La espada del Alba

01 de Noviembre de 2003, a las 00:00 - Abel Vega
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Capítulo Cinco: El reencuentro

 Los sueños de Linnod fueron sombríos y desgarradores. Se levantó empapado en sudor frío y temblando de los pies a la cabeza. Paralelamente a la felicidad que había experimentado al volver a ver a sus seres queridos había crecido en él una angustia que atenazaba sus pensamientos y no le dejaba encontrar su origen. Se despertó antes del alba, y se sentó en el camastro tratando de calmarse. Se dirigió a la ventana y se apoyó en ella. Miró el oscuro cielo durante largo tiempo, hasta que unos hilos de oro surgieron tras las lejanas montañas de Eltereth presagiando el nuevo día. Poco después el Sol ya había inundado con su poder todos los rincones de Anthios que la vista de Linnod alcanzaba a ver. Entonces pudo observar y maravillarse muchos años después de la belleza de las tierras del reino, del resplandor vivo y verde de sus prados, de la misteriosa y hermosa oscuridad que las hayas, aún ahora casi sin hojas, daba al bosque de Rovehn y del luminoso y explendoroso brillo del mar golpeando con rudeza los escarpados acantilados del norte, coronados de un manto de verde y fresca hierba.

Ante esto, el corazón de Linnod no pudo sino alegrarse y desplazar en parte sus preocupaciones. El día, como desde muchos meses atrás, llegaba seco, caluroso y sin una sola nube a la vista. Linnod se vistió y se preparó para cuando llegasen a buscarlo. Así quedó hasta que casi llegado el mediodía, Gerald entró en la habitación y le ordenó  que le siguiera. Ascendieron en silencio por la escalera de caracol, y luego llegaron a la parte más alta de la Torre del rey, donde el pasillo se ensanchaba hasta formar un amplio semicírculo con una puerta dorada en su pared del fondo. La puerta que daba al trono del rey. Gerald le ordenó que esperase y se fue. En el semicírculo había una veintena de hombres, todos aguardando, algunos portaban voluminosas armas y lujosas armaduras. Uno de ellos se acercó a Linnod y le habló:-

- Saludos. Una espera larga ¿eh?- dijo tímidamente

- No para mí, acabo de llegar- dijo Linnod burlonamente

- Ah, claro. - contestó el hombre sonrojado

Linnod no pudo evitar una carcajada. Miró al desaliñado personaje con una amplia sonrisa en su cara. El hombre no medía mas de metro setenta, y era muy delgado. Tenía un rostro joven, pero marcado por antiguas heridas de guerra, y uno de sus ojos estaba semicerrado con una larga y delgada cicatriz que lo cruzaba desde la frente hasta la mejilla. Pese al escaso cabello que le quedaba, Linnod supo que era un hombre joven, de no más de treinta años.

- Me llamo Linnod. ¿Cuál es tu nombre?- dijo Linnod aún riéndose

El hombre miró hacia él, vacilante por un instante, pero al poco tiempo fue incapaz de sofocar una leve sonrisa al observar a Linnod.

- Me llamo Scerion, soy del pueblo de Gagda, más allá de las Eltereth. ¿De dónde provienes tu?-dijo el hombre, despojándose de su timidez.

- Sería largo contarte de dónde vengo, a lo mejor otro día podamos charlar y tomar algo de hidromiel al calor de una chimenea, ése día te contaré todo sobre mí. De momento creo que será suficiente con que vengo del valle de Taenir, donde tengo una hermosa casa y tierras, aunque dudo que cuando regrese estén como las dejé.- dijo Linnod

- Me basta con eso, pero sólo una pregunta más, ¿también a ti te ha convocado el rey?-

- Sí, por desgracia-

- Por las tierras alejadas de la capital no llegan muchas noticias de ésta. Pero llegan rumores de que Kaenor está dejando de cuidar de su pueblo, si es que algún día lo hizo...-

- Kaenor nunca ha mirado para el pueblo, su egoísmo y avaricia lo cegaban, y aún ahora lo hacen, más poderosamente si cabe- dijo Linnod seriamente.

Scerion miró a su alrededor, como con miedo de que alguno de los guardias reales oyera a Linnod. Guardó silencio un momento tratando de retomar la conversación desde el inicio.

- Un soldado vino a Gagda hace tres semanas. Se presentó en mi puerta y me ordenó que le acompañase a la capital. Tuve que dejar a mi mujer y a mis hijos, espero que se las arreglen en mi ausencia.-

- Algo parecido me sucedió a mí, pero yo no dejo ninguna familia atrás, ni nadie que me espere para darme la bienvenida en mi regreso, si es que llega ese día-

- ¿Eres un guerero?- preguntó Scerion

- Lo fuí, hace años, pero ahora nada queda de aquel hombre en mí. ¿Y tu? ¿Eres tu un guerrero?- preguntó Linnod observando a Scerion.

- No exactamente, se puede decir que soy un soldado que se dedica a planificar y llevar a cabo tretas, engaños al enemigo, emboscadas, y todo eso-

- O sea, eres vigía, saqueador, espía, y apuesto a que tienes otras muchas habilidades-

Scerion rió con fuerza.

- Has acertado en todo, amigo. No valgo para la batalla, no estoy echo para ella, mis brazos se partirían ante una carga del enemigo y mis dedos no soportarían el peso de una espada. Me gustan más las lanzas y los arcos, son más gráciles, más silenciosas y precisas, pero también requieren templanza en su uso. En Gagda era la mano derecha del señor. Era su escolta, escudero y consejero a la vez, y la gente me tenía en demasiada consideración, pienso yo. Incluso me llamaban Scerion, el Estandarte de Gagda, título desproporcionado que me otorgaron por dar caza a una banda de ladrones que se habían apropiado de parte del oro de las arcas del pueblo. Pese a que soy menos de lo que la gente piensa, no rechazo los halagos y los recibo con humildad-

- Eres sabio, Scerion, y a lo mejor no estas tan lejos de ser lo que tu pueblo cree- dijo Linnod

 Pasaron un tiempo hablando, y al cabo de poco ya eran buenos amigos. Cuando el Sol comenzaba su descenso para ocultarse tras el mar, la puerta del Trono se abrió e hicieron pasar a todos. Ante ellos se encontraron con una sala grande, con el suelo y las paredes de mármol blanco y dos filas de columnas paralelas lujosamente adornadas con oro y plata. En el fondo, estaba el trono de Kaenor, ahora vacío, pero imponente igualmente. Todos fueron colocados en tres filas horizontales enfrente del trono. Linnod se colocó en la última, no tenía la intención de que Kaenor le viese, en parte por el miedo que le estaba empezando a consumir. Scerion se colocó a su lado, y todos se mantuvieron firmes, sin decir una palabra, aguardando.

 Una puerta situada a la derecha del trono se abrió, y salió el rey. No había cambiado mucho desde que Linnod fue desterrado. Aún conservaba esa imponente cara, su barba negra como el azabache y esos ojos pequeños y poderosos. Vestía un ornamentado traje dorado y rojo con una capa verde a su espalda. De su cinto, colgaba metida en su vaina la espada de acero y oro que siempre había portado. Un sentimiento de angustia, nostalgia, odio y miedo creció en Linnod al volver a ver al rey. Pero pronto dejo de mirarle, al ver que tras él, salían de la misma puerta Olwaith y Nora. Olwaith, vestido como un auténtico príncipe, apuesto e imponente, caminaba tras su padre con rostro serio y la mirada perdida. Tras él, iba Nora, hermosa con un largo vestido azul celeste y el pelo recogido en una trenza con broches de oro y brillantes. Linnod dejó de sentir el peso de la mirada de Kaenor y estuvo embaucado por la princesa hasta que el rey habló.

- Os he convocado en mi ciudad para pediros ayuda en uno de mis numerosos problemas para mantaner arriba este reino- dijo con voz seria

Todos los presentes se pusieron firmes y prestaron atención a las palabras del rey.

- He ordenado a mis consejeros que buscasen por todo el reino a los mejores  soldados, espías y hombres de guerra que existan en él. Pues bien, aqui estáis, vosotros sois los mejores. La cuestión es que mis enviados del Sur me han dicho que por aquellas tierras vagan unos mercenarios, saqueando y matando a las gentes de mi pueblo, y avanzan hacia el norte con paso rápido. No me han llegado noticias de su número, pero sí de lo que han hecho, y se trata de hombres sanguinarios y sin visos de pertenecer a ningún reino civilizado. Vuestra misión será viajar a las tierras del Sur e investigar y acabar con esta amenaza. Sé que sois los mejores en el arte de la guerra, y que podréis con ese atajo de asesinos incivilizados. Os agradeceré en vuestro regreso el servicio prestado, pero no esperéis recompensa alguna, pues el tener el privilegio de servir a vuestro rey ya es de por sí un premio. Partiréis mañana al alba, se os proporcionarán armas y caballos, así como uno de mis leales consejeros que os guiará, pero que no entrará en combate. Suerte a todos y servid bien a vuestro rey.-

Kaenor observó a todos los soldados, y cuando posó su vista en Linnod, éste agachó el rostro ocultándolo entre la capa que le cubría el cuello. Kaenor no le reconoció. Bajó del trono y volvió a la habitación contigua. Olwaith le siguió, y Nora posó su vista en Linnod, le miró a los ojos y salió tras su hermano. Hicieron salir a todos, y fueron llevados a sus aposentos. Linnod llegó a su habitación y se encontró con Toek, que le había estado esperando allí.

- ¿Estas sorprendido?- preguntó el anciano

- Estoy asustado- contestó Linnod

- No fue Kaenor quien te hizo venir aquí, fui yo- dijo Toek

Linnod se quedó pensativo.

- Kaenor ordenó a su guardia real ir a buscar a quien él les había ordenado. Pero aunque los guardias reales leales morirían por él, hay algunos que no son leales. Yo me aproveché de ello e hice que el guardia que te trajo, te buscase a tí, y no a quien el rey le había ordenado. Por supuesto Kaenor no sabe nada, te ha enterrado hace ya largos años y te ha guardado en lo más profundo de su memoria.- dijo Toek

- ¿Por qué?¿Por qué me has traído aquí? ¿Que podría yo aportar a la misión que nos ha encomendado?- preguntó Linnod

- No te he traído por la misión. Desde hace años este reino se hunde en la ruína, por culpa de la avaricia de Kaenor, sus gentes sufren y se mueren, y nada queda ya que pueda albergar algo de esperanza para un pueblo con hambre de alimentos, de paz y de justicia. El pueblo es quien te necesita, Linnod, necesitan saber que alguien como tu ha llegado a Anthios y que puede cambiar la situación- dijo Toek

- ¿Qué me estas pidiendo, Toek? Yo no puedo hacer nada que no pueda hacer otro, no tengo poder ninguno, ¿qué es lo que quieres que haga?-

- El pueblo te conoce, sólo son vagos recuerdos confusos, pero sabe lo que ocurrió hace diez años y no lo ha olvidado. Desde entonces nadie ha osado contradecir la palabra del rey, y tú eres un símbolo al que la gente ha de aferrarse-

 Linnod apoyó su cabeza entre las manos y miró a Toek.

-¿Y mañana? ¿Qué debo hacer mañana?- preguntó

- Haz lo que el rey te ha ordenado. No sería prudente desobedecerlo tan pronto. De todas formas no creo que la amenaza del sur sea demasiado importante. Limítate a cumplir la misión con el resto de los soldados y regresa aquí, luego nos reuniremos Olwaith, Nora y nosotros, para planear el cambio de rey. Ahora descansa, verás como todo sale bien-

 Toek salió por la puerta, dejándola entreabierta. Linnod se levantó turbado a cerrarla y en el momento en que iba a hacerlo, una clara mano la abrió de nuevo. Nora entró en la habitación, tal y como estaba en el trono de Kaenor hacía un momento.

-¿Ya has hablado con Toek?- preguntó

- Sí, se acaba de ir- contestó Linnod

- ¿Y que piensas de todo ello?-

- Que Toek tiene demasiadas esperanzas puestas en mí-

- No sólo Toek, mi hermano y yo vemos un rayo de luz en la oscuridad cuando pensamos en tí.

Nora se acercó a Linnod y cogió su mano. Le abrazó, y Linnod rodeó sus hombros con el brazo. Sintió el cálido aliento de la princesa en el cuello, y un sentimiento creció en él.

- Sólo tu puedes sacarnos del caos en el que nos encontramos, Toek tiene razón, tu eres nuestra última esperanza- dijo Nora en el oído de Linnod.

Luego puso sus suaves manos en sus mejillas y le miró fijamente. Y en aquel momento, cuando los últimos rayos de sol alargaban en el suelo las sombras de los espigados álamos de la ciudad de Anthios, y el tiempo pareció detenerse y la oscuridad pareció lejana, Nora le besó, un beso cargado de amor y esperanza, que hizo salir a Linnod de sus miedos y le hizo sentirse como aquella persona que había sido antes, capaz de desafiar a un rey.



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