Un Viaje a Valinor

07 de Diciembre de 2003, a las 00:00 - LapekeñaVarda
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VI

La noche ya había caído cuando la joven divisó las hogueras de un campamento humano, pensó en acercarse, pero descartó tal idea al levantar la vista y contemplar el cielo estrellado, Elbereth era la valaier más honrada por los elfos, y con razón, pues éstos amaban más a las estrellas que a cualquier otra cosa de Arda, así  que decidió pasar la noche al raso, en compañía de sus amadas estrellas. La joven no preparó campamento, solo un pequeño grupo de árboles cercanos al campamento humano le sirvió de refugio. Selvay pasó la noche en vela, pues los elfos no necesitan dormir para descansar, para ella contemplar la luz de las estrellas era suficiente reposo. Cuando la joven salió de su trance, se alarmó al no ver el resplandor de las hogueras humanas, pero se tranquilizó rápidamente al oír los ruidos procedentes de los hombres dormidos, si se hubieran llegado a ir, Selvay hubiera tenido problemas para encontrar caballo, pero gracias a Eru, ese no era  el caso.
Aún era de noche, faltaban varias horas para el amanecer, y la joven no tenía nada que hacer, así que comenzó a danzar bajo las estrellas, tan concentrada estaba en la danza, que no se percató de que alguien la espiaba, un joven de cabellos rubios se había acercado al grupo de árboles intentando huir de sus ruidosos compañeros, pero quedó atrapado tanto por la belleza de la danza como de la danzante.
Para cuando Selvay acabó de bailar el joven ya había vuelto a su campamento,  con la duda de sí  lo que había visto había sido un sueño o una realidad, él esperaba que hubiera sido real, pero a la vez lo temía, ¿qué clase de criatura podía tener tal belleza?  Pues el joven apenas había oído hablar de los elfos, pues ya habían pasado más de 2000 años desde la Gran Alianza de elfos y hombres, y esos hechos habían pasado a ser meras leyendas, los elfos convertidos en simples espíritus del bosque.
Al amanecer Selvay se presentó en el campamento, se había recogido su hermosa cabellera de manera que sus finas orejas fueran tapadas, para esconder así su verdadera identidad, así mismo vestía ropas amplias, evitando mostrar su esbelta figura, pues creía que si los hombres de daban cuenta de que trataban con una mujer elfo saldrían corriendo o incluso la atraparían, y caminando con paso lento pero firme se aproximó al campamento.

- Buenos días, buenas gentes- dijo Selvay en el tono más amable del que era capaz. Los hombres tardaron un tiempo en contestar, sorprendidos tanto por la melodiosa voz como por la belleza de la extranjera, pues sin duda la joven no era de esas tierras.
- ¿Qué deseáis bella joven?- le preguntó el más joven del grupo, uno con cabellos rubios y que era incapaz de aparta sus negros ojos de ella, su compañero le dio un codazo, seguramente por no haberla saludado cortésmente, así que Selvay no pudo evitar una sonrisa, lo que provocó que el joven se sonrojara y sus amigos hicieran comentarios desagradables. Selvay ignoró éstos últimos y se volvió al joven para continuar hablando con él, pues parecía que los otros estuvieran más interesados en su físico, que en lo que quería.
- Simplemente busco un caballo, he de hacer un largo viaje, y una montura rápida es lo que necesito.
- Si se me permite me gustaría haceros una pregunta- Selvay ladeó la cabeza y le miró extrañada, por lo que el joven se sonrojó todavía más, pero finalmente pudo hacer la pregunta- ¿Por qué no tomasteis caballo desde el principio de vuestro viaje?, pues sin duda no sois de por aquí, vuestro acento es extraño.
La joven estaba desconcertada, ¿qué podía decir?, si decía la verdad, que en su pueblo o había monturas le harían sin duda más preguntas, así que debía mentir, pero eso era algo que nunca había hecho,  y por un momento sintió rencor hacía los mortales, advenedizos que le hacían mentir a ella, una hija de los Primeros Nacidos, por suerte el momento de orgullo noldo pasó, y volvió a ser la sociable sinda de siempre, pero el joven que la miraba atentamente se dio cuenta de que en los ojos verdes hubo por un momento una especie de odio hacía él, por lo que cuando Selvay le dijo que su montura había muerte en mitad del vieja no se sorprendió, pensando que el destello de odio había sido de dolor al recordar la montura pérdida, pues la gente del joven amaba a los caballos.
- Lamento que os haya ocurrido eso, entre mi gente tener un caballo es poseer al más fiel de los amigos- alrededor del joven hubo asentimientos de cabeza.
- Siento ser maleducada, pero necesito saber si me vais a vender o no un caballo, pues el tiempo apremia y mi viaje es largo, y si he de buscar a otro grupo de hombres necesito saberlo cuanto antes.
El joven que llevaba la voz del grupo era el mismo que le había visto bailar y sospechaba que la misteriosa extranjera era la bailarina nocturna, y quería averiguar algo más sobre ella.
- Tranquila, seguramente te venderemos uno, pues hemos tenido bajas en nuestro grupo y ahora nos sobran monturas, claro, que no te saldrá barato.
- Eso no es problema, tengo suficiente para pagar, e insisto en que me gustaría partir cuanto antes.
El joven miró al hombre más mayor del grupo y este asintió con la cabeza con los ojos mirando hacia un bayo que pastaba solitario, dando a entender al joven que podía vender a la joven el caballo sobrante, pues era  viejo y ya ni servía para cargar y la joven no parecía entender nada de caballos, pues apenas debía de haber visto más de 20 inviernos.
- Sígueme, te mostraré tu nueva montura, por cierto ¿a dónde dices que vas?
- No he dicho donde voy, y no lo voy a decir ahora, pues eso no es de tu incumbencia, te he dicho que era un largo viaje, y no creo que realmente debas de conocer mi camino.
El joven se sorprendió al oír la dura respuesta de Selvay, y las sospechas que tenía de que ella era la bailarina se hicieron más profundas.
Cuando estaban cerca del viejo bayo el joven se detuvo.
- Bien, aquí tienes tu nueva montura.- la joven le miró sorprendida, pues aunque ciertamente hacía mucho que no veía un caballo y no sabía mucho de ellos, su padre había sido mensajero, y él si los había utilizado, y le había enseñado algo a ella.
- No lo dices en serio, ¿verdad?- hora el que se sorprendió fue él, ¿cómo podía saber que la estaba timando con solo ver un perfil del caballo? El caballo era viejo, pero seguí teniendo buena estampa, y hasta uno de los miembros de su grupo debería de haber visto la dentadura del caballo para darse cuenta de timo, en cambio ella se había dado cuenta con tan solo echar un vistazo al bayo.
- ¿Quién o qué eres? Anoche te vi danzar bajo las estrellas, tu no eres humana- el joven dijo esto en un tono bajo, para evitar que los otros lo oyeran pero no por ello libre de amenaza.
Selvay estaba confusa, ¡qué podía decir para salir bien parada de la pregunta! Pues el joven la había descubierto, solo se le ocurrió una cosa, de un ágil salto subió a la grupa del bayo y lo puso al galope, dejando al joven boquiabierto, además le lanzó un par de monedas de oro, mucho más de lo que valía el viejo caballo, pero no estaba dispuesta a robar bastante esfuerzo le había supuesto mentir, y el dinero no era problema para la joven.
Mientas dejaba el campamento atrás, se recordó que no debía de bailar más hasta llegar a su hogar.

- ¿Qué te pasa? Ni que hubiera visto un fantasma- le dijeron los otros cuando el rubio se reunió con ellos.
- Nada, nada- e intentó cambiar su semblante asombrado a otro más alegre y pícaro- Por cierto ha sido una venta excelente, esa joven nos acaba de pagar una moneda de oro por un caballo que no valía nada.
-  Jaja, ya sabía yo que picaría, tenía razón cuando decía que tenía prisa, ya ni se le ve por la llanura, ¿aguantará el caballo?- los demás se unieron a sus risas, incluso el joven, que mantuvo el secreto de la identidad de la compradora, además para asegurarse de que no la olvidaría se quedó la otra moneda de oro, eran curiosos estas monedas, pues tenían grabadas las imágenes de dos árboles, el joven nunca había visto nada igual, y al parecer tampoco sus compañeros, pues en cuanto les dio la restante moneda todos se quedaron intrigados por la procedencia de la misma, pues no era de Gondor, ni tampoco de las tierras del oeste, al final decidieron que la extranjera debía de ser sureña, el joven no les sacó de su error y se prometió que nunca  desvelaría la verdadera identidad de la compradora. La moneda pasó entre los descendientes de su casa, como un signo de su identidad, y junto a la moneda su historia.



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