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LIBROS
Artículo en una revista, IMPORTANTE
(10 de Noviembre de 2001, a las 12:01)

Pues es una coincidencia que el amigo Chuache nos haya hecho llegar estos dos estupendos escritos (bastante famosos, por cierto) sobre el racismo de Tolkien, porque justo antes de leer su mensaje iba a abrir yo uno similar. Pero aprovecho a hacerlo aquí.

Resulta que ayer me enviaron un artículo sobre Tolkien publicado en LEA, una revista de literatura argentina. Y si en el título de mi mensaje he puesto IMPORTANTE (así, con mayúsculas) es porque creo que realmente lo es; no porque acuse a Tolkien de racista en particular, sino porque es un insulto a su obra, un insulto a sus seguidores y, como yo soy uno de esos seguidores, lo he interpretado como un insulto personal.

A continuación os remito su artículo (los errores que aparecen son suyos, no de la transcripción) y, a continuación, la respuesta que le envié ayer mismo.

Si alguno quiere constarle, su dirección de correo electrónico es:

revistalea@latinoa.com.ar

Pero por favor, recordad que somos seguidores de Tolkien, no hordas de Orcos sedientos de sangre , si decidís enviarle algún mensaje releedlo antes de pulsar en el botón "enviar". Demostremósle que somos muchísimo mejores que él.

Bueno, pues éste es su artículo:


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Por Adrián Rimondino – Jefe de redacción de la Revista LEA

Revista LEA n° 19


Se viene la película de El Señor de los Anillos, superproducción hollywoodense que amenaza arrasar con todos los récords de las taquillas de EEUU, Europa y, claro, de la Argentina. Y hay más: la trilogía se sigue vendiendo como loco en las librerías, aun en los tiempos de recesión que sufrimos actualmente. La popular serie de la editorial Longseller, “Para principiantes”, ha lanzado el volumen dedicado a Tolkien que seguramente será cosnsumido con avidez por los fanáticos de los hobbits y de los elfos. ¿Cuál es el secreto de estas aventuras, que suman nuevos lectores, generación tras generación, luego de que fueran “descubiertas” por estudiantes yanquis en los comienzos de la década del setenta, y que se popularizan hasta la exasperación con los juegos de rol y un merchandising oportunamente lanzado al mercado?

Este humilde cronista no tiene la respuesta (como de tantas otras cosas), pero se anima a exponer algunas precarias hipótesis:

a) a todos nos gustan las aventuras obvias, esas en las que los malos son derrotados y los buenos al final ganan.

b) La literatura de aventuras tiene un gran número de gemas preciosas de autores excepcionales, como Robert L. Stevenson y Julio Verne, que han popularizado el género.

c) Las historias de aventuras son cinematográficas como pocas, en especial para el celuloide norteamericano con todo lo que esto significa en cuanto a influencias y penetración cultural en todo el mundo.

d) Dentro del género, las aventuras fantásticas, aquellas que sitúan la acción en mundos antiquísimos y ficticios con toques de magia, brujería y heroísmo, nos permiten escaparnos de la realidad para sumergirnos en una ficción de fácil comprensión.

Estas son tan sólo hipótesis que no explican cuál es la fascinación que se repite en miles de lectores por los libros de Tolkien, escritor limitado que abrevó de innumerables fuentes para construir un mundo elemental con buenos buenísimos, malos malísimos, mujeres purísimas, nada de sexo, violencia controlada y todos los lugares comunes que uno se pueda imaginar.

Que no se enojen los fanáticos de Tolkien pero, ¿no es evidente que nuestro tierno profesor era un racista convencido, para el que las autoridades y las jerarquías sociales eran intocables? Vamos, un retrógrado que se espantaba del sexo y que adoraba la poesía más berreta, todo adornado con una capa de erudición que, por ejemplo, se deja de lado cuando se analiza la figura de Conan el bárbaro, el personaje de Robert E. Howard que popularizara Arnold Schazenegger en un par de películas ideales para un sábado a la tarde en la tele. Conan andaba detrás de la minas, y los villanos que enfrentaba eran mucho más imaginativos que los de El Señor de los Anillos; había sangre, personajes raros, monstruos y barbaridades por el estilo. Digamos que eran aventuras apasionadas muy diferentes a las simples elucubraciones de Frodo Bolsón, de la valentía monolítica e insulsa de Aragorn (que al final se descubre era todo un rey, ¿cómo no iba a ser bueno?), de los maravillosos (y rubios) elfos, de los despreciables (y negros) orcos, y de la maldad omnipresente de Sauron (que por algo era el Señor Oscuro). Las referencias racistas de Tolkien son numerosas y apabullantes y no deberían asombrar a nadie, ¿acaso no se trataba de un ciudadano blanco sudafricano?, ¿o ya se olvidó quiénes inventaron el apartheid como sistema político y social?

Tuvo suerte Tolkien, se ignoraron sus facetas deleznables y se priorizó su imaginación y su vuelo poético, su delicadeza y su simbolismo elemental. Tal vez fueron los mismos estudiantes yanquis que se fumaban un porrito mientras veían Fantasía de Disney y la revalorizaban artísticamente, los que crearon el mito Tolkien según el cual El Señor de los Anillos planteaba la inmemorial lucha del bien contra el mal de la humanidad, con derivaciones filosóficas y espirituales que llegaron a considerar a los tontos, cómodos y confortables hobbits en verdaderos héroes de una epopeya que inauguraba el mundo de los hombres.

A mí, qué quieren que les diga, los anillos de Tolkien me tienen bastante podrido. Se me escapa la genialidad del recatado profesor de anglosajón y literatura inglesa de Oxford, y me espanto al pensar que muchos consideran El Señor de los Anillos como una de las grandes novelas del siglo XX. Está muy bien que los chicos lo lean, de la misma manera que nuestra generación leía a autores tan nefastos ideológicamente y tan limitados literariamente como Emilio Salgari o Harold Foster en los inmortales libros de tapas amarillas de la colección Robin Hood. En especial recuerdo a Bomba, “el niño de la selva”, ese remedo de Tarzán del tercer mundo (saltaba entre las lianas del Amazonas) que siempre terminaba venciendo a unos indios más malos que los animales salvajes de la selva. Tengo un buen recuerdo de Bomba a pesar de sus obviedades y de su convencimiento reaccionario, y sus aventuras no impidieron que pensara diametralmente distinto a las propuestas de sus libros, pero nunca se me ocurriría insinuar que es una gran obra. Bomba pertenece a una época entrañable: la del café con leche y el pan con manteca, la del Capitán Piluso en la tarde de la tele y la de los dibujos animados de Popeye. Cosas chiquititas pero queridas, acaso agrandadas en nuestra memoria hasta una dimensión que no se merecen.

¡Pero qué importa!

Nunca discutiría con los jóvenes que aman a Tolkien para tratar de que atemperen su pasión. Tanto placer me dieron en mi adolescencia Salgari y Foster como los imprescindibles (y geniales) Stevensosn y Poe, a los cuales accedí al mismo tiempo. Hay una época para cada libro y para disfrutarlo eficazmente. Está muy bien El Señor de los Anillos como lectura adolescente y de iniciación, pero es inevitable crecer y darse cuenta de que Frodo es un pusilánime y un bobo, que en realidad el verdadero héroe es su humilde sirviente Sam, que el mago Gandald es un viejo de miércoles, autoritario y ladino, y que los arios elfos son una manga de aburridos presuntuosos.

También que la trilogía tiene muchísimas páginas de más, como aquellas descripciones interminables sobre el mundo vegetal y animal con las que nos torturaba Salgari en las aventuras de Piratas. A El Señor de los Anillos les sobra un tomo, mas precisamente el segundo, Las dos torres, interminable y aburrido, con poca acción y mucho palabrerío barato.

Me pregunto cuál es la necesidad que tenemos de considerar que los que nos gusta debe ser invariablemente genial. He abandonado hace ya mucho esta peregrina idea. Hoy me enorgullezco de disfrutar con verdaderas porquierías sin justificarme encontrando valores inexistentes. Y por supuesto que no soy el único: ahí andan los fanáticos del cine bizarro y de la televisión de los sesenta, tipos que se mueren por las películas japonesas de Godzilla o por los mamarrachos de Jess Franco, o que se destornillan de la risa por el humor elemental de Pepe Biondi o por los personajes de Titanes en el ring, sin que se les pase por la cabeza pensar que Martín Kadaragian haya sido un artista trascendental del siglo XX.

Tolkien para principiantes es una buena manera de conocer a nuestro profesor. Es una biografía con muchos datos y de muy fácil lectura, mucho más entretenida que tanto ensayo erudito que trata de explicar lo inexplicable de El Señor de los Anillos. En esta revista siempre pensamos que leer es uno de los pocos placeres que nos quedan (o que nos permiten). Y conste que no comparto muchos de los conceptos allí vertidos, algunos de los cuales afirman que Tolkien era un visionario que creía en la verdad de los cuentos de hadas, ¡ja!

Fanáticos tolkienanos: disfruten mientras puedan y la inocencia se los permita.

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Y a continuación va mi respuesta:


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Estimado señor Rimondino:

Gracias a un buen amigo he tenido acceso al artículo sobre Tolkien que ha publicado en el número 19 (no creo equivocarme) de la revista LEA. Y sinceramente... cuanto más avanzaba en la lectura, mayor iba siendo mi disgusto.

Veo por la redacción del artículo que es usted una persona en apariencia sincera, a la que le gusta llamar las cosas por su nombre. Permítame por lo tanto ser al menos igual de sincero.

Debo reconocer que mi opinión de los críticos literarios profesionales nunca ha sido buena; nunca he llegado a comprender como alguien puede vivir de criticar algo que ni en sus fantasías más locas podría soñar escribir. Porque a lo mejor me equivoco, pero usted no ha vendido nunca millones de ejemplares de un libro suyo, ¿cierto? Pero claro, todo el mundo tiene derecho a su cuarto de hora de gloria, y la verdad es que en cuanto su artículo comience a circular por internet le auguro una fama inmediata.

Su estilo de crítica es totalmente previsible, lleno de tópicos que si se hubiera molestado un poco sabría que han sido totalmente refutados, escribe, en fin, con la libertad que da la ignorancia de quién no conoce el tema en profundidad. Y no sólo eso, sino que se permite decir:

"Me pregunto cuál es la necesidad que tenemos de considerar que los que nos gusta debe ser invariablemente genial."

¿no es capaz de darse cuenta de que usted hace exactamente lo contrario?; y no sólo eso, sino que desde su punto de vista de crítico ni siquiera se plantea que puede estar equivocado.

Y claro, ¿qué crítico al que no le guste Tolkien perdería la oportunidad de recordarnos su supuesto "racismo":

"¿No es evidente que nuestro tierno profesor era un racista convencido, para el que las autoridades y las jerarquías sociales eran intocables?"

usted no, evidentemente, es demasiado fácil, muy "políticamente correcto"... y muy falso. Para empezar, comete un error de bulto, un error indigno de un periodista:

¿acaso no se trataba de un ciudadano blanco sudafricano?, ¿o ya se olvidó quiénes inventaron el apartheid como sistema político y social?

J.R.R. Tolkien nació, efectivamente, en Sudáfrica, y más concretamente en Bloemfontein, en 1892; y en 1895, esto es, a la edad de tres años, partió para Inglaterra con su madre y su hermano menor. Las primeras medidas de apartheid fueron tomadas en 1913, tomando carta de naturaleza en 1948, con el ascenso del partido nacionalista al poder. ¿Me quiere explicar, por tanto, qué tiene que ver Tolkien con un régimen que empezó 18 años después de su partida?

Pero hay más. Hay, por ejemplo, una carta del propio Tolkien que tendría que ser de obligada lectura para cualquier majadero que ose tachar a Tolkien de racista. Le pongo en antecedentes: supongo que sabrá que Tolkien era de ascendencia alemana (y si no lo sabe se lo digo yo); pues resulta que en julio de 1938 una editorial alemana, Rütten & Loening (de Postdam) se puso en contacto con él para negociar una posible traducción al alemán, y posterior publicación, de "El Hobbit". Sabiendo de la ascendencia de Tolkien le preguntaron si era de origen ario, se supone que para comprobar su grado de pureza étnica. La respuesta de Tolkien fue la siguiente:


"25 de julio de 1938 20 Northmoor Road, Oxford

Estimados señores:

Gracias por su carta... Lamento no tener muy claro a qué se refieren con arish. No soy de extracción aria: eso es, indo-iraní; que yo sepa, ninguno de mis antepasados hablaba indostano, persa, gitano ni ningún otro dialecto afín. Pero si debo entender que quieren averiguar si soy de origen judío, sólo puedo responder que lamento no poder afirmar que no tengo antepasados que pertenezcan a ese dotado pueblo. Mi tatarabuelo llegó a Inglaterra desde Alemania en el siglo XVIII; la mayor parte de mi ascendencia, por tanto, es puramente inglesa, y soy súbdito de Inglaterra; eso debería bastar. No obstante, me he acostumbrado a considerar mi apellido alemán con orgullo, y seguí considerándolo así durante todo el periodo de la lamentable pasada guerra, durante la cual serví en el ejército inglés. Sin embargo, no puedo dejar de comentar que si averiguaciones impertinentes e irrelevantes de esta especie han de convertirse en la regla en cuestiones relacionadas con la literatura, no está entonces distante el momento en que tener un apellido alemán deje de ser fuente de orgullo.

La averiguación en que se involucran sin duda obedece a las leyes de vuestro propio país, pero que éstas deban aplicarse a súbditos de otro Estado no es correcto, aun si tuvieran (y no la tienen) la menor relación con los méritos de mi obra o la conveniencia de su publicación, de la que parecen estar satisfechos sin referencia alguna a mi Abstammung [genealogía].

Confío en que encontraran la respuesta satisfactoria,

atentamente suyo,

J.R.R. Tolkien"


Creo que sobran los comentarios.

Y además, ¿sabía que la mayor parte de los elfos no eran rubios?, ¿o que uno de uno de los pueblos más queridos, nobles y fieles eran de tez oscura y de aspecto poco agradable a la vista (hablo de los Drúedain)?... no, claro que no lo sabe, ¡qué preguntas hago!

Le sugiero que para un próximo artículo sea más "original", que escarbe más en las heridas: recuérdenos el machismo de Tolkien, la cargante religiosidad de su mitología, las posibles relaciones homosexuales de algunos miembros de la Comunidad del Anillo. Recuérdenos, en fin, lo estrechas y llenas de prejuicios que están las mentes de algunos.

Dice que "nunca discutiría con los jóvenes que aman a Tolkien para tratar de que atemperen su pasión". Bueno, yo tengo casi 40 años, ¿soy un buen rival para discutir?, ¿soy lo bastante viejo? Aunque claro, a lo mejor no soy lo bastante listo, no estoy al nivel de un afamado crítico literario... quizá un "peso pesado" es mejor contendiente, ¿qué tal un filósofo de reconocida fama (al menos en España, desde donde escribo)?, ¿le parece Fernando Savater bastante bueno? Puede buscar en internet un artículo suyo titulado "En compañía de hadas", y también una reciente colaboración en un periódico titulada "El verano de Sauron". Pero si no los encuentra no se preocupe, pues con mucho gusto se los enviaré yo mismo. Nunca hay que perder la oportunidad de aprender algo nuevo.

Y por último una pequeña anotación; dice usted: "en esta revista siempre pensamos que leer es uno de los pocos placeres que nos quedan (o que nos permiten)". Pues no estoy totalmente de acuerdo, hay veces que leer no es un placer... yo no me divertí nada leyendo su artículo, y no creo que usted lo haya hecho leyendo esta carta (si es que ha tenido la amabilidad de llegar hasta aquí).

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Gwaihir (Maia)

Senescal (4834 mensajes)


"Si fui entonces, mi amor, iré de nuevo, dondequiera que estés. Tú eres todo lo que tengo, mi verdadero amor. Tú eres la Dama más valiente, el navegante más osado. Eres mía. Navegaste por mí. Eres mi dama, la Dama que llevó El Alma."
(Cordwainer Smith, "La Dama que llevó El Alma")

Renich i lú i erui govannem?

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