Un Viaje a Valinor

07 de Diciembre de 2003, a las 00:00 - LapekeñaVarda
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IX

Los días pasaron, monótonos, los primeros iguales a los últimos, largos paseos por el Bosque por el día en busca de orcos o por placer, y por las noches cena con la familia real, esas cenas dejaron de ser interesantes y divertidas para Selvay cuando el príncipe tuvo que ir a batallar a la frontera sur. Aunque la corte estaba a unas pocas jornadas Legolas nunca volvía allí, prefería mandar mensajeros. El torneo de tiro con arco se celebró pocos días antes de la partida del joven, y para hinchamiento de su orgullo, ganó, lo que Selvay no le dijo es que ella le había dejado ganar, no quería que el príncipe la odiara por ser mejor arquera que él, pues aunque el concurso había sido organizado en tono de broma, en seguida se dio cuenta de lo importante que era para el joven ganar.
Los días pasaron, los 6 meses que Galadriel le había dado de tiempo también fueron consumidos, y no solo 6, si no 12 y hasta 18, al fin Selvay decidió partir de vuelta a Lórien, no se había tomado muy en serio la amenaza de que irían a buscarla, pero la falta de noticias la preocupaba, sabía que 18 meses no eran nada en la larga vida de los elfos, pero estaba segura de que Galadriel habría mandado a alguien a recuperarla.
La despedida fue triste, pero con la esperanza de volverse a encontrar, cuando partió a lomos de Sûlroch  tres figuras estaban esperando a que su figura se difuminara en el horizonte, Tharei, Nolim y Thranduîl, el corazón Selvay lamentaba la ausencia de una cuarta figura, pero eso no se lo dijo a nadie.
El caballo bayo soportó bien el viaje, a pesar de  avanzada edad, los mozos de cuadra elfos lo habían tratado con respeto, su estancia en Lórien había sido la mejor de su vida, nunca había comido tan bien, y además los elfos le dejaban libre por las tardes para poder estirar sus musculadas piernas, se podía decir que el caballo había rejuvenecido.
El viaje a Lórien fue tranquilo, sin incidentes de ninguna clase, ni tan siquiera se encontró con humanos. Cuando la joven al fin llegó al Bosque de Oro, al llegar al límite se despidió de su caballo, dejándolo libre y con más energía que cuando ella lo compró, el caballo la miró agradecido y con un ligero trote se alejó de allí, al entrar en el bosque notó cierta tristeza en el ambiente, como si los árboles hubieran estado llorando durante meses, se preguntó que posible desgracia podía haber ocurrido. Llamó a los vigilantes fronterizos, pero reconociéndola no se acercaron a ella, ignorando sus llamadas, la ira junto con la preocupación  crecían en su corazón, ¿qué demonios pasaba? Por fin, uno de los jóvenes que solía coincidir con ella en las guardias, y viendo que empezaba a desesperarse se acercó a ella y le dijo:" La Dama ha llorado". Selvay le iba a pedir que se explicara más, pero él ya había desaparecido, corrió durante horas hasta llegar a Caras Galadhon, subió lo más rápido que pudo al árbol donde solía dormir en compañía de su tío, y dejó exhausta el petate, miró a su alrededor, todo seguía igual, con un poco más de polvo y más cosas por el medio, pero igual que antes de su partida, suspiró, mezcla de placer por volver de nuevo a casa, de añoranza por haber dejado el Bosque Verde, aunque empezaba a ser llamado Negro, pues la oscuridad crecía a pesar de los esfuerzos de Legolas y del resto de los elfos. Bajó del flat sin tan siquiera quitarse el polvo del camino, al bajar se dio cuenta de cosas que le habían pasado desapercibidas, si te parabas a escuchar no se oían pájaros, si no un triste canto fúnebre noldo, un escalofrío le recorrió la espalda, aceleró su paso, dispuesta a encontrar respuestas a sus interrogantes, pero no encontró a nadie en la ciudad, dio un paseo por los alrededores pero tampoco encontró a nadie, al final desesperada y cansada a más no poder, se introdujo en uno de los arroyos que circulaban por medio de Caras Galadhon y una vez limpia se echó en la cama, pensó que no se dormiría, pero tal era su cansancio que en seguida se sumergió en el mundo de los sueños, vencida la preocupación.
Se despertó recuperada del viaje, y cuando fue a deshacer su petate descubrió que alguien lo había hecho por ella, al principio se asusto pero pronto descubrió una nota de Talor dándole la bienvenida y deseándole buenos días, no le explicaba el motivo de la ausencia de todos en la víspera. Se puso uno vestido blanco hasta los pies descalzos, que aún así le facilitaba los movimientos y cogiendo un puñado de frutas de un cuenco de madera cercano bajó de nuevo del árbol.
Había elfos ocupados en sus quehaceres cuotidianos, pero en todos los rostros había signos de dolor, se volvió a preguntar que había ocurrido en su ausencia, se acercó a una elfa que estaba lavando y se lo preguntó, lo que hizo ésta fue darle los buenos días y señalar al flat de los Señores del Bosque con la cabeza. Selvay hastiada ya de que los  noldo desviaran la conversación sin llegar a contestarle, y echando de menos el carácter directo de su gente, se encaminó hacía allí, si la misma Galadriel debía de darle las respuestas que así fuera. Los elfos que acostumbraban a estar a los pies del  árbol estaban más callados de lo habitual y al ver como Selvay empezaba a subir las escaleras que conducían a la copa del mallorn se miraron sorprendidos, uno incluso le intentó decir algo, pero al ver la expresión de los ojos verdes de la joven lo dejó estar.
La joven entró con paso decidido en la sala donde se encontraba Galadriel, ésta la miró sin reconocerla, y cuando al fin lo hizo le miró sorprendida y esbozando una triste sonrisa le pidió que se acercara, Selvay lo hizo y se arrodilló a su lado.
-Se ha ido, nos ha dejado- la sinda la miraba sin comprender, al parecer la Dama no se dio cuenta de la perplejidad de su oyente ya que continúo diciendo las mismas palabras una y otra vez, bajando el tono de su voz y mirando algo que la sinda no podía ver, cuando al fin Selvay estaba a punto de tocarle en el hombro para hacerla volver a la realidad, notó una fuerte mano en el suyo propio, se giró sorprendida, encontrando unos ojos grises que le pedían silencio.

-¿Qué sucede?
-Yo también me alegro de verte, te hemos echado de menos.-la joven sinda se incómodo ante las palabras de Celeborn.
-Lo lamento, pero el viaje a sido largo, y a mi regreso he encontrado el Bosque triste y a la Dama sumida en una especie de letanía, lo que pasa es que estoy preocupa, lamento haber sido tan descortés.
- Te comprendo, y agradezco tu preocupación pero no creo que puedas hacer nada, Celebrían, nuestra hija, ha partido hacía el Oeste.
-Lo lamento, debe de haber sido una gran pérdida.
-Venía a vernos, justo después de tu partida, cuando unos orcos le atacaron a ella y a su escolta, fue gravemente herida, las medicinas élficas de este lado del mar no podían curarle, solo ayudarle con el dolor, marchó en busca de una medicina mejor, pero no sé si ese es realmente el motivo.
-¿Puedo hacer algo para ayudaros, a vos o al Dama?
- Yo estoy bien, todo lo bien que puedo estar, pero ella me preocupa, desde que vio como se alejaba el barco con la hija de sus entrañas no ha dejado de repetir lo mismo, ni tan siquiera hace unos días cuando todo nuestro pueblo salió a recibirnos de nuestro viaje a Los Puertos, cambió la letanía.
-¿Por eso no había nadie aquí cuando yo regresé ayer, verdad? Todos habían ido a recibiros a las afueras del Bosque.
- Exacto,  regresamos por la madrugada. ¿Cómo está nuestro viejo Thranduîl?
- Él está bien, no así su pueblo y su bosque, la oscuridad vuelve a crecer en Dol Guldur, a pesar de los esfuerzos de los elfos por evitarlo, pronto su reino se verá reducido considerablemente.
-Tristes noticias son esas. Creo que deberías de ir a ver si consigues que Galadriel salga de su estupor.
-Si no lo habéis logrado vos, no creo que lo consiga yo.
-Eres como una segunda hija para ella, antes de que ocurriera lo de Celebrían te echó de menos, entra y recordarle que los que seguimos aquí aún la queremos.

Selvay así lo hizo y con el tiempo Galadriel mejoró, pero nunca volvió a ser la misma. El tiempo pasó, pero todo siguió igual en Lórien, a pesar de que a su alrededor las guerras y batallas continuaban. Las llanuras cercanas a su bosque habían sido ocupadas por unos humanos rubios y altos, al parecer como pago por ayudar a los de Gondor en sus guerras, eso a los elfos no les importaba, siempre que les dejaran vivir en paz, y  los humanos tenían todas las intenciones de cumplir el deseo de los elfos, ni tan siquiera enviaron un solo mensajero, nada, eso a los elfos les disgustó y agradó por igual.
A la joven sinda los siglos le parecieron meses y cuando se quiso dar cuenta ya hacía casi tres siglos que había vuelto del Bosque Negro, las guerras continuaban siendo continúas, siempre los orcos atacando, a veces a los Rohirrim, que así se llamaban los humanos rubios, otras a los de Gondor...Los elfos empezaban a cansarse de esas luchas constantes, algunos de los más viejos decidieron volver a Valinor, algunos de los más jóvenes decidieron acompañar a sus mayores a aquellas tierras de las que tanto habían oído pero que nunca habían visto, poco a poco el éxodo de los elfos se hizo más evidente, pero aún transcurrirían siglos antes de que todos desaparecieran. A pesar de las ganas de Selvay por volver a ver a su madre, la joven sinda decidió quedarse, debía quedarse con Galadriel hasta que ésta decidiera partir, o eso es lo que decía a los que le preguntaba, pero en el fondo tenía un motivo más egoísta, deseaba volver a ver su hogar libre de mal, si se iba ahora nunca lo vería, decidió esperar con el miedo en el corazón al ver que su visión en el Espejo se iba haciendo poco a poco real.
Selvay volvió a sentir la necesidad de volver allí, pero esta vez Galadriel no lo consintió, los orcos amenazaban Rohan y las Montañas Nubladas tampoco eran seguras; la joven argumentó que tal vez nunca sería seguro volver al Bosque Negro,  pero la poderosa noldo no se dejó convencer, pero una cosa le prometió, volvería a caminar por los suelos de hojas de los grandes robles de su tierra. Selvay se contentó con esa promesa, y por un tiempo dejó de preocuparse por su tierra, además las escaramuzas cada vez más frecuentes en el norte le hacían pasar muchas jornadas vigilando la frontera, manteniendo tanto su mente como su corazón ocupados.
Una tarde mientras la joven sinda tejía un maravilloso tapiz que recordaba a las grandes naves blancas de los elfos de Alqualondë, naves que nunca había visto, pero que de las que había oído hablar a su señora, entró en la sala donde estaba una bella elfa de negros cabellos, Selvay calculó que era mayor que ella y que tenía relación familiar con Galadriel, tenían algo en común, aunque no sabía el que.
- Saludos señora, ¿en qué puedo ayudaros?- Arwen, pues esa era la elfa morena, miró dubitativa a lo que ella consideraba como una simple costurera.
- No sé si podréis ayudarme, busco a la Dama Galadriel, dudo que sepáis donde se encuentra.
- Lamento decepcionaros, pero se perfectamente donde está, ha ido a despedirse de  un grupo de elfos que se marcha al Oeste- Selvay se calló que en ese grupo partían dos de sus grandes amigos, Neviâthiel y Cibael, así como también su tío, los primeros porque deseaban ser felices y poder ofrecer al hijo que querían tener un sitio seguro donde vivir, y el segundo porque quería volver a ver a los seres queridos que había dejado atrás y sabía que Selvay podía cuidarse sola -Si queréis puedo acompañaros, se perfectamente donde han quedado para la despedida.
- De acuerdo, acompañadme, pero no creo que debáis abandonar vuestro trabajo, costurera.
- Mi trabajo lo puedo abandonar cuando quiera, y no soy una costurera, en realidad soy una de las camareras de Galadriel, además de ser un miembro activo de los guardas del Bosque. Mi nombre es Selvay, y si no os importa me gustaría que me llamarais por él.
- De acuerdo Selvay, yo soy Arwen Undómiel, hija de Elrond Semielfo y Celebrían de Lórien.
- Encantada de serviros, señora-diciendo esto la sinda hizo su acostumbrada reverencia, y se encaminó hacía la puerta seguida de la otra elfa.

Las dos jóvenes charlaban animadamente, las tensiones de la primera impresión olvidadas, no tardaron mucho en encontrarse con Galadriel, la Dama ya se había despedido y volvía para dirigir algunos asuntos que se había dejado pendientes. La joven sinda se alejó de las noldo y fue a despedirse ella también, decidió que los acompañaría hasta los límites del Bosque.
Abuela y nieta charlaron animadamente, hacía mucho que no se veían, Arwen no había vuelto a Lórien desde antes de que naciera Selvay, a Galadriel le agradaba poder estar con la hija  de aquella que había partido, era de alguna manera estar con ella.

Durante la estancia de Arwen en Lórien no hubo paz fuera de las fronteras del Bosque de Oro, los enanos fueron expulsado definitivamente de Moria, así como de Erebor,  a los humanos de Rohan tampoco les fue mucho mejor y tampoco a los que se consideraban descendientes de reyes, a los que vivían en la frontera con el mal, de esto se enteraba Selvay a través de las aves pues la llegada de mensajeros era cada vez más escasa,  pero de una noticia se enteró por la Dama, una noticia que prefería haber ignorado.
La Sombra que crecía en el Bosque Negro, donde su gente luchaba por vivir, era causada por el mismo Sauron, aquel que se suponía derrotado hacía casi 3000 años, al parecer Mitrhandir, el mismo que lo había limpiado la zona durante un tiempo, había vuelto a Dol Guldur para descubrir que era el propio Nigromante quien habitaba allí, por decisión del Concilio Blanco decidieron dejarlo en paz, decisión que evidentemente no secundaba Selvay ya que no la entendía, ¿cómo podían dejar los sabios que el mal se hiciera fuerte mientras su gente sufría? No le consoló  saber que Mitrhandir y Galadriel estaban de acuerdo con ella, estuvo triste y meditabunda durante semanas, sus amigos temían que volviera a caer en una depresión, pero por suerte eso no llegó a suceder. A pesar de lo mal que se presentaba el futuro valía la pena luchar por él, eso lo recordó al pensar en su gente, que llevaba siglos luchando sin desfallecer.

Las guerras continuaron, las aves del norte cantaban alegres sobre los montaraces del norte, de los que la hija de Erasmos había oído muy poco, cantaban la  boda de su rey, después de un a largo invierno sufrido en las zonas más al oeste, ya que al parecer con esa boda y el nacimiento que le siguió los montaraces recuperaron la esperanza de volver a ser alguna vez lo que habían llegado a ser, reyes de reyes,  los señores de los hombres. Poco después Arwen partió de Lórien y volvió a los dominios paternos, Selvay la echó de menos, habían forjado una gran amistad en el tiempo que habían pasado juntas, si la sinda la echó de menos más fuerte fue el pesar que sintió Galadriel. Pero su ausencia no fue mi larga, apenas cincuenta años después Arwen volvió a Lórien, pero no era la misma, en sus ojos se podía ver alegría y pesar por igual, y ambos sentimientos se intensificaron cuando un humano llegó al Bosque de Oro, era el primero que Selvay veía entrar desde hacia muchos, pero que muchos años,  fue la misma sinda la que lo encontró por los límites del Bosque, al parecer volvía de Rohan, la joven notó algo en ese humano, parecía más poderoso que el resto de los mortales, no tardó mucho en reconocerlo a pesar de que nunca lo había visto, si había oído hablar de él, tanto a su Señora como a Mitrhandir, Gandalf o el Peregrino Gris, dependiendo de quien le nombrara  y también Arwen le había hablado de él, y ahora comprendía porque tan grandes señores hablaban con respeto de un mortal. Era Aragorn, hijo de Arathorn, capitán de los dúnedain, rey de los hombres, esperanza de elfos y humanos. 
Se acercó a él y le invitó a acompañarla hasta Caras Galadhon, donde podría hablar con la Dama Galadriel o quizás con alguien que aliviara su fatiga, Aragorn no comprendió las palabras de la sinda hasta unas horas después, cuando vio a Arwen de pie al lado de la Señora del Bosque, realmente sus fatigas se evaporaron, el amor que sentía hacia ella ocupa todas las fibras de su ser, de reojo vio como la elfa que le había acompañado le miraba con una media sonrisa y mirada compasiva, pues sabia que él aspiraba al mayor tesoro que los elfos conservaban al este de Aman, aspiraba a merecer el amor de Arwen Undómiel, Estrella de la Tarde, princesa de su pueblo, Aragorn le devolvió la sonrisa compasiva a la elfa, pero cuando lo iba a hacer se dio cuenta de que los ojos de ella le transmitían esperanza y como su cabeza señalaba ligeramente a Arwen, nadie más lo percibió.
Aragorn no permaneció mucho tiempo en Lórien y pronto partió, llevándose con él el corazón de la princesa elfa, Arwen quedó melancólica y silenciosas después de su partida, pero Selvay veía esperanza y amor en sus ojos y por primera vez sintió envidia de alguien, se preguntaba si ella llegaría a amar, sin duda era joven, pero ya no era una niña.
Los años pasaron y la situación era cada vez más peligrosa, el regreso de Sauron era evidente, las visiones del Espejo parecían que iban a hacerse realidad, apenas quedaban elfos al oeste de la Tierra Media, la mayoría ya había partido a Valinor.

-Selvay, creo que es hora de que vuelvas a tu hogar, la guerra está próxima y Thranduil  te necesita.
-Me iré mi señora, pero tengo miedo de no volver a contemplar los hermosos árboles de hojas doradas, temo por la vida de mis seres queridos al recordar lo que vi en vuestro espejo.
-Lo sé pequeña, pero no debes de preocuparte por ello, lo que ha de pasar pasará, debes de estar preparada para cuando ocurra, pero no te obsesiones con ello.
-De acuerdo mañana mismo partiré- la sinda salió de la sala dejando a Galadriel cepillándose su hermoso cabello dorado, tenia camareras que lo harían por ella, pero cepillarse el pelo era un placer que Galadriel no se negaba.

Selvay subió al árbol donde había vivido con su tío, ahora le parecía vacío, en cierta manera se alegraba de alejarse de allí, el ambiente del Bosque de Oro era melancólico, el mismo bosque echaba de menos tiempos mejores, al menos en el Bosque Negro había lucha, había algo que hacer, a parte de  contemplar las hojas doradas como pasatiempo. No se llevó muchas cosas, un par de los vestidos que Thranduil le había regalado, ropa de repuesto para el viaje y lo necesario  para encender fuego en cualquier situación, así como también lembas y comida. Poco antes del amanecer se aseguró la espada en la vaina, se puso un par de dagas en las botas, se colgó el arco y el carcaj en la espalda y bajó del árbol,  tenía pensado partir en silencio, sin que nadie se diera cuenta, pero cuando llegó a pie del mallorn estuvo a punto de gritar al ver a Celeborn que le esperaba con gesto impaciente.
-Ya era hora, llevo un rato esperándote.
-¿Qué hacéis aquí? Preguntó la sinda sorprendida.
-¿Tú que crees? Vengo a entregarte esto de parte de la Dama-y le dio un bulto que parecía una capa- ella misma ha estado toda la noche tejiéndotela, así que tiene algunas propiedades interesantes-añadió con una sonrisa pícara.
-Muchas gracias, mi señor, pero deberías de haber mandado a alguien para que me la diera, no venir vos mismo.
-Tal vez tengas razón, pero quería despedirte personalmente, además tengo otros motivos, Selvay. Dile a Thranduil que estoy ansioso de ir a ayudarle, pero que me es imposible hacerlo.
-Señor, eso él ya lo sabe.
-Lo supongo, pero aún así díselo, es muy importante para mí.
-Como queráis, ahora debo de marcharme antes de que se despierte toda la ciudad.
-Buen viaje.
Selvay le dio las gracias y se despidió con una reverencia. Corrió sin mirar atrás y al atardecer ya veía los límites del Bosque, ahora tenía un problema, si iba andando tardaría mucho tiempo en cruzar Rohan, pero no quería acercarse a los hombres, no después de ver como sufría Arwen por el amor de un mortal. De repente vio la solución. Encima de una colina, no muy lejos del límite del bosque un hermoso caballo pacía tranquilamente, Sûlroch, llamó la sinda sin poder evitarlo, el caballo era también bayo y tenía la misma planta, pero la cabeza equina que se levantó y la miró no era la de su amado caballo, éste tenía una mancha clara en forma de estrella entre sus ojos, y también en las patas, como si llevara botines, en cambio el pelaje de Sûlroch era uniforme, todo de un tono arena. El caballo dejó de comer y se acercó a la sinda que lo miraba sorprendida, sin dudarlo la joven saltó a su grupa, y aunque al principio el caballo se asustó en seguida se acostumbró al peso liviano de su amazona, ambos salieron al galope, a su espalda el sol se ponía. Selvay gritó de alegría, un rugido de puro placer salvaje. Gracias Sûlroch, supongo que me debías algo después de lo que te ayudé, pensó la elfa mientras galopaba en el que sin duda era uno de los descendientes del viejo caballo que ella había comprado hacías ya más de 500 años.



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