Wirda (Libro III: El Regreso de Vidrena)

21 de Mayo de 2003, a las 00:00 - Condesadedia
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CAPÍTULO 3

 Las jeddart de la Guardia de Kayleena se consideraban a si mismas muy especiales. Para empezar, eran la única Compañía de Ardieor integrada solo por mujeres, y ni siquiera se las llamaba Compañía, entre otras cosas porque no tenían Capitana fija. El cargo correspondía por turnos trimestrales a todas las que hubieran permanecido más de tres años en la Guardia.
 Aquel trimestre, la Capitana de la Guardia de Kayleena era Yarla Andlier, de veinticuatro años, nariz respingona, pelirroja, con una sorprendente escasez de pecas en la cara y una no tan sorprendente escasez de rodeos y contemplaciones. Una fea cicatriz en su muslo derecho y otra en el hombro, muy cerca del cuello, aparte de otras casi invisibles en diversas partes de su cuerpo, demostraban que al menos de temeridad no andaba escasa.
 En su calidad de Capitana, le había correspondido dar la bienvenida a Norwyn y la Segunda del Valle, y todos sus acompañantes, acomodarles lo mejor que había podido en la Casa Aletnor, escoger una pequeña escolta para Lym Vaidnel, que insistía en ir al Castillo a entregar su mensaje a la Dama Gris a pesar de la hora que era, y tratar de escuchar con el oído pegado a la cerradura de los aposentos de Kayleena qué demonios había ocurrido para que se presentaran de madrugada, con tanta gente y al parecer, para quedarse.
 Cuando regresó al dormitorio común de la Guardia, sus mejillas se habían vuelto del color del pergamino. Cuando terminó de contarles a sus compañeras que el Señor de Ardieor había sido depuesto, que el Hechizo del Valle se había roto, Layda había sido secuestrada, Jelwyn se había ido a buscarla y nadie sabía dónde estaban Garalay, el Sello Ardiés ni Níkelon (aunque Nor sospechaba que el galendo se había ido con Jelwyn), todas se quedaron igual de pálidas.
 Las que permanecían sentadas, se levantaron de un salto al percibir los pasos que se acercaban, y cuando Kayleena entró, las cien jeddart se dejaron caer sobre una sola rodilla (un jeddart nunca se arrodilla del todo) e inclinaron la cabeza.
 -No hagáis tonterías, no soy la Señora de Ardieor. Solo he aceptado representarle hasta que regrese.
 -¿Y si no... ?
 -Lo hará. Jelwyn no es de los que se dejan matar. Ahora estad preparadas. Tengo el presentimiento de que Dulyn vendrá  muy pronto a reclamar lo que cree que le pertenece.
 -¡Que lo intente! -La jeddart sonrió de una forma que dejaba ver más de lo deseable una feroz dentadura- Se va a enterar de lo que es bueno.
 Kayleena levantó la mirada y suspiró. Había esperado que hubiera complicaciones desde que Norwyn le había dicho que tenía permiso de Jelwyn para matar a su testarudo primo si era necesario. Seguro que se lo había contado a toda la Guardia.
 Como en respuesta a la bravuconada de la joven, unos fuertes golpes procedentes de la puerta exterior resonaron en toda la casa.
 -¡Por las enaguas de Rhaynon, qué pronto ha reaccionado!
 -Chicas, formalidad. Que nadie mate a nadie sin mi permiso. Y vigilad vuestro lenguaje, que os conozco.

*****

 Vidrena no tenía sueño. Nadie lo tendría después de haber dormido cien años, pero ni siquiera antes Vidrena había sido de las que duermen toda la noche. Levantó la cabeza para mirar las estrellas, solo para recordar que en Ternoy no las había.
 Hacia el sur estaba Dagmar. Vidrena procuró suspirar en voz baja para no despertar a Garalay. Deseaba con todas sus fuerzas ir hacia el sur, a ver qué había hecho Alwaid con su castillo, sentir tierra ardiesa bajo sus pies y ver estrellas al levantar la cabeza por la noche. Pero no era posible. Cosas más importantes la esperaban en el norte.
 -¿Pensando otra vez, Dren?
 -¿Tú tampoco puedes dormir?
 -De noche no -Alwaid miró a Garalay, que dormía hecha un ovillo al lado de los rescoldos de la hoguera- Es bonita, ¿verdad?
 -No tiene más remedio, es mi tataranieta -Vidrena no pudo evitar un escalofrío. Hasta que había pronunciado la palabra, no se había dado cuenta de lo vieja que era ella en realidad. Miró a Alwaid-. Podrías haberme dejado morir, allí abajo. Te habría bastado con no matar a aquel bicho, o cerrarme la puerta de salida del túnel en las narices y dejar que la Fortaleza me aplastara.
 -Sí, y luego vérmelas con una Lym furiosa. Ya has visto lo que puede hacer. -Garalay se removió inquieta en sueños y murmuró algo. Alwaid bajó la voz- ¿Sabes en qué nos estamos metiendo, Dren? -Vidrena no contestó-. No tenemos comida, no tenemos más armas que nuestras espadas y mi ballesta, y solo me dio tiempo a coger tres o cuatro dardos antes de que derribaras la Fortaleza...
 -¿Tengo yo la culpa de que tu famosa fortaleza estuviera tan mal construida que se cayó al romperse una columna? -Alwaid apretó los labios y miró el fuego.- Improvisaremos.
 Alwaid le devolvió la mirada.
 -Improvisaremos -repitió- Bueno, es tu vida. Yo, como ya estoy muerta...
 -¿Qué se siente?
 -Es incómodo. No te imaginas lo difícil que es peinarse sin un espejo. Beber sangre tiene gracia los diez primeros años, pero con el tiempo se vuelve monótono. A veces sueño con ensaladas y filetes muy hechos. ¡Menos mal que nunca me ha gustado el ajo!
 -Tendrá  sus compensaciones.
 Alwaid sonrió.
 -Bueno, hasta hace un par de días, no tenía que preocuparme por que alguien me matase.
 -De momento, puedes dormir tranquila.
 -Quiero que sepas que solo cumplía con mi deber. Si hubiéramos estado en el mismo bando hasta me habrías caído bien. Incluso creo que empezabas a gustarme.
 Vidrena pensó que prefería no saber qué le habría hecho Alwaid si ella no hubiera estado empezando a gustarle. Y aquello le recordó que hacía tiempo que quería preguntarle algo a su gemela maligna.
 -¿Ella te habló alguna vez de Gartwyn?
 No le había dado ninguna entonación especial, pero Alwaid sabía tan bien como ella a quién se refería el pronombre. Vidrena la notó un poco nerviosa al responder:
 -¿A qué viene eso ahora?
 -Cuando creyó que yo sería lo bastante mayor para entenderlo, mi abuelo me llevó a pasear donde no pudieran molestarnos y me dijo: "Dren, como sé que pronto comenzarás a oír cosas, voy a contarte la verdad antes de que lo haga otro". Y me explicó que nadie sabía quién era mi madre, excepto tal vez Dinel, y ella no quería decirlo, y que mi padre vivía en Crinale con su esposa y mis medio hermanos. Así que he pensado que tal vez a ti te ocurrió algo parecido.
 Alwaid tardó tanto en contestar que Vidrena creyó que se había dormido.
 -Ella me lo explicó todo desde el principio. Mi origen, sus motivos y mi misión en la vida. Me mostró varias veces a Gartwyn en el Espejo. Le Miraba a menudo. Incluso vimos cómo te quedabas paralizada como una idiota mientras aquella criatura le apuñalaba. ¿Qué te ocurrió, Dren? ¿Un ataque de miedo?
 Vidrena resopló.
 -Deberías haber conocido a Igron. Hacéis buena pareja.
 De repente, le llegó una imagen a la mente. La cara de Tairwyn ante las ruinas de Graynan, y su juramento de vengarse de quien hubiera hecho aquello. Se preguntó si él consideraría una especie de traición que ella aún no hubiera clavado una estaca en el corazón de Alwaid.
 -Tú has empezado -Alwaid sonrió-. ¿Sabes por qué ella no puede pronunciar tu nombre?
 -¿Algún defecto en la lengua?
 -Porque no es el que ella te dio. Fue Dinel quien te lo puso después de secuestrarte.
 -Es curioso, Dinel lo llamó rescate.
 -¿Nunca te has preguntado por qué te rescató a ti y no a mí? ¿Si se guió por algún criterio o se limitó a llevarse a la primera que vio? -Miles de veces, pensó Vidrena, pero no iba a reconocerlo ante Alwaid-. ¿Si te eligió porque la mayoría de los hombres se sienten más dispuestos a morir por una heroína rubia, o si lanzó una moneda al aire para decidirse? ¿Nunca te has preguntado si no eres yo por el espesor de una moneda?
 -Seguro que hubo un motivo.
 -Tu madre te llamó Asrin. Ése es el nombre que sabe pronunciar.
 -Sus defectos de pronunciación no son problema mío.
 Alwaid movió la cabeza.
 -La legendaria testarudez ardiesa.
 Ninguna de las dos volvió a hablar en toda la noche.

*****

 Dulyn había irrumpido en la habitación de la Dama Gris mientras ella hacía inventario de las existencias de hierbas medicinales. La joven había dado órdenes de que no la molestasen, pero al ver la cara de Dulyn se había tragado la protesta. No se había quejado cuando él la había casi arrastrado al patio de armas con bruscos modales ni cuando había visto que allí les esperaban ni más ni menos que siete jeddart. Así que esas tenemos, había pensado mientras cabalgaban al paso hasta la Casa Aletnor. Iba a ser divertido.
 Kayleena les había hecho esperar. La Dama Gris observaba con disimulo cómo la vena de la frente de Dulyn se hinchaba cada vez más, hasta que Kayleena entró en la Sala. La Dama Gris no necesitó más que una ojeada para ver que ella también llevaba una escolta de siete. Yarla, Norwyn, tres chicas de la Guardia y dos jeddart del Valle.
 Y Dulyn estaba a punto de hacer el idiota como siempre.
 -Buenas noches, sobrino. ¿No podías dormir?
 -Vamos al grano, Dama Kayleena. Quiero el Juramento. Ahora mismo.
 Kayleena miró a la Dama Gris.
 -Bienvenida, Artdia Comelt. ¿Has venido a visitar a tus compañeras?
 -Déjate de evasivas, Kayleena. Mi tío ha enloquecido, Layda ha desaparecido y Jelwyn ha huido de Ardieor, así que yo soy el Señor de Ardieor -Kayleena ladeó la cabeza, con una semisonrisa incrédula-. Estoy esperando.
 -Por mí puedes esperar a que te crezca barba y te llegue al suelo, sobrino. Si alguien tiene derecho a ser la Señora de Ardieor soy yo.
 -Mi padre...
 -Tu padre está  muerto, Dulyn. Yo soy la pariente viva más cercana del Señor de Ardieor, así que el Sello me corresponde a mí. Recuerdas nuestras leyes y costumbres, ¿verdad?
 Cuando Kayleena pronunciaba con tanta suavidad y delicadeza cada palabra, era el momento de correr para ponerse a salvo. Pero Dulyn debía estar en uno de sus días temerarios.
 -Ya es hora de que algunas costumbres cambien.
 -Los Aletnor de Dagmar hemos gobernado Ardieor desde el principio, y lo seguiremos gobernando mientras los ardieses quieran. No vamos a renunciar por el capricho del descendiente de una princesa deshonrada y del segundón de un hidalgüelo del Sur de Galenday.
 Dulyn respingó como si le hubieran golpeado el codo contra algo puntiagudo. La Dama Gris, que, como todo Ardieor, sabía lo orgulloso que estaba Dulyn de su lejano parentesco con la Casa Real de Galenday, apenas pudo contener una sonrisa maliciosa. Y estuvo al borde de la risa histérica cuando vio que Kayleena miraba de soslayo a "Vidrena conquistando el Castillo Negro", tal vez temerosa de que la antigua Señora de Ardieor saltase del tapiz para vengar el insulto a su hermana.
 -Di los Aletnor del Castillo Negro. ¿Por qué no reclamas de paso el trono de Ternoy? O mejor aún, ¿por qué no les entregas Lo que Queda de Ardieor? Después de todo, tus gloriosos antepasados ya entregaron el resto.
 -Y tu anterior Dama Gris era una traidora.
 La Dama Gris hizo un intento de llamada a la sensatez. La Orden estaba de parte de los Aletnor de Dagmar hasta la muerte y más allí, recordó. Pero las Damas Grises siempre habían guardado un poco de su lealtad para los Gobernadores de las ciudades donde vivían.
 -¿Por qué no convocamos un Consejo y lo... ?
 Por una vez, Dulyn y Kayleena se mostraron de acuerdo.
 -¡NO!
 -Solo era una idea.
 -Si no has venido a jurar lealtad hasta la muerte y más allí  al verdadero Señor de Ardieor, es mejor que te vayas, sobrino. Y no regreses hasta que estés dispuesto a portarte como un jeddart.
 La Dama Gris miró a su alrededor. Veía, lo mismo que debía estar viendo Dulyn, que a la escolta de siete se habían unido al menos otros siete jeddart, todos con la misma expresión ceñuda que Norwyn y las manos en las empuñaduras de sus espadas. Una persona sensata, pensó, ya estaría doblando la rodilla. Pero estaban tratando con Dulyn de Comelt.
 -Nos vamos. Pero si nosotros no podemos entrar en esta casa, Señora, tú no podrás salir. Artdia Comelt, nos vamos.
 Ella sintió que se le secaba la garganta. Notó las miradas fijas en ella, los alientos contenidos en espera de una respuesta. Incluso creyó oír los latidos de los corazones.
 -No.
 Dulyn inclinó la cabeza. La Dama Gris supuso que ya se lo esperaba.
 -Como quieras.
 Y él y su escolta salieron con las barbillas apuntando al cielo y las espaldas rectas como lanzas.

*****

 Otro amanecer. Otro mediodía. Más barro, más agua sucia, más animales asquerosos, más silencio. Otro maravilloso día en los Pantanos.
 Y Jelwyn se había equivocado. Briana estaba aguantando. De hecho, pensaba Níkelon, estaba soportando el viaje mejor que él mismo. O al menos, con más ánimo.
 Ánimo. Níkelon no pudo evitar que la palabra le hiciera sonreír. ¿Cuánto hacía que la conocían? ¿Tres, cuatro días? En tan poco tiempo, el tipo más siniestro que había conocido en su vida se permitía a si mismo sonreír más de una vez al día, y Níkelon habría jurado que le había oído tararear "Tragando barro en los Pantanos". Jelwyn se preocupaba de que Briana se terminase toda su ración de comida, no se dormía hasta que ella había cerrado los ojos, incluso trataba de elegir el mejor sendero para evitar que la chica tropezara. Y eso que su primera intención había sido dejarla atrás.
 -Oh, vaya, Gris ha traído otra cosa de esas.
 -Buena chica, Gris. Pero podrías traerlas de dos en dos.
 -O de tres en tres -Jelwyn tomó por la cola a la pequeña bestia-. Voy a despellejarla -anunció con tanta solemnidad como si se tratase de un enorme ciervo.
 Briana le miró alejarse.
 -¿Por qué se va cada vez?
 Níkelon ya comenzaba a sentirse molesto.
 -¿Quieres que sea sincero?
 -¡Por favor!
 -Creo que intenta dejarnos solos el mayor tiempo posible para que me enamore de ti y olvide a su hermana.
 Briana abrió los ojos todo lo que pudo.
 -Creía que erais su amigo.
 -Él cree que lo hace por mi bien.
 -Pues no os ofendáis, pero creo que no va a dar resultado. No es que seáis desagradable, pero...
 -No te preocupes, a mí me ocurre lo mismo. -Le tendió la mano-. ¿Amigos?
 -Claro -Briana estrechó la mano de Níkelon. Se estremeció al ver que la mirada de él se desviaba hacia el Signo-. No es un dragón.
 Él apartó la mirada del Signo para clavarla en sus ojos.
 -¿Quién ha hablado de dragones?
 Briana sintió que se le había secado la garganta.
 -Todo el mundo -soltó-. Desde que llegué a Dagmar todo el mundo habla de dragones. ¡Y estoy empezando a estar harta! ¿Qué le ocurre a la gente de esta parte del mundo con los dragones rojos?
 Níkelon la miró como calculando qué debía o no decirle.
 -No le digas a Jelwyn que te lo he contado.
 Y así fue como, por primera vez, Briana oyó la historia completa de los Aletnor de Dagmar después de que Garlyn les abandonara, la Profecía, las cuatro señales y las teorías que las Damas Grises habían elaborado a partir de ellas. Briana no se rió al oírlo, como él esperaba, sino que palideció y se mordió el labio inferior. Níkelon creyó oír el mecanismo de su cerebro encajando las piezas que él le había dado con las que tenía ella.
 -Es lo más... extraño que he oído en mi vida.
 -Pues es lo que nos ha traído aquí, aunque parezca increíble.
 Briana miró a su alrededor.
 -¿No creéis que Jelvin tarda demasiado?
 Era incapaz de pronunciar el nombre a la manera ardiesa. Jelwyn había abandonado al quinto intento, y Níkelon trataba de no sonreír cada vez que notaba el leve espeluzno que recorría a su amigo cada vez que oía la versión lossianesa de su nombre.
 -Tal vez está intentando pescar.
 -¿Sin caña?
 -Así es él.
 -¿Hace mucho que le conocéis?
 -No lo sé. A veces pienso que le conozco toda mi vida, y otras que nunca llegaré a hacerlo. Todos los ardieses son extraños, y él es el peor de todos.
 -Pero si os dijera "Seguidme al séptimo infierno", ni siquiera pensaríais en decir que no.
 -Él nunca diría eso. Es un héroe siniestro y solitario. No se necesita más que a si mismo y cualquiera que quiera acompañarle corre el peligro de ser abandonado en medio de Ardieor. O en medio de los Pantanos.
 Briana se rió.
 -Aun así, tarda demas..
 Y entonces oyeron el grito pidiendo ayuda.

*****

 Dayra empezaba a necesitar un trago. Aquella debía haber sido la patrulla más aburrida de los últimos cien años. Ya comenzaba a encontrar sospechoso que siempre le tocase a ella patrullar la Frontera Sur. Seguro que era lo único en lo que Jelwyn y Dulyn se ponían de acuerdo.
 Al ver de nuevo el Castillo de Comelt, tan ceñido a la montaña que parecía parte de ella, con aquellas murallas como brazos rodeando la ciudad a sus pies, tuvo la extraña impresión de que más que abrazarla trataban de ahogarla, y se estremeció.
 -Capitana, viene alguien -Dayra miró hacia delante, protegiéndose los ojos con la mano-. Parece uno de los nuestros.
 -Por supuesto. Los trhogol no pueden pasar el Círculo, ¿verdad?
 El jeddart se ruborizó al oír su tono irónico.
 -Quiero decir de la Segunda.
 Dayra le sonrió. El pobre no tenía la culpa de que ella estuviera de mal humor. Y el ver a aquel jeddart cabalgando hacia ellos como si se hubiera vuelto loco la hacía desear más de un trago.
 -Ve a preguntarle qué ocurre.
 El joven espoleó a su caballo, deseoso de quedar bien con su Capitana. Dayra le vio alcanzar al otro, detenerse y tras una breve conversación regresar los dos al paso.
 -Capitana -saludó el jeddart. Dayra frunció el ceño.
 -¿No te había dejado en la torre cerca del puente de la Frontera?
 -De ahí vengo, Señora. Iba a la ciudad cuando he visto que os acercabais y he decidido venir a decírtelo antes que a nadie.
 Donde el jeddart había dicho nadie, ella entendió Dulyn. Dayra levantó la ceja derecha sin desfruncir el ceño. Fue toda una hazaña, pero no impresionó al otro.
 -¿Decirme el qué?
 -No te lo vas a creer, pero hay un caballero galendo con armadura completa desafiando a los ardieses en el Puente de Comelt. A todos los ardieses. Incluidos los que aún no han nacido, los muertos, los ríos, los bosques y los animales. Dice que somos traidores y... fementidos, sea lo que sea eso, y que quiere hacernos pagar cara nuestra osadía. Más o menos.
 -¡Como si no tuviéramos bastantes problemas! -Era la excusa perfecta para evitar Comelt por el momento, pero Dayra disimuló su suspiro de alivio. Seleccionó seis jeddart que la acompañaran, ordenó al resto que le explicasen a Dulyn lo ocurrido, y se dirigió con su escolta y el mensajero hacia el Puente de Comelt.
 Allí estaba, esperándoles. Tenía un caballo blanco que piafaba y caracoleaba, con bridas enjoyadas, una armadura reluciente, un yelmo con cimera en forma de cabeza de león, un escudo con una rosa roja coronada sobre fondo blanco, una larga lanza y una espada. Y mucha imaginación, por lo que Dayra pudo entender del desafío. Debía hacer al menos tres días que estaba desafiando y aún no se le habían terminado las personas, animales y cosas a las que desafiar. Dayra se preguntó si habría comido, dormido o satisfecho alguna necesidad básica, y si en este último caso se habría quitado la armadura.
 Al verles, el caballero dejó de obligar a moverse al caballo, levantó la espada en señal de desafío y volvió a comenzar con lo de traidores y fementidos y todo aquel montón de tonterías que, ahora que lo recordaba, Dayra había leído un par de veces en la copia de "Arnthorn el intrépido" que tenía en el castillo. La joven sonrió, se ajustó el casco bajo la barbilla y ordenó al jeddart que cabalgaba a su izquierda que aceptase el desafío.
 -¿Yo?
 -En mi nombre. No quiero que ese caballerito sepa que soy una mujer hasta que le haya enseñado unas cuantas cosas sobre traición y fementimiento.
 El jeddart respondió al desafío. El caballero se bajó la visera, se protegió con el escudo y enristró la lanza. Dayra desenvainó la espada, espoleó a su caballo y galopó colina abajo hacia el puente.
 En cuanto a armamento, la ventaja estaba de parte del caballero, pero el caballo de Dayra no llevaba tres días caracoleando, iba cuesta abajo y lo montaba una jinete furiosa. Dayra esquivó con un  ágil quiebro de su cuerpo la lanza del caballero y la rompió de un solo golpe de espada. De paso, golpeó el escudo y le hizo una abolladura. Pero el galendo pasó de largo, hizo dar la vuelta al caballo, desenvainó la espada y volvió a cargar contra Dayra, ahora desde arriba.
 Dayra cargó en línea recta. Si uno de los dos no se apartaba, ambos caballos (por no hablar de los jinetes) iban a terminar con el cráneo fracturado. El galendo lo entendió y trató de desviar su trayectoria, o al menos de frenar al caballo, pero Dayra no se detuvo. Se irguió sobre los estribos y, para sorpresa del caballero, saltó sobre él. Los dos rodaron por el suelo con gran estrépito metálico. Un grito de alarma salió de los jeddart, pero Dayra se las había arreglado para caer encima. Se incorporó, jadeante, y apoyó la punta de su espada en la junta entre el yelmo y la coraza. El caballero, que había hecho inútiles esfuerzos por levantarse, se quedó quieto.
 -Apretad vuestra espada, ardiés, y arrebatadme la vida, ya que me habéis despojado de mi honor.
 Dayra suspiró.
 -Tu honor me importa una boñiga de vaca, galendo. Quiero saber quién eres y qué te hemos hecho para que estés tan enfadado con nosotros.
 -¡Oh, dioses, vencido por una mujer! ¡Ahora sí que deseo estar muerto!
 Dayra envainó la espada.
 -Créeme, sería un placer concederte tu deseo, pero no me gusta matar humanos, aunque sean tan idiotas -Tendió la mano al caballero caído-. ¿Vas a contestar a mi pregunta, sí o no?
 -Puedo levantarme solo.
 Dayra levantó la ceja poniéndolo en duda, pero se apartó y cruzó los brazos mientras el caballero luchaba contra su propio peso para incorporarse. Tras denodados esfuerzos, logró mantenerse sobre sus piernas, se quitó el yelmo, se echó el pelo atrás, se inclinó y besó la mano de Dayra.
 -Soy Anhor de Erdengoth, de la Guardia Real de Crinale.
 -Dayra Hamlyn, Gobernadora de Comelt -Dayra entornó los ojos-. Erdengoth... ¿Eres el hermano de Nikwyn?
 -Si con ese nombre os referís al Príncipe Níkelon de Erdengoth, me temo que sí. ¿Dónde está?
 -Es una historia demasiado larga para contártela aquí. Será mejor que me acompañes a Comelt.
 -¿Como prisionero?
 -Si te empeñas... pero sería más cómodo para los dos que fueras mi invitado.
 Los dientes de Dayra, algo desiguales pero sanos, centellearon en una sonrisa. Anhor hizo otra reverencia y volvió a besarle la mano.
 -Con vuestro permiso, Señora, hay algo que debo hacer con urgencia. Luego seré todo vuestro.
 Dayra trató de no sonreír al verle caminar, todo lo deprisa que podía sin perder la dignidad, hacia unos matorrales tras los cuales desapareció. Luego se volvió y silbó a su caballo para que regresara.
 Bueno, pensó, no ha sido un viaje perdido, después de todo.
 El chico era muy guapo, aquello había que reconocerlo. Pero ella seguía necesitando un trago.

*****

 Jelwyn estaba rodeado. Eran siete, vestidos con cortas túnicas de cuero y abarcas, con las piernas envueltas en unas pieles atadas con tiras de cuero, llevaban los cabellos largos, recogidos a la espalda, estaban armados con unas lanzas que parecían muy afiladas y le amenazaban con ellas, aunque por el momento no se habían decidido a utilizarlas.
 Jelwyn empuñaba su espada con la cara más fiera que podía poner alguien sorprendido con agua hasta las rodillas, con un pequeño mamífero despellejado en una mano, y que trataba de hacer olvidar a la inesperada aparición que en el momento en que le habían encontrado estaba tratando de utilizar su espada como arpón para pescar.
 Cuando Níkelon llegó corriendo, seguido por Briana y una desesperada Gris, la mitad de los amenazadores habitantes de los Pantanos se dieron la vuelta como uno solo y se quedaron mirándole.
 Jelwyn envainó su espada con toda la tranquilidad que pudo aparentar y guiñó el ojo a Níkelon entre dos de los guerreros, o tal vez cazadores, de los Pantanos.
 Níkelon comprendió. Supo que estaba en uno de esos momentos. Sintió como si Garalay le estuviera susurrando al oído lo que debía hacer.
 Y lo hizo.
 Cerró su mano izquierda, la extendió de forma que se viera el anillo de hierro y dijo, esperando que de alguna manera, aquellos hombres entendieran el ardiés:
 -He vuelto.
 Nunca hasta entonces un discurso tan corto había causado una reacción tan espectacular. Los siete hombres cayeron de rodillas, y el que parecía el más viejo incluso se echó a llorar.
 Y luego, en un ardiés vacilante, les invitaron a su aldea.
 No era más que un círculo de cabañas situadas alrededor de una pequeña plaza. Níkelon pensó que debía estar construida sobre el único terreno seco que había por allí. Había otras cabañas construidas sobre los arbustos más altos (que allí debían tener categoría de  árboles), y una especie de cobertizo algo alejado.
 Níkelon fue recibido con un entusiasmo que casi le dio miedo. Aunque las Damas Grises se lo habían dicho, no esperaba que de verdad aquella gente le hubiera estado esperando durante cien años, que recordasen y creyesen cada palabra que había pronunciado Hildwyn. En un instante toda la aldea se movilizó para prepararles una cena, alojamiento y cualquier cosa que desearan. Sacaron todas sus reservas de una especie de bulbos y tubérculos que debían constituir la base de su alimentación, les sirvieron agua limpia y fresca (Níkelon se preguntó de dónde la sacarían) y una especie de cerveza suave, e incluso sacrificaron y asaron un ternero.
 Desde que habían salido del Valle no habían comido tan bien. Níkelon miró de reojo a Briana, que parecía maravillada ante tantos manjares, y se preguntó cuánto tiempo habría pasado la muchacha sin probar una comida decente.
 -¿Te quedarás con nosotros?
 Níkelon dejó de comer, algo avergonzado de sus modales, y bajó la mirada hacia la cara del niño. Jelwyn sonrió.
 -Claro que se quedará con vosotros. Para eso ha venido.
 Todo había ocurrido tan deprisa que a las Damas Grises no les había dado tiempo a explicarle a Níkelon lo que debía hacer en los Pantanos. Liberarles... se decía muy pronto, pero él no tenía ni idea de cómo se liberaba a la gente.
 -¿Puedo ver la espada? -preguntó uno de los ancianos. Níkelon la desenvainó y la dejó clavada en el suelo, advirtiendo con la mirada a Jelwyn que no se riese. La gente de los Pantanos se quedó mirándola con la boca abierta, con los ojos fijos en las dos "tes" grabadas cerca de la empuñadura. Níkelon esperaba que de un momento a otro alguien se arrodillara para adorarla.
 Pero un risueño alboroto estropeó la solemnidad del momento: unas muchachas se habían atrevido por fin a acercarse a Briana y a tocarle el pelo. La joven lossianesa no había sabido reaccionar de otro modo que quedándose quieta y esperar que se cansasen de ella. No había dado resultado. En aquel momento, estaban abrumándola a preguntas sobre las características de su cabello, cómo lo cuidaba y si aquel era su color natural.
 -¿La chica es tuya? -le preguntó el anciano a Níkelon.
 Níkelon estuvo a punto de contestar que Briana no era de nadie, que había elegido acompañarles por su propia voluntad, pero entonces su mirada cayó sobre Jelwyn, que observaba la escena como preguntándose si debía intervenir, y respondió:
 -De él.
 Jelwyn volvió la cabeza como si le hubiera mordido algo. Níkelon respondió a su mirada furiosa con una inocente sonrisa.

*****

 Era una noche tranquila en "La espada partida". De hecho era una noche tan tranquila que el tabernero, sus dos hijos, su hija y las dos camareras estaban sentados alrededor de una de las mesas jugando a los dados. Como el tabernero era muy escrupuloso con ciertas cosas, las apuestas se realizaban con garbanzos secos. Su hija iba ganando.
 El perro, que dormitaba junto a la chimenea, levantó la cabeza, enderezó las orejas y ladró. Poco después, la puerta se abrió y una ráfaga de viento acompañó al interior de la taberna a siete jeddart y a un completo desconocido. Uno de los jeddart apartó la capucha que cubría su cara. Al reconocer a la Gobernadora Dayra, el tabernero sonrió como un profesional e hizo una reverencia.
 -¡Señora! ¡Cuánto honor volver a verte! ¿Cuándo has llegado?
 -Acabo de llegar.
 Dayra hizo un gesto a sus acompañantes y se sentaron alrededor de la mesa más cercana a la chimenea. El perro se les acercó moviendo la cola. Dayra le rascó entre las orejas.
 -Hola, "Bicho".
 -¿Qué va a ser? -El tabernero, con las prisas, se había atado mal el delantal pero confiaba en que sus clientes no lo notasen- ¿Sidra, vino, cerveza, Reserva Especial? ¿Algo de comer?
 -Buena idea. Trae algo de comer, lo que tengas preparado. Y vino para todos.
 -Como ordenes, señora. ¿Mandas algo más?
 -Sí, me gustaría saber dónde está  todo el mundo.
 -Ay señora mía, estos son tiempos terribles. Que las Tres me libren de criticarle, pero ya sabes que mis mejores clientes son los jeddart, y entre los que está n sitiados en la Casa Aletnor, los sitiadores y los que está n siempre de guardia en el Castillo...
 -¿De qué estás hablando? No entiendo nada.
 -Oh, lo siento, olvidaba que no estabais aquí cuando empezó. Y va cada vez a peor. Anteayer intentaron una salida, dicen que ha habido heridos, aunque no puedo asegurarlo, no les he visto. Y la gente está  empezando a pensar cosas, señora. Es intolerable lo que está  ocurriendo, y cuando la gente piensa... -En aquellos momentos, Dayra habría golpeado al tabernero en su gorda narizota. Él pareció darse cuenta de que la integridad de su nariz estaba en peligro, se detuvo en plena perorata y comenzó otra vez.- El Gob... El Señor Dulyn ha sitiado la Casa Aletnor hasta que la Señora... Dama Kayleena... le jure lealtad como Señor de Ardieor. Las Damas Grises está n encerradas en la Casa, con Kayleena, y se dice que algo horrible ha ocurrido en el Valle. El Señor de Ardieor, el Capitán Heryn, quiero decir, ha renunciado, Jelwyn se ha ido y no se sabe nada de Garalay ni de la pequeña Layda.
 -¿Se han vuelto todos locos?
 El tabernero hizo una mueca poco comprometedora. En su opinión, loco era una palabra demasiado corta para lo que le estaba ocurriendo a aquella familia, empezando por el propio Dulyn.
 Dayra suspiró.
 -Sírvenos la cena.
 Lo primero es lo primero. Cuando tuviera el estómago más lleno y la garganta menos seca, ya pensaría en algún modo de arreglar las cosas.
 O al menos de desempeorarlas un poco.

*****

 -Le voy a sacar los ojos.
 Como amigos del Liberador de los Pantanos, Jelwyn y Briana habían sido alojados en una choza cuyos propietarios se habían mudado a la de unos familiares, según les hicieron entender. Níkelon se había ido a dormir a la del que parecía el jefe de la aldea.
 Después de la cena, las brasas de la hoguera habían sido repartidas entre todos las chozas y depositadas en un hondo hueco en el centro de cada una. A su débil luz, Jelwyn advirtió que lo único parecido a muebles que había allí eran pieles de distintos tamaños, cestos y cántaros. De las paredes colgaban lanzas, arcos y flechas, y algo de sospechoso parecido con cañas de pescar.
 -¡No! -ordenó Jelwyn al ver que Briana iba a acostarse en el lado izquierdo del jergón que iban a compartir aquella noche- Yo dormiré del lado de la puerta.
 -Como gustéis.
 Briana rodó hasta el otro lado.
 Jelwyn se apartó de la entrada de la choza y dejó caer la cortina de juncos que servía de puerta. Luego, con toda la naturalidad del mundo, se sentó en su lado del jergón, desenvainó la espada, se quitó las botas, se tendió al lado de Briana con la mano izquierda apoyada en la empuñadura de su espada y cubrió a ambos con la piel que en aquel lugar debía hacer el papel de manta.
 -¿No confiáis en esta gente? Parecen buenas personas.
 -Es posible que estas buenas personas tengan visitantes que no lo sean tanto.
 Briana se estremeció al recordar a los trhogol.
 -¿De verdad Níkelon va a quedarse con ellos?
 -Para eso está  aquí.
 -A mí no me parece muy convencido.
 Jelwyn pensó que a él tampoco se lo parecía. Níkelon le había parecido más asustado que decidido a liberar a nadie de nada. Tenía ganas de volver a ver a Garalay aunque solo fuera para decirle que él ya le había advertido que cometía un error.
 -Buenas noches, Bri -murmuró, y se volvió de cara a la puerta.
 Poco tiempo después, estaba dormido.
 Briana despertó sobresaltada cuando él le dio una patada en la espinilla. Estuvo a punto de protestar, pero se dio cuenta de que Jelwyn estaba dormido y al parecer sufriendo una pesadilla. Se agitaba, suplicaba en voz baja, y parecía sufrir tanto que a Briana se le hizo un nudo en la garganta. De repente, el Signo comenzó a cosquillear en su muñeca, y a la débil luz de las brasas, Briana vio cómo su mano, como si tuviera voluntad propia, se acercaba poco a poco a la sudorosa frente de Jelwyn. Sintió un golpe en el estómago cuando sus dedos rozaron la piel del ardiés.
 Había oído hablar de cosas como aquella. Le habían advertido que no debía jugar con ellas, que entrar en otra mente podía costarle la locura o algo peor. Pero estaba dispuesta a arriesgarse.
 Sintió en la cara un viento frío, que olía a carne y madera quemadas. Su caballo galopaba, pero los cascos se habían pegado al suelo y no iba a llegar nunca a su destino. Briana estuvo a punto de apartar la mano para no seguir sintiendo aquello, pero la mano se negó a moverse de donde estaba, y la obligó a mirar a los ojos muertos de aquella joven clavada de un lanzazo en el vientre en un viejo roble moribundo y cargado de muérdago.
 Jelwyn gritó y se incorporó de un salto.
 -¡Jaysa!
 Briana apartó la mano esperando que él no hubiera notado su intromisión, pero Jelwyn se limitó a mirarla como si la viera borrosa y se dejó caer de nuevo sobre el jergón.
 -Lo siento, Bri, ¿te he despertado?
 -No, ya estaba despierta. ¿Qué os ocurría?
 -Pesadillas.
 Briana sabía que no debía preguntarlo, que lo más sensato era darse media vuelta y cerrar los ojos, pero...
 -¿Quién es Jaysa?
 Jelwyn cerró los ojos, y por un momento Briana temió que se hubiera dormido.
 -Era mi esposa.
 -¿La madre de Layda?
 -Murió en combate. La mató tu amable caballero negro de Dagmar.
 Briana prefirió creer que en realidad él no tenía intención de ofenderla, ni estaba enfadado con ella.
 -Y no pudisteis hacer nada para evitarlo.
 -¿Cómo lo sabes?
 Briana pensó un momento antes de contestar.
 -Si no hubiera sido así no tendríais pesadillas. Liatan también tenía pesadillas a veces.
 -¿Liatan?
 La voz de Jelwyn había sonado interesada. Briana supuso que en aquel momento, él deseaba hablar de cualquier cosa que no le hiciera pensar en sus propias pesadillas.
 -Mi compañera de celda en el Templo de la Dama de Plata.
 -¿Vivías en un templo? ¿Eres una sacerdotisa?
 Por suerte, pensó Briana, podía controlar la expresión de su cara.
 -No. El Templo tiene la costumbre de acoger a las... huérfanas.
 -¿No tienes familia?
 ¿Quién me mandaba hablarle de esto? Se preguntó Briana.
 -Mi madre murió poco después de que yo naciera. Nunca dijo quién había sido mi padre. Tal vez alguien que pasaba por allí. Su familia me entregó al Templo para tratar de olvidar la deshonra.
 -Y por pura casualidad fuiste elegida por sorteo para convertirte en una ofrenda al mar -Briana no hubiera sabido decir si aquella voz le parecía sarcástica o tan solo amarga.
 -Cualquiera en mi lugar habría hecho lo mismo.
 -Aquella mañana durante el desayuno dijiste que debía ser elegida una chica de buena familia.
 Briana había estado temiendo aquello desde que él había comenzado a interrogarla. Maldita sea su memoria, pensó. Jelwyn debía de ser una de esas personas que con un mínimo esfuerzo pueden recordar hasta su propio nacimiento.
 -Mi madre era una de las hijas del anterior rey. La heredera al trono. Supongo que mis tíos temía que yo quisiera reclamar alguna clase de... derechos.
 -¿Por eso quieres volver a Lossián? ¿Para reclamar tus derechos?
 Briana ni siquiera había pensado en ello.
 -No. Quiero... Quiero volver para hacerles pagar todo lo que me han hecho. Quiero arrancarle el corazón a mi tío y a mi prima Brela con mis propias manos y reducir a cenizas el Templo, arrasar las Islas Occidentales, aniquilar a los kashis, regresar a... Dagmar y pulverizar hasta su última piedra. Quiero...
 -Bueno, ahora sé lo que yo no quiero. No quiero ofenderte por nada del mundo.
 Briana no pudo evitar reírse.
 -¿Os importaría que no siguiera hablando? No me siento cómoda con esta conversación.
 -Como quieras.
 Jelwyn volvió a darse la vuelta, cara a la entrada de la choza. Briana permaneció tendida mirando al techo.
 Idiota, dijo la voz de la Suma Sacerdotisa, puede que él ya no esté casado, pero vos seguís estando prometida. Y además, aún la quiere.
 Vaya, cuanto tiempo que no os oía, Señora.
 Dejad la ironía aparte, Briana.
 Señora, mi prometido cree que estoy muerta, y a estas alturas ya debe estar cortejando a Brela.
 No hubo una ruptura oficial.
 Pero la habrá, aseguró Briana, en cuanto regrese a Lossián habrá  una ruptura tan oficial que hasta nuestros gloriosos antepasados del Antiguo Lossián se van a enterar, ya lo creo que sí.
 ¿Y luego qué?
 Ya pensaré en eso cuando llegue "luego". Callaos de una vez.
 -¿Bri?
 Debía haberlo dicho en voz alta.
 -No ocurre nada, Jelvin, solo pesadillas.
 Briana oyó como Jelwyn se daba la vuelta, y luego sintió cómo la rodeaba con un brazo. Todos sus músculos se tensaron, pero si Jelwyn se dio cuenta, no hizo ningún comentario. La voz de la Sacerdotisa comenzó a protestar, pero Briana la acalló con lo más parecido a un bofetón mental que conocía. Poco después, estaba dormida con la cabeza apoyada en el hombro de Jelwyn.



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