Regreso a la Tierra Media

11 de Agosto de 2004, a las 00:00 - Ruby_Bolsón
Relatos Tolkien - Relatos basados en la obra de Tolkien, de fantasía y poesías :: [enlace]Meneame

Capítulo 4

El hobbit de la ventana, al que habían llamado (Y el mismo se había llamado) Sam, me condujo a través del pasillo hacia el salón. Me seguía agarrando las manos, firmemente, pero a la vez con cortesía, casi tímidamente.
Yo, mientras tanto, me recomponía del susto. Resumiendo toda la locura: era una hobbit y estaba rodeada de hobbits; seres que hasta ese momento, solo habían existido en mis novelas y, por supuesto, en mi ferviente imaginación; en un lugar que parecía la mismísima Comarca; supuestamente en una habitación de Bolsón Cerrado, hogar de los Bolsón. Ahora había sido descubierta por ellos e incluso uno bastante robusto que casualmente se llamaba Sam me había caído sobre la espalda, estando a punto de aplastarme. Genial, -pensé-: Todo apunta a que estoy en un mundo de fantasía donde siempre he querido estar... pero ahora que estoy en el, ya no me parece tan maravilloso... en realidad me asusta... y me desconcierta... Dios mío, si tuviera las manos libres me pellizcaría... esto tiene que ser un sueño... un sueño muy raro.
Nerviosa y desconcertada, pasé a concentrarme en la casa. Sam me llevaba a través de varios pasillos; bueno, en realidad era uno, pero tenia muchas bifurcaciones que lo hacían inmenso. Pasé por innumerables habitaciones cerradas a cal y canto, con esas puertitas redondas de pomos dorados. A decir verdad, todo me parecía exquisito y bonito, y no pude evitar olvidarme por un momento de todo lo extraño de aquel asunto y esbozar una pequeña sonrisa, viendo todo cuanto allí había: mueblecitos, mesas de pasillo redondas que eran adornadas por pipas, retratos, objetos artesanales, cuadros y diversos adornos que parecían tener bastante valor colgando de las paredes...
Sam, que ahora marchaba a mi lado sin soltarme las manos, se percató de mi interés y entusiasmo ante aquellas maravillas, y me miró un tanto extrañado, frunciendo el ceño, como temiendo que en cualquier momento pudiera alargar la mano y coger alguno de los múltiples objetos de valor que cubrían las paredes. Percatándose de que lo había descubierto escudriñando mi gesto, disimuló con su alegre voz:

- ¿Bonita casa, verdad?- me dijo. Yo no pude responderle, pero tampoco podía dejar de mirarle: ante mi estaba él: Sam, Samsagaz Gamyi, uno de mis personajes favoritos, un aguerrido hobbit que había pasado por innumerables peligros, que había demostrado una valentía fuera de lo normal en un hobbit, e incluso en muchos de los humanos... Sam... mi Sam...

Al ver como le miraba, volvió a enrojecer. No había duda, era el Sam de los libros, eso era seguro. Hice un esfuerzo sobrehumano para contener una sonrisa que asomaba a mi rostro.

- Bueno... en verdad no tengo ni la menor idea de cómo ha podido usted entrar aquí.-dijo, rascándose la cabeza-. Llevo toda la mañana podando el jardín ahí fuera, y créame usted, no se me escapa nadie que entra o que sale de esta casa-confesó; pero cuando se percató de lo dicho, intentó arreglarlo-: ¡No vaya a pensar usted que soy un fisgón, ni nada por el estilo!-exclamó, con los ojos como platos-, pero mi trabajo consiste en estar siempre por los alrededores de esta casa... y a uno no se le escapa nada... aunque lo intente... si usted me entiende...
Ante esta contestación ya no pude evitarlo, y solté una sincera carcajada que pareció tranquilizarle un poco, aunque el hobbit volvió su vista hacia el suelo terroso. El bueno de Sam...

- Créame usted a mi, señor Gamyi-dije, mientras mi sonrisa se desvanecía, volviendo a la realidad; a la extraña realidad-, ni siquiera yo misma se como he llegado hasta aquí... – le contesté, muy sinceramente y alegre de haber encontrado a alguien que, por lo menos, intentaba comprenderme.

Al oír esto, Sam pareció preocupado, un poco sorprendido y regocijado, al ver como al fin yo había dicho algo.

- ¡Vaya! Casi llegué a pensar que era usted muda- dijo, sonriendo más tranquilo y levantando la vista del suelo. Su cara me inspiraba paz y confianza, y logró que me relajara un poco más. Respondí a su sonrisa, tímidamente. Ahora comenzaba yo misma a enrojecer-. Bueno, no se preocupe, el Señor Bilbo y el Señor Frodo son muy buena gente; de los hobbits más respetados en La Comarca, aunque eso sí, también una de las familias más fantásticas y extrañas, si le soy franco. Pero muy buenos hobbits.- Sam había comenzado a entusiasmarse, y ahora me hablaba con confianza, y  mucho más relajado, lo cual me reconfortó mucho-. Para que se haga una idea: por aquí, sobre todo en lugares como El Dragón Verde o las regiones de Los Gamos, incluso se habla del tesoro que el viejo Bilbo escondió en alguna estancia secreta de este hogar, pero nadie lo puede asegurar, ni siquiera yo, una de las personas de mayor confianza del Señor Bilbo y de su sobrino, el Señor Frodo. Aunque no estoy totalmente seguro de la veracidad de este asunto...
“El caso es que, estoy convencido de que si les explica llanamente lo que le ha ocurrido, ellos lo comprenderán; no tenga miedo usted por nada.”
 
- Se lo aseguro, Señor Gamyi, explicar lo que me ha ocurrido sería imposible...- le contesté al hobbit con un suspiro, abatida. Pero él seguía mostrándose optimista, y dejó de sujetar mis manos, para, simplemente, andar al lado mío a lo largo del interminable pasillo. De vez en cuando me echaba miradas furtivas, como si intentara adivinar lo que pensaba, escrutando mi rostro, pero yo tenía el presentimiento de que a Sam le había caído bien, y que nos llegaríamos a llevar bien, dependiendo de cómo acabara todo.

Al fin, el hobbit abrió otra de las muchas puertas redondeadas, un poco más alta que las demás, y me invitó a entrar con un gesto. Así lo hice, y me encontré ante una habitación bastante grande: el salón de Bolsón Cerrado.
Era muy espacioso, con una chimenea en un extremo, de forma semicircular y revestida en ladrillo y baldosas decorativas, con una pequeña repisa en lo alto, repleta de pequeños retratos de hobbits, e incluso reconocí la forma de un gran escudo enano. Se encontraba apagada, algo obvio, pues el sol resplandecía aún. Dos sillones individuales se situaban a ambos lados del hogar, con un aspecto mullido, cómodo y agradable. Entre ellos, en una mesita, reposaban dos pipas: una de ellas exquisita y elegante, de mango largo que se curvaba entre el deposito del tabaco y la boquilla, haciendo formas geométricas complicadas que me maravillaron. Deduje que sería la pipa de Bilbo Bolsón, ya que al lado descansaba otra mas pequeña y sencilla, de largo mango, sin adornos, perfectamente pulida: la de Frodo tal vez...
En el medio, una alfombra gruesa de vivos colores que parecía artesanía, pero no soy capaz de explicar ni con que material ni de que manera estaba hecha, pero seguro que por manos hábiles y experimentadas. Sobre ella, otra pequeña mesita de madera, tallada con el mismo gusto que casi todos los muebles de la estancia, con caracteres élficos y diferentes runas. En verdad estaba en la casa de Bilbo, una casa, por decirlo de alguna manera, de un hobbit de buena posición, con un gusto por la decoración inmejorable.
Al fondo, tras un pasillito pequeño, había varias mesas, abarrotadas de papeles y más papeles viejos, estropeados y amarillentos, representado mapas y escrituras extrañas. En el extremo, una ventana, cuadrada esta vez, se abría hacia el cielo azul y llevaba hacia la casa el sonido de las risas y la alegría que permanentemente vivía Hobbiton.
Mi mirada se posó en el sillón más grande, al otro lado de la habitación, unos pocos pasos más allá de la entrada, pues ahí estaba sentado un personaje que reconocí al instante; un héroe hobbit, a mi modo de ver, uno de los hobbits mas famosos de la Comarca y el mundo entero, un hobbit del que había leído mucho... demasiado, quizás: el portador del anillo: Frodo Bolsón. Lo reconocí al instante: pelo rizado, de color oscuro y ojos claros... algo extraño en un hobbit, pero bueno... era sabido por todos que los Bolsón siempre han sido gente singular.
No habló ni hizo ningún movimiento. Se limitó a quedarse sentado, observándome cautelosamente. Vestía con una camisa sencilla, de color blanco y pantalones que le llegaban por los tobillos de color marrón, de los que salían unos tirantes. De pronto, me sentí avergonzada y tuve que bajar la cabeza, pues sentía como me ruborizaba, casi tanto como Sam cuando me había hablado por primera vez, después de tirárseme encima.
Este, a mi lado, miraba a Frodo, como intentando adivinar sus pensamientos, y finalmente, separándose de mi lado, fue a situarse junto a él en el sillón, donde se sentó.
La situación comenzaba a incomodarme. Un silencio sepulcral bañaba la estancia, y los hobbits seguían observándome como si fuera un bicho raro.
Un poco cansada de la situación, hablé a los hobbits:

- Bueno... yo creo que ya está bien de observarme tanto, ¿No?

Mientras Sam retiraba la vista hacia la ventana, como sintiéndose descubierto, Frodo se limitó a sonreír:

- Verá, señorita, es que, como usted comprenderá, es demasiado raro encontrar de repente a una hobbit a la que no he visto en mi vida en la habitación de invitados de mi casa- dijo Frodo, divertido. En sus palabras no había gestos de reproche, sino más bien de “cachondeo”.
- Si le digo la verdad... yo tampoco sé como he llegado hasta aquí- le dije, sinceramente.

El hobbit pareció un poco extrañado.

- Por cierto que es extraño...-contestó, rascándose la cabeza rizada. Parecía ser un gesto común entre todos los hobbits-. Mi tío y yo llevamos todo el día en la casa, y Sam en el jardín. Es extraño que nadie la viera entrar... ¿Cómo lo ha hecho?
- Yo... yo... –titubeé; y entonces, decidí contarle la verdad-: Amanecí despierta en su cama, Señor.- no encontraba nada más que decir, pues, para mi sorpresa, mis recuerdos de antes de despertar se habían borrado por completo.

Frodo frunció el ceño.

- Pero...¿Es usted de Hobbiton? ¿De qué lugar concretamente? No recuerdo haberla visto jamás por aquí. –dijo, observándome nuevamente-. ¿Conoce a mi tío o algo parecido?-. Frodo me bombardeaba con preguntas que yo me veía incapaz de contestar. Cuando estaba a punto de decirle por segunda vez que no sabía lo que había ocurrido, otro personaje apareció en la estancia:
Era el otro hobbit, el viejecito que había entrado después de los otros dos, el que había parecido tan indignado al encontrar la habitación revuelta y las sabanas por los suelos. Apareció desde una puerta situada en el otro extremo de la estancia cargado con multitud de papeles y escritos que casi le tapaban el rostro, y comenzó a hablar alegremente con los otros dos, casi sin advertir mi presencia:

- Bueno bueno, he llegado, mis buenos muchachos. A ver, ¿Habéis capturado finalmente a nuestra pequeña intrusa? En verdad no pude verle la cara, ya que cuado advertí que se escondía tras la puerta, intenté mirar lo menos posible hacia ella... así que no puedo deciros si la conozco o no... -. Dicho esto, se dirigió hacia la pequeña mesita que estaba entre los dos sillones de la chimenea y volcó en ella todos los papeles, llegando casi a tirar las pipas, que se tambalearon peligrosamente, pero sin llegar a caer al suelo.

Pude observar mejor su cara: los mofletes sonrosados aun estaban ahí, aportando vida y luminosidad al rostro. Su pelo era rizado y encrespado, igual que el de su sobrino, pero ya comenzaban salpicarlo algunas canas entre el pelo castaño. Era bajito, (relativamente, hablando de un hobbit...) pues Frodo le pasaba casi una cabeza de altura, y algo regordete. Vestía como un gran señor, un señor hobbit, con pantalones que le llegaban por los tobillos, de telas ricas, chaleco, camisa, e incluso una cadeneta dorada le colgaba del bolsillo delantero de esta. Las ropas eran en colores terrosos y verdes, típicos de La Comarca. Posó la vista en Frodo, mientras le hablaba alegremente, esperando información con las manos metidas en los bolsillos del pantalón. Era evidente que apenas me había visto.

- ¿Y bien? ¡Estoy intrigado!- le dijo a su sobrino, sonriendo. Frodo le hizo un gesto con la barbilla apuntando hacia mí, al sillón. Sam permanecía junto a ellos, de pie, aguardando la reacción de Bilbo.

Entonces él me miró. Algo cambió en su viejo rostro. Su sonrisa despreocupada quedó helada, para cambiar luego a una mueca de sorpresa serena, indescriptible.
Lentamente, sacó las manos de los bolsillos de sus elegantes pantalones de tela para alzar una hacia su boca. La otra permaneció flácida, como sin fuerzas. Se frotó suavemente los ojos y parpadeó varias veces antes de volver a mirarme. Los ojos muy abiertos, como  platos, se movían rápidamente en sus cuencas, observándome. Yo no sabia donde meterme. No entendía el porqué de su expresión... era como si... como si me conociera de algo...
Frodo advirtió el cambio que se había producido en su tío:

- Bilbo, ¿Te encuentras bien? ¡Pero si estás empapado!- exclamó, palpándole la espalda. Bilbo le ignoró; se zafó de su nieto con un suave empujón y se dirigió hacia el sillón, donde yo me encontraba.
- ¿Señor Bilbo?-dijo Sam con un hilo de voz, pero sin atrever a moverse.

Bilbo continuaba sin hacerles el mas mínimo caso. Cruzó la estancia y vino a sentarse junto a mí. Entonces ocurrió algo extraño: tomó mis manos entre las suyas, con gesto paternal. Observó mis manos(muy menudas ahora) y seguidamente sus ojos volvieron a posarse en mi rostro. Nos miramos a los ojos, y pude notar que su expresión no era dura, ni tampoco parecía apenado, disgustado o asustado, lo más lógico; simplemente, parecía... feliz... si, era algo que podía ver en lo mas profundo de sus ojos: la felicidad.
El hobbit permaneció así un rato, enfrente de mí, y yo intentaba averiguar sus pensamientos, pero todo me parecía inexplicable. Entonces me habló por primera vez:

-Eres hermosa... bella... en realidad eres tú... no cabe duda... él tenía razón... has vuelto... – y unas lágrimas asomaron a sus ojos, mientras no dejaba de sonreír.

No comprendía nada. Me quedé helada al oír estas palabras de labios del viejo Bilbo... el entrañable personaje de Tolkien, que en esos momentos se encontraba frente a mí, tomando mis manos y mirándome con esa expresión tranquilizadora... diciéndome que había vuelto...

¿Qué he vuelto? Pensé, a punto de desmayarme por la impresión.

En el otro extremo de la sala, Frodo y Sam también se miraban, pero con incredulidad. No se atrevían a decir una sola palabra, sino, simplemente observaban la escena, esperando que algo ocurriera. Bilbo parecía haber olvidado su presencia.

Finalmente, no pude más con la mirada de Bilbo, y tuve que retirarla, mientras en mi cabeza daba vueltas y más vueltas a lo que me había ocurrido, y a las palabras que acababa de oír. El seguía en su empeño de observarme por entero. El ambiente de tensión era tremendo, y continuaba aferrando mis manos entre las suyas.

- No... no entiendo...- titubeé.
- Lo sé, pequeña, claro que lo sé; lo siento, ha sido la impresión.- dijo el viejo hobbit, apartando por primera vez la vista, pero aun sin soltar mis manos.
- ¿Impresión? ¿Qué impresión?-pregunté, incrédula. ¿Había encontrado a alguien que estaba tanto o más impresionado que yo? Me parecía imposible...

Como única respuesta, Bilbo Bolsón se levantó, con gesto alegre, mientras sacaba un pañuelo de tela azul de uno de sus innumerables bolsillos para enjugarse una lágrima que había logrado escapar de sus ojos. Era increíble, pero el hobbit parecía haber recibido una grata sorpresa... parecía regocijado... feliz... la media sonrisa que salpicaba su rostro lo delataba... y encima lloraba de emoción.
Frodo y Sam parecieron notarlo también. Miraron al viejo hobbit, extrañados. Este le preguntó a Frodo:

- Mithrandir... ¿Recuerdas cuando dijo que vendría? Estabas presente en nuestro último encuentro...

¡Mithrandir! ¿De qué me sonaba ese nombre?

- Te recuerdo que me fue imposible enterarme de nada, querido tío, pues no me dejasteis participar de vuestra misteriosa charla y me enviasteis a leer al jardín, como siempre.- dijo Frodo, mirándome de soslayo, con expresión extraña-. Bilbo, ¿Serias tan amable de explicarme por una vez que está pasando?-preguntó.

Como única respuesta, Bilbo salió de la habitación por donde había venido, no sin antes echarme un ultimo vistazo. Sam no hacia otra cosa que abrir y cerrar la boca, buscando algo que decir, pero arrepintiéndose al momento. Entonces Bilbo, apoyado en el quicio de la puerta, sonrió ampliamente, y, con voz atenuada a causa de la emoción, pero que no perdía el tono alegre, me dijo:

- Bienvenida... bienvenida a casa...- y cerró la puerta tras de si.

Yo me había quedado pegada al asiento. No podía creer lo que me estaba pasando. No entendía absolutamente nada, y mi mundo se venía encima; todo aquello era extremadamente nuevo para mi, y, si almenos entendiera algo de lo que pasaba... si almenos...

Mientras mi mente divagaba e intentaba comprender, Frodo y Sam no apartaban la vista de la puerta por la que Bilbo había salido, como si mirando detenidamente la madera pudieran encontrar una explicación lógica a todo lo que estaba ocurriendo.

Frodo parecía especialmente preocupado. Desvió la mirada de la puerta y se sentó sobre uno de los sillones pequeños, el mas cercano a mi. Apoyó los codos sobre las rodillas y posó sus manos bajo el mentón, y en esta posición no dejaba de mirarme, con el ceño fruncido, como esperando a que yo dijera algo.
Sam no sabia donde meterse. Me daba la impresión que estaba deseando irse al jardín, a seguir trabajando en sus florecillas y desquitarse de todo aquello.
Pero, finalmente, para mi sorpresa, fue el precisamente quien rompió el hielo:

- ¿Quién es usted?-dijo, mientras daba unos pocos pasos hacia el sillón donde su amo se había sentado, para colocarse justo detrás de este, con las manos apoyadas en el respaldo, como temiendo acercarse demasiado a mi.

Ambos en la misma posición, no me quitaban la vista de encima. Me estaban poniendo histérica. Ellos me exigían informarles de algo de lo que yo no tenia ni idea, pues ni siquiera sabia quien era... no recordaba nada de mi vida anterior... lo único que podía recordar con total exactitud eran mis libros... mi Tierra Media... de la que tantas veces había leído y hablado...
De repente me sentí muy triste... no tenía identidad... Estaba en un mundo desconocido, en un lugar que solo existía en mi imaginación y en la de miles de amantes de Tolkien, el maestro, y no tenia una identidad. Era una hobbit, si, pero no sabia quien era o quien había sido... Era incapaz de recordar mi nombre... Bueno, peor aún...: era incapaz de recordar nada relacionado conmigo misma...
Me sentí tan mal cuando caí en la cuenta de esto que ya no pude más. Notaba como las lagrimas me escocían en los ojos, luchando por salir al exterior, y finalmente estallé. Me daba mucha vergüenza que los hobbits me vieran de esa manera, por lo que cubrí mi cara con las manos y me apoyé en las rodillas. Estaba realmente desesperada, y si oía una vez más la pregunta: ¿Quién eres? Me convertiría en una asesina de hobbits sin escrúpulos.
Sollozando con la cabeza oculta entre mis manos permanecí sentada en el sillón. No oía nada, era como si los hobbits se hubieran desvanecido.
De repente, una mano se posó en mi hombro. Parecía transmitir mucha tranquilidad, ya que, en realidad logró calmarme un poco. Dejé de llorar, aunque no era capaz de despegar mi cara humedecida por las lagrimas de las manos, hasta que una voz conciliadora; la voz del heroico hobbit, de Frodo Bolsón de La Comarca, me habló:

- Tranquilícese, señorita.- era la voz de Frodo, que resultaba reconfortante y tranquilizadora, como intentando decirme que no pasaba nada, que todo tenia una solución. Respiré hondo, un tanto aliviada. Ahora creía comprender lo que tanto se destacaba en los libros sobre Frodo: sus rasgos élficos, no solo físicos, sino también en su carácter, su forma de ver las cosas-. Le aseguro que no entiendo nada de lo que ocurre, pero no creo que sea grave. Créame, somos buena gente y usted también lo parece, así que, si ha venido a parar a mi casa, es que nada malo va a ocurrirle, eso se lo aseguro.

Lentamente, levanté la cabeza. A mi lado el hobbit sonreía cálidamente. Con un gran esfuerzo, tras observar su rostro y encontrar los signos de la sinceridad y la simpatía, logré responderle a la sonrisa, un poco mas animada, pero aun con las lagrimas resbalando por mis mejillas. Quizá las cosas mejorarían... quizá no tenia nada por lo que temer... eso era lo que la mirada de Frodo me sugería...

Sam continuaba quieto, al lado del silloncito, observando detenidamente la escena. De repente, cambio de actitud y se colocó junto a su amo para dirigirme una sonrisa más inocente, como de un niño. Me divirtió la imagen de los dos jóvenes hobbits mirándome, con esa cara de bobalicones. Ahora si que no pude reprimir una amplia sonrisa, que pronto se convirtió en carcajada. Y pronto comencé a llorar otra vez, pero esta vez de risa.

No tarde en conquistar a los hobbits, que al momento también reían, sin entender muy bien por qué, pero era cierto que mi repentina risa les había alegrado los corazones...

Al poco rato nos encontrábamos en el jardín de Bolsón Cerrado. Los hobbits, sobre todo Sam, insistieron en que debía echar un vistazo a la pequeña parcela de vegetación propiedad de los Bolsón que él mismo se afanaba tanto en cuidar.
En verdad, el smial se encontraba en un lugar muy aislado... a la par de agradable, ya que no había un alma por allí, pues la población se encontraba colina abajo, donde todos los hobbits iban de un lado para otro, entraban y salían de sus casitas... sin embargo, no cabía duda de que Bolsón Cerrado se encontraba en un lugar privilegiado. Ahora que lo veía con mis propios ojos, comprendía a los Sacovilla-Bolsón y a todas las familias que tanto deseaban aquel lugar y que no dejaban de criticar al viejo Bilbo, movidos por las envidias y celos que tenían hacia Frodo.

El jardín era como un pequeño paraíso: estaba completamente recubierto de césped verde pulcramente recortado por Sam, sin desperfecto alguno, que incluso llegaba a rodear por completo el smial hobbit, recubriéndolo de setos y dormilonas a ambos lados de la entrada, así como en la parte alta del agujero, donde incluso crecía un grueso árbol, cuyas ramas verdes, rebosantes de salud, bajaban perezosas hasta casi tocar el suelo; las flores abundaban por todo el jardín, especialmente las de colores vivos, pero suaves. Un caminillo de tierra serpeaba hasta la puerta de acceso al jardín de la casa, una pequeña valla de madera con una puertecita, por la que se podía salir y bajar por la colina, que se encontraba desierta hasta llegar al pueblo en sí.
El caminito y la vegetación se continuaban extendiendo a lo largo de la colina, dibujando una suave pendiente, en cuya cúspide, donde estábamos ahora nosotros, se encontraba la casita de los Bolsón.
Es complicado de describir por culpa de todas las sensaciones que me embriagaron en ese momento... casi no pude percibir las cosas con claridad. Me impresionaba demasiado ver justo enfrente mío... mis libros... Dios mío... acababa de caer en la cuenta de que en ese momento estaba viendo mis libros...

Sam debió creer que mi expresión de deleite se debía al cuidado del jardín, pues su cara se iluminó y enseguida se adelantó para relatarme sus métodos de trabajo. Yo le escuchaba, encantadísima, sonriendo y asintiendo, aunque algunos términos no los entendiera muy bien... cosa rara, porque Sam se explicaba inmejorablemente...

Enseguida comencé a sentirme más relajada, y olvidé por unos momentos mis problemas y todas las cosas extrañas que en tan poco tiempo me habían ocurrido. Casi comencé a sentirme como en casa... como me había dicho Bilbo...

A las pocas horas nos encontrábamos aun en el jardín, hablando como si tal cosa, los dos hobbits tumbados en la hierba, acariciándola con sus descomunales pies, y yo sentada entre ellos con las piernas trabajosamente cruzadas a causa de mis igualmente monstruosos pies, observando el  paisaje que se extendía bajo la colina desierta. Los hobbits habían tomado bastante confianza conmigo, y ahora me hablaban sobre sus costumbres, sus familias... incluso llegaron a hablarme un poco sobre sus árboles genealógicos.
A mi nada de lo que me decían me resultaba nuevo o me sorprendía; ellos ignoraban que yo sabia mucho ya sobre su mundo, su vida... sus aventuras incluso. Pero, sin embargo, me limitaba a asentir con la cabeza y sonreír todo el rato. No creía que fuera una buena idea relatar a los hobbits todo lo que sabia... por lo menos hasta que no tuviera las cosas un poco más claras.

“Es increíble-pensé, cayendo en la cuenta de algo-: es increíble que recuerde toda la historia de El Señor de los Anillos, pero que sea incapaz de acordarme de mi propio nombre y mi vida anterior...”
En un momento de silencio, mientras admirábamos el maravilloso paisaje, Sam me preguntó repentinamente:

- Bueno, si es cierto que jamás ha estado por estos lares, dígame una cosa, señorita... –hizo una pausa-. Bueno, dejémoslo en “señorita”; ¿Qué le parece Hobbiton? Si no me equivoco, esta es la primera vez que ve este paisaje tan hermoso.
- Si le digo la verdad, Señor Gamyi, es tal y como me lo había imaginado siempre... y hace mucha más justicia de sí cuando no lo miras a través de una ventana- contesté; y para terminar la frase ante mi propia sorpresa, dije-: si usted me entiende...

 “Vaya... creo que ya empiezo a hablar como ellos...”-advertí con una sonrisa, cuando repasé  mentalmente mis palabras. Comenzaba a entusiasmarme la vida en Hobbiton...

Sam sonrió, como satisfecho con la respuesta, y volvió a apoyar la cabeza en la hierba, con una mano sobre los ojos, intentando protegerse del intenso sol matinal, y la otra tras la castaña cabeza, a modo de apoyo.

De repente, algo que me había estado rondando en la cabeza, pero que por los acontecimientos había olvidado, volvió a surgirme. No sabia si formulando mi duda hacia lo correcto... si tal vez seria mejor estarme callada...

“No, debo enfrentarme a todo esto, debo encontrar una explicación inmediatamente”-me regañé; y formulé mi duda al mayor de los hobbits, temerosa:

- Oiga, Señor Frodo, ¿En que fecha nos encontramos?

Frodo no le dio mucha importancia a la pregunta.

- ¿Por qué quiere saberlo?- preguntó sin levantar apenas la cabeza, aun con los ojos cerrados.
- Bueno... simple curiosidad, más bien... me gustaría situarme un poco... tengo la sensación de haber estado durmiendo más tiempo del que acostumbro- mentí. Realmente quería saber a que atenerme. No parecía que corrieran malos tiempos para la Tierra Media, y eso era bastante extraño... además, las apariencias de Bilbo, Frodo y Sam no eran precisamente de hobbits maduros y preocupados, y La Comarca se encontraba en perfecto estado, ni rastro del saneamiento. Era como si me encontrara en la tercera edad... antes de que la sombra se extendiera; pero eso no podía ser ¿No?

Me dio un vuelco el corazón al advertir esto. ¿Qué ocurriría si la guerra del anillo no hubiera comenzado aun? ¿Si Bilbo tenia todavía en su poder el anillo?¿Qué diablos hacia yo allí si mis sospechas resultaban ser reales?
Pero, sobre todo, no quería dar a entender a los hobbits que sabia cosas; demasiadas cosas, realmente... y que si las contaba, podría acarrear problemas...

- De acuerdo. Deje que me sitúe... bueno, si mi cumpleaños es el 22 de septiembre y falta una semana exacta... pues...-contestó Frodo.

No  le dejé terminar. Al instante me puse en alerta:

- ¿Su cumpleaños?- pregunté, dando un respingo.
- ¡Oh si!-intervino Sam, con un destello de entusiasmo en la mirada, a mi otro lado-. ¡Y vaya cumpleaños! Su segundo año después de la veintena. El Señor Frodo casi es un hobbit adulto ya.-dijo, incorporándose-. Espero que se quede con nosotros para  asistir a la fiesta, si el Señor Frodo y el Señor Bilbo lo consideran, claro, pues es algo maravilloso: cohetes, fuegos artificiales, juegos durante todo el día, un gran banquete... y tarta...¡Qué tarta! Preparada por pasteleros artesanos de toda La Comarca... es un gran evento cuando los Bolsón dan sus fiestas.

Sam casi deliraba, pero yo había vuelto a mi estado de preocupación.¿Dos años después de la veintena?¿Sólo dos años? ¿Frodo tenía 31 años?¿Aún no tenia los 33 años? entonces, ¿Sam solamente tenia 18 añitos? ¿Sería por eso que me parecían demasiado jóvenes?¿Qué no daban la impresión de haber pasado por miles de aventuras aun?
Ahora observé más detenidamente a los hobbits. Jamás había visto uno, como es lógico, simplemente en las películas y dibujos, pero esa no tenia por que ser la verdadera apariencia de estos personajes. No podía determinar sus edades, pero ahora me daba cuenta de pequeños detalles. Sam era el que más me alarmó. Apenas tenia pinta de ser un niño de 12 años a mis ojos... parecía tan dulce... tan inocente... era alto, apenas un poco más bajo que Frodo, pero el brillo de su mirada y la inocencia de su rostro y sus rasgos ponían en evidencia su corta edad.

- Perdone, Frodo... entonces, ¿Usted tiene en este momento 30 años?-pregunté , azorada, dejando de mirar a Sam y concentrándome ahora en Frodo. Era como un adolescente, joven también.
- Así es-dijo el joven hobbit, incorporándose con cara de satisfacción. Sus ojos color miel brillaban, expectantes ante el cálido sol del mediodía. Advertí, aliviada, que debido al entusiasmo, no le había extrañado que yo supiera su edad. “Primer fallo, pequeña hobbit”- me dije-.”ándate con más cuidado, la próxima vez puedes no tener tanta suerte”-. Bueno, aun me faltan dos años para mi mayoría de edad, pero me conformo con haber salido de la “veintena”. Usted no sabe la mala imagen que tenemos los hobbits jóvenes a esa edad... y es imposible convencer a los demás de lo contrario. ¿No es cierto, Sam?-dijo  Frodo, divertido, mirando a su amigo.

Sam suspiró:

- Es agotador... bueno, yo me considero bastante maduro para mi edad. No me gusta hacer chiquilladas, si usted me entiende. Yo prefiero estar toda una tarde en Bolsón Cerrado en compañía del Señor Frodo y el Señor Bilbo. ¡Me encanta oír sobre todo las historias de dragones de este último! Aunque a mi padre no le guste tanto...-una sombra de disgusto cruzó su cara regordeta-. Pero, sin embargo, dice que me lo merezco. Trabajo mucho en los jardines cuando el no puede... porque, el pobre, ya es anciano...
- Entonces- le interrumpí-: ¿Quiere decirme usted que aun no tiene la mayoría de edad, señor Samsagaz?-pregunté, sorprendida.
- No...- dijo, incorporándose lentamente, casi avergonzado, el pobrecillo-. Tengo 16 años...
- Entonces, haciendo cuentas...- calculé, sin salir de mi asombro, pues jamás me había parado a pensar en Sam como un hobbit tan jovenzuelo. No había sido consciente de ello hasta ese momento. Mientras leía mis libros, yo tenia la impresión de estar ante un hobbit maduro, incluso más que Frodo... sin embargo, Sam era casi como un chiquillo... parecía mucho más joven que Frodo, como si fuera un adolescente. Aunque Frodo tampoco parecía un hobbit mucho más mayor. En realidad a mis ojos era como un joven de 18 años, como mucho.
- Haciendo cuentas, señorita, estamos en el año 2999, según el Cómputo de La Comarca.- me interrumpió Frodo-. Bueno, más concretamente, en el día 15 del mes de septiembre.

Miré al hobbit, sorprendida, intentando ver en su rostro. ¡Debía estar bromeando! Era imposible que yo estuviera allí, nada mas y nada menos que dos años antes del cumpleaños en el que Bilbo Bolsón había decidido desaparecer para siempre de Hobbiton, y nada más y nada menos que ¡19 años antes de la guerra del anillo!¿Pero que diablos hacia yo allí?
Frodo captó mi desconcierto y creciente preocupación, pero lo atribuyó a otra cuestión:

- Ya le he dicho que no tiene nada de que preocuparse. Seguro que pronto se aclarará todo. Gandalf le prometió a mi tío regresar pronto a la Comarca. Se traen entre manos asuntos extraños, que nunca me cuentan, pero puede que sea algo relacionado con usted. La anterior actuación de mi tío en el salón con usted los delata a ambos...-dijo, poniéndome por segunda vez en aquel día la mano en el hombro. Una vez más su cara lograba tranquilizarme. Sus ojos continuaban brillando, y el sol se reflejaba en su pelo encrespado.

“En verdad tiene esa belleza élfica de la que tanto se habla en los libros”- pensé mientras lo miraba. Era hermoso, no parecía un hobbit corriente, como Sam. Era más... élfico... no se como explicarlo.
 Le sonreí, y, como declarándose satisfecho con esto, volvió a tumbarse en la fresca hierba. Reinaba el silencio, y aproveché para asimilar toda la información nueva que tenía ahora en la mente, sin dejar de observar a los despreocupados habitantes de La Comarca, que colina abajo seguían con sus quehaceres cotidianos.

“¡Gandalf!”-pensé de repente, mientras meditaba de nuevo las últimas palabras del hobbit Frodo. Ahora recordaba el nombre de Mithrandir. Era el nombre por el que se conocía entre los elfos a Gandalf, y era el nombre que Bilbo había utilizado antes en el smial para referirse a la persona (o ser) que tenia que acudir a La Comarca para aclarar un poco la situación.
Ahora lo comprendía... esperaban la visita del viejo mago... pero, ¿Para qué?¿Era algo relacionado conmigo? Las manos me comenzaban a temblar de nuevo.
Y entonces, sin venir a cuento, otra idea retumbó en mi cabeza. Pero esta si que no me la había planteado hasta ahora. Me surgió, simplemente, con una facilidad que casi me hizo olvidar los anteriores pensamientos y esbozar un amago de sonrisa... ¿Cómo podía acordarme de algo así en un momento tan desesperado?
Sin vacilar, pregunté a Frodo, que parecía dormitar ahora:

- ¿Hay espejos en Bolsón Cerrado?

El hobbit pareció un poco extrañado. Sam oyó también la pregunta y me miró por debajo del brazo que le cubría los ojos. Frodo se incorporó sobre los codos, mirándome, divertido.

- Claro-me contestó. Y uno de cuerpo entero. Es perfecto para acicalarnos-el esbozo de sonrisa se fue ampliando, cuando adivinó mis intenciones-: supongo que para una hobbit recién llegada como usted, es inevitable echarse un pequeño vistazo, ¿No es así?

Solté una carcajada. El hombrecillo era listo... Sam reía también.

- Bueno, debe tener en cuenta, Frodo, de que jamás he visto que aspecto tengo siendo una hobbit.-contesté, dándome cuenta casi al instante de que había metido la pata.

El hobbit me miró con desconcierto. Sam se incorporó totalmente, los ojos muy abiertos y el cuerpo en tensión, escrutándome. La cara de Frodo era un poema. Era obvio que había oído perfectamente lo que había dicho, pero sin llegar a creérselo.

- Perdone... ¿Qué ha dicho?-me preguntó, sin quitarme la vista de encima.
- No me haga caso, por lo menos aun -le dije-. Como usted mismo dice, cuando llegue Gandalf todo se explicará... o al menos eso espero... yo soy incapaz de aclararle nada por el momento.

Y era verdad. Aunque apenas recordara cosas sobre mi vida anterior, algo tenía seguro: jamás había estado en La Comarca, y mucho menos había sido una hobbit en mi vida. Por esas afirmaciones podía poner la mano en el fuego tranquilamente.
Incorporándome, dejando a los hobbits mirándome aun, incapaz de adivinar sus pensamientos, me alisé la extraña falda con las manos y miré de nuevo mis pies; mis enormes pies, y dije, alegremente, intentando quitarles de la cabeza mis palabras:

- Bueno, ¿Es que no van a llevarme hasta ese espejo?

Los hobbits se miraron.



1 2 3 4 5

  
 

subir

Películas y Fan Film
Tolkien y su obra
Fenómenos: trabajos de los fans
 Noticias
 Multimedia
 Fenopaedia
 Reportajes
 Taller de Fans
 Relatos
 Música
 Humor
Rol, Juegos, Videojuegos, Cartas, etc.
Otras obras de Fantasía y Ciencia-Ficción

Ayuda a mantener esta web




Nombre: 
Clave: 


Entrar en el Mapa de la Tierra Media con Google Maps

Mapa de la Tierra Media con Google Maps
Colaboramos con: Doce Moradas, Ted Nasmith, John Howe.
Miembro de TheOneRing.net Community - RSS Feed Add to Google
Qui�nes somos/Notas legalesCont�ctanosEnl�zanos
Elfenomeno.com
Noticias Tolkien - El Señor de los AnillosReportajes, ensayos y relatos sobre la obra de TolkienFenopaedia: La Enciclopedia Tolkien Online de Elfenomeno.comFotogramas, ilustraciones, maquetas y todos los trabajos relacionados con Tolkien, El Silmarillion, El Señor de los Anillos, etc.Tienda Amazon - Elfenomeno.com name=Foro Tolkien - El Señor de los Anillos