La Saga de los Elegidos

18 de Mayo de 2003, a las 00:00 - Sypholin
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Capítulo 5: El Rey y el Consejero.

El sol brillaba alto, y los rayos pegaban fuerte en la nuca de los jóvenes.
-¿Alguien trajo agua? -preguntó Maki-. Me muero de sed.
-Yo también -dijo Adolfo-. A nadie se le ocurrió llenar con esa agua cristalina de la caverna; esa rica y refrescante agua que manaba de pequeños orificios hasta caer en el lago del centro; esa agua tan pura y transparente que podía reflejar los...
-¿Podrías callarte? -reclamó Andrew-. Te estás mereciendo una paliza.
-¿Y quién me la va a dar? ¿Tú acaso?
-Adolfo, cállate -dijo Pablo-. Sabes, y recuerdas muy bien lo que pasó ese día en la piscina... no quieres que vuelva a pasar, ¿cierto?
Adolfo se quedó callado y murmuró algo parecido a crshtmer o algo así.
-No se preocupen -dijo Julie-. Más adelante nos encontraremos con un pequeño arroyo de agua fría. Allí podrán beber agua, y si traen envases, podrán llenarlos para después.
-Pareces guía turístico -le dijo Charlie al oído.
-Necesitaban una explicación -respondió Julie-. Ellos no vinieron hacia acá con nosotros.
Siguieron caminando hasta encontrar el arroyo. Se podía cruzar de un salto, ya que era muy estrecho, pero el agua corría rápidamente a través de él.
Todos los niños (excepto Pablo que no tenía sed) se agacharon y bebieron del arroyo. Cuando ya estuvieron satisfechos, prosiguieron la marcha. Nadie se fijó en el cielo; nadie miró hacia arriba.
Ya habían caminado un buen rato, una gota cayó sobre la cabeza de Julie, y otra sobre la cabeza de Pablo. Empezaron a caer más y más gotas, hasta que empezó a llover con mucha fuerza. Un rayo golpeó el árbol que estaba cerca de los jóvenes.
-¡Vamos rápido! -gritó Charlie-. ¡No podemos perder más tiempo!
Corrieron hacia la ciudad, mientras que la lluvia se hacía cada vez más pesada y el viento más fuerte.
-No puedo creerlo -pensó Charlie- Hace un momento estaba despejado y caluroso... y ahora está frío y más encima lluvioso. Este clima es tan impredecible...
Llegaron a una gran puerta de metal; una gran reja, si soy más preciso. Tenía dos torres de vigilancia, una a cada lado. Un centinela en lo más alto de una de las torres les gritó.
-¡Ustedes! ¿Qué están haciendo aquí? La entrada a la ciudad no está permitida a esta hora.
Charlie miró el reloj que tenía en la muñeca: eran las 6:45 de la tarde.
-¡Pero si sólo son las 6 de la tarde con 45 minutos! -gritó Charlie.
-¿Qué estás diciendo, niño? ¡Es la hora undécima! El ingreso sólo está permitido hasta la hora décima, y no hasta más tarde.
-Nosotros no somos de aquí -dijo Pablo-. No teníamos conocimiento de esa regla.
-Los lunarianos conocen eso, y los flornityanos también.
-No somos de esos lugares -dijo Julie-. ¿Podría dejarnos pasar por favor? Estamos buscando un lugar dónde quedarnos.
-¿Es esta ciudad la llamada Enmaesa? -preguntó Pablo.
-Sí señor -respondió el centinela-. Enmaesa, la del Castillo Gris, como se le conoce en Lunari. Está bien, los dejaré entrar. ¡Abre la puerta, Erhoden! -le gritó a otro centinela.
La puerta chirrió, y lentamente fue elevándose sobre el suelo. Había un letrero de madera que tenía letras blancas pintadas, y que decían: Puerta Oeste.
-Hemos llegado -dijo Charlie y entraron a la ciudad.

Enmaesa era una ciudad que estaba situada bajo una colina. Sus casas rodeaban la colina, y en ella se alzaba el Castillo Gris, donde el Rey vivía. La Ciudad tenía forma elíptica, prolongándose hacia el este. Enmaesa tenía 4 puertas: la Norte, la Sur, la Este y la Oeste. Cabe decir que las más frecuentadas eran la Este y la Oeste, pues los comerciantes que venían del Puerto de Lunari, y el Reino escondido de Flornitya quedaban al oeste y al este de Enmaesa, respectivamente.
Había sido fundada mucho tiempo atrás, por el gran Feodwing, que llegó del desierto del norte con su pueblo y con mucho sacrificio fundó Enmaesa. Cuando el muro y algunas casas estuvieron terminadas, el Señor de las Sombras envió a algunas de sus tropas a destruir la ciudad. Feodwing no se encontraba en ese entonces, y los enmaesianos temieron por sus vidas, aunque algunos lucharon fieramente por lo que habían tardado en hacer. Lograron repeler la primera oleada, y las tropas enemigas volvieron hacia el este, donde se encontraron con Feodwing y sus soldados, además de algunos flornityanos que decidieron ayudarlos. La primera oleada fue destruida completamente, y Feodwing junto a sus hombres llegaron triunfantes a Enmaesa. Días más tarde, el Señor de las Sombras envió un escuadrón más numeroso a capturar las bases de la Cordillera Gris (la misma que habían visto los jóvenes al salir del túnel). Las tropas enmaesianas no pudieron contener la furia del enemigo y fueron derrotados. Los enmaesianos lucharon día tras día, sin parar por nada del mundo, defendiendo las bases, pero el valor no fue suficiente para detener a las tropas enemigas, quienes los aventajaban en número.
Feodwing se enteró rápidamente de esto y decidió fortificar más la ciudad, pues se veía inminente un asedio. Estaba en lo correcto.
Apenas habían terminado de construir un segundo muro más alto atrás del primero que hicieron, llegaron miles de trasgos con arietes y catapultas. Lanzaban piedras con fuego, y trataban de derribar las puertas. Los arqueros enmaesianos tiraban y tiraban flechas, mas no eran capaces de frenar el asedio.
Mientras más y más soldados salían a defender Enmaesa, Feodwing envió un mensajero a Flornitya pidiéndole refuerzos; a cambio, le cedería algunas de las bases en la Cordillera. El mensajero llegó a salvo a Flornitya, y el Rey envió a sus mejores soldados a combatir. Obviamente, una alianza con este nuevo reino lo beneficiaba ampliamente contra la Sombra de la Montaña Inmortal.
Los enmaesianos morían y morían; nada podía parar al enemigo. Feodwing mismo salió a luchar, y gracias a su fuerza y su valentía, las cosas se nivelaron un poco, pues al ver a su Rey peleando, los soldados (y civiles) se inflamaban de orgullo y salían a combatir con toda la ferocidad posible.
El enemigo controlaba todas las bases de la Cordillera, pero los flornityanos llegaron justo a tiempo para recuperarlas; después de concluída esa fase, los flornityanos continuaron y llegaron a Enmaesa, donde ayudaron a los locales a vencer a los trasgos.
Unos pocos soldados enemigos escaparon, y le contaron la noticia a su Señor, quien envió a su más fiel y poderoso sirviente: Grof el Oscuro.
Grof llevó consigo a soldados muy poderosos y diestros en hechicería. Estaba seguro de que iban a ganar esa vez.
Los enmaesianos y los flornityanos empezaron a reparar Enmaesa. Recién habían comenzado cuando Grof llegó como un oscuro torbellino con sus soldados. Se abrió paso entre los soldados y llegó hasta el mismo Castillo (que estaba siendo construído todavía) donde Feodwing lo estaba esperando. Combatieron cuerpo a cuerpo por largo tiempo, y ninguno de los dos mostraba señales de fatiga; pero en un momento, algo logró distraer la atención de Grof y Feodwing aprovechó de enterrarle la Espada Crepuscular, un extraño artefacto que podía dañar el alma sin causar daño alguno al cuerpo. Grof explotó como una nube negra y no volvió a ser visto nunca más. Los hechiceros que lo acompañaban se escaparon como verdaderos cobardes y se dice que regresaron a la Montaña Inmortal, mas la versión de Flornitya dice que fueron retenidos en una de las bases de la Cordillera y allí perecieron a manos de flornityanos.
Después de eso, Enmaesa y Flornitya firmaron un tratado de alianza y paz duradera. Se le llamó el "Pacto de la Luz", y benefició a Enmaesa tanto como a Flornitya.

Seguía lloviendo fuertemente cuando los jóvenes llegaron a un edificio de aspecto viejo. Era una posada, y se llamaba "El Yelmo de Enmaesa".
Los jóvenes entraron a "El Yelmo de Enmaesa" y le dijeron al posadero, un sujeto gordo y poco amigable que buscaban un cuarto dónde reposar.
El posadero los miró con rareza y les dijo:
-¿Quieren un cuarto? Está bien; una moneda de plata cada uno, aunque no respondo por las consecuencias.
No entendieron qué quería decir con eso.
-Tomen -les entregó 4 llaves-. Son de los cuartos 20, 21, 22 y 23. Los únicos desocupados. Tenemos muchas visitas, y muchas de ellas son comerciantes lunarianos, que vinieron a vender al mercado sus cosas. Pero se les hizo tarde y los guardias no los dejan irse. Esa tozudez de los centinelas nos favorece -se rió-. Los cuartos están subiendo las escaleras; son los primeros.
-¿Le pagamos ahora? -preguntó Pablo.
-No -dijo el posadero-. Páguenme cuando se vayan. Si tienen hambre llamen a mi ayudante, Bherm. Él les servirá unos platos. Si quieren comer ahora mismo, vayan y encuentren una mesa; toquen la campanilla y Bherm aparecerá.
El posadero desapareció en un montón de gente, humo y voces.
Charlie, Julie, Betty y Ahmed decidieron irse a dormir; así que subieron las escaleras y se fueron a sus cuartos.
-Ahmed -le dijo Charlie mientras subían las escaleras-. ¿Puedo estar en tu cuarto?
-¿Por qué no? -dijo Ahmed con un tono de leve molestia.
Eligieron el cuarto 22, mientras que Julie y Betty se fueron al 21, al frente de ellos. Después de conversar un rato, Charlie empezó a sentirse fatigado.
-Voy a dormir -bostezó Charlie-. Estoy muy cansado...
-Yo voy a dar un paseo por allí. Si te despiertan y preguntan dónde estoy, diles que salí a pasear, y que no me busquen, ¿entendido?
-Está bien -dijo Charlie. Se acostó en la cama y cerró los ojos.
Ahmed salió del cuarto y cerró la puerta con cuidado; bajó las escaleras y salió de "El Yelmo". Miró hacia el cielo y se perdió en la fría y lluviosa noche.
Mientras tanto, Pablo, Adolfo, Giovanni y Gustavo conversaban en una mesa.
-Ahora que hemos llegado, debemos organizarnos -dijo Pablo-. ¿Iremos al Castillo a ver al Rey? ¿O pasearemos por las calles de la ciudad, pensando en nuestra misión?
-Ninguna de las dos opciones me agrada -objetó Adolfo-. Ahora sólo tengo hambre -hizo sonar la campanilla que tenía en la mano.
Súbitamente apareció de entre la multitud un hombre de baja estatura, con un delantal blanco (aunque manchado), cara redonda, sonrojada y pelo corto.
-Buenas noches -dijo el hombre-. Mi nombre es Bherm; trabajo en la cocina y soy el encargado de servirle la comida a los viajeros. ¿Se servirán algo los señores?
-Sí -dijo Adolfo-. ¿Qué puede ofrecerme?
-Pues... tenemos varias cosas -dijo Bherm, pensativo - Pero a un señor como usted, estoy seguro que le encantará el asado de billinor.
-Tráigame eso entonces. Y también algo para beber... estoy sediento.
-¿Qué edad tiene el caballero? -preguntó Bherm.
-15 años, ¿por qué?
-Las únicas bebidas que podemos ofrecerles a los menores de 18 años son: Refresco de Hennul, Gimsho líquido y Cerveza de Himill baja en alcohol.
-Sírvame entonces un Asado de Billinor y un gran jarrón de Cerveza de Himill baja en alcohol.
-Perfecto -Bherm empezó a tomar nota-. ¿Los otros señores se servirán algo?
-Sólo quiero un refresco que me devuelva la energía perdida -dijo Pablo-. No tengo hambre, gracias.
-El Refresco de Hennul es muy bueno para recuperar energías y levantar el ánimo, aunque el exceso puede dejarlo un poco... loco -Bherm anotó en la libretilla que tenía en la mano.
-Nosotros no queremos nada para comer, sólo un vaso de agua si no es mucha la molestia -dijeron Giovanni y Gustavo.
-Perfecto señores -dijo Bherm-. Si necesitan algo, sólo toquen la campanilla y volveré. Su comida estará lista en poco tiempo.
Bherm volvió a desaparecer tan súbitamente como apareció.

-Espero que estés conforme, Adolfo -dijo Pablo - Con sólo escuchar el nombre "Asado de Billinor" pienso que te entregarán un gran plato... con una bestia enorme en el centro.
-Más vale que así sea -respondió Adolfo-. Aunque confío en Bherm... el olor de su delantal ya me hacía agua la boca.
Pablo, Gustavo y Giovanni hicieron un gesto de asco.
-¡Miren! -dijo Gustavo-. Es Ahmed. ¿Por qué se va?
Los 4 jóvenes miraron por entre la muchedumbre, y vieron a Ahmed salir por la puerta con precacución, mirando hacia todos lados, para ver si alguien lo descubría; no vió a Pablo, ni a Adolfo, ni a Gustavo ni a Giovanni.
-Debe haber salido a mojarse un poco -dijo Adolfo-. Como allá en el desierto no llueve nunca, para él esto debe ser algo muy...
Los otros 3 jóvenes lo miraron con expresión seria.
-No creo -dijo Pablo- que haya salido sólo por hacerlo. Tal vez ha ido a ver a alguien...
-¿A quién? -preguntó Gustavo-. Acabamos de llegar. Dudo que conozca a alguien.
-Voy a seguirlo -dijo Giovanni.
-¡No! -exclamó Pablo-. Tal vez sólo sean suposiciones; no hay nada concreto.
En ese momento, apareció Bherm con una bandeja de plata en sus manos. Tenía un gran plato con una bestia asada dentro y una especie de puré como acompañamiento. También traía 2 jarras y 2 vasos de cristal.
-Aquí tiene, señor -dijo Bherm, y puso el plato al frente de Adolfo, junto con la jarra más grande, una de madera barnizada y oreja de metal. Parecía un verdadero barril pero en miniatura.
-Su Refresco, señor -le entregó a Pablo un jarrón idéntico al de Adolfo, pero un poco más pequeño. Tenía en su interior un líquido de color verde musgo, que despedía un extraño olor.
-Y para los otros dos señores -dijo Bherm-. Sus vasos de agua. ¡Agua pura y cristalina que viene del Río Khyredhen! ¡No hay mejor agua que ésta!
-Muchas gracias -dijeron los cuatro jóvenes, sonriendo.
Bherm les dirigió una leve sonrisa y volvió a irse.
-Hmmm... está sabroso -dijo Pablo cuando probó su Refresco de Hennul-. Se siente extraño, como si fuera una poción.

Después de comer, Pablo les dijo algo al grupo.
-Bueno -dijo- voy a estirar mis piernas, y respirar aire puro. Este olor viciado ya me hartó.
Pablo salió de la posada. Seguía lloviendo, con la misma fuerza de antes.
-Esto va para rato -pensó-. Mejor me entraré; estoy empezando a tener sueño.
Bostezó, exhaló un poco de aire, y volvió a entrar a "El Yelmo".
Luego de pasar por una multitud de personas, Pablo subió por las escaleras y notó que el cuarto 22 estaba abierto, pero no había nadie dentro. Golpeó en la puerta del 21, pero nadie respondió. Empujó la puerta, pero tampoco había alguien allí. Se rascó la cabeza y entró al cuarto 22. Se acostó en una cama y se durmió rápidamente, pensando en los demás.
Pablo despertó con unas voces. Eran dos: una de ellas se asemejaba a la del posadero, mientras que la otra era desconocida para él.
Abrió los ojos y descubrió que lo estaban mirando fijamente. Había un soldado que sostenía una lanza, cuya punta estaba muy cerca del pecho de Pablo.
-Al fin te pillo, maldito delincuente -dijo el soldado-. Pensabas que podías escaparte de mi, ¿no es así?
-No sea tan duro, Guhlme -dijo el posadero con cierto temor-. Estoy seguro de que ellos no sabían sobre la prohibición.
-¡No los defienda! ¡Ni a éste, ni a los otros! -exclamó Guhlme-. La justicia es igual para todos. ¡Levántate! -le gritó a Pablo.
Éste obedeció y se paró en frente del soldado. Se puso las zapatillas y el soldado lo engrilló.
-Tú y tus compañeros van a pagar por esta desobediencia -dijo Guhlme.
Pablo no recordó más del viaje; tal vez porque no quiso recordarlo. Sólo sabía que fue horrible. Todos lo miraban como si fuera una bestia extraña, mientras seguía lloviendo. Algunas señoras lo miraban con repulsión, otras madres abrazaban a sus hijos.
-Esto te pasa por desobedecer las leyes -decía Guhlme a cada rato.
Pablo cerró los ojos, pero se tropezó con una piedra y se pegó en las rodillas. Sentía burlas, y Guhlme le gritaba: ¡Arriba rapaz!
Hasta que llegó al Castillo Gris sobre la colina de Enmaesa. Entró por la puerta principal, y luego empezó a subir una escalera, luego a bajar, a torcer hacia la izquierda y luego a la derecha. No quiso saber la combinación.

-¡Salve Fenuith, Rey de Enmaesa! ¡Guhlme el soldado te saluda! ¡He traído a otro más de esos delincuentes!
Pablo abrió los ojos y vió que estaba en un gran salón, con un trono al frente suyo donde estaba sentado un hombre con un cetro de oro y joyas en su mano. Usaba una túnica verde esmeralda con bordes de oro, y su corona era de plata, con rubíes incrustados. Su mirada era penetrante, los ojos morenos traspasaban la carne, y se decía que podía leer el pensamiento, aunque era un rumor. Su oscuro cabello le llegaba hasta los hombros, y no era muy viejo, aunque tenía cicatrices en el rostro impasible y severo. Se notaba que tenía pena, una tristeza profunda, y que no le gustaba recordar.
Mas allá, en un costado, 14 jóvenes se encontraban tirados en el suelo, encadenados y adoloridos. Pablo los reconoció al instante.
Cerca del Rey había un ser vestido de negro y con una capucha del mismo color, que le ocultaba parte del rostro. Sólo se le veía la nariz, que era larga y ganchuda y la boca, con labios finos y con un hoyuelo en la barbilla. Sonreía maliciosamente. Era el consejero real.
Había un estrado a la derecha de Pablo (los jóvenes estaban a su izquierda) donde estaban sentados varios hombres, con miradas muy severas y muy viejos.
-¿Qué puedes decir en tu defensa, muchacho? -dijo el Rey suavemente.
-Supongo que ya lo habrá oído, su majestad, de la boca de mis encadenados compañeros -respondió Pablo-. Nosotros no somos de aquí. No sabíamos de la prohibición.
-¡Los lunarianos también lo saben! -exclamó el consejero-. Se les vió entrar por la Puerta Oeste, y los lunarianos entran por ahí.
-No somos lunarianos -respondió Pablo-. Y yo estoy respondiéndole al rey, no a ti.
-Él tiene derecho a responderte si quiere -dijo el Rey con alteración-, por eso es mi consejero.
-Escúcheme, Su Majestad -dijo Pablo-. Nosotros hemos venido aquí con una misión... entramos en una caverna... súbitamente nos encontramos todos... nos acabamos de conocer, bueno, a otros ya los conocía desde antes.
-¿Y eso que tiene que ver con su desobediencia? -preguntó el consejero.
-Significa que no somos de Enmaesa. No sabemos las reglas de la ciudad... no tenemos idea de su organización política, o de su estructura social. No pueden apresarnos. Somos buenos muchachos, no deseamos daño alguno contra su ciudad, ni deseamos molestar a Su Majestad. Llegamos acá por azar... no teníamos previsto todo esto.
-Que el jurado de los 13 hombres decida su suerte -dijo el Rey.
Los hombres del jurado empezaron a hablar entre ellos, y pasado un tiempo, el más viejo de ellos habló.
-Su Majestad. El jurado ha dado un veredicto. Se ha sometido a votación este caso, y los resultados son: 6 votos en contra de los acusados y...
-Somos inocentes... ganamos... 7 votos a favor nuestro -pensó Pablo.
-5 votos a favor de los acusados. 2 personas no votaron.
-¿¡Qué!? -gritó Pablo-. ¡¡No pueden hacernos esto!! ¡Somos inocentes!
-¡Silencio! -dijo el Rey-. Permanecerán una semana en los calabozos del Castillo. Ya he dictado la sentencia; llévenselos.
-¡Tú me las vas a pagar! -le gritó Pablo al consejero-. ¡Esto no se queda así! ¡Ya verás cuando salga!
-¡No podrán retenernos por mucho! -gritó Charlie.
-¡Silencio! -bufó el Rey-. Una palabra más y se quedan dos semanas allá abajo. ¿Quieren eso acaso?
Pablo miró con furia al consejero, mientras los llevaban hacia los calabozos.
-No confío mucho en ese consejero -dijo Charlie-. Tiene un buen aspecto, pero... no sé, siento que no es confiable.
-Charlie... recuerda el enigma -dijo Julie.
Habían estado encerrados por horas. Pablo miró su reloj. Se sorprendió al saber que recién eran las 2 de la tarde.
-Pareciera que el tiempo corriera más lento -dijo Pablo-. Como si estuviera contra nosotros.
-Yo sólo quiero darle una paliza a ese tal consejero -dijo Adolfo golpeando su mano con el otro puño-. Las va a pagar... juro que las va a pagar.
-Primera cosa en la que estoy de acuerdo contigo -dijo Charlie-. Si llegamos a salir de este lugar, voy a pegarle junto contigo.
-A propósito -dijo Pablo-. ¿Han visto a Ahmed?
-No -dijo Betty-. No estaba con nosotros cuando nos tomaron prisioneros.
-Es extraño -dijo Alberto-. No era muy unido al grupo... no estaba muy de acuerdo con nosotros e irónicamente, él se salva de estar prisionero.
-¿Confías en él, Pablo? -dijo Honomishi.
-Confío en todos ustedes -respondió él.
-El enigma -susurró Julie al oído de Charlie-. Recuerda lo que decía...
-¡Tienes razón! -dijo Charlie-. ¡Gracias por decírmelo!
-¿Qué? -dijo Adolfo.
-El enigma. ¿Recuerdan? "Si no todo es lo que parece ser, ¿por qué aceptan al de la voz malvada? Si no siempre la bondad se encuentra en una cáscara bella, ¿por qué aprisionan al del corazón bravo y alma guerrera?"
-¡El consejero debe ser el de la voz malvada! -dijo Giovanni.
Estaban en una celda, ubicada en un costado del pasillo 3, el calabozo más profundo y oscuro del Castillo. El pasillo estaba iluminado por antorchas colgadas en la pared, mas no iluminaban lo suficiente, e incluso así era difícil distinguir las figuras en la oscuridad. El pasillo era frío y los ladrillos estaban húmedos. Había una gotera cerca de la celda de los jóvenes.
-¿Cómo los capturaron? -preguntó Pablo.
-No dormí en toda la noche -dijo Charlie-. Estaba en "El Yelmo", recién acostado, cuando un soldado llega apuntándome con una lanza. Me dice que tiene a algunos de mis amigos... y salimos por la puerta trasera al patio. Ahí estaban Marcela, Honomishi, Alberto y Kim, engrillados. Me tiraron cerca de ellos y me engrillaron también.
Luego, el soldado se fue y Andrew vino corriendo hacia nosotros.
-Les dije que no me habían capturado todavía -dijo Andrew-. Lástima que me demoré mucho y el soldado llegó junto con Ricardo, Tetsamu y Maki... y nos engrillaron.
-A mi y a Betty nos capturaron después -dijo Julie-. Habíamos dormido un buen rato, hasta que vino Adolfo de sorpresa y nos advirtió.
-Ahí nos capturaron -dijo Adolfo.
-Tú estabas durmiendo en ese entonces -dijo Gustavo-. Cuando nos tomaron a nosotros. Pensó que estábamos todos. Pero después... investigó que faltaba uno. Fue el posadero quién le dijo.
-No lo culpo -dijo Pablo-. Sólo estaba cumpliendo con su deber.
-Aunque le costó decirlo -dijo Giovanni-. Sabía que estaba infriendiendo las leyes. El soldado lo amenazó; le dijo que si no le decía cuantos éramos, "El Yelmo" sería clausurado.
-Un poco gruñón el soldado -dijo Adolfo.
-Yo ya tengo mucho sueño -bostezó Charlie-. Buenos días. No quiero saber más sobre posadas, soldados, leyes, reyes o consejeros. He tenido mucho de eso en este día.
-Ojalá concilies el sueño -le dijo Julie-. Te despertaremos si ocurre algo raro.
Charlie entendió el significado de esa frase, mas no sus compañeros.
Cerró los ojos y se sintió relajado. No estaba cansado ni le dolía el cuerpo, ni sentía frío. Las voces de sus compañeros habían cesado. ¿Dónde estaban? ¿Qué había pasado? No escuchaba ni su respiración. Abrió los ojos. Se encontraba en un callejón, mientras llovía con intensidad. Habían dos tipos hablando. Conocía la voz de uno de los sujetos.
-No confío en ti -dijo uno-. No creo que seas fiel a mi señor.
-No me conoces -respondió el otro-. Seré fiel. Con el poder que me han entregado... cualquiera se vendería.
-Espero que así sea -dijo el primero.
Charlie se acercó un poco más al lugar en que estaban hablando los sujetos, y se escondió detrás de una caja. Uno de ellos era el misterioso consejero.
¿Su señor? ¿Estaría hablando del Rey? ¿Quién sería el otro?
Los dos estaban encapuchados. La otra voz le parecía conocida; sabía que la había oído en algún lado.
-Ahora iré al calabozo -dijo el otro encapuchado-. Les daré una sorpresa a esos niños.
-Más te vale -respondió el consejero-. No querrás que todo el ejército de Gorghun se te tire encima. Esos niños interfieren con los planes.
-Por eso los eliminaré -dijo el otro-. No quedará ninguno con vida.
Charlie se asustó. Irían al calabozo a matarlos. ¿Quién o qué sería Gorghun? Debía ir al calabozo rápidamente y avisarle a sus amigos que se encontraban en serio peligro.
-Mornur -dijo el encapuchado desconocido-. Siento algo...
-Yo también lo estoy sintiendo -dijo el consejero.
-Nos están espiando -dijo el otro-. Detrás de esa caja hay alguien.
Lo habían descubierto. No podía escapar. Apretó los ojos y empezó a rezar para que no lo vieran. No podía ser cierto... lo habían descubierto... él moriría, sus amigos también. No podía hacer nada.
Sintió que uno se acercaba. Sintió los pasos pesados y su respiración.
-Abre los ojos, Charlie -dijo el encapuchado con malicia.

Charlie los abrió y vió que un encapuchado estaba parado enfrente de él.
Se encontraba en el calabozo otra vez, vió a los lados y descubrió que estaban todos sus amigos sentados en las paredes, mirando al encapuchado con miedo y enojo.
El misterioso hombre dejó caer la capucha negra y Charlie vio que era...
-¡Ahmed! -gritó-. ¡Tú!
-Estás en lo correcto -dijo Ahmed suavemente-. Soy yo. ¿Qué esperabas?
No podía creerlo. Ahmed los había traicionado. Se había vendido.
-Esperaba que fueras más fuerte de voluntad -dijo Charlie-. Asqueroso traidor.
-¿De qué estás hablando? -dijo Ahmed-. ¿Traidor? Me estás malentendiendo. Vengo a rescatarlos.
-¿A rescatarnos? -dijo Charlie.
-Correcto -dijo Ahmed.
-Pero... pero...
-Todos aquí me confundieron. Debe ser porque entré con la capucha del enemigo.
-Quieres decir que... ¿cuándo conversaste con Mornur, le estabas mintiendo?
-¿Cómo sabes de mi conversación?
-La vi en mis sueños.
-Bueno... gracias Ahmed -dijo Pablo-. Nunca dudé de ti.
-Esto es una prueba de que no soy tan mal muchacho.
-Salgámos rápido de aquí -dijo Ahmed. Con un movimiento de mano, se abrió la puerta.
-¿Y cómo? -murmuró una voz extraña.
-¿Quién es ese? -dijo Charlie.
-Salgan de la celda, y vayan al lado contrario de la puerta... es decir, si están mirando hacia la pared, vayan hacia la izquierda.
-No tenemos tiempo -dijo Adolfo-. ¡Vámonos!
-Vuelvo a preguntar: ¿Cómo se irán? Los guardias no son fáciles de vencer. Aunque logren aturdir a uno, el otro dará el aviso. Los buscarán por todo el castillo, y los atraparán. El castigo será peor de lo que imaginan.
Charlie tomó una antorcha de la pared, y se dirigió hacia la izquierda. Las celdas estaban vacías, pero había una con un tipo demacrado y raquítico encadenado a la pared. El largo y enmarañando cabello negro le llegaba hasta más debajo de los hombros. Sus ropas estaban rotas y tenía cicatrices en el rostro y en el cuerpo: marcas de combates y latigazos como castigo. Los demás jóvenes lo siguieron.
-¿Quién eres? -preguntó Charlie-. ¿Por qué estás acá?
-No tengo nombre -respondió el prisionero-. He perdido toda mi identidad en estos años que he pasado encerrado en el calabozo. Tenía un nombre... pero ya no lo recuerdo. Tampoco me gustaría recordarlo; mi vida pasada ha sido borrada por los constantes golpes que me han dado, y las torturas que he resistido.
-¿Por qué te encerraron? -volvió a preguntar Charlie.
-Por saber mucho. ¿Quién iba a pensar que Mornur era un siervo de la Oscuridad?
-¿Mornur? ¿El consejero? ¡Lo suponía! -dijo Charlie.
-Yo sabía que era un enemigo -dijo Ahmed-. Lo supe cuando me contacté con él. Él me lo dijo, y yo lo engañé. Pero no fue fácil convencerlo... presumo que todavía no confía en mí.
-Y tiene razón en no confiar -dijo el prisionero-. Fue algo arriesgado lo que hiciste... imagina si te hubieran descubierto.
-Bueno, nos estamos desviando del tema -dijo Charlie-. ¿Qué más hiciste para que te encerraran?
-Intenté decírselo al Rey. No me hizo caso. Días después, Mornur me mandó a encerrar en esta celda, y le dijo al Rey que yo había muerto cayéndome a un río. Le dijo que yo había dejado la ciudad. De vez en cuando, Mornur viene a verme. Me tortura. Quiere sacarme la información. Quiere saber quién posee la Espada Crepuscular.
-¿La qué? -preguntó Julie.
-La Espada Crepuscular -respondió el prisionero - La misma que Feodwing llevó hace tiempo atrás y con la cual venció a Grof el Oscuro en la última de las 3 Batallas de Enmaesa. Feodwing fue el primer Rey y fundador de Enmaesa -agregó cuando vió la cara de incertidumbre de los jóvenes-. Así que la Espada Crepuscular ahora es un objeto de leyenda. Se dice que nunca existió... dicen que sólo es un mito. Pero yo sé que existe.
-¿Y qué hace esa... Espada Crepuscular? -preguntó Pablo.
El prisionero no alcanzó a responder. La puerta que estaba al otro lado del pasillo se abrió y un soldado caminó hacia ellos. Era un soldado de raza negra, vestido con una armadura plateada con dorada, un yelmo dorado y una espada corta en la mano.
El prisionero parpadeó, pues no estaba acostumbrado a la luz.
-¿Cómo se escaparon? -preguntó el soldado.
-Ah, niños. Él es un amigo mío. El único que se acuerda de mi verdadero nombre...
-Así es -dijo el soldado-. Pero, ¿quiénes son ustedes?
-Después te explicaré amigo mío. ¿Para qué has venido? ¿Es ya la hora de la visita?
-No -respondió el soldado-. No habrá después, Reamu. Van a ejecutarte ahora. Mornur le contó al Rey que estabas prisionero. Dijo que tú estabas tramando matar al Rey y quedarte con el poder.
-Algo es algo -dijo el prisionero-. Prefiero morir antes de seguir en esta jaula.
-Reamu, escúchame -dijo el soldado-. Yo no dejaré que te maten injustamente. No pueden hacerte esto.
-Déjalos -respondió Reamu-. Estoy listo para abandonar el sufrimiento.
-¿Te matarán? -preguntó Betty-. ¡Eso es injusto!
-Van a colgarte de manos en una especie de grúa de madera. Te lanzarán flechas. Cuando una te llegue al corazón, lanzarán uan flecha a la cuerda que te sujeta, y caerás al suelo.
-Eso es bastante cruel -dijo Julie-. Me gustaría hacer algo por ti...
-Yo ya hice algo -respondió el soldado-. Algunos arqueros están de nuestro lado. No dispararán contra ti. Ojalá que logren convencer a los demás.
Entró a la celda y liberó a Reamu. Éste se tambaleó y cayó al suelo. De alguna parte del piso sacó una llave de oro con forma de dragón y se la entregó a Charlie.
-Toma -le dijo-. La encontré vagando por ahí. Desconozco su uso, aunque espero que en tus manos tenga utilidad.
-Ustedes -dijo el soldado, dirigiédose a los jóvenes-. Salgan conmigo y con Reamu, sospecho que serán de utilidad. Ah sí, permítanme presentarme. Mi nombre es Clendu. Gusto en conocerlos.
Los llevaron por otro pasillo mucho más iluminado y subieron por una escalera que parecía interminable. Luego, torcieron hacia la derecha y salieron por una puerta metálica.
Parpadearon. Se encontraban en el patio trasero del Castillo. Estaba la gran grúa de madera, y un poco más lejos se encontraba una especie de escenario donde el Rey estaba sentado en su trono y Mornur, el consejero, estaba a su lado.
Varios soldados, vestidos igual que Clendu, amarraron de las manos a Reamu y lo colgaron en la grúa de madera.
-¡Preparen los arcos! ¡Apunten!

Los jóvenes cerraron los ojos.
-¡Fuego!
Los arcos silbaron y flechas salieron de ellos.
-¡¿Qué...?! -exclamó Mornur.
Los jóvenes abrieron los ojos y vieron que Reamu estaba en el suelo, sosteniendo una espada que un soldado le había entregado y se dirigió a toda velocidad hacia Mornur. Lo derribó del escenario y Reamu cayó encima del consejero.
-¿Qué haces, Reamu? -gritó el Rey-. ¡Guardias, contrólenlo!
Pero no hicieron caso; los guardias se mantuvieron en su puesto.
Reamu se levantó y gritó con voz potente, para que todos lo escucharan.
-¡He aquí a un espía del Señor Oscuro! -gritó.
-¿Qué dices? -exclamó el Rey que se había levantado de su trono.
-Lo que oye, Su Majestad -gritó Clendu desde el otro extremo, al lado de los jóvenes-. Mornur es un siervo del Señor de la Montaña Inmortal.
-Debo admitir que me han descubierto -dijo Mornur-. Lo soy. Bien por ti, Reamu... al fin te has vengado de todo el sufrimiento que te hice pasar.
Se levantó y los jóvenes se acercaron a él. Mornur reconoció a uno de ellos.
-¡Tú! ¡Sabía que no serías fiel a mi señor! ¡Asqueroso traidor!
-Jamás juré ser fiel a tu señor. Creíste todo lo que dije. Me decepcionaste, Mornur.
Una espesa neblina empezó a nublar la vista, y nubes negras cubrieron (otra vez) el cielo.
-¡No tendrá una forma sólida, pero su poder sigue siendo inmenso! ¡Todos los que no estén con él, pagarán el precio! ¡Volveré! ¡Con un ejército y trayendo la destrucción! ¡El fin de Enmaesa está escrito!
Dijo eso y un rayo de luz lo golpeó en el pecho. El rayo venía del lugar en dónde los niños estaban.
Mornur gritó y maldijo. Se retorcía de dolor.
-¡Malditos sean! ¡Esto no se queda así!
El consejero se desvaneció con una explosión y el cielo se aclaró. La niebla había desaparecido. El mal en Enmaesa, también.

-Ahora estamos siendo recibidos como verdaderos nobles -dijo Ricardo.
El Rey los había acogido, y les permitió quedarse en el lujoso cuarto de huéspedes, en su palacio.
-Y tenemos comida gratis -dijo Adolfo.
-Lo malo es que no le dimos la paliza a Mornur -dijo Charlie.
-Oh sí, sí se la dimos -dijo Adolfo-. Uno de nosotros lo hizo estallar.
-Pero, ¿quién? -preguntó Giovanni.
-No lo sé -dijo Pablo-. Pero todavía no hemos cumplido con todo.



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