Un Viaje a Valinor

07 de Diciembre de 2003, a las 00:00 - LapekeñaVarda
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VII

En el momento en que Selvay perdió de vista a los nómadas se detuvo, no quería agotar al caballo, pues sabía que era un animal viejo, pero para su sorpresa el caballo apenas estaba agotado a pesar de la rápida cabalgata, así que la joven se sorprendió agradablemente, pues había temido que el caballo fuera más una carga que una ayuda. De todas formas paró a descansar, tanto ella como el caballo, pues la sinda estaba a punto de un ataque de nervios, había estado sometida a mucha tensión, el joven rubio la había puesto nerviosa, y no estaba acostumbrada a estarlo. Desmontó y le quitó la silla de montar al bayo, pues como amazona elfo prefería montar a pelo que con silla, así que le quitó todo lo que llevaba el caballo y lo enterró en un pequeño hoyo que había cavado ella misma. Cuando acabó buscó alguna rama fuerte y que se dividiera en varias para poder cepillar a su montura, con suerte la encontró y cuando acabó de cepillarlo el caballo se lo agradeció con la mirada, y Selvay le acarició cariñosamente la cabeza.
 La joven volvió a montar y comenzaron de nuevo el galope. Ofrecían una estampa magnífica,  pues el caballo a pesar de ser viejo, estaba en perfecta forma y era fuerte, como si se tratara de un caballo élfico, y la amazona que lo montaba sabía dejado caer la capa y ahora llevaba su magnifica cabellera suelta, y el sol del atardecer le daba un color mucho más rojo de lo que era en realidad, parecía que su cabello eran llamas, y la gente que los vio pasar a galope por las llanuras no pudieron menos de pensar que era una visión, eso o los mismos Poderes, esos a los que los elfos de antaño llamaban valar, había vuelto a la Tierra Media y habían enviado a un espíritu de fuego para anunciar su llegada, tal era la impresión causada por Selvay y su montura, montura que a partir de ahora recibiría el nombre de Sûlroch, pues era veloz como el viento, y su jinete pensó que ese nombre era el que debía de haber recibido desde el principio, pero ella desconocía su nombre original y nuca lo llegó a saber.

Por fin, después de varios días de largas cabalgadas, amazona y caballo llegaron a los límites cercanos  al palacio de Thranduîl, pues no se acercaron a los límites del Bosque hasta que no llegaron al Celduin, río que nacía en Esgaroth, al juntarse en el Lago varios afluentes, pues la joven en lugar de ir por las faldas de las Montañas Nublada, atestadas de orcos había preferido recorrer todas las Tierras Pardas, llegando al hogar por el este, en lugar de por el oeste, por donde hubiera llegado antes.
Muy pocos la reconocieron, pues había cambiado, ahora parecía más segura de si misma, su belleza, si eso era posible se había acrecentado con la edad, y ahora, con casi 200 años a sus espaldas era impresionante, pero a pesar de que los guardias no sabían quien era la dejaron pasar, pues reconocieron en ella a una de los suyos, y demostraba tal seguridad al avanzar que no dudaban que sabía adónde iba.
Selvay había desmontado en el momento en el que entró en el Bosque, pero no había dejado a Sûlroch atrás, lo había llevado con ella, y ahora que iba entrar en palacio, lo dejó al cuidado de los porteros del rey, los cuales no pudieron negarle tal favor.
La se acercó a los guardias que cerraban el paso a la sala donde se encontraba el rey y pidió ser recibida, los guardias tampoco la reconocieron y le preguntaron que asuntos le traían hasta allí, quién era la que quería interrumpir la tranquilidad del rey, la joven se sorprendió al oír esas orgullosas palabras en boca de los guardias, pues siempre habían sido humildes, pensó que si decía que era una vieja amiga del rey no la iban a dejar pasar, así que dijo otra cosa, algo que también era cierto.
- Vengo desde Lothlórien, traigo un mensaje de la Dama para nuestro señor.- los guardias se sorprendieron al oír esto y la dejaron pasar sin más pérdida de tiempo, hacia tanto tiempo que no venían mensajeros del Bosque Dorado que debía de ser realmente urgente.
La sala del trono era como ella la recordaba, pero con un cambio inquietante, ahora había guardias alrededor del rey,  Selvay entró con la cabeza baja, se acercó al trono, hizo una graciosa reverencia y se arrodilló mostrando un pergamino al rey. Thranduîl  tardó un tiempo en reaccionar, le había pillado desprevenido, no esperaba volver a ver a la joven, y no estaba seguro de que fuera ella, pues apenas le había visto la cara, pero esa reverencia y ese tono de pelo solo eran de una persona.
-¡Selvay! Querida niña- y diciendo esto se levantó del trono y se arrodilló a su lado y la abrazo, las lágrimas corriendo por sus mejillas. Selvay levantó la cara y sonrió al rey.
- Tranquilo, no pasa nada, solo soy yo.
- Eso mismo es lo que pasa, niña, yo no esperaba volver a verte, sobretodo después de todo lo que ha pasado- Selvay no entendía nada, y sus ojos verdes interrogaron al rey- No pensé que Galadriel te dejara salir de Lórien, con todos los peligros del camino.
- L a verdad es que me costó un poco convencerla, pero al final acepto mi decisión, aunque creo que ella ya sabía que me iba a marchar antes de empezar a discutir.
- No lo dudo, esa noldo sabe mucho, y puede que eso sea terrible para ella.
- Me alegro de estar en casa, echaba de menos este bosque y a sus gentes.
- Bueno cuéntame, ¿cómo está tu madre? ¿cómo es tu vida en  el Bosque Dorado?- y haciendo estas preguntas despidió a todos los guardias con la mano, y cuando todos se hubieron ido y Selvay le iba a decir al rey que su madre se encontraba bien, pero en Valinor, un carraspeo les sorprendió, la joven, alerta después de tantos días de viaje, sacó una de sus dagas y apuntó hacía el origen del carraspeo, pero la mano del rey la detuvo, los ojos del rey estaban sorprendido por la rapidez mostrada por su amiga, pero la sonrisa en su rostro convenció a Selvay de guardar el arma, y ésta desapareció de su mano tan rápido como había salido, ahora el autor del carraspeo se encontraba visible, saliendo de detrás de un tapiz, al parecer una nueva entrada a la sala del rey. Selvay se sonrojó al reconocer al que había estado a punto de alcanzar con su daga, pues no era otro que Legolas, el hijo del rey.
- Padre, veo que continuas teniendo buenos amigos a pesar de todo,  pero tal vez deberías de enseñarles a no intentar matarme, sé que a veces soy algo difícil de aguantar, pero no creo que merezca la muerte.
- Yo... esa no era mi intención... ha sido un accidente. Yo pensé...
- Tranquila niña, mi hijo es muy gracioso, pero se lo tiene merecido, así aprenderá a llamar, aún cuando entré por la entrada secreta.- Selvay miró confundida a Legolas, pidiendo perdón con sus ojos verdes,  pero éste le sorprendió guiñándole un ojo, lo que hizo que Selvay se pusiera más nerviosa, lo que provocó una carcajada en Legolas.
- Bueno padre, no me vas  a presentar a tu bella amiga.
- No me has dado oportunidad, te la iba a presentar más tarde, cuando acabara de hablar con ella y estuviera dispuesta a soportarte, pero veo que lo tendré que hacer antes de prepararla para aguantarte. Legolas, está es Selvay, la hija de Erasmos, creo que te he hablado anteriormente de ella. Selvay este es Legolas, mi hijo.
- Ya nos conocemos, nos encontramos el día en que murió mi padre.- Legolas se sorprendió, pues no pensaba que ella se acordara de algo que había pasado hacía ya más de un siglo, un encuentro que él había olvidado, pero que empezaba a recordar, la había encontrado llorando, ella había chocado contra él.
- Es cierto, perdón por haber olvidado quien eras, pero es que no pareces la misma, ahora eras mucho más bella, y no creo que vuelva a olvidarte.- cuando acabó la frase le guiñó un ojo a Selvay, así que ésta volvió a sonrojarse, hizo dos graciosas reverencias, una a cada uno, y salió por la puerta, intentando recuperar su compostura.
- Bueno, ya que has interrumpido mi reencuentro con Selvay y le has asustado, dime que te trae por aquí, yo pensaba que estarías por Dol Guldur.
- Y así debía ser, pero el Nigromante gana fuerzas, cada vez es más poderoso, y los orcos de las Montañas Nubladas más osado, temo que nuestro reino se vea reducido, que solo podamos mantener libre del mal la parte norte del Bosque.
- En ese caso, mantengámosla, luchemos por cada árbol de esta tierra.
- Así lo haremos, padre.

Cuando Selvay  salió del salón del trono, corrió a buscar a Tharei y a Nolim, y como pensaba las encontró en la sala de telares, la reconocieron enseguida y se levantaron a abrazarla, le preguntaron por su madre y por su vida, así como por los motivos de su viaje. Selvay contestó una a una todas sus preguntas, y ambas, Tharei y Nolim se entristecieron al conocer la partida de Aren, pues esperaban volver a verla en la Tierra Media, antes de partir hacia el Oeste.
Estuvieron hablando un par de horas, pero finalmente Selvay se marchó para lavarse, aún no había tenido tiempo de asearse desde que había llegado.
Fue a buscar a Sûlroch, preocupada por el caballo que había sido su compañero de viaje, cuando preguntó a los guardias de la puerta por su paradero le dijeron que lo habían bajado a las caballerizas del rey, y que estaba siendo atendido por el mozo de cuadra del propio rey. Selvay les dio las gracias y fue a verlo. Pero no llegó a su destino, se encontró con una doncella que la buscaba por orden del rey, pues le habían preparado unas habitaciones en palacio y esperaba que se reuniera con él para la cena.
- Tengo un pequeño problema.
- Tal vez pueda solucionarlo, mientras usted se asea.
- No lo sé, verás. Es que no tengo ropa adecuada para una cena con su majestad, vengo de un largo viaje, y no me he traído ropa adecuada para grandes ocasiones, tal vez si pudieras encontrar a Tharei y pedirle uno de sus vestidos te lo agradecería.
- No se preocupe señorita, tendrá vestido.
Mientras hablaban había llegado a la habitación de la invitada, así que la doncella se despidió prometiendo volver con un vestido.
Selvay se quitó el polvo del camino entrando en una tina llena de agua con jabón perfumado, hacía semanas que no se lavaba tan a gusto, estuvo casi una hora dentro de la tina, y cuando salió le dio vergüenza, pues ahora el agua estaba de un tono marrón que nada bueno decía de ella.  En la cama encontró un largo vestido vaporoso, de un color verde que hacía juego con sus ojos, resaltando de esa manera su cabellera pelirroja, un color nada común entre elfos, para hacerla resaltar aún más no se recogió el pelo, lo dejó caer en una suave cascada, llegándole casi hasta la cintura. No tenía ninguna joya, tan solo la cadenita de plata de su padre, cadena que nuca se quitaba, pues era lo único que tenía de él, y aunque era sencilla, o tal vez por eso, nunca quedaba mal, siempre era el adorno adecuado. Cuando fue  cepillarse el pelo delante del espejo que había en la habitación se sorprendió al encontrar más vestidos, de todos los estilos y colores, en una silla cercana. La doncella  era realmente buena en su trabajo, hasta le había traído unas sencillas sandalias, pues las botas de viaje no eran precisamente el mejor complemento para los vestidos. Cuando pensó que ya sería la hora, abandonó su cuarto y se dirigió hacía el comedor real.



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