Wirda (Libro III: El Regreso de Vidrena)

21 de Mayo de 2003, a las 00:00 - Condesadedia
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CAPÍTULO 6

      Lajja se echó el pelo atrás con ambas manos, reteniéndolas un momento en la nuca, y luego cojeó hasta el pie de las murallas de Comelt. Tras ella, siete trhogol llevaban ensartadas en sus picas las cabezas de siete jeddart. A Kayleena le temblaron las manos, y las apoyó en la muralla
para poder controlarlas. Dayra observó a su enemiga con aire profesional.
      -Está   nerviosa.
      -Es su gran momento.
      -Debería haberle cortado la pierna.
      -Oh, no te preocupes, sobrino, hiciste un buen trabajo. No creo que pueda correr en mucho tiempo.
      -Así podré alcanzarla y cortarle el cuello.
      -¿Puedo hablar ya? -gritó Lajja desde el suelo.
      -¡Eh, mirad, sabe hablar! -se rió alguien. A Dayra le pareció reconocer la voz de Norwyn.
      A su lado, Anhor carraspeó. La situación le parecía demasiado seria como para que los ardieses tuvieran ganas de gastar bromas.
      -¡Seguro que también sabe hacer el pino!
      -Más cortesía, niñas. Habla.
      -Soy Lajja de Grent, Señora de Ardieor -Los ardieses silbaron y abuchearon, pero Lajja se limitó a esperar con los brazos cruzados a que se cansaran-, Gobernadora de Dagmar y todos los títulos anexos.
      -¿Los títulos anexos? ¿Qué demonios es eso?
      -Ella sabrá.
      -Oh, Rhaynon, preferiría a Estrella Negra. Por lo menos, él no habla.
      -Como veo que no tenéis ganas de escucharme, sólo os diré una palabra: rendíos.
      -¿A ti?
      -Dama Kayleena, tu hermano me dio recuerdos para ti antes de comenzar a suplicar por su vida.  Dice que pronto os veréis en el infierno.
      Anhor observó cómo las manos de la jeddart se crispaban sobre la almena, pero no se movió ni un músculo de su cara.
      Una flecha se clavó entre los pies de Lajja. La mujer respingó y dio un salto atrás. Los ardieses se rieron.
      -Y ahora escucha tú esto: nunca nos rendiremos a una pulga de la perra de Zetra. Si quieres mi ciudad, tendrás que pagar con tu sangre. Y ni siquiera eso será  bastante.
      Lajja suspiró.
      -Oh, maldición, sois tan previsibles.
      Se dio media vuelta y regresó a sus filas. Los defensores de Comelt la vieron marchar en silencio.
      -¿Desde cuándo es tu ciudad?
      -Ahora no, sobrino.
      Refunfuñando aún, Dulyn se dirigió hacia el otro extremo de la muralla. Cada uno en su puesto, recordó Anhor. Hasta él, que aún no tenía muy claro con quién iba, y que había sido, por decirlo de alguna manera, arrastrado en aquella pesadilla de retirada, tenía un puesto.
      Durante tres días de batalla campal, los ardieses habían contenido a duras penas a las tropas de Ternoy. Anhor sabía que nunca olvidaría el olor de la sangre, el ruido del acero hundiéndose en la carne, el sabor de la tierra sobre su lengua, y sobre todo, aquellas espantosas agujetas en sus brazos. No le habían enseñado nada de aquello en las clases de historia, y, desde luego, no se parecía en nada a un torneo. Para empezar, la mayoría de los que luchaban contra él no eran humanos. Y todos querían matarle.
      Se había sentido desnudo sin su armadura, aunque debía reconocer que con aquella cota de  malla era más fácil levantarse del suelo, y no sabía qué hacer con el brazo izquierdo sin un escudo que sostener en él. "Molesta", le había contestado Dulyn cuando le había preguntado por qué los ardieses no utilizaban escudos.
      Ni siquiera mientras se retiraban habían dejado de luchar. Dulyn había discutido la orden hasta  el final, pero ante la perspectiva de quedarse él solo a proteger la retirada había cambiado de idea.
      La orden de Dayra le devolvió al presente.
      -¡Preparados los arcos!
      Se debía hacer todo lo posible para que el enemigo ni siquiera se acercase a la Puerta, recordó Anhor mientras veía cómo la primera línea de trhogol cargaba y las flechas ardiesas volaban a su encuentro. Todos estaban cansados, nerviosos, muchos heridos, pero tenían algo de lo que el enemigo no disponía: las murallas de Comelt.
      Pero la ciudad había sido tomada dos veces, recordó Anhor mientras su espada cortaba de un tajo una cuerda con un garfio que había llegado a aquella altura de la muralla. El grito furioso de los asaltantes mientras caían le produjo un cierto alivio.
      El cielo estaba gris, hacía frío, Anhor aún tenía agujetas en el brazo, y, por un enloquecido momento, creyó oír a lo lejos el aullido de cien lobos.

*****

      Los habitantes de los Pantanos cargaron sus posesiones en sus animales de carga y abandonaron sus chozas sin mirar atrás. Vidrena, pensando que Garalay no podría aguantar el viaje a pie, le había ofrecido uno de los caballos. Pero la lym no había aceptado, argumentando que ya Estaba recuperada del todo y que había personas que necesitaban ir a caballo más que ella. Caminaba al lado de Níkelon, al parecer tan tranquila y tan sana como si no hubiera pasado la Fiebre.
      Alwaid apresuró el paso hasta colocarse al lado de Vidrena.
      -Están liados.
      -¿Cómo lo sabes?
      -Oh, vamos, Dren, hasta un ciego se daría cuenta. La próxima vez que paremos pregúntale de dónde ha sacado ese anillo que lleva al cuello.
      -No es asunto nuestro.
      -Creía que la virtud de las Damas Grises era asunto de las Señoras de Ardieor.
      -Solo si ellas se me quejan. Y de momento, ella no ha protestado. Además, ¿quién sabe cuánto han cambiado las normas de la Orden desde mis tiempos?
      -No tanto.
      -Déjala en paz, Alwaid. Todo lo que tienes es resentimiento porque no te permito morderla.
      -Aguafiestas.
      Vidrena miró al cielo. Como enemiga, Alwaid había sido cargante. Como medio amiga, era peor aún.
      Alwaid aparte, el camino de salida de los Pantanos Estaba siendo muy fácil. Era sorprendente lo que se adelantaba con guías que se sabían el camino. Casi no se habían mojado los pies.
      Tardaron apenas dos días en salir de allí. Al llegar al borde del bosque, Vidrena llamó a  Alwaid.
      -¿Y ahora qué?
      -El camino más corto es atravesarlo. Pero no existe ninguna senda digna de ese nombre.
      Níkelon, se acercó a curiosear.
      -Ahora parece que sí. Y recién abierta.
      Garalay saltó a su lado.
      -¡Jelwyn!
      Níkelon señaló algo en el suelo.
      -Y Gris.
      Garalay se rió.
      -¡Dren, Jelwyn ha pasado por aquí! ¡Si nos damos prisa igual podremos alcanzarle y todo!
      -No seas niña, lym. No voy a forzar la marcha hasta agotar a todo el mundo para que tú puedas alcanzar a tu hermano.
      -Pero él está  ahí solo, y... y es el mejor jeddart de Ardieor, podría serte muy útil. Seguro que te encantaría conocerle...
      -El mejor jeddart de Ardieor debe saber arreglárselas solo. Ya nos conoceremos en mejor ocasión.
      -Seguro que si hubiera sido tu hermano... -comenzó a decir Garalay, pero se interrumpió al darse cuenta de que iba a decir una tontería.
      -Yo habría salido corriendo en dirección contraria.
      En los días posteriores hallaron más pruebas del paso de Jelwyn y Briana por los Bosques. Hogueras apagadas, señales talladas en las cortezas de los  árboles, además de la propia senda que estaban siguiendo, más otras señales que indicaban el paso de un perro por allí.
      Pero hubo uno que les sorprendió de verdad. Lo notaron primero por el olfato, un intenso olor a carne podrida que les obligó a todos a taparse las narices. Vidrena desenvainó a Wirda y se acercó a investigar.
      -Quedaos aquí.
      Al borde de un arroyo había un animal muerto. Era el oso más grande que Vidrena había visto nunca. A sus espaldas oyó el silbido de admiración de Alwaid.
      -¿Cómo habrá  muerto? -oyó que preguntaba Níkelon en voz baja.
      Así es como me obedecen, pensó Vidrena.
      Vidrena envainó a Wirda y tomó una rama rota que le pareció lo bastante larga como para tocar al oso sin acercarse demasiado. La bestia pesaba mucho y no pudo darle la vuelta (ni tenía ganas de hacerlo). Pero aun así, pudo comprobar que la única herida visible era un gran pedazo de carne que le habían cortado. Cerca de la orilla del arroyo aún se distinguían los restos de una hoguera.
      -Debían estar muy hambrientos -La voz de Garalay había sonado rara. Vidrena se volvió a mirarla. La tez de la muchacha se había vuelto verdosa. Debía estar haciendo grandes esfuerzos por contener las náuseas.
      -Ve a aquellos matorrales. -Garalay hizo un gesto de agradecimiento y corrió hacia el lugar indicado- ¡Vamos, circulad! No querréis quedaros aquí todo el día.
      Níkelon recogió algo del suelo. Era una esquirla de metal, tan pequeña que no la hubiera visto si no hubiera estado buscando en el suelo. Parecía haber formado parte de una de las dagas de Jelwyn.
      Garalay regresó de entre los matorrales algo avergonzada, se enjugó la boca en el arroyo y se limpió la cara.
      -Jelwyn le lanzó una daga. Eso debió matarle.
      Níkelon había hablado más para tranquilizarla a ella que porque lo creyera de verdad.
      -¿A ese monstruo con una daga? No lo creo.
      Si Alwaid había sabido alguna vez lo que era la delicadeza, lo había olvidado tiempo atrás. Pero Garalay no pareció afectada. Níkelon recordó que, si Jelwyn hubiera muerto, ella le habría visto. Por algún motivo, la idea no le tranquilizó.
      Vidrena carraspeó.
      -Lamento interrumpir esta interesante conversación, pero tenemos que marcharnos de aquí antes de que todo el mundo eche las tripas.
      Garalay tenía la mirada fija en el agua. Se sobresaltó cuando Níkelon la tocó en el hombro.
      -¿Qué ocurre, Dagmar?
      -No lo sé. Es solo que todo me parece demasiado fácil. ¿Qué pasa en este país? ¿Dónde está   toda la gente? ¿Sólo estaban habitados los Pantanos?
      Níkelon se calló que tal vez a aquellas horas, todos los habitantes de Ternoy estaban en  Ardieor.
      -Solo Alwaid lo sabe, pero no creo que quiera decírnoslo -murmuró.
      Después de llenar los pellejos de agua, todos se alejaron de allí lo más deprisa que pudieron. El olor de la carne podrida les siguió durante todo el día.
      Aquella noche, mientras todos dormían, Vidrena fue a buscar a Níkelon a su puesto de centinela. Lo que Alwaid le había dicho por la mañana había estado rondándole la cabeza todo el día.
      Nunca había sido de las que se andan con rodeos, así que lanzó un ataque directo que pilló a Níkelon con la guardia baja.
      -¿Qué hay entre mi lym y tú?
      Él no tuvo tiempo de inventar una mentira.
      -Estamos comprometidos. Dio su palabra de casarse conmigo.
      -¿Una lym? -Vidrena nunca había estado tan sorprendida-. ¿Y las Damas Grises no te han convertido en sapo?
      -Al contrario, ellas fueron quienes la convencieron de que me aceptara. A cambio de mi ayuda con todo el asunto de la profecía. ¿Te lo contó ella?
      -No me contó lo del compromiso. ¿Tan mal están las cosas? ¿Tanta ayuda necesita Ardieor que las Damas Grises han olvidado la más importante de sus tradiciones?
      -Señora, una de ellas estuvo a punto de ser ejecutada por traición. Las Damas Grises han cambiado mucho desde tus tiempos -Níkelon trató de no recordar un claro en el bosque, una figura vestida de negro arrodillada al lado de Garalay-. ¿Me creerías si te dijera que cuando les pedí a Dagmar no esperaba que me la concedieran?
      -Por favor, no la llames Dagmar cuando hables conmigo. Me da dentera. ¿Qué ocurrió, pensaste que pidiendo una condición imposible a cambio de tu ayuda ibas a poder volver a Crinale con la frente alta? Se nota que no las conocías.
      -Deberías haber estado allí para aconsejarme.
      -Podrías haberte limitado a decir "no".
      -¿Y pasar el resto de mi vida sin volver a verla, permitir que me considerara un cobarde? Dren, lo mirara por donde lo mirara no tenía ninguna escapatoria. No la tuve desde que abrí los ojos y la vi, aquella mañana en Comelt.
      -No cabe duda, eres un Erdengoth de pies a cabeza. -Le dio una palmadita en la espalda.- Pero anímate, chico, podría ser peor.
      -Lo sé. ¿Por qué no estás enfadada?
      Vidrena se encogió de hombros.
      -Nunca terminé de verle la gracia a la forma de vida de las Damas Grises. Si aún fuera la Señora de Dagmar y mi Dama Gris viniera a quejarse a la Torre Norte, tendría que tomar medidas. Pero solo soy Dren, mi lym no se ha quejado y no creo que hagáis tan mala pareja -Se rió en voz baja-. ¡Cielos, me habría encantado ver tu cara cuando te dijeron que sí! -Níkelon se calló.- Anda, ve a dormir, yo terminaré tu guardia. De todas formas no tengo sueño...

*****

      -Si no dejáis de mirar a vuestro alrededor acabaréis con el cuello torcido.
      Jelwyn dejó ir una sonrisa algo tirante.
      -Soy un hombre de bosques y montañas, Bri. Las llanuras sin  árboles me hacen sentir demasiado visible.
      Hacía casi tres días que habían abandonado los Bosques y ninguno de los dos se había acostumbrado a estar tan al descubierto. No había más que hierba y matorrales, lo bastante espesos para molestarles pero no tanto como para ocultarles.
      Jelwyn no se había atrevido a encender el fuego más que cuando el temor a no ver había sido superior al temor a ser visto, pero aun así, no había tardado en apagar las llamas y dejar unas tenues brasas que no sirvieron más que para que vieran su cena.
      Había tanto silencio que Briana sentía cómo le zumbaban los oídos. Durante el día, la acompañaban el viento en su cara y los cascos de los caballos, pero  por la noche sentía más frío del que en realidad tenía, y le echaba la culpa al silencio.
      Jelwyn apartó la mirada de las brasas. Briana estuvo a punto de gritar del susto. Sus ojos se veían como un tenue reflejo rojizo en el fondo de una mancha oscura, y la cicatriz en la cara parecía una larga falla atravesando un continente arrasado. Tragó saliva, pensando que la llanura y la oscuridad también estaban afectando a su mente.
      Hacía días que Jelwyn no se afeitaba, para no malgastar el agua, y debía hacer mucho tiempo que no se cortaba el pelo, pues ya le llegaba casi por los hombros. Se había convertido en el prototipo de lo que en Galenday creían que era un ardiés: un bárbaro melenudo y apestoso.
      Pero hacía semanas que Briana quería hacerle una pregunta y no se iba a callar.
      -¿Cómo... cómo os hicisteis esa herida?
      Jelwyn estiró un poco hacia la izquierda la comisura de sus labios.
      -Ya pensaba que nunca te atreverías a preguntarlo. Eres más valiente que Nikwyn -Briana prefirió no preguntar si aquello era un reproche o un cumplido-. ¿Me creerías si te dijera que es una marca de nacimiento?
      -No. Sé cómo son las marcas de nacimiento.
      Oh, cielos, pensó Briana, ahora me odiará para siempre. En el fondo de su mente, la Sacerdotisa se burló de ella. ¿Qué importa? ¿De veras crees que habrías tenido alguna oportunidad con un hombre como él, aunque no estuvieras comprometida con otro?
      -No me acuerdo -La voz parecía proceder de muy lejos-. Recuerdo que llegué a aquella aldea, vi a Jaysa muerta, monté en mi caballo y salí al galope. No sé cuánto tardé en encontrarles, ni siquiera cuántos trhogol había, sólo recuerdo que cargué contra ellos como si tuviera conmigo a toda la caballería de Galenday, y luego me desperté en mi cama. Aún no sé qué pasó entre tanto. Me contaron que me habían encontrado encima de veinte o más trhogol muertos, pero no creo que fuera yo quien los amontonó como si fueran troncos cortados para el fuego.
      -Lo siento.
      -¿Por qué? No fue culpa tuya.
      -Pero os he obligado a recordarlo.
      -Estuve como muerto durante días, pero Dag me obligó a volver. Dicen que me gritó como Dren en la Balada: "¡Te ordeno que no te mueras!".
      -Me da la impresión de que vuestra Dag no es la clase de persona a la que se pueda desobedecer.
      Jelwyn sonrió. Briana pensó que el momento de tristeza ya había pasado.
      -¡Desde luego! Me pregunto dónde estará ahora. Espero que Nikwyn la encuentre de algún modo
      No mencionó a Layda, pero Briana igual oyó el nombre. Los dos se quedaron mirando las brasas, mientras el silencio les iba sitiando poco a poco.
      -Os vais a reír, pero creo que me gustaban más los bosques.

*****

      Anhor estaba de guardia en las murallas. El enemigo parecía dormir en su campamento, situado a un tiro de flecha de la ciudad, o al menos no se oía ningún ruido. No había luna ni estrellas, pero al lado de cada centinela había una antorcha para que pudieran verse o hacerse señales unos a otros.
      Unos pasos firmes sonaron en los estrechos peldaños de madera fijos a la muralla que Anhor no quiso honrar con el nombre de escalera. Anhor se puso firme. Como representante de Galenday en las murallas de Comelt, se proponía dejar en buen lugar a su país.
      -¿Todo bien, centinela?
      Anhor se relajó. Solo era Norwyn, el Capitán interino de la Segunda del Valle. ¿Sólo?, se burló de si mismo. Después de haberle visto en acción aquella tarde en aquellas mismas murallas, nunca volvería a dejarse engañar por unos ojos grandes y unas mejillas rollizas.
      -Sin novedad.
      Norwyn sonrió. A Anhor aún le costaba acostumbrarse a aquellas sonrisas ardiesas con la boca cerrada, como si en aquel país todos estuvieran avergonzados de sus dientes.
      -Has peleado bien esta tarde.
      Anhor abrió la boca para una respuesta cortés, una muestra de modesto orgullo, si es que tal cosa podía existir, pero en su lugar acabó diciendo un gracias más sincero de lo que él mismo esperaba. Norwyn le devolvió el habitual de nada y luego añadió por sorpresa:
      -Si no estás muy cansado, algunos de nosotros vamos a reunirnos en "La espada partida", ¿te gustaría acompañarnos cuando termines tu turno de guardia?
      -Será  un placer.
      No se lo habría perdido aunque no hubiera podido tenerse en pie.
      Norwyn comenzó a caminar por la muralla, en dirección al castillo. A Anhor le pareció que la noche se hacía menos fría mientras el ardiés saludaba a cada centinela con una frase amable o una broma privada.
      La guardia se le hizo muy larga a Anhor. Se despidió de su relevo de una forma algo precipitada y corrió hacia "La espada partida", temeroso de que los demás ya se hubieran ido.
      Pero seguían allí. Cantaban "Tragando barro en los Pantanos" con un entusiasmo digno de mejor causa, bebían lo que él esperó que no fuera la famosa Reserva Especial y comían las escasas raciones que les correspondían haciéndolas durar todo lo posible mientras el perro de la taberna les miraba con ojos lastimeros y gemía de vez en cuando. Anhor le acarició la cabeza antes de sentarse entre Norwyn y Yarla, que se separaron a propósito para ello. La chica le guiñó un ojo.
      -No le tomes demasiado cariño a "Bicho". Puede que tengas que comértelo.
      Anhor esperaba que aquello fuera una broma.
      -Necesitaremos los caballos, y los perros son más fáciles de atrapar que los gatos y las ratas, así que serán las primeras víctimas cuando se termine la comida -añadió Norwyn, con su sonrisa más amable.
      Anhor siempre había estado más interesado en las armas que en la política, como su hermano mayor, o en las viejas leyendas, como Níkelon, pero no era tan tonto como suponían algunos de sus preceptores. Aquello apestaba a indirecta. Se sirvió una copa de lo que resultó ser sidra y bebió un poco antes de responder.
      -Os podéis quedar con mi parte de perro. Yo esperaré a las ratas. A no ser que tengáis una idea para que ninguno de nosotros tenga que hacer algo tan desagradable.
      -En realidad, queríamos hablarte de eso. ¿Hay muchos hombres esperándote al otro lado del Gardford?
      Directo al corazón, pensó Anhor.
      -¿Cómo sabéis que me esperan al otro lado del Gardford?
      -No me imagino a un príncipe de Galenday viajando sin escolta.
      Anhor iba a contestar que Níkelon lo había hecho, pero prefirió no recordárselo. Tanta admiración hacia su hermanito ya comenzaba a molestarle.
      -Era una escolta pequeña.
      -¿Podrías conseguir más?
      -¿Estáis pidiendo ayuda a la Corona de Galenday?
      -Siempre que Galenday pidió ayuda, Ardieor se la dio.
      -¿Esto es oficial?
      Yarla contestó en lugar de Norwyn.
      -Cuando lo sea, no hablaremos en una taberna. Solo estamos... tanteando el terreno. Para no tragar más barro del necesario.
      -Si me di... Si de mí dependiera, ni siquiera pisaríais el barro. Pero aunque consiguiera salir de aquí no es seguro que me dieran hombres para venir a rescataros.
      Ya se imaginaba la cara de su hermano cuando lo intentara: Pero, Anhor, ¿a nosotros qué se nos ha perdido en Ardieor?
      Norwyn suspiró.
      -¿Y de qué serviría, de todas formas? Si al menos el Capitán estuviera aquí... Él sabría qué hacer.
      Una voz burlona respondió a sus espaldas.
      -Seguro. Jelwyn Aletnor volverá volando sobre un dragón rojo y terminará él solo con todos nuestros problemas. Y todos seremos felices para siempre.
      La luz de las lámparas y del fuego perdió brillo por un instante mientras Dulyn tomaba asiento y les miraba con mucha atención, uno por uno.
      -Simpática reunión: el segundo de Jelwyn, la Capitana de la Guardia y el hermano del príncipe de Garalay. ¿Conspirando, tal vez?
      -Por supuesto. Estábamos planeando vender el Castillo a la Corona de Galenday, si esos de ahí fuera no hacen una oferta mejor.
      Yarla palideció.
      -¡Cielos, Nor, no lo digas ni en broma!
      -No te preocupes, preciosidad. Norwyn no le quitaría a su precioso Capitán el último pedazo del Viejo Ardieor. ¿Es verdad que antes de huir te dio permiso para matarme?
      -Puedes dormir tranquilo, Kay se lo ha quitado. Al menos hasta que termine todo esto.
      Norwyn tenía los puños tan apretados que Anhor creyó que los nudillos iban a rasgarle la piel.
      -Jelwyn no ha huido, se ha ido a...
      -A rescatar a su pequeña traidora.
      Norwyn se levantó tan deprisa que casi derribó la mesa. Abrió la boca un par de veces, como para decir algo, pero al final se fue tras dos jeddart que acababan de levantarse, tal vez para irse a dormir, o para ocupar su puesto en las murallas. Yarla miró a Dulyn, indignada.
      -Estarás contento.
      -No del todo, pero sí más que hace un rato.
      Anhor se levantó, dio las buenas noches a la pareja de una forma que a él mismo le pareció precipitada y corrió tras Norwyn.
      -¡Espera! -El ardiés se detuvo, pero no se volvió. Al llegar a su altura, Anhor se dio cuenta de que Estaba llorando-. Oye, no ha sido para tanto, seguro que has oído cosas peores.
      -Tú no puedes entenderlo.
      -¡Claro que no! ¡Nadie me explica nada!
      Norwyn se limpió la cara de un manotazo.
      -Si no llego a salir de allí, le habría aplastado las narices de un puñetazo, y si hubiera empezado no sé si hubiese podido detenerme. ¿Cómo se atreve a hablar así? ¡Mi Capitán es el mejor de los hombres! ¡Mejor que él, mejor que todos los malditos habitantes de esta maldita ciudad, y  desde luego, muchísimo mejor que su condenado Farfel! -Le miró como desafiándole a contradecirle, pero Anhor no conocía tanto a los implicados como para estar en condiciones de hacerlo-. Desde que me escapé‚ de casa para unirme a los jeddart ha sido mi padre, mi hermano, mi mejor amigo. ¿Y a quién elige para llevarse a Ternoy? ¡A un maldito galendo al que casi acaba de conocer! -Anhor prefirió no recordarle quién era el "maldito galendo"- "Llévales a Comelt, Nor, ahora tú eres el Capitán", y me tiró su Estrella como un hueso a un perro. ¡Maldita sea su alma! ¿Acaso yo se la había pedido? ¡Y encima tengo que soportar a Dulyn y su ingenio de tres al cuarto! ¡Y un asedio! ¡Por las lágrimas de Dagmar, sólo soy un paleto de las Tierras Peligrosas! ¿Qué sé yo de defender una ciudad? ¡Lo único que sé es obedecer órdenes! ¡Van a matarnos a todos como a conejos y será  por mi culpa!
      Anhor temió que toda la ciudad se despertara con aquella última frase. Pero si lo hizo, no dio muestras de ello.
      -Entonces, ¿por qué no rendirnos ahora mismo?
      Norwyn sonrió.
      -También nos matarán si nos rendimos. Que se lo trabajen. Oye, que esta conversación quede entre nosotros, ¿vale? Aún tengo una reputación que conservar.



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