Wirda (Libro I: La Señora de Ardieor)

14 de Mayo de 2003, a las 00:00 - Condesadedia
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CAPÍTULO 26



Tairwyn y Vidrena se elevaron poco a poco hasta salir del cráter. Él se atrevió a mirar hacia abajo y vio una tela amarilla, algo descolorida, bajo sus pies.
-¿Qué es esto? Al oír la respuesta, Vidrena pensó que estaba soñando, pero ella estaba allí, y tenía el descaro de estar de buen humor. Su sempiterna túnica blanca había sido sustituida por una blusa de mangas anchas, un corpiño de lentejuelas doradas, unos pantalones bombachos de gasa, unas babuchas de punta enroscada y un velo de seda transparente cubriéndola toda desde la cabeza.
-Buenos días. Dinel la de los cabellos de plata y los ojos de oro, los dientes de perlas y los labios de zafiro (me da igual que sea azul) os saluda. Lo que veis bajo vuestros pies debía ser una alfombra, pero iban demasiado caras (entre nosotros, estos mercaderes de Ispahán no tienen vergüenza), así que he tenido que conformarme con un retal de cortina -Se volvió hacia Zetra y la saludó con una irónica reverencia- ¡Hola, querida! ¿Interrumpo algo?
-¡Tú!
-¿Quién si no? ¿De veras creías que te dejaríamos salirte con la tu-ya? Ya lo has intentado varias veces, ¿por qué ibas a conseguirlo ahora?
-Porque tengo a Wirda.
-Hummm... Error. En estos momentos quien tiene a Wirda es ella -Dinel señaló a Vidrena- Y no parece dispuesta a dártela. Lo cual me recuerda que no deberías estar aquí, jovencita. Si yo no hubiera podido llegar a tiempo lo habrías estropeado todo. Vamos a ver, ¿cómo se supone que vas a salvar el mundo metiéndote en estos berenjenales?
-Pero no habría podido saber quién es mi madre, ni...
-¿Y qué has ganado con saberlo? -Dinel se volvió a mirar a Zetra- En nombre de Aquellas Que Deciden el Destino te ordeno que liberes a estos dos humanos.
-Ellas no tienen derecho a ordenarme nada. ¡Este era mi mundo, y ellas me lo arrebataron para encerrarme en aquel horroroso lugar lleno de niebla! Estuve tanto tiempo en ese condenado Mundo Borroso que cuando logré escapar ya no existían las montañas que conocía y necesité un siglo para volver a aprendérmelas todas. ¡Mira mis manos, Dinel! Tuve que cavar un túnel a través de los Cimientos de Pensamientos Perdidos y aún no han vuelto a crecerme las uñas.
-No habrías ido allí si te hubieras mostrado arrepentido de tu maldad y dispuesto a reformarte.
-¿Arrepentimiento? ¿Yo? No, gracias, eso lo dejo para las perritas falderas como tú. ¡Arrepentimiento! Cuando yo domine el mundo, sabréis lo que es el arrepentimiento.
-¡Ujs! -Dinel aflautó la voz- Estoy aterrorizada.
-Si quieres llevarte a esos tendrás que luchar por ellos.
-Las hay que nunca escarmientan. ¡Agarraos fuerte, chicos!
Un Duelo de Poder siempre ha sido y será un Duelo de Poder, y su descripción suele ser tediosa y requiere grandes conocimientos previos tanto por parte del narrador como del oyente. Pero se dice que la conmoción en forma de terremotos, huracanes, maremotos y demás catástrofes que causó el duelo de magia llegó a los más recónditos lugares de la tierra. Hasta que Dinel (ni siquiera ella era perfecta) pensó que había vencido antes de que fuera cierto. Se volvió hacia los dos humanos y pronunció la palabra mágica. La cortina obedeció enseguida, y Tairwyn no tuvo tiempo más que para agarrarse a ella con una mano y a Vidrena con la otra.
Zetra aprovechó su momentáneo despiste para lanzar un hechizo que hasta ella consideraba sucio, marrullero e indigno de una bruja.
Vidrena pudo ver como Dinel brillaba por última vez, con la luz más intensa que se había visto hasta entonces y que jamás se ha vuelto a ver, y se apagaba para siempre.
-¡Da la vuelta!
-¡No sé cómo!
-¡Pero Dinel...!
-Si está muerta no podemos hacer nada, y si no lo está no nos necesita.
La tela mágica sobrevolaba Ternoy, a una velocidad que sus tripulantes nunca habrían creído posible. En una ocasión Vidrena se atrevió a mirar hacia abajo y al ver los Páramos Secos, más pequeños que dibujados en un mapa, se agarró más fuerte a Tairwyn y cerró los ojos, decidida a no volver a abrirlos.
En menos de un día, atravesando nubes y esquivando aves y montañas, e incluso un par de árboles demasiado altos, llegaron a Ardieor. Apenas hubo atravesado el Therdeblut, la tela desapareció en el aire y sus pasajeros rodaron por el suelo de forma poco digna.
Vidrena se incorporó a cuatro patas y esperó a que todo dejara de dar vueltas a su alrededor.
-¿Hemos llegado?
Tairwyn, sentado con expresión alelada, murmuró:
-Creo que sí -Tomó un puñado de tierra en la palma de su mano y lo lanzó al aire- ¡Y estamos vivos!
Y entonces empezó a reír. Ya está, pensó Vidrena, se ha vuelto loco del todo. Y mientras miraba sorprendida cómo él reía hasta las agujetas, se dio cuenta con más sorpresa todavía de que ella también tenía ganas de reírse, y de que, aunque no tenía motivos fundados para ello, se sentía feliz y ligera como nunca.
-¿Sabes la cara que pondrán cuando aparezcamos en Dagmar con este aspecto?
La referencia a Dagmar hizo que Vidrena volviera a la realidad.
-Tai, si me destierran por esto, ¿vendrás conmigo?
-Ya sabes que siempre voy donde me mandas -Tairwyn sonrió y entrelazó sus dedos con los de Vidrena- Pero si el Consejo de Dagmar intenta desterrarte tendrán problemas. Aunque se escondan bajo las faldas de la Dama Gris.
Si hubiera podido, Vidrena habría llorado en aquel momento. Tairwyn dio la vuelta a sus manos y besó las palmas de una manera que la hizo sentir cosquillas. Vidrena miró río arriba, hacia Dagmar.
-Siempre podríamos ir hacia Poniente. A ver si Garlyn llegó a algún sitio.
El beso en la boca la pilló por sorpresa. Aún así supo reaccionar bastante bien, y no fue hasta después de haber permanecido un momento abrazados cuando vio lo que se acercaba por detrás del hombro izquierdo de Tairwyn.
Cuatro jeddart a caballo se dirigía hacia ellos con aire amenazador. Y llevaban dos caballos aparejados pero sin montar.
Vidrena se levantó, se alisó la túnica y trató de desenredarse el cabello para tener un aspecto presentable.
Pero el joven que mandaba la patrulla estaba demasiado preocupado como para fijarse en detalles. Ruborizado y con voz temblorosa, balbuceó su mensaje.
-En nombre de la Dama Gris de Dagmar, Señora, te ordeno que me acompañes.
-¿Que ella me ordena...? ¡Soy la Señora de Ardieor, jovencito! ¡Ella no tiene derecho a darme órdenes!
-La Dama Gris me dijo que si contestabas que eres la Señora de Ardieor te dijera que eso está por decidirse.
Vidrena bufó, pero sonreía cuando miró a Tairwyn.
-¿Ves ahora por qué la quiero tanto?
CAPÍTULO 27



La base de los rebeldes era una vieja torre de vigilancia abandonada, y allí condujeron a Tairwyn y Vidrena los cuatro jeddart. Impaciente por pelearse con la Dama Gris, Vidrena subió las precarias escaleras de tres en tres, y llegó a una sala pequeña y ruinosa, con el techo lleno de nidos de golondrina recién ocupados. Pero no era la Dama Gris quien estaba allí sino Karn, sentado en un pedazo de pared que aún no se había decidido a caer. Se levantó al verles entrar, y recorrió a Vidrena con una mirada que expresaba con toda claridad lo que pensaba de ella.
-Así que la Joven Señora ha decidido aparecer igual que decidió desaparecer.
Comenzó a pasear por la sala con las enormes manos a la espalda, como conteniéndose para no usarlas contra ella. Vidrena intentó no sentirse ofendida porque él la tratase como una niña, pero aquel tono de voz se lo ponía muy difícil.
-¿Tienes alguna idea de todos los problemas que nos ha causado tu irresponsabilidad?
-No si no me lo explicas -Si él quería jugar, se encontraría con una buena oponente.
-Deserción y posible connivencia con el enemigo, eso es lo que has hecho. Y en cuanto a ti, jovencito -señaló a Tairwyn con el dedo- se te acusa de...
-Déjale en paz. Todo lo que haya podido hacer ha sido por mi culpa.
-No es cierto. La culpa es mía.
-Cállate -Vidrena se volvió hacia Karn-. No has hecho más que hablar de los problemas que os he causado, pero aún no me has explicado cuales son. ¿Qué ha hecho Hyrna?
-No ha sido Hyrna -Vidrena se volvió, perpleja. La Dama Gris parecía un jeddart con trenzas- Retírate, Karn, y llévate a Tairwyn. La Señora y yo tenemos que hablar.
-No veo por qué tengo que irme.
-Porque la Dama Gris y yo hablaremos con más comodidad sin hombres delante, ¿no es así? Tairwyn, cabizbajo, siguió a Karn fuera de la torre. Alrededor del edificio se había construido un campamento al aire libre, fácil de abandonar si había un ataque por sorpresa. Hacía poco que los jeddart habían desayunado, y las hogueras aún humeaban. Cerca de una de ellas, un grupo de ardieses rodeaban a Hamlyn, quien pasaba ante ellos su casco boca arriba.
-¿Qué os había dicho? -gorjeaba- ¡Ya podéis dejar caer vuestras monedas, ardieses incrédulos! ¡Miradle, ahí está! ¿No os sentís orgullosos de haber perdido?
-¡Será granuja!
-Creí haber prohibido las apuestas. Devuelve el dinero ahora mismo.
-Con todos mis respetos, Capitán, eso es injusto. La amistad y la confianza merecen una recompensa.
-¡Galendos! Apostarías hasta sobre cuanto tarda en morirse tu madre.
Hamlyn hizo una reverencia.
-Gracias, tú también eres un encanto. ¿Cómo ha ido la excursión?
-No pienso hablar hasta que alguien me explique qué está pasando en Ardieor.
Tairwyn se sentó sobre un tocón.
-No tendremos otro remedio que contárselo, ¿eh? ¿Quién lo hace?
-Hazlo tú, galendo. Se te dan bien las historias.
-Está bien, lo haré.
Los ardieses se sentaron en semicírculo alrededor de Tairwyn y Hamlyn, y éste comenzó a hablar. Contó cómo Lym había aparecido en "La Bella Moza" la noche del día en que Igron había vuelto a Dagmar para contarles lo que ocurría, cómo habían decidido escapar a las montañas, el rescate de la Dama Gris, varias escaramuzas que habían tenido con los Guardias de Igron y cómo todo estaba ya a punto para una rebelión si Vidrena regresaba, como había ocurrido y de lo cual se alegraban. Y luego le pidió a Tairwyn que contase sus aventuras.
Aquella vez, Tairwyn no consideró necesario exagerar. Contó con todo detalle las peripecias de su viaje, cómo había encontrado a Vidrena, lo que había ocurrido en el Gran Salón, sus relaciones con la araña del calabozo y lo del sacrificio y la muerte de Dinel, acompañándolo todo de consideraciones varias sobre la gastronomía y la música de Ternoy. Aunque el relato quedó algo confuso (ya que Tairwyn decidió ocultar lo que sabía sobre la identidad de Vidrena), a los jeddart les pareció una gran historia, y uno de ellos incluso sacó un arpa para ponerle música.

*****

-Y bien, ¿ha valido la pena? ¿Ya has encontrado lo que fuera que buscases en Ternoy?
-He encontrado más de lo que buscaba en Ternoy. Pero primero quiero saber qué ha pasado aquí en mi ausencia.
-¡Oh, quieres saber! Eso es un progreso, nunca has querido saber nada de lo que yo pudiera decirte. Pues escucha lo que ha ocurrido: tu amable hermano es ahora, según él, el Señor de Ardieor. Y Hyrna va a casarse mañana por la noche con el de Surlain. La Casa Real de Galenday se ha salido con la suya: Ardieor y Surlain en un puño. No es que Surlain me importe demasiado pero me molesta que ganen los malos, una simple cuestión estética. Y todo porque tú tenías ganas de saber quien era tu mamaíta. Espero que ella te haya gustado.
-No. Pero no podemos elegir a nuestra familia. Ni a nuestros padres ni a nuestros hermanos, y mucho menos a nuestros medio hermanos.
-¿Y has tenido que ir a Ternoy para aprender eso? ¡Yo misma te lo habría podido decir! ¿Sabes que estuvieron a punto de Excluirme de la Orden por no haber previsto lo que iba a ocurrir? Comelt dijo que una vidente tan cegata como yo no merecía llevar la túnica gris, y Vaidnel...
-¡Vaya! Me estaba preguntando qué había podido pasar para que por fin te atrevieses a hablarme así. Continúa, dime todo lo que piensas de mí, he aguantado cosas peores.
-No te hagas la mártir, Dren de Dagmar. Si te marchaste fue por curiosidad. Si de verdad te hubieras ido por salvarnos no habrías regresado.
-Eso te habría encantado, ¿no?
-Soy contraria a la violencia, pero si no supiera que eres más fuerte que yo, no te salvarías de una paliza por lo que acabas de decir.
-Si quieres, puedo atarme una mano a la espalda.
-¡Déjalo ya, Dren! ¡Cierra la boca y escucha a alguien por una vez en tu vida! ¿Hablas de lo que has soportado? Yo también he soportado lo mío, ¿sabes? Y no hablo solo de esas estiradas. Pero ahora no es el momento de contarte mis desgracias, tenemos cosas más importantes que hacer. Por ejemplo, planear tu regreso a Dagmar, el castillo debe estar lleno de galendos.
-Me lo imagino. Todos borrachos durante tres días.
-¿En serio?
Hay ruidos inconfundibles desde la primera vez que se oyen. El de los engranajes de la mente de la Dama Gris era uno de ellos. Y aquella vez iban a la misma velocidad que los de la de Vidrena.
-¿Es un laúd eso que oigo?
-Es un arpa. ¿Cómo puedes confundirlos?
Vidrena se encogió de hombros, como quitándole importancia a su absoluta falta de oído musical.
-Quizás la boda de mi hermanita necesite buena música.
La Dama Gris sonrió al entender el significado de aquella frase. Aquella era la Vidrena que ella recordaba.
-¿"Ardieses en pie"?
-Por ejemplo.

*****

-¿Estás segura de que es por aquí? -preguntó Vidrena, mirando con desconfianza a su Dama Gris. Hacía por lo menos una hora que estaban bus-cando, y Vidrena comenzaba a temer que lo que buscaban no fuese más que una leyenda.
-Es mi pasadizo secreto, Señora. Claro que estoy segura de que es por aquí. Lo he usado muchas veces.
-Entonces, ¿por qué no lo utilizaste para escaparte de Igron?
La Dama Gris se arrepintió por tercera vez en la misma noche de haberle contado lo ocurrido con Igron. Al principio Vidrena se lo había tomado a broma, luego se había enfadado porque nadie le hubiese explicado antes qué había hecho Igron. En aquellos momentos, Vidrena volvía a ver el lado cómico del asunto y la Dama Gris comenzaba a desear estrangularla. Pero contestó con frialdad, como si aquella pregunta hubiese sido la más inocente del mundo.
-No quería dejar sola a Hyrna, y además el pasadizo empieza en mi laboratorio, no en mi habitación, y...
-No podías salir de la habitación porque la puerta estaba vigilada.
-Aquí está -La Dama Gris señaló una especie de madriguera excavada en la montaña.
-¿Pretendes que entremos por ahí? -preguntó Tairwyn.
-No te preocupes, el interior es lo bastante alto y ancho como para que no tengáis que arrastraros. Y supongo que recordarás dónde está y cómo se abre la puerta, después de todas las veces que te lo he explicado.
-Sí, lo recuerdo -Tomó a Vidrena del brazo y la llevó aparte- ¿Estás segura de que esto es una buena idea?
-No, ¿se te ocurre otra mejor?
-No estoy hablando de lo que tengo que hacer yo, sino de lo que vais a hacer vosotras.
-Tai, ¿cuántas veces tengo que repetirte que sé cuidarme sola?
Hamlyn se acercó a ellos.
-Estoy pensando que ese tal Kiwyn, el de las pecas, tiene una novia en el castillo. Quizás podríamos convencerla de que nos abra la puerta.
-Esta noche la novia de Kiwyn estará demasiado ocupada para ayudarnos -Si él no había dicho quién era la novia, Vidrena no pensaba hacerlo, pero eso no iba a impedir que alardease un poco de las cosas que sabía-. Mi plan es el único posible, y si no estáis de acuerdo lo haré sola -Su mirada demostraba que hablaba en serio-. Tai, entra en ese maldito pasadizo y pro-cura que no te mate ningún galendo.
-No te preocupes, yo cuidaré de él.
-Me lo temía.
CAPÍTULO 28



Hyrna no tenía hambre. Desde que se había ido Vidrena, solo había comido lo imprescindible para mantenerse viva. En un primer momento había pensado en dejarse morir, pero pronto cambió de idea. A Vidrena no iba a gustarle regresar para asistir a un funeral, y Hyrna seguía convencida, a pesar de todas las evidencias, de que su hermana regresaría a tiempo.
Pero en aquellos momentos, a Hyrna ya no le importaba si Vidrena iba o no a regresar. Al amanecer iba a casarse, y luego se iría para siempre de Ardieor. Y Vidrena no regresaría a tiempo de evitarlo.
Platos repletos de comida desfilaban ante ella, provocándole unas casi invencibles náuseas. Los coperos insistían en servirle vino a pesar de que no se lo bebía, y las mejores atracciones venidas de todas partes de Galenday se esforzaban para arrancarle una sonrisa.
Todo el mundo se estaba divirtiendo menos ella, pensó con melancólica envidia mirando a Igron, que, en su gran momento de triunfo, resplandecía como si le hubiesen pulido. El Señor de Surlain había engordado por lo menos dos arrobas desde la última vez que ella le había visto, y el resto de los Señores de Galenday y sus esposas seguían siendo tan triviales como siempre.
Hyrna, para no ver a sus invitados, fijó su mirada en los tapices y panoplias de las paredes hasta que casi desaparecieron, y luego pasó su mirada por la puerta. Casi se quedó sin aliento al reconocer la figura alta y huesuda que estaba en el umbral, vestida de gris, sin más adorno que su cabello suelto. Otra persona encapuchada, algo más baja que la Dama Gris, la seguía unos pasos atrás. Hyrna creyó reconocer su forma de caminar, pero prefirió no engañarse a si misma.
Los ojos de Igron centellearon al ver lo mismo que ella. Se levantó e impuso silencio a todos los invitados.
-¡La Dama Gris de Dagmar, qué gran honor! Bienvenidas a mi pequeña fiesta, tú y tu acompañante.
-¿Pequeña fiesta? -La voz de la Dama Gris estaba cargada de ironía- Nunca ha habido tanta comida junta en este salón.
-Lo cual demuestra que nunca ha habido un Señor como yo en este atrasado lugar del mundo.
-De eso estoy segura.
-Mi querida Dama Gris, siempre tan ocurrente. Pero esta noche estoy de tan buen humor que te perdono incluso lo del anforazo. Ven, siéntate a mi lado.
-No he venido a comer, gracias. Solo he venido a animar la fiesta de mi Joven Señora con alegres bailes y canciones. Y nadie canta mejor que mi compañera, la trovadora encapuchada.
La trovadora encapuchada hizo una amplia reverencia a todos los presentes. Igron nunca había oído hablar de ella, pero no quiso parecer un ignorante ante sus invitados.
-Claro, la famosa trovadora encapuchada. Estaba deseando comprobar si eres tan buena como dicen.
-Soy mejor -La voz de la encapuchada era demasiado aguda para ser verdadera, pero solo Hyrna pareció advertirlo. Se revolvió en su asiento, con el corazón bailándole una jiga en la garganta, mientras la trovadora interpretaba una espeluznante introducción con el arpa, y comenzaba a cantar con exagerado dramatismo:
- Aunque esté sentada en mi vieja casita
trabajando aburrida con la rueca
o acordándome de los viejos tiempos
suspirando y sollozando hasta hartarme,
jamás mis rodillas doblaré
para halagar a un Señor extranjero,
Y con todo el corazón cantaré
cuando quien que yo me sé vuelva con nosotros.
De los buenos tiempos he oído hablar,
cuando Ardieor era un país libre,
cuando había orgullo en nuestro corazón
y eran roja aún la sangre ardiesa.
Aunque tenga el cabello plateado
y me estropeen los años, ¿qué importa?
me pondré a cantar y a feliz bailaré
el día que Dren vuelva con nosotros

La expresión de Igron se endureció mientras la joven interpretaba otra sencilla melodía y acometía la siguiente estrofa.
- Si vivo para ver ese día
que tanto espero y tanto deseo
daré un empujón a la rueca y me apartaré de ella
para cantar y bailar desde la mañana a la noche,
pues hay una persona que no quiero nombrar
que viene a aguar esta preciosa fiesta
y me pondré el vestido de novia
cuando quien yo me sé cruce a esta orilla.
Maldigo a estos invitados pesados e importunos
que han venido sin que nadie les llamara,
de risa falsa y lengua venenosa.
Mi padre era hijo de un gran señor,
Mi medio hermano un imbécil con linaje,
y yo volví a ser la Señora de Ardieor,
el día que crucé de nuevo a esta orilla

Hyrna estuvo a punto de soltar una carcajada. El brillo de Igron se había apagado como el de una vela en medio de una corriente de aire. Nadie se atrevía a respirar.
Durante la canción, Hyrna había advertido, en la puerta y detrás de los tapices, movimiento de personas envueltas en capas grises que se movían sin hacer ruido.
-Y ahora os comunico, honorables Señores de Galenday, y a vos, Príncipe Igron -Clara y diáfana sonó la voz de Vidrena cuando ella se quitó la capa- que estáis rodeados, y si queréis salir vivos de aquí será mejor que tiréis vuestras armas.
-¡Lo sabía! ¡Sabía que volverías!
-Pues sabías más que yo, hermanita. Bueno, Príncipe Igron, ¿No me habéis oído?
-Parecéis olvidar una cosa: ya no sois la Señora de Ardieor, vos misma renunciasteis.
-Cierto, pero no en vos. Primero os negáis a ayudar a Ardieor por una rabieta, luego aprovecháis un momento de debilidad para invadirnos, destituís sin tener ningún derecho para ello a mi heredera, pretendéis casarla con un hombre al que odia (perdonad, mi señor de Surlain, pero así es), y encima ofendéis a mi Dama Gris. Os habéis portado aún peor que la otra vez. Sí, sé todo lo que ocurrió la otra vez, pequeño aprendiz de serpiente. Y no creáis que el insignificante detalle de que seamos medio hermanos os va a salvar de vuestro merecido, en estos momentos está en vigor la otra mitad. Vengo de Ternoy, y pocos pueden contar eso. Ya no soy la misma que en Surlain, y no tendré ningún reparo en ordenar a mis jeddart que os corten el cuello. Es más, ni siquiera apartaré la mirada cuando lo hagan.
-¿Cómo diablos habéis conseguido...?
-No hay tiempo para explicaciones. Tenéis el patio lleno de ardieses furiosos y armados que han dado una buena paliza a vuestros guardias. Podéis presentar batalla, si lo deseáis, pero entonces nunca sabréis quién ha ganado.
El ruido de las armas al caer al suelo sonó más dulce que la música en los oídos de Hyrna. Solo Igron permaneció en pie, armado y mirando con odio a Vidrena.
-No vale la pena, Alteza. ¿Para qué queréis Ardieor, para tener frontera con Ternoy? ¡Que se la queden! No hay nada en este ridículo país que valga vuestra vida.
-Vuestro amigo de Surlain tiene razón, Igron. Y además debéis regresar a Galenday antes de que Ildor os quite el trono.
-Habéis ganado -Igron arrojó su espada a los pies de Vidrena.
-Vuestras armas os serán devueltas cuando salgáis de Ardieor. Partid ahora mismo. Y no temáis perderos por el camino, mi gente os acompañará por si acaso.
Igron y sus invitados, vigilados por los jeddart, salieron del Salón. Vidrena, Hyrna y la Dama Gris se quedaron solas.
-Esto tiene buen aspecto -Vidrena se sentó en la mesa, tomó una pata de pollo y la mordisqueó- ¡Está buena! Hacía falta que yo me fuera para que mi cocinera aprendiese su trabajo, por lo visto. Pero bueno, ¿es que nadie va a darme la bienvenida a casa?
-No te lo mereces, pero bienvenida a casa.
-¡Oh, no, tú también! ¿Nadie se alegrará de verme?
-¡Pues claro que me alegro de verte! Lo que ocurre es que aún estoy enfadada porque te fuiste, y me da igual porqué lo hicieras.
Tairwyn entró corriendo en el salón.
-¡Lo hemos conseguido!
-¿Acaso dudabas de mí?
-¡Tai! -Por un momento, al ver solo a Vidrena, Hyrna había temido que a él le hubiese ocurrido algo.
-¿Creías que habría vuelto sin él?
En aquel momento, toda el hambre atrasada se despertó en el estómago de Hyrna. Demasiado emocionada para hablar, se apoderó de un cuenco de fruta y se sentó al lado de Vidrena.
-Bueno -Descorazonó una pera, después de haber engullido catorce fresas y una manzana-, ¿ya sabes quién eres?
-Sí, soy una jugarreta del destino.
CAPÍTULO 29



Vidrena entró en la Sala de la Torre Norte. Todas las ventanas estaban cerradas, para que la expresión de su cara no pudiera conmover a sus jueces, y para que la de las caras de éstos no la hiciera cambiar una palabra de lo que iba a decir. Podía ser muy tradicional pero era muy poco práctico, pensó mientras buscaba a tientas la silla en el centro de la Sala, y anotó en su mente preguntarle a la Dama Gris (si después de aquello seguía siendo la Señora de Ardieor) si por lo menos aquella tradición no podía cambiarse. Entonces, su codo tropezó con la silla, y Vidrena reprimió una exclamación de dolor.
-Ya estoy sentada.
El interrogatorio comenzó antes de que su codo dejase de doler. Vidrena sabía que Hyrna había hablado en su favor y en el de Tairwyn, y también que la mayoría de los jeddart estaban de su parte hiciera lo que hiciera. Pero las Damas Grises y los que no eran jeddart eran otra cosa. Vidrena contestó a todo con la máxima sinceridad, incluso cuando la Dama Gris le preguntó si había averiguado el nombre de su madre y cuál era. Vidrena oyó las respiraciones contenidas, el temblor de las carnes, el restallar de aquel músculo en la mejilla de la Dama Gris, y supo que ocurriera lo que ocurriera nada podía ser peor que aquel momento.
La sentencia fue rápida. Vidrena volvería a ser la Señora de Ardieor, y el nombre de su madre seguiría siendo un secreto. Pero nunca volvería a ceñir espada, y menos aún a Wirda, quien quedaba en poder de la Dama Gris.
La Señora de Ardieor ya no era una jeddart, y por un momento ella pensó que casi habría preferido el destierro. Pero entonces las ventanas se abrieron, la luz del Valle de Dagmar la cegó por un momento, la Dama Gris le devolvió el Anillo y Vidrena cambió de idea.
Estaba en casa, y juró que nunca más volvería a marcharse. Se prometió que a partir de aquel momento, su vida sería tan tranquila y aburrida que Hyrna no tendría nada que escribir en su Crónica convertida en Diario.

*****

-Y ahora seremos felices para siempre. Vidrena sonrió y apoyó la cabeza en el hombro de Tairwyn. Por un momento había estado a punto de decirle "Nadie es feliz para siempre", pero no le parecía una frase oportuna para aquella noche.
-Luna llena, cielo raso y ruiseñores. Parece una escena de "Arnthorn el intrépido".
-¿Estás segura de que no es un petirrojo?
-Dime una cosa, Tai, ¿me quieres de verdad o solo por mi fortuna?
-¿Tienes una fortuna?
Vidrena rió. Estuvo a punto de decirle que Ildor creía que sí, pero no le pareció oportuno. Por un momento se preguntó qué haría Ildor cuando se enterase de que, a pesar de no ser de las que se casan, había terminado haciéndolo.
-Bueno, una chica tiene derecho a cambiar de idea.
-¿Eso significa que sí?
-¿Que sí qué?
-Que seremos felices para siempre.
-Por lo menos podremos intentarlo.
Tairwyn recorrió su mandíbula muy despacio con el dedo índice hasta llegar a la barbilla, y la elevó con un firme pero suave movimiento para mirarla a los ojos.
-¿Te he dicho alguna vez que esta es la cara más hermosa del mundo?
-¿Cómo lo sabes, las has visto todas?
-Haré cualquier cosa por ti, Dren. Y no te abandonaré mientras quieras que esté a tu lado. Ni siquiera después de muerto.
-Maldito idiota sentimental -murmuró Vidrena, conmovida a su pesar por el discurso.
Y se puso de puntillas para besarle y evitar que dijera más tonterías.

*****

Vidrena cumplió la promesa que se había hecho a si misma. Durante dos años llevó una vida tranquila y aburrida. La lucha contra Dinel había dejado a Zetra tan exhausta que no tenía ganas ni siquiera de invadir Ardieor. A Alwaid le quemaba la tierra bajo los pies, pero no tenía más remedio que hacerse cargo del Castillo Negro mientras Zetra se reponía. Ardieor estaba más tranquilo que nunca.
Pero Hamlyn estaba furioso. La recompensa de Vidrena a sus servicios le parecía un castigo, pero no ella no le había dejado otra alternativa que aceptar el cargo de Gobernador de Comelt o desterrarlo a Galenday. Cuando le preguntó el motivo, Vidrena contestó con una media sonrisa y un breve discurso sobre las virtudes curativas de la distancia en caso de enamora-miento fulminante. Hamlyn dejó de protestar, y se preguntó cómo se habría enterado ella de su secreto. Partió hacia Comelt y trató de cumplir con sus nuevas obligaciones lo mejor que pudo. Pocos días después de tomar posesión de su cargo, mandó a Dagmar un larguísimo informe sobre la muerte de la Reina y la sonada ceremonia de coronación de Igron, interrumpida por la noticia del regreso de Ildor al Sur y un chapucero intento de asesinato mutuo.
-¡Qué maleducado! ¡No invitarte a la ceremonia! Por más diferencias que haya habido entre vosotros...
-Diferencias es una forma suave de decirlo, Hyrna.
-Pero no hubo una ruptura formal de relaciones con Galenday.
-Le eché de Dagmar, ¿te parece poco?
-Igron es un maleducado. Pero no quiero hablar de él ahora. Hoy es un día feliz. ¿No son preciosos? Para ser recién nacidos, claro. ¡Y gemelos!
-Cualquiera diría que son suyos -se rió la Dama Gris.
-Bueno, gracias a ellos ha dejado de ser mi heredera y podrá hacer lo que le dé la gana. Ese es un buen motivo para estar contenta.
-Dren, eres injusta. Querría a mis sobrinitos aunque... -levantó la cabeza de la cuna y sonrió con expresión traviesa- Tendríamos que contárselo a Su Majestad Igron Primero. Seguro que le encanta. ¿Cómo vais a llamarles?
-Él se llamará Hildwyn. Aún me estoy pensando el nombre de ella.
-¿Has visto que ojos más bonitos tiene?. Parecen esmeraldas. Una vez intenté comprarme una, pero Su Majestad dijo que era demasiado joven, y...
-Himanday
-¿Qué?
-Su nombre, Himanday.
-¿Piedra verde? ¿Qué clase de nombre es ese para una niña?
-Es mi hija y la llamaré como quiera, así que se llamará Himanday. Y ahora, por favor, marchaos. Y decidle a Tairwyn que puede entrar a vernos, antes de que le dé por morderse las uñas. No creo que pudiera soportar eso.

*****

Aquella noche no era oscura, tempestuosa, ni cargada de presagios, pero a Tairwyn no le sorprendió oír sollozos al otro lado de la puerta. Se mantuvo quieto, conteniendo la respiración. Vidrena dormía, sin enterarse de nada.
Tairwyn se levantó, alcanzó la puerta en dos zancadas y la abrió.
Una Dama Gris, en cuyo rostro aún se veían los rastros rojizos de las lágrimas, le devolvió una mirada asombrada.
-¿Lloras por mí o por ella?
Dagmar suspiró, nostálgica.
-Nadie me hablaba desde hace siglos.
-Contesta.
Ella pareció ofendida, pero respondió de todas formas.
-Por ti.
La noche siguiente, Vidrena volvió a tener pesadillas. Y cuando se repitieron demasiadas noches seguidas, la Dama Gris no tuvo más remedio que consultar con sus compañeras de la Orden, aunque Vidrena sabía cual iba a ser la conclusión a la que llegarían antes que ellas.
Zetra estaba recuperada y Ternoy se movía de nuevo. Alwaid había regresado a los Pantanos.
CAPÍTULO 30



La otra vez, Alwaid había atacado Dagmar por propia iniciativa, con la esperanza de que Vidrena actuase tal como había actuado. Pero en aquellos momentos, Zetra quería Ardieor, y a Vidrena muerta. Toda la frontera fue atacada al mismo tiempo, y el enemigo pronto rebasó todas las defensas y avanzaba sin oposición hacia Comelt.
La Dama Gris, viendo la situación, habló con Vidrena para sugerirle que utilizase el pasadizo secreto. Incluso rompió el secreto mejor guardado de la Orden: la localización exacta del Valle de Katerlain. Vidrena no quiso ni oir hablar de escapar, pero accedió a que todos los que no pudieran defender Dagmar sí que lo hiciesen. Una noche, Lym guió a todos los elegidos por el pasadizo. Vidrena insistió en que Hyrna se fuese con ellos, pero la princesita se negó.
-Alguien tiene que cuidar de mis sobrinitos mientras tú estás en la muralla.
-Ellos también se van -Siguiendo un presentimiento, Vidrena había escondido el Sello Ardiés en los pañales de Himanday.
-Me alegro de que seas sensata.
Alwaid trató de negociar. Se presentó ante la puerta con su mejor máscara. Todo un detalle, pensó Vidrena.
-Ahorremos sangre. Resolvámoslo todo entre tú y yo.
-¿Me estás hablando de un duelo?
-La que gane se queda con Dagmar. Tú contra mi, a muerte.
-Habría aceptado la otra vez, pero ahora no puedo. He jurado no volver a empuñar una espada en toda mi vida.
-Lo lamento.
-Yo no he jurado nada. ¿Te atreves a luchar contra mí?
-La Señora de los Pantanos no lucha contra vasallos, animalito. Pero podemos cambiar las condiciones, si tu Señora está conforme.
-¿Qué condiciones?
-Él contra Gorg.
-Eso es trampa, Gorg ya está muerto -Alwaid se encogió de hombros.
-Lo tomas o lo dejas.

*****

Tairwyn estaba preparado. La cota de malla y el casco relucían, y el caballo estaba recién lavado. Desenvainó la espada y estaba a punto de ordenar que se le abriese la puerta cuando Vidrena le detuvo. Salía de la Torre de la Dama Gris con Wirda entre las manos.
-He pensado que a lo mejor la prefieres. Me ha costado conseguir que ella me la diera. Pero si alguien puede matar a un muerto es Wirda -Tairwyn empuñó la espada con un leve temblor en la mano- Vuelve entero.
Tairwyn miró a lo alto de la muralla. Desde allí, Dagmar le miraba llorando. Vidrena también la vio, y en un momento pasaron por su cabeza miles de ideas para impedir que el saliese a luchar.
-Confía en mí, sé cuidarme solo -Tairwyn se inclinó para besarla, y de paso soltarse.
-No utilices mis frases contra mí, pedazo de tramposo -Él ya había espoleado al caballo y no podía oírla. Cuando la puerta del castillo se cerró, Vidrena corrió hacia la muralla.
El viento era húmedo y olía a tormenta, el cielo, plomizo, parecía demasiado cerca de la tierra. Y ante la puerta de Dagmar, Gorg, en pie bajo toneladas de acero, parecía más muerto que nunca. Vidrena apoyó las manos sobre la almena para tocar algo sólido. A su lado, Hyrna se arrebujó en su capa. Nadie se atrevía a hablar.
El primer golpe de Tairwyn fue fuerte, pero Gorg lo paró con su escudo y golpeó el vientre del caballo. El animal relinchó de dolor, y Vidrena cerró los ojos.
Cuando se atrevió a abrirlos, el caballo yacía moribundo en el suelo y Tairwyn luchaba cuerpo a cuerpo con el zombi. Alwaid apretaba los puños, y los dedos de Vidrena, crispados sobre la almena, arañaban la piedra. Escondió las manos a su espalda y se obligó a mantener el control.
Tairwyn cayó de rodillas, para consternación de los ardieses. Por un momento pareció que la espada de Gorg iba a partirle la cabeza, pero Wirda logró parar el golpe. Tairwyn notó que no era su brazo quien guiaba la espada sino al contrario, y renunció a intentar controlarla.
Algo no funcionaba en aquel duelo, pensó Gorg. Había creído que sería fácil vencer a un simple humano, pero Alwaid no había mencionado la maldita espada. Trató de defenderse pero el otro era mucho más hábil. Otra de las desventajas de estar muerto, pensó el zombi, es que los músculos se debilitan. Acababa de llegar a la conclusión de que estar muerto no daba más que problemas cuando Wirda le separó la cabeza del tronco.
Tairwyn casi no podía creer lo que había hecho. El cuerpo de Gorg quedó en pie unos instantes, y luego se convirtió en un montoncito de polvo. De las filas de Ternoy salió un rugido de cólera. Hyrna no pudo contenerse y aplaudió, dando saltitos de alegría. Vidrena sonrió, aliviada.
Hasta que vio que Dagmar seguía allí, en un recodo de la muralla, mirando a Tairwyn y llorando sangre.
Pero Tairwyn solo miró a Vidrena, levantó los brazos en un gesto de triunfo y gritó: ¡Landraik!
Y sobre su grito se oyó el aullido de Alwaid:
-¡Que alguien acabe con ese maldito humano!
Un trhogol arrojó una lanza contra Tairwyn. El chillido de Vidrena se confundió con el lamento de Dagmar cuando la lanza atravesó a Tairwyn de parte a parte.
Pero él no cayó. Sin soltar a Wirda, sosteniéndose el vientre con las manos, comenzó a andar despacio hacia la puerta de Dagmar. Varios jeddart salieron a ayudarle a entrar antes de que se derrumbase delante de sus enemigos.
-Has hecho trampa, Alwaid.
-¿Creías que no lo haría?. Estoy preparada para aceptar vuestra rendición.
-No habrá ninguna rendición. Si tú no cumples tu palabra, yo tampoco.
Vidrena bajó corriendo de la muralla. Tairwyn estaba entre dos jeddart que le sostenían, y sonrió al verla.
-Qué muerte tan tonta, ¿verdad, Dren?
-No... no te vas a morir. No puedes abandonarme ahora.
-Nada me gustaría más que quedarme a tu lado, pero... -La cara de Tairwyn se crispó en un gesto de dolor- ¡Cómo duele esto! Quítamelo, por favor.
-Tai...
-Quiero que lo hagas tú -Vidrena asintió. Asió la lanza con las dos manos y tiró de ella. Trastabilló al hacerlo, y luego la arrojó lejos de ella, como si le quemara las manos. Tairwyn sonrió, y Vidrena intentó una solución desesperada.
-Tairwyn, te ordeno que no te mueras.
-Dren, ¿cuándo aprenderás?
Tairwyn cerró los ojos y dejó caer la cabeza sobre su pecho. Su mano se abrió, y el ruido de Wirda al caer al suelo resonó en todo el patio. Vi-drena le agarró por los hombros y le sacudió con todas sus fuerzas, gritándole que regresara.
-Está muerto.
-No está muerto, lo hace a propósito para hacerme enfadar. ¡Tai, abre los ojos!
-¡Está muerto! -La Dama Gris reunió todas sus fuerzas y tiró de Vidrena, apartándola del cuerpo. Vidrena se volvió hacia ella y la abrazó con desesperación. Sentía un nudo en la garganta y le escocían los ojos, pero ni siquiera entonces pudo llorar.

*****

La tormenta estalló después del funeral. Y también el ataque. Pero Vidrena era incapaz de sentir nada. Mirándose en el espejo no se veía a si misma, sino al cuerpo de Tairwyn entre las llamas. Hasta aquel momento, no había podido creer que él, que había pasado toda su vida intentando protegerla, estuviera muerto. Hasta el último momento había estado convencida de que iba a abrir los ojos y levantarse de entre las llamas.
Hasta ella llegaban los ruidos de la batalla, el choque de acero contra acero, los gritos, los gemidos. Pero nada gritaba más que sus pensamientos. Sobre todo uno.
-Debería haber sido yo. Alwaid me había desafiado a mi.
Su vista cayó sobre unas tijeras, y en aquel momento supo lo que tenía que hacer.


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