Wirda (Libro I: La Señora de Ardieor)

14 de Mayo de 2003, a las 00:00 - Condesadedia
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CAPÍTULO 21



Alguien llamaba a la puerta, con una impaciencia que la Dama Gris consideró muy grosera.
-¿Quién es?
-Yo.
-¿Quién es yo?
-Abre la puerta o la echo abajo a patadas.
-Podría usar la cabeza como ariete y no se haría daño -La Dama Gris abrió la puerta. Igron no esperó a que estuviese abierta del todo para deslizarse dentro de la habitación- ¡Qué agradable sorpresa! -La Dama Gris hizo un gesto a Lym para que se marchase, que la niña obedeció enseguida, sin que él la viese. Toda su atención estaba concentrada en la Dama Gris.
-¿Todas las ardiesas duermen vestidas? -Ella se preguntó qué ocultaría en la mano a su espalda.
-En territorio enemigo sí.
-¿Dagmar es territorio enemigo?
-Lo será mientras estéis aquí.
-¡Eso es hablar claro!
-Los ardieses no sabemos hablar de otra forma.
Igron sonrió y mostró la mano que tenía escondida. En ella había un ánfora y dos copas de plata.
-Dama Gris, no quiero que me consideres un enemigo. Lo pasado, pasado -llenó las copas y alargó una hacia ella. La Dama Gris no se movió- Me ganaste, lo reconozco. Organizaste bien la maldita rebelión. Ahora reconoce que esta vez he ganado yo.
-¿Has vuelto a Ardieor solo para eso?
-He vuelto por ti. Para terminar con lo que empezamos.
-No empezamos nada. Soy una Dama Gris y conozco mi deber.
-¡Tonterías! -Igron dejó la copa sobre el tocador con tanta fuerza que derramó todo su contenido. La Dama Gris siguió hablando sin inmutarse.
-Nada de aventuras, amantes, novios ni esposos, y sobre todo nada de sentimientos hacia nada más que Ardieor. Los sentimientos atan y debilitan a las personas, y hacen que olviden sus obligaciones. Y sé que si habéis venido ha sido porque vuestra madre os lo ordenó.
-He venido porque he querido. Ella no manda en Galenday tanto como cree. Desde que él murió parece haber perdido la cabeza.
-¿No será desde que la estáis envenenando? -La Dama Gris aparentó inocencia.
-Vuelves a hablar demasiado claro. Eso es lo que más me gusta de ti.
-Sigamos hablando claro, entonces. Si has venido a volver a pedirme que pase la noche a tu lado en la Torre Norte (por decirlo de una forma que no ofenda tus galendos oídos) da la pregunta por hecha, la respuesta por dada y lárgate. Si vienes a repetir aquel horrible y sentimentaloide discurso sobre mis bellos ojos y tu pobre corazón, estás perdiendo el tiempo. Sé muy bien que lo único que te gusta de mi es que te dije que no, igual que Ardieor. Y no nos tendrás nunca a ninguno de los dos.
-Ya tengo Ardieor. Y en cuanto a ti, lo veremos -Igron avanzó hacia la Dama Gris. Al apartarse, ella tropezó con alguien que había entrado por la ventana. Apenas tuvo tiempo de recuperarse de la sorpresa cuando Hamlyn la echó a un lado y se interpuso entre Igron y ella en ademán dramático, con una espada desenvainada.
-Defiéndete, canalla. ¡Qué vergüenza, un Príncipe de Galenday atacan-do a una jovencita indefensa!
-No tan indefensa. ¿Qué haces aquí?
-Rescatarte, ¿qué si no?
-No necesito que me rescaten.
-A mí no me ha parecido eso. Bien, Igron, ¿no vas a defenderte?
-Está desarmado, imbécil.
Igron, viéndose en situación tan apurada, comenzó a gritar pidiendo socorro. La Dama Gris le rompió el ánfora en la cabeza. Igron demostró que, después de todo, no tenía el cráneo tan recio como afirmaban sus enemigos.
-Vete -En las escaleras se oían los pasos de los guardias que corrían a socorrer a Igron. La Dama Gris cerró la puerta con llave.
-He venido a rescatarte y no me iré sin ti. Soy el especialista en rescates, secuestros y actividades afines y debo mantener una buena reputación si quiero seguir en el oficio.
-¡Estás loco!
-Esa no es forma de agradecerme que...
-¡Lo tenía todo bajo control!
-¡Mentirosa! Este castillo es peligroso para ti y voy a sacarte de él quieras o no.
-Inténtalo.
-Lo siento.
-¿Qué es lo que sientes?
-¡Esto!
La Dama Gris no notó el golpe que la hizo perder el sentido. Tampoco cómo Hamlyn se la cargaba al hombro, mientras los guardias golpeaban la puerta, que comenzaba a astillarse, y salía por la ventana, ni se enteró de las circunstancias en las que se desarrolló el descenso de la Torre. Hamlyn estuvo varias veces a punto de soltar la cuerda, y cuando llegó al suelo estuvo a punto de besarlo. Lym le esperaba abajo, preocupada por su tardanza.
-¿Qué ha pasado?
-No quería ser rescatada.
En la habitación de la Torre, los guardias consiguieron romper la puerta y encontraron a Igron sin sentido en el suelo, con una brecha en la cabeza de la que manaba abundante sangre. Le reanimaron lo mejor que pudieron, y lamentaron haberlo hecho.
-¡Hatajo de inútiles! ¿Dónde estabais cuando os necesitaba? ¡Dejadme en paz y capturad a esos malditos rebeldes!
Pero Hamlyn, con la Dama Gris en brazos y Lym a su lado, ya había salido del castillo, gracias a un viejo amigo suyo al que le había correspondido hacer guardia aquella noche y que siempre había simpatizado con los Cardos Silvestres.

*****

Hamlyn se internó en el bosque todo lo que pudo antes de permitirse un descanso. Dejó a la Dama Gris bajo un árbol y pidió a Lym que se adelantase hasta el campamento rebelde para avisarles de que iban hacia allí.
La Dama Gris gimió. No era agradable recuperar el sentido con aquel dolor de cabeza y una piedrecita clavada en medio de la espalda. Y con Hamlyn recordando casi con añoranza el intento de secuestro de Vidrena.
-Si se me hubiese ocurrido esta idea hace dos años, ahora estaría en Gailander con Ildor. Aunque también puede que estuviese muerto.
-Ni te imaginas lo bien que me encontraría ahora si lo estuvieras.
-No te dolería la cabeza si hubieras querido venir por las buenas.
-Lo has estropeado todo, ahora Hyrna está allí sola. ¿Por qué lo has hecho?
-Me prohibiste que te lo volviese a decir.
-¡Ah, eso!
-Mi único consuelo era que si no ibas a ser mía tampoco serías de nadie más, así que cuando me he enterado de por qué se rebelaron los ardieses...
-No fue solo por mí. Igron nos había ofendido de muchas formas diferentes.
-Mira, Dama Gris (por cierto, ya sé que no puedes decirle a nadie tu verdadero nombre, pero si te jurase guardar el secreto... no, ya veo que no, vale, no insisto), aunque me lo hayas prohibido no puedo evitar sentir lo que siento. Ya sé que nunca podrás corresponderme y me alegro, porque si me quisieras todo el asunto perdería su encanto. Pero una cosa es que no me quieras y otra muy distinta que me seas infiel, ¿entendido? Así que no he tenido más remedio que rescatarte, secuestrarte o como quieras llamarlo.
-Ya me encuentro mejor -La Dama Gris se levantó y se estiró de una forma que hizo que a Hamlyn le gustasen los gatos- Vámonos, quiero dormir a salvo lo que queda de noche.
-Tus deseos son órdenes.
-Si es una broma, no tiene gracia.
CAPÍTULO 22



El viaje por Ternoy fue más cómodo para Vidrena de lo que había esperado. Alwaid no la ató a la cola del caballo, ni la obligó a caminar des-calza. Estaba tan contenta por haber logrado semejante triunfo que fue casi amable.
Rodearon los Pantanos, y cruzaron un territorio de bosques deprimentes y enfermizos poblados por criaturas tan horrorosas como las de los Pantanos. Atravesaron los Páramos Secos y el terrible Puerto de las Montañas de Hierro, siempre azotado por atroces tormentas de nieve. Vidrena no pudo ver mucho de los valles de las Montañas de Hierro porque Alwaid, impaciente, mandó acelerar el paso. Vidrena ya había perdido la noción del tiempo cuando llegaron a la monstruosa fortaleza a los pies de la Montaña del Fuego Azul, el enorme grano inflamado del Oscuro Corazón de Ternoy.
Con mirada crítica, observó que aquello era la más inexpugnable fortaleza jamás construida. No pudo encontrar ni un solo punto débil. Cada torre, tronera o matacán, incluso cada piedra de la muralla, estaban donde tenían que estar. Y además flotaba sobre él tanta malignidad, tanta hambre y deseo de poseer almas y mentes, que la vista no podía mantenerse fija durante mucho tiempo.
No fue arrojada de cabeza a un calabozo, sino conducida a una habitación en el segundo piso que tampoco resultó ser como ella esperaba. La seda y las maderas y metales preciosos se acumulaban allí de tal forma que Vidrena se sintió mareada. Aún no se había recuperado cuando apareció una muchacha pálida, vestida de rojo y negro, que se presentó como su doncella. Vidrena no esperaba que hubiese en Ternoy más humanos que Alwaid, aunque pensándolo bien, de algún lugar debían salir los zombis de Zetra.
-Me gusta vuestra piel -La muchacha hablaba con el mismo acento que Alwaid.
-¿Qué? -Vidrena no le encontró el sentido a aquella frase.
-Aquí todos son tan blancos... aquí todo es blanco, rojo y negro, hasta el cielo es gris oscuro. Pero vuestra piel es diferente, me recuerda a algo que debería saber.
-Todos los ardieses somos del mismo color. Es por el sol.
-¡Eso es, el sol! Dicen que una vez había de eso en Ternoy, pero se fue cuando llegó la Emperatriz. Las Ancianas dicen que volverá algún día, cuando ella se vaya.
Vidrena estaba a punto de preguntar quiénes eran aquellas Ancianas, pero la doncella debió pensar que ya había hablado demasiado y se negó a hacerlo otra vez. Vidrena se resignó a esperar otro ataque de locuacidad de la joven y en cuanto ella se fue abrió la ventana y miró el paisaje. Le habían dado una buena habitación. Una espléndida vista del desierto y de la Torre del Homenaje al mismo tiempo. Vidrena supuso que Zetra vivía en aquella torre, alrededor de la cual revoloteaban buitres y murciélagos del mismo modo que lo hacían las golondrinas y vencejos los veranos en la Torre Norte. Vidrena sintió un pinchazo en el estómago al pensar en Dagmar y se obligó a dejar de hacerlo y concentrarse en los murciélagos. Incluso desde aquella distancia parecían enormes. Vidrena no tenía nada contra los murciélagos, incluso le caían simpáticos desde el día en que Tairwyn había capturado uno y los dos habían estado abriéndole las alas al animalito para observar su estructura, obligándole a morder una ramita y observando las uñas de sus patitas, hasta que la madre de él les había sorprendido y les había obligado a soltarlo diciéndoles que su mordedura era venenosa. Pero Vidrena tenía la impresión de que los murciélagos de Ternoy comían algo más sustancioso que insectos. Tal vez a los buitres. Vidrena cerró la ventana de un golpe e inspeccionó la cama. Era grande y parecía lo único cómodo del aposento. Vidrena comenzaba a comprender muchas cosas de Zetra. Alguien tan obsesionada por el rojo y el negro no podía ser razonable.
La puerta se abrió, y Vidrena pensó que se trataría otra vez de su doncella, pero era Gorg. Entró y cerró la puerta tras él.
-Espero que os encontréis cómoda aquí, Señora.
-Las vistas son exquisitas.
El zombi no detectó la ironía de Vidrena.
-Debo confesar que no creía que Dama Alwaid lo lograse. Os creía más dura, menos... humana.
-No apostaríais por mi dureza, espero.
Gorg se acercó a ella y le acarició la mejilla con un dedo. Vidrena se estremeció ante la viscosa frialdad de aquella mano, pero mantuvo la calma.
-¡Cielos, en verdad sois hermosa! Apostaría a que más que Alwaid, y seguro que ganaba.
-Muchas gracias, ¿nunca os han dicho que os huele el aliento?
-Inconvenientes de estar muerto, la putrefacción no perdona.
La puerta se abrió sin hacer ruido. Gorg, con la mirada fija en Vidrena, no se enteró. Ella sonrió de una forma casi imperceptible al ver que era Alwaid quien estaba allí, o por lo menos alguien con su máscara, y su respuesta sonó muy tranquila.
-Y decidme, Gorg, ¿habéis venido solo a hacerme la corte o vais a liberarme para ascender a costa de alguien?
-Os gusta ir directa al grano, ¿eh?
-Inconvenientes de estar viva, siempre tenemos prisa -Alwaid no se había movido de su sitio, Vidrena supuso que esperaba la respuesta de Gorg para reaccionar en consecuencia.
-Digamos que solo he venido a haceros una visita de cortesía -terminó diciendo él. Un ligero cambio en la densidad del aire le había hecho percibir la presencia de un testigo.
-Ya has sido bastante cortés -dijo Alwaid- Y hay cosas que hacer en las mazmorras.
Gorg se retiró haciendo reverencias, y cuando lo perdió de vista Alwaid se encaró con Vidrena.
-Debería haber un tablero de ajedrez en esta habitación. Van muy bien como arma defensiva -comentó Vidrena- ¿Todos los no-muertos son como él?
-La putrefacción comienza a afectar a su cerebro. Está empezando a creerse alguien. La Emperatriz de Ternoy requiere tu presencia en el Gran Salón.
Vidrena siguió a Alwaid por unos pasillos más fríos que los de Crinale, más estrechos que los pasadizos secretos de Dagmar y más oscuros que los de la Fortaleza de los Pantanos. Por todo el castillo olía a algo que se quemaba, pero nadie parecía darse cuenta y Vidrena pensó que no era asunto suyo si sus enemigos se quedaban sin comer.
El Gran Salón decepcionó a Vidrena. Lo de Gran debía ser una hipérbole, o quizás una metáfora, Vidrena nunca había tenido muy clara la diferencia. Por toda iluminación había unas cuantas velas negras situadas en lugares estratégicos. En un rincón, unos cortinajes rojo sangre parecían ocultar algo con misterio.
Entonces sonó un gong. Los cortinajes se abrieron con gran estrépito de rieles oxidados y apareció un trono, y en él estaba sentada una mancha negra con una cara y unas manos blanquísimas. Zetra. En persona. O en lo que fuera, se corrigió Vidrena recordando la historia que contaban las Damas Grises.
-Cristalena de Ardieor, supongo -su voz tañía como bronce mal aleado.
-Es Vidrena -corrigió Alwaid.
-Vidrio o cristal, da lo mismo. Los dos se hacen pedacitos con un buen golpe. He esperado este momento con impaciencia, Vidriera.
-Vidrena -le recordó Alwaid.
-¿Por qué le tuvo que poner Dinel un nombre tan raro? -protestó Zetra, que no parecía haber oído a Alwaid- Tengo entendido que me traes un regalito.
Antes de marcharse de Ardieor, Alwaid había preguntado a Vidrena: ¿Tienes la espada? Vidrena había dicho que sí, y era cierto. Por lo menos en parte.
-¿A qué esperas para dármela? -La voz de Zetra rebosaba impaciencia.
Vidrena avanzó hacia el trono lo más despacio que pudo, para que Zetra se impacientase más aún, desenvainó la espada y se la ofreció por la empuñadura. Zetra se levantó para agarrarla. Era su gran momento de triunfo, pero cuando fue a poner su mano sobre la espada retrocedió como si ésta se hubiese convertido en una serpiente.
-¿Qué es esto?
Vidrena no perdió la serenidad.
-Mi espada. Ha pertenecido a los Aletnor de Dagmar durante innumerables generaciones, y siempre nos ha servido bien.
-¡Esta espada no es Wirda!
-¿No?
-Ella nunca mencionó a Wirda -replicó Vidrena señalando a Alwaid. Zetra miró a la joven enmascarada de una forma que hizo agradecer a Vidrena no encontrarse en el lugar de la otra- Pero si quieres que regrese a Dagmar y te la traiga...
-¡Miente! ¡Se lo dije bien claro!
Zetra se encogió de hombros.
-¿Qué importa eso ahora? Nos has hecho una buena jugada, Señora de Ardieor -dijo. Se volvió a sentar en el trono y sonrió de una forma que provocó escalofríos en las dos jóvenes- Has cumplido tu palabra, aunque no a nuestro gusto. Así que nosotras cumpliremos la nuestra y creo que dentro de poco preferirás que no lo hubiéramos hecho. Alwaid, ven aquí -Alwaid se situó al lado del trono de Zetra, enfrente de Vidrena- Hay alguien a quien quiero presentarte -Zetra chasqueó los dedos y la máscara de Alwaid se res-quebrajó y cayó al suelo-. Tu hermana -dijo Zetra, con una tranquila y gélida sonrisa.
-Gemela -añadió Alwaid, como si fuera un detalle importante, o Vidrena no pudiera verlo por sí misma.
Vidrena miró a Zetra. En aquel momento comprendió el empeño de Dinel en guardar el secreto, su miedo instintivo a sacar a Wirda del árbol y por qué a veces era capaz de ser tan cruel como Igron. Y el odio que sintió de repente, hacia Alwaid y Zetra y hacia si misma, la hizo sentir náuseas. Porque si Alwaid era su hermana gemela, aquello significaba que...
-¿Debo llamarte "mami"? -preguntó a Zetra tratando, con no demasiado éxito, de que su voz sonase serena e indiferente.
-Llámame como quieras, un nombre no es más que una palabra. Y ponte cómoda -Zetra dibujó un círculo en el aire y apareció una silla. Vidrena se sentó en ella casi sin saber lo que hacía- Tengo que contarte una historia muy larga.
CAPÍTULO 23



Zetra comenzó a hablar. Mordiendo, masticando y escupiendo cada letra de cada palabra. Y, Vidrena lo sabía, todo lo que decía era verdad. Zetra no iba a mentir cuando la verdad podía hacer mucho más daño que una mentira.
-No se puede comprender una historia sin saber sus antecedentes, y menos aún esta. Te advierto que puede ser un tremendo lío, así que no temas interrumpir si te pierdes.
-Muchísimas gracias -Vidrena se obligó a apartar los ojos de Alwaid y fijarlos en Zetra.
-De nada -Zetra no había advertido el sarcasmo en la voz de Vidrena.
-Como te has criado en Ardieor, no necesitarás que te explique cómo son las Damas Grises. Pedazos de hielo incapaces de amar que guardan su virtud para los gusanos. Oh, ya sé que vosotros os incineráis, pero nunca permito que la verdad me estropee una frase ingeniosa. Como iba diciendo, las Damas Grises son como son, y también los hombres. Y a Gartwyn no se le ocurrió otra cosa que enamorarse de la Dama Gris de Dagmar. Y peor aún, decírselo, no solo a ella sino también a su padre, pretendiendo, ahí es nada, que él utilizase su poder para convencerla de que renunciase al suyo y se casara con él. Y, como es natural, tu abuelo se enfadó, y la insistencia de tu padre solo consiguió hacerle ganar el destierro. Así que ya tenemos al jovencito ardiés, con el corazón destrozado, ingresando en la Guardia Real de Crinale para fastidiar a su padre. Y cuando la princesa comienza a hacerle ojitos tiernos decide aprovechar la oportunidad. ¿Quién no lo haría? Y entonces entro yo. Augurios, profecías, visiones y mancias de todo tipo decían que la persona destinada a sacar a Wirda del árbol iba a ser la hija de Gartwyn. Al principio pensé en matarle antes de que tuviese la oportunidad de engendrarla, pero luego pensé: ¿Y qué tal si soy yo la madre de la hija de Gartwyn? Inteligente, ¿verdad?
-Repulsivo, diría yo -Zetra estaba tan dentro de su relato que no oía nada.
-Imagínate. Tengo a la niña, la educo a mi manera, cuando llega el momento la mando a Dagmar, ella recupera mi espada y me la trae. Pero faltaba el detalle de convencerle a él para que... colaborase. Solo tuve que aprovechar su punto débil. Se alegró tanto de verla que ni siquiera le preguntó como había llegado hasta su habitación. Y lo demás fue fácil: siempre te he querido, mi amor, nunca volveremos a separarnos, eres más importante para mí que nada en el mundo... Y desaparecí antes de que se despertara, de forma que creyese que había sido un sueño.
-La confundí con otra persona -recordó Vidrena- ¿Cómo pudiste?
-¿Utilizarle, jugar con sus sentimientos, etc., etc.? ¡Oh, vamos, no le hice más que lo que los hombres han estado haciendo a las mujeres durante siglos!
-No te las des ahora de vengadora justiciera, ninguna delegación de mujeres te lo pidió. Además, -Vidrena esbozó una sonrisita irónica- ¿no te harías pasar por otra porque temías que tu verdadero aspecto le diese asco?
-¿Cómo te atreves? -Vidrena supo que había acertado en su punto débil, de modo que clavó el dedo en la llaga y le dio todas las vueltas que pudo. Enumeró todos los defectos, reales o imaginarios, que encontró en el aspecto de Zetra. Desde su pelo estropajoso hasta los juanetes de sus pies. Zetra contenía la respiración, y sus ojos prometían las mayores atrocidades a aquella insolente, pero Vidrena no podía parar. Se sentía como una bola de nieve rodando colina abajo. Y terminó afirmando que Zetra parecía todo lo vieja que era.
Las palabras quedaron flotando en el aire, como una pompa de jabón que nadie se atrevía a romper. Vidrena se dio cuenta de repente de que había hablado demasiado. Desde que era niña llevaba ensayando el discurso que le dirigiría a su madre cuando la encontrase, lleno de reproches por haberla abandonado sin dar nunca señales de vida. Pero todas las escenas que había imaginado terminaban con una conmovedora reconciliación: su madre lloraba, ella lo intentaba y las dos se abrazaban. Vidrena deseó que ocurriese cualquier cosa antes que seguir aguantando aquel espantoso silencio, aquella mirada terrible y el monstruoso reflejo de su rostro en el de Alwaid.
-Madre, ¿vas a permitir que esta humana te siga insultando?
-Medio humana, hermana gemela. No te preocupes, no voy a criticar tu aspecto. En realidad su único defecto es que es una vulgar copia del mío -Alwaid abrió la boca para replicar, pero Vidrena no se lo permitió-. ¡Pobre Alwaid! ¡Estás tan obsesionada con ser yo que no creo ni que sepas si existes o no!
-¿Ser ? ¡Tú eres la copia, no yo! No debiste haber nacido, patético bichito. Para que lo sepas, no eres más que un error, un accidente. Su Alteza iba a sacrificarte pero esa entrometida de Dinel te rescató a tiempo.
-Cállate, Alwaid, tú también eres un accidente. El sacrificio no tenía otro objeto que reuniros a las dos en la persona única que siempre debisteis ser. Pero cuando Dinel se llevó a tu otra parte tuve que cambiar mis planes. Pensé que daba igual reuniros o no -Zetra se volvió hacia Vidrena-: cuando sacases a Wirda de la encina, esperaba que volverías a mí y me la traerías. Pero te has portado como una mala hija, defraudando así a tu pobrecita madre... y ahora no tendré más remedio que sacrificarte, con lo que me aburren todos esos cánticos e invocaciones. Pero por desgracia es la única forma de reuniros en la única persona que siempre deberíais haber sido, y mandarla a ella a Dagmar. Y cuando la espada sea destruida, podré volver... entero.
Vidrena miró a Alwaid, pero ésta, demasiado ocupada mirando a Zetra ni siquiera recordaba que Vidrena estaba allí. Igron solía mirar a Gartwyn de aquella manera, entre rencorosa y lastimera. Vidrena sospechó que su gemela acababa de enterarse de que también era lo que llamaba "un accidente".
-La audiencia ha terminado -Zetra comenzó a canturrear algo. Vidrena no comprendía la letra, pero sus ojos se cerraban a pesar de sus esfuerzos por mantenerlos abiertos, y todos los músculos de su cuerpo se volvieron líquidos. Se dio cuenta de que la estaba hechizando y trató de luchar, pero la voluntad de Zetra era más fuerte- Ve a tu habitación -Zetra vio cómo Vidrena salía del Gran Salón y se echó a reír- De esta vidriera solo queda el marco -Alwaid no contestó. Las palabras de Zetra la habían herido tanto como las de Vidrena, y solo tenía ganas de esconderse en algún lugar donde nadie la molestase y consolarse arrancando las alas a la primera mosca que atrapase.
Un Espectro entró corriendo en el Salón y alargó a Zetra una esmeralda.
-Alteza, hay algo que tenéis que ver.
Zetra miró en el interior de la piedra. Y vio un jeddart manchado de barro de los Pantanos, a pie y temblando de frío, caminando contra el viento, tratando de cubrir algo con su capa. Zetra estuvo a punto de saltar de alegría cuando reconoció lo que era.
-¡Mira esto, Alwaid! ¡Wirda vuelve a casa! Esto te libra del castigo que te esperaba. Dejad pasar al pequeño ardiés. Que las puertas del castillo estén abiertas esperándole, pero que no sea demasiado evidente.
El espectro se retiró con una reverencia. Zetra volvió a mirar la esmeralda y una lenta sonrisa se abrió camino, con dificultad debida a la falta de práctica, entre sus labios.
-Por fin. Wirda será destruida, Vidrena morirá, y yo seré el Ente más poderoso del mundo. ¡Fastídiate, Dinel! Esta vez las cosas se harán a mi manera.
Sus malévolas carcajadas culminaron en un espectacular acceso de tos.
CAPÍTULO 24



Vidrena funcionaba como una sonámbula. Su mente estaba perdida en un mundo de sueños lleno de recuerdos que nunca había tenido, visiones borrosas de lugares lejanos y sombras que se movían a su alrededor como en el juego de la gallina ciega.
Alwaid había mandado a Gorg a los Pantanos para estropear posibles planes que el no-muerto tuviese respecto a Vidrena, y ésta permanecía en-cerrada en su habitación, indiferente a todo, atendida por su doncella.
Y mientras, Tairwyn se acercaba al Castillo Negro.
El viaje no había sido tan cómodo para él como para Vidrena. Había cruzado los Pantanos en lugar de rodearlos y su caballo se había ahogado en ellos junto al mapa (que no era demasiado exacto ni completo, pero hasta aquel momento le había ayudado bastante a orientarse), las armas y las provisiones. Había tenido que aprender a cazar a pedradas y hacer fuego con dos palitos, e incluso llegó a comerse las cañas de sus botas. Pero nada le detuvo, ni siquiera la tormenta de nieve en el Puerto de las Montañas de Hierro. Se extravió en los Valles y estuvo a punto de morir de sed en el desierto, pero no le importó. Sabía que Wirda marcaba el camino hacia Vidrena, y nada ni nadie en ningún mundo iba a impedir que la encontrase.
Y un día (él suponía que era de día, aunque en Ternoy apenas había forma de distinguirlos de las noches), se encontró a la puerta del Castillo Negro.
Estaba cerrada. Tairwyn se desplomó al pie de la muralla, agotado y desanimado, y entonces la puerta se abrió. Una patrulla de trhogol salió por ella, y Tairwyn, demasiado cansado y asustado para pensar otra cosa, se apretó contra la muralla tratando de pasar desapercibido, pero le atraparon, aunque él se resistió todo lo que pudo, más por dignidad que por creer que pudiera servir de algo, y le arrastraron sin consideraciones hasta el Gran Salón.
Alwaid entró poco después. Sin máscara. Vestía una túnica negra, y estaba peinada con un tirante moño sobre la cabeza. Tairwyn sonrió con desprecio. Se sacó la vieja máscara de Alwaid del bolsillo de su jubón y se la arrojó a los pies.
-Te dejaste algo en Dagmar.
-¿Y has venido hasta aquí para traérmela? ¡Qué amable! -Sonreía igual que Vidrena, y el espanto hizo que la respuesta de Tairwyn fuera más brusca de lo que había planeado.
-¿Dónde está?
-¿Dónde está quién? -Alwaid dejó escapar una risita conejil- ¿Mi querida hermanita gemela? Primero quiero ver qué otro regalo me traes -Tairwyn apartó su capa y enseñó a Wirda. Los ojos de Alwaid relucieron con una mezcla de alegría y codicia- Tendrás lo que has venido a buscar -Un trhogol fue a buscar a Vidrena- Pero tal vez la encuentres algo cambiada.
-¿Qué le habéis hecho? -Tairwyn estaba a punto de estallar.
-No te preocupes -rió Alwaid-. Su cuerpo sigue entero y su linda carita también, pero no estoy muy segura sobre lo que hay dentro de la cabeza. La mente humana es tan frágil...
La puerta del Gran Salón se abrió poco a poco, y entró Vidrena. Andaba con los brazos colgando al lado del cuerpo, vestía de blanco y algunos mechones rebeldes se habían escapado del moño que había pretendido ser como el de Alwaid. Pero lo que más asustó a Tairwyn fue la expresión vacía de su cara y sus ojos.
-Acércate, querida.
-Sí, Alwaid -Su voz sonaba mecánica, ausente. Tairwyn sintió cómo empezaba a formarse un nudo en su garganta y por primera vez en su vida agradeció la existencia de la Primera Maldición Familiar.
-Mira quien ha venido a vernos, tu animalito de Dagmar -la voz de Alwaid estaba llena de jovialidad.
Vidrena no dio muestras de reconocer a Tairwyn.
-Hola, animalito.
-Te ha traído tu espada -susurró Alwaid en tono confidencial.
-Dámela, es mía.
Aquella vez no fingía. Era cierto que no le reconocía. Tairwyn nunca había estado tan asustado.
-Dren, soy yo, Tairwyn. ¿No te acuerdas de mí?
-Dame mi espada -Vidrena dio un paso hacia él-. Es mía.
-No -Tairwyn retrocedió. Vidrena le miró con tanto odio y rencor que por unos instantes no hubo diferencias entre ella y Alwaid.
-Alwaid, dile que me la dé.
-Ya la has oído. Dale su juguetito o tendré que obligarte.
-No.
Alwaid señaló a Tairwyn con la mano extendida y comenzó a cerrarla poco a poco. A medida que la mano se cerraba, Tairwyn notaba que le faltaba el aire. Alwaid le estaba ahogando, y Vidrena le miraba con su sonrisa hueca, esperando que se rindiese. Alwaid paró cuando le vio perder el sentido. Vidrena se inclinó sobre él, le dio la vuelta, le quitó a Wirda con un gritito de alegría y salió corriendo hacia su habitación.
Alwaid corrió tras ella y la llamó. Vidrena se volvió sin soltar a Wirda.
-¿No te olvidas de algo?
-No voy a entregártela, Alwaid, ni a ti ni a nadie. Es mía y si alguien intenta quitármela la envainaré en su estómago. ¿He hablado claro?
Alwaid se preguntó si la vidriera estaba tan rota como pensaba Zetra.
Al llegar a su habitación, Vidrena cerró la puerta. Estaba sola, Zetra no consideraba necesario ponerle vigilancia. Y entonces sintió como si una vocecita fría y tintineante estuviera suplicándole. Un hormigueo recorrió sus manos, como si hubieran estado dormidas durante mucho tiempo y comenzasen a despertar. Luego se extendió a todo su cuerpo. Las sombras y visiones que habían paseado por su mente durante todos aquellos días desaparecieron, y Vidrena se sintió despertada de una pesadilla, para encontrarse en Ternoy, con Wirda en las manos. Le costó un poco recordar lo sucedido, y al principio lo lamentó.
-¡Oh, Tairwyn! ¿Hasta cuándo seguirás metiendo la pata? -Vidrena no estaba segura de cómo iba a salir de aquello, pero sí estaba segura de algo: tenía que sacar a Tairwyn de la manera que fuera. De momento, decidió fingir que seguía encantada y esperar acontecimientos. Miró a Wirda y se preguntó si de verdad aquella espada necesitaba de alguien que la empuñase.
A veces parecía saber cuidarse mejor que nadie.

*****

Durante los días que permaneció en el calabozo más lóbrego de las mazmorras del Castillo, Tairwyn lo midió más de cien veces, se hizo amigo de una araña y se cantó a si mismo todas las canciones que conocía. No le proporcionaban más comida que pan duro acompañado de agua mohosa. Solo su ardiesa testarudez le impidió volverse loco. El silencio de la oscuridad no es tan compasivo como se dice. En la oscuridad, el silencio se llena de ojos y parece convertirse en una criatura que contiene el aliento a la espera de saltar sobre su presa. El murmullo más inofensivo se convierte en siniestra carcajada, una corriente de aire en aullido, y el crujido de una puerta de madera en los pasos de la muerte. Y en el Castillo Negro de Ternoy era peor. Tairwyn incluso llegó a agradecer los alaridos que rompían el silencio de las mazmorras.
Pero a pesar de la mala calidad de la comida y de que el calabozo era húmedo, frío y hediondo, el encierro permitió al jeddart descansar de las fatigas del viaje.
Y un día, Alwaid fue a visitarle.
-Mañana tendrá lugar la Ceremonia. Aunque no necesitas saberlo, te explicaré lo que va a ocurrir: subiremos a la Montaña y allí tu Dren te cortará el cuello con Wirda -añadió con una de aquellas sonrisas que cuajaban la sangre.
Él no estaba dispuesto a dejarse intimidar. Se irguió y levantó la cabeza como si estuviera montando guardia en la puerta de Dagmar, y procuró darle a su voz un tono ligero, aunque no sarcástico.
-Muy amable por decírmelo.
-Conmovedor, ¿verdad? Mi madre -recalcó las palabras de una forma que casi hizo sonreír a Tairwyn- no me ha explicado del todo en qué consiste la ceremonia, pero parece que hay que sacrificar un humano de buen corazón y todo eso, y tú eres lo mejor que tenemos por aquí. Aunque, claro, yo podría hacerla cambiar de idea -Se acercó y le echó los brazos al cuello- ¿No soy más hermosa que esa reinecita sin corona? -susurró en su oreja. Tairwyn sintió aquella fría mano izquierda enredándose en su cabello y pensó que la tenía a su merced. Bastaba un movimiento para rodear su cuello con las manos, apoyar los pulgares en su fría garganta y... ¿y luego qué? Alwaid, ajena a lo cerca que había estado de ser estrangulada, rozó con sus labios, tan fríos como sus manos, los de él- Solo una palabra y Ternoy y yo seremos tuyos para siempre.
-No, gracias. He hecho demasiadas tonterías por una chica como para conformarme ahora con otra.
Los años llevando máscara no habían enseñado a Alwaid a que los sentimientos no se le reflejasen en el rostro. Soltó a Tairwyn y retrocedió.
-¡Ningún hombre rechaza a Alwaid y vive para contarlo!
Él se rió.
-No te preocupes, nunca lo contaré. Escucha, jovencita, no es que quiera ofenderte. Eres muy linda, en serio, pero no era a ti a la que tenía que tirar de los pies para que no trepase a las higueras, ni eras tú la que hacía que me perdiese por el bosque tratando de que no se perdiera. No me comí una seta venenosa para demostrarte a ti que lo era, ni fue a ti a la que traté de proteger en Galenday. Así que no te esfuerces, puede que tengas la cara de Vidrena, pero nunca serás ella por más que lo intentes.
-Eso ha sido lo más cursi que he oído en mi vida.
-Pienso lo mismo, pero no retiro ni una palabra.
-No creo que ella sienta lo mismo por ti -Alwaid trató de ser burlona- Debe haberte considerado un fastidioso estorbo. Lo comprobaremos mañana, desencantándola en cuanto te corte el cuello. Piensa en eso antes de dormirte. Lástima, animalito. Podría haberte hecho inmortal, ¿sabes?
-¿Para pasar la eternidad contigo? Prefiero estar muerto.
-Me ocuparé de ello, no te preocupes.
CAPÍTULO 25



Tairwyn no durmió en toda la noche. No habría podido hacerlo aunque hubiese querido. Se preguntó una y otra vez como podía haber sido tan necio. Ni siquiera había podido hablar con Vidrena, en su lugar había tenido que conformarse con el simulacro de conversación de aquella cáscara vacía. Pensó en Hyrna, esperando en Dagmar y confiando en que él no iba a fracasar, y se alegró de tener que morir para no explicarle todo aquello.
La grisácea mañana de Ternoy llegó por fin, y dos trhogol fueron a buscar a Tairwyn. La ascensión a la Montaña del Fuego Azul fue fácil. Había una escalera excavada en la lava que brigadas de esclavos mantenían en buen estado retirando a diario las escorias y cenizas. En lo alto, al borde del cráter, había un ara de sacrificios. Zetra estaba allí vestida de negro, y a su lado Alwaid vestida de rojo. Le ataron al ara con ásperas cuerdas y esperaron.
Vidrena llegó poco después, rodeada por diez seres ataviados de forma que no se viera ninguna parte de su cuerpo. Vestía de blanco y llevaba a Wirda en un almohadón negro. Al verla, Alwaid y Zetra se apartaron y la dejaron sola ante el ara. Tairwyn oyó como comenzaba una especie de invocación, y los seres encapuchados seguían el ritmo con chasquidos de dedos y onomatopeyas. Vidrena se situó a la cabeza del altar y apoyó la punta de Wirda sobre el cuello de Tairywn como Alwaid le había dicho que debía hacerlo.
-Vidrena -pronunció Tairwyn, con mucho cuidado- No he venido desde Dagmar para esto, ¿sabes? -Ella no hablaba, y Tairwyn comenzó a hablar cada vez más deprisa, temiendo que Zetra terminase antes que él- Tenía algo que decirte, pensaba que al oírlo te escaparías, ahora ya no estoy tan seguro pero debo hacerlo de todas formas. Dren, lo que te enseñó la Dama Gris solo era una parte de lo que ocurrió en Crinale. ¡Igron acabó cediendo! Puede que en estos momentos estén todos en Dagmar esperando a que regreses. Todos queremos que regreses, y yo más que nadie. Vidrena, sé quien eres y no me importa. Te quiero, seas quien seas, te he querido siempre, bueno, siempre no, solo desde que me acuerdo. He tenido que atravesar Ternoy para atreverme a decírtelo, ¿no es gracioso? -Las manos de Vidrena temblaron. Tairwyn pensó que había cometido un error y trató de no pensar en lo que le ocurriría a su cuello si las manos de Vidrena temblaban más. Aún recordaba las historias que se contaban sobre la muerte de Naym. Zetra continuaba la invocación. Vidrena seguía sin decir nada- Te quiero -repitió Tairywn, esperando que aquellas no fuesen sus últimas palabras.
-¿Te parece que este es el momento oportuno para declararse? -Vidrena habló sin mover apenas los labios.
-¡Es... estás... estás libre!
-¡Cállate! ¿Quieres que se enteren? Si esta es tu idea de un rescate, me alegro de que nunca me hayas rescatado. ¡Te dije que no hicieras tonterías!
-Y también que me esperarías.
-¡Ahora! -Al oir el grito de Zetra, Vidrena descargó un golpe sobre Tairwyn. Él intentó gritar, pero su voz no le obedeció. Cerró los ojos, deseando que su muerte no fuese demasiado dolorosa, pero no sintió nada.
-Levántate, idiota, estás libre -Tairwyn abrió los ojos y vio que Vidrena había cortado las cuerdas.
-Casi me matas del susto.
-¿Karn no te enseñó este truco?
-¿Qué está ocurriendo?
Vidrena se volvió hacia Zetra.
-Tu plan ha salido mal, bruja. Me da igual que seas mi madre. Sé quién soy, lo he sabido siempre y tú no tienes nada que ver con ello. Puede que la sangre sea más espesa que el agua, pero no es más que un líquido de color escandaloso, sabor desagradable y olor asqueroso.
La cara de Zetra se volvió verdeamarillenta. Todos sus planes acababan de irse a algún lugar desagradable y no se explicaba cómo. En aquel momento no le importaron la Ceremonia, ni Wirda, ni recuperar su poder. Solo la venganza.
-¡No le hables así a tu madre, malcriada! -Levantó la mano y un viento huracanado arrastró a Vidrena y Tairwyn. Trataron de aferrarse al ara, pero la piedra era resbaladiza y el fuerte viento los arrastraba poco a poco hacia el cráter. Vidrena, que no quería soltar a Wirda, se sostenía a duras penas con una mano. Sus uñas chirriaban al resbalar sobre el ara. El aullido del viento le impedía oír su propia voz.
-¡Tai! ¡Yo también te quiero!
-¡A buenas horas lo dices!
-¡Un poco de sinceridad antes de morir nunca viene mal!
No pudo resistir más y fue arrastrada al cráter. Tairwyn gritó y se soltó para ir tras ella. Zetra rió.
En el interior del cráter, Vidrena preguntó:
-¿Por qué no caemos?


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