La espada del Alba

01 de Noviembre de 2003, a las 00:00 - Abel Vega
Relatos de Fantasía - Relatos basados en la obra de Tolkien, de fantasía y poesías :: [enlace]Meneame

Capítulo siete: Korho

Aún inconsciente, en la cabeza de Linnod lucharon el dolor y el terror que aún corría desbocados por él con vagos recuerdos que parecían muy lejanos, recuerdos que le llevaban a Taenir, y vió a su querido caballo Habor alejándose triste en el bosque, y sintió una tristeza que tardaría en desaparecer. A su mente también llegaron recuerdos de Olwaith, pero eran pensamientos de esperanza, y de cariño al que había sido como su hijo, y de Toek, y una preocupación creció en él por el anciano, pues la sombra del rey estaba siempre presente en sus más sombríos pensamientos, y parecía vigilar todos y cada uno de los sueños Linnod, con sus ojos de azabache y su ira contenida. Pero por encima del dolor, del miedo y de todos esos recuerdos, un sentimiento de esperanza y amor crecía en él, y no pudo dejar de pensar en Nora, que seguía en Anthios, como un pequeño trozo de hielo en medio de los fuegos de un reino que se desplomaba por su avaricia y su cólera.

Al abrir los ojos no sintió sino dolor, un dolor agudo tras sus ojos y en sus sienes. Linnod volvió a cerrarlos y se sentó, apoyando su espalda en lo que parecía ser la pared de una cueva, húmeda y áspera.

- El golpe no ha sido nada, pronto estarás bien- dijo Scerion

Linnod abrió los ojos, sin importarle el dolor, y le buscó a su alrededor. Estaban en una angosta cueva, con la abertura a unos veinte metros de ellos, que parecía sólo un pequeño círculo de luz. Pese a la oscuridad, Linnod pudo ver a Scerion sentado a pocos metros de él.

- ¿Dónde estamos? ¿Y por qué?- preguntó Linnod

- En una cueva que se abría al lado mismo de donde acampamos ayer, antes del ataque.- contestó Scerion seriamente

- ¿Y los demás? ¿Hay alguien más?-

- No. Sólo tu y yo. Todos murieron ayer.-

Linnod apoyó la cabeza contra la pared y trató de pensar. Haciendo un esfuerzo, consiguió recordar la jornada anterior, y revivió en su mente la carga de aquellos seres, y el terror volvió a crecer en él. Recordó gritos y sonidos de batalla. Luego, sólo dolor.

- Uno de ellos te golpeó con su espada en la cabeza, pero con la oscuridad no pudo precisar y te dio con la empuñadura. Has tenido suerte- dijo Scerion- Los demás no tuvieron tanta fortuna-

Linnod se levantó y lentamente caminó hacia la abertura de la cueva. A medida que la boca de luz iba creciendo, en Linnod aumentaba el miedo a ver lo que allí había. Ante un sol enceguecedor que acrecentaba su dolor, pudo entreabrir los ojos y lo que vio le llenó de desesperanza y un horror inimaginable le embaucó.

En la yerma tierra yacían mutilados los cuerpos de todos los soldados, de los mejores soldados de Anthios. Por doquier se veían cabezas y extremidades, mezcladas con restos de los caballos, y un olor putrefacto lo envolvía todo. Linnod cayó de rodillas y lloró. Apoyó sus manos en el suelo y éstas quedaron empapadas de la sangre que se encharcaba en la seca tierra.

- ¿Qué clase de fuerza es capaz de ésto?- dijo Linnod sollozando

- Una fuerza que nadie ha visto antes- dijo Scerion saliendo de la cueva

Linnod se vio allí, de rodillas en medio de la carnicería y la duda lo asaltó.

- Dime Scerion, ¿cómo es posible que nosotros sigamos con vida en tan desalentadora situación?¿Qué fuerza mayor nos salvó?¿Por qué nuestros cuerpos no yacen con los demás, como debería ser?-

- A veces es mejor una huída a enfrentarse a lo que no puedes vencer- dijo Scerion- Hice lo que me habías dicho, y en medio de la confusión te busqué, pero sólo vi tu cuerpo en el suelo, y, aunque te daba por muerto, te cogí y escudriñé la pared de piedra buscando una abertura o una cornisa que nos diera protección en la oscuridad de la noche. Milagrosamente encontré esta cueva y entré. Desde aquí pude observarles, y ver quienes son y lo que desean. Cuando se marcharon pude ver que no estabas muerto, y curé tu herida con unas hierbas. Hasta ahora.-

Linnod no dijo nada, con la mirada perdida. Sintió un sentimiento de odio hacia Scerion, por no haberle dejado morir allí, un sentimiento que surgía de lo más oscuro del hombre, de aquella cólera que todos llevan dentro, pues es de su naturaleza. Pero pronto ese sentimiento se desvaneció, y se sintió enormemente agradecido a Scerion, por darle de nuevo la vida, y algo comenzó a brotar de su corazón, un sentimiento que le decía que había que luchar, luchar por la libertad del reino, salvándolo de las amenazas internas y ahora también procedentes del exterior, surgidas de quién sabe dónde. Se acercó a él y le cogió los hombros.

- Tenemos que llegar a Anthios antes que ellos, hemos de ponerles sobre aviso. Pero antes, dime amigo, ¿qué es lo que viste anoche, quienes son aquéllos que matan con el miedo y hacen desfallecer al corazón más fuerte?- dijo Linnod

- De dónde vienen no lo sé, pero se que son muchos, y no son hombres, es como si todos los muertos que descansan bajo tierra se hubiesen levantado y empuñado sus antiguas armas de guerras olvidadas, y luchan feroces, no se desalientan ni dudan, acabaron con todos nuestros compañeros en menos de lo que tarda un cuervo en alzar su vuelo, dejando a su paso un reguero de sangre y caos. Preferiría haber muerto anoche aquí, para no tener que volver a sentir tal terror, a volver a enfrentarme a ellos, pues seguro que lo tendremos que hacer, pues avanzaron al Norte y les perdí de vista mucho antes del alba.- dijo Scerion, aún con las manos temblorosas.

- Pues deberemos llegar a la ciudad antes que ellos, debemos ser veloces- dijo Linnod

-  No tenemos caballos, tendermos que volver a pie, y serán como mínimo diez jornadas de viaje- dijo Scerion- Pero podríamos ir a Gagda, no está a más de dos días de aquí, y podremos aprovisionarnos y coger un par caballos-

Linnod le miró seriamente, y Scerion ya supo lo que le iba a decir antes de que abriera la boca. Pese a ello, no dijo nada.

- Gagda ya ha caído, me lo dijo el guía hace dos días, perdóname por ocultártelo. Y me temo que todo lo que quede de aquí hacia el Sur ya haya sufrido el paso de la hueste. Nuestra única dirección es hacia el Norte.-

Scerion se quedó mirando al suelo, y Linnod pudo ver en él la tristeza que le atacaba, y sus ojos colmados por unas lágrimas que no deseaba dejar salir.

- Siento mucho lo de tu pueblo y tu familia- dijo Linnod

Scerion asintió con la cabeza. Se secó los ojos y se ajustó el cinturón.

- Ahora lo que debemos hacer es regresar y prepararnos- dijo, tratando de reponerse.

Linnod le abrazó y sintió admiración por aquel pequeño hombre, que acababa de perder todo lo que tenía en el mundo y aún así se mantenía firme y obligado a hacer lo que la situación requería. Cogieron todo lo que les era útil, y emprendieron la marcha. Avanzaron veloces en esa mañana, pero pronto el calor casi les hizo desfallecer. Las Eltereth ya volvían a ser altas y poderosas, más cuanto más avanzaban hacia el Norte. Así, con las pocas provisiones que les quedaban, avanzaron hasta el ocaso, y se detuvieron a descansar en la rivera de un torrente que bajaba de las montañas y desembocaba en el río Thaos, más al Norte.

Fue en uno de sus turnos de vigilancia, mientras Scerion dormía, cuando lo sintió por primera vez. Apoyado contra la pared y agotado y hambriento, Linnod no pudo evitar que sus párpados se cerrasen y el sueño le invadiera. Y estando en duermevela, cuando nada parece sueño ni realidad, oyó que alguien le llamaba. Pero no por su nombre, ni con voz humana, era algo, una fuerza que hacía que tuviese deseos de dejarse llevar. Abrió los ojos sobresaltado y miró alrededor. Escrutó la oscuridad y se levantó. Se restregó los ojos y volvió a sentarse, quitando importancia a la llamada, y diciéndose a sí mismo que había sido debido al cansancio y al caos que reinaba en su cabeza. No bien se hubo sentado cuando la llamada se repitió, con una fuerza mayor, y no desapareció cuando Linnod abrió los ojos, se acrecentó y le envolvió la mente y los sentidos. La fuerza que llegaba a él era poderosa, e hizo que Linnod viera en su corazón cosas que la mente no pudo descifrar, sensaciones y sentimientos completamente nuevos para él y que no entendía, pero que sabía lo que significaban. Sabía que aquel poder le estaba llamando, y a partir de entonces nunca pasó por su mente el desobedecerla. No sabía si provenía de la Oscuridad que había parido al ejército que había arrasado su compañía, o si provenía de algún hombre o mujer, o de la Naturaleza, no sabía si provenía del agua o de los árboles, del cielo o de la tierra, si provenía del Bien o el Mal, no sabía nada, sólo que tenía que obedecerla, pues si no, atormentería su mente hasta matarlo.

 Cuando Linnod fue capaz de sosegarse, aún con la llamada resonando a su alrededor, despertó a Scerion, que se levantó sobresaltado.

- Vamos, debes irte, debes partir cuanto antes y llegar a Anthios.- le dijo

- Pero, ¿Y tu?- contestó Scerion aún adormilado

- No puedo seguir, he de hacer algo antes, no se el qué, pero me está atormentando, así que parte raudo, no descanses hasta llegar a la capital, evita los caminos expuestos y se muy prudente-

Linnod le dió todas las provisiones y se las colgó del hombro.

- Pero..., tu te quedarás sin comida,...no puedes...-

- Parte ya, amigo. Algo me llama y he de acudir a su reclamo. No te preocupes por mí, tu haz lo que debes y regresa, y que Kaenor prepare a todos sus soldados.

Scerion le miró durante unos segundos y vacilante comenzó a caminar bordeando la pared de roca, mirando atrás cada poco,  después acrecentó el ritmo y no volvió a mirar atrás, y Linnod le perdió de vista en las tinieblas de la noche. Entonces prestó atención al poder que llegaba a su cabeza y trató de escuchar. Pero aquel poder no entraba por sus oídos, ni por sus ojos o por su piel, entraba directamente a su corazón. Comenzó a caminar sin saber adonde, y al cabo de un rato entendió que debía seguir, obedeciendo a la fuerza de su corazón. Sin saber por qué, y tras caminar durante casi toda la noche, comenzó a subir por un escarpado sendero de las Eltereth.

Mucho tiempo subió, y el sendero desapareció, y Linnod se vio obligado a escalar, sólo con la ayuda de sus manos y piernas. No sentía hambre ni calor, el poder le embargaba con tal fuerza que todo lo que sentía eran ansias de obedecer. A media mañana coronó una pequeña cumbre. Sus manos estaban despellejadas y sus piernas entumecidas. Siguió ahora caminando entre los riscos, y avanzó hasta pasado el mediodía. Sus piernas le llevaron después a un promontorio en la montaña, desde el cual se podía ver toda la extensa Llanura del Sur, y muy a lo lejos, donde la vista casi no puede escrutar, el gran Mar del Sur. Y al observar ésto, Linnod sintió pesadumbre y miedo, pues todo estaba arrasado y todos los bosques ardían con un inmortal fuego avivado por el cruel Sol. No pudo imaginar qué cosa era capaz de crear tal desolación. Por supuesto, descartó la idea de encontrar a nadie con vida en aquellos lares, y volvió a caminar ahora bajando por estrechos cañones, hacia las cavernas que recorrían las Eltereth por su interior.

Con los pies cansados y heridos, y sin comer ni beber nada, entró en una galería estrecha, siempre siguiendo la voz que le guiaba. A oscuras caminó largo tiempo, apoyándose en las paredes para no desfallecer, hasta llegar a una galería muy alta y amplia. En el lejano techo, una abertura en la roca dejaba pasar la luz, que llegaba tenue al suelo. Esparcidos por toda la caverna Linnod vió escudos metálicos, y armas, todos ellos antiquísimos, pero que aún conservaban su brillo. No llegaba a ver el fondo de la cueva, sólo un débil resplandor rojizo que todo lo envolvía.

De pronto la fuerza que durante tanto tiempo le embaucó, desapareció, y Linnod volvió a ser el de antes, y cayó de rodillas al suelo, y sólo entonces sintió el verdadero dolor de sus piernas y manos destrozadas. Apoyó la frente en el suelo y pensó en Scerion y la manera de cómo le había ordenado irse sólo, y en la amenaza oscura, que con total seguridad se dirigía a Anthios, mientras él estaba allí, en una cueva en medio de las montañas sin saber por qué. Pensó que todo aquello, la voz, y el poder que entraba en su corazón no habían sido más que imaginaciones de su caótica mente, y sintió rabia y miedo, y no supo que hacer. Allí de rodillas se quedó, sin abrir los ojos, deseando que una muerte rápida le alcanzara y acabase con aquella locura que había invadido su mente. Pero un rugido llenó la estancia, ronco y ensordecedor, y una poderosa voz retumbó en las paredes.

- No tengas miedo, no ha sido tu mente quien te ha guiado aquí- dijo, colmándole los oídos

La voz llenó hasta el último rincón de la cabeza de Linnod, sonando mágica y arrolladora, e imponente, pero no sintió miedo,

- ¿Quien habla? ¡Muestra tu rostro!- dijo Linnod haciendo un esfuerzo sobrehumano para sacar algún sonido de su garganta.

De pronto, las rojas tinieblas de la caverna se arremolinaron y ascendieron hacia la abertura, y una gran figura surgió del fondo de la misma, ocultando parte de la luz que entraba. Y cuando se movía, un estruendo agitaba el suelo y temblaba, haciendo sonar las rocas y el metal de las armas del suelo, y entonces allí se erigió, posando sus descomunales patas a un par de metros de Linnod, el dragón Korho. Pocos hombres o mujeres tuvieron la fortuna o la desgracia de haber visto un dragón en esos tiempos, pues pocos quedaban entonces, y se ocultaban en lugares remotos, evitando el contacto con los hombres. Tal y como Linnod pudo ver, Korho medía no menos de treinta metros del hocico a la cola, y un color pardo rojizo bañaba su dura piel. Sus patas eran como pilares de un enorme templo, y sus alas, aún plegadas sobre la espalda, eran capaces de tapar gran parte del cielo y causar la oscuridad. Su cabeza era alargada, con dos pequeños cuernos en espiral que la coronaban, y de su nariz salían vapores con olor a cenizas y azufre. Pero Linnod nunca olvidará sus ojos, pequeños y negros, pero más vivos que los de cualquier humano, e hipnotizantemente brillantes.

Cuando se repuso de la impresión del encuentro, Linnod desenvainó su espada y encaró al dragón con firmeza. Éste no hizo ademán de retirarse, se quedó allí, observando a aquel insignificante ser que le amenazaba.

- ¿Crees que podrías matarme aunque quisieras? ¿Acaso crees que podrías conmigo?- dijo de pronto, con una voz que retumbó bajo las montañas con un fragor inconmensurable.

- No lo sé, quizás, no eres la primera amenaza con la que me encuentro en estos días- contestó Linnod

- Ya lo se, y tambien que no quieres matarme, porque necesitas respuestas-

- Tu no sabes nada, eres un Dragón, ¿qué saben los Dragones de los Hombres? No sois más que los últimos retazos de una raza moribunda-

- Cierto es, pero también lo es el que los Dragones seamos los responsables de que los Hombres estéis ahora en el Mundo. Vosotros sois los que no sabéis nada acerca de los Dragones, no sabéis ni siquiera sobre vosotros mismos, vuestra cólera os cegó hace muchos siglos-

Linnod no supo que decir ante las palabras del dragón. Sin bajar la espada, trató de calmarse y hablar con tranquilidad.

- ¿Y qué quieres tu de mi? ¿Tu me has llamado verdad?- preguntó

- En parte. Realmente no fui yo quien te hizo llegar hasta aquí.-

- ¿Entonces quién?¿O qué?-

- Nadie, ni nada. O tal vez todos, y todo. La fuerza que te poseyó y te guió hasta esta cueva no se puede describir, pues es más antigua que todo lo que ningún hombre de esta era haya visto nunca. Has sido convocado porque eres el elegido para Empuñarla-

- ¿Qué? ¿Para empuñar qué?-

El dragón se acomodó sobre el suelo de roca, dando por echo que Linnod no tenía la intención de combatirle.

- Levanta la roca plana que tienes ante tí a diez pasos, debajo está la respuesta. Pero antes de hacerlo debes saber que una vez Vista, no podrás volverte atrás, deberás seguir hasta el final, para bien o para mal.-

- ¿De qué hablas? No tengo ni idea de lo que debo decidir, ni se lo que hay bajo la piedra....-

- Sólo haz lo que tu corazón te diga, nada más-

Tras vacilar unos segundos, se encaminó hacia la roca que el dragón le había dicho. Era una piedra plana, apoyada en sus extremos en otras dos más pequeñas, formando un hueco bajo ellas. Linnod se dispuso a levantarla, pero Korho habló:

- Antes de que lo hagas, has de saber algo. Desde el momento mismo que levantes esa roca, nada será igual, y no tendrás marcha atrás.-

- ¿Y que ocurrirá si no la levanto, y me voy por donde he venido?-

- Que el reino de los Hombres desaparecerá para siempre, y el Mundo será el hogar del infortunio-

Esas palabras golpearon a Linnod como un gran mazo en el pecho. Se quedó observando al Dragón, inmóvil.

- Lo que hay bajo la piedra no ha sido visto por ningún hombre o mujer viviente, porque sólo tu has sido convocado para ello.-

- ¿Y por qué yo?-

- Porque el destino así lo quiso-

- Yo no creo en el destino, mi vida sigue el rumbo que yo le doy, para bien o para mal-

- Pues entonces has guiado tu vida hasta esta cueva-

- No, yo no quise venir aquí-

- Entonces si tu no lo has querido, ha sido el destino-

De nuevo Linnod se quedó turbado ante la voz del Dragón, dándole vueltas a sus palabras. Posó su vista en la roca y la levantó. Bajo ella, un montón de polvo y rocas llenaban el hueco. Hundió la mano en él y tocó algo frío, algo metálico. Deslizó sus dedos por la alargada forma, y los posó en una empuñadura. La aferró y sacó el objeto de la arena. Una espada larga y hermosa centelleó en sus manos con la poca luz que entraba en la caverna. A pesar de su tamaño, era extraordinariamente ligera, y su empuñadura se acomodaba a la perfección a su mano.

- Ahí esta, la espada que fue fabricada con un único propósito, la que salvará a los Hombres si la mano que la empuña es sabia y valerosa, la Espada del Alba.- dijo Korho- Hace siglos los Dragones acabaron con casi todo vestigio de la raza humana. Pero lo hicimos para protegeros, y para proteger al Mundo, pues estábais alimentando, con vuestro odio y avaricia, a un poder que no conocíais, y que iba a acabar con todo. Los Dragones evitamos que vuestra cólera colmara a ese poder y se manifestara. Pero ahora somos muy pocos, y nada podemos hacer-

- ¿Ese poder del que hablas, es lo que nos atacó la otra noche?- preguntó Linnod.

- Es sólo una ínfima parte de lo que puede llegar a ser. Y ya ha conseguido hundir en la oscuridad a toda esta parte del Mundo desde las Eltereth hasta el Gran Mar del Sur. Sólo Anthios y Milien les separa de su objetivo-

- ¿Y que son? ¿Qué clase de seres son capaces de esto?-

- Son Hombres. Hombres muertos, pero que aún mantienen la cólera y la maldad que todos lleváis dentro. El Mal les ha devuelto la vida, una vida de dolor y odio, y con el único fin de acabar con todo. El Mal no es más que la respuesta del Hombre ante su propia ira, durante siglos se ha vertido sangre entre hermanos, y entre padres e hijos. Los vivos conseguían vidas de gloria y lujos, y a los muertos les esperaba un descanso bajo tierra, llenos de odio y deseos de venganza por todas las injusticias cometidas. Lo que hace el Mal es darles a los muertos una oportunidad de venganza, así es como funciona.-

- ¿Y que se supone que esta espada puede hacer ante eso? ¿Qué puedo hacer yo?-

- Llevas largo tiempo dudando de tí mismo, convencido de que no eres nadie, y pese a que buenas personas han puesto su voto de confianza en tí para que les ayudes en su sufrimiento, no te crees capacitado para ello. Yo no puedo decirte si lo estás o no, pero si puedo decirte que los Dragones y los Hombres a los que salvamos de la Gran Guerra forjamos esa espada que ahora portas, para que un día como el de hoy fuese encontrada por alguien capaz de salvar a los Hombres. Ahora es tuya la opción de creer que la profecía se ha cumplido, o que nos equivocamos, tal vez confiando en exceso en nuestras antiguas esperanzas.-

- No se si soy capaz, no se que debo hacer.-

- Eso el tiempo y tu corazón te lo dirán. Pero has de saber que el poder que te ha sido otorgado te seguirá toda tu vida y estarás ligado siempre a él. La Espada sólo puede ser usada para combatir al Mal, si es empuñada con otro propósito, sólo causará muerte y dolor al que lo haga. A partir de ahora has de alejarte de aquellas personas a las que puedas hacer daño-

- Nunca usaría la espada contra gente a la que amo, no...-

- No es porque fueras a hacerles nada, es por la condición de ser quien eres, por el hecho de ser el escogido por las Fuerzas del Bien, todo el amor, cariño, amistad o confianza que vuelques en alguien puede volverse contra él y hacerle daño. A partir de ahora, tu único objetivo en la vida es evitar que el Mal acabe con los Hombres, nada más.-

- ¿Nunca antes ha ocurrido? ¿Nunca antes ha habido otro elegido con mi misma misión en la vastedad de los siglos pasados? Me gustaría saber si antes alguien lo ha conseguido-

- Eso nadie lo sabe, pero con toda seguridad hubo hombres antes que hicieron lo que tú has de hacer, mucho antes de la Gran Guerra, y antes de que los Hombres conociesen la existencia de los Dragones. Multitud de leyendas y profecías corren por la memoria de los pocos Dragones que quedamos, pero todo son conjeturas, ninguno de nosotros lo ha vivido, pese a nuestra milenaria vida. Pero lo que es seguro es que el Mal es un Gran ejército, un único ejército gobernado por un único Muerto, Annwn, la criatura más poderosa que haya pisado el Mundo. Y sólo la Espada del Alba tiene el poder para acabar con él. Su muerte conllevará a que el Mal desfallezca y a la victoria de los Hombres. Pero el que lo haga, sea el elegido o no, será el que atraiga hacia sí al Mal en su estado más puro. El Mal quedará retenido en su cuerpo y le hará inmortal, y sólo su corazón podrá doblegar a la maldad que en su interior se acumulará, hasta que la muerte, por una causa u otra, le llegue.-

- Lo que quieres decir es que a la persona que mate a Annwn le será concedido el don de la inmortalidad, a cambio de que retenga en su interior al Mal- dijo Linnod

- Yo no lo llamaría don, pues esa vida eterna estará llena de sufrimiento, y toda persona amada morirá ante sus ojos, y el mundo cambiará, y será escenario de nuevas guerras y masacres, en un futuro lejano, o cercano, y nada podrá consolar la amarga nostalgia y los duros recuerdos de una vida interminable, y la inmortalidad se convertirá en un suplicio, acrecentado por el Mal que se revolverá en el interior del corazón. La persona que mate a Annwn cambiará su vida por la de todos los hombre y mujeres. El Mal tratará de corromper su alma, y sólo aquel de corazón puro y noble será capaz de sobrevivir a sus embestidas. Y si es así, si el que porte al Mal en su interior lo soporta, éste irá desapareciendo y saldrá del cuerpo poco a poco. Cada vez que en su inmortal vida se produzca una desgracia, cada vez que algo o alguien cause un gran dolor en su corazón, una parte del Mal saldrá de su cuerpo y se desvanecerá para siempre. Saldrá en forma de lágrima, una pequeña lágrima de sangre causada por una gran pérdida o aflicción. Y con el paso de los siglos, y muchas lágrimas rojas broten de sus ojos, puede que el Mal desaparezca para siempre, y entonces el portador podrá morir al fin, acabando con su sufrimiento.-

Linnod, sentado en el suelo con la cabeza entre las manos, posó la espada en el suelo. El Dragon se levantó y acercó su colosal cabeza a Linnod.

- Pero no temas, tal vez todo ésto no sea cierto, tal vez sean sólo leyendas, y nada ocurra. Lo único seguro es que el Mal ha llegado, y hay que combatirlo. Todo lo demás, dejo en tus manos creerlo o no.-

La poderosa voz del Dragón llenó de esperanza el desconsolado corazón de Linnod. Se levantó y se guardó la Espada del Alba en la vaina, arrojando la que llavaba a un oscuro rincón de la cueva.

- Tu voz me llena de temor, pero a la vez me consuela y alegra. Creo lo que me cuentas, y haré lo que está en mis manos. Pero se poco de tí, y me agradaría poder llamarte por un nombre- dijo Linnod

- Me llamo Korho, y no creo que llegues a conocer ni siquiera una pequeña parte de mi vida. Pero volveremos a vernos, no se si en la batalla, o cuando la Oscuridad lo haya anegado todo, o cuando los Hombres estén celebrando la victoria, no lo sé. Pero es seguro que volveremos a vernos. Ahora vuelve a Anthios, Linnod, y acaba con el miedo que atenaza a sus habitantes, y no me refiero al Mal, sino a otra amenaza más cercana y humana. Ya sabes a que me refiero. El reino debe ser libre y estar unido antes de la llegada del Mal. Ve rápido, pero no con prisas, pues son malas consejeras. El Mal avanza con paso firme hacia el Norte, pero su avance es lento y tardarán en llegar aún un tiempo. Pero el reino ha de estar preparado cuanto antes. Ve ahora, y guía tu vida a donde debes.-

Korho se giró y caminó hacia el fondo de la oscura cueva.

- ¡Espera! ¿Cómo sabes mi nombre?...- preguntó Linnod, pero Korho ya había desaparecido entre la rojiza bruma de la caverna.

Linnod salió lentamente por la abertura y el Sol le castigó los ojos. Rehizo el duro camino que le llevaba a bajar de las Eltereth, caminando con la mirada perdida, dándole vueltas a las palabras de Korho, haciendo caso omiso al dolor de sus piernas y sus brazos, y al hambre y la sed que le azotaban. Su mano derecha agarraba la empuñadura de la misteriosa espada, fría y afilada. Descendió las montañas y se dirigió al seco camino que le separaba de la capital.



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