Crónicas de Rhûn

30 de Enero de 2006, a las 19:48 - Eldaron de Eldamar
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El Bardo de librea oscura, de voz profunda y grave, entonó:
- El retorno de Jandwathe. De cómo Pallando fue hechizado

Pero resultó que Jandwathe no había huido. Solamente se había escondido en su Desierto, en unas oscuras cavernas, lejos al sur de la Torre,  y no le costó muchos esfuerzos reconstruirla, con la ayuda de los orcos y esclavos que aún habitaban en las zonas meridionales de su territorio y cuya presencia no había sido siquiera sospechada por los ejércitos del Norte.
Y su poder volvió a crecer tan rápidamente como su ira. Pero cultivó su venganza poco a poco y no atacó directamente, pues quería esperar a que los recuerdos de la victoria se volvieran confusos en el tiempo, para poder aplastar con más fuerza a sus enemigos del norte. De esta forma dirigió su atención sobre los pueblos del sur y se dedicó a inspirar la maldad cada vez con más fuerza en aquellas gentes, para que se volvieran totalmente al servicio de la Oscuridad y poder utilizarlos contra los dúnedain y contra los elfos de Eriador.
Pero su vil intención se vio compensada por un factor inesperado: la influencia de Pallando, que había viajado al sur y había aprovechado la ausencia de la Vampira para empezar a ganarse la confianza del pueblo de Rhekht.
Jandwathe no podía permitirlo. Viéndose de pronto burlada, preparó una cruel venganza. Pallando habitaba entonces una antigua torre de vigilancia situada al sur de Rheckht, que seguramente había sido usada en alguna guerra de los orientales contra los Haradrim mucho tiempo atrás.
Y he aquí que una noche se presentó una muchacha extraña que llamó a su puerta. Iba descalza, con las ropas sucias y desgarradas y sangraba de varias heridas que se abrían en una faz de profundo desconsuelo. Pallando se compadeció y la dejó entrar. La chica era tímida y caminaba tambaleándose, y no sabía explicarse bien para poder responder correctamente a las preguntas del Istar. Arguyó algo sobre torturas y látigos y se dejó caer en un rincón cerca de la chimenea y se durmió. Pallando, que ya iba a preguntarle si quería algo para comer, la dejó y se fue a la cama.
Esa noche, oscuras pesadillas le asaltaron y veía extrañas formas que danzaban a su alrededor. Se despertó sobresaltado cuando ya el sol entraba por su ventana. Preso de un presentimiento, fue a despertar a la chica, pero ya no estaba allí. La habitación de la chimenea estaba vacía y fría, con el fuego apagado. Un viento helado silbaba por los rincones. Pallando tuvo la sensación que esa habitación llevaba mucho tiempo vacía. Tuvo un ligero dolor al mover el cuello y descubrió una herida reciente. Entonces supo con un estremecimiento que la Vampira había vuelto.
Con ésta y otras argucias, Jandwathe entró en la vida de Pallando y poco a poco éste volvióse huraño y solitario, pues su voluntad no era muy fuerte y el hechizo de la Vampira hacía su efecto. Los pueblos de Reckht observaron como se iba distanciando cada vez más de ellos y llegaron a considerarlo un viejo cascarrabias extraño y loco. Hasta que un buen día desapareció de su torre y no volvió a ser visto.
Hay quien dice que la noche antes de su desaparición, una gran forma alada revoloteaba alrededor de la morada de piedra del mago, pero quizá fuesen solamente habladurías de la gente. Al fin y al cabo, esta misma gente empezaba ya a olvidarlo, aunque no todos: sus consejos y sabiduría perduraron en muchos de los que habían sido sus amigos, y fueron pasando de padres a hijos a lo largo de muchas generaciones.

El Bardo de librea plateada, de voz templada y clara, expuso:
- La Paz Tensa de Rhûn. Sobre los hechos de Eriador y la Segunda Invasión Oriental. La Gran Peste.

Llega entonces una época de tensa paz que dura unos 300 años, en la que se cree que Jandwathe se hizo fuerte en su morada, dedicándose a  la ampliación y crecimiento de sus ejércitos de orcos y preparando venganzas futuras. Durante este tiempo, en Eriador, los tres reinos independientes surgidos de la decadencia de Arnor lucharon entre sí, debido a la influencia del Rey Brujo de Angmar.
Finalmente, en el año 1432 de la Tercera Edad, murió el rey Valacar de Gondor y empezó la Guerra de los Parientes. Jandwathe fue informada por sus espías y quiso aprovechar la situación para dar un duro golpe a Gondor. Por lo tanto alentó a los haradrim del Próximo Harad, cerca de Gondor, para que declarasen la guerra y luchasen contra el Oeste. Después de numerosos enfrentamientos, en el año 1540, los haradrim lograron matar al rey Aldamir con la ayuda de los Corsarios de Umbar y extendieron su furia por el sur de Gondor. Sin embargo, 11 años más tarde fueron derrotados por el rey Hyarmendacil II.
Y fue en 1636 cuando la llamada Gran Peste asoló Eriador y parte de Rhûn. Muchos pueblos del norte de Rhûn perecieron bajo la enfermedad, mientras que los países del sur escaparon al desastre. Centenares y miles de personas sucumbieron y los Magos no podían hacer nada.

Y continuó así:
- 1º Gran Ataque de Jandwathe: Los Aurigas. Sobre el Viaje de Alatar hasta el País de los Elfos

Durante los dos siglos siguientes reinó una extraña calma, durante la cual Jandwathe preparó el primero de sus dos históricos grandes ataques contra los pueblos libres.
Su influencia sobre los orientales de Kartaq aumentó considerablemente y éstos crecieron militarmente, y su odio al oeste se incrementó. Así, en 1854, se alzaron en todo su poder y se lanzaron raudos contra Gondor y Rhovanion en una imponente y enorme ofensiva que logró derrotar y doblegar a todos los ejércitos gondorianos y esclavizó a los habitantes de las regiones del norte.
Fueron los llamados Aurigas, cuyas recurrentes invasiones a partir de entonces y durante casi 90 años fueron temidas por todos los pueblos del oeste. Los Aurigas eran soldados despiadados y su sola mención provocaba pánico, gritos y huídas precipitadas. La rapidez de sus ataques fue legendaria, y lograron destruir muchas contraofensivas.
Sin embargo, después de muchas victorias, los Aurigas conocieron la derrota. Se aliaron con los haradrim y los guerreros variags de Khand, una región independiente totalmente sojuzgada bajo el poder de Jandwathe y Sauron; y planearon un ataque conjunto. Todos a la vez lanzaron otra gran ofensiva en dos frentes, uno de los cuales barrió a los gondorianos justo delante del Morannon, pero el otro fue derrotado en el sur, y de esa forma los ejércitos del oeste finalmente se crecieron en poder y, ansiosos de terminar con tantos años de temor, embistieron desesperados el frente del Morannon, derrotando finalmente a los Aurigas en la Batalla del Campamento, con Eärnil de Gondor a la cabeza y muchas bajas detrás.
Era el año 1944 de la Tercera Edad.
En el norte de Rhûn, por estas fechas Alatar decidió emprender un viaje que hacía tiempo que meditaba: ir a visitar a los extraños elfos del este, de los cuales siempre se hablaba en las tabernas de los pueblos del norte, evitando de alguna forma el Paso de Hielo, o del Dragón como ya era conocido entonces.
Así pues, se dirigió con su fiel zorro Nebula a los Hielos, iniciando una peligrosa ruta mucho más al norte del paso. Viajó penosamente bajo intenso frío y vendavales helados durante muchos días, siempre hacia el este. Muchas veces estuvo su cuerpo a punto de perecer bajo el riguroso clima y tuvo suerte que Nebula lo guió siempre por los caminos más cortos y mejores, y con su cuerpo lo calentó en las noches más frías en los inmensos desiertos blancos en donde las auroras dibujan sobre las estrellas.
Y al fin, Alatar consiguió llegar a las costas orientales de la Tierra Media sin tener que enfrentarse al dragón, y se dirigió hacia el sur, hasta los bosques élficos. Allí se quedó durante unos cuantos años.

El Bardo de librea oscura, de voz profunda y grave, continuó implacable:
- 2º Gran Ataque de Jandwathe: La Guerra del Mar de Sangre. De la fundación del último reducto del norte: la ciudad amurallada

Mientras tanto, Jandwathe colmó sus ideales. Después de mucho tiempo de espera, lanzó con odio su segundo gran ataque. Después de la derrota de los Aurigas, que ignoró, pese a que habían sido una pesadilla en los pueblos del Oeste durante años, atacó por fin al norte que se había burlado de ella.
Y durante los años 1978 y 1979 de la Tercera Edad, se abrieron las grandes puertas del desierto y miles, miles y miles de orcos que habían estado viviendo y multiplicándose en secreto dentro de sus dominios, se lanzaron como un mar sobre los pueblos septentrionales sin previo aviso.
Y mientras que los Aurigas no habían podido finalmente doblegar Gondor, estos ejércitos tuvieron más suerte. Huestes enteras de salvajes orcos entraban en los pueblos, los saqueaban y mataban a todo el que se interponía. La destrucción se propagó como un fuego con el aliento de un huracán.
Ciudades grandes y pequeñas caían hechas pedazos o incendiadas, y sus habitantes huían como podían, vagando por caminos perdidos y yermos, despavoridos y acabados. Los que resistían eran objeto de tortura y terribles muertes sucedían sin descanso. Día tras día, mes tras mes la destrucción seguía imparable. Parecía en verdad el fin del mundo. Todo el norte estaba invadido por criaturas de las tinieblas, los días se tornaron oscuros, humo y ceniza reinaron junto a la noche, la vida se hizo escasa, la esperanza chilló de espanto ante tamaña obra bárbara.
La gran resistencia septentrional a Jandwathe fue vapuleada en poco menos de dos terribles años y se disolvió para siempre. De este a oeste, todo el norte fue arrasado en lo que pasó a llamarse la Guerra del Mar de Sangre.
Mas no todo se perdió. El golpe fue brutal y rápido, pero se salvaron de la ira de la Vampira los pueblos que más lejos estaban, los más occidentales, que vivían cerca del Mar de Rhûn, ya que además allí estaba Curunir el Blanco.
Su poder frenó a los orcos y consiguió organizar la gente a tiempo para hacer frente a la amenaza.

Y continuó así:
- De cómo fue la defensa del último reducto

Los habitantes de estas regiones eran los descendientes de las gentes de los pueblos de los Grandes Capitanes de la Batalla de la Llanura de los Colmillos. Aún recordaban con orgullo a los Capitanes Quthal y Fingurk. De ellos se contaba que en esa batalla lograron romper un cerco de casi cien enemigos y derrotarlos uno a uno entre los picos de piedra de la llanura.
Así pues, todas las gentes de la zona costera unieron sus pueblos y sus terrenos y se fortificaron en una sola y gran ciudad a orillas del Mar de Rhûn. Durante un año entero, hábiles herreros y carpinteros fabricaron grandes sistemas de defensa siguiendo los consejos del Mago Curunir, mientras centenares de constructores erigían grandes murallas de piedra y torres de vigilancia con prisas, pues los ejércitos de Jandwathe habían empezado su ataque por el este, pero se acercaba ya a sus tierras. Hubo que repasar antiguos manuscritos guardados en arcones viejísimos a lo largo de las generaciones para volver a aprender a manejar las armas más convencionales y pronto hubo muchos hombres que se entrenaron con espadas, arcos y hachas por todas las plazas de la nueva ciudad, sin nombre aún. Al mismo tiempo, cazadores experimentados prepararon trampas y artilugios de toda índole para sorprender a los invasores.

El Bardo de librea rubí, de voz majestuosa y potente, hizo sentir su voz:
- Inicio de la Batalla de la Cacería de los Supervivientes: Cerco y penetración en la ciudad

A finales del año 1979, en el atardecer de un día de noviembre los vigías avistaron los primeros ejércitos que se acercaban y todo el mundo se preparó para la lucha. Hacía tiempo que el momento se aproximaba, y la determinación y el miedo se daban la mano en todos los corazones.
La marea negra se acercaba con antorchas, iluminando los campos con miles y miles de pavorosas luces rojizas. Se hizo de noche y todo el mundo estaba tenso.
Y la batalla empezó, y la luna se hundió en un mar de nubes y los gritos y cuernos de los atacantes indicaron que los orcos se movilizaban y subían hacía las puertas. Los orcos avanzaban en oleadas, en dos frentes, uno oriental y otro meridional, e intentaron entrar por varios puntos de las murallas, pero se encontraron con las trampas de fuego y púas de hierro hechas por los cazadores que los obligaba a avanzar más despacio. Entonces, los ejércitos de Jandwathe usaron armas de asedio y grandes balistas empezaron a bombardear con flechas y fuego las murallas y las calles de la ciudad, pues los proyectiles superaban en altura los muros construidos con prisas. Así pues, Curunir, apostado en lo alto de las murallas, se alzó en poder y sabiduría y originó con su vara incendios y relámpagos incandescentes que iluminaron la noche y que cayeron sobre los atacantes, originando muchas bajas entre los primeros orcos que ya intentaban subir por las murallas. Centenares de arqueros se apostaron en lo alto de los muros aprovechando la tregua de proyectiles orcos e hicieron retroceder los invasores, mientras que soldados con espadas patrullaban por las murallas y las puertas, dispuestos a entrar en combate al mínimo intento de penetración de las defensas.
Llegó el alba y los orcos hicieron un segundo  intento serio de romper las defensas de la ciudad: el frente oriental se creció y grandes arietes lograron llegar a la altura de las puertas, mientras unas filas más atrás, nuevas balistas reanudaron la lluvia de fuego. La mayoría de los sitiados fueron a proteger las puertas, dejando las murallas meridionales ligeras en protección que de inmediato fueron atacadas por otra columna de orcos que había permanecido atrasada. Estos últimos orcos, si bien pocos en número, estaban mejor preparados, pues disponían de unos artilugios extraños y de procedencia desconocida que provocaban fuegos y despedazaban la roca; y con ellos empezaron a abrir boquetes en los muros. Entonces, los sitiados tuvieron que repartirse otra vez, y muchos lugareños acudieron con espadas y garrotes a recibir a los nuevos enemigos. Pero estos crecían.
Jandwathe había tardado en atacar aquella región, pero había aprovechado el tiempo preparando a conciencia la estrategia, pues no dudaba de quien era el que luchaba con los lugareños.
Los ejércitos de orcos no atacaban todos a una, sino por turnos, y los heridos retrocedían mientras los nuevos llegaban desde detrás, agotando así a los sitiados. Además, las nubes que habían permitido a los orcos atacar a pleno día se hacían más oscuras y la noche volvía a caer sobre la ciudad. Las cosas pintaban mal para la última resistencia del norte.
Aunque obtendrían una ayuda inesperada.

Y siguió así:
- El Retorno de Alatar. La Estratagema de los Supervivientes.

Y es que por su parte y en estas fechas, Alatar volvió de su largo viaje, 35 años después de su partida, y se encontró con toda la desolación y el caos. Allí donde iba no encontraba más que pueblos muertos y cadáveres arrojados por las calles. Los páramos aparecían desiertos y ventosos, y no se veía casi nadie en millas y millas. No era difícil imaginar quien era la causa de todo. Consciente del desastre ocurrido en su ausencia no se amilanó y aplegó con la ayuda de Nebula a todos los supervivientes que encontró por los caminos y prados.
Había hombres y mujeres de todas las edades, pero en su mayoría las mujeres decidieron encargarse de todos los niños y ancianos, mientras los hombres deliberaban. Estaban todos muy débiles físicamente, sin embargo la ira velaba sus ojos. Discutieron un tiempo su futuro, pero al final los varios centenares de supervivientes tomaron una decisión, y acompañados por el Mago se dirigieron al oeste, donde se decía que aún había resistencia cerca del Mar de Rhûn. Se rumoreaba que allí los pueblos se habían agrupado y que Curunir estaba con ellos.
Y querían luchar hasta el final.
Por su parte, las mujeres con los niños y ancianos se internaron entre las ruinas de un pueblecito del medio de la campiña y se escondieron en sótanos de casas que aún estaban en pie, para esperar noticias.
Los supervivientes se cargaron de todas las armas que encontraron abandonadas, incluso objetos de labranza y palos. Siendo conscientes del bajo número de atacantes que formaban, usaron la cabeza y prepararon estrategias entre todos para sorprender a los orcos y poder causar el mayor daño posible.
Llegaron una mañana de finales de noviembre y justo a tiempo. Los orcos habían atacado conjuntamente las puertas y estas se habían hundido y también habían abierto boquetes en las murallas y empezaban a entrar en la ciudad. Curunir no podía desplegar todo su poder contra los orcos, y tampoco hubiera servido de mucho, pues su número era excesivo. Se limitaba a atacar desde las murallas a los que entraban, pero era uno y los muros eran muy largos. A los lugareños se les terminaban sus flechas y abandonaban las murallas para bajar a las calles e intentar frenar a los que entraban por los boquetes y agujeros. Sin embargo, contínuamente se oían nuevas explosiones, y  nuevas olas llegaban al interior de la ciudad.
Alatar y los supervivientes de las regiones más orientales lo observaban silenciosamente desde la lejanía, y advirtieron que los orcos, llevados por el entusiasmo, dejaban limpios los terrenos que rodeaban la ciudad y entraban todos poco a poco por las murallas. Los orcos eran millares y en buena forma aún, y ellos tan solo unos novecientos.
Deliberaron tensamente. Alatar propuso algunas estrategias, que fueron comentadas por todos, añadiendo ideas y detalles. Durante medio día estuvieron discutiendo y hablando, mas todos los planes se estrellaban contra un hecho: tenía que ser un ataque sorpresa. Y para ello se necesitaba la implicación de los sitiados. Tenían que comunicarse con ellos.
Pero finalmente, uno de los supervivientes llamado Tarqöst, hábil tallador de piedra, tuvo una idea. Mandó buscar piedras pequeñas y empezó a tallar con algunos de sus instrumentos que había salvado de la destrucción el símbolo de la Hoja de Seis Puntas en todas ellas. Seguidamente, a una orden suya, muchos de los hombres se rasgaron parte de sus vestiduras y en la tela escribieron con sangre y arcilla unos dibujos. Simbolizaban con un círculo la ciudad, y este círculo aparecía discontínuo por los boquetes y la puerta. Con líneas con flechas indicaron sus movimientos hacía los boquetes, preparando la encerrona. Alatar aplaudió la estrategia, y pronto la pusieron en práctica.
Así pues, una docena de hombres se movió sigilosamente por la campiña hasta la balista más pròxima y cayeron sobre los orcos que la custodiaban. Eran tan solamente cinco y no tuvieron tiempo de dar la alarma. Rápidamente, cinco hombres se pusieron sus yelmos y se cubrieron con las capas, mientras los demás se escondían. Con hilos ataron los pequeños trozos de tejido a las piedras y éstas a diversas flechas muy gruesas, pesadas y largas, a las que cortaron las puntas. Entonces hicieron funcionar la balista y apuntaron  hacia los tejados de los edificios más altos. Dispararon veinte flechas y volvieron raudamente con los demás al escondite y luego hasta el gran grupo, para dar tiempo de reacción a los sitiados.
Dentro de la ciudad, los tejados de los edificios estaban ocupados por arqueros que disparaban las últimas flechas a la marea de orcos que empezaba a extenderse por las calles debido a la imposibilidad de contenerlos en los boquetes de las murallas. Curunir también estaba allí en lo alto con algunos de los hombres más capaces que había podido encontrar, discutiendo la defensa. Por de pronto, diversos objetos silbaron con estruendo muy cerca y tres flechas enormes impactaron contra el suelo del tejado. Curunir no les prestó mucha atención, pero un joven carpintero llamado Dusf se percató de las piedras anudadas en las varas de madera. Alzó una y vio el símbolo de la Hoja y corrió hasta Curunir y los demás.

Y aún continuó:
-El ataque de los Supervivientes.

Alatar y los supervivientes de las estepas estaban a la espera, cuando unos cuernos orcos resonaron estruendosamente, alzándose desde la ciudad hasta el cielo nublado y gris. Al instante, los últimos grupos de orcos que quedaban en la campiña corrieron a su llamada, aullando y gruñendo y dejando vacío el terreno. Los supervivientes los siguieron más lentamente y sin hacer ruido.
Dentro de la ciudad ya se expandía la noticia de la ayuda que llegaba del exterior. Curunir habló a los hombres que estaban con él en el tejado, y en los tejados próximos, y les dijo con una voz potente, clara y de embriagadora entonación, que hizo que todos giraran las cabezas hacia él como movidas por un resorte:
- ¡Escuchad hombres del Norte! Después de un día entero de lucha fatigosa y dolorosa, por fin dejaremos de defendernos. Por fin pasaremos a atacar. Ahora hay que afrontar al enemigo. Muchos años hace que recorro estas tierras y por todo lo que he visto, oído y leído soy consciente de vuestro valor. He comprobado que vuestro espíritu es libre, a pesar de todos los tiempos tenebrosos y todos los agravios. - Levantando la voz, Curunir miró a los allí congragados- No sucumbisteis ante los seres del terror que os atacaron en la antigüedad. No agachasteis la cabeza cuando hace mucho tiempo despertó el dragón que os aisló de los elfos, los que permitieron a vuestros antepasados atacar e incluso destronar al demonio. ¡El mismo que ahora vuelve a intentar barreros de vuestra tierra! ¡Ni durante la Enfermedad vuestros pueblos no se extinguieron! ¡Lo habéis aguantado todo hasta ahora! ¡Y ahora no será diferente! Porque allá, fuera las murallas, está la ayuda que necesitamos, vuestra propia ayuda, son vuestros vecinos que no cayeron en sus pueblos y que ahora vienen a daros su apoyo. Y no podemos permitir que su viaje penoso a través de los páramos termine en una derrota. Solamente debemos darles la oportunidad de ayudarnos. Estan tan dispuestos a dar su vida por vosotros que incluso nos evitan el tener que pensar... porque en estos dibujos... hechos con su propia sangre... ¡han escrito vuestra victoria!
Estáis destinados a convertiros en gente poderosa y vivir en paz, ¡solamente ese puñado de orcos de allí abajo es el único obstáculo! ¿Permitireis que os arrebaten vuestra libertad, vuestra vida? ¿Permitiréis no volver a ver el sol bajo el yugo de la oscuridad? ¿Permitiréis que os quiten las tierras, los árboles, las flores, las canciones, las fiestas? ¿Permitiréis que vuestros hijos crezcan en la miseria y vuestros nietos nazcan esclavos?
Los carpinteros, artesanos, mineros y pescadores que estaban con él en el tejado se miraron sobrecogidos, se alzaron de pronto con los ojos serios, augustos, brillantes, los mismos con los que cualquier rey poderoso observaría una batalla que promete una victoria gloriosa. Su vida estaba en juego pero había una posibilidad de recuperar con creces todo lo perdido hasta ahora. Las palabras de Curunir resonaban una y otra vez en sus cabezas. Su semblante se enderezó y su mirada se volvió grave y peligrosa.
Finalmente alguien dio el paso, se agachó y cogió su espada. Otro lo siguió. Y otro. Y otro más. Alzaron sus armas y lanzaron un grito de furia. Los tejados próximos bulleron y muchos los imitaron. Un salvaje mensaje recorría la ciudad.
Y de pronto, con un gran bramido de guerra, los sitiados bajaron todos a una, veloces hacia las calles. Los orcos se sorprendieron de tamaño cambio y observaban alterados como la gente se lanzaba contra ellos. Los sitiados se dividieron raudos por las distintas vías y callejuelas y empezaron a atacar con fuerzas renovadas. Cada uno de ellos reunía grupos de gente que corría dispersa perseguida por los orcos y se fueron formando batallones que se autoorganizaban y se dirigían hasta el centro de la ciudad perseguidos por los numerosos grupos de enemigos, hasta formar un gran círculo de gente en el centro de la ciudad que era atacada por todos lados. Curunir se encontraba con ellos y alzando su vara originó fuegos en los edificios vacíos más próximos, creando un círculo de llamas de protección.
Los orcos se mantenían entonces a cierta distancia, disparando flechas a los sitiados, cuando de pronto unos potentes cantos llegaron a través del humo y el fuego...
Era el sonido de muchas voces que cantaban alegremente sobre el sol y los campos, cantos mineros y sobre el viento y la lluvia. Y al unísono, todos los sitiados respondieron con los suyos propios, y una algarabía de voces potentes se extendió por la ciudad.
Los orcos se inquietaron y atacaron con más furia, pero ya la mayoría de los supervivientes que se encontraban fuera penetraban por todos los boquetes de la ciudad y se dispersaban por las calles, mientras había otros que ocupaban todas las entradas para evitar la huida de los orcos.
Con el rechocar de las espadas, garrotes, horcas y otros instrumentos de labranza, los supervivientes aparecieron a la vista de los sitiados y se lanzaron contra el enorme círculo de orcos que ocupaban la mayor parte de la ciudad. Al instante, los sitiados avanzaron también desde el centro y atacaron a sus enemigos en todas direcciones. Mientras tanto Curunir fue raudo hacia la entrada de la ciudad y se encontró con Alatar y Nebula en la avenida principal cerca de las puertas. Observando la marea de enemigos y de ciudadanos luchando, unieron sus fuerzas y atacaron para ayudar a crear el caos y el terror entre los orcos. Gran cantidad de explosiones retumbaron entonces por todos los rincones de la ciudad mientras los dos magos recorrían las calles, y los orcos finalmente abandonaron todo orden y se dispersaron enloquecidos y aterrorizados por las numerosas encrucijadas, hasta que uno a uno se encontraban con patrullas de soldados furiosos en las vueltas de las esquinas que les asestaban el golpe final.

Y el bardo concluyó:
-Sobre el Fin de la Batalla y la fundación de Rangost. Empieza la Capitanía de los Cazadores

Pronto la batalla se transformó en una cacería gloriosa dentro de la ciudad y durante la cual perecieron todos los enemigos enviados por Jandwathe, en batalla o intentando huir a través de los boquetes y salidas de las murallas. Y de hecho, así se llamó la batalla: La Cacería de los Supervivientes, pues no hubo ningún capitán ni nadie que hubiera tomado el mando, ni tampoco los dos Magos, que habían sido más consejeros que no líderes: fue la gente misma que logró construir un ejército y defenderse, ya no formado por soldados sino por cazadores de orcos.
Y a partir de ese día glorioso se denominaron a sí mismos los Cazadores y a la ciudad le dieron el nombre de Rangost, la Fortaleza del Cazador. Familias y clanes dispersos de distintos lugares del norte de Rhûn se unieron aquel día glorioso bajo un nuevo pueblo, en un nuevo amanecer. La vida renacía...
Sin embargo, la euforia de la victoria se disipó pronto con el recuerdo de la desolación en la que se había convertido el norte. Centenares de pueblos destruidos y decenas de miles de vidas perdidas entre los escombros, los incendios y los ataques. La gran alianza de los pueblos del norte estaba acabada y ellos lo sabían. Pero la gente se organizó lo mejor que pudo y se enviaron jinetes a buscar a los que se habían quedado en el pueblo en ruinas y a recorrer los páramos desiertos para buscar otros posibles supervivientes de las matanzas y traerlos a la ciudad.
En los años siguientes a la batalla se repararon las murallas y se reconstruyeron las calles para dar una mejor apariencia a la nueva ciudad, la gloriosa y a la vez amarga ciudad que había nacido de una batalla. En el centro construyeron una gran plaza, y la llamaron Cerco de los Cazadores.
Se eligió entonces a un gobernante, y el honor se lo llevó uno de los descendientes de la familia del Gran Capitán Quthal, de nombre Tyor. Era él uno de los que habían escuchado las palabras de Curunir en el tejado, de antigua profesión artesano y hombre de letras. Había participado muy activamente en la lucha y se sabía que poseía una mente despierta y un espíritu honrado.
Tyor, el primer Capitán de los Cazadores, eligió como emblema de la ciudad la hoja de seis puntas de cobre y plata, que aún se conservaba como recuerdo de la hoja que llevaba Qufak el Pastor al volver de su estancia con los elfos, hacía ya muchos siglos. Y con la hoja, símbolo de la esperanza que los antiguos elfos les habían proporcionado, el símbolo de dos lanzas de cazador como un signo de la valentía de la gente de la ciudad que había sabido hacer frente al invasor. Y pronto esta figura del escudo de la Casa de Tyor ondeó en todas las banderas y estandartes que se colgaron en los muros de la ciudad, y así también en el escudo de cobre y plata que se construyó en el medio del Cerco de los Cazadores.
Y Tyor, el Primer Capitán, inició la primera de las dinastías de los Capitanes de Rangost; y con ella una nueva esperanza nacía para Rhûn.



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