Wirda (Libro I: La Señora de Ardieor)

14 de Mayo de 2003, a las 00:00 - Condesadedia
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CAPÍTULO 11



Gartwyn, en vista de los deplorables resultados que había conseguido Igron, se hizo cargo de todo, y convirtió a Vidrena en la segunda al mando. Igron se encerró en su tienda fingiendo encontrarse mal y desde allí oyó, mordiéndose las uñas, como su padre felicitaba a Vidrena por "la inteligente estratagema que había salvado a Galenday y el valor demostrado ante el enemigo".
-Ella, siempre ella -se decía Igron, atacando las cutículas en cuanto terminó con las uñas-. Desde que llegó a Crinale, no, desde que nació, ha sido ella. ¡Solo le falta nombrarla heredera de la Corona!
Cuando terminó con las cutículas, Igron dudó entre comenzar a morderse las uñas de los pies o fingir una recuperación. Al verle salir de la tienda, con el semblante más alegre que pudo aparentar, nadie podría haber adivinado lo que había estado pensando.
Por fin, una mañana calurosa y despejada, estuvieron terminados todos los artilugios que había ordenado construir Vidrena. La puerta del campamento se abrió y los defensores de Thrandir vieron aterrorizados un enorme ariete que se dirigía hacia su puerta.
El ariete golpeó tres veces contra la puerta de la ciudad. Desde lo alto de la muralla llovían aceite hirviente y flechas incendiadas sobre sus portadores, pero cuando uno caía o salía corriendo, otro le sustituía.
-¡Doble paga si la echáis abajo!
-Eso no suena muy heroico.
-Pero es efectivo, mira como empujan.
Gartwyn no tuvo más remedio que reconocer que ella tenía razón.
-¿De dónde sacan tanto aceite?
-A mí me preocupan más otras cosas.
Un lancero pasó a su lado, oliendo a podrido y con una monda de nabo colgando de su nariz.
-¡Preparados... apuntad... disparad! -Las flechas pasaron zumbando sobre la cabeza de Vidrena en dirección a las murallas. La mayoría se quedó a medio camino-. ¡Hacedlo mejor, estúpidos!
-¿Dónde están los viejos tiempos de "Ardieses en pie, afilad vuestras espadas"?
-Estamos en la guerra, no en los juegos florales. ¿Un trago? -Vidrena le ofreció una cantimplora. El agua tenía un sabor extraño y al mismo tiempo conocido.
-¿Del Gardford?
-Dicen que trae suerte. Pero no es muy buena.
-Las aguas de fuente son mejores que las de río, en especial las de... ¡Cuidado!
Vidrena se agachó a tiempo de esquivar una flecha.
-¡A ver si miráis donde apuntáis!
Al fin, las flechas fueron dando en el blanco y los "echadores de aceite" caían gritando a ambos lados de la muralla. El ariete dio su último golpe y la puerta se rompió. Ella lanzó un grito de alegría y entró la primera por la puerta para dar ejemplo.
Pero la resistencia dentro de la ciudad fue más fuerte de lo que había esperado. Vidrena estuvo a punto de quedar de nuevo inconsciente por culpa de una maceta arrojada desde un balcón, y las calles eran demasiado estrechas para que los galendos, acostumbrados a las grandes batallas en campo abierto, pudiesen hacer algo. Vidrena decidió dar la orden de retirada.

*****

Pasó otro mes. Las catapultas habían funcionado con eficacia, pero no con la bastante como para derribar las murallas. Igron, fingiendo estar conforme con la situación, hacía todo lo posible por obstaculizar el trabajo de Vidrena. Los ardieses echaban de menos sus hogares y todos los días preguntaban a Vidrena cuándo volvían. Y en la ciudad sitiada la situación era casi desesperada. Los sitiados ya no arrojaban inmundicias por las murallas. Se las comían. Y empezaban a pensar en rendirse.
En el palacio del gobernador se celebró una reunión para discutir si esa alternativa era o no conveniente. Agazapada en un rincón, una muchacha escuchaba sin ser vista todo lo que decían los líderes de la ciudad. En sus labios había una sonrisa socarrona, más propia de una anciana.
-Sois una banda de gallinas -El último Cardo Silvestre acababa de ex-poner las ventajas de la rendición.
-Fron, ¿no has enseñado a tu hija a callar cuando hablan los hombres?
-Callaré cuando oiga que habla un hombre. Pero no oigo más que a ratones asustados.
-Naym, sal de aquí, nadie te ha invitado a esta reunión.
-No, padre, no me iré hasta que todos hayáis oído lo que tengo que decir. Estamos portándonos como unos idiotas, tan empeñados en jugar limpio. ¿Juegan limpio ellos?
-¿Qué sugieres, querida? -Hacía tiempo que Ildor no veía una joven tan osada. Le recordaba a Vidrena.
-Nuestro verdadero problema es esa ardiesa. El Rey, el Príncipe Igron y los Señores de Galenday, todos son unos imbéciles y unos incompetentes. Sin ella estarían más desorientados que abejas sin reina.
-¿Queréis decir que...?
-De todas formas le cortaremos la cabeza cuando ganemos la guerra, igual que a todos los demás. Si hubiera alguien lo bastante valiente como para... anticipar el... acontecimiento...
Ildor sonrió. Naym parecía no haberse enterado de la situación. Trató de explicársela con delicadeza, pero la muchacha insistió en sus acusaciones de cobardía y salió de la reunión muy enfadada. La curandera la esperaba a la salida.
-Abuela, ¿tienes lo que te pedí?
-¿Estás segura de que quieres hacerlo, Niña?
-Si no lo hago yo, ninguno de esos idiotas se atreverá.
Aquella noche, Naym se escabulló de su habitación para invitar a una copa de vino a los guardias del palacio y las murallas. Como todos la cono-cían bien y no sabían nada de sus planes, y la noche era fría, la aceptaron con gusto.
Esperó a que la poción somnífera hiciera efecto en los guardias, abrió la puerta solo lo suficiente para salir y se dirigió veloz hacia el campamento enemigo. La curandera se quedó esperando en la muralla.
CAPÍTULO 12



Vidrena soñaba con las mazmorras de la Fortaleza de los Pantanos. Era un sueño que se le repetía con irritante frecuencia, aunque siempre con variaciones, a cual más desagradable. Aquella vez, cuando Alwaid se quitaba la máscara, en lugar de rostro tenía un montón de cucarachas. Pero de repente el sueño cambió. En lugar de los insectos apareció el rostro preocupado de Dinel.
-Despierta, querida. Estás en peligro.
Vidrena despertó a tiempo de ver una sombra que se inclinaba sobre ella con algo brillante y metálico en la mano, que despidió chispas al chocar con su cota de malla.
-¡Pero qué empeño tiene la gente en intentar asesinarme! -rodó para ponerse fuera del alcance del asesino y cayó de costado al suelo. El asesino se abalanzó sobre ella, aún puñal en mano. Vidrena alargó la mano, encontró su almohada, y se la arrojó a la cara.
Naym gritó, sorprendida. El impacto de la almohada había hecho que se le saltaran las lágrimas. Tenía la visión borrosa, y no pudo ver cómo Vi-drena saltaba sobre ella. Pero sí sintió cómo la mano de Vidrena retorcía su muñeca hasta obligarla a soltar el puñal y un grito de dolorida cólera.
-Vaya, vaya, vaya -Vidrena examinó el puñal como si nunca hubiese visto uno- Lo que se puede encontrar en Surlain a medianoche. ¿Qué ocurre, no hay hombres en Trhandir, o es habitual que las niñas hagan esta clase de trabajo? ¿O es otra de las locuras de Ildor?
-No, él no tiene nada que ver. Se lo dije, pero no estaba de acuerdo. ¿Qué vais a hacer conmigo?
-¿Tú que crees?
-¡Pero no podéis hacer eso! ¡Me... me harán cosas horribles!
-Eso espero.
-No tenéis corazón.
Naym se retorcía las manos. Parecía muy asustada, pero Vidrena no se dejó ablandar. Solo cometió un error: darle la espalda.
Estaba a punto de alcanzar la puerta para llamar a la guardia cuando Naym la embistió. El cabezazo en mitad de la espalda dejó a Vidrena sin a-liento, la derribó y la hizo soltar el puñal. Pero logró aferrarse a los tobillos de la joven cuando saltaba por encima de ella.
-¿Vas a alguna parte?
Naym se revolvió contra ella, puñal en mano.
-Vais a morir, perra gris.
-¡Guardia! -Vidrena sacó el que llevaba escondido en la manga.
Naym pensó que en Trhandir aquello había parecido más fácil. Empezaba a plantearse la posibilidad de huir de allí lo más deprisa posible cuando alguien entró en la tienda.
-¿Ocurre algo, Dren?
Naym se volvió. Vidrena sintió un peso frío en el estómago.
-¡Vete!
Pero Gartwyn sonrió con amabilidad y alargó una mano hacia Naym.
-Vamos, niña, dame eso antes de que alguien salga herido.
Naym regaló a Gartwyn la más inocente de sus sonrisas.

*****

Dos gritos simultáneos rompieron el silencio del campamento. Uno de ellos era de Gartwyn. El otro era lo más doloroso que se había oído por aquellas tierras, una mezcla de sollozo y aullido, como si cien perros a la vez lamentasen la muerte de sus dueños.
-¡Dagmar! -Vidrena, palideció al ver a la Dama Gris fantasma, con las ropas ensangrentadas y derramando lágrimas rojas, en la puerta de su tienda. Mirando a Gartwyn.
Gartwyn, doblado por la cintura, apoyaba una mano en su vientre. La sangre y algo que Vidrena no quiso reconocer se escurría entre sus dedos. Naym sonreía con aire triunfal, aún con el puñal ensangrentado en la mano. Vidrena corrió hacia su padre. Dos Guardias que entraron en la tienda redujeron a la asesina, y entonces entraron los Señores de Galenday, encabezados por Igron.
-¿Qué ocurre?
Vidrena ayudó a Gartwyn a acostarse.
-Ha sido ella. Le ha herido.
-¡No se salvará! -Naym reía a grandes carcajadas- He clavado hondo el puñal, estaba bien untado en veneno. ¡Cardos en pie...
Vidrena no se pudo contener. Fue hacia ella y le cruzó la cara con dos fuertes bofetones.
-¡Cierra la boca, chapucera!
-Dren... -llamó Gartwyn desde el catre. Vidrena dejó a Naym y corrió a su lado. Igron apretó los puños- Dren...
-Majestad -Igron se arrodilló al otro lado- ¿No tenéis nada que decir para la posteridad?
-Igron, por una vez en tu vida no digas tonterías -Y por primera vez en la suya, Gartwyn se olvidó de darle el tratamiento y hablar de "vos" a su hijo-. Cuida de tu madre, no intentes nada contra Hyrna, intenta llevarte bien con Vidrena y pórtate bien con Galenday cuando caiga en tus ga.. en tus manos -Estaba cada vez más pálido, y notaba su lengua cada vez más reseca- ¡Cómo duele esta herida!
Su voz sonaba cada vez más débil. Respiraba con dificultad y tenía la vista borrosa. Vidrena se daba cuenta de que se estaba muriendo y de que no volvería a tener una oportunidad como aquella.
-Señor, ¿quién es mi madre?
Una furibunda mirada de Igron la atravesó de parte a parte. Tairwyn puso una mano sobre su hombro.
-No lo sé. Yo... la confundí con otra persona.
Vidrena ocultó la cara entre sus manos, decepcionada. Su última oportunidad acababa de desvanecerse. Gartwyn tenía los ojos cerrados, como si ya estuviese muerto, pero aún volvió a llamarla.
-Estoy aquí.
-Dren, he sido el jeddart más patoso de la historia de Ardieor, pero no estoy dispuesto a hacer el ridículo a la hora de mi muerte. Ayúdame a levantarme. Quiero morir de pie, como un auténtico Aletnor de Dagmar -Vi-drena le ayudó a ponerse en pie. Gartwyn intentó empuñar su espada, pero no tuvo fuerzas para sostenerla. Clavó su mirada en los grises ojos de Dagmar, que había secado sus lágrimas y le sonreía desde la puerta tendiéndole sus manos- Adiós a todos -Dio unos pasos hacia atrás para caer en blando y murió. El catre emitió un siniestro crujido al recibir su cuerpo pero no se rompió.
Igron, cumpliendo su deber de heredero, le cerró los ojos, le cruzó las manos sobre el pecho y comenzó a entonar los terribles cánticos funerales galendos, desafinando a propósito como muestra de dolor y golpeándose el pecho con los puños al ritmo de la presunta música.
-Buen viaje, Capitán -murmuró Vidrena.
Escondió la cara entre sus manos, y se estremeció como si estuviese llorando. Pero no consiguió que ni una miserable lágrima brotase de sus ojos.

*****

Igron y Vidrena tuvieron ante el cadáver de Gartwyn la discusión más violenta que nunca se había oído en Galenday. Las acusaciones mutuas de ser el responsable de la muerte y los insultos llegaron a un nivel tan escandaloso que muchos de los presentes se taparon las orejas. Tairwyn, que hacía tiempo que lo estaba deseando, le pegó un puñetazo en la boca a Igron, y hubo grandes dificultades para separarles.
Vidrena decidió marcharse a Ardieor al día siguiente, y de paso llevar a Crinale el cadáver.
Al amanecer, mientras los ardieses emprendían el regreso, Naym fue decapitada. Luego se dijo que su cabeza había rebotado tres veces, salpicándolo todo de sangre, había caído en brazos de Igron y le había hablado. Y que había dicho tales cosas que Igron se había puesto pálido y la había soltado, y la pobre cabeza se había roto la nariz al caer. También se contaban historias terribles sobre lo que había hecho el cuerpo mientras su cabeza hablaba con Igron.
No hubo contratiempos durante el viaje. Por todos los castillos, aldeas y ciudades por los que pasaban, la gente se asomaba a mirar a Gartwyn y comentaba lo guapo que estaba. Y Vidrena no podía evitar darles la razón, nunca antes había visto aquella expresión tan tranquila y feliz en el rostro de su padre.
Después del funeral, la reina habló durante largo rato con Vidrena, de los últimos días de Gartwyn y de Hyrna.
-Deberíais haber sido hija mía.
-Habría sido un honor, Señora -La reina le acarició la mejilla, con la sonrisa más dulce y encantadora que había aparecido nunca en su cara, Y Vidrena supo que aquella era la última vez que la vería.
Antes de cruzar el Gardford, se enteró de que la batalla definitiva por Thrandir se había dado, de que la ciudad había quedado destruida y de que todos los Camaradas del Cardo Silvestre habían muerto en la batalla o ejecutados por Igron.
Solo Ildor se había escapado.
Las ratas siempre se salvan de los naufragios.
CAPÍTULO 13



-¡Dren Dren Dren cuánto cuánto cuánto me alegro de verte! Tenía mucho mucho mucho mucho miedo de que no volvieras.
Vidrena desmontó para evitar que Hyrna abrazase las patas de su caballo.
-¡Oh qué mal hueles!
-No he podido bañarme en dos meses.
-¡Qué horror!
Vidrena miró por encima del hombro de Hyrna cómo se acercaban, despacio y con mucha más calma, la Dama Gris y Lym, que hizo una reverencia. La Dama Gris se limitó a inclinar la cabeza. En la puerta del castillo, el Consejo de Dagmar esperaba que Vidrena se dirigiese a ellos.
Vidrena, con Hyrna revoloteando a su alrededor y "Fiera" intentando lamerle la cara, entró en el castillo. En el patio, los sirvientes se inclinaron hasta tocar el suelo con la cabeza. El Jefe del Consejo de Dagmar se acercó a darle el informe de lo ocurrido durante su ausencia.
-Luego.
Vidrena subió a paso ligero la escalinata de la Torre Norte.

*****

-¡"Fiera"! ¡No bebas!
Vidrena salpicó a la perra, que se apartó del baño sacudiendo las o-rejas. Hyrna entró en la habitación.
-¿Se puede?
-Eso se pregunta antes de entrar, no después. ¡"Fiera", suelta mis pantalones!
Hyrna, tras una breve carcajada, recuperó los pantalones de Vidrena, que asió con dos dedos para no mancharse, y se sentó en la cama.
-Vi lo de Su Majestad fue horrible toda aquella sangre por allí aquella pequeña bruja se merecía lo que le pasó luego.
-¡¿Lo viste?!
-La Dama Gris me dejó mirar en ese recipiente tan curioso que tiene en su laboratorio ¿sabes que la pasta de trigo puede convertirse en una especie de cordones que están muy sabrosos con queso rallado y mantequilla?
-Las Damas Grises deberían dejar de espiar en cocinas ajenas y tratar de ver cosas que nos importen de verdad.
-No esperaba que Ildor fuese tan malo. Hiciste bien en atizarle con el tablero de ajedrez. Yo le habría hecho tragar las figuras.
-¿Hubo algo que no vierais?
-La hice Mirar todos los días. Creo que me odia por eso. O quizás sea por... bueno no importa.
-¿Has venido por algo en especial?
-Oh no por nada -Hyrna se levantó y se asomó a la ventana como sin darle importancia a la cosa.
-Entonces, ¿a quién saludas?
-¿Tienes ojos en el cogote?
-No, tengo un espejo delante de mi. ¿Animal, vegetal o mineral?
-Solo es un amigo la Dama Gris le pidió que me enseñara a usar una espada porque no se puede vivir en Ardieor sin saber defenderse y él lo hizo bueno lo intentó porque ya sabes cómo soy para esas cosas y desde entonces bueno yo y él o sea él y yo... Te vas a hinchar como un garbanzo si estás tanto rato dentro del agua.
-¿Sabes las tres cosas que más echaba de menos en Surlain? Desnudarme para dormir, mi cama y bañarme. Y no pienso salir hasta que el agua esté negra.
-Poco le falta.
-¿Cómo se llama?
-Kiwyn -Hyrna miró con timidez al suelo.
-Le recuerdo. ¿No es ese pelirrojo que tiene la cara llena de pecas?
-No tiene tantas -Hyrna se volvió a asomar- ¿No es un encanto? ¡Es... es... iridiscente evanescente incandescente... efervescente! -Hyrna bailaba mientras pronunciaba aquellas palabras, y Vidrena pensó que se debía haber vuelto loca. Además, no creía que conociese su significado.
-¿De dónde has sacado esas palabras?
-Arnthorn el intrépido son bonitas ¿verdad? Y además riman -Como sospechaba Vidrena, Hyrna no tenía ni idea de lo que había dicho.
-Deberían prohibir ese libro.
-Está prohibido ¿crees que alguien lo leería si no lo estuviera?
-A veces me preocupas -Hyrna no contestó, seguía mirando por la ventana. Vidrena sacó la pierna del agua y observó los dedos de sus pies. Parecían pasas. Alargó el brazo, tomó un gran lienzo y se envolvió en él. De puntillas, se colocó detrás de Hyrna y miró a Kiwyn por encima de su hombro-. Sí, desde lejos no tiene tantas pecas -La reacción de Hyrna fue sorprendente.
-¡Y Tairwyn es bizco! -Salió de la habitación dando un portazo, antes de que Vidrena pudiese decir: "¿A mí qué?"
-Si en estado normal ya era insoportable, enamorada se convertirá en una pesadilla -Vidrena se asomó a la ventana y vio que Kiwyn seguía allí, mirando hacia ella. Pero el joven, en cuanto se dio cuenta de que no era Hyrna quien le miraba y suponiendo quién podía ser, se volvió y fingió vigilar el Therdeblut. Vidrena se apartó sonriendo con ironía y se acercó a la cama.
-Falda -Algo molesta, sacó unos pantalones del arcón.
Una vez vestida a su gusto, se dirigió al encuentro del Consejo de Dagmar dispuesta a escuchar cualquier cosa. Pero, para su sorpresa, no había ocurrido nada importante. Hyrna había tomado las riendas del castillo y había hecho que los sirvientes la odiasen más que a la propia Vidrena. Algunos campesinos se habían peleado por cuestiones de lindes o la posesión de algunos animales, pero la Frontera había permanecido tranquila. Cuando Vidrena oyó aquello le pareció oírse a si misma diciendo: todo esto es entre Alwaid, Wirda y yo.
Y no le gustó nada cómo sonaba.

*****

Tairwyn había discutido con su madre. A aquellas alturas, ya no recordaba el motivo, pero sí que ella había sido muy desagradable. Por esto, en lugar de pasar tres días con ella, como le había dicho a Vidrena al despedirse en Comelt, se limitó pasar la noche y partió hacia Dagmar al día siguiente, bordeando el Therdeblut por el Gran Camino de la Frontera.
Hacía buen tiempo. La brisa llevaba semillas e hilos de araña, y el sol tenía un color dorado, que resaltaba los colores de todas las cosas que tocaba. Una vez pasados los efectos de la discusión, se sentía bastante en paz consigo mismo. Aquellos últimos días de otoño siempre habían sido sus preferidos.
Pero, al atardecer del segundo día, Tairwyn descubrió una enorme nube de polvo al otro lado del río, una oscuridad demasiado tenebrosa incluso para Ternoy, y se escondió para observar cómo la mayor cantidad de trhogol que había visto en su vida cruzaba el Therdeblut sin hacer ruido. En la otra orilla había máquinas de guerra y una persona con armadura negra, montando la bestia voladora más fea que nadie podría haber imaginado, un cruce de dragón, hipogrifo y buitre calvo. Las ramas del arbusto tras el que se había ocultado comenzaron a hacerle cosquillas en la nariz, y Tairwyn se la tapó para no estornudar.
Los primeros trhogol ya pisaban la orilla ardiesa del río y esperaban al resto. Tairwyn oyó como pronunciaban en su primitivo idioma una palabra parecida a "Dagmar", y comprendió lo que significaba aquello.
Aunque sabía que podían descubrirle, no podía quedarse allí mirando, sin intentar avisar a Dagmar. Pensó en regresar a Threelet y mandar una paloma mensajera, pero estaba a la misma distancia de Threelet que de Dagmar y, si no era descubierto, podía llegar tan deprisa como una paloma, y además alguien tenía que proteger a Vidrena. Espoleó el caballo y galopó a campo traviesa. Hacia Dagmar.
Al otro lado del río, Alwaid estaba demasiado ocupada como para preocuparse de si alguien la espiaba o no. Miraba con satisfacción, montada en su bestia voladora, como comenzaba a hacerse realidad el sueño de su vida: la invasión de Ardieor.
CAPÍTULO 14



La Dama Gris regresaba con una cesta llena de setas cuando vio un jinete que galopaba hacia Dagmar. En el nordeste, una sombra más oscura que una nube de tormenta avanzaba tocando el suelo, y la Dama Gris sintió como todos sus pelos se erizaban. Corrió hacia el castillo, con la cesta golpeando contra su costado, sin preocuparse de las que le cayeron por el camino, entró a toda prisa en la Sala de la Torre Norte y se detuvo jadeando.
-¡Vaya, por fin apareces! -Tairwyn y Vidrena estaban en pie mirando el mapa de la pared- Dime por donde los has visto -Él señaló un punto.
-¡Tairwyn, qué pronto has regresado!
-Qué a tiempo, diría yo. Tai, cuéntale a mi Dama Gris lo que has visto cruzando el Therdeblut.
-Lo que ella debería haber visto -oyó la Dama Gris en sus palabras.
La detallada descripción de los trhogol y demás criaturas, su armamento y monturas, fue interrumpida por un jeddart que entró en la sala.
-Tairwyn, ¿qué hacemos con tu caballo?
-Llevadlo al establo, es donde deben estar los caballos.
-Pero Señora, está muerto. Se ha desplomado al lado del abrevadero.
-Pues convertidlo en cecina, puede que nos haga falta. Y, ya que has venido sin que te llamen, te corresponde dar el toque de alarma. Tenemos que detenerles antes de que lleguen aquí. Dama Gris, comprueba las provisiones de agua y comida. Y manda un mensaje pidiendo refuerzos. Los necesitaremos.
-¿A Crinale?
Vidrena miró a su Dama Gris como si se hubiese vuelto loca.
-Aún no estamos tan desesperados. Mándalo a Comelt.
-Dren, esto va en serio. Necesitamos toda la ayuda que podamos conseguir, sea de quien sea. Estoy seguro de que Igron ya ha olvidado lo de Surlain.
-Igron nunca olvida. Le conozco mejor que tú, y además no estoy dispuesta a... -Calló al oír el toque del cuerno de alarma- Chico rápido. Recuérdame que le ascienda.

*****

Hyrna, con un bordado a medio hacer en la mano, entró en la habitación de su hermana.
-Dren ¿qué es todo este horrible ruido? No oigo ni mis pensamientos.
-No sabía que tuvieses de eso.
Como no le dio ninguna entonación especial a la frase, a Hyrna le pasó inadvertida la ironía.
-¡Oh no has vuelto a ponerte los pantalones y las botas y esa horrorosa camisa de malla y el casco!
Entonces Vidrena recordó con quién estaba hablando, y lo que podía y no podía soportar. Apoyó las manos en los hombros de Hyrna y la miró a los ojos.
-Princesa, tenéis que marcharos de Dagmar. Antes de que sea tarde.
-¿Por qué?
-En estos momentos, lo más asqueroso, cruel y sanguinario de Ternoy viene hacia Dagmar. Debéis poneros a salvo antes de que estemos sitiados del todo y no podáis salir. Vuestra madre me dijo que si regresabais nadie os obligaría a casaros.
-¿Y la creíste? Además ¿desde cuándo eres tan ceremoniosa conmigo? ¡Ni que yo fuera Igron! ¡No pienso irme de Dagmar! ¡No soy ninguna cobarde!
-¡Muy bien! ¡Pues no me eches la culpa si te matan, porque será toda tuya! -¡Prefiero morir asesinada aquí que de aburrimiento en Crinale! -Hyrna, estoy a punto de marcharme a la Frontera para tratar de evitar que Alwaid y sus gusanos lleguen a Dagmar y no estoy de humor para escuchar tonterías. Si sigues aquí cuando regrese, atente a las consecuencias.
Hyrna cruzó los brazos en actitud desafiante.
-Si quieres que me vaya de Dagmar tendrás que llevarme tú misma a Crinale.
Vidrena renunció a intentar convencerla.
-Adiós, Hyrna.
-Buena suerte.
CAPÍTULO 15



El Valle de Dagmar estaba aislado. Desde las almenas se podía ver cómo los invasores habían cortado todos los caminos que lo comunicaban con el resto de Ardieor, y las cabañas ardiendo. Los cadáveres de los animales que sus dueños no se habían podido llevar al castillo se pudrían al sol.
Vidrena había repartido armas entre todos los ardieses, excepto los niños, que estaban ocultos en la parte trasera del castillo, en la que había un pozo, el almacén de provisiones y la armería. Los campesinos miraban al valle y, al ver los rastrojos ardiendo, suspiraban de alivio por haber cosechado y llevado al castillo a tiempo los frutos y cereales, y porque Vidrena, siguiendo la inmemorial costumbre de los Señores de Ardieor, había retrasado tanto el envío del tributo a Crinale que no había podido salir de Dagmar antes de que comenzara el asedio.
Habían perdido la batalla en la Frontera. Alwaid parecía conocer todos sus movimientos y se adelantaba a ellos. Habían estado casi frente a frente en más de una ocasión, pero demasiados combatientes de ambos bandos se habían interpuesto entre ellas. Temiendo perder a la mitad de sus jeddart, Vidrena no había tenido más remedio que dar la orden de retirada y confiar en que las murallas de Dagmar tuviesen más éxito que ella.
Hyrna estaba al lado de Vidrena en la muralla. No había habido forma de convencerla de que se quedase con los niños. Llevaba una cota de malla encima del vestido, un casco que le venía grande y una espada. Parecía disfrazada y estaba muy disgustada porque todas aquellas feas y malolientes criaturas estropeaban el paisaje.
Alwaid montó en su bestia y la hizo planear colina arriba hasta llegar a la altura de Vidrena.
-Encantada de volver a verte, Señora de Ardieor -saludó, con una burlona inclinación de cabeza.
-Supongo que me disculparás que no piense lo mismo.
-Lo que pienses es asunto tuyo. Sólo intentaba ser educada a fin de crear un ambiente propicio para negociar las condiciones de vuestra rendición.
-¿Nuestra qué?
-Rendición. A no ser que queráis que destruyamos el castillo. Podemos hacerlo si es necesario. Pero sería una lástima, porque ¡es tan monino, con esas dos torrecitas y esas almenitas tan cuadradas! Bueno, al grano. El trato es este: nosotros respetamos el castillo y la vida de los que hay dentro y a cambio la Señora de Ardieor y su amiguita de acero se vienen conmigo a Ternoy y yo me convierto en la Señora de Ardieor.
-¿Y si no queremos? -La Dama Gris estaba detrás de Vidrena, y llevaba solo su túnica y su capa gris. No creía necesitar más protección.
-Entonces -Alwaid exhibía una serenidad insultante-, seréis sitiados, aplastados y masacrados, y este precioso castillito se convertirá en historia, si es que a algún cuatro-ojos pretencioso se le ocurre en el futuro estudiar la historia de Ardieor para presumir de intelectual con sus amiguitos cuatro-ojos.
-Hablas demasiado.
Alwaid miró a Tairwyn de arriba a abajo y luego se volvió hacia Vi-drena.
-¡Qué lindo animalito! ¿Es tuyo? -Vidrena no contestó- ¿Hay trato?
Se hizo un tenso silencio. Hyrna estaba segura de que podía oír las nubes deslizándose por el cielo. De repente sonó un chasquido y una flecha se clavó en el pecho de la montura de Alwaid. Alwaid y la bestia cayeron al suelo. El graznido de una se confundió con el gemido de la otra. Los ardieses vieron a Alwaid quitarse de encima el cadáver y ponerse en pie sacudiéndose la ropa.
-¡Tai! -Vidrena contuvo a duras penas una risotada- ¡Eso no se le hace a un embajador enemigo!
-No había visto que llevase bandera blanca -Tairwyn devolvió el arco a su propietario.
-¿Eso ha sido una respuesta?
-Si quieres mi castillo tendrás que ganártelo.
-Dentro de poco, Vidrena Aletnor, me suplicarás de rodillas que te deje rendirte.
-¿Quieres otra respuesta? -Alwaid se dirigió con la cabeza alta hacia su campamento- ¿Por qué no se quita esa máscara? No me gusta no saber qué cara pone la gente a la que disparo.
-Hyrna, márchate, las cosas van a ponerse feas.
Alwaid comenzaba a agrupar sus tropas para comenzar el asalto.
-No.
-Márchate por las buenas o haré que te lleven a rastras -Hyrna, asustada más por la mirada y el tono de voz de Vidrena que por sus palabras, decidió obedecer-. Bueno, ¿a qué esperan? Ah, ya, están retirando el bicho.
-¿Disparamos? -preguntó un arquero.
-Aún no, no nos conviene que eso se pudra ante nuestras murallas -Los trhogol amarraron el cadáver y lo arrastraron hasta su campamento-. Preparados.
Alwaid gritó un "Al ataque" y los trhogol corrieron hacia las murallas con escalas y garfios para trepar.
A medio camino se encontraron con las trampas. Eran hoyos bien disimulados, y rellenos de estacas, muy afiladas. Muchos trhogol murieron empalados, pero los demás pasaron por encima de ellos y siguieron corriendo hacia la muralla.
-¡Ya! -Los trhogol cayeron al suelo gritando con astas de flechas sobresaliendo de diversas partes de sus cuerpos. Otros recogieron las escalas y continuaron corriendo. Un garfio se clavó al lado de Vidrena, y el trhogol comenzó a trepar por la escala. Vidrena no perdió los nervios, cortó la cuerda y el trhogol cayó gritando. La Dama Gris se había concentrado en un hechizo que le permitía lanzar bolas de fuego y contemplaba como ardían varios trhogol- ¿No podrías utilizar un hechizo que apeste menos? -protestó Vidrena cuando el olor de los trhogol achicharrados llegó a su nariz.
-¿Te digo yo a ti cómo hacer tu trabajo?
-Sí, muchas veces. ¡A tu izquierda! -La Dama Gris se volvió y echó al trhogol abajo de un empujón-. De nada.

*****

Hyrna, Lym y los niños de Dagmar oían los ruidos lejanos de la batalla, amortiguados por las paredes: gritos, choque de acero contra acero, incluso, según los que presumían de tener mejor oído, silbidos de flechas. Cuando comenzaron a llegar los heridos, Hyrna intentó ayudar en todo lo que pudo, pero pronto Lym tuvo que decirle que la mejor ayuda que podía dar era no hacer nada.
Se sentó en un rincón mirándolo todo cada vez más enfadada y aburrida. Tenía frío, y las heridas tenían un aspecto repugnante. Lo único que ella sabía de batallas era lo poco que había comprendido de la "Historia de los Reyes de Galenday", en la que figuraban detallados mapas llenos de flechas de colorines, pero en los que nadie mencionaba el olor de la sangre, los gritos de dolor de los heridos, los estertores de los moribundos y las lágrimas de los parientes. Lym ordenó callar a los que lloraban recordándoles la presencia de Hyrna.
-Perdón, joven Señora.
-No tiene importancia.
-Sí la tiene. No es de buena educación llorar delante de un Aletnor.
-¿Por qué?
-¿Nunca os han hablado de la Maldición Familiar?
-Ah, sí, esa historia de que no podemos llorar. Pero más que una maldición yo la veo como una ventaja -Ante aquellas palabras se levantó un murmullo escandalizado que sorprendió a Hyrna- ¿He dicho algo malo?
-Ya os lo explicaré cuando tengamos tiempo.
Poco después apareció Vidrena. Estaba tan sudada y sucia de sangre de trhogol que Hyrna casi no la reconoció.
-¿Hemos ganado? ¿Se han ido? -Vidrena sonrió ante la ingenuidad de su hermanita.
-No, no se han ido. Pero supongo que piensan que por hoy han tenido bastante.
-¿Quieres decir que mañana seguirán ahí?
-Deberías haberte ido cuando aún podías.
Aunque Hyrna pensaba que su hermana tenía razón, no quería darle la alegría de reconocerlo.
-¿Ahora que empiezo a divertirme?


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