La espada del Alba

Capítulo tres: Nora

Linnod se despertó sobresaltado. Durante unos segundos permaneció inmóvil en el camastro tratando de recordar dónde estaba y que hacía allí. Cuando lo hizo, se sentó lentamente en el borde y apoyó la cabeza entre las manos. Observó el cielo a través de la ventana y vió que la dama de la noche, la Luna, ya había sustituído al astro Rey allá arriba. Sintió pasos en el pasillo y se acercó a la puerta. Trató de abrirla, pero no pudo, estaba cerrada con llave. Volvió al camastro y empezó a desempacar los bultos que había traído consigo. Sólo eran unos pantalones viejos, una pequeña capa y algunas frutas, pero éstas estaban machacadas y podridas por el viaje y el calor. Esto le hizo recordar que tenía mucha hambre, había comido muy poco desde que habían partido del valle de Taenir hacía tres días. Se volvió a acostar.

Los pasos sonaron ahora tras la puerta. Linnod se incorporó y fijó sus ojos en la cerradura. Estaba deseando que alguien le trajese comida. La llave sonó al deslizarse entre el metal y girar. Entró en la estancia una mujer, vestida de blanco, con una túnica oscura por encima. Traía un plato con algo de comida, un vaso y una hogaza de pan. Las puso en el pequeño mueble al lado de la entrada, y Linnod se levantó para cogerlo. Iba a darle las gracias cuando vió su cara. Era una mujer joven, no más de veinte años, de tez clara y un largo pelo rubio que caía en forma de enredados rizos sobre sus hombros. Linnod se quedó observando sus ojos, como atrapado por el poderoso color averdosado, y así estuvo hasta que la mujer habló.

- Te he traído algo de comer- dijo con voz suave- está fría, no he podido traerte nada caliente, lo siento-

- No importa, gracias- dijo Linnod

La mujer miró a Linnod y sonrió tímidamente, dio media vuelta y cogió el pomo de la puerta.

- ¿Qué ocurre en este reino que en vez de ser los sirvientes o los carceleros quien sirvan la comida, es una bella dama con vestimentas de princesa?- preguntó Linnod

- Muchas cosas ocurren hoy en este reino, pocas de ellas buenas, por desgracia- dijo la mujer

Soltó el pomo de la puerta y se giró de nuevo hacia él.

-¿Puedo conocer tu nombre, si tu deseas dármelo?- dijo Linnod

- Supongo que antes yo debería conocer el tuyo, pues tu eres un supuesto caballero y yo una supuesta dama, y si esto no te convence, en último caso tu eres el preso y yo quien tiene la llave de tu celda- dijo la mujer.

Linnod sonrió.

- De acuerdo, me llamo Linnod. Ya está, ahora sería la supuesta dama y cruel carcelera tan gentil de darme su nombre? - dijo Linnod

- Creo que ya lo conoces, aunque no me asocies a él- dijo la mujer.

Linnod la miró sorprendido. Se quedó con la mirada perdida tratando de rebuscar en su cabeza. La mujer le miró a los ojos, sonrió levemente y se dio media vuelta, como decepcionada. Éste la miró confuso, mientras ella cruzaba la puerta.

- Pronto vendrá un soldado a buscarte para la reunión. Ya nos veremos- dijo la mujer mientras cerraba la puerta con llave desde fuera.

 Linnod se quedó turbado. No creía conocer a ninguna mujer como aquella, la habría recordado. Se tumbó en el camastro y cerró los ojos. Entonces recordó al rey, y su profunda y penetrante mirada, y al príncipe, al que Linnod recordaba como un niño. Recordó los momentos que había pasado con él y lo que el futuro rey había aprendido de su mano. Entonces también recordó a la hermana del príncipe, a la hija del rey, una dulce niña de nueve años, de dorado pelo rubio y poderosos ojos verdes. La recordó corriendo y jugueteando por los pasillos de la Torre del Rey, en los escasos días felices de su vida. La confusión de Linnod comenzó a disiparse. Aquella niña de nueve años era Nora, la princesa de Anthios. Pero hacía diez años de aquellos recuerdos, diez años que para Linnod no habían pasado, pero sí para el mundo al que estaba ajeno, y para aquella niña que esa noche le había traído comida, un vaso de agua y una hogaza de pan.