La espada del Alba

01 de Noviembre de 2003, a las 00:00 - Abel Vega
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Capítulo cuatro: Dolorosos recuerdos

Tal como Nora le había dicho, y tras haber comido, llegó un guardia del rey pasado poco tiempo. Abrió la puerta sólo lo suficiente como para dejarse ver y habló:

- Sígueme, te esperan- dijo

Linnod se cubrió con la capa y se levantó. Siguió al guardia a través de los pasillos, sin cruzarse con nadie durante el trayecto. Linnod observó al soldado, cuyas vestimentas eran similares a las de Gerald, pero menos ornamentadas. Se detuvieron frente a una puerta de madera al final de una de las galerías.

- Entra, al final del pasillo a la derecha- dijo el guardia mientras se colocaba en el flanco derecho de la puerta, como para hacer guardia.

Linnod cruzó el umbral con un cierto miedo. Avanzó por el oscuro pasillo hasta que distinguió una luz a unos cuantos metros a su derecha. Al llegar en ella se encontró en una apacible estancia, con bellos muebles, pero viejos y algo polvorientos. En el centro había  una mesa circular con el escudo de Anthios grabado en ella. Sentado a ella, un anciano de largo pelo grisáceo comía pausadamente. Linnod se acercó a él. El viejo se giró y le observó sonriendo. Linnod le devolvió la sonrisa y lo abrazó con fuerza.

- No pensé que volviera a verte nunca, viejo- le dijo Linnod

- Tampoco yo, pequeño, tampoco yo- dijo el anciano.

Puso sus arrugadas manos sobre las mejillas de Linnod y lo miró con cariño.

- No has cambiado nada, eres el mismo de hace diez años- dijo el viejo, y su rostro cambió a un gesto de tristeza- o al menos espero que seas el mismo de entonces...- concluyó, con una mirada nostálgica.

- Mi vida no ha cambiado en nada en los últimos tiempos, hasta que un jinete me trajo aquí, y me alegro de que lo haya hecho, si gracias a él puedo verte de nuevo, viejo Toek- dijo Linnod.

 Los dos se sentaron a la mesa y bebieron algo de cerveza y tomaron unas frutas. La estancia era muy acogedora y cálida, una chimenea refulgía en uno de los extremos. Linnod miró a Toek, esperando alguna respuesta a alguna de sus muchas preguntas sin pronunciar.

- Antes de que te explique que ocurre en estos funestos días quiero que veas a alguien- dijo el anciano.

Toek cogió a Linnod de la mano y lo llevó a través de la habitación, hasta una puerta semiabierta al lado de la chimenea.

El anciano dio tres golpes en la madera.

- Ya está aquí- dijo Toek a la persona que estaba al otro lado.

La puerta se abrió casi de inmediato. Entonces Linod se encontró con el príncipe de Anthios, Olwaith. Éste le abrazó con fuerza sin dejar a Linnod reaccionar, pero pronto le devolvió el abrazo.

Olwaith era el único hijo varón de Kaenor, y por tanto el descendiente del trono. Linnod había sido su tutor hasta hacía diez años, cuando tuvo que abandonar Anthios. Olwaith siempre le había considerado como su propio padre, y le amaba más que a éste, aunque tuviese que esconderlo por temor al rey. Linnod había enseñado a Olwaith todo acerca de disciplina y tácticas de guerra, pero ante todo le había enseñado a ser un futuro rey, un futuro rey justo y noble, inculcándole los valores de los que su padre carecía. Linnod siempre había puesto sus esperanzas del renacer de Anthios sobre el príncipe.

- Linnod...- Olwaith le miró con lágrimas en los ojos- creí que estabas muerto, llevo creyéndolo desde que te fuiste-.

- Pues ya ves que no, estoy aquí otra vez, no sé por qué ni gracias a quien, pero me alegro- dijo Linnod abrazando a quien había sido su discípulo.

 Entonces Linnod pudo ver que también estaba allí Nora, sentada en una de las sillas en un fondo de la habitación. Se levantó y caminó hacia ellos. Acarició a Olwaith en el pelo al pasar junto a su lado y se detuvo frente a Linnod.

- Te recuerdo- dijo éste mirándola

Nora dejó entrever una sonrisa.

- Ha pasado mucho tiempo desde aquella niña. Pero hay algo que aún sigue en ti, algo que ni el paso de tres vidas haría desaparecer- dijo Linnod

- Siempre has sido un espejismo para mí. Apenas recuerdo cuando estabas aquí, yo era muy pequeña. Pero siempre he oído historias sobre ti, lo que mi hermano me contaba, y aunque nunca te he llegado a conocer, Olwaith y yo siempre te hemos tenido en nuestros pensamientos como algo difuso, distante pero cercano, algo en lo que apoyarnos en los momentos duros- dijo ella

Linnod se quedó pensativo, con la dulce voz de Nora resonando en su cabeza.

- No saben lo que ocurrió, Linnod- dijo Toek

El viejo, sentado de nuevo a la mesa, comenzó a fumar en su pipa.

- Nunca les conté lo que ocurrió hace más de diez años, y su padre desde luego tampoco. Y no lo hice porque tampoco yo sabía lo que había sido de ti, que era lo que había deparado el destino, o si algún día volvería a verte. Les dije que habías sido condenado, y aunque nunca les dije cual había sido la condena ellos no hicieron preguntas y sacaron sus propias conclusiones. Han vivido en ignorancia, no han sabido ni saben aún el punto del que ha partido la situación actual del reino. Pero ahora creo que es el momento de que los hijos del rey sepan lo que aconteció en aquellos infaustos días - dijo Toek

 Olwaith y Nora se sentaron a la mesa con una expresión seria en sus rostros, mirando a Toek, aguardando a que hablase. Éste avivó la llama de su pipa y tomó una amplia bocanada de humo. Lo expulsó suavemente esparciendo una dulce fragancia por la habitación y comenzó.

- Por aquel entonces Kaenor era el rey de reyes. Anthios era el reino más poderoso de este lado del Mundo y nada ni nadie osaba hacerle frente. Poseía la mayor fuerza militar y la mejor situación geográfica de su capital. Todos los reinos con los que limita Anthios pagaban un elevado tributo a Kaenor impuesto por la fuerza.-

- ¿Quieres decir que ya no lo hacen?- interrumpió Linnod

- No. Desde tu partida mucho ha cambiado aquí, y aquellos que antes estaban manejados por Kaenor ya no lo están ahora, aunque siga un miedo latente en ellos. Pero volvamos a la época en la que sí lo estaban, y en la que los deseos de grandeza del rey de Anthios llegaban a la locura. Con los reinos de Rivil y Syriath en poder de Kaenor tan sólo Milien se le oponía. Durante años lo intentó el rey, siempre con una dura resistencia del ejército de Milien, reacios a entregar su reino a un tirano. Fue hace once años cuando aconteció la Batalla de Thienh, en la capital de Milien, en la que Kaenor perdió a uno de sus mayores ejércitos en unas pocas horas. Los hombres de Milien arrasaron a los de Anthios, no sin sufrir grandes bajas, y lograron defender su capital y a su gente. Cuando Kaenor se enteró de la derrota reclutó a todo hombre capaz de empuñar una espada y reunió a todo el resto de su amplio ejército. Para suplir a los generales muertos en la batalla escogió al mentor de su hijo, un joven pero bien enseñado soldado huérfano adoptado por la reina Kara cuando murieron sus padres. La madre de Linnod, Marsha, murió al dar a luz a él y a su hermano gemelo, Einnod. Tehrot, su padre, murió ocho años después defendiendo una de las guarniciones en el Norte de unos saqueadores. La persona que cuidaba a Linnod y Einnod suplicó a vuestra madre que se hiciese cargo de ellos, pues si no, no sobrevivirían mucho tiempo. La reina aceptó, y a escondidas del rey crió a los gemelos. La reina dejó su educación y enseñanza en mis manos, cosa que hice lo mejor que pude. Cuando hubieron crecido Einnod se dedicó a la herrería y decidió dejar su vida en la Torre, aunque frecuentemente acudía a vernos a mí, a su hermano y a Kara. Entonces la reina tuvo su primer hijo, Olwaith, y le ofreció a Linnod ser el tutor y profesor del sucesor, ya que Kara sabía de los conocimientos adquiridos por Linnod en esos años que había estado con ella, y conocía su sentido de la justicia y del deber. Linnod aceptó, y a medida que pasaban los años y te enseñaba, Olwaith, fue inculcándose en el arte de la guerra, llegando a tener bajo su mando algunos puestos de vigilancia en el Oeste y a instruir a los jóvenes soldados. Pero el rey nunca supo controlar el poder que tenía entre manos. Sus esfuerzos entonces estaban concentrados en conquistar Milien a cualquier precio, y su desesperación llegaba al límite. Pagaba su descontento y su rabia con Kara y con Olwaith, al que no consideraba un heredero digno, y fue entonces cuando, fruto del deseo de Kaenor de obtener otro heredero para instruirlo él mismo, y sin el deseo de la reina, naciste tu, Nora. Kaenor se sintió decepcionado al ver que su segundo hijo era una mujer y siempre te rechazó. Desde entonces no volvió a tener contacto contigo ni con Kara, sólo se dedicaba a planificar y estudiar el ataque a Milien. Pasó el tiempo y en uno de sus más planeados intentos de invasión aconteció la Batalla de Thienh. Por aquel entonces Linnod tenía veinticuatro años, Olwaith once y Nora nueve. Kaenor tomó a Linnod como general de todas sus tropas, y con el mayor ejército que nunca haya cruzado los campos de Anthios éste se dirigió a Thienh con la orden de arrasar y acabar con aquellos que habían osado desafiar al rey de Anthios por la fuerza. Cuando Linnod y los soldados llegaron a la capital de Milien se encontraron con una ciudad en ruínas, destrozada por la anterior batalla. El potencial militar de Milien estaba tan mermado que los pocos soldados que aún había corrían a proteger a sus mujeres e hijos, a pasar con ellos la tormenta que se les venía encima. Linnod no tenía más que entrar en la cuidad, saquearla, ejecutar a los supervivientes, y quemarlo todo para pasar a ser la mano derecha de Kaenor, y disfrutar de una vida de gloria y lujos. Pero Linnod cogió a sus veinte mil hombres y regresó a Anthios, sin pensar en las consecuencias que ello le podría traer. Cuando Kaenor vió a su ejército llegar sin haber arrasado Thienh, entró en cólera y mató a Einnod y a Kara, e impuso penas de muerte para los superiores de las tropas del ejército de Linnod. En cuanto a Linnod, Kaenor le desterró de por vida. No lo mató para que cargara durante toda su vida con la culpa de la muerte de su hermano y de la reina. Y Linnod se estableció en un apartado lugar del valle de Taenir, si no me equivoco, y yo me dediqué por completo a vosotros. Vuestro padre entró en un período de decadencia, y temiendo la pérdida de poder sobre el pueblo endureció las leyes y los tributos, transformando a Anthios en un reino esclavo de su propio rey, y llegando a la oscuridad en la que se halla sumido.-

 Cuando Toek acabó de hablar, Nora y Olwaith miraron a Linnod con una mezcla de tristeza y desconsuelo. Linnod les devolvió la mirada. Los hijos del rey se acababan de enterar no sólo de lo que había ocurrido con Linnod, sino también de la razón de la muerte de su madre y de oscuros capítulos de su vida a los que habían estado ajenos por ser unos niños.

 Toek cogió la mano de Linnod con fuerza y le miró fijamente a los ojos.

- Ya es tarde, deberías irte a dormir; con el nuevo día responderé a todas tus preguntas, cuando salga el Sol, aunque para muchos tu llegada a la ciudad haya sido ya el amanecer en este oscuro reino de caos-

 

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