Wirda (Libro III: El Regreso de Vidrena)

21 de Mayo de 2003, a las 00:00 - Condesadedia
Relatos de Fantasía - Relatos basados en la obra de Tolkien, de fantasía y poesías :: [enlace]Meneame


CAPÍTULO 8

      La Dama Gris de Comelt despertó sobresaltada, sintiendo el sabor de la sangre en su lengua. Aquel sueño había sido más vívido, más real de lo debido. Por un momento, incluso al despertar no había reconocido la Casa Aletnor.
      La Dama Gris de Vaidnel la miró con cara de preocupación.
      -¿Qué te ocurre, Comelt?
      -Nada, un sueño. ¿Ya es mi turno?
      -Aún no.
      -Da lo mismo, no tengo ganas de dormir. Descansa tú un poco.
      Durante todo el día y parte de la noche, las tropas de Lajja se habían estrellado contra las murallas de Comelt como era previsible que ocurriese. Las murallas de Comelt eran casi invulnerables, incluso ante las catapultas de Lajja. Solo el hambre podía acabar obligando a los ardieses a rendirse.
      Pero los defensores de Comelt no se hacían ilusiones. Sabían que el tiempo estaba de parte de los sitiadores, que no podían esperar ayuda exterior y que, aunque llegasen a recibirla, tenía que ser una ayuda muy eficaz.
      La Dama Gris se alisó la ropa, se puso la capa y salió de la Sala. Anduvo de puntillas por el pasillo hasta llegar al patio. Casi se sorprendió al ver que aún era de día. Se había acostado después de la comida, pero creía haber dormido más.
      -¿Artdia Comelt?
      Él había llegado a su lado muy en silencio.
      -¡Anhor! Me has dado un buen susto.
      -Lo siento. ¿Qué haces aquí sola?
      -He tenido una mala siesta. ¿Y tú?
      -Me toca guardia en las murallas. Voy hacia allí.
      -¿Puedo acompañarte? Me gustaría caminar un poco -Como Anhor parecía dudar, la Dama Gris añadió mirando al suelo con lo que esperaba que él considerase dulce modestia-: Prometo que me iré enseguida si hay peligro.
      Casi pudo leer los pensamientos del joven. Debía estar preguntándose hasta qué punto alguien podía impedirle algo a una Dama Gris, y si sería correcto intentarlo.
      No tardó mucho en decidirse. La Dama Gris sonrió cuando él le ofreció el brazo.
      -En cierto modo, me siento más cómodo con vosotras que con las otras... chicas. Ya sé que te parecerá una tontería, pero aunque seáis...
      -¿Brujas?
      Anhor carraspeó.
      -Como iba diciendo, aunque... tengáis ciertos poderes, bien, te parecerá una tontería, pero al menos lleváis vestidos y no espadas.
      La Dama Gris se rió.
      -A los ardieses les ocurre justo lo contrario.
      Anhor le ofreció la mano para ayudarla a subir los escalones. La Dama Gris no tuvo corazón para decirle que no era necesario. El orgullo del pobre chico ya estaba sufriendo bastante con tantas mujeres armadas que tenían cosas mejores (o peores, según se mirase) que hacer que desfallecer de amor por él. La Dama Gris aceptó la mano, observando que era una mano grande, seca y con callos donde la rozaba la empuñadura de la espada, casi como la de un jeddart, y trató de no subir demasiado deprisa.
      -Ahí están -murmuró. El campamento enemigo parecía tranquilo. No se veía a nadie, pero ella podía olerlos. En realidad, era difícil no hacerlo. Los trhogol olían a pelo de perro mojado con agua estancada que hubiera estado comiendo carne podrida. Por más tiempo que estuviera oliéndolo, pensó la Dama Gris, no se acostumbraría a aquella pestilencia.
      Soplaba un viento frío, que atravesaba su capa, su vestido e incluso su camisa. Por un momento, la Dama Gris imaginó que el viento tenía dedos. Unos dedos demasiado atrevidos.
      -Artdia Comelt, ¿qué haces aquí?
      Ella no lo había sabido hasta que había oído su voz.
      -Buscarte.
      La Dama Gris de Dagmar sonrió.
      -Pues ya me has encontrado. ¿Qué puedo hacer por ti?
      -Mejor paseemos, me estoy helando.
      La Dama Gris de Dagmar pasó un brazo por la cintura de su compañera y juntas se alejaron por la muralla en dirección al castillo. Era un paseo habitual en Comelt en las tardes de verano, sobre todo entre las parejas que querían pensar que el atardecer era un espectáculo en su honor, pero bajo aquel cielo descolorido, no llegaba ni a la altura de una parodia. Anhor miró cómo se alejaban, y, antes de que comenzara a formarse un pensamiento en su cabeza, oyó la voz de Dulyn.
      -Estoy harto de todo esto.
      Estaba apoyado en las almenas, mirando al campamento enemigo. Sus dedos tamborileaban sobre la piedra.
      Yarla dio un último bocado a la manzana que se estaba comiendo y arrojó el corazón con todas sus fuerzas hacia los trhogol.
      -¿Estás pensando lo que yo creo que estás pensando?
      -Lo veo peligroso.
      -¿Tienes miedo, Norwyn?
      -De ellos no. Pero Dayra y Kayleena son otro asunto. Y tengo entendido que no lo aprueban.
      Nunca les entendería, pensó Anhor. Siempre dispuestos a matarse entre ellos, pero siempre juntos los tres en alguna trastada
      -¿De qué estáis hablando?
      Dulyn se volvió para responder a Anhor. El galendo tuvo la impresión de que hasta aquel momento había olvidado que él estaba allí.
      -De una salida. Un ataque por sorpresa para ver si logramos romper el cerco.
      -Son demasiados. No creo que pueda hacerse.
      -Entonces, ¿no saldrás con nosotros?
      Ardieses, pensó Anhor. De una idea nebulosa habían pasado en cuatro palabras y sin ninguna etapa intermedia a llamarle cobarde. ¿Cómo había podido soportarles Níkelon?
      -Si los ardieses pueden pensarlo, un galendo puede hacerlo. Avisadme cuando sea la hora. Estaré afilando mi espada.
      Se dirigió hacia su puesto en la muralla con la barbilla muy alta y la espalda muy recta. Tras él, oyó cómo Yarla decía con una irritante risita:
      -¡Galendos!

*****

      Las antiguas costumbres no habían cambiado mucho, pensó Jelwyn mientras le encadenaban al techo del calabozo. Al menos, las agujetas iban a cambiar de lugar.
      Le habían dejado solo en aquella penumbra que era casi peor que la oscuridad. Todos los tópicos de Ternoy eran ciertos: la gota de agua que no paraba de caer en alguna parte, las ratas y las cucarachas y los gritos de los torturados. Jelwyn se preguntó si el Amo del castillo ya habría hablado con Zetra y qué instrucciones le habría dado ella.
      La puerta del calabozo se abrió. Una figura oscura portando una antorcha la cerró con el talón antes de acercarse. Jelwyn sonrió.
      -Vaya, me preguntaba cuándo iban a comenzar a torturarme. ¿Dónde te has dejado el látigo? ¿O te limitarás a contarme chistes hasta que muera de aburrimiento.
      -El famoso orgullo ardiés. Colgado como un jamón y con ganas de bromear. Igualito que la mismísima Vidrena.
      -Si yo soy Vidrena, ¿quién se supone que eres tú? ¿Alwaid?
      -¿Nadie ascenderá a mi costa?
      -Por ejemplo.
      Estrella Negra se acercó hasta casi tocar a Jelwyn y susurró:
      -¡Por las faldas de Rhaynon, Jedllyn! ¿Qué más quieres que haga? ¡Ya me estoy jugando el cuello por hablar contigo!
      -Bri.
      -¿Cómo?
      -La chica que iba conmigo. Creo que la conoces. Sácala de aquí.
      -¿Bri? ¿Briana? ¿Pelo rojo, ojos grises, una marca de nacimiento. ?
      -En la muñeca. Sí, es ella.
      -¿Qué está  haciendo ella aquí?
      -Me la encontré.
      -Yo también me encontré a alguien -Más que maligna, la sonrisa de Estrella Negra pareció nostálgica. Jelwyn sintió que se le helaban las tripas.- Una niña preciosa. Se parece a su madre -Y allí estaba. La mirada acusadora-. Deberías habérmelo dicho.
      -No es asunto tuyo. Nunca lo ha sido.
      -Ella piensa que sí.
      -Está equivocada. Ya me quitaste a Jaysa. Layda es mía.
      -Maldición, ya te expliqué lo que ocurrió, no tengo por qué...
      -¿Sabes que él ha muerto?
      -¿También vas a echarme la culpa de eso?
      -Saca a Bri de este lugar y todo quedará olvidado.
      Estrella Negra suspiró.
      -¿No podías elegir un momento más oportuno para enamorarte?
      -¿Crees que lo he hecho a propósito?
      -Acabaremos todos muertos. En fin, haré lo que pueda.
      A medio camino de la puerta, se detuvo.
      -A propósito, ¿qué le hiciste a tu abuelita para que esté tan enfadada contigo? He oído decir que quiere sacarte el hígado con sus propias manos y comérselo con cebolla y vino blanco.
      -No es lo que hice. Es lo que no quise hacer.
      A Jelwyn le pareció ver cómo las cejas se levantaban bajo la máscara, pero Estrella Negra prefirió no hacer más comentarios.
      Al salir del calabozo, le oyó decir a los trhogol que no se divirtieran demasiado, que la Emperatriz le quería vivo.
      Transcurrieron unos cuantos cientos de gotitas de agua más. La puerta del calabozo volvió a abrirse. Un trhogol más grande que cualquiera que él hubiera visto, con un látigo en la mano, entró andando de un modo lento, deliberado, calculado para hacerle pasar miedo. Jelwyn tragó saliva.
      Orgullo ardiés, había dicho Estrella Negra. Bien, él les enseñaría lo que era eso. No iba a gritar, al menos no durante los diez o veinte primeros latigazos. Y, por supuesto, tampoco iba a llorar. A veces, hasta las maldiciones sirven para algo.

*****

 Cuando la sacaron del calabozo para llevarla de nuevo a la Sala del Castillo, Briana pensó que la tal Emperatriz habría salido de la reunión donde se encontraba y que querían mostrársela para ver qué hacían con ella. Pero estaba equivocada. Al entrar y ver la mirada hambrienta del Capitán de la Guardia Siniestra y del Amo del castillo, comprendió que no iban a entregarla a Zetra. Se trataba de una disputa sobre su propiedad.
 Por sus gestos, Briana creyó entender que todos los no-muertos que habían intervenido en su captura pretendían quedarse con ella. La sangre de doncella debía ir escasa en aquel castillo, pensó con cierto humor amargo.
 Entonces, Estrella Negra entró en la Sala y se unió a la discusión, aunque sin gritar y midiendo sus gestos, con una elegante indiferencia casi felina, y cuando al parecer los demás rechazaron sus pretensiones, se retiró con una gentil reverencia, diciendo algo que Briana pensó que significaría: "No es más que una chica", o cosa parecida. Al pasar por su lado, sin apenas mirarla, silbó una melodía que ella reconoció por habérsela oído tararear a Jelwyn un par de veces. Briana se preguntó si aquello sería una señal.
 El ganador se acercó a ella, con una siniestra sonrisa, la tomó del brazo y se la llevó de la Sala mientras el Amo del castillo le decía algo que hizo que el resto de los monstruos se riera a carcajadas.
 Ni siquiera la luz de las antorchas conseguía dar un poco de color a aquella piel macilenta, y nada podría disimular aquel olor a morcilla pasada que emanaba de su cuerpo. En un momento de pánico, Briana se preguntó si los planes del monstruo incluirían convertirla en un ser igual que él para que fuera su esclava para toda la eternidad, y si podría evitarlo rompiéndose la cabeza contra la pared. Pero antes de decidirse, llegaron ante una puerta, él la abrió sin soltar el brazo de Briana y la hizo entrar de un empujón.
 De momento, pensó Briana con una súbita náusea, sus intenciones eran bastante evidentes. A la luz de las antorchas que ardían en las paredes, pudo ver que se encontraba en una habitación, amueblada con relativo lujo, aunque su pánico no le permitió fijarse más que en la enorme cama con dosel y cortinas. Aún sonriente, el no-muerto avanzó hacia ella, y Briana comenzó a retroceder. Sorprendida por ser capaz de reparar en semejante tontería en aquellos momentos, se dio cuenta de que él no había cerrado la puerta.
 Levantó la barbilla, en un gesto que Jelwyn habría reconocido.
 -Si queréis algo de mí tendréis que ganároslo.
 Él parecía disfrutar con su miedo, acercándosele poco a poco, a medida que Briana retrocedía. Cuando la espalda de ella tropezó con la pared, el no-muerto se abalanzó sobre Briana.
 Briana trató de apartarle, de correr hacia la puerta, pero él era más fuerte, y ella estaba medio mareada por el hambre y la sed, y aquel olor a sangre estancada que emanaba del monstruo. Notó cómo él desgarraba el cuello de su camisa para llegar sin estorbos a su objetivo, y sintió aquellos labios fríos posándose en su cuello. Sin pensar, casi por instinto, Briana levantó la rodilla con todas sus fuerzas.
 Bien, pensó satisfecha mientras el grito de dolor casi la ensordecía y el monstruo se hacía un ovillo, vivos o muertos, los hombres no dejaban de tener su punto débil.
 Entonces, vio cómo se cerraba la puerta. Estrella Negra le hizo un gesto para que se mantuviera callada y, con una habilidad que demostraba mucha práctica, corrió hacia el no-muerto, le hundió el arma por la espalda justo en el corazón antes de que a él le diera tiempo de volverse, y luego le cortó la cabeza y la envió bajo la cama de un puntapié.
 Briana casi no podía respirar. Estrella Negra saltó sobre el cuerpo que ya comenzaba a pudrirse y le tapó la boca.
 -Por favor, no grites, por tu vida y la de él, no grites.
 Briana asintió.
 -No iba a gritar. -Aquello era un sueño, tenía que ser un sueño- ¿Qué está  pasando? ¿Por qué habéis hecho esto? Yo... yo...
 -Ataques de nervios ahora, no, por favor. Espera a que Jedllyn y tú estéis a salvo. -Se inclinó y recogió el arma del muerto- ¿Sabes cómo se utiliza una espada?
 -¿Se clava por el extremo puntiagudo?
 Estrella Negra se volvió con una sonrisa torcida con la boca cerrada que casi hizo que a Briana le diera un vuelco el corazón.
 -Adiestramiento básico, ¿eh?
 Le tendió la espada por la empuñadura, y la miró a los ojos, ya serio.
 -¿Qué es él para ti?
 -¿Cómo decís?
 -No te hagas la tonta, preciosidad, me has entendido a la primera. ¿Qué significa ese hombre para ti?
 Briana recordó las palabras de la Vidente. Y mientras lo hacía, se sorprendió de no haber notado antes a quién se refería la anciana. En otras circunstancias se hubiera reído. ¿Cómo había podido pensar alguna vez que la predicción estaba equivocada?
 -Un extranjero alto y moreno. ¿Y para vos?
 -No te lo creerías. Ahora escucha: vamos a bajar a las mazmorras, rescataremos a ese ardiés cabeza cuadrada y luego vosotros os iréis y yo subiré aquí, descubriré el cadáver y daré la alarma. Y, esto es importante, si acaso os capturan, tú le has matado. -Señaló con la cabeza al cadáver que ya comenzaba a pudrirse- ¿Entendido? Eres una terrible guerrera ardiesa y nadie puede vencerte en una lucha individual.
 -¿Se lo creerán?
 Apenas podía creérselo ella.
 -Tenemos que intentarlo. Vamos. Antes de que sea tarde.
 Nadie les vio mientras bajaban a los calabozos, escondiéndose entre las sombras, aprovechando cada recoveco para pasar desapercibidos. De algo le tenía que servir a Estrella Negra el tiempo que había pasado en aquel dichoso castillo. Los trhogol de guardia no tuvieron tiempo de reaccionar cuando él desenvainó la espada y apuñaló al primero de ellos en un movimiento casi simultáneo. Su compañero trató de dar la alarma, pero un puñal en su garganta y la posterior intervención de la espada se lo impidieron. Estrella Negra arrastró los dos cadáveres a un rincón oscuro, buscó las llaves y entró en el calabozo. Briana quedó en la puerta, vigilando.
 Jelwyn seguía colgado del techo, en la postura tradicional de los prisioneros de Ternoy. Estrella Negra se mordió el labio inferior. Incluso a la débil luz de la antorcha, podía ver que el ardiés se encontraba en un estado lamentable. Tenía el rostro hinchado, lleno de moratones, y la espalda ensangrentada por los latigazos, y parecía inconsciente. Estrella Negra buscó el cuenco de agua y le mojó la cara. Jelwyn abrió los ojos todo lo que pudo, que tampoco fue mucho.
 -Ya creía que no ibas a venir -farfulló.
 -¿Creías que tu Alwaid iba a fallarte? -Le temblaban tanto las manos que casi no pudo meter la llave en la cerradura. Cuando al fin lo consiguió, apenas pudo evitar que Jelwyn cayera en el suelo en lugar de en sus brazos- ¡Oh, malditos sean! ¿Qué te han hecho?
 -He estado peor.
 Estrella Negra lo dudaba, pero tenía demasiada prisa para ponerse a discutir. Se pasó el brazo de Jelwyn por un hombro y uno de los suyos por la cintura. Oyó cómo Jelwyn respingaba cuando le rozó las heridas de la espalda, pero no podía andarse con remilgos.
 -¿Puedes andar?
 -Tendré que hacerlo. ¿Dónde está Bri?
 -Aquí mismo, armada y peligrosa.
 Poco a poco, anduvieron hacia la puerta. Briana se tapó la boca como para contener un grito cuando vio el aspecto de Jelwyn.
 -No exageres, Bri, solo ha sido una paliza. Podría haber sido peor.
 Porque solo había sido el principio, pensó Estrella Negra, pero prefirió no decir nada.
 -Ahora voy a soltarte. ¿Crees que podrás sostenerte en pie?
 Jelwyn asintió. Se tambaleó un poco cuando Estrella Negra se alejó de él, pero se mantuvo en pie.
 -Recuerda lo que te he dicho, preciosidad.
 Briana asintió. Estrella Negra comenzó a caminar hacia la salida de las mazmorras, pero a medio camino se dio la vuelta y regresó junto a Briana.
 -Por si acaso no volvemos a vernos.
 La tomó por los hombros y la besó antes de que ella pudiera pensar en alguna forma de evitarlo. Cuando se apartó, Briana trató de darle un bofetón, pero él atrapó su muñeca antes de que lo consiguiera.
 -Me lo había ganado, ¿no?
 Y, tras dirigirle una mirada burlona a Jelwyn, se dirigió con su paso tranquilo hacia la salida.
 -Bu... bueno, Jelvin, no podéis ir por ahí sin camisa... yo bus... buscaré algo.
 Le quitó la cota de malla y la capa a uno de los trhogol muertos y ayudó a Jelwyn a ponérsela, y luego comenzaron a caminar, todo lo deprisa que pudieron, hacia la salida del castillo. Jelwyn iba recuperando poco a poco el uso de sus piernas y sus brazos, pero seguía necesitando su ayuda para no derrumbarse.
 Briana oía como si tuviera los oídos taponados. Tal vez se debiera a la altura, pero al mismo tiempo, su muñeca, donde tenía el Signo estaba comenzando a dolerle como nunca le había dolido, con un ardor pulsátil, una quemazón casi obsesionante que estaba haciendo que se olvidase hasta del peligro.
 Pero el peligro existía, como les recordó el grito de alarma que pareció resonar en todo el castillo casi al mismo tiempo que ellos salían al patio. Jelwyn soltó una maldición y trató de acelerar el paso. Casi cayeron los dos al suelo. Briana sintió como si el frío la partiera por la mitad. Una campana comenzó a repicar en lo alto del torreón, tal vez una señal de alarma. Los centinelas de la puerta corrieron hacia ellos. Más trhogol y no-muertos salieron de otras puertas que daban al patio.
 Briana sentía su frente goteante de sudor, y al mismo tiempo un frío casi paralizante. A su lado, Jelwyn parecía haber perdido toda su energía.
 Busca un lugar alto, murmuró una voz en su mente. Por un momento, Briana pensó que era la Sacerdotisa. Pero, ¿cuándo había estado ella de su parte?
 -¡A la muralla, Jelvin!
 Él pareció reaccionar. No podía correr, pero levantó la espada con ademán desafiante.
 -No me atraparán vivo -siseó.
 Pero estaban rodeados, y los centinelas se acercaban cada vez más.
 Y entonces, como en un sueño, Briana comprendió lo que le estaba ocurriendo. El dolor ardiente de su muñeca se había extendido a todo su cuerpo. Su corazón parecía haberse trasladado al Signo, y latía tan deprisa que creyó que estaba a punto de desmayarse. Reconoció los síntomas. Los había oído explicar tantas veces con apenas disimulada envidia...
 ¡Dama de Plata! ¡Voy a Transformarme!
 Se volvió hacia Jelwyn, que estaba, él sí, a punto de desmayarse. La herida de la pierna, curada a toda prisa antes de que les llevaran al castillo, se había abierto y la sangre goteaba en el suelo. Briana nunca había sido azotada, pero el aspecto de la espalda de Jelwyn le daba una ligera idea de lo que debía estar sintiendo el ardiés.
 No había tiempo que perder. Briana sabía que debería haber subido a un lugar alto para su primer vuelo. Pero, como solía decir la Sacerdotisa, ella nunca hacía las cosas como era debido. Soltó la espada, cruzó los brazos sobre su pecho y cerró los ojos. Se suponía que debía pensar en el viento, pero no pudo. No era posible que nadie lograra pensar mientras su cuerpo dejaba de pertenecerle, se diluía, se transformaba. No era posible pensar en nada, ni siquiera en el viento, sabiendo que lo que hasta entonces había sido brazo, antebrazo y mano, acababa de convertirse en alas.
 Briana abrió la boca en un grito de entusiasmo, pero no oyó más que un rugido. Agarró a Jelwyn antes de que tocara el suelo, batió las alas y salió volando mientras los dardos de ballesta silbaban a su alrededor. En su mente, cruzó los dedos para que ninguno le acertara a Jelwyn.
 Pasó por encima de la muralla y se lanzó en picado hacia el fondo del precipicio, se remontó de una forma casi instantánea antes de tocar el suelo y planeó por el interior del cañón. Sabía que nunca volvería a sentirse de aquella manera, con la risa burbujeando en su garganta como leche hirviendo en un puchero y casi tan incontenible. Pero tenía que buscar un lugar donde aterrizar, dejar a Jelwyn en el suelo y volver a ser ella misma.
 Lo encontró en la ladera de una montaña, que parecía no tener una pendiente muy pronunciada. Se dejó caer poco a poco, soltó a Jelwyn antes de tocar el suelo y volvió la cabeza para mirarse.
 ¡Soy una drach roja!
 Se le había secado la garganta. Una drach roja. Una reina. Más poderosa que cualquier drach viva. Más que Brela.
 Solo entonces se acordó de Jelwyn. Estaba donde ella le había dejado, muy quieto. Briana se transformó en un parpadeo y, ya en su forma humana, se arrodilló a su lado y le buscó el pulso en el cuello.
 Estaba vivo. Briana se dejó caer sobre sus talones y dejó escapar un suspiro de alivio.
 Jelwyn gimió y entreabrió los ojos.
 -¿Por qué no estamos muertos?
 ¿Y por qué tenía que preguntarlo?, Pensó Briana. Pero se limitó a contestar, aparentando no darle importancia:
 -Mis poderes.
 Habían conseguido clavarle un dardo en el talón, pero la bota había evitado que la herida fuera muy profunda. Briana lo arrancó lo mejor que pudo, se desgarró un pedazo de camisa y vendó aquella herida y la de la pierna, lamentando que la camisa no pudiera estar más limpia.
 Jelwyn sonrió.
 -Casi no lo contamos, ¿verdad?
 Briana se ruborizó casi como cuando Estrella Negra la había besado, y cruzó los dedos para que él hubiera decidido no recordar aquel detalle.
 -No, casi no lo contamos.
 Entonces, casi por sorpresa, él la abrazó. Briana apoyó la mejilla en su hombro y se relajó mientras las manos de Jelwyn le palmeaban la espalda y le acariciaban el pelo.
 -¿Por qué no me contaste tus poderes eran de esa clase?
 -No sabía si me creeríais. No quería que me tuvierais miedo. Y ni siquiera... ni siquiera sabía que pudiera hacerlo. Jelvin, yo... Vámonos de aquí, no sé vos, pero lo que es yo, ni muerta volveré a ese maldito castillo.
 -Yo tampoco.
 -Entonces será mejor que nos pongamos en marcha. ¿Hacia dónde está el norte?

*****

      Llevando su caballo de la rienda, Níkelon se acercó a Garalay y al grupito de muchachas que estaban sentadas con ella. Dieciséis pares de ojos se volvieron hacia él cuando la llamó. Carraspeó, algo incómodo.
      -Vidrena me ha pedido que vaya a ver qué hay ahí delante. ¿Me acompañas?
      Garalay le miró, sorprendida. No era la primera vez que Vidrena mandaba adelantarse a Níkelon para que comprobara si el camino estaba despejado, pero sí era la primera que él quería que ella le acompañara.
      -¿Por qué no?
      Níkelon sonrió como si no hubiera esperado aquella respuesta.
      -¿Te ayudo a montar?
      -Puedo sola.
      Níkelon vio de reojo cómo Vidrena alzaba las cejas cuando le vio montar detrás de Garalay y tomar las riendas.
      -Espero que esto no sea solo una excusa para abrazarme -dijo Garalay un poco más tarde, cuando ya habían dejado atrás a los otros.
      Níkelon sabía que no había sido una buena idea. El cabello de Garalay le hacía cosquillas en la cara, y la visión de su cuello y sus orejas hacía que le rechinasen los dientes de ganas de mordisquearlos.
      -Por supuesto que no. Es una excusa para hablar contigo sin que nos molesten.
      -¿Ahora tienes secretos?
      -En realidad, princesa, me debes unos cuantos paseos. Y a falta de bosque... ¿De qué hablabas ayer tanto rato con Morj?
      Garalay se rió.
      -¿Celos, Nikwyn?
      -Más bien envidia. Parecías tomártelo más en serio que a mí.
      -No era nada importante, sólo estábamos planeando destruir la más sagrada tradición de las Damas Grises.
      -Suena interesante. ¿Qué te dijo, que quiere ser una de ellas?
      Garalay se volvió a mirarle, con los ojos muy abiertos.
      -¿Cómo lo sabes?
      -¡Era una broma! ¿De verdad Morj quiere ser...? ¿Cómo podríamos llamarlos, Hombres Grises, Caballeros grises?
      -¡Suena feísimo! En realidad, lo que quieren es aprender lo mismo que las chicas. Y lo único que se me ocurrió contestarle fue: "Es verdad, ¿por qué no?"
      -¡Les va a dar algo cuando se enteren!
      -Si ellas pueden saltarse las normas cuando quieran, yo también. ¡Hay tanta gente ahí fuera, Nikwyn! Gente con ganas de aprender y cosas que enseñar. Debería existir algo, un lugar donde pudieran encontrarse.
      -Princesa, cada vez que comienzo a preguntarme por qué me gustas tanto, haces algo que me lo recuerda.
      -Lo tendré en cuenta. -Había sonado casi como una amenaza. Níkelon renunció a replicar.- ¿Qué es eso?
      -¿Qué es el qué?
      -Ahí delante, ¿no lo ves? ¡Haz correr a este bicho!
      -Si hay algo raro, deberíamos volver para informar.
      Garalay golpeó con sus talones los flancos del caballo. El animal, sorprendido, relinchó en señal de protesta y se lanzó al galope. Níkelon no tuvo más remedio que agarrarse con todas sus fuerzas a las riendas y al mismo tiempo sujeta a Garalay para evitar que se cayera, mientras pensaba en todo lo que iba a decirle cuando recuperase el aliento.
      -¡Para! -gritó ella en un tono de voz que hizo imposible desobedecer, y apenas había Níkelon detenido al caballo cuando ya se había tirado de la silla.
      Níkelon desmontó con algo más de calma. En el suelo pudo ver los restos de un campamento: la hoguera apagada hacía días, las mantas, el corazón de una manzana, incluso la cazuelita en la que Jelwyn solía calentarse el agua para la
menta. Como si algo o alguien hubiera obligado a sus propietarios a marcharse de allí tan deprisa que no habían tenido tiempo de borrar el rastro.
      Garalay estaba de rodillas, muy pálida, observando algo. Níkelon se agachó a su lado. Ya había visto lo suficiente para reconocer lo que eran aquellas gotitas. Cuando ella levantó la mirada, no supo qué decirle. "Lo lamento" le pareció estúpido. Ni siquiera sabía lo que debía lamentar.
      -No creo que esté muerto -dijo al fin-. Lo habrías visto.
      Garalay miró de nuevo las manchas de sangre.
      -No vi a Farfel.
      -Deja de atormentarte, seguro que está  bien.
      Ella reaccionó como si la hubieran pinchado.
      -¿Bien? ¡Está herido, Nikwyn, y prisionero! ¿Sabes lo que les hacen a los prisioneros ardieses?
      -Si está  prisionero, no puede estar en otro sitio que en Redlam.
      -Pueden haberlo llevado al Castillo Negro sin pasar por allí.
      Había algo espantoso en aquella fría tristeza. Níkelon tenía una ligera idea de cómo tratar con un ataque de ira, o de llanto. Pero Garalay se limitaba a estar allí, sentada sobre sus talones, mirando las manchas de sangre y hablando con una voz opaca, en la que no podía haber ni llanto contenido.
      -Dagmar, estás siendo pesimista.
      -¿Y no tengo motivos?
      -No. Tienes a Vidrena, y también a mí. ¿Es que crees que no soy capaz de desmontar todos los castillos de este maldito país piedra por piedra para encontrarle, aunque solo sea por lo mucho que a ti te importa?
      Ella se volvió a mirarle, con un brillo en los ojos que en cualquier otra persona habría podido preceder a las lágrimas.
      -Nunca me atreví a decírselo. ¿Crees que lo sabe?
      -¡Pues claro que lo sabe! ¡Si hasta yo me di cuenta enseguida! -Se le estaban durmiendo las piernas, así que se dejó caer de rodillas y la cogió de las manos-. Tranquilízate y piensa. Es el mejor jeddart de Ardieor, puede cuidarse solo y además no está solo. Estoy seguro de que Bri es más de lo
que parece.
      En un impulso que tal vez ni ella pudo explicarse, Garalay le abrazó.
      -Te quiero mucho, Nikwyn, aunque no debería decírtelo.
      -Sobra una palabra.
      Garalay se apartó.
      -¿Qué?
      -Ese "mucho". Es como si me hubieras dicho que me quieres como a tu perro o a tu hermanito pequeño. O como si fueras a añadir que soy el mejor amigo que has tenido nunca.
      -¡Es que lo eres! Solo quería que lo supieras por si no tenía otra ocasión de decírtelo, pero ya veo que ha sido una mala idea. ¿Gris?
      Por un momento, Níkelon pensó que Garalay se había vuelto loca. Luego, volvió la cabeza hacia donde ella estaba mirando y vio a la perra. Estaba flaca, pero no parecía herida ni enferma. Indecisa entre sentarse o permanecer en pie, había elegido una postura intermedia que le permitía mover la cola con todas sus fuerzas y golpear el suelo con las patas delanteras. Solo al oír la voz de Garalay se decidió a acercarse.
      -Pobrecita, te han dejado sola aquí, esos malvados. -Garalay había liberado sus manos sin demasiados aspavientos y dejó que Gris la olfateara y lamiera su cara. Luego, volvió a ser la Garalay que Níkelon reconocía-. Nikwyn, ayúdame a recoger estas cosas y vamos a contárselo a Vidrena. Tenemos personas a las que rescatar.

*****

      Hacía frío. No era ninguna novedad, pero seguía siendo una molestia. En algún lugar detrás de las nubes, se recordó Anhor, hacía sol. Seguro que era la clase de sol que hacía suspirar a la gente por un poco de sombra. Lo añoraba con toda su alma.
      -¡Atención, ardieses! -dijo Dulyn. Estaba montado en su caballo, con el casco recién ajustado bajo la barbilla. Anhor pensaba que era un casco demasiado vulgar. Debía haber tenido un  águila, un león o alguna otra fiera en la cimera, pero el desinterés de los ardieses por aquel aspecto de la guerra era decepcionante.- Este es el momento más importante de nuestras vidas. Ardieor no ha visto nada semejante desde la caída de Dagmar. Luchad hasta la última gota de vuestra sangre, porque si vencemos, entraremos en la leyenda. Pero si perdemos,
seremos historia.
      Un jeddart detrás de Anhor preguntó en voz baja.
      -¿Eso ha sido eso que llaman metáfora?
      -Me temo que sí -le respondió un compañero.
      -Pues estamos apañados.
      -¡Eh, Capitán! -gritó otro- ¿Esto va a ser muy largo?
      Anhor vio cómo centelleaba la mirada de Dulyn. A la derecha del ardiés, Norwyn sonrió como en señal de aprobación.
      -Palurdos -murmuró Dulyn. Y luego hizo dar la vuelta a su caballo y ordenó con voz firme- ¡Abrid la puerta!
 Un jeddart algo asustado levantó la tranca. El chirrido de la cadena al alzarse el rastrillo espeluznó a más de uno.
 Aunque menos que la voz que sonó a sus espaldas.
 -¡Dulyn! ¿Qué significa esto?
 Dulyn se volvió a mirar a Norwyn.
 -¿Se lo has dicho tú?
 -¿Crees que estoy loco?
 Yarla carraspeó.
 -¿De verdad quieres que alguien te conteste a eso?
 Dayra se plantó al lado del caballo de Dulyn, con el ceño fruncido y las manos en las caderas.
 -He preguntado que qué significa esto.
 -Vamos a hacer una salida.
 -¿Una salida? ¿Es que se os ha secado a todos el cerebro?
 -¿Y qué vamos a hacer? ¿Pudrirnos aquí dentro? Prefiero morir con una espada en la mano -Se inclinó hacia ella y la besó en la frente-. Tranquila, sé cuidarme.
 Dayra se mordió el labio inferior.
 -Elegí un mal día para dejar de morderme las uñas.
 Dulyn hizo que su caballo levantara las patas delanteras, en lo que a Dayra le pareció una exhibición algo inútil, y salió al galope por la Puerta Este de Comelt.
 Dayra no se movió mientras el resto de sus acompañantes salían tras él, de una forma algo menos espectacular pero igual de ruidosa. Luego, mientras la puerta se cerraba, subió corriendo las escaleras hasta lo alto de la muralla.
 Por la tierra de nadie, entre el campamento enemigo y las murallas de Comelt, cargaron los quinientos jeddart y el galendo. Cabalgaba en cabeza el Gobernador Dulyn, a su derecha, un poco atrasado, Norwyn de la Segunda del Valle, y a su izquierda, tratando de mantenerse a la altura, Anhor de Erdengoth. Cayeron sobre el campamento enemigo como una tormenta de granizo, matando y destruyendo, y un grito de entusiasmo se elevó desde las murallas. Solo Dayra permaneció callada, luchando con todas sus fuerzas contra el impulso de morderse las uñas. De reojo, le pareció ver, no muy lejos de ella en las almenas, la figura traslúcida de una Dama Gris. Prefirió no seguir mirando.
 Aquello era lo que había estado esperando, pensaba Anhor. Nada de ocultarse tras las murallas, o de huir ante el enemigo. El viento en la cara, el sonido de la espada contra el acero o la carne enemiga, el olor de la sangre fresca. Casi podía oír el primer verso de la balada celebrando sus hazañas.
 Pero no iba a ser tan fácil. Una vez recuperados de la sorpresa, y a las enérgicas órdenes de Lajja, los trhogol reaccionaron. Los ardieses pronto se vieron rodeados.
 -¡Retirada! -gritó Yarla.
 -¡No!
 -¡Son más que nosotros! ¡No pienso dejar que nos maten porque seas demasiado orgulloso para reconocer que has perdido!
 -¡En mi ciudad y en mi Compañía soy yo quien da las órdenes! ¡Aún soy el Capitán aquí, a ver si os enteráis!
 No valía la pena discutir con él, pensó Yarla. Espoleó a su caballo, saltó por encima de un trhogol, atropelló a otro e hizo un cruce de dedos mental para que los demás tuvieran el sentido común de seguirla cuando gritó la orden de retirada.
 En un gesto que encontró algo despectivo, nadie se molestó en perseguirlos mientras huían hacia las murallas. La joven no comenzó a temblar hasta que la puerta estuvo bien cerrada a sus espaldas. Al quitarse el casco, se dio cuenta de que el sudor chorreaba por su frente y empapaba todo su cabello.
 Paseó la mirada a su alrededor. Hizo un recuento mental de todos los que habían salido y los que habían muerto o sido heridos en la escaramuza. Y entonces, oyó la pregunta de Dayra, y supo por qué no se habían molestado en perseguirles.
 -¿Dónde está Dulyn?

*****

      El Amo de Redlam comenzaba a estar harto de la niña. Estaba sentada en las rodillas de Zetra, como un perrito faldero, y jugueteaba lanzándose una pelotita dorada de una mano a otra. No le miraba, pero él sabía que aquella sonrisita de superioridad no estaba dirigida a la pelotita. Layda había empezado a sonreír en cuanto él había comenzado a contar cómo el Capitán de la Guardia había reclamado a la prisionera, y había seguido sonriendo mientras él contaba cómo Estrella Negra había dado la alarma al encontrar lo que quedaba del Capitán.
      Y entonces, la niña dejó caer la pelotita y levantó la mirada. El Amo de Redlam trató de no ver la sonrisa y continuó contando la persecución, y cómo la chica se había transformado en dragón y había salido volando con el ardiés.
      -Señor, ha llegado la segunda patrulla.
      Por primera vez desde que le conocía, el Amo de Redlam se alegró de ver a Estrella Negra, aunque hubiera entrado sin llamar.
      -Así que enviaste gente a perseguirles -dijo Layda, con su vocecita rezumando miel envenenada.
      El no-muerto prefirió no hacerle caso y se volvió hacia Estrella Negra.
      -¿Les han encontrado?
      Estrella Negra negó con la cabeza.
      -Dicen que es como si se los hubiera tragado la tierra.
      Layda soltó una risita.
      -¿A un ardiés y a un dragón? Demasiado bocado para tragárselo entero.
      -Y demasiado duro para masticarlo -añadió Zetra.
      Estrella Negra pareció sobresaltarse al verlas. O tal vez fuera solo a la niña, pensó el Amo de Redlam. Para ser un humano, se controlaba bien. Hizo una reverencia en dirección al espejo, y a un gesto de Zetra, se acercó.
      -Quién lo hubiera dicho de la muchachita. Parecía tan indefensa... Tuviste suerte de que no te tocara a ti.
      -Sí, Señora.
      Zetra acarició los cabellos de Layda. La niña sonrió.
      -Raro que yo no la conociera.
      Estrella Negra devolvió la sonrisa.
      -¿Conoces a todos los jeddart de Ardieor?
      -A una tan buena la habría conocido.
      -¿Sabías que la chica no es ardiesa? -preguntó Zetra.
      -No me he molesté en averiguarlo.
      -¿Ni siquiera cuando hablaste con ella en Dagmar?
      Así que Lajja había acabado confesando que la chica había llegado a Dagmar cuando Alwaid aún estaba al mando. Interesante.
      -No sé lo que te habrán contado de lo ocurrido en Dagmar, pero te aseguro que no perdí mucho tiempo hablando con la dama en cuestión. Y, ya puesto a malpensar, podrías preguntarte por qué Lajja no te la entregó antes. O por qué no habló de ella cuando mandaste a buscarme. Seguro que nos habríamos ahorrado todos un montón de problemas.
      -Lajja ya tendrá  su merecido cuando yo lo considere conveniente -Zetra miró al Amo de Redlam-. Buscad hasta debajo de la tierra si es preciso. Quiero sus cabezas en bandeja de plata. Si no tenéis bandeja me conformo con una cesta.
      -Las tendrás, mi Señora.
      Zetra y la niña se desvanecieron del espejo. El Amo de Redlam lo cubrió con el paño y se dirigió hacia su mesa.
      -Ella tiene razón. Eres un hombre muy afortunado.
      -Sí, supongo que se podría llamar suerte.
      -O asesinato -El vampiro miró sin parpadear al humano. Parecía muy tranquilo. Estrella Negra pasó el peso de su cuerpo de una pierna a otra, esperando la orden de retirarse-. Y, dime, ¿qué era eso tan importante de lo que tenías que hablar con el prisionero?
      -¿Es que no tengo derecho a divertirme un poco?
      -No sin mi permiso -Estrella Negra no hizo ni un movimiento al oír esto, pero el Amo de Redlam advirtió un brillo peligroso en sus ojos-. He estado pensando, estos días, mientras buscábamos a esa linda parejita. Y creo que la historia que nos contaste tiene algunas... incoherencias. Por no decir que es un embuste de principio a fin. Muchacho, ¿de verdad crees que la Emperatriz es tan estúpida como para creerme que una chica medio muerta de miedo consiguió matar al Capitán de mi guardia, encontrar ella sola el camino a las mazmorras y rescatar al ardiés? ¿Sin la ayuda de alguien que conociera el castillo, de alguien interesado en deshacerse de un rival, o que no quería que el prisionero continuara siéndolo? ¿De veras creías que ella, o yo, o alguien con algo más que aire dentro de la cabeza iba a creerse semejante historia?
      -No comprendo a dónde quieres ir a parar, mi señor.
      -Y yo no comprendo ese empeño tuyo en seguir llevando tu máscara. Las máscaras no son tan seguras como parecen, chico. Hay dos cosas que no pueden disimular: la voz y los ojos. Una de las pocas ventajas de una larga existencia es que llegas a ver muchas cosas. Algunas se olvidan, y otras no. Como los ojos de Vidrena de Ardieor. Eran del mismo color que los tuyos -Los colmillos del Amo de Redlam centellearon en una sonrisa-. En realidad, creo que sé por qué lo hiciste. Aunque suene como una broma que lo diga yo, la sangre es más espesa que el agua, ¿verdad, Capitán Aletnor? ¿O prefieres que te llame Farfel?
      El Amo de Redlam chasqueó los dedos y la máscara se rompió de parte a parte. Los dos pedazos cayeron al suelo con un siniestro repiqueteo. Como si hubiera sido una señal, dos guardias aparecieron en la puerta.
      En el rostro del humano se reflejó un inmenso alivio.
      -Bueno, alguna vez tenía que ocurrir.
      -Llevadle a las mazmorras.

*****

      De una forma o de otra, pensó Garalay, las cosas comenzaban a encajar. Vidrena había recuperado su Sello, su Dama Gris, su espada, su enemiga y un sucedáneo aceptable de Tairwyn. Solo le faltaban su perra y su castillo. Garalay no se sorprendió cuando Gris y Vidrena se reconocieron. Ni siquiera cuando Gris reconoció a Alwaid y hubo que sujetarla para evitar que se lanzara al cuello de la vampira.
      Poco después, mientras cabalgaban lo más deprisa posible hacia Redlam, con Gris trotando al lado de su caballo con ademán orgulloso y mirando de reojo a Alwaid, Vidrena habló de sus planes inmediatos.
      -Según el viejo Gaynor, existen tres maneras de apoderarse del típico castillo roquero inexpugnable. La primera es sitiarlo hasta que los defensores se mueran de hambre, pero no tenemos tiempo para eso. La segunda, sobornar a alguien de dentro para que abra las puertas.
      Garalay asintió.
      -Pero no tenemos nada con qué sobornar a nadie.
      -Eso no es del todo cierto. Me tenéis a mí. Alwaid va a capturarme, y acompañada de su fiera escolta de la Fortaleza, se detendrá unos días en Redlam para descansar antes de cruzar las Montañas y entregarme a Zetra. Esa era la tercera manera. Astucia.
      -¿Y crees que se lo tragarán?
      -Alwaid, querida, nunca subestimes la estupidez de un no-muerto. Soy Dren de Dagmar, y llevo la espada que desea su Señora. Estar n encantados de tragárselo. Y cuando media guarnición esté pudriéndose en el suelo, la otra media estará corriendo para no ser ellos quienes estén allí para dar explicaciones.
      -Y entonces rescataremos a Jelwyn.
      Vidrena no contestó. Tenía la mirada fija en las montañas, y Garalay supuso que estaría puliendo el plan hasta que quedase perfecto.
      -Morj, ve a la retaguardia y diles que se den más prisa. No quiero tardar más de tres días en llegar a ese maldito castillo.
      -¿Crees que tenemos alguna probabilidad de conseguirlo? - preguntó Níkelon a Garalay poco después-. ¿Podremos entrar en Redlam?
      -Oh, seguro que entraremos. Pero yo que tú no apostaría nada a que saldremos.
      Pues estamos apañados, pensó Níkelon. Y de repente las montañas le parecieron mucho más altas. Pero Garalay sonrió como si estuviera leyendo su pensamiento.
      -Nikwyn, estás siendo pesimista.
      -¿Yo? Tú eres quien no apostaría a que saldremos.
      -Bueno, a estas alturas ya deberías saber que yo nunca apuesto -Su sonrisa se volvió casi maligna.- Sería hacer trampa, ¿no crees?
 -¿Vas a contarme alguna vez lo que ocurrió la noche de la Cacería? Yo te lo cuento todo.
  -Pero tú puedes explicarlo. Se te dan mejor las palabras -Níkelon apoyó el dorso de su mano en la frente de Garalay- ¿Qué haces?
       -Comprobar que no has tenido una recaída de la Fiebre. Es la primera vez que te oigo reconocer que hago algo mejor que tú.
      -No tengo la Fiebre, tontaina, solo... No creo que pueda explicarte lo que sentí, lo que me ocurrió, pero creo que puedo intentar contarte lo que creo que he descubierto. Es Ternoy. Se está  muriendo.
      -¿Que se está qué?
      -El Castillo Negro le está matando poco a poco. Se alimenta de su vida como una garrapata. Y Zetra se mantiene viva con el poder del Castillo. ¿Entiendes lo que quiero decir?
      -No, pero no importa. Sigue hablando.
      -¿Por qué crees que no ha conseguido pasar de Ardieor?
      -¿Porque teme el inmenso poder de Galenday?
      -Casi aciertas. Imagínatela, la gran bruja, la Emperatriz, la poderosa hechicera inmortal, muerta de miedo en su castillo...
      -Eso ha sido una contradicción.
      -Oh, déjalo. Lo que quiero decirte es que si no hemos encontrado más habitantes que la gente de los Pantanos, es porque, al menos en esta parte, no hay más. Los ha convertido a todos en monstruos, en trhogol y vampiros, y a saber en qué más. Y Ternoy está  muy enfadado.
      -Y te lo dijo a ti.
      -No me lo dijo. Lo supe -Garalay suspiró-. Me gustaría poder explicártelo, de verdad.

*****

 Lajja no había perdido la oportunidad de restregar la captura de Dulyn por las narices de los ardieses. Les había dado hasta el amanecer para decidir si se rendían, y si a esa hora no habían abierto las Puertas, Dulyn sería decapitado ante las mismas murallas, a la vista de todos. Dayra no se había molestado en contestar.
 Y Dulyn estaba pasando la noche solo en una tienda rodeada de guardias trhogol, atado a la estaca central, tratando de decidir a quién odiaba más, si a su gemela o a aquella no-humana que le había capturado.
 Entonces oyó su voz en la entrada, diciéndoles algo a los trhogol. Y luego, la puerta de la tienda se abrió dejando paso a Lajja de los Pantanos.
 -Buenas noches, ¿estás cómodo?
 -He estado mejor -Dulyn no pudo resistirse a hacer una demostración de orgullo ardiés-. ¿Cómo está tu pierna?
 -Ha estado peor -Lajja sonrió. Una sonrisa de profesional a profesional, pensó Dulyn-. Tuve suerte, podrías haberme hecho mucho daño.
 -Y ahora vas a vengarte.
 -Ser  una lástima, un chico tan guapo... Pero si tus amigos no te aprecian lo suficiente como para rendirse, mañana voy a tener que degollarte.
 Dulyn no pudo evitar estremecerse. Solo de pensar en el filo de una daga ya comenzaba a dolerle la garganta.
 -Pero preferirías no tener que hacerlo.
 -Ya puestos a degollar a alguien, hubiera preferido a Jelwyn. A propósito, ¿dónde está?
 Dulyn se rió. Aquella mujer debía estar loca. ¿Tenía en sus garras a alguien que podía decirle cuál era el punto débil en las murallas de Comelt (no es que fuera a decírselo, claro, pero aún así, ella podía pensar que podía conseguir que él se lo dijera) y todo lo que le interesaba preguntar era dónde estaba Jelwyn?
 -Por mí puede haberse ido al Otro Mundo.
 Lajja se agachó ante él. Sus ojos quedaron a la misma altura que los de Dulyn. El ardiés no pudo evitar reparar en que era algo cejijunta.
 -Muy oportuno, el Joven Señor. Él se marcha y poco después yo me entero de dónde está el Valle de Katerlain. ¿No te parece un poco extraño?
 Dulyn no contestó. Algo muy frío y viscoso acababa de instalarse en la boca de su estómago.
 -¿Y no te pareció raro que, a pesar de las muchas veces que Estrella Negra y él se encontraron frente a frente, nunca se mataran el uno al otro? -Lajja sonrió-. Después de todo, conseguimos una Dama Gris...
 -Cállate.
 -Los hombres son débiles, muchacho. Y más vale servir en el Castillo Negro que reinar en una ciudad y un valle. Por más bonitos que sean. -Lajja se incorporó y le dio una palmadita en la mejilla-. Hasta mañana, Gobernador de Comelt. Espero no tener que degollarte.
 Dulyn apretó los labios para no contestar.
 No, pensó a solas, perdido ya el sueño para toda la noche. Jelwyn podía ser muchas cosas pero no un traidor. Pero, como había dicho Lajja, habían conseguido a una Dama Gris. Y Dulyn comenzó a recordar. Una mañana en un camino del Círculo de Comelt, cuando Estrella Negra había arrojado a las patas de su caballo lo que luego había resultado ser la espada de Níkelon y se había alejado riéndose, solo para volverse y decirle, desde lo bastante lejos como para que el puñal que él le arrojó no le acertase, que la espada era para Jelwyn. Sus propias palabras en la Sala de la Casa Aletnor, él sí que sabía que tú te habías ido. Lo que me gustaría saber no es a qué estás jugando con ese bastardo enmascarado, sino cuándo terminará, porque algunos empezamos a estar hartos.
 Y Jelwyn no había contestado. Jelwyn nunca contestaba cuando le hablaban de Estrella Negra, malditas fueran las almas de los dos. Seguro que en aquel momento se estaban riendo juntos. ¿Qué se podía esperar de alguien que antes de partir sólo se había preocupado de poner a salvo a su Compañía y de darle permiso a su segundo para matarle?
 Después de todo, conseguimos una Dama Gris.
 Algo frío que rozó su muñeca le hizo respingar.
 -Cállate, idiota.
 Norwyn. Entre todos los que podían haber ido a rescatarle, tenía que ser aquel paleto de las Tierras Peligrosas con licencia para matarle. Fantástico.
 -Esto es por Dayra, ¿entiendes? -murmuró Norwyn mientras terminaba de cortar las ligaduras del otro. Se había pintado la cara y las manos de negro para no ser visto en la oscuridad de la noche y se cubría la cabeza con la capucha. Le tendió una capa a Dulyn.
 -¿Te amenazó con cortarte algo que necesitas mucho?
 -Sí, la lengua.
 Norwyn sonrió y por un breve instante Dulyn sintió que casi podrían haber sido amigos.
 -Vámonos de aquí antes de que nos descubran. Esto es un rescate, por si no te has enterado.
 Lástima, pensó Dulyn mientras se arrastraba tras el segundo de Jelwyn, escondiéndose en las sombras, quedándose quietos cada vez que se oía algo aunque fuera en el otro extremo del campamento. Habría dado cualquier cosa por ver la cara de Lajja cuando fuera a buscarle a la mañana siguiente.
 Horas después, seguía en una ventana de la Torre del Homenaje, mirando hacia el norte.
 -¿No vas a dormir?
 Dayra. Le había abrazado al verle cruzar la puerta sano y salvo, y luego le había dado tal bofetada que aún la sentía en la mejilla. Pero no era eso lo que le había quitado el sueño a Dulyn.
 Dayra le apoyó una mano en el hombro. Estaba fría, notó Dulyn cuando la cubrió con la suya.
 -¿Confías en Jelwyn? -le preguntó por sorpresa.
 La mano se enfrió más aún.
 -¿A qué viene eso ahora?
 -¿No te parece raro que se marchara a Ternoy justo antes de que comenzara todo esto? ¿Y que pensara en sacar del Valle a toda su gente?
 -No puedes estar hablando en serio.
 -¿Y que sea el único de nosotros que ha visto de cerca a Estrella Negra?
 -¿Te refieres a cuando intentó matarle?
 -Exacto. Intentó. ¿Alguna vez aparte de esa le has visto no conseguir algo?
 -Mira, ya sé que no os lleváis bien, pero esto es demasiado. ¿En serio estás pensando que él, un Aletnor de Dagmar... el... ¡el hermano de Farfel, por las faldas de Rhaynon!, es un traidor? ¿Qué tendría que ganar con eso?
 -¿Todo Ardieor, por ejemplo?
 -Será mejor que te acuestes, estás muy alterado.
 -Sí, será mejor -Le dio un beso rápido en la mejilla y se dirigió hacia la puerta. Pero antes de salir, se volvió-. Consiguieron una Dama Gris, ¿recuerdas?
 Dayra no contestó. Siguió mirando por la ventana que daba al norte.
 -Jelwyn, maldita sea, si no regresas pronto acabaremos todos locos -murmuró.

*****

 Habían caminado todo el día. Sin comida, sin agua, sin caballos ni mantas, contra el viento del norte, por unos estrechos senderos llenos de piedrecillas resbaladizas al borde de precipicios cuyo fondo ni un águila hubiera sido capaz de ver si hubiera volado por allí solo para eso.
 Encontraron la cueva por pura suerte. Si hubieran pasado un poco más tarde, habría estado más oscuro y no hubieran podido verla. Era apenas una rendija en la pared rocosa, por la que apenas pudieron pasar el cuerpo. En el interior se ensanchaba en una bóveda en la que cabían con comodidad diez o doce personas. En realidad, la cueva era un refugio para las patrullas que recorrían las montañas, pero en la oscuridad, ninguno de los dos llegó a ver la leña amontonada en un rincón. De todas formas, no tenían con qué encenderla.
 Fuera, arreció el viento. El frío se colaba por la entrada y rezumaba por las paredes. Jelwyn estaba temblando. Briana oía castañetear sus dientes, y se arriesgó a alargar la mano y tocarle la frente. Estaba ardiendo, y al mismo tiempo empapada en sudor. Las heridas se habían infectado, y el hambre, la sed y el frío habían hecho el resto. Lo sorprendente era que Jelwyn hubiera aguantado todo el día sin quejarse, y caminando a paso rápido.
 -Lo siento, Bri. No debería haberte metido en esto.
 Ya se lo había dicho demasiadas veces, y ella ya había tenido bastante con una.
 -¿Y qué alternativa teníais? ¿Ahogarme?
 Jelwyn intentó reírse, pero le salió una tos.
 -Al menos habría sido una muerte rápida.
 -¿Cómo es posible que aún no sepáis que prefiero mil muertes horribles a vuestro lado que una vida tranquila con cualquier otro?
 Briana casi no podía creer que ella hubiera podido decir aquello. Debería salir corriendo, pensó, no puedo permanecer a su lado ni un momento más. Pero entonces Jelwyn le pasó un brazo por el hombro, la atrajo hacia él y la envolvió en aquella capa apestosa que ella le había quitado al trhogol en el calabozo.
 -Dame la mano, Bri. -Briana obedeció. Jelwyn tenía la mano fría y sudorosa, pero no temblaba cuando la llevó a la base de su cuello-. ¿Lo sientes? -Al principio ella no supo a qué se refería. Luego lo notó. Demasiado rápido, demasiado débil, pero estaba allí. Un latido-. Te acostumbras a no sentirlo. Te convences de que te gusta no sentirlo. Y un día te encuentras con unos ojos grises en una cara sucia en medio de un pantano y el viejo traidor vuelve a despertarse. Lo único que siento es que el resto de mi vida vaya a durar tan poco, porque hubiera deseado pasarlo contigo.
 La voz había ido bajando poco a poco mientras hablaba. Briana apenas pudo oír la última palabra. Y luego sintió cómo se desplomaba contra ella. Poco a poco, Briana le tendió en el suelo, y lloró abrazada a él, con toda la rabia y la tristeza que llevaba acumuladas desde que podía recordar, hasta que también se desmayó.
 Una puerta de luz se abrió en la cueva, justo ante los dos cuerpos. Una niña que solo lo era de aspecto y una mujer de ojos de oro y cabellos de plata aparecieron en el umbral.
 -Esto va contra todas las normas, Señora.
 -¿Desde cuándo te importan tanto las normas?
 -Señora, hasta una dea ex machina tiene que respetar alguna norma. Imagínate que alguien cuenta esta historia dentro de algunos años. ¿Piensas que sus oyentes le creerán?
 -Se creen cosas más raras -La niña se arrodilló al lado de Jelwyn. -Hemos llegado a tiempo, aún esta vivo.
 -La verosimilitud narrativa...
 -Dinel, haz el favor de callarte.
 Dinel suspiró y puso los ojos en blanco. La niña apoyó sus manos en las frentes de los dos humanos, y poco después, los cuatro desaparecieron de la cueva.



1 2 3 4 5 6 7 8

  
 

subir

Películas y Fan Film
Tolkien y su obra
Fenómenos: trabajos de los fans
 Noticias
 Multimedia
 Fenopaedia
 Reportajes
 Taller de Fans
 Relatos
 Música
 Humor
Rol, Juegos, Videojuegos, Cartas, etc.
Otras obras de Fantasía y Ciencia-Ficción

Ayuda a mantener esta web




Nombre: 
Clave: 


Entrar en el Mapa de la Tierra Media con Google Maps

Mapa de la Tierra Media con Google Maps
Colaboramos con: Doce Moradas, Ted Nasmith, John Howe.
Miembro de TheOneRing.net Community - RSS Feed Add to Google
Qui�nes somos/Notas legalesCont�ctanosEnl�zanos
Elfenomeno.com
Noticias Tolkien - El Señor de los AnillosReportajes, ensayos y relatos sobre la obra de TolkienFenopaedia: La Enciclopedia Tolkien Online de Elfenomeno.comFotogramas, ilustraciones, maquetas y todos los trabajos relacionados con Tolkien, El Silmarillion, El Señor de los Anillos, etc.Tienda Amazon - Elfenomeno.com name=Foro Tolkien - El Señor de los Anillos