La Saga de los Elegidos

18 de Mayo de 2003, a las 00:00 - Sypholin
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Capítulo 4: El grupo.

Charlie se volteó, y se dio cuenta de que el Portal había desaparecido.
-Ahora si que estoy en graves problemas -se dijo-. Estoy atrapado en este lugar, solo, y nadie sabrá que estoy aquí. Sólo me resta seguir avanzando.
Estaba en una caverna larga e iluminada por antorchas en las dos paredes; el piso era de piedra gris y fría. Era un pasadizo largo y tosco, no tenía ningún dibujo, ni figura, ni alguna otra cosa. Charlie estaba ahí, solo, el único de todo un planeta.
Empezó a caminar, y se dio cuenta de que el pasaje era más largo de lo que imaginaba, estrecho, solitario y largo.
Después de haber caminado un buen rato, escuchó un ruido que le devolvía la alegría al corazón, estuviera solo o acompañado, tenía sed, y sólo quería una cosa: agua.
Corrió hasta donde supuestamente venía el ruido del agua, y encontró una especie de río subterráneo y un lago, en una caverna inmensa y oscura, con estalactitas y otros pasajes oscuros. Un agujero en el techo de la caverna filtraba una luz, y esa luz iluminaba el lago. Las antorchas se habían terminado, pues era el fin del pasaje, y Charlie corrió alegrado hacia el lago. Al mirarlo, notó que el agua era cristalina y fría, pero no tan helada como para dar frío, pero lo suficiente como para refrescar. Trató de acordarse cuando fue la última vez que probó un sorbo de agua; fue en el Aeródromo, la última vez que probó agua. Hace unas pocas horas, según él, pero había caminado ya unas 6 horas, y el tiempo del mundo normal estaba congelado. Bebió hasta saciarse, ya que el agua estaba deliciosa, mejor que ninguna que jamás había probado en su corta vida. Se sentó en el borde del lago, a mirar su reflejo y a descansar un rato de tanto caminar.
-Has llegado... has venido... perdición...
La voz lo volvió a atormentar. Se había olvidado de lo molesto que era tener ese sonido en la mente. Descansó una media hora, hasta que otro sonido lo inquietó: voces. Voces, pero no roncas ni misteriosas, sino de niños, algunos hablaban inglés muy bien, pero otros trataban de imitar el sonido inglés, y otros no hablaban ese idioma. Voces lejanas, y una la reconoció, de todas esas voces desconocidas y distintas.
Los niños, venidos de distintos túneles oscuros, sin luz, pero más amplios, miraron a Charlie con asombro, menos una niña, una niña que Charlie conoció en un viaje de Londres a Calama. Una niña de pelo castaño, ojos verdes y una suave voz reconocible desde lejos: Julie. Julie lo miró con alegría, más que con asombro. Corrió a su encuentro, y Charlie al suyo.
-¡Julie! -exclamó Charlie-. ¡Qué alegría verte de nuevo! -y la abrazó con cariño.
-No estabas tan cariñoso en el avión, cuando te dije que eras pesado -dijo Julie sarcásticamente-. Pero de todas formas me alegra verte.
-Bueno -dijo el joven, quitando sus manos de ella-, ¿qué haces aquí?
-Es lo mismo que te iba a preguntar -dijo ella-. Yo llegué de repente. Cerré los ojos, y al abrirlos estaba en la caverna. ¿Cómo llegaste tú? ¿De la misma manera?
-No precisamente -dijo Charlie-. Entré en una caverna, llegué al final, y entré en un Portal extraño. Llegué a ese largo y estrecho pasaje con antorchas que se ve allá -apuntó al pasaje-, y vine hacia acá, y llegué muy cansado. Uno de los niños se molestó.
-Oye, niño -le dijo a Charlie-. Alégrate, por lo menos tuviste un poco de luz y no tuviste que andar a ciegas como nosotros.
-¡Sí! -respondieron todos al unísono, menos Julie-. ¡No deberías porque estar tan enojado!
-Bueno, si los molesté con mi comentario, me disculpo -dijo Charlie, irritado-. No sabía que eran tan enojones.
-No lo seríamos si tú no fueras tan mariquita -dijo el que parecía el más grande-. Te quejas por todo, pareces una niña.
-¡Yo soy una niña y no me quejé! -exclamó Julie-. Tampoco tienes derecho a decirle lo que debe hacer.
-Yo tampoco me quejé -dijo otra niña-. Ella tiene razón y deja a Charlie en paz. Eres bastante fastidioso.
-Ni siquiera me conoces, niña -dijo el grandulón.
Charlie se preguntó cómo pudo saber su nombre, pero al verle la cara se sonrojó: era su amada Betty.
-¡Betty! -pensó-. ¿Cómo pudo llegar acá? ¿Por qué está acá?
-Tú tampoco tienes derecho a decirme lo que debo hacer, niña -dijo el grandulón-. Te pegaría hasta dejarte sangrando si no fueras niña.
Ahí se armó una discusión de la cual Charlie no formó parte. Insultos aquí, insultos allá; y la voz de su mente empezó a hablar de nuevo.
-Peleas... alimenten el odio... hagan crecer su lado oscuro... y fallarán...
La voz lo atormentaba de una sobremanera. No podía quitársela de la cabeza, y tampoco quería escuchar la pelea, hasta que una voz ronca, poderosa y a la vez serena y común, gritó.
-¡Déjense de pelear! Mientras más pelean, menos posibilidades tienen de volver a donde pertenecen.
Se hizo el silencio total. Apenas se escuchaba la respiración.
-¿Conque eso quieren, eh? -dijo la voz-. Añoran volver a sus hogares, con sus familias. Deben dejar sus diferencias a un lado. Y tú, Adolfo -le dijo al joven que insultó a Charlie de mariquita-, o te callas o te hago callar.
Todos miraron a una piedra que se levantaba en medio del lago, donde los rayos de luz llegaban más fuertes, había una figura envuelta en una capa morada con capucha del mismo color. En su mano derecha llevaba un bastón bastante tosco, en el cual se apoyaba. El rostro no se le veía, sólo el brillo de los ojos, profundos como un pozo de sabiduría y antiguos como los cimientos de la Tierra misma.
-No han sido llamados en vano -dijo la figura-, pues ustedes tienen una misión que cumplir. Tendrán que ser todos iguales, dejar las diferencias a un lado, y convivir todos en armonía y amistad. Si no lo logran, es posible que nunca vuelvan a ver a sus seres queridos, ni sus pertenencias. Son 15 elegidos en todo el mundo, más uno que es la clave de todo cuanto hagan. Nadie sabe quién es la clave, excepto yo.
-¿Nos dirás? -preguntó Charlie.
-No les diré -respondió la figura-. Tendrán que averiguarlo por ustedes mismos. Sus corazones tienen las respuestas, y tendrán que dejar la avaricia, el odio, el temor y todo lo malo de sus corazones, para saber quién es la clave. Su alma es pura, y su corazón es inmenso. Aunque traten los demás de comprobar que son ellos la clave, no lo lograrán, porque siempre se torcerán sus destinos y sus obras. La clave no tratará de comprobar si es o no es, y algunos de ustedes pueden imitar también, pero no crean que eso compruebe que sean los otros. Con el tiempo se revelará.
-No tenemos tiempo -gritó un niño con acento extraño-. Queremos volver a nuestros hogares; más vale que lo digas rápido o sino...
-¿O sino qué? Nada les diré, porque no tienen de que estar preocupados. El peligro está entre ustedes, y no en sus familiares o en sus hogares. Además, este no es su mundo. Han entrado en otro lugar de su planeta, un lugar que sólo su imaginación puede encontrar, y que ningún mapa puede mostrar. Jamás será este lugar encontrado por alguna otra persona que no sean los elegidos. No tienen de que preocuparse, sus padres, familiares o cualquier ser querido están bien.
Ahora preséntense... no querrán decirse "tú", ¿o no?
Así Charlie conoció a Pablo, que venía de Buenos Aires, Argentina; también conoció a Ricardo, el sujeto inteligente que venía de Chile; y conoció a Ahmed, un niño de Arabia Saudita.
-Mi nombre es Ahmed -le dijo fríamente-. No creo que sea un gusto conocerte...
-Puedo decir lo mismo de usted, señor Ahmed -respondió Charlie con igual fríaldad-. Aunque le diré que mi nombre es Charlie.
-No me interesa saber tu nombre -le dijo-. Ojalá valgas más de lo que aparentas.
-Repítelo y te pateo.
-No creo que seas capaz, niño occidental...
-¡Ya basta! -gritó el personaje con la capucha-. No estamos aquí para pelear. Si no aprenden a convivir como amigos, fracasarán en su misión.
Ahmed se dio la vuelta y se alejó.
El tipo grande y corpulento que había tildado de "mariquita" a Charlie se llamaba Adolfo, y curiosamente, también vivía en Buenos Aires.
-Es mejor que no vuelvas a quejarte, si no quieres que te rompa esas gafas de tarado que tienes, ratón de biblioteca -le dijo Adolfo a Charlie.
-Los imbéciles y los cobardes siempre aparentan ser algo que no son, señor Adolfo -dijo Charlie con aparente calma-. Y me parece que usted pefectamente entra en esa categoría.
-Haré que te tragues tus palabras, maldito chillón.
Adolfo se alejó y se fue a conversar con Ahmed, alejado del grupo.
Una chiquilla de pelo largo y rubio, ojos celestes y una linda figura se acercó a Charlie.
-Hola, mi nombre es Marcela. Soy italiana -dijo ella con una sonrisa.
-¿Son todas tan lindas como tú? -dijo uno de pelo corto y cara pícara.
-Sí -respondió otro, con un acento que recordaba al "Padrino", el de la mafia italiana-. Allá en Sicilia hay unas muy lindas... ah, sí, necesito presentarme: mi nombre es Gustavo -se acercó y le tendió la mano a Charlie con una sonrisa.
-El mío es Charlie -le estrechó la mano-. ¿Vienes de Sicilia?
-Oh sí -dijo Gustavo-. Mi abuelo era de la mafia. Lo mataron cuando mi padre tenía 15 años. Siento pena... mi padre dice que era un buen caballero, aunque un poco rudo cuando se enojaba. Nunca llegué a conocerlo...
-Bueno, amigos míos -dijo el de la cara pícara-. Mi nombre es Alberto, experto en español, inglés, árabe y japonés. Gusto en conocerlos a todos.
-Oye, tú -le gritó Ahmed al políglota-. ¿Puedes saber qué lo que estoy diciendo ahora?
-Si puedo -dijo Alberto-. Cuando digo que sé, es porque realmente lo sé.
-Me agradas -dijo Ahmed-. Dices las cosas de frente. Que lástima que no haya más como tú -miró a Charlie.
-Gracias por el elogio -respondió Alberto-, pero...
-Nadie es mejor que otro -respondió una niña de tez pálida y largas trenzas de cabello negro. Tenía la cara muy amigable y los ojos de la raza oriental-. Mi nombre es Maki. Vengo de Japón.
-Este grupo me parece interesante -le susurró Julie a Charlie en el oído-. Tantas razas distintas, tantos idiomas distintos... es tan... extraño.
-Bueno -dijo un muchacho negro, de cara alegre y pelo cortísimo y rizado-. Me llamo Andrew. Me agrada conocer gente nueva, y...
-Soy Giovanni -le dijo un joven que parecía tener mucho dinero, o venir de una familia adinerada-. Gusto en conocerlo, Charlie.
-Puede tratarme de "tú", Giovanni -dijo Charlie.
-Yo soy Honomishi -dijo un muchacho oriental de cara amarilla y risueña.
-Y yo me llamo Tetsamu -dijo otra muchacha oriental, pero ésta tenía el pelo más corto y rasgos más finos.
-Mi nombre es Kim -dijo otra niña con cara oriental-. Mis padres son coreanos, pero nací en Estados Unidos.

-Perfecto -dijo el encapuchado- Conózcanse, establezcan lazos de amistad, aprendan a respetarse unos con otros. Porque ustedes serán su familia, ustedes serán sus propios amigos... no hay forma de regresar a su mundo, niños. Sólo se tienen a ustedes mismos, y a sus compañeros.
"¿No querían acaso volver a ver a su familia? Pues si logran respetarse, si logran entenderse unos con otros, su misión se hará mucho más fácil. Quizá no vean el peligro que los asecha ahora, por ser tan jóvenes y cerrados de mente. Quizá no entiendan bien el propósito de su venida, por no entenderse a ustedes mismos ni entender a lo que les rodea. Quizá se les haga muy difícil todo el viaje, porque no están acostumbrados a semejantes empresas.
-¿Y cuál sería nuestra misión? -preguntó Pablo.
-Eso tendrán que descubrirlo por ustedes mismos.
-Tú nunca nos dices nada -reclamó Ricardo, molesto.
-Tengo mis razones -respondió el personaje-. De ustedes depende nuestro futuro...
-¿De nosotros? -dijo Adolfo-. ¿Qué quieres decir con eso?
-Ya dije demasiado. Si miran en sus bolsillos encontrarán un saquito con monedas de plata. Estas monedas se llaman Fhers. Son la moneda oficial de Enmaesa.
-¿Enmaesa? -preguntó Adolfo-. ¿Qué diablos es eso?
-Una ciudad -respondió el encpuchado-. Una ciudad-estado, para ser más correcto. Si dijera que es una ciudad-reino, diría la verdad.
-¿Qué tenemos que hacer en Enmaesa? -preguntó Charlie.
-No puedes decirnos, ¿cierto? -se burló Adolfo.
-Me has sacado las palabras de la boca -dijo el encapuchado con molestia-. Pero hazme un favor: cállate. No voy a perder el tiempo discutiendo contigo.
Adolfo trató de hablar, pero no pudo abrir la boca: los labios estaban pegados unos con otros. Se dio la vuelta para retirarse del lugar, pero el encapuchado volvió a hablar.
-Aunque no hables, no significa que no puedas escuchar. No te irás hasta que yo diga.
Adolfo se quedó tieso, plantado en el suelo. Totalmente rígido, sólo podía parpadear, respirar y obviamente, escuchar.
-Sólo les diré que algo corre peligro allí. Alguien, en verdad. Tendrán que descifrar este enigma y sabrán que hacer allí.

Si no todo es lo que parece ser,
¿Por qué aceptan al de la voz malvada?
Si no siempre la bondad se encuentra en una cáscara bella,
¿Por qué aprisionan al del corazón bravo y alma guerrera?
Si las mentiras abundan de su boca,
¿Por qué le hacen caso?
¿No verán lo que hay más allá de sus narices?
¿O tiene un disfraz que esconde su realidad?
Si no ven la verdad, ni desatienden lo que les dice,
¿Cómo esperan salir del abismo?

Todos escucharon atentamente las palabras, y se les quedaron grabadas en la mente.
-Esperando... la señal... el siervo vendrá... la tormenta caerá sobre todos -la voz volvió a sonar dentro de la cabeza de Charlie.
-No pueden escapar a su destino, no obstante, hay dos que se alejarán del grupo, pues su camino es distinto al de todos ustedes. Nuestro futuro no está escrito todavía... ustedes deberán hacerlo. Su destino era llegar a este lugar, pero jamás fue escrito lo que sucedería después de su llegada. Por eso tememos tanto... por eso su misión es tan importante.
"Todos hablarán el Idioma Tradicional, es decir, lo sabrán, no necesitarán aprenderlo, aunque pueden hablar también en sus propias lenguas sin ninguna dificultad.
-Muy bien -dijo Charlie-. Comenzemos con lo nuestro.
-La salida muchachos, está por ese pasaje -apuntó con el bastón a una caverna oscura que nadie había notado- Es corta y sale directamente a la superficie. Ya puedes moverte y hablar, Adolfo -le dijo al joven. Éste se movió, y murmuró algo ininteligible.
-Buena suerte -dijo el encapuchado, y desapareció súbitamente.
-Ahora estamos solos -dijo Charlie.
-Pero ni creas que te harás cargo de nosotros -dijo Adolfo-. A mi nadie me manda.
Ahmed se acercó a Charlie.
-Escúchame bien, niño occidental -dijo en un susurro-. No quiero tenerte de enemigo, ni tú a mi, así que más vale que no me molestes. Ya he sufrido mucho en mi vida, y no lo haré más por culpa de un niñito...
-Entendí, Ahmed -dijo Charlie-. No te preocupes, trataré de no entrometerme en tu camino. A propósito, ¿por qué has sufrido en tu vida?
-Más te vale, Charlie -dijo Ahmed-. Y lo de mi vida no te incumbe. Es en serio.
-Está bien, no haré preguntas -dijo Charlie.
-Así está mejor -dijo Ahmed con una sonrisa torcida.
-Tal vez lleguemos a ser amigos -dijo Charlie y le tendió la mano-. En realidad no me gustaría tenerte como enemigo, y no es porque sea cobarde.
Ahmed lo miró, sonrió levemente, meneó suavemente la cabeza a los lados y se dirigió hacia el oscuro túnel que llevaba a la superficie.
-Tal vez no le interese ser mi amigo -pensó Charlie, un poco irritado-. Pues bien, a mí tampoco me interesa...
-Charlie -dijo una voz de niña que lo sacó de sus pensamientos-. ¡Charlie!
Era Betty. Charlie se sonrojó un poco al verla.
-¿Qué haces aquí? -preguntó Charlie.
-Eso mismo te iba a preguntar yo.
-Creo que nadie lo sabe.
-Entonces, ni tu pregunta, ni la mía tienen respuesta -dijo ella. Sonrió y se fue hacia la salida. Charlie se quedó mirándola como distraído por un corto tiempo.
-Muévete, Charlie -dijo otra voz de niña, más dulce pero con una molestia evidente. La voz era de Julie.
-Ah, perdón -dijo él, como despertando de un sueño-. Pasa -dijo con la misma voz distraída.
-Vamos Charlie, no querrás quedarte último -dijo Julie, pasándole la mano por enfrente de los ojos-. ¿O si?
Charlie pareció despertar definitivamente en ese entonces.
-No, para nada. ¡Vamos!
Pasaron por el estrecho túnel oscuro hasta que encontraron una puertecilla de madera cerca de sus cabezas. Pablo, que iba primero, la abrió y parpadeó, pues llegaba mucha luz.
Salieron de la caverna y vieron que un lindo paisaje campestre, con colinas y árboles frondosos se extendía frente a ellos. A lo lejos, mirando hacia el frente, se veía una cordillera de montañas grises y picos afilados.
-Es un inmenso campo verde -dijo Betty, tomando aire.
-Ah sí, ¿sabes que no me había dado cuenta? -se burló Adolfo.
Charlie lo miró amenazadoramente, y Adolfo le devolvió de la misma forma la mirada.
-Se parece a Inglaterra -dijo Julie.
-Jamás había visto tanto pasto en mi vida -dijo Ahmed-. Estoy acostumbrado a ver los distintos tonos de café y gris del desierto.
-Estamos perdidos -dijo Charlie-. No sabemos adónde ir. No tenemos mapa, ni brújula, ni...
-Separémonos -dijo Pablo- Yo, Charlie, Betty y Julie iremos al frente. Elijan a sus compañeros y escojan adónde ir. Vuelvan a este lugar en veinte minutos. Supongo que tienen reloj, ¿no es así?
La mayoría dijo que sí.
-Bien -dijo Pablo-. Investiguemos, y pasados los veinte minutos, volvamos a este lugar y digamos lo que hemos visto. ¿Vale?
Todos asintieron con la cabeza.

Después de pasados los veinte minutos, el grupo de Pablo volvió a la roca donde se encontraba la diminuta puertecilla.
-Esperen que sepan esto los demás -susurró Pablo. Charlie, Julie y Betty se miraron con una sonrisa satisfactoria.
Esperaron un rato, hasta que vieron llegar desde la derecha a Adolfo, Ahmed, Alberto y Andrew. Desde la izquierda vieron a Honomishi, Maki, Kim y Tetsamu, mientras que de frente (Pablo, Charlie, Julie y Betty estaban dándole la espalda a la cordillera y hacia donde habían ido) se veían Gustavo, Giovanni, Marcela y Ricardo.
Cuando llegaron todos a la puertecilla, se pudieron a contar qué habían visto.
-Nos diste muy poco tiempo -reclamó Ricardo- no sé cómo esperabas que viéramos algo en veinte minutos.
-O sea, que no viste nada -dijo Charlie.
-Nada -dijo Giovanni-. Sólo más árboles y más pasto.
-Lo mismo que nosotros -dijo Kim.
-Yo no ví nada de nada -dijo Ahmed-. Pero con sólo ver el pasto, siento ganas de correr libremente por este paisaje, de respirar este aire tan vegetal...
-Me imagino que la vida en el desierto no es muy fácil -dijo Charlie-. ¿O me equivoco?
-No es fácil -respondió Ahmed-. Menos la mía, y tú sabes bien que no diré más -miró de reojo a Charlie.
-¿Y qué hay de ustedes? -preguntó Marcela-. ¿Encontraron algo?
-Nada interesante -dijo Betty, quien parecía a punto de sonreír.
-Sólo una ciudad con blancos muros alrededor de una colina, y un castillo gris en su cima -respondió Julie.
Los demás, excluyendo a Charlie y a Pablo, por supuesto, los miraron con asombro y enojo al mismo tiempo.
-¿Por qué no nos dijeron al principio? -exclamó Andrew.
-Porque simplemente no nos dejaron hablar -dijo Pablo.
Nadie tuvo algo que objetar contra esta afirmación. Adolfo rompió el silencio después de un rato.
-Bueno, ¿vamos a ir hacia allá o no? -dijo-. Tal vez esa ciudad sea Enomese, o como sea.
-Enmaesa -lo corrigió Pablo-. Es muy posible que sí sea esa ciudad. Por primera vez Adolfo tiene razón -lo miró de reojo-. No tenemos nada que perder.
-Si no es Enmaesa, le preguntamos al rey adónde queda, y si es... pues... ahí vemos que podemos hacer -dijo Charlie.
Se pusieron en marcha rápidamente. De pronto, sintieron un temblor; miraron hacia la puertecilla y se dieron cuenta de que unas grandes y pesadas rocas la habían sepultado.
-No podremos regresar si fallamos en nuestra misión -dijo Marcela, preocupada y hasta nerviosa-. No podremos volver si fallamos...
-Entonces estamos condenados a no fallar -dijo Charlie.
-No -dijo Pablo-, recuerden lo que dijo el encapuchado: nuestro destino no está escrito; por otra parte, no creo que el destino exista... somos nosotros quienes forjamos nuestro destino y nuestro futuro.
"Tal vez, alguno de nosotros muera en el camino, aunque quizá otro pueda irse por un camino diferente al nuestro; no sabemos con exactitud qué nos depara el futuro. Ni el encapuchado lo sabía.
-Espera un momento -dijo Charlie-. Hablaba en plural, ¿no es cierto? Entonces, ¿no habrían más como él?
-Buena pregunta, pero como muchas otras, no tienen respuestas en este momento -dijo Pablo-. Ahora, sigamos con nuestro camino.
El cielo estaba despejado, aunque se veían unas pocas nubes en algunos lugares. Corría un viento suave, que refrescaba a los jóvenes, pues había mucho calor.
No todos iban muy contentos; extrañaban sus hogares, a sus familias, a sus amigos, a sus ciudades y demás cosas. Estaban obligados a ir a una ciudad que no conocían, a hacer algo que no sabían.
Charlie se encontraba dividido entre la alegría de tener a Betty y a Julie de su lado, y la tristeza de perder a sus padres, y de no volver a verlos quizá. Tal vez en ese viaje él perdería la vida... no podía saberlo, y por eso, sentía miedo.
Todos tenían miedo.



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