Wirda (Libro III: El Regreso de Vidrena)

21 de Mayo de 2003, a las 00:00 - Condesadedia
Relatos de Fantasía - Relatos basados en la obra de Tolkien, de fantasía y poesías :: [enlace]Meneame


CAPÍTULO 4

 Anhor tenía la cabeza a punto de estallar. Dayra había conseguido lo que Dulyn llamaba un "salvoconducto" en su peculiar estilo pomposo y le había llevado a la Casa Aletnor, donde esperaba encontrar a quien le diera información sobre lo que había ocurrido con Níkelon. Anhor había pasado la mañana en una amplia Sala, bajo la mirada iracunda de una dama que trataba de aplastar un castillito, escuchando lo que de Níkelon tenían que contarle cuatro Damas Grises, una Lym y no menos de dos docenas de jeddart. Durante su viaje por Galenday, Anhor había descubierto que, a su manera despistada e inocente, Níkelon había hecho estragos en los tiernos corazoncitos de jóvenes damas y doncellas. Como conocía a las jóvenes damas y doncellas de Galenday, la noticia no le había sorprendido mucho. Pero descubrir que había guerreros hechos y derechos que le admiraban, toda una Orden de hechiceras que le habían elegido nada menos que para salvar el mundo y una princesa que se había comprometido a casarse con él (aunque sobre este particular las Damas Grises no habían entrado en detalles y le habían suplicado el más riguroso secreto) era más de lo que el mejor caballero de Galenday podía asimilar en una mañana. Y eso sin entrar en el asunto de quién demonios en Tredac estaba vendiendo vino a Ternoy, qué más le estaría vendiendo y quién más aparte de él y de los anteriores Señores de Gueldou estaría vendiéndole algo.
 Norwyn dejó la copa de vino sobre la mesa.
 -Está  bueno.
 Anhor lo habría dicho con más palabras, entre las cuales se habrían encontrado al menos "afrutado" y "retronasal", aunque no supiera el significado de "retronasal".
 -Nikwyn habla mucho de ti, ¿sabes?
 -¿De veras?
 Norwyn bebió otro sorbo.
 -Oh, sí, eres su héroe. Le dice a cualquiera que pueda oírle lo maravilloso que eres. Casi no se le nota cuánto te envidia.
 Anhor no contestó. Siempre había sabido que todos en Crinale le envidiaban, incluyendo a sus hermanos, y eso hacía aún más mortificante lo ocurrido con Dayra en el Puente. Si en Crinale llegaban a enterarse de que había sido vencido por una mujer con una espada, Anhor iba a tener que tomar medidas. Dudaba entre el exilio, el suicidio o amenazar con el desafío a cualquier imbécil que osase recordarle el incidente. Terminó la conversación lo más deprisa que pudo sin ser grosero y se reunió con Dayra.
 No dijo nada hasta que estuvieron a medio camino del castillo.
 -Háblame de ese lugar. De... ¿Cómo dijiste que se llamaba?
 -Ternoy. ¿Qué quieres saber?
 -Cómo llegar.
 -Es fácil. Solo tienes que viajar hacia el norte hasta que te encuentres con el Therdeblut, pasarlo y ya estás allí -Dayra entornó los ojos-. No estarás pensando en ir, ¿verdad?
 -He venido a buscar a Níkelon y no volveré a Galenday sin él. Y si tengo que ir a buscarle a Ternoy, pues iré a Ternoy.
 -No sabrías ni por dónde empezar a buscar.
 -¿Y qué he de hacer, quedarme aquí hasta que aparezca?
 -Volver a casa, contarles lo que has averiguado y esperar noticias.
 -¿Y si no hay noticias? ¿Y si Níkelon nunca regresa?
 -Entonces, tampoco arreglarás nada perdiéndote en Ternoy. Mira, solo te pido que seas mi invitado durante una semana o dos, las que quieras. Si después decides irte a Ternoy, te prestaré toda la ayuda que pueda. ¿De acuerdo?
 Tal vez para gustarle, pensó Anhor, Dayra se había puesto un vestido blanco con bordados dorados en la orilla de la falda, las mangas y el escote, una larga capa azul oscuro, y se había recogido el cabello con una diadema de plata. En aquellos momentos, además, lucía un brillo en los ojos y una sonrisa casi suplicante, que la convirtieron en irresistible.
 -Una semana. Pero luego me iré.

*****

 Habían conseguido un pescado para desayunar. Sin sal sabía asqueroso, pero tenían hambre. Garalay pensó que mientras no encontrasen la forma de hacerse con armas, mantas y algún animal de transporte, no tendrían ni la más mínima oportunidad de llegar ni a medio camino. Se estaba preguntando cómo iban a conseguir todo lo que necesitaban cuando aparecieron los cinco trhogol.
 Por las insignias, debían ser una patrulla de la Fortaleza que aún no sabía que se había derrumbado. Mostraron sus dientes en lo que ellos debían creer que era una sonrisa al verla allí sola. Vidrena y Alwaid habían desaparecido unos instantes antes, para dedicarse a lo que fuera que se dedicase cada una cuando estaba sola. Garalay le había asegurado a Alwaid cuando se había marchado que sabría cuidarse sola. Pero no había contado con aquello.
 Empuñó con actitud desafiante aquel montón de óxido que Vidrena se empeñaba en llamar espada. Los trhogol enseñaron los dientes en la mueca que en ellos pasaba por sonrisa.
 -¡Morro quó tonamos oquó! ¡Ono orrdioso!
 A Garalay comenzaron a temblarle las manos. El sudor frío le confirmó lo que ya había notado: estaba asustada.
 -¿Nozosotos compoñío, bonito?
 Los trhogol estaban dando vueltas a su alrededor. Garalay tenía la garganta seca y sentía su lengua como un sapo que hubiera pasado demasiado tiempo al sol, pero, sorprendiéndose a si misma, se oyó bromear.
 -La vuestra no, chicos. Marchaos, volved bien peinados, limpios y depilados, y si tenéis mucha suerte me dignaré consideraros escoria.
 Hasta aquel momento no se había dado cuenta de que el miedo también podía ser divertido. Pero debía obrar con sentido común. Habló con su entonación más persuasiva, poniendo todo su poder en lo que decía, con la esperanza de que un presentimiento o algo por el estilo hiciera regresar a tiempo a Vidrena.
 -Chicos, no tenéis ni idea de con quién estáis hablando. Esta espada es el arma más mortífera jamás forjada, así que por vuestro propio bien os recomiendo que no me provoquéis -trató de no temblar al oír la carcajada de respuesta-. ¿No me creéis? Pues bien, sabed que un solo rasguño con esta espada puede hacer que vuestras mandíbulas se cierren tan fuerte que se os partirán esos horrorosos dientes que tenéis, la nuca se os volverá  tan rígida como el corazón de vuestra señora, los músculos de vuestra cara comenzarán a tener espasmos, aunque tal vez eso os haga parecer más guapos, quién sabe -Garalay advirtió un movimiento entre los juncos y su mente cruzó los dedos para que fuera Vidrena. Continuó hablando para distraer a los trhogol-. Pero entonces comenzarán las persistentes contracciones de los músculos de vuestro tronco y vuestras extremidades, comenzaréis a sudar hasta quedaros sin líquido, y entonces, cuando creáis que todo ha terminado, vuestra respiración se volverá silbante, se os acelerará el pulso y subirá vuestra temperatura corporal -Los trhogol estaban tan atentos a su voz que habían dejado de moverse. Garalay nunca había conseguido controlar a nadie de aquel modo. Casi lamentaba que su Maestra no estuviera allí para verla-. Y cuando creáis que ya no podéis sufrir más, moriréis entre horribles dolores. Solo habrán pasado cuatro días, pero os parecerán cuarenta. Y todo eso ocurrirá con un solo roce de la hoja de mi espada.
 Y aquel fue el momento que Vidrena eligió para hacer su aparición triunfal.
 -¡Hola! ¿Interrumpo algo?
 Eran cinco contra una, pero Garalay sabía que no tenían la menor oportunidad. Se apartó un poco del círculo, mientras Wirda hacía lo que más le gustaba. Tengo que recordar esto, se dijo, y en aquel momento un dardo de ballesta pasó rozando su mejilla derecha y se clavó en uno de los trhogol.
 Alwaid se había unido a la fiesta.
 -¿Dónde te habías metido?
 Alwaid remató al último trhogol antes de contestar.
 -Así me gusta, Dren, que seas agradecida.
 -Hablo en serio, Alwaid. ¿Dónde estabas?
 Alwaid mostró lo que parecía un conejo muerto, que había dejado caer al entrar en la pelea junto a Vidrena.
 -Odio el pescado.
 Garalay se inclinó a recogerlo. El conejo tenía una herida en la garganta. Garalay miró a Alwaid y vio una diminuta gota de sangre en la comisura de sus labios. Será de los trhogol, pensó, pero ni ella misma se lo creía.
 -Está  desangrado -murmuró.
 -Oye, Lym, yo no me meto con tus aficiones.
 -Alwaid, la próxima vez que quieras irte de caza, me avisas para que yo me quede con ella, ¿de acuerdo?
 -¿Estás insinuando que lo he hecho a propósito para que la capturasen?
 Vidrena miró a Garalay.
 -¿Cómo te encuentras?
 -Mareada.
 -Suele ocurrir la primera vez -Pero había inquietud en su mirada cuando acarició la mejilla de Garalay. Respingó y se volvió hacia Alwaid-. ¡Está ardiendo!
 -¡Oh, vaya, no habíamos contado con eso!
 -¿Tengo la Fiebre?
 -No te preocupes, la mayoría sobreviven.
 -¿Y qué pasa con los otros?
 Ni Alwaid ni Vidrena se molestaron en contestar.

*****

 La patrulla llegó al galope a la Torre Vigía. La joven que la mandaba desmontó del caballo a toda prisa, apartó con muy malos modos al perro que trataba de saludarla, y entró en la Torre.
 -¡Viene un ejército!
 Dos jeddart que jugaban al ajedrez levantaron la mirada del tablero. El que dormitaba en la litera se incorporó de un salto. Los que estaban afilando sus espadas, limpiándose las botas o aseando la Torre, la miraron como si se hubiera vuelto loca.
 -¿Qué entiendes tú por un ejército?
 -Oh, nada importante. Unos cien mil trhogol armados hasta los dientes. Nada con lo que no podamos terminar nosotros treinta.
 -Tampoco hace falta que seas irónica.
 -¡Lo que hace falta es que demos la alarma! ¡Esto es una invasión!
 -¿Seguro que no estás exagerando?
 -¡Sube a comprobarlo! ¡Seguro que ya pueden verse desde aquí!
 El jefe de la guarnición hizo una seña a uno de los jeddart, que envainó su espada y subió por las escaleras. Cuando bajó estaba pálido.
 -Tenemos que dar la alarma -susurró. No podía hablar más alto.
 -¿Esto es agua? -preguntó la jeddart señalando la jarra que había sobre la mesa de ajedrez.
 -Vino.
 -Mejor.

*****

 Por la mañana, Jelwyn se había levantado poco a poco, para no despertar a Bri, cuya cabeza seguía apoyada en su hombro. A la débil luz que entraba por la puerta y que se mezclaba con la que desprendían las pocas brasas que quedaban, había observado que ella sonreía. Por primera vez se preguntó qué edad tendría. Demasiado joven para haber sufrido tanto. No tenía ningún derecho a llevarla con él, aunque hubiera sido seguro, que no lo era, y Nikwyn no podía dejar a la Gente de los Pantanos ahora que les habían encontrado.
 Así que Jelwyn caminaba por los Pantanos con la única compañía de Gris y el caballo que llevaba de las riendas. Era lo más razonable y sensato que podía hacer. Tal como había planeado al principio, como debería haber ocurrido si Nikwyn no se hubiera metido por el medio. Él ya tenía bastantes problemas con todo lo que le esperaba, y bastantes preocupaciones con Layda. No podía ocuparse de un muchachita débil que no iba a darle más que problemas, aunque no pudiera evitar ver su cara cada vez que cerraba los ojos.
 Sí, ya tenía bastantes preocupaciones, y la última era que alguien le estaba siguiendo. Un caballo galopaba tras sus pasos, sin molestarse en disimular el chapoteo de los cascos, y Gris, que se suponía que era una feroz perra guardiana, había levantado las orejas y movía la cola.
 Bien, era inútil tratar de huir. Por el sonido, se trataba de un solo perseguidor, así que no había más que enfrentarse a él. Con un poco de suerte, incluso podía pillarle desprevenido. Tal vez ni siquiera le estuviese persiguiendo, podía estar paseando por allí por pura casualidad. Cosas más raras se han visto.
 Jelwyn desenvainó la espada y plantó los pies en el suelo lo mejor que pudo. Sostuvo el arma ante si, con todos los músculos en tensión, preparado para atacar.
 El perseguidor apareció tras una mata de juncos. Al verle, frenó el caballo de una forma tan brusca que estuvo a punto de salir despedida por encima de la cabeza del animal, y la capucha de la capa gris que llevaba le cubrió la cara por un momento. Se la echó atrás con un gesto decidido, mostró una cara tan roja por la ira como por el esfuerzo, y le fulminó con una muy lograda mirada de dignidad ofendida.
 -¡Bajad esa espada, Jelvin Aletnor, alguien podría salir herido!
 ¿Bajarla? ¡La maldita espada había estado a punto de caérsele de las manos!
 -¿Bri? ¿Qué diantre crees que estás haciendo?
 -No, Jelvin, ¿qué... eso creéis que estáis haciendo vos? ¿Creéis que es propio de un caballero abandonar a una dama después de haber pasado la noche con ella?
 -Primero: Si crees que cinco horas durmiendo obligan a algo, eres demasiado inocente para este mundo. Segundo: Ya te dije que no soy un caballero. Y tercero: si de verdad supieras algo de caballeros, sabrías que abandonar a las damas es una costumbre muy arraigada entre ellos. Sobre todo después de haber pasado la noche con ellas.
 Ella debería haberse ruborizado, pensó Jelwyn, hasta una ardiesa lo hubiera hecho, pero Briana había palidecido como si hubiera estado un mes siendo el desayuno de Alwaid. Tal vez estuviera pensando en algún caballero al que hubiera conocido alguna vez, se dijo Jelwyn. O tal vez en alguno que no hubiera conocido. En alguien que pasaba por allí. Jelwyn deseó poder hacer retroceder el tiempo para no haberlo dicho.
 -Bri, ¿es que no lo entiendes? Esto va a ser peligroso. Podrías morir.
 -Que yo sepa, vos no sois inmortal.
 -¡Solo quiero que estés a salvo!
 -¡Yo no quiero estar a salvo! ¡Lo que quiero es volver a casa! ¡Y nunca lo conseguiré quedándome a salvo en estos pantanos asquerosos! ¿No comprendéis que nunca llegaré a ninguna parte si no me pongo en marcha?
 Se detuvo jadeante, con un brillo temerario en los ojos, como desafiándole a llevarle la contraria. Jelwyn notó que, contra todo sentido común, estaba a punto de sonreír.
 -¿Es así como has convencido a Nikwyn de que te deje marchar?
 Un intento de sonrisa apareció en la cara de Briana como respondiendo a la de él.
 -Le amenacé con escaparme.
 Pobre principito, pensó Jelwyn, todas le dejan. Pero imaginarse a Briana sola en medio de Ternoy siguiéndole, para acabar a saber dónde y en qué manos, le hizo tomar una decisión.
 -Desmonta.
 Briana obedeció. Permaneció en pie al lado del caballo, pálida, con los cabellos alborotados por la fría y húmeda brisa de los Pantanos y la mano en las riendas, algo temblorosa. La capa que Níkelon debía haberle prestado antes de dejarla marchar le llegaba casi hasta los pies. Jelwyn trató de apartar de su mente el sospechoso parecido que en aquellos momentos tenía la joven con una Dama Gris, y cuando habló trató de parecer más enfadado de lo que en realidad se sentía:
 -Yo estoy al mando. Cuando te dé una orden, obedecerás. Y con un poco de suerte saldremos vivos de esta. ¿Entendido? -Briana asintió. Su rostro mantenía una expresión seria, casi solemne, pero Jelwyn no pudo dejar de notar que sus ojos brillaron de alegría en cuanto comprendió lo que él estaba diciendo-. Muy bien. Si eres una buena chica y salimos enteros de este maldito país, te doy mi palabra de jeddart de que te devolveré a tu Lossián aunque sea lo último que haga en esta vida.
 Sin pensar ni por un momento en su propia seguridad, Briana se rió y abrazó al ardiés. Tras un estupefacto instante, Jelwyn le devolvió el abrazo.
 -Gracias -murmuró Briana, más o menos a la altura de la garganta de Jelwyn.
 -No hay de qué. Y lo digo en serio.

*****

 Sí, era definitivo. Garalay había contraído la Fiebre de los Pantanos. Su piel ardía y sus piernas se habían vuelto líquidas. Violentos escalofríos recorrían su cuerpo, y al caer la noche entraba en un delirio en que hablaba de garrapatas, arañas y cucarachas. Pero Vidrena se negó a detenerse. Siguieron caminando, sosteniendo a la enferma entre Alwaid y ella, con la esperanza de encontrar ayuda en alguna parte.
 Al tercer día, Garalay no se había recuperado del delirio nocturno, y seguía hablando, aunque hacía horas que Vidrena y Alwaid habían dejado de escucharla.
 -Descansemos un rato. Me duelen los hombros.
 Alwaid asintió, y las dos apoyaron las espaldas contra un tronco y se dejaron resbalar poco a poco hacia el suelo, llevando a Garalay con ellas. Garalay se rió como si alguien estuviera haciéndole cosquillas. Alwaid suspiró.
 -Al menos ella es feliz.
 -¿Crees que morirá?
 -La Fiebre es rápida. Ya lo habría hecho.
 Oscurecía. Vidrena iba a proponer que se quedasen allí toda la noche cuando cuatro hombres salieron de detrás de un matojo de cañas. Garalay seguía riéndose, pero Vidrena miró sin inmutarse las lanzas que apuntaban a sus caras.
 -Podemos con ellos -murmuró Alwaid.
 -Tal vez, pero ¿queremos?
 -¿Qué quieres decir con eso de si queremos?
 -Que tal vez sepan cómo ayudar a Lym.
  Vidrena comenzó a levantar la mano izquierda, pero rectificó a tiempo, sacó la derecha de detrás de Garalay y la levantó en un gesto que esperó que aquellos hombres considerasen apaciguador. El que parecía el jefe habló en un ardiés algo vacilante.
 -Daos presas en nombre del Liberador de los Pantanos.
 -Iremos donde queráis. Pero tendréis que llevar a nuestra amiga, nosotras ya no podemos con ella.
 El más alto y fuerte de los cazadores asintió y tomó a Garalay en brazos con una facilidad que Vidrena encontró bastante humillante. Garalay soltó una risita y perdió el conocimiento.
 -¿Qué tiene?
 -La Fiebre. ¿La habéis pasado?
 -¿Quién es ese Liberador de los Pantanos?
 Alwaid le había pisado la pregunta, pensó Vidrena.
 -Lo sabréis cuando os llevemos ante él.
 El hombre se negó a decir nada más hasta que llegaron a la aldea. Alwaid y Vidrena esperaron, en medio del círculo formado por las chozas, rodeadas por los cazadores y sus lanzas, hasta que uno de ellos, que había entrado en una de las chozas a "avisar de su llegada al Liberador" salió seguido por un joven.
 De reojo, Vidrena notó que Alwaid había palidecido. Miró hacia donde miraba Alwaid y sintió que ella también lo había hecho.
 Era casi igual que Tairwyn, pero fijándose bien, Vidrena logró encontrar al menos siete diferencias. Cuando él llegó a su altura, ya había conseguido dominarse y pudo mirarle sin temblar, y responder a su saludo con una cortés inclinación de cabeza. Aunque el caso era que aquella nariz le recordaba a otra que había visto en alguna parte... Solo para comprobarlo, le habló en galendo.
 -El Liberador de los Pantanos, supongo.
 Él la miró con curiosidad. Aquello le terminó de confirmar que no era él. Tairwyn nunca la habría mirado de aquella manera.
 Pero entonces, el joven dejó de sonreír de una forma tan brusca que la sonrisa anterior pareció haber sido una ilusión óptica. Palideció como si le hubieran golpeado y la respuesta que iba a dar a Vidrena se olvidó para siempre.
 -¡Dagmar!
 Garalay se dignó abrir los ojos y le miró.
 -Oh, no, otra pesadaza -Vidrena reconoció la broma, unas noches antes habían comentado entre ellas que la clase de pesadillas repetitivas que solían sufrir las Aletnor deberían llamarse "pesadazas", por lo aburridas.
 -¿Qué le ocurre?
 -Fiebre de los Pantanos. Se recuperará, pero tiene que descansar en un sitio seco y abrigado.
 Él asintió, la tomó de brazos del portador y se encaminó hacia la choza de la que había salido.
 -Pero bueno, esto es el colmo. ¿Le has visto? ¡Ni siquiera nos ha reconocido!
Vidrena no se molestó en replicar. Siguió a Níkelon hasta la choza. Uno de los hombres de los Pantanos intentó impedirle la entrada, pero bastó con una mirada amenazadora de la Señora de Ardieor para que encontrase de repente algo más urgente que hacer.
 Le encontró arrodillado al lado de una piel en la que había tendido a Garalay. Al otro lado, una anciana intentaba tranquilizarle mientras preparaba una especie de cataplasma para la joven.
 -¿Podemos hablar? -Él se volvió como si le hubiera mordido algo, dirigió una mirada desconfiada a Garalay y se levantó. Llevó a Vidrena al rincón más alejado de la choza y comenzó a disculparse en ardiés. Vidrena le interrumpió.
 -Veo que mi Lym te importa mucho.
 La mirada del joven fue de lo más elocuente, pero su respuesta fue lo bastante neutra como para que no le pudiesen acusar de nada.
 -Mi Capitán me mataría si le ocurriese algo.
 Vidrena levantó la ceja. Aunque el joven vestía como un jeddart, no hablaba el ardiés como un ardiés, ni siquiera como uno de Comelt.
 -¿De qué parte de Galenday eres, muchacho?
 -De Crinale. Antes de que me lo preguntéis, mi nombre es Níkelon de Erdengoth.
 -¿Erdengoth? ¡Bromeas! No te pareces en nada a un Erdengoth.
 -¿Y qué aspecto se supone que debe tener un Erdengoth?
 -Piel blanca, pelo negro, ojos oscuros y enorme nariz.
 A su pesar, Níkelon rió.
 -Ese es mi hermano mayor. Yo debo haber salido a la otra rama de la familia. Si no os molesta, Señora, me gustaría saber quién me está  interrogando.
 -No te lo vas a creer.
 -Intentadlo.
 -Vidrena Lym-Gartwyn Aletnor, Señora de Ardieor, Gobernadora de Dagmar y Princesa de Galenday, aunque no estoy segura de poder utilizar este título después de lo de Igron... Puedes llamarme Dren, pero si se te ocurre llamarme "abuela" o algo parecido te cortaré la lengua.
 Había hablado demasiado, pensó Vidrena, él tardaría en recuperarse.
 -Es una broma, ¿verdad? -le oyó decir con voz más aguda de lo normal.
 Vidrena extendió la mano izquierda y le mostró el Sello.
 -Lym me despertó. Ahora, si la tenéis y no es molestia, hace cien años y una semana que no tomo una cena decente. Y mientras, me explicarás qué hace un príncipe de Galenday metido en este lío, ¿de acuerdo?
 Níkelon asintió, y poco después estaban sentados los dos ante un brasero. Vidrena comía con unos modales tan impecables como si se hubiera encontrado en la propia Sala de Banquetes de Crinale, y escuchaba sin interrumpir más que para pedir alguna aclaración que le parecía muy importante.
 -¿Puedes enseñármelos? -preguntó cuando Níkelon le habló de su espada y su anillo de hierro.
 Níkelon, algo incómodo, se quitó el anillo del dedo y se lo entregó. Vidrena tendió su mano y los comparó.
 -Impecable. Se ven hasta las pulgas. -Le dio la vuelta y lo miró por dentro-. Sí... -murmuró al ver la pequeña runa en el interior, justo tras el Sello, y se lo tendió a Níkelon para que lo mirara-. Fíjate, la marca de Irrwyn. El mejor herrero de Ardieor. No le habría dejado irse de Dagmar por nada del mundo -Níkelon deslizó el falso Sello de nuevo en su dedo, aunque de repente le parecía bastante más pesado. Pero Vidrena ya estaba mirando la espada. Recorrió muy despacio con sus dedos las dos tes bajo la empuñadura, y su sonrisa hizo sentir a Níkelon como un ladrón. Vidrena le dio la vuelta al arma y se la entregó por la empuñadura-. Sé digno de ella, Nikwyn. Fue del mejor hombre de Ardieor.
 Cállate, imbécil, dijo una voz en lo más hondo de la cabeza de Níkelon, pero, como solía hacer, él fingió no haberla oído. Hacía largo rato que había visto su espada.
 -¿Esa es Wirda?
 -En hoja y empuñadura. ¿Quieres sostenerla?
 -¿Puedo?
 Vidrena sacó a Wirda de su vaina y se la tendió por la empuñadura. Níkelon tuvo por un momento la extraña impresión de que la espada estaba examinándole, pero debió encontrarle de su gusto, porque no se resistió cuando los dedos del joven se cerraron alrededor de la empuñadura.
 -Le caes bien -confirmó Vidrena. Níkelon le dio la vuelta muy despacio, observando el reflejo de las brasas en la hoja. No había letras grabadas junto a la empuñadura-. Nadie es el dueño de Wirda, por eso no hay marcas. Ella es quien manda y quien elige. Fíjate en su equilibrio. Y en su hoja. Está  tan bien afilada que la sangre resbala sin dejar rastro.
 -Es perfecta -murmuró Níkelon, por decir algo. Estaba sentado frente a una leyenda, y tenía otra en sus manos, Garalay dormía en una choza cercana y él sentía la mirada de Alwaid en su nuca. Habría hecho falta más ingenio del que él tenía para decir algo inteligente en aquellas circunstancias.
 Devolvió la espada a Vidrena con cierto alivio, tomó un pedazo de carne y comenzó a mordisquearlo mientras miraba las brasas.
 Una súbita idea hizo que su corazón se acelerase. ¿Y si la profecía estaba equivocada? ¿Y si era la propia Vidrena quien debía regresar a los Pantanos y él había sido solo un error de interpretación?
 -Bueno, -la voz de Vidrena había irrumpido en sus pensamientos, pero a Níkelon no le pareció mal, dado el rumbo que éstos estaban tomando- ¿cómo piensas liberar los Pantanos?
 -No lo sé.
 -¿Te has dado cuenta de lo que tienes ahí fuera, Nikwyn? -Él negó con la cabeza. Vidrena bajó la voz-. Un ejército.
 -Un ejército a pie, armado con lanzas de caza y sin adiestrar.
 -Lo conseguiremos, Nikwyn, confía en mí.
 ¿Cómo había pasado ella del tú al nosotros?, Se preguntó Níkelon para empezar, y luego se preguntó qué clase de nosotros sería aquel, si de verdad o al estilo de Jelwyn.
 -¿Por qué habría de hacerlo? Perdiste Ardieor.
 Vidrena le miró con los ojos entornados y replicó con una voz que daba más miedo aún por su fría tranquilidad:
 -Cualquiera puede perder una batalla.
 -Perdiste una guerra, mi Señora.
 -Tal vez no tenga Ardieor, pero aún estoy viva. Esta guerra no ha terminado. Te diré lo que vamos a hacer. Conseguiremos armas, entrenaré lo mejor que pueda a tu gente y luego nos pondremos en marcha.
 Sí, pensó Níkelon, era un nosotros al estilo Jelwyn, o peor aún, porque sin saber cómo se oyó decir:
 -¿Hacia dónde?
 -Nikwyn, bonito, no hagas preguntas tontas. Hacia el Castillo Negro.
 Níkelon permaneció unos instantes estupefacto. Luego se echó a reír. Y entonces fue a Vidrena a quien le tocó sorprenderse.
 -Lo siento, Señora. No me río de ti. Pero es todo tan gracioso... por un momento me ha parecido estar oyendo a otra persona.
 Iré al Castillo Negro, rescataré a Layda, volveré con ella y dejaré que decida si quiere irse de Ardieor conmigo o quedarse y heredar a su abuelo.
 Sí, pensó Níkelon mientras, tras disculparse con Vidrena, se dirigía hacia la otra choza para ver cómo se encontraba Garalay, era una lástima que Jelwyn no se hubiera quedado para conocer a su tatarabuela. Hubiera sido un encuentro memorable.

*****

 Estaba oscureciendo cuando Jelwyn decidió que ya habían caminado bastante. Comieron un pedazo de pan con carne seca cada uno, queso, avellanas tostadas y manzanas. Habían consumido sus últimas reservas de leña en aquella hoguera, y Jelwyn comenzaba a preguntarse cómo se las arreglaría al día siguiente para prepararse su menta cuando advirtió que Briana estaba bostezando.
 -Acuéstate, Bri, yo haré la guardia.
 -¿Y no vais a dormir?
 -Estamos en territorio enemigo, alguien ha de permanecer despierto.
 -No me parece justo que veléis mientras yo duermo.
 -Te despertaré para la segunda guardia.
 -No, no lo haréis.
 -¿Dudas de mi palabra?
 -Hasta ahora no me habéis despertado para ninguna guardia, no creo que comencéis a hacerlo de repente.
 Jelwyn elevó la ceja izquierda, pero el gesto que tanto solía intimidar a sus jeddart no produjo el menor efecto en Briana.
 -Si todos los trhogol de los Pantanos nos caen encima, no me eches a mí la culpa.
 -Nunca he tenido intención de echaros la culpa de nada.
 Jelwyn sostuvo su mirada un momento. Ni siquiera aquello la hizo cambiar de idea. Al fin, Jelwyn decidió rendirse.
 -¿Contenta? -bufó tras extender sus mantas al lado de las de ella.
 -Más tranquila -Permaneció unos instantes callada, como tratando de decidirse a algo. Jelwyn la oyó carraspear al menos dos veces-. Jelvin, ¿Quién os regaló eso que lleváis al cuello?
 -Lo compré en Galenday.
 -¿Queréis decir que lo lleváis porque os gusta?
 -¡Es un amuleto de la buena suerte!
 -¿Aterroriza a la mala para que huya?
 -No lo pregunté, solo lo compré porque... tienes razón, es espantoso, pero me hizo gracia.
 -En realidad no creéis en la suerte, ¿verdad?
 -Solo creo en mi espada.
 -Eso ha sonado muy... muy orgulloso.
 -Otra de las muchas maldiciones que recayeron sobre mi familia, me temo.
 Los ojos de Briana chispearon.
 -¿Maldiciones?
 -Bri, este no es el lugar ni el momento para hablar de maldiciones. Te asustarías.
 -¿Parezco asustada?
 No, no lo parecía. Y aquello era lo más sorprendente de ella. La había visto dormir la primera noche que había pasado con él y con Níkelon, tan tranquila como si les hubiera conocido toda su vida. Briana podía dormir rodeada de fuegos fatuos, gorgoteos sospechosos y murmullos amenazantes. Si la maldición del insomnio (Jelwyn nunca recordaba si era la segunda o la tercera) había caído sobre los descendientes de Garlyn, Briana se había librado de ella.
 -¿Qué estáis pensando?
 -¿Cuántos años tienes?
 Briana movió los dedos en un rápido cálculo.
 -Casi veinte. ¿Cuántos tenéis vos?
 -Demasiados.
 -¿Demasiados para qué?
 Era una buena pregunta. Y tenía un montón de malas respuestas.
 -Podría ser tu padre -exageró Jelwyn. Briana entornó los ojos, como calculando las probabilidades.
 -No creo. Hasta que yo os lo dije, ni siquiera sabíais que Lossián existe. Y no aparentáis más de treinta.
 -¿Nada más? Pues me siento como si fueran trescientos -Briana soltó una risita-. Bri, ¿tienes poderes? -debía haber tocado un punto débil, porque por un momento, los ojos de Briana perdieron todo su brillo-. Nadie había conseguido nunca hacerme hablar tanto.
 El brillo había reaparecido. Cauteloso, con un toque de melancolía.
 -¿Les disteis alguna oportunidad? Seguro que se asustaron la primera vez que os oyeron decir: "Yo estoy al mando".
 -Tú también deberías estar asustada.
 -Hace tiempo que rebasé el límite del miedo. Ya no me hace efecto -Sonrió con un intento de picardía- ¿A que soy más divertida que Gris como animal de compañía? Y además soy vuestra, no prestada.
 -Eso no es verdad. Ni eres mía ni eres un animal.
 -Níkelon dijo...
 -Nikwyn es un buen chico, pero a veces se porta como un imbécil. Dejemos las cosas claras, Bri. Tal vez no tenga edad para ser tu padre, pero tú tienes la misma que mi hermana, así que pórtate como si lo fueras y los dos nos sentiremos más cómodos.
      Briana se ruborizó. Jelwyn se preguntó si sería de indignación o de simple vergüenza.
      -Yo no pretendía...
      -Mejor.
      -Para vuestra información, Capitán, creo que debo deciros que no tenía ningún interés en coquetear ni nada parecido. Estoy comprometida para casarme el año que viene. Con un hombre.
      -No iba a ser con un gato.
      -¿Qué es un gato?
      Jelwyn renunció a explicárselo.
      -¿Recuerdas que esta mañana has prometido que obedecerías mis órdenes?
      -Sí.
      -Pues esto es una orden: duérmete de una vez.
      Briana se dio la vuelta y dejó caer la cabeza sobre su capa, que había doblado hasta formar una especie de almohada.
      Jelwyn permaneció largo rato mirando su nuca, hasta que la inmovilidad y la respiración regular le convencieron de que de verdad estaba dormida. Luego, muy despacio y sin hacer ruido, se incorporó y se sentó al otro lado de los restos de la hoguera, con la espada al alcance de la mano.
      Se suponía que debía montar guardia, se dijo. Casi quince años de práctica (maldición familiar aparte) le habían enseñado a mantenerse atento, pero todo lo que podía mirar en aquel momento era la cara de aquella criatura que se había puesto en sus manos sin pensar en las posibles consecuencias. Sin saber muy bien lo que hacía, se llevó la punta de los dedos de la mano derecha a la base del cuello.
      -Que Rhaynon me ayude, -murmuró- esto no puede estar pasándome a mí.

*****

 Las Torres Vigía no podían defender ellas solas el círculo de Comelt. Ni siquiera los fuertes podían hacerlo. Pero hacían bien el trabajo para el que habían sido concebidas. La primera torre encendió los fuegos de alarma. Salieron mensajeros hacia las otras torres y hacia las aldeas. En cada una, la misma orden: evacuar a niños y ancianos, y a quienes no estuvieran adiestrados para luchar. Transmitir el mensaje a Comelt y prepararse para resistir, aun contra toda esperanza, para retrasar el ataque a la ciudad todo lo posible.
 Dayra no tardó en actuar cuando llegaron los primeros refugiados. Ordenó recoger todas las cosechas, aunque los frutos no estuvieran maduros, los rebaños fueron encerrados y nadie podía salir de la ciudad sin un permiso especial.
 -¿Qué ocurre?
 Dayra acababa de dar la última de sus órdenes, y ni siquiera había recordado la existencia de Anhor hasta que él le habló.
 -¿Y esa cara tan seria?
 -Las tropas de Ternoy han atravesado la frontera y vienen hacia aquí. Es mejor que te marches.
 -¿Me estás echando?
 -Mira, Alteza, puede que te parezca muy descortés por mi parte, pero en estos momentos, lo más asqueroso, cruel y sanguinario de Ternoy viene directo hacia Comelt. Debes ponerte a salvo antes de que estemos sitiados del todo y no puedas salir. Esto es la guerra, no un torneo.
 -Sé distinguir una cosa de otra, gracias. ¿Crees que porque solo he luchado en torneos no podré soportar una batalla? ¿O es que como te fue tan fácil vencerme crees que no soy más que un niño mimado?
 -¿Has visto alguna vez un trhogol de cerca?
 -¿Temes que no sepa reconocer al enemigo cuando lo vea?
 -Lo que temo es que te maten y tener que soportar las estupideces de otro impetuoso principito de Crinale. Mira, estoy a punto de marcharme a la Frontera para tratar de evitar que esos gusanos de Dagmar lleguen a Comelt, y no estoy de humor para oír tonterías. Si sigues aquí cuando regrese, atente a las consecuencias.
 Por un momento, a Anhor le pareció más terrible lo que pudiera hacerle ella que morir en la batalla. Pero exhibió su sonrisa más valerosa, echó atrás sus hombros, sacó pecho y la miró de frente.
 -No estaré aquí cuando regreses, mi Señora. Voy contigo a la Frontera. Puedo sentirlo en cada cabello, en cada poro de mi piel. Yo he nacido para este momento, para esta guerra. Puedo oír cómo me llaman las trompetas. La gloria me espera en...
 Dayra entornó los ojos.
 -¿En qué capítulo de "Arnthorn el intrépido" sale ese discurso? -se rió al ver cómo Anhor se ruborizaba-. ¿Quieres hacer algo heroico de verdad? Acompáñame a convencer a Dulyn de que debemos arrastrarnos delante de Kayleena.

*****

 Garalay había regresado al Círculo de Piedras. Una parte de ella sabía que aquello era imposible, pero al resto le daba igual. Alguien estaba tocando un arpa tras la gran piedra central, y Garalay no pudo resistirse a ver quién era.
 Allí estaban las dos. O las tres. Mait, Rhaynon (velo incluido) y su arpa. Destrozando La doncella cisne. Cada vez que sus dedos pulsaban una cuerda producían el sonido de un cuchillo resbalando sobre un plato de cerámica. Garalay trató de impedir que le rechinaran los dientes. Fue inútil.
 Rhaynon acalló los últimos sonidos de la canción con la mano y le hizo un gesto a la joven para que se sentara.
 -Cuánto honor. Esperaba encontrar a Dinel. ¿Todos los que enferman de la fiebre pasan por esto o es una especie de sueño ancestral de las Aletnor de Dagmar?
 -Ironía. Eso está  bien. Demuestra que se está  curando.
 -Me alegro. ¿Vuestra hermana sigue con aquel asunto del perro?
 -Hay algunas complicaciones con la calificación jurídica. Parece que el tribunal no se acaba de poner de acuerdo en si fue un intento de robo o de secuestro. ¿Qué opinas tú, Dagmar?
 -¿Querían pedir rescate?
 -Interesante pregunta. Se la trasladaré en cuanto termine este sueño.
 -No estaré soñando esto por esa tontería, ¿verdad?
 -No, en realidad estamos aquí para transmitirte el típico mensaje enigmático que solo tendrá  sentido cuando te encuentres en una situación desesperada.
 -Muy bien, pues adelante con él.
 Pero Mait se calló, y Garalay ya estaba a punto de preguntar si le estaban tomando el pelo cuando vio que Rhaynon, poco a poco, se levantaba el velo y lo echaba atrás. Garalay se encontró mirando su propia cara.
 -Recuerda siempre quién eres -fue lo último que oyó decir a Mait.
 Garalay abrió los ojos. Sentía dolor en todo su cuerpo, como si se hubiera caído por una ladera muy empinada y se hubiera golpeado con todas las piedras que había en ella. Parpadeó para enfocar la vista, y miró hacia todos los lados, pero no reconoció nada de lo que vio.
 Se encontraba en una choza, al parecer de barro, con el techo de juncos. Una vela de sebo hacía lo que podía por alejar las sombras, y al volver la cabeza para ver si había algo a su izquierda, Garalay vio que la llama se reflejaba en una mata despeinada de cabello rubio.
 -¿Nikwyn? -murmuró. No se sentía con fuerzas para hablar más alto, pero él se despertó, si es que había estado durmiendo, y se arrodilló al lado de su... a falta de una palabra mejor, Garalay consideró que se podía llamar cama.
 -¡Has despertado!
 Garalay se tragó la observación irónica sobre su inteligencia. Tenía demasiadas cosas importantes que preguntarle.
 -¿Dónde estoy? ¿Cómo he llegado hasta aquí?
 -Vidrena te trajo.
 Así que no todo había sido un sueño. Garalay sonrió y cerró los ojos.
 -¿He tenido la Fiebre?
 -Sí. Estás... estamos en una especie de aldea en los Pantanos. Me han dicho varias veces cómo se llama pero no sé pronunciarlo.
 -¿Dónde está  Jelwyn?
 -Se ha ido.
 Garalay abrió los ojos y se incorporó. Los oídos le zumbaron unos breves segundos, y vio a Níkelon algo borroso. Tuvo que esperar unos segundos antes de poder contestar.
 -¿Que se ha qué?
 -Dijo que el liberador era yo y que él tenía cosas más importantes que hacer en Ternoy. No te preocupes, tiene quien le cuide.
 Y, antes de que ella pudiera decir algo, Níkelon le habló de aquella primera noche en la que había galopado hasta el amanecer con un Jelwyn furioso y más callado aún de lo habitual en él, y de los primeros días grises y fríos en los Pantanos hasta que habían encontrado a Briana. Garalay sintió frío en el estómago cuando Níkelon le habló de la marca de nacimiento en forma de dragón, pero no dijo nada. Níkelon le habló del encuentro con los habitantes de los Pantanos, de la despedida de Jelwyn al día siguiente y de cómo Briana había irrumpido en su choza poco después.
 -Traté de explicarle que Jelwyn solo había pensado en lo mejor para ella, pero me dijo que ella misma decidiría lo que era mejor y me amenazó con marcharse sola si no le decía por dónde se había ido Jelwyn. Así que le dije: "Supongo que esto no tendrá  nada que ver con sus lindos ojos verdes".
 -Son azules.
 -Eso mismo dijo ella.
 Garalay se rió.
 -Pobrecilla, no sabe lo que le espera.
 -No tuve más remedio que prestarle mi caballo y decirle por dónde se había ido ese cabeza cuadrada. Espero que no les pase nada.
 -Jelwyn sabrá  mantenerles a los dos a salvo.
 -Entonces, ¿por qué me pediste que cuidara de él?
 Garalay sintió un embarazoso calor en las mejillas.
 -Confiaba en que lo hubieras olvidado.
 -¿Olvidarlo? Antes olvidaría mi nombre, mi cara, mi casa y todas las palabras que he aprendido. Aunque tuviera que esperar cuarenta años a que cumplieras tu palabra, y viviera cien más a tu lado, nunca olvidaría aquel momento.
 -Déjalo ya, Nikwyn, tampoco fue para tanto. No, no quería decir eso. Lo que quiero decir es que... bueno, no le des tanta importancia. Yo creía que no iba a volver a verte, y... quise saber qué le encuentran.
 -¿Y?
 -Me han pasado cosas peores.
 -Ya. Cosas como retortijones, dolores de muelas y Fiebre de los Pantanos, ¿no?. Bien, Princesa, ¿puedo tener esperanzas?
 -¿Y quién soy yo para prohibírtelo?
 -Por favor, Dagmar, basta de juegos. Lo que estoy tratando de preguntarte es si ya me quieres, aunque sólo sea un poco.
 -No lo sé.
 -¿Cómo que no lo sabes?
 -Que no lo sé. Nikwyn, acabo de pasar la fiebre de los Pantanos, si es que de verdad ha pasado. Me duele todo, desde la cabeza hasta los dedos gordos de los pies, tengo el estómago revuelto y la boca reseca, y odio a todo el universo. ¿Y tú solo eres capaz de pensar en si ya te quiero? Si tuviera bastantes fuerzas, te echaría de aquí a patadas. ¿Dónde está  Vidrena?
 Como si hubiera oído la pregunta, la voz de la Señora de Ardieor resonó cerca de la puerta de la choza.
 -¡Prestad atención, tontainas! -Garalay no pudo contener una risita. Al parecer, el ritual de la Primera Lección no había cambiado en seiscientos años. Vidrena incluso se permitió una pausa dramática- Esto -nueva pausa dramática durante la cual se debía alzar el arma para que todos la vieran bien- es una espada. Se empuña por aquí, y se clava -última pausa dramática para dejar caer la espada al suelo de forma que se clave y bambolee un poco- por aquí. ¿Alguna pregunta?
 -Vidrena está  donde le gusta estar. Al mando.

*****

 Kayleena se había presentado en la Sala con la más absoluta expresión de inocencia en su cara, como si no supiera por qué estaban ellos allí. Pero a Dayra no se le escapó que iba ya preparada para salir al galope hacia donde fuera.
 -Lo sabes.
 Dayra no estaba de humor para juegos. Si Kayleena esperaba una acalorada discusión con Dulyn sobre la legitimidad o no de las aspiraciones de cada uno, iba a quedarse decepcionada.
 -Las Damas Grises lo han Visto.
 -Entonces también deben haber visto por qué estamos aquí.
 Kayleena se permitió una sonrisita de superioridad.
 -No necesito una Dama Gris para eso.
 Dayra oyó cómo rechinaban los dientes de Dulyn.
 -Acabemos lo antes posible.
 Desenvainó la espada, se dejó caer sobre una sola rodilla y recitó el Juramento como si cada palabra fuera una muela que le estaban arrancando. Dayra lo hizo con un poco más de dulzura, para compensar.
 -Muchas gracias -dijo Kayleena-. Y ahora, creo que hay algo que debéis saber.
 Y les contó lo que las Damas Grises habían visto en el Valle de Katerlain.
 No había transcurrido ni una hora cuando las Damas Grises, desde lo alto de la muralla, vieron cómo las dos Compañías de Comelt, la Guardia de Kayleena y las dos del Valle, acompañadas por un decidido Anhor de Galenday, salían de la ciudad con dirección norte. No se oía ni una canción, ni una broma. Todos sabían que aquello iba a ser algo más que una emboscada.
 -¿Crees que servirá de algo? -preguntó en voz baja la Dama Gris de Comelt.
 Artdia Dagmar negó con la cabeza. La Dama Gris de Vaidnel abrió la mano derecha y mostró las dos runas que tenía en ella.
 -Problemas.
 Como si no fuera evidente, pensó la de Dagmar.

*****

      Era como un ritual, pensó Briana. Cada noche, desde que le había conocido, después de ocuparse de los caballos, encender la hoguera y cenar, Jelwyn afilaba su espada y su puñal. Para él, parecía no existir nada más en el mundo que aquella hoja de acero y la piedrecita que pasaba por ella una y otra vez. Briana no podía evitar pensar que parecía otra persona. Y tampoco podía evitar que le gustara ver aquella cara seria y concentrada.
      -¿Sabes utilizar esto?
      La había sorprendido mirándole. Briana trató de disimular.
      -¿La piedra de afilar? No parece difícil.
      -Me refiero al puñal. O a una espada.
      -En el Templo no entraban muchas espadas. Y no se esperaba que las niñas nos interesáramos por ellas.
      -Oh, ¿de veras? ¿En qué se esperaba que os interesarais las niñas?
      -En aprender a ser buenas esposas. Se supone que eso no incluye apuñalar a los maridos.
      Aquello había sido un error. Briana recordó aquella incómoda conversación de dos noches antes y esperó que él no lo tomase como una especie de indirecta. Pero Jelwyn no parecía recordar nada. Su sonrisa estaba llena de amistosa ironía cuando contestó:
      -¿Qué hay que aprender para ser una buena esposa?
      -Conversación agradable, buenos modales, cómo ser ahorrativa, coser y bordar, moralidad, música...
      -¿Música?
      -Para entretener a los invitados a nuestras fiestas.
      Briana estaba comenzando a sentir el irresistible deseo de olvidar sus buenos modales y asestar un fuerte puñetazo en aquella sonrisa.
      -Es vuestro país.
      -También nos enseñaban a leer y escribir, y las ceremonias de la Dama de Plata por si  decidíamos quedarnos en el Templo a Servirla.
      Cánticos, oraciones, barrer el altar, limpiar la imagen de la Dama una vez a la semana, cuidar del jardín para que Ella siempre tuviera rosas frescas...
      -Pues si piensas hacer alguna de esas cosas, primero tendrás que aprender cómo salir viva de  aquí -le tendió el puñal, y cuando Briana alargó la mano, lo apartó-. Lección número uno: nunca agarres un puñal por la hoja. Sobre todo si está  recién afilado.
      A partir de aquella noche, Briana comenzó a recibir lo que Jelwyn llamaba "adiestramiento básico". Justo después de cenar y antes de la sesión de afilamiento de puñal. La fatiga de haber estado todo el día caminando entre el barro no parecía afectarle a él, aunque ella sentía los brazos y las piernas llenos de agujetas.
      -Creía que nunca diría esto, pero lo haces peor que Dag.
      Briana acababa de perder la espada por tercera vez.
      -¿Vuestra hermana no sabe luchar con espada?
      Jelwyn se agachó, recogió la espada y se la alargó. Briana adoptó algo parecido a la posición de defensa que él le había enseñado.
      -Es peor que eso. Ni siquiera tiene interés por aprender. Por eso dejamos que se fuera con las Damas Grises.
      Briana suspiró.
      -La comprendo -Él ni siquiera se molestó en levantar la ceja-. ¿Qué son las Damas Grises?
      Jelwyn bajó la voz para darle un tono siniestro.
      -Brujas. Bailan bajo la luna llena, maldicen a la gente y ven cosas que están lejos.
      Briana se acordó de la Vidente bidente.
      -¿Predicen el futuro?
      -A veces.
      -¿Y aciertan?
      -De vez en cuando.
      -Bueno, yo conocí a una bruja que no acertaba ni una.
      -En todos los oficios hay incompetentes. Levanta un poco más la espada.
      -¿Así?
      -¿Has notado que cada vez hay menos barro? -dijo Jelwyn un tiempo después, cuando ya estaban descansando en sus mantas.
      -¿Queréis decir que estamos saliendo de los Pantanos?
      -Eso parece.
      -Bien. Estoy harta del barro. Por muy bueno que sea para la piel, es asqueroso.
      Jelwyn frunció el ceño.
      -¿Bueno para la piel?
      -Eso decían algunas damas de Lossián.
      -Me parece que la gente de tu país está  un poco loca.
      -¿Me he metido yo con la gente de vuestro país?
      -Eso es diferente. Hace siglos que todo el mundo sabe que los ardieses estamos locos.
      Al día siguiente se confirmaron las sospechas de Jelwyn. Casi no lo pudieron creer al encontrarse fuera de los Pantanos. Sus primeros pasos por la tierra seca les hicieron daño en los pies.
      Se sentaron bajo un arbusto chaparro y medio mustio, y Jelwyn sacó los mapas de las alforjas.
      -Debemos de estar por aquí -señaló con el dedo, justo en el borde de los Pantanos-. Aquello debe ser el principio de los Bosques Siniestros. ¿Prefieres que los atravesemos o que los rodeemos?
      -¿Cuál es el camino más corto?
      -Creo que atravesarlo. Pero temo que también sea el más peligroso.
      -¿Asustado? -bromeó Briana.
      Jelwyn no se molestó en contestar, pero sus cejas lo hicieron por él.



1 2 3 4 5 6 7 8

  
 

subir

Películas y Fan Film
Tolkien y su obra
Fenómenos: trabajos de los fans
 Noticias
 Multimedia
 Fenopaedia
 Reportajes
 Taller de Fans
 Relatos
 Música
 Humor
Rol, Juegos, Videojuegos, Cartas, etc.
Otras obras de Fantasía y Ciencia-Ficción

Ayuda a mantener esta web




Nombre: 
Clave: 


Entrar en el Mapa de la Tierra Media con Google Maps

Mapa de la Tierra Media con Google Maps
Colaboramos con: Doce Moradas, Ted Nasmith, John Howe.
Miembro de TheOneRing.net Community - RSS Feed Add to Google
Qui�nes somos/Notas legalesCont�ctanosEnl�zanos
Elfenomeno.com
Noticias Tolkien - El Señor de los AnillosReportajes, ensayos y relatos sobre la obra de TolkienFenopaedia: La Enciclopedia Tolkien Online de Elfenomeno.comFotogramas, ilustraciones, maquetas y todos los trabajos relacionados con Tolkien, El Silmarillion, El Señor de los Anillos, etc.Tienda Amazon - Elfenomeno.com name=Foro Tolkien - El Señor de los Anillos