Legado de sombras

11 de Junio de 2003, a las 00:00 - Mª Isabel Esteban Alvarez
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6. Ladrones de tumbas

Demonios, Finth! ¿De que se trata esta vez?- inquirió con voz nasal la figura encorvada y escuálida que se encontraba junto a el, mientras procuraba envolverse en su raída capa intentando inútilmente resguardarse del frío a esa hora tardía, al término del crepúsculo.
-Se trata de algo grande, amigo, ¿te puedes creer que nos van pagar en oro? ¡y por no hacer nada! La mitad ahora y el resto cuando terminemos el trabajo, en total cinco mil piezas- replicó frotándose las manos con ansiedad revelando un brillo avaricioso en sus ojillos oscuros, tan negros como algunos de sus escasos dientes, que exhibía sonriente sobre unos rasgos afilados y sucios, confiriéndole un desagradable aspecto ratonil.
-Hay algo en todo esto que no me gusta, Finth ¿Se puede saber que hacemos helándonos el trasero al lado de estas viejas piedras?... mis huesos ya no son lo que eran ¿sabes?- preguntó sin parar de temblar, señalando con un dedo huesudo y sucio hacia las altas columnas que se erguían antaño orgullosas sobre la tierra, actualmente destruidas y retorcidas, vencidas por el tiempo y la desidia del hombre.
-Corren rumores de que fue un antiguo templo dedicado a un dios maligno... ¡dicen incluso que sacrificaban recién nacidos para satisfacer su hambre insaciable!- añadió estremeciéndose aún mas en el interior de la desgastada prenda.
Finth, colocándose las manos en la cintura se echó a reír, mientras observaba las absurdas reacciones de su compañero ante tales habladurías ridículas. Miró hacia la entrada del santuario, cubierta tan sólo por una deteriorada tela con algo  pintarrajeado sobre  ella -algún símbolo religioso, supuso- que el viento helado movía ligeramente haciéndola ondear como si de un estandarte se tratara.
-No deberías burlarte de mí, Finth, nos estamos metiendo en problemas. Y creo que son más gordos que cuando estuvimos en aquella torre abandonada y se nos echaron encima casi un centenar de soldados, todo por ese maldito collar de rubíes. O esa vez que me aseguraste que tan sólo había un vigilante custodiando aquella enorme y magnífica perla, y se trataba... ¡de un condenado cíclope, y con bastantes malas pulgas, diría yo!¿Me oyes, vieja rata?- demandó con creciente irritación torciendo la comisura de sus labios cruzados por una fea cicatriz que llegaba hasta su oreja izquierda, viendo que ignoraba sus palabras.
Su indiferente compañero salió de sus reflexiones al escuchar el sonido de unos cascos acercándose velozmente hacia donde se encontraban; distinguió a lo lejos alargadas sombras en movimiento, levantando gran cantidad de polvo y tierra a su alrededor. Momentos después, un enorme corcel negro se detuvo frente a ellos, echando espuma por la boca debido al esfuerzo de la veloz carrera. Sobre su montura, una corpulenta figura protegida con una extraña armadura confeccionada a base de diversas pieles de animales, parcialmente cubierta por la gruesa y algo desteñida capa extendida a lo largo de su cuerpo, ambas tan oscuras como su caballo; la oculta cabeza coronada por un singular sombrero negro levemente puntiagudo, cuya ala ancha creaba tinieblas sobre su rostro. A su espalda, una larga funda de cuero descansaba con el mortífero y frío acero en su interior.
Desmontó con facilidad y se quedó mirándolos fijamente a ambos, lanzándoles una tintineante y pesada bolsa de piel. -Me alegra comprobar que habéis llegado puntualmente a nuestra cita, me hubiera disgustado sobremanera tener que poner fin a vuestras miserables vidas tan pronto- murmuró con voz tan fría y cortante como su espada, arrastrando las palabras y delatando su profundo acento norteño, propio de la remota e inhóspita isla de Krassus, famosa por sus cazadores de recompensas, carentes  de  escrúpulos a la hora de hacer su trabajo.
-Mi se... se... señor, ya os dije que os esperaría con un amigo mío de absoluta con-fianza, Segart, y que estaríamos a la hora se... señalada- contestó intentando controlar los temblores que habían comenzado a invadirle ante sus marcadas amenazas, mientras recogía apresuradamente la pesada bolsa de monedas. Aliviado, vio como la enorme figura les hacia un gesto para que le siguieran y, tirando del brazo de su renuente compañero, que estaba a punto de huir a la carrera, atravesaron la entrada del ruinoso templo.
En su interior, un intenso hedor a podredumbre rodeó al trío que continuaba su camino en silencio hacia el centro de la destruida estructura. Su inquietante guía se detuvo con brusquedad delante de una trampilla firmemente encajada en el suelo y les lanzó una mirada de advertencia. -¿A que estáis esperando, queréis que haga todo el trabajo, ratas de cloaca? Espero por vuestro bien que sepáis ganaros todo el oro que os aguarda después de esta noche, porque de lo contrario me encargaré personalmente de que no veáis el próximo amanecer... ¿entendido?- exigió con una enorme mano enguantada extendida hacia ellos.
 Alarmados, se dirigieron con premura hacia la base de la entrada, comenzando a pasar sus sensibles dedos sobre la aparentemente lisa superficie, hasta encontrar una delgada anilla disimulada en el bajorrelieve de piedra que representaba extraños signos, des-conocidos para ambos; aunque un leve escalofrío recorrió sus cuerpos mientras tiraban con fuerza del aro  metálico y levantaban la pesada losa. -¡Por las barbas de mi abuela!- exclamó Finth tapando su nariz, percatándose por primera vez del lío en el que se estaban metiendo.
Un fuerte olor a descomposición les rodeó haciéndoles retroceder asustados, intentando no vaciar sus agitados estómagos allí mismo. El corpulento cazador de recompensas no vaciló, apremiándoles para que bajasen delante de él. Apoyándose mutuamente, comenzaron el húmedo descenso, colocando los pies con cuidado pues los angostos peldaños se hallaban resbaladizos por algo que no quisieron identificar. Un débil resplandor rojizo les permitía orientarse en aquel siniestro lugar, y cuanto más descendían aumentaba en intensidad aquella desconocida fuente de luz. Convencidos de que aquel escabroso descenso no terminaría nunca, llegaron al último escalón deseando volver al primero; quedaron aterrados ante la espeluznante visión que se desplegaba ante sus ojos. Las paredes estaban totalmente cubiertas por esqueletos de antiguas víctimas que aún se sostenían a causa de los oxidados grilletes de hierro ennegrecido que les sujetaban sobre la irregular superficie de piedra. La insana pestilencia se acentuó hasta límites insoportables y Segart tuvo que inclinarse sobre uno de los muros intentando no mirar los amarillentos huesos -en algunos todavía quedaban restos de piel- que colgaban de ellas y controlar las fuertes náuseas que invadían su cuerpo.
-¿En que condenada trampa nos has metido Finth?...si salimos de esta, te juro que no volverás a verme la cara, puedes estar seguro, maldito hijo de troll...- balbuceó mirándole con la cara de una preocupante tonalidad verdosa.
-Tranquilo amigo, ya verás como todo sale bien, piensa en los burdeles ¡y de los mejores! que vamos a recorrer con todo ese oro y en la cantidad de jarras de buen vino que podremos bebernos...¿eh?- respondió su compañero con falso entusiasmo, en un vano  intento de tranquilizarle. Para su sorpresa, parecía que había funcionado, Segart enmudeció de inmediato, bueno, tal vez demasiado pronto, ¿no?
-¿Te ha comido la lengua el gat... - girándose en su dirección choco de bruces contra uno de los esqueletos, que al parecer se había liberado de sus cadenas y no parecía demasiado satisfecho con su nuevo estado.
-¡Aléjate de mí, engendro del infierno si no quieres terminar bajo tierra que es donde deberías estar desde hace mucho tiempo!- exclamó en un súbito alarde de coraje apartándose rápidamente del camino de la criatura que no parecía saber hacia dónde ir, por lo que no tuvo demasiados problemas para esquivarle. Afortunadamente era bastante lenta, aunque su compañero parecía tener ciertos problemas dividiéndose entre su malestar general y el esqueleto, que no se decidía por ninguno de los dos.
Hubiera sido una escena hasta cierto punto cómica, sino fuera porque el muy desgraciado no paraba de alargar los huesudos y curvados dedos hacia su cuello, al tiempo que emitía desagradables gemidos -parecidos a los de su amigo cuando iniciaba sus interminables quejas- mirándole fijamente con un malévolo resplandor rojizo desde las cuencas vacías de sus ojos. Por fin, la errática criatura comenzó a orientarse poco a poco, avanzando con paso inseguro hasta terminar colocándose al lado del oscuro personaje que les había guiado a aquel sacrílego santuario; no pareció preocupado en absoluto, más bien al contrario. Con su esquelético acompañante, se dirigió hacia un alargado pedestal rectangular, el cual parecía surgir de la propia tierra -elaborado en su mayor parte con ópalo negro, todavía se distinguían vetas rojizas de la sangre de sus mortales ofrendas- situado en el centro de la estancia.
Sobre su pulida superficie habían grabado una estrella de seis puntas con polvo dora-do, sin rastro de su brillo habitual, representando las fuerzas malignas de aquella deidad. A su alrededor se podía ver la retorcida y danzante figura de un grotesco demonio que parecía moverse ante sus ojos; en el centro relucía una espléndida gema cuyas múltiples facetas poseían una tonalidad casi púrpura con matices oscuros, de cuyo interior surgía la energía que iluminaba todo aquello, y que parecía pulsante, llena de vida.
-¡Tú, el del estómago de doncella, acércate y coge la joya! Después os daré lo a-cordado y podréis iros en paz- prometió con una  sonrisa torcida, escondido el rostro bajo el ala del peculiar sombrero. Segart, todavía débil y con ligeros espasmos, se acercó lentamente hacia el oscuro altar, ignorando las súplicas de su compañero que intentaba por todos los medios impedir que llegase hasta allí. Comenzó a escuchar en su mente palabras pronunciadas en un arcano lenguaje, con una profundidad que no había sentido en toda su vida; un coro de voces femeninas y cautivadoras que le hechizaban y empujaban hacía su destino:
Alim adei te tou espernas catedei ateras...adefis aidas aimemyurio tufas yureicas meteras aisistenamtropoisin ergaa tipne tai opos takis exo alusaten...
-¡Alto, maldito seas, no debes acercarte al símbolo!¿No te parece raro que no lo haga el mismo?¡Recuerda los sacrif... - fue el último sonido que salió de sus labios, mientras notaba una fuerza invisible que apretaba su garganta impidiéndole respirar. Sus ojos quedaron fijos en la figura de su compañero totalmente poseída por un poder desconocido para ellos, y que poco a poco alargó sus dedos hacia el oscuro ovalo, rodeando con firmeza su fría y suave superficie.
...eu saten alassio ecrisaten anepotei satangros atliu tu dei agar agar tu deis oias kroton astrapan nemoth katranemopt seu seu vader tuson kerau... kerau...
La sugestiva cadencia de la pagana invocación fue haciéndose cada vez más lenta hasta desaparecer de su mente y permitirle pensar con claridad de nuevo. Emitió un suspiro de alivio y se dirigió con una torcida sonrisa hacia la oscura presencia que esperaba impaciente lo que había venido a buscar; pero antes de poder soltar la sangrienta gema, contempló horrorizado la súbita transformación sufrida por esta.
Un espantoso ojo parpadeaba lentamente recorriendo la estancia con su penetrante iris escarlata. Centró su atención en la figura que aún lo sostenía y comenzó a dirigir la centelleante luz hacia ella, concentrándola sobre su delgado cuerpo que comenzó a temblar sin control, soltando alaridos de puro dolor al sentir que se consumía desde dentro. Como si la sangre que corría por sus venas se hubiese convertido en ácido y fuera destruyendo todos sus órganos vitales; sin poder desprenderse del óvalo que parecía extraer toda su fuerza vital, dejando solo piel y huesos sobre la tierra, poco después cenizas. Habiendo absorbido a aquel insignificante mortal, volvió a su inocente forma original, echando una última mirada impregnada de malevolencia antes de cerrar su única pupila carmesí.
Acercándose lentamente, con todo el tiempo del mundo a su disposición, el siniestro personaje que aún se hallaba a escasa distancia del diabólico altar, alzó sus manos y, tras un suave gesto, elevó la piedra de entre los escasos restos de Segart. Después de acercarla hacia él con sumo cuidado, la guardo en una bolsita de cuero, mientras  miraba  con  expresión burlona hacia Finth que seguía paralizado por el horror.
-Vaya, se me olvidó comentaros algo, había que cogerla con las manos protegidas, nunca en contacto directo con la piel desnuda... ¡Qué lástima! ¿verdad?... Bueno, alégrate, ahora toda la recompensa será para ti... ¿qué te parece?¿Cerramos el trato?- preguntó acercándose hacia él, con una mano sobre la empuñadura de su espada que sobresalía entre los negros pliegues de la polvorienta capa.
Finth, liberado al fin del conjuro que le retenía, consiguió vencer la inmovilidad que lo embargaba y avanzó enloquecido hacia la estrecha escalera, tropezando en su apresurada huida, mientras escuchaba las desagradables carcajadas de su perseguidor. Elevó una plegaria a los dioses, prometiéndoles no volver a robar si con ello salvaban su pellejo, y continuó su carrera hacia el exterior; aunque la impía luz que antes iluminaba su entorno había desaparecido, por lo que tuvo que guiarse por sus otros sentidos, intentando captar los primitivos sonidos de la noche. Cada vez sentía mas cerca al cazador -que no parecía notar la falta de visibilidad para su desgracia-, y cuando estaba a punto de resbalar de nuevo, logró vislumbrar una débil claridad por encima de su rapada cabeza. Impulsó a sus cansadas piernas y consiguió salir por el estrecho hueco de la trampilla; sin tiempo que perder intentó cerrarla con rapidez antes de que lograse alcanzarlo, pero no pudo encajarla del todo. Frustrado, se alejó de allí como alma que lleva el diablo y nunca mejor dicho, mientras continuaba escuchando aquella risa enloquecida, que recordaría todos los días que le quedasen de vida. Lo que no volvía a su maltrecha memoria era la promesa hecha a los dioses; aunque seguramente Mowain, protectora de los ladrones, no estaría muy contenta de perder a uno de sus más fieles seguidores... ¿verdad?
Poco después, una oscura mano enguantada levantaba la losa de piedra y su robusto dueño emergía llevando la preciada joya consigo. No se dignó siquiera a continuar su persecución ¿para qué, sí dentro de poco tiempo no quedaría nada sobre la faz de la tierra? Aunque, pensándolo bien, nunca le había gustado dejar cabos sueltos en su trabajo; en su caso, mas que deber resultaba un auténtico placer. Cogió la equilibrada y anormalmente ligera ballesta, su arma preferida, rápida y letal, colocando una emplumada flecha sobre ella; apuntó con deliberada lentitud hacia su blanco, que corría despavorido hacia un pequeño bosquecillo situado al sur de la ciudad. Saboreó el momento, dejándole cierta ventaja, convencido de su maestría en la caza. Cuando su presa estaba a punto de alcanzar los primeros árboles, pulsó suavemente el gatillo y la mortal saeta salió disparada a una velocidad sorprendente, casi sobrenatural; su acerada punta se clavó sin piedad en el cuerpo de Finth, que resbaló sobre la hierba húmeda y trastabilló hasta derrumbarse sobre el verdoso lecho que le rodeó e inundó sus sentidos antes de perder la consciencia...
El cazador observó con satisfacción la caída de su víctima y su inmovilidad aparente -¿tenía que ser siempre tan fácil?, hacía tanto tiempo que no encontraba un rival digno de él que ya comenzaba a cansarse- guardó de nuevo su ballesta y, sin molestarse en comprobar si aún seguía vivo, montó sobre su caballo y se alejó al galope hacia su próximo destino, nada menos que la resurrección de un dios; el cual volvería a poner en su sitio a los débiles bajo el yugo de los mas fuertes, sin cabida a otras razas que no fueran humanas. Había que exterminar a los impuros, eran una blasfemia inmunda que se encargaría de eli-minar aunque el precio a pagar fuera tan alto como pactar con un demonio.
Extraños gemidos surgían del interior del templo, mezclados con el sonido de pisadas lentas, arrastradas e irregulares. Una esquelética figura salió al exterior, su mirada vacía recorriendo el entorno que le rodeaba, totalmente desorientada. Algo llamó su atención y clavó sus llameantes ojos sobre el cuerpo que yacía inerte a poca distancia de donde se encontraba. Poco a poco se dirigió con nuevas energías hacia la figura caída, concentrado totalmente en su fuerza vital que, aunque débil sería suficiente para su sustento. No vio a la rápida sombra escarlata que de un solo tajo del filo de su espada hizo que se desmoronara sobre la hierba, quedando tan sólo un montón de huesos amarillentos esparcidos sobre ella.
______________

-Voy a por ti, sucia rata de cloaca, no podrás escapar por mucho que lo intentes... ¿me oyes? Cuando menos lo esperes estaré ahí, en las sombras, listo para terminar el trabajo-susurró en su oído la oscura figura mientras le apuntaba con su ballesta...
-¡No,  no te acerques a mí,  Segart, Segart! ¿Dónde estás, amigo? ¿Qué te he hecho?- exclamó Finth, intentando levantarse del lecho en el que se hallaba, confundido y aterrorizado mientras en su mente seguía viendo aquel horrible cazador. Una repentina e intensa punzada, que le hizo ver las estrellas y parte del firmamento, recorrió todo su hombro derecho obligándole a recostarse de nuevo.
-Tranquilo, tranquilo, no debes moverte, esperaba que siguieses durmiendo durante mas tiempo, pero me temo que debo sacarte esa maldita punta de acero antes de que empeore la herida. No hace falta que te diga que va a dolerte, ¿quieres un trago?- ofreció la desconocida voz.
 Lentamente sus ojos se acostumbraron a la débil luz del candil que iluminaba la pequeña habitación y pudo ver el rostro de su salvador. O más bien, salvadora, al comprobar que se trataba de una joven, mercenaria por su apariencia, aunque nunca había visto ninguno que usara ropas tan llamativas. La cota de cuero que cubría su esbelta figura estaba teñida de una tonalidad cercana al escarlata y los pantalones de piel que llevaba eran del mismo color. Vaya, si hasta el corto pelo rizado que enmarcaba su atractivo rostro era rojizo; sus ojos sin embargo, eran de un extraño matiz, ni verdes del todo ni tampoco azules, una rara mezcla de ambos colores que le hizo removerse intranquilo sobre las sábanas. Al distinguir la botella de licor que sostenía asintió con la cabeza y el fuerte contenido descendió por su magullada garganta; para su vergüenza, haciéndole toser un poco.
-¿Preparado? Por suerte ha atravesado limpiamente el hombro, así que sólo tengo que sacarla por delante, no te preocupes será algo rápido- añadió la joven, aunque sus palabras no le sirvieron de mucho alivio, la verdad. Agarró la flecha y cortó la parte trasera de la misma. Después tiró con violencia, intentando extraerla de un solo movimiento, ignorando los aullidos del inquieto paciente, que no dejaba de moverse, incrementando la dificultad de la operación. -¡Quieto o tendré que dejarte inconsciente de nuevo!- advirtió con exasperación al ver que la operación no iba como debía, aunque pareció que de momento obedecía y se quedaba quieto. Por fin, logró sacarla del todo y prosiguió con la cauterización de la herida, para detener la hemorragia; el viscoso fluido comenzaba a salir con fuerza mientras calentaba al rojo vivo el filo de un pequeño cuchillo curvado y lo aplicaba rápidamente sobre esta. Un fuerte olor a carne quemada inundó la habitación mientras su paciente volvía a gritar, aunque esta vez con menos fuerza que antes, debido a la pérdida de sangre, seguramente. Terminó con un sencillo vendaje cortando varias tiras de las sábanas arrugadas que tenía debajo y cruzándolas  sobre  su  pecho,  ajustándolo  por detrás.-Ya está, no ha sido para tanto ¿verdad?- exclamó satisfecha de su obra sentándose a su lado. -Bien, ahora vas a ser un agradecido paciente y a contarme todo lo que ha sucedido ahí dentro, ¿no es así?- demandó con fría determinación clavando sus peculiares ojos sobre él.
Antes de que se diera cuenta le estaba relatando lo ocurrido con todo lujo de detalles, sin perderse la amplia variedad de gestos que adoptaba el rostro de aquella desconocida; cuando terminó de hablar, su interlocutora se hallaba pensativa, ligeras arrugas se iban formando en su frente mientras fruncía el ceño, preocupada.
-¡Maldito sea, el miserable se me adelantó de nuevo! ¡Por los dioses que será la última vez!- soltó con furia levantándose del lecho y recorriendo la estancia con pasos largos y enérgicos. -¿Sabes hacia dónde se dirigía? No, no creo que te dijera nada, seguramente no sabes ni su nombre- Finth, negó con la cabeza, y ese simple giro hizo que toda la habitación diera vueltas y más vueltas a su alrededor, por lo que tuvo que cerrar los ojos mientras escuchaba sus siguientes palabras. -Se hace llamar Vengard el Cazador, por su destreza en dicha práctica, y es bastante conocido en su tierra, aunque al estar tan alejado de ella, aquí es totalmente anónimo. Te estarás preguntando porque demonios le conozco ¿no?. La verdad es que en otra ocasión también llegó antes que yo a cobrar la pieza, y soy bastante perseverante en lo que se refiere a competidores, por lo que investigué sobre él y debo decir que no me gustaron demasiado los descubrimientos que hice. En fin, no puedo quedarme mucho tiempo aquí, tengo otro asunto pendiente que no puedo retrasar más. No conocerás por casualidad una ciudad llamada Kuria, cerca del río Dai ¿verdad?... ¿sabes si existe algún camino que nos lleve rápidamente hasta allí?- preguntó en dirección al demacrado bribón que seguía con los ojos cerrados ¿estaría dormido?. Un lento gesto afirmativo con la cabeza la sacó de sus dudas y sonrió.
-¡Perfecto! Parece que hice bien al salvar tu pellejo de las garras de ese estúpido montón de huesos. Al amanecer nos pondremos en marcha, no quiero hacer esperar al líder de la Hermandad Escarlata- fueron las últimas palabras pronunciadas con un leve matiz de ironía, que escuchó antes de internarse en el mundo de los sueños, aunque en su caso mas bien serían pesadillas, pensó mientras recordaba el significado de aquellas llamativas prendas. La Hermandad Escarlata era la Cofradía de Ladrones más importante de todo el Reino de Messalia y más allá de sus fronteras, pero ¿qué demonios hacía una de ellos en dirección a la tranquila, y hasta ese momento honesta ciudad de Kuria? 



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