Wirda (Libro I: La Señora de Ardieor)

14 de Mayo de 2003, a las 00:00 - Condesadedia
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CAPÍTULO 31



-Dame mi espada.
La Dama Gris retrocedió, asombrada. Vidrena, con el cabello cortado y su viejo uniforme de jeddart, la amenazaba con unas tijeras.
-¿Qué?
-Wirda. La quiero -La Dama Gris retrocedió poco a poco, mientras pensaba lo más deprisa que podía en una salida para aquella situación.
-Dren, piensa, cálmate...
-¡No quiero calmarme! Dame mi espada.
-¿Quieres morir? -Vidrena respondió con una sonrisa que hizo que la Dama Gris se sintiera tontísima por lo que acababa de decir.
-¿Aún no te has dado cuenta? Ya estoy muerta. Lo había olvidado, no sé cómo he podido, pero había olvidado que todo este asunto es entre Alwaid y yo.
-¡No te creas tan importante, Dren de Dagmar! El mundo existía antes de tu nacimiento y seguirá existiendo después de tu muerte, y siempre habrá Zetras que intenten dominarlo. Vuelve a la Torre Norte y descansa. Sé que has sufrido mucho, pero no eres la primera persona que pierde a alguien a quien ama.
-Sigues sin entender nada, Dama Gris. En estos momentos no me importa nada ni nadie. Solo quiero matar a Alwaid o morir, y si no te quitas de en medio te mataré a ti también.
La Dama Gris comprendió que Vidrena hablaba en serio y bajó la cabeza, derrotada. Llevaba la llave colgando de una cadenita de oro en el cuello. Se la quitó y se la entregó a Vidrena, señalando hacia un cofre que había en un rincón del cuarto.
-Ahí la tienes. Yo no quiero saber nada.

*****

Un rayo cayó sobre la Torre Norte y Hyrna, encerrada en su habitación, dio un salto. "Fiera" arañó la puerta con desesperación y lanzó un gañido de ansiedad.
Hyrna abrió la puerta y la perra salió corriendo. Hyrna la persiguió, y así fue como llegó al patio de armas. Y vio cómo Vidrena espoleaba a su caballo y salía por la puerta, seguida de todos los defensores de Dagmar. Hyrna corrió hacia la puerta. Ni siquiera se habían molestado en cerrarla.
Hyrna creía que ya se había acostumbrado a las batallas, pero no era cierto. Vidrena, sin mirar a derecha ni a izquierda, galopaba llamando a Alwaid. Kiwyn cayó muerto delante de Hyrna, pero ella estaba demasiado asustada para lamentarlo. Trató de regresar al interior del castillo pero sus piernas la arrastraban hacia el centro de la batalla. Caminaba como en sueños, con la mirada fija en Vidrena, mientras los muertos y heridos caían a su alrededor, la lluvia golpeaba su cara y los rayos y truenos redoblaban en sus oídos.
Y en aquel momento, Vidrena encontró a Alwaid. Las piernas de Hyrna temblaron, y cayó de rodillas sin poder hacer otra cosa que ver lo que iba a ocurrir.
-Esperaba con impaciencia este momento, Dren.
-No estoy aquí para charlar.
Saltaron rayos del choque entre las espadas. Vidrena había olvidado todo lo que había aprendido que había que hacer con una espada. Solo quería destruir a Alwaid, y luchaba con toda su rabia, como si aquello pudiera de-volverle a los tiempos felices en que no sabía nada sobre si misma. No estaba luchando contra Alwaid sino contra todo lo que era y no quería ser.
La espada de Alwaid cayó de sus manos, pero Vidrena no se detuvo por eso. Alwaid se defendió con el escudo mientras trataba de recuperar su espada, pero Vidrena alejó el arma de una patada. El escudo de Alwaid se partió, y ella tropezó y cayó. Vidrena levantó a Wirda.
-Adiós, hermana gemela.
-¿Así me agradeces lo que hice por ti en los Pantanos? -contestó Alwaid con voz lastimera. Vidrena mantuvo a Wirda en alto, como pensándoselo. Hyrna gritó.
-¡Mátala, Dren!
Un rayo cayó sobre Wirda. La espada salió despedida de las manos de Vidrena, y Alwaid no dudó en aprovechar la ocasión. Recuperó su espada y la clavó en el vientre de Vidrena. Hyrna sintió el dolor dentro de si misma cuando vio como Vidrena se doblaba y caía de rodillas. Alwaid levantó su espada para rematarla.
"Fiera" saltó sobre Alwaid, tratando de morderla en el cuello, y la derribó, pero Alwaid logró quitarse a la perra de encima. La herida del cuello no era grave. "Fiera" se interpuso entre Alwaid y Vidrena, gruñendo y mostrando los dientes, con todo el pelo erizado y espuma goteando de su boca. Saltó de nuevo sobre Alwaid, pero la espada de ésta la encontró en el aire y la partió por la mitad.
Hyrna nunca supo qué ocurrió después, ni qué había pasado por su mente. De repente se encontró empuñando a Wirda, entre Alwaid y Vidrena.
-No te acerques a ella.
Alwaid se rió.
-¿Quién lo dice?
-No la toques, maldita culebra bastarda. Yo no tengo nada que agradecerte, y no me importará matarte.
-No puedes matarme, tonta. Solo la hija de Gartwyn podía hacerlo, y ahora no está para peleas.
Y entonces le tocó a Hyrna el turno de reír.
-¿Ah, sí? Pues, para que lo sepas, yo también soy hija de Gartwyn -Espero que mamá no mintiera, pensó, y se sorprendió porque aquella era la primera vez que llamaba así a su madre, aunque fuera sólo con el pensamiento-. Así que ya te puedes ir preparando, nena.
Por un momento, Alwaid dudó. Pero Hyrna, empapada y esgrimiendo una espada que casi no podía mantener derecha, ofrecía un aspecto patético. Aquella jovencita pequeña y delgaducha, a punto de romperse azotada por el viento, no podía ser una amenaza seria para la Señora de los Pantanos.
Alwaid se quitó la máscara.
-Entonces, tampoco puedes matarme... hermana.
Era la primera vez que Hyrna veía la cara de Alwaid. Sí, era igual que la de Vidrena, y al mismo tiempo no lo era. La cara de Vidrena nunca le había revuelto el estómago ni había hecho arder la sangre de aquella manera en su cabeza. Hyrna podría haber dicho cualquier cosa, pero en aquel momento solo se le ocurrieron dos palabras, toda una declaración de principios. No fue ella quien habló, sino cien generaciones de reyes de Galenday que habían conseguido su trono envenenando a sus padres y apuñalando o decapitando a sus competidores. Todo el orgullo de su familia materna concentrado y envasado.
-Medio hermana -Su voz no se diferenció en casi nada de la de Igron.
Se lanzó hacia adelante, y Wirda atravesó sin esfuerzo el corazón de la Señora de los Pantanos. Por un momento, Hyrna temió que Alwaid no muriese, pero poco a poco, igual que había hecho Vidrena unos momentos antes, cayó hacia atrás, de una forma que a Hyrna no le pareció nada grácil. Le dio una patada para comprobar que estaba muerta, soltó a Wirda y corrió hacia Vidrena. Los ojos de ésta estaban abiertos, y había una sonrisa extraña en su rostro. Dulce, casi alegre. Toda su ropa estaba manchada de sangre, y también su cara, pero Hyrna sentía demasiado dolor para tener asco.
-¡Menuda jugarreta! Cuando vuelva a ver a Dinel le sacaré los ojos.
-Dren... -Hyrna tenía un nudo en la garganta.
-¿Dónde está Wirda? Tienes que dársela a la Dama Gris, hay que clavarla en la encina.
Hyrna buscó la espada con la vista, y llegó a tiempo de verla desaparecer.
-Se ha... ido.
-Sabe cuidarse, siempre lo he dicho.
-Vidrena, hermana... no vas a morir, ¿verdad?
-No te preocupes por mi -La voz de Vidrena bajó tanto que Hyrna tuvo que inclinar la cabeza para oír sus últimas palabras- Yo también sé cuidarme.
Vidrena cerró los ojos, y Hyrna pensó que iba a verla morir. Pero, igual que había ocurrido con Wirda, Vidrena desapareció.

*****

Abrió los ojos en medio de la niebla. Al principio se extrañó de tanto silencio, pero cuando oyó la canción de Dinel, aunque interpretada por otra voz, supo que todo iba a ir bien. Más o menos.
Una figura se acercó a ella entre la niebla. Vidrena pensaba que era Dinel, pero no se sorprendió al ver a una niña vestida de blanco, con un collar en forma de luna en cuarto creciente, tal como la describían las Damas Grises.
-¡Mait! ¿Estoy muerta?
-No, tú no morirás hasta que nosotras lo mandemos.
-¿Dónde está Wirda?
-Lo sabrás a su tiempo. Duerme.
La canción la envolvía como una tela de araña, y Vidrena deseaba otra cosa que obedecer la orden de la Niña. Se acostó, flotando en el aire, y cerró los ojos mientras unas manos diminutas limpiaban y curaban su herida.
A punto de dormirse, Vidrena advirtió que un muro de hielo se levantaba a su alrededor.
-¿Hielo? ¿No debería ser fuego?
-El frío conserva, el calor destruye.
Vidrena se durmió, sin importarle saber cuándo iba a despertar.
CAPÍTULO 32



Hyrna fue llevada al castillo por un jeddart mientras la batalla se-guía a su alrededor. Los ardieses luchaban con desesperación. Sabían que habían perdido y aun así no querían dar facilidades. Pero ellos eran cada vez menos mientras que a los trhogol no dejaban de llegarles refuerzos.
La Dama Gris condujo a Hyrna a su laboratorio, y abrió la puerta se-creta del pasadizo. Hyrna apenas notó cómo le ceñía la espada de Tairwyn.
-Tienes que marcharte.
-¿Dónde voy a ir?
-A Katerlain -La Dama Gris la sacudió por los hombros con la esperanza de obligarla a reaccionar- Escucha, Hyrna, tienes que salvarte. Alguien debe cuidar de la Señora de Ardieor y su hermano -Hyrna la miró, extrañada.
-¿Tú no vienes?
-Tengo un recado para Zetra.
-Pero...
-¡Entra, maldita sea! -La Dama Gris empujó a Hyrna hacia el interior del túnel y cerró la puerta. Hyrna se quedó sola en la oscuridad, y buscó la palanca para abrir la puerta desde dentro del túnel, pero no la encontró. No tuvo más remedio que caminar hasta el final del túnel, tanteando la pared con las manos.
Solo podía oír su respiración y, siguiéndola, un ruido de arañazos sobre la piedra del suelo del túnel. Se detuvo, asustada, y escuchó. Los arañazos seguían tras ella. Se volvió, esperando encontrarse con un trhogol o algo peor.
Un hocico húmedo tropezó con su tobillo y Hyrna, aliviada, oyó el gañido de un perro. Se inclinó para acariciarlo.
-No tengo ni idea de cómo has entrado aquí, pero gracias por haberlo hecho.

*****

La Dama Gris tomó con manos temblorosas la pequeña redoma de cristal. Observó un momento el líquido traslúcido, como dudando de si podría hacer lo que debía o no. Pero se decidió pronto. Cerró los ojos, se lo bebió de un trago, sin hacer caso de su desagradable sabor y arrojó la redoma al suelo. Con paso firme y la cabeza alta, se dirigió hacia la Torre Norte, se sentó en la silla de Vidrena y esperó a que llegase Zetra, deseando que no tardase demasiado.
El veneno comenzaba a hacer efecto.
Zetra fue puntual. Pasó por encima de los cadáveres que cubrían la escalinata de la Torre Norte, sin molestarse siquiera en levantar la orilla de su falda para no mancharse con la sangre, y subió la escalera de caracol por su propio pie.
La voz serena de la Dama Gris la saludó en cuanto lo puso en la Sala de Reuniones.
-Te esperaba -Zetra se volvió hacia ella con una sonrisa insultante.
-¿Ah, sí?
-Crees que has ganado, ¿verdad? Crees que Vidrena está muerta y Wirda ya no es un peligro, que Ardieor es tuyo y que pronto lo será el mundo en-tero, ¿no es eso? -Los ojos de la Dama Gris tenían un brillo febril y la pupila había crecido hasta ocultar el iris. Gotitas de sudor cubrían su frente y ya no sentía sus manos ni sus piernas. Pero continuó hablando- Pues te equivocas, Vidrena de Ardieor no ha muerto. Ella duerme y sueña, esperando su momento, y volverá. Volverá para matarte, y no podrás hacer nada para evitarlo. Te escondas donde te escondas, mates a quien mates, te encontrará y morirás como la bestia cobarde que eres. Así habla Rhaynon: No está muerta la que duerme para siempre, y con un poco de suerte puede morir hasta la muerte.
Y en aquel momento, Zetra sintió miedo, porque supo que la ardiesa decía la verdad. Pero no podía permitir que ni ella ni sus propios súbditos se diesen cuenta.
-Matad a esta bruja.
La Dama Gris sonrió.
-Ya es tarde para eso.
Solo tuvo tiempo para cerrar los ojos.

*****

Justo cuando Hyrna comenzaba a perder la esperanza de llegar a la salida del túnel, se encontró con un rayo de luz. El perro saltó fuera, y Hyrna le siguió, aunque le resultó más difícil que a él salir del pasadizo. Parpadeó para acostumbrarse a la luz, y se quedó un momento en medio del bosque, indecisa.
El perro soltó un corto ladrido, como indicando a Hyrna que le siguiera. Ella decidió hacerlo. No tenía nada que perder. Aunque no pudo evitar pensar que aquel perro de pelaje gris, más grande que cualquiera que ella hubiera visto nunca, era muy raro.
La guió hasta una cueva medio oculta por la vegetación en la falda de una colina. La joven, agotada, con la ropa hecha trizas y sucia de barro, entró en la cueva y se dejó caer. El perro se enroscó alrededor de sus pies y Hyrna no pudo evitar cerrar los ojos y dormirse, a pesar de que toda su prudencia le aconsejaba que no lo hiciera.
Cuando despertó, el perro había desaparecido. Iba a llamarlo, pero oyó voces. Se levantó y apoyó la mano en la empuñadura de la espada, aunque no se sentía con fuerzas para desenvainarla. Las voces llegaban desde el interior de la cueva y se acercaban cada vez más. La luz rojiza de las antorchas doblaba el tamaño de las sombras. Y entonces, una de ellas le habló, y Hyrna reconoció la voz con una mezcla de pasmo, alegría y alivio.
-¿Princesa?
-¡Hamlyn!
-Calma, Señora -Hamlyn, sorprendido por el efusivo abrazo de Hyrna, acarició su cabeza-. Ya ha pasado todo.
-¿También ha caído Comelt? -No era una pregunta muy inteligente, pero ella nunca las había hecho mejores. Hamlyn asintió y preguntó con timidez:
-¿Y la Dama Gris?
-Se ha quedado en Dagmar.
Hyrna no se sorprendió al oírle llorar. Sabía por qué Vidrena le había mandado a Comelt.
-Vamos -Hamlyn la soltó y comenzó a andar hacia el interior de la cueva, mientras se secaba las lágrimas con el dorso de la mano.
-¿Dónde?
-Al Valle de Katerlain.
Hyrna le siguió hasta el final del túnel. Y por un momento el asombro le impidió hablar o moverse.
Una suave ladera llevaba a un valle iluminado por el sol poniente, y un bosque infinito se extendía hasta las orillas de un lago, del cual nacía un riachuelo (o quizás desembocaba en él). En los claros del bosque crecía una hierba tan tierna que hacía desear ser una vaca. Hacía tiempo que Hyrna no había visto un paisaje tan hermoso.
Una voz la llamó desde el valle. Hyrna vio como Lym corría colina arriba hacia ella, y la gente que había huido de Dagmar la esperaba.
 
CAPÍTULO 33



-Todas lo han hecho -Ante la hoguera que había servido para guisar su cena, Hyrna acababa de contarle a Lym que la Dama Gris se había quedado en Dagmar- Todas las Damas Grises de Ardieor se han matado en sus castillos después de mandar aquí a sus lym.
-Pero, ¿por qué? No era necesario.
-Los viejos tiempos han muerto y la vieja gente tenía que morir -Lym suspiró-. He llegado a un acuerdo con Katerlain. No nos molestarán si nosotros no les molestamos.
-¿Katerlain? -se sorprendió Hyrna.
-La Reina del Valle. Ella y la Antigua Raza estaban aquí antes de que Golsan llegase, pero Katerlain detesta a los humanos, así que reunió a su gente y se escondieron aquí. Ahora no tiene más remedio que aceptarnos, pero seguimos sin gustarle.
Hyrna fijó sus ojos en la hoguera.
-Supongo que ahora debo llamarte Dama Gris. Es increíble, si no eres más que una cría...
-Hildwyn es más pequeño que yo y ya es el Señor de Ardieor -replicó Lym, algo molesta por lo de "cría".
-¿Hildwyn? ¿No era Himanday la mayor?
Lym se mordió el labio inferior, furiosa consigo misma porque se le habían escapado aquellas palabras. Había planeado comunicarle la noticia a Hyrna con más delicadeza.
-Himanday ha desaparecido. Fue al día siguiente de que llegáramos aquí. La hemos buscado pero no la hemos encontrado por ninguna parte. Sospecho que Katerlain tiene algo que ver en ello, pero no puedo acusarla sin pruebas.
-¿Ninguna desgracia va a sernos ahorrada?
-No. Ahora somos desterrados. En nuestra propia tierra. Lo hemos perdido todo pero aún no estamos vencidos. Vidrena regresará.
Alguien comenzó a cantar. Hyrna recordaba la canción: la había cantado Vidrena la noche que había regresado de Ternoy contra toda esperanza para salvarla de un marido estúpido y una vida triste. Pero habían cambiado el final.

- _ No habrá infierno donde puedan esconderse,
No habrá arma con que puedan defenderse,
porque un día volveremos a Dagmar,
el día que Dren vuelva con nosotros _

-¿Lo crees de verdad, Dama Gris? ¿Crees que volveremos?
-No será mañana, ni ningún día que tú yo vayamos a ver, estoy segura. Pero volveremos. Zetra no puede ganar para siempre. No es bonito que ganen los malos. Cuestión de estética, decía mi Maestra.
-Ellas eran especiales, ¿verdad? -La Dama Gris sonrió con tristeza.
-Nunca habrá nadie igual.
-¿Crees que él -Hyrna señaló a Hamlyn con un discreto gesto de la cabeza- la olvidará algún día?
Lym negó con la cabeza. Estaba a punto de llorar y no quería hacerlo delante de Hyrna, quien se dio cuenta y apartó la mirada para que la joven Dama Gris pudiera desahogarse.
El cielo estaba lleno de estrellas, y Hyrna pensó que tal vez en aquel momento solo en el Valle de Katerlain pudieran verse. El resto de Ardieor estaba a oscuras.
-¡Cómo me gustaría poder llorar!
-Vamos con los demás, Señora -la Dama Gris se limpió los ojos con las mangas- Tienes que acostarte pronto, tenemos muchas cosas que hacer mañana.
-Y todas las mañanas hasta que vuelva Vidrena. En el fondo me da pena Alwaid. Nunca llegó a estar viva del todo. Creo que me agradeció que la matase. A veces pienso que si me hubiera quedado en Galenday yo habría sido peor que ella.
-Lo dudo. Pero es muy noble por tu parte pensar así.
Sí, Hyrna tenía que hacer muchas cosas el día siguiente. Para empezar, Hildwyn debía tener una familia normal, así que ella se las tendría que arreglar para casarse con Hamlyn, que era lo mejor que había disponible. Se preguntó si él le diría su verdadero nombre o tendría que seguir llamándole por el mote toda la vida. Miró con fijeza la hoguera y se preguntó si estaría a la altura de todo lo que se esperaba de ella. Nunca había comprendido tanto a Vidrena como en aquel momento. Levantó la cabeza al notar que la Dama Gris parecía esperar una respuesta.
-Gracias. Buenas noches, Dama Gris.
-Buenas noches, Señora.
-Señora... Sí, supongo que de momento tengo que dejar que me llamen así.

MhÀRTA U.


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