquiera un solo rasguño; pero eso no era lo que más me había llamado la atención...
Hobbits... ante mis ojos había hobbits... de eso no cabía ninguna duda... a través de la ventana podía observar a innumerables medianos, de pelo rizado castaño, alegres y muy joviales, totalmente despreocupados, tal y como siempre los había imaginado, andando de allá para acá, muy afanados algunos en sus tareas, cargando con grandes barriles, cuidando a grandes ovejas que pastaban en los campos, conduciendo pequeños carros que eran tirados por poneys, mujeres con sus hijos, que portaban cestos llenos de comida, rojas manzanas... todos ellos con una característica común que siempre me había llamado la atención y que ahora veía totalmente en directo: unos enormes pies, que no necesitaban calzado y eran protegidos por una espesa mata de pelo de diferentes colores, dependiendo del color de cabello de cada uno de los hobbits. Parecían pies fuertes y robustos, incluso los de los niños, que eran más grandes en el empeine, pues los dedos eran pequeños.. normales, como los de los humanos.
Ello me hizo recordar los míos, que aun me seguían picando, lo que rompió la magia del momento y me hizo arrugar la nariz. Cuando mi mano se deslizaba de nuevo a mis pies para rascarlos, caí en la cuenta de algo:
Un momento... si en la mas disparata de las verdades esto es La Comarca, y estoy rodeada de hobbits, y, lo mas importante, estoy dentro de un smial hobbit...¿Por qué quepo aquí dentro perfectamente?
La idea me hizo estremecer. Un sudor frió comenzó a recorrer mi cuerpo, brotando de todos los poros de mi piel. Se me hizo un nudo en la garganta y comencé a temblar. Miré hacia abajo, haciendo un gran esfuerzo mental para ver que le había ocurrido realmente a mis pies y...
Oh dios mío... no  puede ser, no puede ser..., pensé, mientras ahogaba un grito metiéndome casi todo el puño en la boca, que me tuve que sacar enseguida, pues unas fuertes arcadas me amenazaban la garganta.
Lo que había visto era ya el colmo de lo extraño y fantástico. Mis pies, hasta hacia unas horas bonitos, con una manicura impecable, recién depilados de los pequeños pelillos molestos... ¡eran descomunales! exactamente iguales a los que había descrito anteriormente. Una capa de vello castaño oscuro los cubría con gran fuerza, y el empeine podía medir perfectamente casi 20 centímetros, aunque los dedos fueran perfectamente normales, como los había tenido cuando fui a dormir.
Esto no me puede estar pasando a mi... pensé, mareada, y comencé a dar pasitos hacia detrás, trastabillando, hasta sentarme de nuevo sobre la cama.

Chack chack chack

Cerré los ojos, intentando relajarme y buscar una explicación a todo lo que me había ocurrido desde que me había levantado.
Estoy en Hobbiton... estoy en la Comarca...

Chack chack chack

De eso no cabía ninguna duda. Pero ¿Cómo?¿Cómo diantre había llegado hasta allí?¿Hasta un mundo que... que no existía?¿Y que era ese ruido que se estaba oyendo?
Aspiré varias bocanadas de aire, aun con los ojos cerrados, pensando que quizá así, cuando los abriera volvería a estar en mi pequeño cuarto de siempre, abarrotado de apuntes, desordenado y lleno de zapatos y ropa por los suelos.

Chack chack chack

El ruido era insoportable, y me estaba consiguiendo poner muy nerviosa, más de lo que ya estaba.
Abrí los ojos bruscamente, dispuesta a encontrar la fuente de la que venia ese ruido extraño... y me quedé de piedra...
Una cabeza. Había una cabeza de pelo castaño claro, rizado, que estaba asomando por la ventana, y que se movía al compás de los chasquidos y se desplazaba hacia la derecha.
Atónita, me di cuenta de que era un hobbit, un hombrecillo que estaba podando el césped del exterior. De repente, se incorporó de su incomoda postura, volviendo una cara sonrosada y alegre hacia el sol, al que parecía sonreír. Los ojos castaños se abrieron, mientras una mano regordeta y hábil se deslizaba por la frente, empapada en sudor. Era como un niño, pero tuve la certeza de que no lo era; es más, tuve la certeza de saber perfectamente quien era ese hombrecillo...
¿Samsagaz Gamyi? Pensé, incapaz de moverme, recordando todas las descripciones que había leído sobre Sam, mi querido Sam, el inseparable amigo de Frodo, que cortaba el césped todos los días en los jardines de Bolsón Cerrado. El hombrecillo estaba justo delante de la ventanita, y podía verme en cualquier momento si giraba levemente la cara.
Y lo hizo...
La carita lozana se volvió lentamente hacia mí. La sonrisa desapareció de su rostro rápidamente y se transformó en una mueca de sorpresa. Frunció el ceño y se apoyó en el alfeizar de la ventana,; y entonces oí hablar a un hobbit por primera vez en mi vida:

- ¡Eh! ¿Y quien es usted?- me dijo con una voz dulce, como si se tratara de un niño pequeño que acabara de sorprender a su hermano mayor haciendo una travesura.
- Yo... yo... yo... – no me salían las palabras.

El hobbit me miró, con creciente expresión de sorpresa. Así nos quedamos un rato, yo paralizada y el mirándome, atontado. De repente, él reaccionó:

- ¡Eh! ¡Hay un intruso en la casa, Señor, rápido, entremos!

Eso me hizo reaccionar. Me habían descubierto, y, si era gente peligrosa, estaba totalmente perdida, en  un lugar y un mundo que no conocía.
Salté de la cama, y miré por todo mi alrededor intentando encontrar un sitio en el que esconderme.
Miré hacia la cama, para esconderme bajo ella, pero comprobé que no había ningún espacio en el que hacerlo, debido a la tarima de la que ya había hablado antes. En la habitación no había ningún lugar aparente que me ocultara, y menos que ocultara mis nuevos pies, que casi no me dejaban andar, para empeorar las cosas.
Desesperada, oí puertas que se abrían  y cerraban, pasos precipitados, y gritos. Pero no eran gritos de alarma, eran gritos de ataque, me parecía a mi.
Los pasos se acercaban por el pasillo, con una rapidez sobrehumana. Tropezaban entre ellos, y era como si vinieran mas de dos personas: parecía todo un batallón.
El tiempo se me acababa, seguía buscando por toda la habitación intentando encontrar un escondite, por pequeño que fuera.
El pomo giró.
La puerta se abrió.
Y entró alguien.
No pude ver bien quien era, pues con un movimiento rápido, me había deslizado silenciosamente hacia la parte trasera de la puerta abierta. Esta me tapaba por completo, y yo me apretaba a la pared, deseando fundirme con ella y desaparecer.
La sangre me palpitaba en las sienes, y no respiraba. El pecho comenzaba a arderme, y la cabeza amenazaba con estallarme. De repente, unas voces hablaban; eran voces masculinas, una, la que había oído antes: era el chico de la ventana, que resoplaba y bufaba, como si estuviera muy cansado; la otra, un poco más grave, pero sin perder el tono dulce y vivaracho de los hobbits. Ambos parecían fatigados, pues jadeaban y respiraban entrecortadamente.

- Bueno, parece que aquí no hay nadie, mi querido amigo.- habló la voz más grave.
- Se lo juro; la vi por la ventana. Estaba podando el césped que se pegaba a las paredes de la casa, y cuando me levanté para estirarme un poco, estaba ahí, ¡justo ahí!- explicó la voz que ya conocía, entre jadeos y suspiros.
- Vamos Sam... llevo todo el día dentro de Bolsón Cerrado. ¿Crees que si hubiera entrado alguien no lo habría visto?
- Señor Frodo, se que es imposible de creer, pero ¡Se lo aseguro!- continuó “Sam”-. Era una muchacha hobbit, muy bonita en verdad, que estaba sentada en la cama, ¡en esta cama! – se oyeron golpes sobre la cama. ¿Y como me explica esto? ¡Mire! ¡La ropa de cama está totalmente esparcida por los suelos!
- Puede que el sol te haya recalentado la cabeza- dijo el otro muchacho, divertido-. Es evidente que aquí no hay nada, amigo. ¿Dónde podría esconderse un hobbit de tamaño normal en esta habitación?
- Pero, ¿Cómo me explica lo de la cama?

Hubo un silencio. Se oyeron pasos, que recorrían toda la habitación, silenciosos. También oí como revolvían las ropas de la cama e incluso retiraban las cortinas de la cama. Yo aguantaba la respiración, tomando bocanadas de aire de cuando en cuando, intentando no hacer el menos ruido. Los pies volvían a picarme, exageradamente ahora, pero controlé el impulso de rascarlos.

- Es evidente que aquí no hay nadie... – dijo el hobbit de la ventana, después de un largo silencio en el que no se oyó siquiera como revolvían la habitación.
- No; parece ser que te has equivocado. Quizá fue un espejismo, o algo así. El sol está muy alto, por cierto, y quema como nunca lo había hecho en la Comarca.. respondió el otro.
- Bueno, pues vamos. Debo proseguir mi trabajo. Qué misterio tan extraño... estoy seguro de haberla visto...

Entonces vi como la puerta se cerraba y oí los pasos alejarse por el pasillo. Me senté en el suelo deslizando la espalda por la pared, respirando entrecortadamente e intentando comprender. Aquellos personajes tan singulares se habían llamado “Sam” y “Frodo” el uno al otro... hablaban con un tono extraño, y en un lenguaje todavía más extraño... pero me sorprendía, pues los había entendido perfectamente... ¿Era la lengua común tolkeniana?
Me incorporé, temblando de pies a cabeza. Di unos pasos mirándome hacia los pies, intentando no trastabillar con ellos y mirándolos, cada vez mas fascinada. Era como si llevara unas zapatillas de deporte, pues la plante se me había endurecido mucho, como si tuviera un callo gigante a lo largo de ella. Apenas sentía el suelo bajo ellos.
¿Y ahora que?¿Cómo salgo de aquí? Pensé. No tenia ningún recurso para hacerlo, pues si lo hacia por la ventana, me verían miles de hobbits, y por la puerta era aun peor, pues “Frodo” había dicho que pasaría todo el día dentro de la casa.
Mientras pensaba en todo esto, buscando una solución para salir, me di cuenta de otra cosa: mi vestuario había cambiado. Apenas lo había percibido hasta entonces, pues mi atención se centraba en mis pies. Llevaba un vestido; un vestido de telas gruesas, parecidas a las de la cama. La falda era verde, sin decoración alguna, y me llegaba por encima del tobillo. Por arriba, tenía una blusa, de color blanco extrañísima, de mangas abombadas y con diferentes lacitos, que salían de todas partes. Si soy sincera, os digo que el vestuario me encantó.
Un poco más relajada, pues ya había controlado mis pies y me había ubicado un poco, tomé una resolución: saldría de la habitación por la puerta; corriendo el riesgo de que alguien me viera, pero lo haría. E el caso de que me descubrieran, correría como nunca, y no podrían alcanzarme. Quizá los hobbits era un poco torpes.
¿Y después qué? Pues no tenia ni idea... ya se me ocurriría algo por el camino...
Tomé el pomo dorado de la puerta, decidida a girarlo y a salir como una exhalación, cuando oí que nuevamente unos pasos se acercaban a la habitación, silbando alegremente y tarareando una canción desconocida para mi. Me quedé helada; pero fue peor aun cuando el pomo comenzó a girar.
Alguien intentaba entrar nuevamente en la habitación.

Rápidamente volví a mi escondrijo detrás de la puerta, que se abrió dejando paso a alguien que entro con paso vivo y decidido y continuaba silbando dentro de la habitación; pude notar que paraba en seco. Los silbidos y las pisadas cesaron. Un silencio sepulcral bañó la pequeña estancia.
La curiosidad podía conmigo, por lo que no pude evitar echar un pequeño vistazo a través de la puerta. Lentamente, mi cabeza fue asomando. Era como si no controlara mis movimientos, como si algo me impulsara a ser descubierta... a mirar que estaba ocurriendo...
Desde mi escondrijo vi a otro hombrecillo, casi del mismo tamaño del de la ventana, pero mucho mayor en edad, pues aunque su postura era firme y erguida, de su espeso pelo rizado brotaban algunas canas. El personaje se encontraba a espaldas de mi escondrijo, y parecía observar el estropicio: las sabanas por todos los suelos, las cortinas de la camita corridas...
Movía lentamente la cabeza, como disgustado. Repentinamente clamo, con voz cascada pero que contenía nuevamente el tono dulce tan característico de los hobbits:

- ¿Pero, qué ha ocurrido aquí?-. mientras decía esto, se agachaba para recoger las sabanas y dejarlas sobre la cama, desordenadas.- repito, ¿Qué ha ocurrido aquí?

Al darse la vuelta observé la cara de un viejecito. Era muy simpática, sonrosada, regordeta y de grandes mofletes. Su expresión denotaba molestia, y hablaba en tono alto, intentando encontrar a alguien que lo oyera. No pude observarlo demasiado, pues salió nuevamente de la habitación, llamando a “Frodo” a gritos. Parecía realmente indignado por haber encontrado su habitación en tal estado.
Sin creer aun lo que veía y dándole vueltas a todo lo acontecido, decidí que esa era mi oportunidad. Salí de detrás de la puerta, y me planté ante ella, resuelta a salir corriendo. Seguía oyendo los gritos del viejecito a lo largo de toda la casa, y cuando comprobé que se encontraban bastante lejos, respiré hondo, adelanté una pierna para coger impulso y... repentinamente sentí como un gran peso caía sobre mi espalda desde la ventana de la habitación. Perdí totalmente el equilibrio y caí hacia delante con un gran bufido, sorprendida por el impacto, y agobiada por el gran peso que tenía encima. Agité las manos furiosamente, intentando levantarme y librarme del peso; gritaba, entre asustada y dolorida, cuando noté como unas manos sujetaban mis brazos contra el suelo. Eran fuertes, y era imposible para mí librarme de ellas, pues yo era bastante flacucha, y ahora con mi nueva condición de hobbit no me sentía mas robusta, que digamos.
Supe que ya estaba totalmente perdida y descubierta, cuando oí la voz de “Sam” a mis espaldas, que clamaba a viva voz:

- ¡Eh!¡Señor Bilbo! ¡Puede parar de dar voces usted ya! ¡La he atrapado por fin! ¿Ven ustedes como Samsagaz Gamyi no se equivoca? Creo que siempre hago justicia a mi nombre, si señor, siempre, aunque no muchos lo lleguen a reconocer. – y luego añadió hacia mi, en un tono de voz un poco más discreto-: Con el permiso de usted, señorita, me temo que debemos llevarla al salón de la casa. nos debe unas cuantas explicaciones, si usted me entiende. Y ahora, ¡Arriba! La ayudaré a levantarse. Sam Gamyi es muy cortés con las muchachas hobbits, pero debe comprender que este era un caso de extrema necesidad...- dijo el hobbit, ruborizándose hasta las picudas orejas mientras me ayudaba a incorporarme y, sujetándome las manos tras la espalda, me conducía hacia el salón del pequeño smial.



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