Corazón de Hobbit (Libro II)

12 de Agosto de 2004, a las 00:00 - Lily B. Bolsón
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2. Una noche agitada

"- ¡Duérmete otra vez y no temas!- le dijo Gandalf.- Tú no
vas como Frodo, rumbo a Mordor, sino a Minas Tirith,
y allí estarás a salvo, al menos tan a salvo
como es posible en los tiempos que corren. Si Gondor cae,
o si el Anillo pasa a manos del enemigo,
entonces ni la Comarca será un refugio seguro."
(J.R.R. Tolkien, El Señor de los Anillos, "Minas Tirith")


*****

Pippin había salido de los aposentos envuelto en un miedo oscuro, y tras hablar con Beregond se perdió en la noche, sumido en las sombras nocturnas y en la inquietud de sus propios pensamientos. No supo durante cuánto tiempo vagó por las calles, sin rumbo, sintiendo que no era la primera vez que recorría senderos inexplorados en busca de un fin para la soledad que cubría su corazón.
Sintiéndose agobiado, y no solo por sus pesadas ropas, Pippin se detuvo y se sentó con esfuerzo en un muro, desde el cual podía ver calles y más calles que se perdían en la oscuridad, y al fondo, la gran torre blanca que hace poco había dejado atrás.
Poco a poco, al quedarse solo consigo mismo y sus pensamientos, fue recordando muchas de las cosas que le acontecieron aquellos días, cuando no era más que un chiquillo para su pueblo, aún más que ahora. Eran cosas borrosas e imprecisas, pero que sentía como reales. Recordó las aguas del río, y las noches en que se perdía en abismos de los que creía no poder salir jamás. Sintió de nuevo la dulce voz que le alentaba, sus suaves manos en su rostro, y sobre todo su sonrisa, cálida como la de una madre,  pero a la vez fría y distante. Y le pareció que podía oler de nuevo su aroma a flores y bosques, como un perfume de ensueño.
- ¿Cuántos años tendría? - se preguntó- ¿Cientos, quizá miles? ¿Será como la Dama Arwen? ¿O puede que hasta sea más vieja que el Señor Elrond? Y sin embargo parecía tan joven...
Como un escalofrío, sintió el sueño presente de nuevo, oyó en su confuso cerebro el eco de aquellas palabras, y el poder con el que estas parecían atarle a aquel lugar. Porque pese a que aún no podía entenderlas, algo le decía que en esas palabras estaba escrito algo tan importante como su propia existencia. 
  - Bella Dama... Os hecho de menos, pese a que apenas puedo recordar bien lo que me pasó cuando os conocí...
Fue entonces cuando sus ojos, ya acostumbrados a la oscuridad, vieron una figura muy cerca de allí. Llevaba un largo vestido, y el pelo, largo y negro, le caía como una cascada por la espalda y los hombros.
Pippin no puedo hablar. Sintió que el corazón le latía demasiado aprisa y un súbito rubor ardió en sus mejillas. Bajó de un salto del muro, jadeando. Finalmente le salió un grito, brusco y breve.
 - ¡Bella Dama!
 Y ante él se detuvo sorprendida la bella mujer, de pelo azabache y ojos claros. Pareció desconcertada ante la visión del hobbit, pero se comportó con respeto reconociendo sus atavíos, y se arrodilló ante él.
 - Buenas noches, mi señor -dijo; le sonrió un momento- ¿Qué deseáis de esta humilde servidora?
 Pero Pippin se había quedado sin habla y sentía las piernas como si fueran de mantequilla. No era ella. Era una mujer de Gondor, una habitante más de la ciudad, al fin y al cabo. Se sentía como un tonto, y durante unos instantes que le parecieron eternos ninguna palabra salió de su boca, hasta que logró decir:
 -Oh, no es nada, mi señora..... Os confundí con alguien... Podéis retiraros, ruego disculpéis mi atrevimiento.
 La mujer marchó con otra reverencia, algo azorada, y confundida. Finalmente las piernas le fallaron a Pippin y cayó de rodillas. Ahora el latir de su corazón era como un doloroso y feroz martilleo que le cortaba el aliento.
 - No era ella... No era la Bella Dama... -susurró con una voz que apenas se reconoció como suya.
 En ese momento un grito desgarrador y agudo, como de muerte, cortó el silencio de la noche, y Pippin, abordado por un terror tan negro como la oscuridad, se dejó caer al suelo, agazapado tras el muro. Una enorme sombra pareció cubrir la Luna, y cerró los ojos con fuerza, temblando; podía oír los gritos de terror de la poca gente que a esas horas se aventuraba por las calles. Y cuando el horror se marchó, y la sombra se alejó, se dio cuenta de que estaba llorando.
- Es el jinete... el jinete negro del aire... -se repetía una y otra vez, y el terror de su pesadilla volvió a cubrir su corazón, pues había visto la sombra negra que cubría la Luna y traía la desolación. De pronto todo pasó tal como vino, como si no hubiera acontecido grito o sombra alguna, pero Pippin no se atrevió a moverse. Justo en ese momento otra sombra menos nítida le cubrió a él, y vio que Beregond estaba ahí, a su lado. Su figura era altiva, y la Luna dibujaba su contorno con una luz blanca, casi etérea. Al hobbit le pareció ahora que el hombre de Gondor era más alto que nunca, y él, más pequeño.
 - El haber abandonado mi puesto para venir a buscarte podría ponerme en serios problemas... -dijo Beregond, pero el hobbit vio que en su rostro se dibujaba una sonrisa piadosa, y luego de arrodillarse añadió- ¿Qué te ha pasado, mi joven mediano? ¿Qué ha sido de esa alegría y desparpajo que mostrabas hace apenas un día? Esa naturalidad tan propia de tu gente, cuando conociste a los hombres de la guardia, y cómo te mostraste ante nuestro Capitán...
 Pippin miró a Beregond con aire grave, y al hombre de Gondor se le encogió el corazón al ver un sentimiento que le creía inexistente en sus grandes ojos castaños: el miedo.
 - Ay, maese Beregond. Es solo que ayer no sabía que estaba haciendo aquí, pero ahora si lo sé... y tengo miedo -dijo con voz grave, apoyándose de espaldas contra el  muro-. Ayer no tenía este gran peso sobre mí. Esta noche he recordado ciertas cosas que había olvidado hace mucho tiempo, y ahora, creo que las necesito aquí, a mi lado...  Te contaría qué cosas son esas, pero ni yo mismo estoy seguro de lo que son. No tengo ganas de pensar. ¡Ay! Estoy  tan cansado.
 Y tras decir esto cerró los ojos apoyando la cabeza en el muro, y cayó como dormido. Beregond le levantó en sus brazos, pues no se atrevía a despertarle para ir luego los dos a pie. Algo le decía que si lo hacía, el hobbit no haría mas que caerse por el camino.
Por el camino hacia la torre, Pippin no despertó, pues tal era el agotamiento que cargaba en su cuerpo y su corazón. Muchos de los guardias se volvían curiosos al verlos pasar; un miembro de la guardia, altivo, de ropas negras y plata y un hermoso casco alado, portando a un pequeño hombrecito de idénticos atavíos. Cuando al fin Beregond llegó a los aposentos, tocó la puerta con cuidado, pero no obtuvo respuesta, y entró. Esperó encontrar a Gandalf descansando, pero el mago no dormía, sino que estaba sentado, ante la ténue luz del candelabro, fumando una larga pipa cuyo humo se confundía con el de las velas.
 - Hola de nuevo -dijo. No añadió nada más, y se levantó al ver que Beregond llevaba a Pippin en brazos y le depositaba sobre la cama. Beregond le quitó el yelmo, y los rizos castaños del hobbit cayeron sobre la almohada; luego retiró las vestiduras y accesorios más pesados, como si quisiera aliviarle la carga que decía arrastrar consigo. Gandalf fue hacia ellos, y aún sin preguntar se sentó y estudió detenidamente al hobbit dormido, mientras Beregond le observaba en silencio.
 - Me tiene preocupado, realmente, Gandalf ¿Qué le pasa? -preguntó finalmente.
 - Nada grave,  maese Beregond -dijo el mago, arropando al hobbit con la mullida manta, y sonrió-. Nada que no cure un buen sueño. Sólo está agotado. Demasiadas emociones para un hobbit, supongo, pequeñas personas cuya máxima preocupación es llegar a casa a tiempo para la cena. ¡No se ha hecho la batalla para ellos! Pero algunos esconden un valor ardiente. Se dice que hay una semilla de coraje oculta (y a menudo profundamente) en el corazón del más gordo y tímido de los hobbits, esperando a que algún peligro desesperado la haga germinar.  Y créeme, hay una esperando dormida en su corazón. Este muchacho aun no ha alcanzado la mayoría de edad para su pueblo, pero ya ha pasado por tantos peligros y pruebas como cualquier buen guardia veterano. Los hobbits nunca dejarán de sorprenderme. ¡En especial este!
 Posó su mano sobre la frente del mediano y le sonrió.
 - Descansa ahora, joven Peregrin -le susurró- Hoy has tenido un día muy duro, y puede que una guerra sea demasiado para ti y lo que acostumbras a vivir día a día. Pero no tienes más remedio que aguantarlo con toda la fuerza que tu espíritu de hobbit te permita.
 Gandalf suspiró gravemente, pero ningún atisbo de sonrisa o preocupación cruzó por su cara.
 - Sí, ha tenido un día muy duro. Pero solo ha sido el comienzo. La sombra sigue avanzando.
 Luego de unos minutos Beregond se retiró, presto pero respetuosamente, y la estancia quedó en silencio. Gandalf se quedó un rato al lado del hobbit. La tenue luz de las velas provocaba que su rostro grave, en ocasiones severo y en otras alegre, pareciera más viejo y cansado que nunca. Pensó en Frodo, y en que su destino ahora no estaba en manos sino de él mismo, y que él poco podía hacer. Ahora, sólo podía luchar hasta el final por el destino de los Hombres y de toda la Tierra Media. Y el único de los medianos con los que había partido que él podía seguir viendo estaba con ellos, allí, inmóvil en la cama, y posiblemente también lucharía hasta el final. Gandalf pensó también en lo que había dicho Beregond, en cómo de repente Pippin parecía haberse dado cuenta de que ya no estaba en su tranquilo país, sino que estaba en una batalla en la que podía perderse todo o ganarse todo, sin término medio. Pero ahora el hobbit parecía ajeno, inmóvil, como si un gran agotamiento hubiera mermado todas sus fuerzas; su respiración lenta y reposada delataba un sueño profundo. Gandalf sintió un extraño escalofrío al mirarle, y temió que en esa lucha Pippin pudiera perder algo más que su espíritu hobbit. Y sin más preámbulos se retiró a descansar.
  Pippin también descansó, para bien o para mal, sumido en sueños profundos, quizá agradables o quizá inexistentes. Y al día siguiente, para él fue como si esa noche agitada no hubiera sido más que otra pesadilla.



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