La Soledad en la Tormenta

01 de Noviembre de 2011, a las 09:39 - Rossewen
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Capitulo 2: Oscuridad

La fiesta no podía ser más hermosa, casi todos los Elfos de Aman se encontraban en el palacio de Taniquetil, celebrando la belleza y el florecimiento de su tierra.

Artanis, estaba tomada del brazo de su hermano, sus grandes ojos azules escudriñaban por todas partes, estaba muy nerviosa ¿qué pasaría esa noche?

—Tranquilizate Nerwen, no se va a acabar el mundo en una noche—bromeó Findaráto sonriendo.
Fëanáro regresará de Formenos, cualquier cosa puede pasar—le dijo la joven, taciturna, mirando a los invitados.

Observó a Findekáno, vestido de azul oscuro junto con su hermana la bella Irissë siempre de plata y blanco, contrarrestando su cabello oscuro, tenía una expresión de aburrimiento, era bastante conocido que a la hija de Nolofinwë le gustaban más las partidas de caza y los viajes que estar en una fiesta.

Turukáno también estaba ahí, siempre serio con la bellísima Elenwë a su lado con un vestido celeste y los cabellos rulados color oro al igual que la pequeña Itarillë, la más joven de la familia después de Rómeniel, que de la mano de su madre, miraba todo con ojos soñadores.

Su padre estaba junto a Nolofinwë, ambos igual de tensos que ella, por un instante recordó a Fëanáro amenazando a su tío y el corazón se le encogió al imaginar que tal vez Arafinwë pudo a ver estado en ese lugar. Nunca le había contado a Rómeniel sobre aquella antipatía que tenía hacía el Espíritu de Fuego, ya que pensaba que su prima era demasiado dulce e inocente y no quería arruinar su amistad solo porque no le gustaba su progenitor.

No había ningún Teler en la celebración, solo su madre hermosa y delicada como una perla, vestida de un celeste casi blanco y con una extraña nostalgia en su mirada entre verde y azul, como todos los Teleri que estaban alejados del mar pero aun así una bella sonrisa adornaba su rostro pálido mientras hablaba con la fría y delicada Anairë, con su cabello oscuro y los ojos grises, vestida con una túnica verde agua.

—Nerwen ¿no iba a venir la pequeña Rómeniel contigo?—preguntó el joven príncipe, Artanis salió de su observación y buscó con la vista a la hija menor de Nerdanel, cuando la vio se formó una sonrisa en sus labios, ella entraba tranquilamente a la fiesta después de saludar tranquilamente al rey se acercó a sus primos.

Su cabello negro como la noche, largo hasta por debajo de la cintura, peinado con trenzas finas y delicadas, vestía una túnica violeta de larga mangas pero la acostumbrada sonrisa que adornaba su pálida cara no estaba, en su lugar había una expresión sería y preocupada.

—¡Aiya, Nerwen, Findaráto!—musitó inclinando la cabeza.
—¿Qué pasa, querida?—preguntó la rubia tocando su hombro, la chica agitó su cabeza en forma negativa.
—Son tonterías mías—respondió, con una sonrisa forzada, para luego girar su vista hacia adelante, unos cuantos murmullos se escucharon desde la entrada del palacio.

Una figura alta e imponente se presento en trono de Manwë, tenía el cabello negro, rostro pálido y hermoso, sus ojos eran como el acero fundido, llenos de astucia e inteligencia, Rómeniel le veía fijamente, estaba segura de no haberle visto antes pero su semblante le era conocido, como un lejano sueño.

Ella caminó entre la gente para acercarse más quedando entre Findekáno e Irissë, aquel extraño príncipe que había entrado minutos atrás le tendió la mano al rey Nolofinwë, intentando deshacer los antiguos engaños.

—Tal como lo prometí, lo hago ahora. Salgo en tu descargo y no recuerdo ya ofensa alguna.
Fëanáro le tomó la mano en silencio y su medio hermano se la apretó.
—Medio hermano por la sangre, hermano entero seré por el corazón—sonrió solemne—. Tú conducirás y yo te seguiré. Que ninguna querella nos divida.
—Te oigo—dijo Fëanáro asintiendo—. Así sea .—pero ni ella ni nadie jamás logró descifrar las palabras de Elfo.

Las luces de los Árboles parecieron mezclarse entre ellos creando un momento hermoso y conmovedor, los bellos fulgores de oro y plata.
De pronto se escuchó un ruido y todo se oscureció, la gente se asustó mirando hacia todos lados. En aquella oscuridad unas horribles imágenes vinieron a sus ojos y su mente, el pecho le dolió y sabía que si Findekáno no le hubiera sujetado habría caído al suelo, fue como si se ahogara y por primera vez en su vida sintió una autentica angustia.

La imagen de aquel hombre pelinegro cayendo al suelo entre un charco de sangre, no se había ido de su mente.

Durante unas cuantas horas los Valar se llevaron al Espíritu de Fuego al Anillo del Juicio donde se negó rotundamente a entregar los Silmarils, porque si los Valar le obligaban demostrarían que también lo querían al igual que Melkor.

Un joven Eldar, llegó desde lejos, jadeando y con el rostro desencajado de angustia, se inclinó ante el príncipe quien le miró dubitativo.

—Mi señor...—resopló mirando al suelo—han atacado la fortaleza... Formenos fue saqueada, se llevaron los Silmarils y... y han matado al Rey Finwë.

En ese momento todo pareció detenerse, Fëanáro abrió enormemente los ojos y apretó los puños, miró a Manwë, luego se giró hacía el mensajero quien parecía tenerle más miedo que a los mismos Valar.

—¿Quien lo hizo?—preguntó con un hilo de voz, pero el muchacho no dio respuesta—¡¿Quien lo hizo?!—bramó nuevamente con los ojos rezumando de un profundo dolor y rabia.
—Melkor—susurró su sirviente, atemorizado.

Tanta era la cólera, la pena y la impotencia que los hombros le temblaban, entonces alzó la mano ante el Rey de Arda y gritó.

—¡Maldito sea Morgoth! ¡Asesino y ladrón!—clavó sus ojos en el Rey Mayor—¡Y maldito sea tu llamado Manwë Súlimo, porque si no lo hubiera escuchado ahora mí padre estaría vivo!

Y salió corriendo del Anillo del Juicio, tomó su caballo y desapareció entre las sombras de la noche hacía Formenos. Cuando llegó vio lo que más temía, sus siete hijos estaban llorando al rededor del cuerpo de Finwë, echado en un charco de sangre, se volvió rápidamente sin que ellos se dieran cuenta, subió de nuevo al caballo rumbo hacia Tirion.

Rómeniel salió del trance en el que había entrado cuando la luz se había ido, aun mareada se dio cuanta de que estaba sentada en una silla, con Nerwen muy cerca de ella mirándole con preocupación, espió con la vista todo el lugar, habían iluminado todo con antorchas, sus primos y tíos estaban aun ahí, preocupados por la desaparición de la luz y lo que pasaría si Melkor había vuelto.

—¿Qué te sucede?—preguntó su prima, luego le dijo al oído—. Has visto algo ¿verdad?
—Tú también—afirmó tratando de no levantar la voz.
—Solo a la ciudad con un gran bullicio y tu padre gritando cosas que no pude entender—relató la princesa alarmada pero luego apretó la boca dándose cuenta de lo que había dicho.
—¿Mí padre?—interrogó confundida y recordó por un momento al joven que había hablado con Nolofinwë—. El hombre que saludo al tío ¿él era mí padre?

Artanis asintió y le pareció que el rostro de su amiga se volvió más severo y frío, igual al de Fëanáro cuando entró a la fiesta. La rubia Noldo solo pudo escuchar a su padre hablar entre sollozos que el abuelo había sido asesinado. La joven se levantó salió a paso veloz del lugar, a pesar de las protestas de Nerwen, como perseguida... por una fuerza maligna. Temía por su madre, que Melkor también tratara de atacarla.

La oscuridad alimentaba la ciudad de Tirion, una mujer miraba con incertidumbre la oscuridad desde su ventana, su rostro sonrosado y con pecas no era catalogado como el más hermoso entre los Eldar pero sus ojos, se asemejaban a la plata fundida, eran muy bellos, recordó por un instante que él se lo había dicho una vez, cuando eran jóvenes y llevaban muy poco tiempo de casados.

Mahtan entró de repente a la casa mirando preocupado a su hija, Nerdanel se levanto después analizarse las ropas color oliva y se acercó a su progenitor.

—¿Qué has podido descifrar?—dijo, el herrero se sentó pasándose una mano por la cara.
—Uno de mis aprendices vino corriendo de Taniquetil—comenzó mordiéndose el labio—me ha dicho que Melkor a destruido los Árboles, atacaron Formenos, la saquearon y mataron al Rey Finwë. Fëanáro esta en la Mindon en este momento.

La pelirroja se hundió en silla ¡Oh el querido Finwë! Aquel hombre tan bueno y amado, no podía imaginarse el dolor de su marido y de sus cuñados. Se levantó rápidamente dirigiéndose a la puerta dispuesta a salir.

—Nerdanel no tienes porque ir—trató de frenarla, la Elfa se giró con los ojos vidriosos.
—Sigue siendo mí esposo, atar—musitó con voz quebrada dándole la espalda—. No importa lo que aya ocurrido en el pasado, ahora el único culpable es Melkor.

Diciendo esto se marchó corriendo, se preguntó a si misma si Fëanáro había visto a su hija ¿y si la había reconocido? Pero luego pensó con alivio que ella estaba a salvo con sus tíos y primos, Artanis no dejaría que le sucediera algo malo.

Estaba agotada cuando se dio cuenta de que había llegado al patio de la Mindon Eldaliéva, los dos guardias que custodiaban las puertas le reconocieron y le dejaron pasar, diciéndole que el Rey estaba en el despacho de Finwë.

El bello palacio donde había pasado sus primeros días de casada se veía más oscuro y gris que nunca, igual que cuando Míriel había muerto había habido esa atmósfera pesada y aterradora en el lugar. Al entrar a la vieja oficina del Rey le vio, con las ropas rojas y negras arrugadas de tanto subir y bajar del caballo, la cabeza apoyada en los fríos cristales de la ventana, no pareció notarla, se acercó pasando al rededor del escritorio, acercándose con timidez después de doce años de estar separados.

—Fëanáro—susurró, sin conseguir respuesta alguna, dio unos pasos con lentitud y le abrazó apoyando su cabeza en la espalda de él, sintió que se volteaba y se apartó.

El rostro del joven era completamente inexpresivo, como si su fëa se hubiese fugado de su cuerpo, como si fuera una imagen masculina de su madre.

—¿A qué has venido?—preguntó sin levantar la voz, Nerdanel deslizó su mano por el rostro de su marido.
—Pensé... que necesitarías a alguien a tu lado... no sabes cuanto lo siento—hablaba con voz triste, pero él no le miraba, solo mantenía fija la vista en la ventana, hacia el este.
—No, nos quedaremos demasiado, Nerdanel, lo más pronto posible partiremos a Endor, no descansaré hasta darle caza a ese maldito—dijo con voz sombría, apretando fuertemente los puños.

El corazón de la escultora dio un salto ¿salir de Aman? ¿Acaso había perdido la cabeza? Si se alejaban de la protección de las Tierras Imperecederas, quedarían a total merced del enemigo, sería como ir corriendo a la boca de un lobo.

—¿Qué?—masculló con un hilo de voz—. No... no puedes hacer eso... es una...—No terminó la frase, ya que la mirada furiosa del Espíritu de Fuego la había callado.
—¡¿Una qué, Nerdanel?!—bramó enfurecido—¿Una locura? Pues si locura es querer vengar a mí padre y recuperar lo que Morgoth me robó, entonces la cometeré con mucho gusto y mis hijos vendrán conmigo.

La compasión y tristeza desaparecieron fugazmente de la mirada de la Elda, para dejaren su lugar al antiguo espíritu firme y fuerte que había sido, no dejaría que se llevara a sus hijos ante esa empresa maligna, ya habían habido suficientes desgracias.

—¡¿Por qué has de llevarles a ellos?!—chilló encolerizada la profecía que había tenido sobre su querido Ambarto apareció en su mente—¿qué van a hacer en la Tierra Media? ¡Ahí hay solo oscuridad!
—Sería exactamente igual que aquí—comentó sarcástico pero por un instante su mirada gris se volvió dulce, delicadamente tomó la cara de su esposa entre sus manos, observándole intensamente—. Ven conmigo Nerdanel, se mí reina en el este ¿no era eso lo me dijiste cuando nos conocimos? ¿qué querías explorar nuevos lugares? ¿Acaso no me amas como en aquellas épocas? La Tierra Media es un gran lugar para comenzar de nuevo, para alejarnos de las injusticias.

Dos largas lagrimas se deslizaron por sus mejillas sonrosadas, era verdad que lo amaba y el amarlo la estaba matando, él la besó suavemente, las lagrimas seguían saliendo de sus ojos, por un diminuto instante deseó ir, para estar con el ser que más quería, para que volviera aquella felicidad de antaño pero esos tiempos jamás volverían.

—No puedo—sollozó con voz estrangulada—no puedo hacerlo.

Y entonces Fëanáro se alejó de ella volteándose, sin esperanzas pero Nerdanel le tomó fuertemente del brazo, los hombros le temblaban, no tenía que decirle eso ahora que el Elfo partiría a Endor pero tampoco se perdonaría si lo mantenía oculto.

—Espera... por favor... no lo hagas por...—trató de decir pero él malinterpreto sus palabras y sonrió secamente.
—¿Por los Valar?—levantó una ceja, la pelirroja le abrazó con fuerza sorprendiéndole.
—Por mí—susurró—. Te suplico, que si te vas dejes a uno de mis hijos conmigo; a uno de los gemelos, por favor.
—Eso es imposible todos me acompañaran—sentenció fríamente rehuyendo la mirada suplicante de su esposa—. Tú ibas a decirme algo cuando me marché de Tirion, aun no se que es ¿Qué era eso, Nerdanel? ¿Por qué sigues ocultándolo?

Ella se mordió el labio, aunque por un instante creyó escuchar un ruido al otro lado de la puerta del estudio. La hermosa puerta de roble se abrió con lentitud y entro una bella muchacha vestida de violeta, el largo cabello negro le caía en la espalda y los grades ojos plata miraban a ambos adultos con confusión.

—¿Amil?—musitó, el príncipe la miraba con los ojos muy abiertos y su madre estaba sorprendida de que estuviera ahí.

Fëanáro soltó a su mujer con lentitud mirándola fulminante.

—Así que esto estabas ocultándome.



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