Recuerdo

12 de Agosto de 2004, a las 00:00 - Vanimist
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   Subimos a un risco desde donde podíamos divisar todo el campamento de elfos que dejábamos atrás. Para mí no significaba demasiado, aunque sí lo sentí, pero para mis compañeros significó el adiós definitivo a cuanto conocían, si bien eran los más valientes entre su gente, pronto se dieron cuenta de que apenas conocían nada del mundo exterior, de que a solas con la naturaleza no serían tan grandes ni tan respetados. Así que podría decir que cayeron de la nube en que habían vivido, seguramente, desde que comenzaran su entrenamiento.

   Estuvieron durante un día entero tristes y apagados, sintiéndose solos, justo como yo debía haberme sentido todos los días anteriores, con una diferencia: yo nunca estuve sola, siempre me acompañaba en silencio y en el sentimiento Herendor, él a mí y yo a él.

   Caminábamos persiguiendo unas huellas de aproximadamente ocho bípedos que se dirigían al norte de las Hithaeglir. Creímos que eran ellos por que tres de ellas eran muy ligeras, y a la vez se notaba que quien las hizo caminaba arrastrándose, y las otras cinco (o seis, no solían ser excesivamente claras) habían sido hechas por pesadas botas que andaban a largos trancos, y según calculamos, nos llevaban dos días de ventaja. Por más que apresuráramos el paso y no durmiéramos, ellos siempre nos llevaban ventaja. Incluso pudimos distinguir los lugares en que acampaban, se distinguía la hoguera y los lugares donde durmieron, pero a pesar de todo, y sin dormir, no lográbamos alcanzarlos.

   En estos días pude conocer mejor a mis acompañantes. Danaron resultó ser menos orgulloso y prepotente (pero sólo un poco). Era gran amante de la naturaleza, y contaba con gran prestigio en el ejército por que provenía de una familia de militares. Su padre fue militar, su hermana mayor, era la mano derecha de Thranduil, y sus demás ancestros, de quienes me habló mucho, lo fueron en su día, pero de todo lo que me habló del tema apenas recuerdo nada. No le presté demasiada atención, y fueron demasiados nombres. Por otra parte, no es éste el momento de narrar las tediosas y sobrecargadas historias de honra de una familia de militares.

   Phalail era hija de una tejedora y de un campesino. Gente humilde, pero como ella bien decía, rica de corazón. Residían en la Corte del Reino desde que el padre de su padre marchó allí a trabajar en el cuerpo de seguridad del Rey, y allí sus padres se conocieron. Ella nació y se crió ahí, e influida por su abuelo paterno, decidió enrolarse al ejército cuando tuvo edad para ello. Phalail era seria por lo general, pero no desaprovechaba los momentos de distensión, en los que reía como la que más. Era decidida, resuelta y grave, pero muy agradable al trato. Como yo, tendía a estar a favor de las mujeres siempre que se daba una discusión entre distintos sexos. En éso nos parecíamos mucho, pues ella tuvo que aguantar mucho machismo en sus principios en el cuerpo militar, y no estaba dispuesta a permitir que éso siguiera así.

   El elfo pelirrojo resultó llamarse Innerol, y una vez que llegabas a tener contacto con él no resultaba tan tímido, más bien al contrario, muchas veces era demasiado pícaro y bromista. Él era quien propiciaba el ambiente para que se desarrollara una guerra de sexos, y aunque siempre comenzaba dándola por ganada resultaba aplastado por los argumentos de Phalail y míos. Cuando había gente delante solía ser bastante chulo, pero a solas era un encanto, atento, amable, simpático, sonriente... No me lo podía imaginar serio y preocupado, hasta que me contó un poco de la historia de su vida. Él solía vivir con sus padres a las afueras de la zona de Eryn Lasgalen habitada por los elfos. Era feliz con sus padres y su hermana pequeña, con quienes vivía. Un día él marchó a la Corte con su hermana a visitar a unos familiares a quienes no veían con frecuencia. Debido a la adulta edad de Innerol, viajaron solos, pues sus padres tenían demasiado trabajo en los viñedos que alimentaban a toda la familia. Tras su corto viaje, regresaron a casa satisfechos, pero añorando a sus padres, deseando contar cuanto habían visto y vivido en la Corte a sus padres. Y cuando se fueron acercando al lugar donde antiguamente estaba su hogar vieron todo en rededor envenenado, se apresuraron a pesar del cansancio que suponía el viaje que habían hecho, y vieron su casa arrasada. No quedaba piedra sobre piedra. De sus padres sólo vieron las ropas desgarradas tiradas sobre los escombros de la casa. Ni los viñedos que rodeaban la casa estaban sanos. Las arañas lo habían matado todo. Tras aquéllo su hermana y él regresaron abatidos a la Corte, donde pidieron ayuda al rey y se instalaron junto a sus abuelos. Él se unió al ejército queriendo viajar y apartarse del recuerdo doloroso de ver su mundo derrotado, y albergando la esperanza de vengarse de todas las arañas del mundo. Su hermana, aún demasiado pequeña para desempeñar un oficio, vivía con sus abuelos.

   Recuerdo una mañana en la que me desperté de un profundo sueño que iniciamos a media noche al no aguantar ni un paso más. Habían pasado dos semanas desde que dejáramos a los soldados de Thranduil atrás, y decidí dejar a mis compañeros descansar. Danaron no estaba, supuse que en su guardia nocturna se había alejado un poco de nuestro campamento. Estaban exhaustos, pues estaban más entrenados para luchar que para sobrevivir en la naturaleza con pocos medios. Caminé por un largo prado que se extendía desde los árboles debajo de los cuales dormíamos hasta un precipicio por el que un pequeño afluente del Anduin bajaba a encontrarse con el Gran Río poco más allá de las cataratas.

   Miré al frente, y la vi, ahí estaba la Carroca, emergiendo del río, impasible al paso del tiempo. Nos encontrábamos ya muy cerca del hogar de los Beórnidas. O de los antiguos Beórnidas, pensé en ese momento. Mucho tiempo hacía que no sabía de ellos, quizá sus vidas, sus hazañas y su existencia hubieran sido borradas para pasar a ser otra leyenda. Pero mi esperanza no decaía, yo seguía guardando en mi corazón la esperanza de encontrarlos, y de que quizás nos acogieran. Innerol era fuerte, pero ésto sobrepasaba sus fuerzas. Era su primera expedición fuera de Eryn Lasgalen y éso añadido al hecho de no saber cuánto duraría el viaje, a dónde lo llevaría y el interrogante de si saldría vivo de ésto debían de suponer demasiada presión e incertudumbre para él. Para Phalail había sido divertido, y a pesar del cansancio físico que no podía ocultar, su ánimo era óptimo, y según Danaron, se la veía mucho más relajada que en la mayoría de las ocasiones. Y Danaron intentaba cada día obnubilarnos con sus conocimientos y sus ideas, que, en la mayoría de los casos, hacían que Phalail y yo nos desternilláramos de risa.


   Decidí bajar un poco, si quiera unos metros a una pequeña terraza en el precipicio. Comencé el descenso agarrándome con fuerza a la roca, y en unos instantes estaba ya en la terraza inferior. El agua se oía con mayor fuerza y parecía envolverlo todo, no había nada más en el mundo. Por un momento me olvidé de mis compañeros que dormían arriba, de mi familia que estaría buscándome desesperadamente e incluso de Herendor y sus captores, estábamos solos el Mundo y yo. El agua, el Sol, la Carroca, los verdes bosques que se extendían bajo mi vista y yo éramos solo uno. Sentí fundirme con el Alma de Arda... Hasta que oí a Danaron gritar desde lo alto:

-"¡¡¡Heeeeeelerieeeel!!!, ¡¡¡Heeeleeerieeeeel!!!, ¿Estás ahí?, ¿Puedes oírme?"
-"Síiii, estoy aquí.- Respondí deseando hacerlo desaparecer."
-"¿Estáaaaaaas?, fantástico, vamos a buscar a tres desaparecidos y se nos pierde otra" -dijo pensando que no lo oiría-. "¡¡¡Heeeleeeerieeeeel!!!.- Desde luego el secreto y la discreción no iban con él."
-"Aquí estoooooy."- Nada, parecía no oírme, así que opté por subir de nuevo. -"Tranquilo, no me he perdido. Tan sólo decidí marcharme al ver que dormíais."
-"Pues otra vez quédate a nuestra vista, lo peor que podemos hacer es perdernos. ¿Sabes cuánto tiempo te llevo buscando? No te puedes imaginar el susto que me has dado, todavía estoy angustiado, ¿sabes lo mal que me lo has hecho pasar?".
- "Perdóname".-dije intentando reprimir la risa.-"De verdad, lo siento mucho, lo último que quise fue preocuparos, de todos modos, si de verdad querías encontrarme, lo normal sería haber mirado en todas direcciones, estaba a 3 metros por debajo de tu cabeza, no en el fondo del precipicio."

   Su rostro se tornó de nuevo orgulloso. La risa me había traicionado, pero era inevitable pensar que alguien tan orgulloso y autosuficiente como él se hubiera preocupado tanto por no encontrarme en dos minutos que me buscó. Jamás esperé una actitud así de él, hubiera apostado mi ración de dos días por que él no se comportaría de ese modo. Al fin y al cabo, las apariencias engañan.

   Debido a los gritos con los que él me habló por su creciente nerviosismo, Phalail e Innerol se despertaron. Desayunamos muy poco mientras Danaron relataba cómo me había buscado por todas partes durante horas decidido a hacerme saber que mi actitud anárquica no traía más que problemas al grupo. De nuevo tuve que hacer de todo para no reírme, pero tanto como yo se estaban riendo Phalail e Innerol con los aspavientos de Danaron.

   Y volvimos a partir, esta vez buscamos por el oeste un sendero que bajara el precipicio y nos permitiera llegar abajo, a ser posible cerca del lugar donde desembocaba la cascada. Durante ese día que caminamos bajo el Sol en una tierra en primavera bajo la amenaza de trasgos que descendieran de Hithaeglir pensé mucho, y llegué a la conclusión de que lo mejor era no hacernos ver. ¿Y si desde Lothlórien hubieran llegado a Rivendel noticias de mi pérdida?, ¿Y si la gente de Rivendel hubiera pedido ayuda a los habitantes de estos valles?, ¿y si yo estaba siendo buscada por gente no muy lejos de allí?.

   Preguntas como ésas me las estuve cuestionando todo el día, y al llegar la noche volvimos a descansar, ya no podíamos continuar al ritmo de las primeras semanas. Decidí hacer yo la guardia, no era capaz de dormir con tantos pensamientos surcando mi mente. En mitad de la noche y de repente oí un chasquido en el suelo del bosque. A pesar de haber sido fuerte decidí no darle mayor importancia. Pero al poco tiempo escuché otro en dirección opuesta a donde había oído el anterior, y de nuevo otro, y otro, ¡y otro más!, ¡alguien se acercaba!.

   Desperté a mis compañeros y nos vimos rodeados por seis enormes osos. Nos preparamos como mejor pudimos para la batalla, pero eran demasiados y muy fuertes, aunque pronto caí en la cuenta... ¿no se convertían los Beórnidas en osos a su antojo?, ¿y si éstos eran Beórnidas?, pero... ¿y si eran osos reales?. Pronto, ellos, al ver que éramos un pequeño grupo de elfos marcharon dejándonos tranquilos, pero al rato regresaron seis hombres altos, fornidos y morenos.


-"¿Quiénes sois?"- espetó rudamente.
-"Elfos".- respondí temerosa, sospechaba quiénes eran, pero no debíamos arriesgarnos.
-"Éso lo sabemos ya, ahora decidnos, ¿qué elfos?"
-"4".- No estaba dispuesta a rendirme ante ellos, pues aún no teníamos por supuesto que fueran Beórnidas, y al no ser ésas sus tierras, no teníamos por qué identificarnos.
-"Está bien, deja ya el juego elfa, somos los descendientes de Beor y tan sólo deseamos mantener la paz y el orden en nuestras tierras, por lo que nos vemos obligados a saber quiénes se mueven por nuestro territorio y con qué tipo de fines". -dijo la profunda voz.
-"Bien, así lo haremos, pero si nos prometéis no llevarnos con vosotros, ni entorpecer nuestra misión, y, mucho menos, delatarnos..." - Al decir esto último eché un intento de suspiro que se quedó en una basta bocanada de aire expulsada por mi boca, aún me inundaba la incertidumbre, me abrumaba la idea de pensar que los antaño buenos hombres de Beor podían haberse vuelto hostiles y rudos con los viajeros. Quizá los conflictos con los trasgos de las Hithaeglir los habían vuelto desconfiados y cerrados, y no nos dejarían atravesar su inexpugnable territorio.

   Todo esto pensé en apenas unas centésimas de segundo, y cuando volví a la realidad, ellos ya se habían adelantado a estrechar las manos de mis compañeros y presentarse, así que cuando giré mi rostro hacia la derecha me topé con una enorme y peluda cara en la cual una brillante sonrisa se dibujaba, sonreí, y estreché su mano, gesto que repetí otras 5 veces con el resto de Beórnidas que nos encontraron. Sus manos eran ásperas, grandes y fuertes, pero seguras y amigables. Los invitamos a sentarse alrededor de nuestro fuego, y responder a cuantas preguntas nos hicieran... siempre que las pudiéramos responder.

   Por suerte para nosotros no preguntaron nada que nos pareciese indiscreto, y a todo cuanto nos preguntaban encontrábamos repuestas ambiguas, que no nos comprometieran a nada, y ellos parecían satisfechos con nuestras respuestas... Mis compañeros y yo no parábamos de dedicarnos miradas cómplices, parecía que todo iba a resultar, mas en ese momento un hombre mayor en estatura que todos los anteriores irrumpió en el círculo. Nos miró con furia, y con una especie de gruñido llamó a sus compañeros. Éstos nos dedicaron miradas sorprendidas y a la vez de disculpa, se levantaron y lo siguieron hasta la orilla del río, que no quedaba a más de 5 metros del lugar donde nosotros estábamos.

   Tan pronto como nos quedamos solos, comenzamos a hacer conjeturas, ¿Quién sería aquella especie de monstruo horrible?, a nuestros ojos era gigante, en exceso peludo, y con una faz más que desagradable. Entonces caímos en la cuenta de que bien podía ser un superior. Lo más seguro es que fuese el "jefe" de los Beórnidas de aquella zona, y los que nos visitaron no fueran más que simples soldados. De lo que sí estábamos seguros era de que nuestra presencia no le era agradable, y que si de él dependíamos pronto seríamos duramente interrogados, torturados, o encarcelados en las mazmorras del hogar de algún gran ser de éstos, pues ya no eran como los Beórnidas de antaño...

   Tanto temimos, y tanto deseamos que nunca vinieran a decirnos qué era lo que tenían pensado para nosotros, que el tiempo se nos pasó volando, y al instante regresaron todos ellos, con el semblante aún más serio que cuando se nos acercaron por primera vez... 

   El ser gruñón nos miró con un extraño gesto que transmitía un mensaje no supe descifrar, y así nos dijo:

-"Por las normas y leyes de los Beórnidas, estáis obligados a acompañarnos"- dijo serio.
-"Lo haríamos gustosamente, pero tenemos una misión que cumplir"- respondió Phalail con decisión y dejando entrever su gran enfado.
-"Las normas no las hemos hecho nosotros, y si no venís por las buenas, os llevaremos por las malas" - bufó.
-"Está bien, iremos, pero no sin antes saber a dónde vamos, por qué, a ver a quién, y qué deberemos hacer allí.-dije en tono conciliador pero sin dejarme amilanar por aquella mole.
-"Éso es algo que ya sabréis, no tenemos por qué dialogar con presos"-contestó en tono risible.
-"¡¡¡¿¿¿PRESOS???!!!"- estas palabras me brotaron en los labios recién salidas de mi alma. -"Nosotros no somos presos, ni hemos hecho nada malo para ser tratados como tales, exijo una explicación inmediata, o de lo contrario no iré ni por las buenas ni por las malas. ¿Acaso sabéis que estamos persiguiendo a unos amigos que fueron atrapados por unos orcos?, si vamos con vosotros perderemos de nuevo el rastro y jamás sabremos de ellos, ¿es que no lo entendéis?, ¿es que no tenéis corazón?. Somos elfos, no trasgos, no hemos matado ni una insignificante brizna de hierba, no hemos traído el mal a vuestra tierra, ni siquiera nos quedaremos en ella, tan sólo estamos de paso buscando el fin de quienes nos arrebataron a nuestros seres queridos, a quienes están torturando, masacrando... Si tan sólo quedara en vosotros una pequeña gota de la esencia de la que estuvieron formados los Beórnidas de antaño sabríais que las leyes se hicieron para los seres, y no los seres para las leyes, sabríais que cuando alguien ha perdido a un ser querido, y más por la vileza de los seres oscuros que vuelven a habitar este mundo, sufre, y vosotros en lugar de ayudarnos a sobrellevar este sufrimiento, en lugar de dejarnos pasar sin importunarnos, nos detenéis. No es ayuda lo que os pedimos, ni siquiera os pedimos vuestra caridad o protección. No son vuestras armas lo que queremos, no deseamos ni siquiera vuestros alimentos, ni que nos deis cobijo en las noches frías de estos parajes, no esperamos hospitalidad ni caridad hacia nosotros... Tan sólo os rogamos que nos tratéis con indiferencia, que nos digáis si los habéis visto pasar por aquí, y que después nos despidamos cortésmente. A mi entender, no estamos pidiendo demasiado, ¿a vosotros os lo parece?"- dije yo solemnemente. Esas palabras me salieron del corazón, admito que me dejé llevar, pero era quizá el único modo de conmoverlos, de salir de ahí indemnes...



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