La Saga de los Elegidos

18 de Mayo de 2003, a las 00:00 - Sypholin
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Capítulo 2: Tres sujetos de distinta procedencia.

Eso ocurría muy pocas veces; mejor dicho, casi ninguna.
Asustarse por ver una película de terror de mala calidad era una ridiculez, pero la que vio ese día, era realmente escalofriante.
Se supone que Pablo vivía en Argentina, en Buenos Aires, para ser mucho más preciso, y le gustaba su país, pero se preocupaba por él también.
Pablo era un muchacho de pelo corto, entre rubio y castaño, y era bajo, bajo para tener 15 años, aunque lo que le faltaba en estatura, lo tenía en sabiduría. Sus ojos cafés eran extraños, miraban muy seriamente y podían ver muy profundo en el corazón de las personas.
Por esta extraña habilidad, sus compañeros de curso -y no sólo de su curso- lo consideraban "raro", decían que era hijo de un brujo o cosas por el estilo. Pero aparte de esa característica extraña, no había otra razón aparente para burlarse de él, o de su familia, o de sus cosas, o como vivía.
Mientras tanto, lejos de ese lugar, en Arabia Saudita, un joven árabe se escapa misteriosamente de un edificio de Riyadh, la capital.
Llevaba escondido entre las ropas un extraño diamante que cambiaba de color en cada fase lunar. El joven era Ahmed, hijo de un militar árabe y una dueña de casa; pero ellos murieron en la Guerra del Golfo Pérsico, dejando a Ahmed, de 4 años y dos meses, al cuidado de un pariente. Pero su padrastro era muy cruel con el joven, y Ahmed soportó 5 años esa terrible vida, hasta que se escapó de su casa, y se convirtió en un proscrito, sin familia, ni amigos, ni alguien que le enseñara las cosas buenas de la vida. Y así vivió unos años, en la calle, robando para sobrevivir y para beneficio suyo.
Cumplidos los 13 años, Ahmed fue sorprendido robando en una tienda, pero lo capturaron y lo llevaron a prisión. Ahora que poseía 15, el mundo no era igual para él. No tenía amigos, ni familia; vagaba por las calles y mendigaba por comida, sus manos morenas estaban resecas y le dolían; sus pies cansados y ya casi deformes; su rostro reflejaba la angustia de un niño sin infancia, y la ira de un adolescente sin futuro, con sus ojos negros como carbones y su tez morena, quemada por el sol. Estaba escuálido, las costillas sobresalían de su pecho...
Y tenía frío... hace ya mucho tiempo vivía en el frío de las ciudades de Arabia, cobijándose con una manta robada, la única protección que poseía para no morir de frío.
Así estaba Ahmed, hasta que lo encontraron. Una familia de clase media encontró a este ser humano botado en la calle, congelado, con hipotermia, y sostenía el Diamante en una mano: su mano izquierda.
Había encontrado a alguien que nunca había esperado: el hermano de su padre; Ahmed había sido encontrado por su tío.

Siempre que había algo de historia, una película, un libro o una exposición, ahí tenía que estar metido Ricardo Cousiño.
Se rumoreaba que era el descendiente de uno de los Cousiño, los del Palacio Cousiño, en Chile.
Con su rostro flaco y facciones astutas, Ricardo era considerado todo un superdotado en su curso... el Primero Medio "C". Le decían "Libro con patas", "E.S, el Extra Sabiondo", "Ricardo Magno (por su afición a la cultura griega)" y "Don Enciclopedia Parlante".
A decir verdad, Ricardo era destacado en todas las materias de la escuela, excepto en manualidades... no tenía un buen pulso que digamos. No se sacaba bajas calificaciones, pero no eran altas tampoco, y aunque trataba de superarse... no podía, simplemente no podía.
Pero nunca faltan los némesis... aquellos sujetos que siempre están tratando de entorpecer la labor del bueno, lo molestan y lo humillan.
Aquellos sujetos que gozan viendo al esforzado sufrir, que se deleitan con el dolor ajeno... los que consiguen las cosas fácil y rápidamente.
Y como nunca faltan (en verdad, sobran), nuestro amigo Ricardo también poseía unos enemigos... ¡de esos que son pésimas personas!
De los que llegan en el momento menos apropiado...
-Hey tú, gafotas -le dijeron a Ricardo, por sus gafas... que ni siquiera eran tan grandes.
Ricardo justo estaba declarándose a una compañera que le gustaba mucho.
-Espérame-le dijo a su compañera-. ¿¡Qué diablos quieren!? -les gritó, dándole la espalda a su amiga-. ¿¡No ven que estoy ocupado!?
-Nos importa un pito si estás ocupado o no -le dijo el que parecía ser el jefe: un sujeto gordo y con mejillas rojas... parecía un auténtico puerco... si no fuera por esa cadena que llevaba en la mano-. Hay asuntos que tenemos que arreglar... gafotas.
-Te diré 2 cosas, Miguel -le dijo Ricardo, con la intención de provocar miedo, aunque realmente daba entre lástima y risa-, uno: no me digas gafotas; dos: no tengo tiempo para estupideces.
-Ah -se burló otro de la pandilla, un tipo delgado y pálido-, pero nosotros sí tenemos tiempo para ti... ¿acaso estás muy ocupado con tu chica, Cousiño? ¿Me la prestas? -se acercó a la niña, le agarró el brazo, mientras que ésta lo miraba con repulsión.
-¡Déjala a ella en paz! -le gritó-. ¡No te atrevas a tocarla!
El delgado se dio media vuelta, y le propinó un golpe en la boca, acción que lo derribó.
-Nadie me dice que hacer, Gafotas -le respondió, mientras el "jefe" lo pateaba en el estómago.
De pronto, la joven se zafó del agarre del flaco, y corrió hasta una sala cercana, para avisarle a un profesor.
-¡Tenías que haberla agarrado más fuerte, inepto! -le dijo el "jefe" al flaco.
-¡Si tú hubieras cooperado un poco, ella no se hubiera...!
-Hey -dijo el tercero de la pandilla-, mejor corramos, la Amanda nos va a delatar con un viejo...
-Tienes razón, Juan -gruñó el "jefe"-. Tú -le dijo en tono despectivo a Ricardo-, estás advertido: a la próxima no te salvas.
-¡Delincuente que arranca sirve para otro delito! -dijo el flaco, y los 3 escaparon a toda velocidad.
Éstos eran, los típicos delincuentes de la escuela, y obviamente, se habían enfocado en Ricardo... aunque varios más también eran víctimas de esos fulanos.
Cuando Ricardo estaba en el suelo, llegó Amanda y un profesor, el cual llamó al instante a la enfermera del colegio.
Estuvo internado 2 semanas en el hospital por lesiones múltiples.
Pero estar en ese lugar... él lo tomo como suerte; porque Amanda le declaró que ella estaba enamorada de él. ¡Eso sí es tener suerte! (Lástima que eso no pase muchas veces seguidas en la vida real... )
Cuando salió del hospital, lo primero que fue a hacer fue a regalarle flores a su querida Amanda, pero en el camino se dijo a si mismo "no todavía... voy a esperar una ocasión de veras especial y le regalaré las flores más bellas..."
Pero eso no era verdad; ahora estaba viendo el mundo de otra forma.
No era el mismo, había cambiado. ¿Por qué ese cambio? No lo sé...
En otro lugar, en Buenos Aires, para ser más preciso, el joven Pablo seguía viendo aquella aterradora película...
¿Pero por qué daba miedo? ¿Qué tenía de especial?
Lo que pasa, es que la mirada se le quedó clavada en la pantalla del televisor... mientras él estaba inmóvil: sólo podía ver la pantalla, y lo que ésta mostraba... los más íntimos y profundos miedos de Pablo, aparecían frente a sus ojos. Y lo peor de todo... no podía evitarlo, no podía mover la vista hacia otro lado... estaba muerto de miedo.
Y ahí... justo en ese mismo instante: apareció su mayor temor, frente a él; y no podía desviar la mirada. Una inmensa abeja apareció de entre la oscuridad, mostrando su aguijón venenoso, con gotas de ácido en él, que caían al piso negro; y un zumbido aterrador... algo inexplicable.
Y en ese momento, cuando la abeja venía hacia él, un corte de energía eléctrica apaga la pantalla del televisor, mientras que Pablo cae de espaldas, como si le hubiera llegado un shock estático.
Y quedó así, con la vista fija al techo, hasta que recobró sus sentidos y su conciencia; recuperó la movilidad de los miembros de su cuerpo, y descubrió que algo extraño había ocurrido: esas cosas no pasan así... no son comunes.
-Es imposible que haya pasado -murmuró-, realmente no me lo creo. ¡Cómo pudo aparecer frente a mí, mi peor pesadilla!
"Tal vez sean de esas preguntas sin respuesta...

Por lo menos, Ahmed ya estaba en mejores condiciones. Sin duda, la estadía con sus parientes le había hecho bien para su mente y cuerpo.
Ahora estaba un poco más "relleno": se le notaba en el rostro; y podría decirse que ahora tenía hasta una pequeña barriga.
Ahmed también cambió su forma de ser: ahora era más cortés, más respetuoso y sincero, sobre todo con sus tíos, los cuales no tenían hijos; sus días de delincuente juvenil, de enemigo de la sociedad, habían quedado atrás.
Pero Ahmed jamás les dijo algo sobre el misterioso Diamante que había robado de aquél edificio... a nadie le dijo, y se lo guardó en su bolso, que siempre lo llevaba a todos lados.
Nada en común tenían estos tres sujetos, hasta que sin querer, se encontraron ellos mismos en un brete que ni siquiera ellos se habían imaginado, en algo demasiado peligroso para sus vidas.



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