Wirda (Libro I: La Señora de Ardieor)

14 de Mayo de 2003, a las 00:00 - Condesadedia
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CAPÍTULO 6



Cuando Hamlia, Hyrna y su escolta llegaron a Dagmar, Vidrena ya estaba recuperada. Les hizo esperar un rato a la puerta de la sala mientras Tairwyn le contaba los incidentes del viaje, que habían estado a punto de colmar su paciencia. El joven estaba seguro de que durante mucho tiempo seguiría oyendo la voz de Hyrna en sus pesadillas. Comparado con él, el viaje con Vidrena, intento de rapto incluido, había sido un alegre paseo.
La entrada de Hyrna fue digna de ella. Se lanzó en brazos de Vidrena sin molestarse en comprobar antes si estaban abiertos, y pasó un buen rato gimoteando antes de que Vidrena lograse comprender lo que decía, apartarse de ella y sentarla en el banco de piedra que había bajo la ventana sur.
-¿Qué estás haciendo aquí?
-¿Cómo que qué estoy haciendo aquí? Tú me has llamado.
Vidrena suspiró. La conversación iba a ser más difícil de lo que había esperado en un principio.
-Quiero decir que por qué has huido de Galenday.
-Me parece que no te alegras de verme.
Vidrena no estaba dispuesta a dejarse conmover por la expresión lastimera de sus ojos.
-¿Debo alegrarme?
-¡Atravieso medio Galenday superando peligros y contrariedades solo para verte y no sabes si te alegras de verme! -chilló Hyrna.
-Aclaremos una cosa, Princesa. Si hubieras venido aquí solo para verme, no lo habrías hecho vestida de hombre, con ese pelo mal cortado y huyendo de la Guardia Real. O me cuentas toda la verdad de este asunto o tu amiguito y tú seréis escoltados de forma que no podáis escapar hasta la otra orilla del Gardford.
-No tienes corazón -A pesar de sus gemidos, estaba deseando contar sus aventuras-. Prométeme que no te enfadarás conmigo.
Vidrena habría prometido cualquier cosa con tal de que Hyrna ya hubiera terminado su explicación.
-Todo empezó después de que te fueras y volviera Igron más pesado y más antipático que nunca y que no hace más que decir que se vengará de los ardieses así que ya os podéis ir con oreja porque cuando él dice algo así lo hace acuérdate de lo que le ocurrió al pobre...
-Hyrna...
-Está bien está bien un día Su Majestad ella no él me hizo el honor de venir a verme a mis aposentos yo estaba con... bueno ahora no recuerdo como se llama pero es una chica muy simpática su familia es de algún sitio al lado del mar y no hace más que contar historias de sirenas y naufragios me dio mal hueso que Ella la hiciera salir para quedarse a solas conmigo porque ya sabes que con el único que soporta quedarse a solas es con Él y me dijo con más palabras y más adornadas que el Señor de Surlain había pedido mi mano y Ellos habían decidido concedérsela.
Hyrna hizo una pausa para respirar.
-¿Y?
-¿Cómo que "y"? ¿Has visto alguna vez al Señor de Surlain? Tiene más tocino que esos cerdos que crían en su tierra y es viejísimo por lo menos treinta años le dije a Ella que creo que soy demasiado joven para casarme y me recitó las edades a las que se casaron todas nuestras antepasadas y dijo que era por mi bien y por el de Galenday y que con un Ardieor ya había suficiente y que si no obedecía me encerraría de por vida en la Torre Solitaria y luego se marchó y me dejó para que lo pensara yo estaba desesperada como comprenderás pero entonces... ¿cómo se llamaba? Bueno da igual mi amiga me dijo que había una manera de evitarlo que si me escapaba de Galenday y pedía asilo en un país vecino Ella no podría obligarme a nada así que lo hice y con la ayuda de él que también es amigo suyo -señaló a Hamlia con la barbilla- he podido llegar hasta aquí él quería que fuéramos a Gailander pero yo preferí venir aquí porque a ti te conozco y allí no conozco a nadie pero no esperaba que no te alegrases de verme y estoy empezando a arrepentirme de no haberle hecho caso.
-Tairwyn, enséñale el castillo a la Princesa Hyrna -Se volvió y son-rió a Hamlia, que trataba de pasar desapercibido, de una forma que a él le trajo malos recuerdos-. Este... caballero y yo tenemos que hablar.
-¿Tai? -Hyrna se levantó de un salto- ¿Ha estado aquí todo el tiempo? -Comenzó a parpadear como si se le hubiera metido una viga de roble en el ojo- ¿Cómo puede ser que nunca te vea? No eres de los que pasan inadvertidos.
Vidrena carraspeó y miró al techo, y Tairwyn, con la cara del color de las moras verdes, tomó el brazo que le ofrecía Hyrna y salió de mala gana de la Sala.
Vidrena tomó en brazos a una perrita que había estado todo el tiempo dormitando en una cesta y se sentó en su butaca al lado de la chimenea acariciando la cabeza del animalito.
-Bonito perro -Hamlia había hablado solo porque la mirada de Vidrena le estaba comenzando a producir dolor de cabeza, y en las paredes no había ningún tapiz ni cuadro en el que fijar los ojos. Solo aquel gran mapa de Ardieor detrás de la mesa de Vidrena.
-Pura raza jedllyn. Fiel hasta la muerte e incluso más allá. O eso se dice -Vidrena apartó la mano para evitar que la perrita le mordisquease los dedos-. Así que Ildor y tú habéis decidido dedicaros de forma profesional al secuestro de princesas. Hamlia tuvo el detalle de ruborizarse y mirar al suelo. Su reflejo le devolvió la mirada desde la madera pulida.
-Señora, no es lo que parece. El Príncipe Ildor solo pretende alejar a la Princesa Hyrna de Crinale para que no se viera involucrada en los sangrientos sucesos que se avecinan.
-¿Qué sangrientos sucesos?
-Le transmití vuestro mensaje y ha decidido seguir vuestro consejo.
Algo viscoso comenzó a agitarse en el estómago de Vidrena.
-¿Qué mensaje?
-Lo que me dijisteis la vez que... cuando yo... la última vez que nos vimos.
-¿Quieres decir que él va a... ?
-Si todo ha salido bien, en estos momentos debe estar cabalgando hacia Thrandir para reunirse con los Camaradas del Cardo Silvestre.
-O tengo otro ataque de fiebre o esto es una pesadilla.
-No es una pesadilla, Señora, ¡es el alba de una nueva era! ¡Primero se sublevará Thrandir, luego todo Surlain, luego todo el Sur, y por fin todo Galenday marchará sobre Crinale y lo reducirá a cenizas! ¡Abajo los tiranos! ¡Cardos, en pie, pinchad los pies que os aplastan!
Vidrena no sabía si reírse o asustarse de tanto entusiasmo.
-¿Y dónde quedarán Ardieor y Hyrna en ese maravilloso mundo de cardos?
-Creo que eso aún no está previsto.
-¿Que no está previsto? ¡Qué falta de organización!
-Puede que lo esté, pero el Príncipe Ildor no me lo cuenta todo.
Vidrena le dirigió una mirada fija, casi sin parpadear, una mirada que podía hacer bajar la suya al más duro de los jeddart, y Hamlia no era ninguna de las dos cosas.
-¿Qué harás ahora?
-No lo sé. Si hubiese conseguido llevar a la Princesa Hyrna a Gailander, habría ido a Trhandir a reunirme con mi señor, pero después de este fracaso no me atrevo.
-Y supongo que esperarás que te ofrezca quedarte aquí.
-Por favor.
-¿Por qué tendría que hacer semejante bobada?
-Porque mientras esté aquí me tendréis vigilado y sabréis que no estoy haciendo nada contra vuestros intereses.
-Y así Ildor me tendrá vigilada a mí, ¿verdad?
Hamlia no contestó. Vidrena señaló la puerta.
-Sal de aquí. No puedo meterme en un lío como éste sin pensarlo antes.
Hamlia hizo una reverencia y salió de la Sala pensando que la entre-vista le había ido mejor de lo que había esperado.

CAPÍTULO 7



En cuanto estuvo sola, Vidrena comenzó a pasearse por la sala, con las ideas cada vez más confusas, hasta que sintió dolor de cabeza.
Poco después salía cabalgando al galope por la Puerta Sur, hacia el bosque. No se detuvo hasta que Dagmar se perdió de vista. Desmontó, ató el caballo a una rama baja y se internó a pie entre los viejos pinos, robles y encinas, de copas tan tupidas que en algunos lugares casi no llegaba luz al suelo. Hasta que llegó a un claro. Se sentó sobre un tronco caído, lleno de hongos, y permaneció tan quieta, mirando cómo corría el agua del manantial que nacía en aquel claro, que varias mariposas se posaron en su cabeza creyendo que no era un ser vivo, hasta que se levantó para arrancar varias margaritas. No se le ocurría otra forma mejor de tomar una decisión.
Tairwyn la encontró en medio de un montón de pétalos.
-Sabía que estarías aquí. Tu escondite preferido.
-¿Por qué has dejado solos a esos dos?
-No los he dejado solos. Están con la Dama Gris -Señaló las margaritas-. ¿Cuál era la decisión?
-¿A quién debo traicionar, a mi padre o al único amigo que tuve en Crinale?
Tairwyn se sentó a su lado.
-Si tienes en cuenta que tu padre no quiso saber nada de ti hasta que estuviste bien crecidita y tu "único amigo" está como un chivo...
-No me estás ayudando, ¿sabes?
-No he venido a eso.
-Ni siquiera entiendes lo que está pasando.
Vidrena arrancó una rama seca y dibujó un polígono irregular en el suelo, cortado por dos líneas rectas.
-Esto es Ardieor, esta especie de cuadrado mal hecho es Galenday, y eso de abajo es Gailander. Y aquí -trazó un rectángulo a lo largo de la frontera-, está Surlain.
-Geografía. Nunca me ha gustado.
-Aún no he terminado. Verás, la Casa Real de Galenday tiene un problema con los cuadrados mal hechos. No les gustan. Piensan que su mapa quedaría muy bonito con la parte de arriba, pero no se atreven a invadirnos porque, como tú y yo sabemos, un ardiés vale por dos galendos. Así que esperaron una ocasión apropiada. Y apareció Gartwyn -Vidrena suspiró-. El plan perfecto: el hijo de Gartwyn y su reina heredaría Ardieor junto con Galenday. Pero surgió un imprevisto.
-Tú.
-Exacto. La garantía de que Ardieor seguiría perteneciendo a los ardieses. No era Gartwyn quien no quería conocerme. El abuelo no quería dejarme marchar. Pensaba que en Crinale mi vida correría peligro, y, entre nosotros, tenía razón. Pero dejemos ese asunto y volvamos al mapa. ¿Sabes que más de la mitad del trigo y todos los jamones que se consumen en Crinale proceden de Surlain? Lo malo es que allí hay cada vez más gente que piensa que estarían mejor sin Galenday, y la reina planeaba hacerles cambiar de idea entregándoles a Hyrna. Y si por casualidad ella tenía una hija, podían casarla con un posible hijo de Igron, o quizás con el propio Igron. ¡Todo sea por no perder los jamones! Y además, el mapa quedaría muy feo. Y, para empeorar la situación, Ildor y los Camaradas del Cardo Silvestre van a sublevarse, y las inundaciones que provocará su espantoso himno arrasarán todo Galenday.
-¿Los qué? -A Tairwyn le parecía extrañísimo que alguien pudiera ser "camarada" de un vegetal espinoso.
-Son una sociedad secreta. Sostienen que hace mucho tiempo Galenday fue una República de ciudades-estado, o algo parecido, y planean pasar a cuchillo a toda la Casa Real para que vuelva a serlo.
-¿Por qué?
-Son cardos, Tai, no necesitan un motivo lógico -Un cuco cantó, y Vidrena miró al cielo-. Se está haciendo de noche. Es mejor que volvamos a Dagmar.
Tairwyn se levantó.
-Ha sido una lección muy instructiva. Pero te estabas haciendo la pregunta equivocada.
-¿Qué quieres decir con eso?
-Geografía, política, cardos y jamones. Nada de eso debería importarte. Deberías estar preguntándote si vas o no a traicionar a tu hermana. ¿Vas a devolverla a Crinale para que su reina pueda seguir jugando a los imperios o vas a ser digna de su confianza?
-Me parece que no necesito preguntarte qué harías tú.
-Solo tienes dos opciones, mi Señora. O tomas una decisión lo antes posible o dejas que alguien la tome por ti.
Vidrena sonrió.
-Si dejo que Hyrna se quede aquí, ¿adivinas quién irá a decírselo a su madre?

*****

La Reina de Galenday recibió el mensaje de Vidrena con el mayor cha-parrón de insultos, maldiciones y juramentos que se había oído nunca en el Salón del Trono. Hasta Gartwyn se sorprendió al oírla. Pero toda la furia de la reina se desahogó en palabras, a pesar de que Igron se ofreció a regresar a Ardieor, arrebatar a Hyrna y devolverla a Galenday arrastrando por los pelos. La fuga de Ildor había complicado demasiado la situación. La reina ni se atrevía a ofender a los ardieses ni creía que Igron fuese capaz de llevar a la práctica semejante plan.
Era un triunfo para Vidrena, pero no podía estar contenta. Una vez pasados los primeros días de entusiasmo, Hyrna comenzó a aburrirse. Las diversiones de Ardieor eran demasiado sencillas para ella, las jóvenes ardiesas le parecían poca cosa para amigas, y ellas le correspondían pensando que ella era muchas cosas, ninguna agradable. Hyrna protestaba por todo, y cuanto más protestaba Hyrna, menos tiempo pasaba Vidrena en Dagmar y más en la frontera.
Un día llegó un mensaje de Crinale recordando a los ardieses la existencia del Tratado. Thrandir se había sublevado, y se sospechaba que Ildor tenía algo que ver con ello.
Igron estaba al mando de las tropas de Galenday, y Vidrena decidió ponerse al de los jeddart. Hacía falta una persona sensata al lado del príncipe.

*****

El plan de Alwaid había funcionado. Zetra ni siquiera había querido escuchar las explicaciones que intentaba aportar el esqueleto sobre la desaparición de Vidrena de los calabozos de la Fortaleza de los Pantanos. El infeliz había sido machacado en una rueda de molino y el polvo resultante había servido de condimento a la comida de los trhogol.
Alwaid eliminó después a todos los posibles partidarios de su antiguo ayudante. Echó la culpa a una súbita epidemia de fiebre de los Pantanos, y Zetra, divertida ante tanto descaro, envió nuevos materiales a la Fortaleza de los Pantanos: trhogol, espectros, no-muertos y unas criaturas en fase de prueba llamadas Innombrables porque aún no se había encontrado una palabra capaz de definirlas.
Alwaid recibió con particular interés a su nuevo segundo, un humano de cuyo origen daban un leve indicio la garganta abierta por una herida de parte a parte, la piel lívida, fría y viscosa y los ojos vidriosos. Producía al hablar un sonido que le valió el nombre de Gorg.
Al enterarse de lo que estaba ocurriendo en Galenday, y que Vidrena planeaba ir allí, Alwaid trató de impedirlo. Varios espejos con mensaje partieron hacia Dagmar pero nunca llegaron. La Dama Gris había protegido el castillo. Y de todas formas, Vidrena no habría estado dispuesta a hacerle caso.
Gorg intentó hacerle ver a su señora que en ausencia de Vidrena y la mayoría de los jeddart, el Valle de Dagmar estaba casi indefenso y podía caer con facilidad en sus manos. Pero Alwaid contestó, furiosa:
-¿Para qué quiero Dagmar? ¡Es a ella a quien quiero! Quiero arrastrarla por todo Ternoy descalza y atada a la cola de mi caballo. Atacaremos Dagmar en cuanto ella vuelva de Galenday. Ni un día antes.

CAPÍTULO 8



Los ardieses avanzaban hacia el sur a la velocidad lenta pero inexorable de un glaciar. Entre trigales, viñedos, campos de frutales y hortalizas, viendo pacer vacas y ovejas, gordas y lustrosas. Viajaban desde antes de la salida del sol, y al atardecer preparaban un campamento con los carros en el centro, varias hogueras alrededor de las cuales se agrupaban para cenar y acostarse y un círculo de guardias alrededor.
-¿Guardia? - protestó Hamlia (a quien los ardieses llamaban Hamlyn) la primera vez que le correspondió hacerla. - ¿Para qué tenemos que hacer guardia en Galenday?
-¡Mira quien lo pregunta! -Tairwyn consideraba muy sospechoso que el galendo hubiera decidido unirse a la expedición a pesar del peligro que su-ponía para él regresar a Galenday. Dondequiera que Hamlyn miraba, se encontraba con aquella inquietante mirada fija clavada en él, esperando a que hiciese un movimiento extraño para saltarle al cuello.
-¿Por qué has permitido que venga?
-Para que Hyrna siga en Dagmar cuando volvamos. Además, no tengo por qué darte explicaciones. ¡Estoy harta de dar explicaciones a todo el mundo!
Cada día, tres o cuatro jeddart le preguntaban a Vidrena qué les importaba a ellos quién reinase en Galenday y por qué no volvían a Ardieor mientras aún estaban cerca. Y ella solo deseaba que terminase todo aquello de una vez y volver a Dagmar. Hasta empezaba a echar de menos a la Dama Gris, aunque no estaba lo bastante cansada como para añorar a Hyrna.
Dos días después lamentó haber salido de Dagmar.
Había sido un día desagradable. Había estado lloviendo, y varias carretas de provisiones se habían quedado atascadas en el fango del camino. Algunos jeddart decidieron volverse supersticiosos y murmuraban acerca de una liebre que había cruzado por delante del caballo de Vidrena.
Cuando anocheció, seguía lloviendo. Vidrena se alegró de que el día hubiera terminado y, tras la frugal cena, entró en su tienda y se tendió en lo que solo con mucho optimismo podía considerarse un mal catre, con la esperanza de poder dormir.
Estaba a punto de lograrlo cuando un jeddart entró en la tienda.
-Señora, hay alguien que desea verte. Dice que viene de parte de la Reina.
De repente, Vidrena olvidó sus ganas de dormir.
-Dile que pase.
El enviado de la Reina entró antes de que el sonido de la última sílaba se hubiera apagado. Embozado en su amplia capa de la Guardia Real, permaneció quieto, chorreando, mientras Vidrena encendía la vela que había dejado en el suelo junto a la cabecera de su lecho. Sus botas emitieron un quejido chapoteante al acercarse a ella.
-Bonita noche para salir de paseo -Vidrena comprobó si su puñalito para emergencias seguía en su manga- ¿Tan importante es tu mensaje? -Se volvió con expresión decidida hacia el mensajero, quien se quitó la capucha y sonrió a Vidrena.

-Te abrazaría, pero no quiero mojarte.
Estaba pálido y ojeroso, y aunque sus ojos parecían más tristes que nunca, la nariz colorada por el frío le daba un aspecto cómico. Vidrena sonrió.
-No importa. ¿Quieres licor de bayas? Para entrar en calor. Disculpa el mobiliario, no esperaba visitas.
Gartwyn miró a su alrededor. Lo único parecido a un mueble que había era el catre ante el que se había arrodillado Vidrena, buscando algo escondido bajo él.
-¿Qué mobiliario?
-Por eso he ofrecido disculpas -Vidrena se levantó. Tenía en sus manos un ánfora y un vasito de arcilla, que llenó y ofreció a Gartwyn-. Bueno, ¿qué ha hecho ahora nuestro querido Igron? -Vidrena esperó con una sonrisa paciente a que Gartwyn terminase de toser-. Un mensaje que debe ser entregado en plena noche, tan secreto que no puede transmitirlo un mensajero vulgar. Sólo hay una cosa en este mundo que le importe tanto a tu Reina. ¿De qué se supone que tengo que salvarle ahora?
Gartwyn necesitó un arsenal de valor para poder hablar.
-Es necesario... no, es imprescindible..., más aún, es vital que vuelvas a Ardieor.
-¿Por qué? ¿Igron ha ganado la guerra sin ayuda?
-Igron no ganaría sin ayuda ni una partida de tres en raya -La ex-presión de la cara de Vidrena continuó impasible, pero le costó mucho es-fuerzo. Nunca había oído a Gartwyn hablar tan claro-. ¿Quieres saber lo que ha hecho? Se ha dejado apresar por Ildor. Él y todos sus amigos. Se aburrían, ¿sabes?, Un asedio es tan monótono... No te puedes imaginar lo que idearon para distraerse.
Vidrena sí que se lo podía imaginar, pero Gartwyn ya estaba bastante azorado contándolo. Sí, pensó ella sonriendo apenas, el campamento debía haber sido un lugar muy animado.
-...Y mientras las bailarinas hacían su trabajo, los sitiados salieron de la ciudad, asaltaron el campamento y sorprendieron a los sitiadores como nunca deberían haberles sorprendido -Gartwyn suspiró-. Ildor exige Surlain y la mitad del Tesoro Real a cambio de sus vidas. Y que no intentemos nada contra él.
-No ha dicho nada de mí.
-No empeores las cosas, Dren, bastante me ha costado conseguir que ella te perdone lo de Hyrna.
Vidrena parecía no haber oído nada.
-Dile a tu Reina que tomaré Thrandir, rescataré a su cachorro y le enviaré el corazón y la cabeza de Ildor de Erdengoth en un cofre. No, pensándolo bien, se la mandaré en un arcón, no sé si hay cofres tan grandes. ¿O quedaría mejor en una bandeja?
-No estás hablando en serio.
-¡Claro que estoy hablando en serio! ¡Nadie me ruega que salga de viaje para luego obligarme a volver sin haber llegado a mi destino! ¡Soy la Señora de Ardieor, y por las lágrimas de Dagmar -Gartwyn se estremeció-, la Reina de Galenday no tiene autoridad para darme órdenes!
Vidrena estaba segura de que todo el campamento la habría oído, pero no le importaba.
-¿Debo entender que esa es tu respuesta?
-No. Dile solo que rescataré a Igron. No estoy segura de poder conseguir las otras dos cosas.
Gartwyn se volvió a embozar en su chorreante capa.
-Sé lo que te está ocurriendo, Dren. En mis tiempos lo llamábamos oír a los lobos. Has olido sangre y quieres probarla. Se te pasará cuando descubras lo amarga que sabe.
-Buen viaje -Vidrena no estaba de humor para metáforas nostálgicas.
Gartwyn saludó con una inclinación de cabeza y salió de la tienda. Todos los ardieses, excepto los que montaban guardia, fingían un sueño tranquilo y reparador. Había dejado de llover y el cielo estaba despejado.
A la luz de las estrellas, una mujer paseaba entre los hombres dormidos. Una Dama Gris rubia, pálida y llorosa. Gartwyn dejó escapar una risita sarcástica.
-¡Por las lágrimas de Dagmar! -Con tan poca luz no se distinguían, pero estaba seguro de que las lágrimas de la mujer eran color sangre. Sabía que en todo el campamento solo él podía verla llorar, y oír cómo sollozaba y sorbía por la nariz-. ¡Cómo me gustaría poder oír solo a los lobos!
CAPÍTULO 9



A medida que se acercaban a su destino, los campos estaban más baldíos. Incluso se vieron aldeas quemadas. Cuando llegaron, tres semanas después de la visita nocturna de Gartwyn, a los restos del campamento ante las murallas de Thrandir, se encontraron con un montón de ruinas carbonizadas en el que vegetaban unos pocos galendos que se habían quedado allí porque no sabían qué otra cosa hacer.
Vidrena dio las órdenes pertinentes para comenzar a reconstruir al campamento y avanzó a pie hacia las murallas de la ciudad, escoltada por diez jeddart para dar un carácter oficial al encuentro. Lo más parecido a una bandera de tregua que había conseguido era un pañuelo gris verdoso atado al palo de una escoba. Llamó a los centinelas, pero nadie contestó hasta que silbó con los dedos. Una cabeza asomó por encima de la muralla.
-¿Así vigiláis al enemigo?
-¿Quién lo pregunta?
-La Señora de Ardieor, pedazo de asno sur... -Vidrena cortó la indignada respuesta de Tairwyn dándole un codazo en las costillas.
-Soy Vidrena de Ardieor y quiero hablar con tu jefe.
-¿Quieres negociar la rendición?
-¿Queréis rendiros?
-Me refiero a la vuestra.
-Estos cardos no tienen sentido del humor -Karn carraspeó para disimular una risita-. A ti no te importa, y no creo que a Ildor le haga ninguna gracia saber que estoy aquí y no se me permite verle. Esperemos que dé resultado -añadió Vidrena en voz tan baja que solo sus escoltas pudieron oírla. Como respondiendo a sus esperanzas, el centinela desapareció de la muralla y no tardó en regresar diciendo que Ildor accedía a entrevistarse a solas con la Señora de Ardieor.
Ningún argumento pudo convencer a Vidrena para que permaneciese a aquel lado de la muralla. Cuando la puerta de la ciudad se cerró a sus espaldas, a Tairwyn le dio la impresión de que la había devorado una gigantesca bestia.
Vidrena regresó unos instantes antes de que los ardieses comenzasen a tener una idea aproximada del concepto de eternidad. Ordenó a los Capitanes con una seña que la siguieran a su tienda, aún a medio montar pero ya lo bastante como para dar una apariencia de secreto a la reunión.
-Alguien tiene que ir a Crinale para pedir refuerzos.
-¿No sería mejor que volviéramos a Ardieor? Aquí no se nos ha perdido nada.
-A mí tampoco, pero hay un tratado que tenemos que respetar aunque solo sea porque la Corona de Galenday espera que no lo hagamos para incumplir su parte. Y no quiero poner en apuros a Gartwyn.
-No hay nada como la familia.
-¿Me ha parecido oír que te ofrecías voluntario?
Karn palmeó la espalda de Tairwyn.
-Buen trabajo, chico. Terminarás aprendiéndote el camino a Crinale.

*****

Mientras esperaba a que Tairwyn regresara de Crinale con los refuerzos o la negativa a mandarlos, Vidrena ordenó construir una empalizada y un foso alrededor del campamento y comenzar la fabricación en secreto de armamento ofensivo, mientras vigilaba a Hamlyn lo mejor que podía. Sospechaba que el joven no estaba conforme con el bando en que le había tocado y trataría de cambiarlo a la menor oportunidad.
Una noche, una brusca sacudida la despertó. Vidrena se incorporó sobresaltada. Una mano tapó su boca con una delicadeza indigna de sus callos.
-No te asustes, señora, soy yo.
Vidrena se destapó la boca de un zarpazo.
-¡Karn, qué susto me has dado! ¿Qué haces aquí a estas horas?
-¿Recuerdas que me pediste que vigilase a tu galendo? Pues tengo noticias.
Todo rastro de sueño desapareció del cuerpo y la mente de Vidrena. Ignorando el tonillo irónico de Karn, se sentó en la cama y preguntó:
-¿Qué noticias?
-Acaba de regresar. De Thrandir. Le habría cortado el cuello, pero he preferido pedirte permiso antes. ¿Qué hago?
-Ahora, desaparece y déjame dormir. Mañana tráemelo. Será divertido.
Al día siguiente, Karn le dijo a Hamlyn que Vidrena quería verle en su tienda. El galendo no sospechó nada, ni siquiera cuando Karn entró con él y se quedó en la puerta, a sus espaldas.
-¡Ah, Ham, el más leal de mis jeddart! -En la voz de Vidrena no había ni rastro de ironía, pero Karn apenas pudo disimular una sonrisa-. ¡Y pensar que sospechaba de ti! ¿Sabes que he llegado a pensar que algún día saltarías la empalizada y te irías a ver a Ildor? Qué tontería, ¿verdad?
Hamlyn tenía la garganta seca. Aunque pensaba que no era posible que Vidrena hubiera descubierto su secreto, aquella forma de hablar no era habitual en ella.
-¿Cómo está Ildor? La última vez que le vi estaba muy desmejorado. No habrá estado enfermo, ¿verdad?
Un escalofrío recorrió la espalda de Hamlyn.
-¡Lo sabe! -Tragó saliva para deshacer el nudo que se había hecho en la garganta y trató de sonreír-. ¿Qué decís, señora?
Vidrena dejó de sonreír. Su mirada habría podido rayar el diamante.
-No intentes engañarme, galendo. Sé que has estado visitando Thrandir por las noches. ¿Qué le has estado contando a Ildor?
Hamlyn se volvió hacia la puerta, pero allí estaba Karn, con la espada desenvainada, y su sonrisa no era nada amistosa. Hamlyn volvió a mirar a Vidrena.
-Señora, no sé de qué me habláis, yo solo iba a visitar a mi hermano y...
-No me tomes por tonta, sé que no tienes hermanos.
-Bueno, en realidad es un primo...
Vidrena sonrió de nuevo.
-¿Has afilado hoy tu espada, Karn?
-No me acuerdo, Señora.
-Deberías haberlo hecho, no me gusta ver sufrir a los animales -Se volvió otra vez hacia Hamlyn-. ¿Qué le has contado a Ildor?
-Ni siquiera le he visto desde que me fui de Crinale.
-Creo que no entiendes tu situación, muchacho. Te la resumiré en dos palabras: estás muerto -Hamlyn palideció más aún-. Voy a mandarte a Crina-le atado de pies y manos y con una larga carta enumerando los motivos por los que debes ser ahorcado: intento de secuestro, secuestro, espionaje, traición... No sé si añadir la estupidez a la lista, cuando me fui de Crinale creo que se estaban pensando si la declaraban o no ilegal.
Una larguísima declaración de lealtad e inocencia llameó en la mente de Hamlyn. Era un prodigio de elocuencia, de sentimiento, de patética sinceridad. Pero solo pudo pronunciar tres palabras:
-No tenéis pruebas.
Vidrena se rió.
-¡No necesito pruebas! Soy la hija de Gartwyn. Si yo te acusara de haber robado el sol y la luna, él me creería.
-¿Y la Reina? -Hamlyn pensó que aquel era un golpe directo a la carótida. Vidrena lo paró con tanta habilidad que no llegó ni a rozar un capilar.
-¿Quieres que lo comprobemos?
Hamlyn apretó los labios como puños y le devolvió una mirada obstinada.
Un pequeño objeto dorado centelleó en las manos de Vidrena.
-¿Sabes lo que es esto, galendo? -Hamlyn negó con la cabeza- Se llaman pinzas. Las mujeres las utilizamos para depilarnos las cejas. Y siempre he pensado que algunos hombres también deberían hacerlo. Karn, que no escape.
Hamlyn se dio media vuelta e intentó alcanzar la puerta, pero el ardiés fue más rápido, y sus brazos eran muy fuertes. Hamlyn se debatió entre ellos mientras Vidrena se acercaba sonriente, con las pinzas en las manos.
-No te muevas tanto, podría sacarte el ojo.
Hamlyn decidió rendirse antes de perder la poca dignidad que le quedaba.
-Intenté que me dejase luchar a su lado, pero me dijo que le era más útil como espía. Pero solo le he dicho lo de los refuerzos, y ya lo sospechaba.
Vidrena asintió, y Karn soltó a Hamlyn.
-Sabía que no podía fiarme de ti. La traición forma parte de los galendos como la harina del pan.
-¡Señora, me insultáis!
-¡Perdones mil por las ofensas, gentil caballero, pero no soy yo la que se escapa por la noche para visitar hermanos inexistentes en territorio enemigo! Creo que debería mandarte a Crinale de todas formas, aunque solo sea para saber cómo se las arreglarían para ejecutarte cuatro veces -Las piernas de Hamlyn comenzaron a temblar. La sonrisa de Vidrena se volvió tranquilizadora, casi amable-. Pero en el fondo soy buena persona. Muy en el fondo, pero lo soy. Y puedo darte una oportunidad. Yo me callo lo que sé y tú... Miró a los ojos al galendo, sin parpadear, hasta que él le picaron los suyos y tuvo que bajarlos.
-¿Qué queréis que haga?
-Desde hoy, yo misma te diré qué debes contarle a Ildor. Y tú me contarás cómo van las cosas en Thrandir. Y si intentas traicionarme...
El delicado gesto de su mano provocó a Hamlyn una molesta picazón en el gaznate, pero no quiso complacerla rascándose delante de ella.
-Ni se me pasaría por la cabeza hacerlo, Señora.
-Eso quería oír. Retírate ahora.
Hamlyn salió corriendo de la tienda, sin despedirse. Karn se inclinó ante Vidrena.
-¿Lo he hecho bien, Maestro?
-Ni tu abuelo lo habría hecho mejor, mi Señora.
Vidrena ya no recordaba la última vez que se había ruborizado tanto.
CAPÍTULO 10



Se cumplió la semana de tregua, y Tairwyn no había regresado. Un heraldo de Ildor salió de la ciudad y preguntó a Vidrena si iban a retirarse. Ella contestó que no, y la tregua se dio por terminada.
Al día siguiente, los defensores de la ciudad atacaron el campamento. Pero aquella vez hubo defensa. Cuando los asaltantes trataban de escalar la empalizada o derribar la puerta, Vidrena, gritando órdenes o advertencias, o corriendo hacia el lugar del peligro, animaba a sus jeddart de una forma que los de Thrandir encontraron harto molesta.
Un fuerte golpe en la cabeza la dejó sin sentido, y cuando lo recuperó se encontró tendida en una cama demasiado blanda para su gusto, en un lugar oscuro y con dolor de cabeza.
Se levantó, tanteó hasta encontrar la pared de la habitación y la siguió hasta la puerta, Trató de abrirla, pero estaba cerrada con llave. Buscó entonces la ventana, y, tras muchos esfuerzos, logró abrirla. La luz se clavó en sus ojos como una aguja al blanco. Los cerró y volvió a abrir varias veces hasta que se acostumbró y dejó de ver borroso. Miró hacia abajo y se apartó cuando comenzaba a marearse, pero había visto lo suficiente para saber que estaba en Thrandir.
El ruido de una llave girando en la cerradura la hizo volverse. Una anciana entró en la habitación. Vestía de negro y lucía un inverosímil peinado de trenzas y coletas sujetas con cintas rojas. Cada recoveco de su cara estaba tatuado con un complejo diseño de serpientes y escorpiones. Vidrena reconoció en ella a una de las muchas curanderas de Surlain, y, suponiendo que era quien había vendado su cabeza, le dedicó una respetuosa reverencia y le dio las gracias por haberla curado. La anciana se limitó a decir con frialdad:
-El Señor de Erdengoth os espera. Seguidme.
Vidrena obedeció, resignada. Mientras avanzaba por el pasillo hacia la sala donde Ildor la esperaba, observaba sus posibilidades de huida y se preguntaba dónde estaría en aquel momento Wirda.
Ildor estaba enfrascado en una partida de ajedrez contra si mismo, por lo que se limitó a saludarla con la cabeza.
-Me alegro de ver que estáis bien.
-Gracias, yo también me alegro de estar bien -Los ojos de Vidrena recorrieron la sala de una sola mirada. Era grande, cuadrada y estaba bien iluminada, pero ella no pudo evitar advertir que no había cristales en las ventanas. En las paredes solo se veían cabezas, pieles y cuernos de anima-les, y una panoplia con cuatro dagas y cuatro espadas. Se sentó ante Ildor y observó la partida- Vais ganando.
-¿Os referís a la partida o a la guerra?
-¿Qué guerra?
-No pretenderéis hacerme creer que habéis perdido la memoria.
-Eso quisiera yo, pero el golpe no fue tan fuerte. ¿Dónde está Wirda?
-¿Quién?
-Mi espada. ¿Dónde la habéis llevado?
-No la teníais cuando os trajeron aquí. Se os debió caer por el camino. Puede que la tengan vuestros amigos. Dama negra mata alfil blanco.
-¿No quedaría a merced del caballero?
-Por eso está ahí la torre. Deberíais haberos retirado, princesa. La Reina habría pagado el rescate, yo le habría devuelto a vuestro querido hermanito y sus amigos, y todos habrían sido felices... ¿cómo decíais?... ah, sí, quietecitos en sus castillos azotando a sus campesinos. Una frase muy acertada.
-¿Y de verdad creéis que las cosas habrían quedado así? ¿Cuánto creéis que habría tardado la Reina en intentar recuperar lo que le habíais robado? ¿Medio día? Lo único razonable que podíais hacer era matarles a todos. En vuestro lugar, yo lo habría hecho.
-Si pensáis así, ¿por qué os habéis molestado en negociar conmigo?
-Para ganar tiempo para elaborar un plan de rescate.
-¿Y cuál era ese brillante plan de rescate?
-¿Qué más da? No puedo ponerlo en práctica estando prisionera.
-Podríamos volver a negociar. ¿Habéis pensado en mi proposición?
-¿Cuál de todas? El golpe en la cabeza me ha dejado un poco confusa.
-Princesa, no podéis haberlo olvidado. ¡Una declaración tan formal y conmovedora! -Vidrena pensó que Ildor tenía un concepto muy especial de las tres palabras- Yo libero a los que habéis venido a rescatar y vos os casáis conmigo.
Vidrena derribó las figuras del tablero con la mano y se levantó.
-No seáis pesado, Ildor, no he cambiado de idea sobre ese punto.
-Señora, estoy haciendo una guerra por vos, ¿vais a decirme ahora que todo es inútil?
-¿Por mí? Creía que esta era la típica historia de venganzas galendas.
-Este era el plan hasta que os conocí -Vidrena volvió a sentarse. Todo aquello era demasiado sorprendente para soportarlo de pie y con dolor de cabeza-. Una dama de Galenday habría caído con un par de bellas palabras, serenatas a la luz de la luna, poemas y miradas tristes. Pero, ¿cómo se conquista a alguien que dicen que tiene más sangre en las manos que en las venas?
Vidrena intentó decir algo, pero Ildor siguió hablando sin escucharla.
-Solo hay una manera: regresar ante ella cubierto de mugre y sangre - Vidrena arrugó la nariz, asqueada al imaginar la escena, pero Ildor no se dio por enterado-, mostrarle las cabezas de todos los que has matado, las cicatrices que te han dejado las batallas, y ofrecerle la corona que ha costado tantas vidas.
-Ildor, no se puede comprar a una persona con sangre, y menos si es de sus amigos. No me casaría con vos ni loca.
Ildor comenzó a parecer molesto.
-¿Es por mi nariz?
-¡Vuestra nariz no tiene nada que ver con esto! No puedo querer a alguien de quien no puedo fiarme y que no sé si me quiere a mí o a mis tierras. Sería como meter en mi cama una serpiente. ¡Y no le busquéis doble sentido a esta frase!
-Hay otro, ¿no es eso? Ese sujeto ardiés que vino a buscaros a Crinale. Os conozco, a todas vosotras, siempre atraídas por esos tipos tan guapos, con sus firmes mentones, sus poderosos músculos y sus reducidos cerebros. Seguro que si os lo pidiera él sí estaríais dispuesta a casaros. Seguro que ni siquiera necesitaría pedíroslo para...
No llegó a terminar la frase, y no solo porque la mano izquierda de Vidrena hubiera comenzado una metamorfosis hacia el estado de puño, sino por el gran alboroto que había en la calle. Ildor se asomó a la ventana y preguntó qué ocurría.
-Nos están atacando -Volvió un rostro demudado hacia Vidrena- ¿Es que vuestra gente se ha vuelto lo... ?
Vidrena le estrelló con todas sus fuerzas el tablero de ajedrez en la cabeza. Ildor se desplomó inconsciente.
-Nunca le des la espalda a un jeddart. Espero no haberte matado -No se detuvo a comprobarlo. Asió una espada y una daga de la panoplia y salió. No estaban afiladas, pero esperaba que nadie tuviera ocasión de comprobarlo. Había andado pocos pasos cuando oyó que la llamaban. Dos Camaradas del Cardo Silvestre corrían hacia ella. Apoyó la espalda en la pared y se dispuso a defenderse, hasta que reconoció al que no iba encapuchado. La pobre ciudad de Thrandir debía estar llena de gente que no deseaba ser reconocida, pensó Vidrena.
-¡Tai! ¿Cómo has llegado hasta aquí?
-No hay tiempo para explicaciones, tenemos que irnos.
Vidrena sonrió.
-No tan deprisa, jeddart, tenemos gente que rescatar.
Tairwyn vio en su cara el mismo gesto de obstinación que ella había puesto antes de intentar vadear el Gardford a pesar de que iba crecido, cuando los dos regresaban a Dagmar desde Crinale. La aventura casi les había ahogado, pero ella no había podido dejar de intentarlo, y él no había podido dejar de seguirla.
-Está bien, vamos a las mazmorras.
Vidrena recordaba el camino. Redujeron a los carceleros a punta de daga, les obligaron a abrir las celdas y les encerraron en ellas. Vidrena acalló las exclamaciones de agradecimiento de los Señores de Galenday y les ordenó cubrirse con las capas amarillas de las que habían despojado a los carceleros y unos cuantos hombres más, para hacerles pasar por Cardos Silvestres. La estratagema dio resultado.
Hasta que llegaron a la puerta.
La escaramuza estaba en su peor momento. Los defensores de la ciudad arrojaban inmundicias y brea ardiendo sobre los asaltantes, que, después de haber intentado en vano derribar la puerta, trataban de escalar la muralla para tomar el torno que hacía subir el rastrillo.
-Esto va a ser más difícil de lo que esperaba.
-Podríamos subir a la muralla, como si fuéramos a defenderla, y arreglárnoslas para bajar por una de las escalas.
-¿Con ellos? -Vidrena señaló a los Señores de Galenday con la cabeza.
-Alguien debería cubrir la retirada.
-Lo más probable es que acabemos cada uno con un par de flechas de cada bando en el cuerpo. Los galendos nos atacarán creyendo que somos Cardos y los Cardos nos atacarán creyendo que somos traidores.
-Bueno, de algo hay que morir. ¿Nos lo jugamos a pares o nones?
-No, gracias, improvisaremos -Vidrena se volvió hacia los Señores de Galenday- ¡Seguidme!
Los defensores de la muralla, sorprendidos ante la aparición de una mujer armada entre ellos, no se atrevieron a hacer nada hasta descubrir sus intenciones, pero para entonces, la mitad de los Señores de Galenday estaban al pie de las murallas, y los otros con uno en las escalas. Pasmados estaban también los galendos al ver a sus señores allí fuera y con un aspecto tan extraño.
Cubriendo la retirada, quedaron Tairwyn, Vidrena, Igron y el encapuchado. Vidrena le miró.
-¡Lleváoslo de aquí!
En condiciones normales, Igron parecía fugado de un tópico cuento de hadas, con sus ojos azules y sus rizos dorados. Pero en aquel momento, con el ojo derecho rodeado por un cerco azul amarillento y los rasgos contraídos en una expresión de rabia, no era nada atractivo.
-¿Tenéis miedo de que no haya bastante gloria para los dos? -Vidrena no se molestó en contestarle.
-¡Si no os lo lleváis, lo empujaré muralla abajo! -Demostró que hablaba en serio con un Cardo que había intentado rebanarle el cuello pensando que podía tomarla por sorpresa.
El encapuchado no se lo hizo repetir. Agarró a Igron del brazo y le susurró algo que lo hizo palidecer y bajar la escala a toda prisa.
-¡Al fin solos! -Tairwyn se deshizo de una patada en el estómago de otro cardo imprudente.
-Te crees muy gracioso, ¿verdad?
Tenía la cara brillante y los ojos rojos. O quizás fuera al revés, pensó Tairwyn. Parecía estar divirtiéndose tanto que era una lástima tener que estropeárselo.
-¡Tú primero!
-¿Qué?
-¡Fuera de aquí, ya nos veremos abajo!
-¡No me des órdenes!
-Como quieras. El empujón fue una sorpresa desagradable, y lo habría sido más aún si un grupo de galendos que escalaban la muralla no hubiera amortiguado la caída.
-¡Hasta luego, idiotas! -Tairwyn saltó a una escala justo en el momento en que alguien daba la orden de retirada.

*****

-¿No crees que te estás aficionando demasiado a viajar de incógnito?
Gartwyn se quitó la máscara. Tenía la cara purpúrea y sudorosa.
-Es la última vez. No creo que pueda volver a soportar tanto calor. ¿Cuándo me has reconocido?
-Eres la única persona a la que Igron obedecería sin protestar. ¿Cómo lo has hecho?
-¿Entrar en Thrandir? Ha sido fácil, esos Cardos son la gente más estúpida del mundo. Solo tuvimos que correr hacia ellos gritando que nos perseguían y nos abrieron la puerta. Vidrena rió.
-No encontrarás ni media idea en la mitad del cerebro de la mitad de los habitantes de esta ciudad.
Gartwyn decidió no contestar hasta que hubiera entendido la frase.
Tairwyn se acercó con expresión preocupada.
-¿Te has hecho daño?
-¿Estáis oyendo algo, Majestad?
-Bueno, de acuerdo, podría haberte matado, pero estás viva y entera, así que no vale la pena que te enfades con un gusano como yo, que además te ha rescatado de las garras de...
-Me las estaba arreglando muy bien hasta que has aparecido.
-Pues lo disimulabas mejor aún.
-Sé cuidarme sola -Su voz estaba sobrecargada de amenazas. La sonrisa de Tairwyn se ensanchó.
-Nunca lo he puesto en duda, mi Señora.


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