La espada de unión y muerte

02 de Febrero de 2005, a las 22:25 - Nagore Sanchez
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IX

Portando una cesta provista de ricos y sanos alimentos, apareció Zöra la noche siguiente como había prometido.
Con el temor de que se hubiera marchado, alojado en su corazón, se presentó en su cueva. Suspiró aliviada al encontrarlo allí, exactamente dónde lo había dejado la noche anterior. Sonrió al verla.

- Aquí te traigo algo para comer – Le entregó la pesada cesta – Déjame ver ese hombro - Con delicadeza y sumo cuidado, le apartó el sucio vendaje comprobando que la herida presentaba un mejor estado. A continuación le cambió el vendaje y se sentó a su vera.

Krachek la miraba.

- Me dijeron que habías muerto – Comentó ella. Por fin había llegado el momento que tanto había esperado.
- Lo sé – Dijo simplemente. Zöra temió que la conversación quedara ahí, pero tras largos segundos, volvió a tomar la palabra – Yo mismo llegué a pensarlo...
- ¿¿Cómo te atreviste a cambiar de mando?? ¿¿Qué te indujo a ello?? – Intentó mantener una compostura dulce pero su curiosidad y rabia hablaron por ella.
- ¿¿ Qué??  Eso es totalmente falso – La rabia se tornó en desconcierto; Zöra no entendía nada. – Durante la batalla final reconocí a mi padre, estaba herido en el suelo. Me acerqué a él, era mi padre, ¿cómo no iba a hacerlo? Debieron de pensar que tramaba algo pues cuando mi padre murió... me vi sorprendido por un grupo de soldados de La Región con cara de pocos amigos. Me defendí como pude, pero un golpe en la cabeza me abatió. Me dieron por muerto y me dejaron allí. No sé cuanto tiempo después desperté, rodeado de cadáveres en avanzado estado de descomposición... Fue horrible – Su voz se apagó y dejó caer la mirada. Parecía revivir aquella terrible situación. Un tremendo impulso de abrazarlo dominó a Zöra durante unos segundos. Sin embargo, no se movió de su sitio – No podía regresar con los míos, los había traicionado pero tampoco podía regresar a La Región,             ¡habían intentado matarme! ¿Qué hacer entonces? Opté por buscarme la vida robando por aquí y allá, llevando la vida de un proscrito... Al principio no fue nada agradable ser consciente de que estás solo en el mundo, te lo puedo asegurar, no se lo desearía ni a mi peor enemigo. No obstante, con el tiempo acabas acostumbrándote, no tienes más remedio que aprender a vivir con la soledad y el silencio como única compañía. He viajado mucho, recorriendo lugares que jamás pensé conocer. Pero para cuando quise darme cuenta, me encontraba en La Región. Me establecí aquí hará unos tres días. Ayer cuando te vi, no pude evitar enfrentarme a ti, no puedo dejar que nadie invada mi territorio. Quizá te parezca una soberana estupidez, pero cuando llevas años solos, llega un momento en que la presencia de otra persona estorba. Lo siento, si llego a saber que se trataba de ti... me he enfrentado a muchas peleas y ésta ha sido la única en la que he salido perdiendo – Sonrió ligeramente.

Durante todo el discurso, Zora no había apartado sus ojos de él. Los años, la mala vida y las penurias que había debido de soportar, habían hecho mella en él. Físicamente lo habían malgastado, aunque aún conservaba buena parte de su habilidad y agilidad.
Zöra le calculó 31 o 32 años, sin embargo parecía algo mayor. Varias arrugas sobre su frente y alrededor de sus ojos, dibujaban ahora su rostro. A pesar de todos los pesares, de todas las desgracias, de todos los años transcurridos y los sentimientos contrapuestos tantos años reprimidos, Zöra vio en él a aquel joven guerrero Orón, aquel fascinante y extraordinario hombre del que se había enamorado una vez. Volvió a su pasado y aquello la hirió.
Repentinamente estalló en sollozos y abrazó a Krachek que la estrechó sin vacilar entre sus brazos.

- ¡¡Oh Krachek!! ¡¡Por fin estás aquí!! No sabes cuantas veces te llamé, te pedí que vinieras... cuantas te odié y cuantas te amé... Me negaba a creer que hubieras muerto... la realidad era demasiado dura para abrir los ojos... Como te prometí te esperé... pero me cansé de esperar... me cansé...  – Un apenado gemido brotó de su garganta.

Krachek no dijo nada. Se limitó a abrazarla, para sentirla de nuevo, para oler el aroma que tanto había añorado y agradecer al Dios que le estuviera escuchando, la posibilidad de volverla a tener. Entonces, las lágrimas afloraron de sus ojos, unas lágrimas que había reprimido y evitado durante mucho tiempo.

- He de volver a mi hogar – Susurró Zöra secándose las lágrimas.
- Lo entiendo... ¿tu...familia?
- Sí, he de regresar junto a ella. ¿Sabes? soy madre de tres preciosos hijos – Sonrió con tristeza – Mañana volveré – Pero en vez de levantarse e irse, se quedó allí, sentada, mirándolo fijamente – Krachek, no contestes si no quieres pero... ¿Porqué luchaste contra los tuyos?

El aludido la miró en silencio. Sus ojos brillaban y un extraño destello en ellos desconcertó a Zöra. Pero nada dijo. Acercándose a él, besó maternalmente su frente y desapareció en la oscuridad de la noche.



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