Crónicas de Rhûn

30 de Enero de 2006, a las 19:48 - Eldaron de Eldamar
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Un Bardo con librea de color morado, de voz tensa e intranquila, intervino prontamente:
- Sobre el viaje de Alatar y Curunir al Sur. Encuentro con Jandwathe. El Engaño

Pero esa esperanza no estaría exenta de peligro. Veamos cómo.
Por su parte, Alatar refirió a Curunir los pormenores de su viaje y su estancia con los elfos, más sus palabras y la información que obtuvo de los Primeros Nacidos no fueron revelados a nadie más y no se sabe nada acerca de ellas.
Sin embargo, Curunir y Alatar no se contentaron con la desgracia recibida y menos con la puntual victoria, y decidieron reunirse con Pallando en el Sur para discutir la futura estrategia contra Jandwathe. Hacia tiempo que no tenían noticias del segundo mago azul y se sentían inquietos.
Unos años después de la Batalla de la Cacería, en el 1987, cuando todo parecía definitivamente tranquilo y la gente de la ciudad prosperaba y era feliz, los dos magos y el zorro ártico se dirigieron hacia las tierras meridionales de Rhûn, hasta la residencia de Pallando en el sur de Rhekht.
Más, cuando llegaron, tuvieron la certeza de ver cumplidos sus presagios: Pallando se hallaba en paradero desconocido y las gentes del lugar negaban todo conocimiento sobre la existencia del Istar. La torre del mago parecía vieja y muy antigua, y por las gruesas telarañas y los carcomidos y deshechos muebles intuyeron que Pallando hacía mucho tiempo que había desaparecido. Una y otra vez interrogaron a los habitantes de los pueblos próximos, sin resultado alguno. La gente parecía algo asustada ante su presencia y  los dos magos decidieron emprender el viaje de vuelta.
Pero ocurrió algo que los detuvo: durante la última noche que pasaron en Rhekht, el cielo se cubrió de nubes tormentosas y una oscuridad extraña avanzó desde el norte. El posadero que les había proporcionado una habitación para dormir cerró todas las ventanas y puertas asustado. Alatar pidió explicaciones y el posadero les informó que esa oscuridad aparecía una vez cada tres meses y provenía del demonio del norte, que mataba a los viejos y se llevaba a los jóvenes para siempre, y que cada vez que llegaba todo el mundo se escondía para escapar a sus garras. Curunir y Alatar, junto con Nebula, salieron a la calle, mientras el posadero, con ojos de absoluto pavor les ordenaba que volviesen, para luego huir hacia dentro del establecimiento a toda prisa. Curunir y Alatar salieron del pueblo con Nebula, remontaron un pequeño promontorio y esperaron. Las nubes negras se transformaron pronto en enormes bandadas de murciélagos que arremetieron contra las casas y las calles.
Entonces, Alatar y Curunir alzaron sus varas y prendieron un árbol muerto, próximo a dónde se encontraban, que estalló en llamaradas azules y verdes que iluminaron toda la región en varias millas a la redonda. Las nubes oscuras se revolvieron furiosas y volaron raudas hacia el promontorio mientras rodeaban a los dos magos. Una figura grande y negra destacó luego dentro de la nube, se acercó y se posó en la rama de un árbol, y ocultó las gigantescas alas. Así fue como Alatar y Curunir vieron por primera vez a aquel terror de Sauron, a quien elfos y hombres se referían por Jandwathe, la Hija de la Sombra, espíritu muy poderoso entre los sirvientes del Señor Oscuro, que les observaba con unos ojos penetrantes e inyectados en sangre. Su tétrica y blanquecina faz destacaba lisa como la de una mujer joven, más su mirada revelaba un odio y maldad sin límites. Su boca se torció en una sonrisa de burla y habló así:
- ¿Dos viejos ancianos yendo a estas horas por estos montes? ¿Acaso no sabéis que la oscuridad es peligrosa? La noche es traidora para los ojos y los pies cansados...
- Más peligrosa es para quien vive de ella, pues después de la noche siempre viene un alba, que guarda de todo mal y limpia las pesadillas...
- ...para después volver a ellas en otra noche aún más oscura. No te canses, viejo necio, pues al fin incluso el alba no será sino un recuerdo de mentes enfermas como la tuya.
- Cuidado con tus palabras, criatura de Sauron, pues son palabras de un ser confiado tan solo en su poder y a quien el Enemigo se limita a utilizar para sus fines. Tu mente te transmite apenas una parte del pensamiento del Señor Oscuro y a pesar de ello, y ahora que Él está débil, te crees dueña de todo, ¿no es así? No seas ingenua. ¿No has visto suficiente como para saber que la Llama habita entre los hombres y tus grandes ejércitos son aplastados una y otra vez? Sauron fue vencido; ¿qué te hace pensar que tu destino será diferente? Piensa en ello y acaso encuentres tu verdadero objetivo.
- ¿De veras crees que tus palabras tienen efecto alguno sobre mí, viejo necio? Con ellas puedes mover los hilos de tus protegidos como tales marionetas, no lo dudo, así que no me hables del poder, pues tu lengua suave, rápida y voraz hace más estragos entre los hombres que no mis ejércitos. Sé inteligente y no intentes desviar mi atención con vanas dudas sobre mis propósitos, pues conozco tus artes y de nada servirán. La Sombra se alzará y empezará una nueva Era en la que sus principales siervos serán recompensados y sus enemigos serán aplastados. Ya los Nazgûl se preparan en el Oeste para la no muy lejana llegada de Su Señor y pronto las indefensas gentes que tanto vigilas e influyes sabrán a quién deben obedecer.
Vete, pues, viejo necio, y llévate a este otro que tan fácilmente ha caído en tus redes, y olvídate de ideas utópicas. Sauron es el Único Amo y tú lo sabes bien.
- Tu orgullo infundado no te servirá de mucho, si solamente proviene de atacar y oprimir a los pueblos de estas tierras. Porque la opresión genera desesperación, y la desesperación genera esperanza. Y la esperanza es la fuerza más poderosa de los hombres, y un día te vencerá.
La Vampira soltó una terrible carcajada que descubrió una dentadura poderosa, con colmillos largos y afilados que distorsionaba su lisa faz. Luego sus ojos brillaron de malicia y regocijo cuando dijo:
- Escucha y aprende, viejo necio. Mis armas van mucho más allá de la gente. ¿Acaso crees que eres invencible ante mí? Pues ya hay uno de los tuyos que ha caído, y pienso que tus indefensos protegidos del norte tienen en estos momentos un nuevo problema con él...
Y dicho esto, extendió sus alas y levantó el vuelo,  y se alejó raudamente, mientras el eco de su maldad cubría a los dos magos. Alatar y Curunir, que quedó con las palabras en la boca, comprendieron que Rangost estaba en peligro y que todo había sido una sutil trampa de la Vampira, aprovechando adrede su ausencia para lanzar un nuevo ataque, y que de algun horrible modo Pallando formaba parte de él. Con el ánimo tenso y preocupado, iniciaron un rápido viaje de regreso al norte.

El Bardo de librea oscura, de voz profunda y grave, sentenció:
- Guerra Civil en Rangost. El plan para entrar en la ciudad.

Ya a algunas millas de distancia supieron que algo no iba bien. De Rangost se alzaban unas humaredas que ennegrecían el cielo y que hicieron apresurar a los dos magos. Cuando llegaron a las puertas de la ciudad se encontraron con una pesadilla.
Observaron casi incrédulos un enorme batallón de hombres armados luchando entre sí, y por lo que se podía atisbar, una batalla campal se había adueñado del lugar. Alatar y Curunir se alejaron, pues sabían bien que no debían intervenir a favor de nadie, pues aquello se asemejaba a una guerra civil y acciones demasiado precipitadas podían acabar con la última resistencia del norte.
Montaron guardia en lo alto de un monte cercano a la ciudad y observaron el curso de los hechos. Según parecía no había oposición clara de unos contra otros, más bien semejaba que todo el mundo era enemigo de todos, aunque la razón de todo aquel enredo era una incógnita. Sin embargo, entre los combatientes no atisbaron nadie que llevara el uniforme de la Capitanía de la ciudad, que consistía en una vestidura larga de color castaño oscuro, con unas protecciones de plata en la pechera y un bordado en la espalda con la hoja de seis puntas de los elfos, tejida en hilo de oro, más un yelmo corriente plateado y un escudo con el símbolo de Rangost, la hoja y las lanzas.
Este detalle se les antojó muy extraño y les asaltó la idea que quizá el Capitán Tyor y su guardia habían muerto o habían sido hechos prisioneros. Pero ¿por quién y por qué? ¿Sus mismos protegidos se habían vuelto en contra? Muy poco probable. ¿Y qué quiso decir Jandwathe aludiendo a Pallando?
Los dos magos habían llegado al mediodía y ya anochecía. Los fuegos iluminaban tétricamente Rangost, literalmente incendiada desde los cimientos. Multitud de cadáveres se amontonaban por las calles, pero muchos grupos y batallones se batían aún en las plazas y las murallas. Los gritos de la lucha y los gemidos de los que caían se elevaban hacía la noche cada vez más oscura. Aquello parecía el caos más absoluto, cuando pocos años atrás la ciudad estaba glorificada por la victoria y la hermandad entre todos.
Alatar comentó:
- Tendríamos que actuar rápido, si es que hay algo que pueda hacerse. La batalla se encrudece y no podemos permitir que la ciudad y todos sus habitantes sucumban.
A lo que Curunir respondió:
- Hay una sola cosa que puede hacerse en estos momentos: averiguar qué ha ocurrido con la guardia y con Tyor. Debemos saber si están muertos o hechos prisioneros.
Pero Alatar repuso:
- No podemos entrar por las puertas. No tendríamos tiempo para llegar al edificio que sirve de alojamiento a la Capitanía sin antes caer muertos y no podemos atacar a la gente incrementando el dolor de este caos.
Curunir adujo:
- Quizá sería más sencillo entrar desde el mar, atracar en el puerto y subir a la ciudad desde allí. No tendríamos que atravesar ninguna muralla y podríamos intentar pasar desapercibidos hasta llegar al Cerco del Cazador.

Y prosiguió:
- La llegada a la Capitanía de Rangost

Así pues, Alatar, Curunir y Nebula se dirigieron a la costa a través de la ya noche cerrada, hacia un conjunto de casas de pescadores que se habían instalado fuera de las murallas formando un pequeño vecindario, hacia el sur de la ciudad.
Cuando llegaron encontraron las casas desiertas, sin ninguna luz. Un viento de costa azotaba lonas y velas de las embarcaciones que estaban ancladas en el puerto, sombras a la luz de la luna. El húmedo salitre del aire marino se mezclaba con los humos que bajaban de la ciudad, dando un ambiente extraño de podredumbre.
Los dos magos se acercaron a una de las barcas más pequeñas. Sus maderos crujían con el viento y las olas la mecían suavemente. Era una barca sencilla, sin velas y tirada por remos. Los tres subieron a ella y los magos soltaron amarras, cogiendo luego un remo cada uno y poniendo rumbo al norte.
Unos diez minutos después llegaban a la vista del puerto de Rangost. Estaba lo suficientemente lleno de embarcaciones grandes de pesca como para quedar ocultos ante posibles observadores que estuvieran oteando el mar desde la ciudad. Alatar y Curunir atracaron en un extremo del puerto, al lado de un barco con una eslora de longitud mediana. Saltaron a tierra y raudamente se metieron por un callejón desierto, dejando a Nebula salvaguardando la barca por si debían huir. Desde aquí, los gritos y los golpes de espada se oían en la lejanía, pues al parecer la lucha se concentraba en la parte oriental de la ciudad.
Llegaron al Cerco del Cazador sin ningún contratiempo, pero sorteando muchos cadáveres que se repartían por el suelo de las distintas calles. Se escondieron en el portal desierto de una casa y atisbaron la plaza. Justo delante estaba el edificio de la Capitanía, de dos plantas y de estilo medio, pues era provisional ya que se había proyectado la construcción de una Capitanía más suntuosa y fortificada, como un pequeño castillo.
La plaza estaba llena de gente vociferante que se atacaba con fiereza. Tres edificios próximos estaban en llamas y la humareda envolvía a los combatientes. La Hoja de cobre y plata relucía tétricamente con el fuego y lanzaba destellos rojizos y blancos. Los dos magos se envolvieron en sus capas y se arrastraron por los laterales de las casas aún en pie y por debajo las terrazas, en las sombras, poco a poco hasta llegar a dos edificios de distancia de la Capitanía. La casa a la cual pertenecía la terraza bajo la que estaban situados se advertía totalmente vacía y abandonada, así que Alatar y Pallando usaron sus varas e incendiaron su interior, creando una explosión. Luego se escondieron bajo el edificio contiguo, al lado del cual se hallaba la Capitanía.
Muchos combatientes que estaban cerca fueron raudos al interior de la casa y Alatar y Curunir aprovecharon la situación. Se acercaron a la Capitanía y observaron a través de las rendijas de los postigos de una ventana de la planta baja, que estaba a oscuras. Rompieron con una palabra de orden los postigos y entraron.

El Bardo de librea morada, de voz tensa e intranquila, continuó:
- Pallando. Fin del Hechizo en la ciudad.

Dentro de la casa todo era silencio y oscuridad, y los dos magos anduvieron con cuidado para no hacer crujir la madera del suelo. Se encontraban en una especie de salón que al parecer servía de antesala. Escucharon atentamente y oyeron un murmullo ahogado que provenía de debajo del suelo. Así pues, debía de haber un sótano en la Capitanía.
De pronto, algo semejante a una aldaba hizo un chirrido y en el suelo de la habitación contigua se levantó una sombra. Una trampilla se había abierto y una figura oscura se perfiló en la habitación. El sombrero puntiagudo era inconfundible: ¡Pallando!
Alatar iba a decir algo, pero una mano de Curunir le contuvo. Los dos magos se hicieron lo más invisibles que pudieron entre las sombras. Pallando pasó por su lado sin aparentemente notar nada y se dirigió a la puerta. Ésta se abrió y se cerró.
Curunir esperó unos momentos y luego con sigilo se dirigió hacia la habitación contigua, que semejaba una sala oficial. Alatar le siguió y los dos abrieron la trampilla con sumo cuidado. Una escalera de mano apenas perceptible en la oscuridad descendía hacia el sótano. Bajaron calladamente y se encontraron en una especie de bodega, pues una serie de barriles y botijas aparecían contra las paredes, que se unían en una bóveda. Se respiraba un ambiente húmedo y olía a vino.
En el extremo del sótano, alargado y estrecho e iluminado por antorchas, se alzaba una puerta de madera, cerrada con aldabas y llaves y decorada con tachuelas de hierro. Los dos magos se acercaron y escucharon. Se oía un murmullo apagado detrás de la puerta. Curunir decidió no esperar más y con una palabra ancestral y poderosa hizo saltar las aldabas y seguros y la puerta se abrió. Al otro lado había un pequeño aposento, y estaba lleno de gente.
Entre la gente, apareció Tyor, quien se abalanzó sobre Curunir, pero este con un movimiento de mano lo empujó atrás. Tyor vociferó:
- ¡Dejadnos salir, malditos nigromantes tenebrosos! Poco sospechaba yo que los que  había considerado amigos nos traicionasen de tal forma. ¡Llevaos vuestros conjuros a la Tierra de las Sombras!
Curunir suspiró y de pronto su voz sonó absolutamente pacífica y sensible, tan inocente que al instante los ánimos de Tyor y su gente se calmaron.
- Capitán Tyor, ¿qué extraño odio te lleva a comportarte de este modo con nosotros? Por favor, aplaca tu voz y tu ira porque incrementa mi temor, y a mi modo de ver es injustificada; y deja que estos dos pobres ancianos se expliquen y también se informen. Pues nada sé de lo que ha ocurrido en la ciudad durante los últimos meses, dado que mis caminos me han llevado lejos de aquí y al igual que mi buen compañero Alatar, acabo de llegar a Rangost. Así pues, te pido amigo Tyor que compartas con nosotros lo que os aflige u os duele y también a qué se debe esta extraña y desoladora situación en la que se encuentra la ciudad.
Tyor, como saliendo de un encantamiento, respondió inseguro y aún desconfiado:
- Pero... esto... sabio Curunir, no puede ser como tú dices, pues acabas de salir de aquí después de amenazarnos con la tortura y la muerte si osábamos escapar, y ahora vuelves con palabras dulces y alentadoras. ¿Qué extraña cábala usas para perturbar mi mente? Déjame en paz, por favor, y no te diviertas conmigo ni con los míos.
- ¿Y cómo puedes decir que acabo de salir si en verdad te digo que llego ahora? Te aseguro que ambas cosas no pueden ser ciertas, pues aunque fuera realmente el instigador de todo mal como supones y quisiera divertirme no lo haría en estos momentos de caos y confusión como los que se viven en la ciudad. O en todo caso me hallaría en las calles, disfrutando de mi cruel obra. No, no es así. Cree más bien en la posibilidad de haber sido víctima de un hechizo que ha nublado tus ojos y que te ha inducido a ver una realidad carente de sentido. Si nos cuentas qué ha ocurrido quizá se pueda solucionar este enigma.
Así pues, Tyor explicó que un par de meses después de su marcha había llegado un mago a Rangost con la apariencia, al parecer, del propio Curunir. Se instaló por un tiempo en la posada que se había inaugurado pocos años antes, llamada la Fogata Silvestre. Hablaba poco con los habitantes y estos creyeron que el supuesto Curunir no quería ser un distinguido a ojos de la gente y que deseaba pasar más o menos desapercibido, por lo tanto lo dejaron en paz. Además tenían otras cosas en las que pensar, pues se acercaba la fiesta anual con la cual se conmemoraba la Batalla de la Cacería, y todo el mundo andaba entusiasmado con los preparativos de los festejos. Pero el mago sorprendió a todos cuando unos pocos días antes de la fiesta se presentó a las puertas de la Capitanía con un grupo de hombres de piel oscura, del sur, que llevaban dos carretas con grandes barriles. Al parecer, Curunir había estado preparando un regalo a la ciudad y se había puesto en contacto con alguno de los pueblos del sur para comprar las bebidas de la fiesta. Todos le dieron las gracias por su detalle y creyeron comprender así sus aires de misterio de los últimos días. Y llegó la fiesta, que se había celebrado hacía un par de días. Y a partir de entonces, las cosas habían empezado a ir mal. Porque durante la fiesta y después de ella la gente empezó a alterarse y a pelearse por estupideces, y renacieron viejas rencillas entre las familias que se propagaron como el fuego y se llegó a la situación actual. El Capitán Tyor añadió que ni él ni sus guardias no entendían el cambio drástico en el carácter de la gente, y tampoco sabían como detener aquella masacre. Buscaron a Curunir pero  no lo encontraron por ningún lado, hasta aquella misma noche, cuando había llegado a la Capitanía y los engañó a todos para encerrarlos en la bodega y los amenazó con su poder. Y luego había llegado el segundo Curunir, y Tyor concluyó que la situación se le había ido de las manos.
Curunir y Alatar habían escuchado con atención, horrorizados. Según parecía, Jandwathe había hechizado de algún modo a Pallando y este había hecho algo con la gente de Rangost. Curunir, sin embargo, empezó a sospechar de la causa de todo aquello: los barriles de bebida de la fiesta debían de contener algún brebaje extraño que había vuelto loca a la gente. Tyor les confirmó que él y sus guardias habían bebido del vino de la bodega y no habían probado el de los barriles extranjeros.
En pocas palabras explicó a Tyor sus ideas y la identidad de Pallando, pero de pronto se abrió la trampilla con un estruendoso crujido.
Todos miraron hacia la bodega y vieron a Pallando, ya con su verdadera faz, que los contemplaba sonriendo. Su aspecto era el de siempre, pero Alatar advirtió que sus ojos parecían más oscuros y sus ángulos faciales más prominentes. Su sonrisa era sarcástica y su piel muy pálida. Curunir se mostró impávido ante su antiguo compañero.
Pallando se dirigió a él:
-   Curunir, viejo aliado. ¿Te encuentras demasiado asombrado al verme que ni  siquiera te dignas a saludar? Alatar, amigo, ¿qué miras si puede saberse? ¿Acaso no me reconoces después de tanto tiempo?
Curunir repuso con una voz fría como el hielo:
- Te recordaba menos sarcástico y más joven. Tus ojos me miran con diversión y yo no tengo sentido del humor. ¿Qué te divierte?
- Me divierte ver que tú aún andas igual que siempre, con tus intentos de someter a la gente con tus charlas y discursos. Hasta lo intentas ahora mismo conmigo, ¿no es así, viejo cascarrabias? Quieres saber qué hago aquí. Pues te lo diré: me han llegado noticias de tu impresionante victoria en Rangost hace unos años. He venido simplemente a verte y resulta que estabas fuera, así que me he limitado a preparar una bonita fiesta de aniversario.
- Podrías haber usado tu cara, y no fingir ser quien no eres.
- ¿Y desperdiciar la ocasión? Sabes bien que la gente te adoraría aún más si dieses regalos y preparases diversiones para la gran fiesta. Me he limitado a hacerte un favor.
Curunir suspiró. Después añadió en tono severo:
- ¿Qué papel tiene en todo esto ese espectro de Sauron, Pallando? ¿Acaso te has convertido en su bufón y criado?
- ¿Jandwathe? Qué poca imaginación, viejo compañero. Siempre buscas argucias y conspiraciones y no quieres aceptar la realidad de un feliz encuentro entre amigos después de tantos años.
- Veo que estás peor de lo que imaginaba, Pallando. Jandwathe te tiene por el cuello y ya no distingues la realidad de las fantasías. Me das lástima.
Alatar escuchaba tenso. Curunir estaba siendo adrede muy seco y cruel con una víctima de la Vampira, y no intentaba ayudarla, por el momento.
Pallando se irguió.
- No es verdad. Para dar lástima tendría que estar enfermo, y solamente estoy encantado de volver a encontrarte.  Pero he oído que la gente está un poco nerviosa por allí arriba, en las calles. Acaso sea por eso que estás tan arisco. Entonces será mejor que me vaya, si quieres más a todos estos que a un viejo colega. Supongo que ahora arreglarás todo este embrollo y todo el mundo te elogiará, y tu orgullo quedará satisfecho por un tiempo. Bueno, pues. Buena suerte.
Curunir iba a replicar, cuando un viento helado barrió el sótano y apagó las antorchas una a una. Una oscuridad espesa se adueñó del lugar y un terror extraño entró en los corazones de los allí reunidos. Una risa sibilina empezó y se perdió en un susurro. Y luego, silencio.
Curunir hizo resplandecer su vara y todos observaron que Pallando había desaparecido. Tyor y sus guardias estaban atónitos y asustados ante la escena que acababan de presenciar. Pero Curunir no dijo nada. Simplemente hizo un signo para que lo siguieran y subió hacia la planta baja de la Capitanía. Todo se hallaba en silencio. El mago se dirigió a las ventanas y observó el Cerco de los Cazadores. Mucha gente estaba de pie o sentada en la plaza, observando horrorizada los cadáveres que se hallaban tirados por todas partes. Sus rostros mostraban una terrorífica mezcla de asombro, asco y miedo.
Curunir observaba en silencio. Murmuró:
- Bien. La función se terminó.
Tyor y sus guardias no esperaron más y salieron corriendo a ver qué pasaba en las calles. También Alatar observaba la escena en silencio. Luego habló:
- Primero no entendí por qué hablaste tan duramente con Pallando. Ahora ya sí. Todo fue una ilusión. Una ilusión horrible y muy real. Tan real como los muertos de allí fuera.
- En efecto. No ha sido uno de mis mejores discursos, como los ha llamado él. Pero tenía que evitar el hechizo que actuaba bajo sus palabras. Eran palabras vacías, Pallando en realidad no decía nada, y por eso estaba tan esperpéntico. Representaba un papel: Pallando actuaba tal como una marioneta. Aún hablando con él, estaba luchando con la propia Jandwathe, que estaba muy cerca, quizás justo detrás y tejía el mal en sus palabras. Su hechizo intentaba encontrar un camino en medio del diálogo con Pallando para alcanzarme. Pero ha visto que comprendía su truco y ha decidido terminar con su diabólica conversación. Y con ella, también ha hecho desaparecer de alguna forma el hechizo de la ciudad, para continuar divirtiéndose a mi costa. He de admitir que su juego estuvo bien pensado, desgraciadamente. Un juego destinado a reírse de mí y dar una lección a Rangost, y que una vez sus habitantes quedasen libres del hechizo pudieran ver los desastres y carnicerías que ellos mismos habían causado. Extremadamente cruel.
- Dejará tranquila la ciudad un tiempo, después de esto, espero.
- Creo que sí, pero nunca se sabe. Es muy poderosa.     

El Bardo de librea de plata, de voz templada y clara, dejó que el silencio reinara durante unos momentos.
Luego prosiguió:
- Minas Morgul. Las Grandes Obras en Rangost (2007-2020)

Durante estos años de infortunio, en el oeste se habían cumplido las amenazas de Jandwathe y los Nazgûl habían llegado a Mordor conducidos por el Rey Brujo. Hacia el año 2000 aproximadamente, los Nazgûl sitiaron Minas Ithil, y la conquistaron dos años después, robando el palantir que contenía. Fue la fundación de Minas Morgul.
En Rangost, la calma llegó lenta y dolorosamente. El pueblo de los Cazadores se lamentó profundamente de su desgracia y estuvo de luto durante dos años enteros. Mientras, se repararon los daños materiales y la ciudad recobró poco a poco su imagen de fortaleza. Alatar y Curunir, por su parte, alentaron a la gente a seguir adelante y les animaron en este mal paso.
Y los Cazadores aprovecharon estos años de tregua para prosperar y prepararse a conciencia, pues nunca se sabe cuando pueden volver los ataques. No querían encontrarse otra vez en medio de una guerra sin estar preparados.
En el año 2007 empezaron las Grandes Obras para mejorar la ciudad. Ésta se expandió hacia el noroeste, siguiendo la costa del Mar de Rhûn. Para este fin se derribaron las antiguas murallas y se construyeron otras más fuertes, más anchas y altas y con mayor longitud. En el 2010 se puso por fin la primera piedra de lo que sería pronto la Fortaleza de la Capitanía en una zona elevada, un montículo próximo al Cerco de Cazadores.
Y finalmente, en el 2014 se inició la construcción de otra muralla más exterior que rodeó la ciudad en semicírculo, de una orilla hasta la otra orilla del Mar y que quedó protegida por las Siete Mintauni, torres de vigilancia distribuidas a lo largo de toda su longitud. Esta muralla, que sería conocida más adelante como el Barnae-qu, poseía tres entradas, una en la zona oriental, otra al sur y una tercera al norte. Esta última expansión incluyó dentro de la zona amurallada las minas de cobre y plata de las que dependía la riqueza de Rangost. Las minas se hallaban en unas elevaciones cercanas a la costa, de roca escarpada y oscura, y se alargaban hacia el norte, quizá siguiendo grietas y fallas naturales originadas durante los cambios del mundo a lo largo de las Edades. Estas elevaciones constituían las llamadas Tierras Peladas.
En el año 2020 terminaron todas las obras, y Rangost adquirió la fisonomía definitiva que perduraría siglos y siglos. La zona entre el Barnae-qu y la muralla de la ciudad se mantuvo siempre libre de construcciones excepto en la región norte, donde muchas familias de campesinos establecieron el Gard-reddar o Gardereda, La Tierra de los Campos. En la zona este y sur la extensión entre las dos murallas la ocupó durante mucho tiempo el bosque.
La Fortaleza de la Capitanía, por su parte, se alzó magnífica y altiva en el centro de Rangost. Los hábiles maestros de la piedra forjaron un imponente baluarte edificado en dos plantas: una sólida construcción de forma cuadrangular con almenas en lo alto y una torre hexagonal arriba del todo. Al lado de dos de las caras de la torre, los artesanos erigieron dos colosales lanzas de sesenta pies de alto, hechas de plata pura y terminadas en puntas estrelladas, en donde colocaron dos grandes estandartes con el escudo de la ciudad. En la planta baja, a nivel del suelo, rodearon el edificio de patios y jardines, protegidos por un muro exterior y una puerta principal, decorada con un relieve de bronce con la silueta de la Hoja de Seis Puntas de los Elfos.
Y así, gracias a la dedicación que suponía las mejoras de la ciudad, la desesperación de los habitantes de Rangost menguó poco a poco y se convirtió en ánimo de supervivencia.

Y continuó así:
- Los Senescales de Gondor. El viaje de Curunir. La huida de Sauron.

En el año 2025 Tyor, ya viejo, cedió su puesto a su hijo Tarqust con el apoyo de la gente de Rangost. Cinco años después, Tyor, el Primer Capitán murió y fue enterrado con honores en uno de los patios de la Fortaleza de la Capitanía.
Los años fueron pasando en Rhûn, ahora ya tranquilamente, y Tarqust gobernaba Rangost.
En el año 2043, en el oeste, Eärnur se convirtió en Rey de Gondor, pero fue desafiado por el Rey Brujo, capitán de los Nazgûl que residían en Minas Morgul. Siete años después, Eärnur aceptó el desafío y se dirigió a Minas Morgul, lugar del que nunca volvió. De esta forma se truncó la línea real, pues no hubo forma de encontrar un heredero para el trono. Por lo tanto, Mardil, que gobernó como Senescal Regente en nombre de Eärnur durante toda su vida, fue el primer Senescal de Gondor, y aquí empezó la dinastía de los Senescales, que solamente volvería a ver la realeza muchos siglos después con la llegada del Rey Elessar.
Por su parte, y en estas mismas fechas, Curunir empezó un largo viaje que lo llevó al sur de Rhûn. Los motivos de tal decisión no los reveló claramente, y solamente los resumió como la necesidad de obtener más información acerca de Jandwathe y sus artes. Si tenía alguna sospecha de estas últimas, no informó de ello a Alatar, pero se sabe que estuvo entre los habitantes de Rhekht y también se adentró en la región de Kartaq. Y también se rumorea que llegó a penetrar en los territorios de los Hombres Oblicuos, región al parecer denominada por Curunir mismo como Yled-Andor o también Geyia-Andor, y de cuyos habitantes habló como los Ylnored, nombres que vienen a significar como Tierras Primitivas o Tierras de Siempre, y los habitantes como “los de siempre” o “los primeros”. Es difícil saberlo con exactitud, porque son términos pertenecientes a una lengua extraña que parece tener solamente algunos paralelismos, y con una o varias lenguas de nuestras tierras.
Finalmente, y también durante estos años, el poder de Sauron en Dol Guldur aumentó considerablemente. Los Sabios empezaron a sospechar que Sauron estuviera adquiriendo forma otra vez. En el año 2063, Olorin, a quien los hombres habían dado ya el nombre de Gandalf, se dirigió a Dol Guldur. Sauron sabía que no podía darse a conocer tan pronto y huyó de Dol Guldur. De este modo empezó la Paz Vigilante en Eriador y los Nazgûl permanecieron en Minas Morgul inactivos.

El Bardo de librea morada, de voz tensa e intranquila, terció:
- El Día Negro. Encuentro en la Roca del Vigilante. Inicio de los Años del Temor.

Corría el año 2064 de la Tercera Edad. La luna justo salía del horizonte en la fría noche del 16 de febrero mientras unos pescadores estaban echando las redes a unas millas del puerto, mar adentro. De pronto advirtieron algo extraño. El cielo, que hacía unos instantes estaba perfectamente estrellado, empezaba a cubrirse de una extraña negrura que avanzaba de oeste a este muy rápidamente. Los pescadores se alertaron, porque sabían detectar las tempestades  mucho antes que llegaran, y esta oscuridad les había cogido totalmente por sorpresa. Así que no lo pensaron dos veces y velozmente pusieron proa hacia los muelles de Rangost. Una espesa niebla se alzó del mar y se fundió con la oscuridad del cielo, formando una vaporosa muralla que avanzó implacable en persecución de los pescadores. Éstos, una vez amarradas las embarcaciones, corrieron a refugiarse en sus casas, mientras alertaban a los habitantes de la ciudad.
La terrible oscuridad llegó pronto a Rangost y la envolvió como un manto. Alatar, desde la casa en la que residía, cerca de la Capitanía, se puso en guardia. Percibía una intensa maldad en el ambiente, y le asaltaron oscuros presentimientos.
Pasó la noche lentamente y llegó la mañana, pero el sol no salió. Un pesado manto gris plomo cubría el cielo y la niebla aún envolvía los edificios y la gente. Hacía mucho frío, y no solamente lo notaban los miembros del cuerpo. Los ánimos de los habitantes de Rangost decayeron sin ninguna razón aparente y muchos tuvieron miedo de otro hechizo. Ese día, 17 de febrero, mucha gente se quedó dentro de sus casas y pasó las horas mirando la interminable niebla que se deslizaba por las calles lentamente.
Al día siguiente, sin embargo, la gente suspiró aliviada al observar como la oscuridad se había desplazado durante la noche en dirección al este, alejándose de la ciudad. Alatar, no obstante, seguía preocupado. La oscuridad avanzaba hacia el Último Desierto, pero él estaba seguro que no se trataba de Jandwathe. Había llegado del oeste, y eso podía significar muchas otras cosas. Por lo tanto, Alatar creyó conveniente obtener más información y Nebula salió a investigar.
El fabuloso zorro ártico era alto como un lobo y ostentaba un pelaje más blanco que el reflejo de la nieve recién caída, y en su veloz carrera hacia el oeste asemejaba una flecha blanca. Atravesó raudamente y sin descansar jamás los extensos bosques de coníferas que crecían en las fronteras septentrionales de Rangost y las tierras despobladas y con bosques poco densos de las costas del norte del Mar de Rhûn. Tan solo dos días necesitó para llegar al lugar en donde el río Carnen, que baja de las Colinas de Hierro, y el Celduin que constituye el canal de salida del Lago Largo confluyen para ir a desembocar juntos en las costas noroccidentales del Mar de Rhûn. Allí existe un promontorio rocoso en la orilla este llamado la Roca del Vigilante, nombre dado por los viajeros como consecuencia de la gran vista que se obtiene de la región: se divisan muchas tierras en todas direcciones en un radio de muchas millas. En esta Roca Nebula descansó unas horas, y pronto estuvo dispuesto a partir de nuevo. Pero no lo hizo, porque advirtió de pronto el vuelo noble de una gran ave que se aproximaba raudamente. Nebula observó como un gran halcón describía unos enormes y elegantes círculos encima de su cabeza y aterrizaba a pocos pasos de él.
Los halcones generalmente consideran a los zorros unos animales astutos pero poco nobles, amantes de los hurtos y las huidas precipitadas. Sin embargo, el halcón intuía que ese zorro no era un zorro ordinario y lo miró con respeto. Luego le preguntó, en la lengua seca pero cortés de estas aves:
- Compañero Zorro, contesta, por favor: ¿provienes acaso de las tierras orientales?
- Así es, Gran Halcón. ¿Provienes tú, entonces, de occidente?
- Igualo tu respuesta, zorro. Dime: ¿has presenciado en tu camino una oscuridad que avanza poco a poco, volviendo el mundo del color de la ceniza?
- Hace tres días y tres noches que esta oscuridad invadió mi territorio. Y ahora te pregunto: ¿Conoces quizá el lugar de dónde proviene? Porque me es de gran urgencia saberlo, pues en el este hay un temor creciente y un Sabio tiene dudas sobre su naturaleza.
- Pues igualmente un Sabio me envía a mí, precisamente a responder tu pregunta y advertir con ello a otros Sabios en el este. Si conoces a estos Sabios, transmite este mensaje: <>
- Palabras nefastas pronuncias, halcón. Sin embargo, transmitiré el mensaje como me pides. Soy Nebula, compañero del Sabio Alatar. Gracias y adiós.
- Soy Lang, compañero del Sabio Radagast. Gracias y adiós.
Con estas palabras se despidieron. El halcón retomó el vuelo y Nebula dio media vuelta y volvió presuroso a Rangost.
Alatar se inquietó mucho más después de recibir las noticias que le transmitía Radagast y oteó con temor al este. Hacía cinco días que la oscuridad había pasado por Rangost y en estos momentos se divisaba a lo lejos, encima de los tenebrosos barrancos que constituían el flanco occidental del Último Desierto. Era como una cortina de humo que ennegrecía el horizonte y que persistía y persistía, inmóvil.
Alatar consideró la posibilidad de avisar de alguna forma a Curunir para que volviera del viaje cuanto antes, pero desistió. Curunir podía estar en cualquier parte del inmenso Sur y sería una pérdida de tiempo. Y como no podía hacer otra cosa, Alatar esperó. Y pasaron muchos años de calma.

El Bardo de librea rubí, de voz majestuosa y potente, de pronto anunció:
- La Hazaña de Curunir.

En el año 2101 de la Tercera Edad, Curunir volvió de su viaje, pues ya habían llegado a su oído rumores sobre la nueva oscuridad del norte. Alatar le informó de las indagaciones que Nebula había realizado hacía ya 37 años y le contó con intranquilidad que la oscuridad aún se extendía sobre el Último Desierto, y que durante los últimos años el clima había cambiado. Fuertes sequías habían castigado todos los territorios entre la morada de Jandwathe y Rangost, y el paisaje se había vuelto pobre, sin vegetación. Las penalidades habían llegado a Rangost, porque los granjeros se quejaban de la falta de forraje para los animales y los campesinos de la Gardereda perdían ahora muchas cosechas, y el alimento escaseaba en la ciudad. La flota de pescadores había aumentado visiblemente cada año desde diez años atrás.
En esta época gobernaba el nieto de Tyor, el Capitán Rösq, hijo de Tarqust. La situación era tal que Rösq había aconsejado iniciar relaciones comerciales en las tierras de los balchoth, un pueblo de orientales que eran considerados bandidos y asesinos y que habitaban las antiguas tierras de Dorwinion, en las costas occidentales del Mar de Rhûn. Habían aprovechado la emigración hacia Gondor de las gentes de Dorwinion, iniciada hacia un par de siglos después de las incursiones de los Aurigas, y se habían adueñado de sus tierras. A pesar de su siniestra reputación, el hambre propició que grandes carretas y también embarcaciones cargadas con plata y bronce de las minas empezaran a salir a menudo hacia el oeste para volver con alimentos que a duras penas llegaban en buen estado de conservación.
La situación se volvía insostenible y no se podía hacer nada al respecto.
Curunir debatió todo esto con Alatar y con Rösq. Si las tinieblas que permanecían en el Último Desierto pertenecían a Sauron en persona, era descabellado intentar atacarlo, pues los Sabios no pueden usar su poder directamente contra el Señor de los Anillos. Pero por otra parte, si ese poder era Sauron, había huido, estaba escondiéndose. Probablemente el Último Desierto, aislado detrás de enormes grietas y accidentes naturales constituía un mejor refugio que no su antigua fortaleza de Dol Guldur y se podía llegar a suponer que por el momento no intentaría atacar a nadie, ni Jandwathe tampoco. En consecuencia, según Curunir, Rangost estaba libre de amenaza si no se le provocaba. Alatar recordó sin embargo que Sauron podía estar nuevamente adquiriendo forma y poder, y se preguntó si era prudente dejar ese cabo suelto en un tema tan importante. Pues Sauron podía volver en cualquier momento, si es que de veras se trataba de Él, con fuerzas muy superiores y llegar a constituir una amenaza para toda la Tierra Media. Curunir meditó un rato y al final tomó una decisión. Curunir mismo se dirigiría a los parajes cercanos al Último Desierto e intentaría averiguar la naturaleza real de esa tétrica atmósfera. Si realmente se tratara de Sauron, Curunir esperaba detectar alguna reacción en respuesta a su presencia. Como medida de seguridad, Alatar permanecería con los Cazadores y en caso de un ataque, poco probable según Curunir, siempre sería una garantía de resistencia. No se podía continuar con aquella espera angustiosa.
El Capitán Rösq estuvo de acuerdo, e incluso ordenó a los principales Cazadores de su pequeño ejército que se preparasen para un eventual ataque. Los Cazadores era el nombre con que se designaban los jefes de las tropas, que contaban con un total de aproximadamente 1500 hombres adiestrados en el manejo de las armas para prevenirse definitivamente de los ataques imprevistos.
De esta forma, Curunir partió en dirección al Último Desierto. Los Cazadores le prestaron un caballo que le permitiría viajar más rápidamente, y pronto se alejó en el horizonte, una figura blanca resplandeciente hacia la inmensidad gris.
Con la capa nívea revoloteando a sus espaldas y con el rostro ceñudo, Curunir llegó un día y medio después a los límites occidentales de la morada de Jandwathe.
Una oscuridad impenetrable aparecía como una muralla justo delante. Curunir desmontó del caballo y observó las grandes nieblas suspendidas sobre la colosal depresión, que parecían acentuar la profundidad de los vertiginosos precipicios que se abrían a sus pies.
Curunir alzó su vara, que se iluminó con una luz incandescente. El resplandor golpeó con fuerza las tinieblas, intentando abrirse paso. Los vapores negros, que habían permanecido inalterables hasta entonces, se movieron sin que ningún viento soplase. Poco a poco, toda la niebla que constituía la muralla oscura tembló y se retorció, creando pequeños remolinos y nubes. La luz de la vara se apagó.
Curunir avanzó un paso hacia la muralla y el abismo. La niebla no se movió, y luego intentó rodear al mago. Pero la vara volvió a encenderse de repente y brilló aún más fuerte que antes.
Curunir gritó:
- ¿Quién eres?
En este momento, la niebla pareció retroceder unos pasos. Toda la muralla, inmensa, de muchas millas de largo, se movió lentamente hacia atrás.
La luz de la vara se intensificó por segunda vez. Otra vez Curunir preguntó:
- ¿Quién eres?
Y avanzó otro paso. La oscuridad no se inmutó, pero unos momentos después retrocedió algo más. Curunir alzó la vara más alto.
- ¿Quién eres? ¡Si no obtengo respuesta me abriré paso hasta 
       encontrarte!
La vara del mago brilló, intensificándose por tercera vez. Un sonido semejante al de un trueno lejano retumbó por el desértico paraje. Las nubes se movieron y la oscuridad empezó lentamente a avanzar hacia el este, alejándose de Curunir. El Sabio permaneció en su sitio. La vara se apagó. Las tinieblas fueron alejándose cada vez más. Y más. Curunir se mantenía rígido, esperando. Unas dos horas estuvo allí, observando el lento retroceder de la oscuridad. Finalmente ésta se detuvo. Se encontraba aún sobre la depresión, pero al otro lado del Último Desierto, muchas millas más hacia el este. No volvió a moverse. Había preferido apartarse antes de atacar. Curunir se dio por satisfecho, montó en el caballo y volvió a la ciudad.
Cuando los habitantes de Rangost supieron lo que había hecho quedaron atónitos y la alegría fue enorme. Vitorearon al mago y muchos de ellos quisieron regraciarlo de algún modo. Algunos bardos compusieron canciones sobre La Huida de la Oscuridad y las cantaron durante dos días enteros por las calles de la ciudad. En los años que siguieron, el clima mejoró y volvieron las lluvias en los terrenos de Rangost, si bien en las proximidades del Último Desierto siempre reinó la sequía. Los campos volvieron a ofrecer sus cosechas y el comercio iniciado con los balchoth menguó hasta desaparecer, para alivio de ambas partes, pues los balchoth odiaban a los cazadores aunque aceptaran su oro.
Rangost había mejorado su calidad de vida. Sin embargo, la oscuridad no llegó a desaparecer de la mente de muchos. Aún se observaba, en lo más recóndito del horizonte, una muralla impenetrable, aunque algo más lejos que antes. Y el temor continuó en lo más profundo de los corazones de la gente, y es que Curunir no había podido esclarecer la naturaleza de ese enemigo, aunque hubiera logrado apartarlo de Rangost.



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