Corazón de Hobbit (Libro II)

12 de Agosto de 2004, a las 00:00 - Lily B. Bolsón
Relatos Tolkien - Relatos basados en la obra de Tolkien, de fantasía y poesías :: [enlace]Meneame

 
7. Sueños y recuerdos


"Al lado, Pippin dormía hundido en sueños agradables,
pero algo cambió de pronto y se volvió en la cama gruñendo. 
En seguida despertó, o pensó que había despertado y sin embargo
oía aún en la oscuridad el sonido que lo había perturbado mientras dormía:
tip-tap, cuic; era como el susurro de unas ramas que se rozan con el viento,
dedos de ramitas que rascaban la ventana y la pared: cric, cric, cric. 
Se preguntó si habría sauces cerca de la casa y de pronto tuvo la horrible
impresión de que no estaba en una casa común sino dentro del sauce, oyendo aquella espantosa voz, seca y chirriante, que otra vez se reía de él.  Se incorporó
y sintió la almohada blanda en las manos y se acostó otra vez con alivio. 
Le pareció oír el eco de unas palabras: "¡Nada temas! ¡Duerme en paz hasta
la mañana! ¡No prestes atención a los ruidos nocturnos!" Volvió a dormirse."

J.R.R. Tolkien, El Señor de los Anillos, "En Casa de Tom Bombadil"


**********

Al atardecer, ya casi todos los heridos estaban de regreso en el campamento. Los que no habían recibido heridas en batalla y aún tenían fuerzas suficientes, montaban guardia esperando que el enemigo no reapareciera. Pues pese a que la oscuridad parecía haber perecido, aún el miedo se asentaba en el corazón de muchos hombres, y las posibles escaramuzas no estaban del todo descartadas aún.
Gimli se había quedado en la tienda donde reposaba Pippin, junto a él, pese a que Legolas le pidió muchas veces que fuera a la suya a descansar. Pero la preocupación del enano por el hobbit podía más que cualquier cansancio. Cuando el elfo entró en la tienda, le vio sentado junto al lecho, agarrando las manos del hobbit. Solo aceptó a salir y a regañadientes, cuando los curadores entraron para empezar a evaluar a los heridos. Aragorn venía con ellos, y él mismo se ocupó de atender a Pippin. El hobbit yacía en un camastro, todavía cubierto solo con la capa, pues las mantas se habían acabado muy pronto y había sido de los últimos heridos en llegar. Le  habían lavado y puesto un camisón de lino, el más pequeño que pudieron encontrar, que aún así le quedaba muy grande. La palidez y la fragilidad destacaban ahora más que nunca en su rostro ya limpio de sangre y tierra. Aragorn no necesitó más para saber que no había ninguna mejoría, e incluso llegó a pensar que había empeorado.
Mandó que prepararan agua caliente y trajeran paños limpios y todas las hierbas curativas de que dispusieran. No tenían athelas, lo cual el dúnadan lamentó profundamente, pero al menos podía hacer todo lo posible con las cosas de que disponían. Con un gesto apartó al cuidador que estaba junto a la cama, quien le miró con respeto. Ya le había visto curar enfermos en Minas Tirith, pero seguía admirándose de ese gran don.
Aragorn se sentó junto a Pippin y le puso una mano en la frente, que notó empapada en un sudor frío. Aún en la creciente oscuridad y a la luz tenue de las velas, observó su rostro atentamente, y lo vio lívido y enfermizo, pero tan sereno que a ojos de cualquiera tan solo parecía apaciblemente dormido. Le llamó con suavidad, apartando de la frente un húmedo bucle de pelo dorado, pero el hobbit no respondió. Escuchó un momento el rumor de su respiración y le acercó el brazalete a los labios para observar su fuerza, pues era casi inapreciable, y el pecho apenas se movía con cada aliento. Luego apoyó el oído en su pecho, atento al constante latir del corazón, y buscó en las extremidades el ligero pero estable aleteo que su impulso originaba en las venas. Y tocando su rostro frío volvió a llamarle, sin obtener respuesta.
En ese instante Imrahil entró en la tienda.
- ¿Aragorn? Las tropas han sido disueltas. El peligro ahora es mínimo, me atrevo a decir que hemos vencido... - entonces vio al hobbit tendido en la cama, inmóvil, y con el rostro intranquilo y silencioso, se acercó- ¿Cómo está?
- Las heridas le están afectando más de lo que pensaba. Su cuerpo está muy débil. Pero podría estar mucho peor. Su voluntad es muy fuerte, y sin duda los hobbits parecen hechos de un material más duro que el de cualquier otra criatura.
Pese a las palabras que dijo a Imrahil, Aragorn no pudo evitar que se le encogiera el corazón al mirar a Pippin; silencioso e inmóvil, atrapado en las garras de un sopor tremebundo. Parecía que estuviera sumido en un letargo tan profundo, que apenas le separara un suspiro del sueño eterno de la muerte. Agarró y frotó sus manos, que estaban heladas.
- Buscad una manta, donde sea -dijo a los cuidadores-. No podemos dejar que se enfríe.
Examinó luego el torso, deseando que no tuviera ninguna costilla rota, temiendo algún daño tras reanimarle en el campo de batalla. Afortunadamente no era así, aunque sí estaban muy lastimadas y un gran moretón se extendía en su pecho y su costado izquierdo. A continuación tanteó el cuerpo en busca de más contusiones de las que viera en el campo de batalla, o de huesos rotos. Para su sorpresa y admiración no encontró ninguno, pero sí muchas magulladuras. Luego curó y vendó mejor la herida de la cabeza, y procuró que las contusiones internas estuvieran bien protegidas y vendadas si era necesario, especialmente las del pecho. La herida que le había provocado la lanza del orco días antes ya estaba casi completamente cerrada, pero aún así volvió a cubrirla con una venda limpia, pues dadas las condiciones en que le habían encontrado, el riesgo de envenenamiento seguía siendo alto.
Uno de los cuidadores trajo por fin una manta y se la ofreció; Aragorn arropó con ella a Pippin y le frotó cuidadosamente el cuerpo sobre ella, y le cogió y frotó las manos, hasta que entró en calor. Imrahil vio en sus ojos un deje de preocupación que le encogió el corazón un instante. Vio que luego ponía de nuevo la mano sobre la frente de Pippin, y con los ojos cerrados murmuró algo; nadie oyó nada, solo sus labios se movían. Y al igual que ocurriera horas antes en el campo de batalla, Pippin pareció respirar más profundamente, y hasta un leve tono rosado tiñó sus mejillas, tan pálido que pronto se hizo inapreciable.
- Las athelas podrían hacer mucho más, pero no disponemos ahora de ellas -dijo Aragorn-. Me temo que por la naturaleza de su mal pronto volverá a encontrarse peor, y si las heridas se emponzoñan no tardará en aparecer la fiebre.
- ¿No deberíamos trasladarlo a las Casas de Curación? -preguntó Imrahil- Allí tendría mejores cuidados que aquí, eso sin duda.
Aragorn negó con la cabeza sin apartar la mirada del hobbit.
- No podemos arriesgarnos -dijo- Es un viaje demasiado largo y no creo que lo resista -con un gesto grave, apartó la mano de la frente de Pippin y se puso en pie.
- Entonces debe correr la suerte de los otros heridos y seguirnos a donde vayamos.
- Lo que es seguro es que  no puede quedarse aquí, ni él ni ninguno de los heridos. Lo más imprescindible para su recuperación es un lugar puro donde puedan recuperarse de las heridas y la fatiga. Y de eso quería hablarte, mi querido Imrahil. El campamento debe ser trasladado a Ithilien. Ahora mismo yo debo partir hacia allá. Dos pequeños héroes me esperan, y no puedo dejar que su gran hazaña les haga caer en el olvido y la muerte -Imrahil no preguntó, pues enseguida su corazón le dijo de qué se trababa-. Te dejo a ti el mando y la organización del traslado. Tened cuidado, y dejad que un pequeño regimiento de hombres se adelante. No sabemos si el camino estará libre y exento de peligros. Los hombres corruptos y fieles al mal han huido por ese camino, y no podemos arriesgarnos a cruzarlo con decenas de heridos, no hasta asegurarnos de que es seguro.
- Pues así será -dijo Imrahil- Mis hombres y yo te seguiremos en cuanto amanezca.
Aragorn dio ordenes a los cuidadores y les previno sobre Pippin y el resto de los heridos que había examinado, y luego los dos salieron de la tienda. Fuera Gimli y Legolas esperaban expectantes, más el enano que el elfo, aunque él tampoco pudo disimular un gesto nervioso cuando vio aparecer a Aragorn.
- ¡Aragorn! -exclamaba Gimli- Aragorn, ¿cómo está, se va a poner bien?
Aragorn le contó todo a Gimli, y para cuando acabó, una sombra había oscurecido el rostro del enano.
- ¿Se va a morir?... -preguntó con cierto temor.
- No, Gimli, y lo sabes. Tú le encontraste y estabas allí. Has sido testigo de su entereza. No puedes pensar que se va a morir.
- Yo desesperé de verle con vida cuando Gimli le rescató -dijo Legolas- Creí que le habíamos perdido. Pero la testarudez de los enanos le salvó la vida, y las manos del rey procuraron que esta siguiera adelante.
-  Y así ha sido una vez más -dijo Aragorn-. He tenido que recurrir a todo mi poder y lo poco de que disponemos para librarle del sopor que precede a la agonía. Ahora sigue durmiendo, y el sueño reparador le ayudará a curar el cuerpo, aunque su lucha no ha hecho más que comenzar. Ahora tengo que irme, pero debéis seguirme desde que amanezca. He dado órdenes. ¡Adiós! Nos veremos dentro de algunos días.
Gimli se adelantó y se puso delante, como si le impidiera el paso. Aragorn continuó andando hacia los caballos, pero Gimli le seguía a paso rápido, sin parar de hablarle.
- ¿Te marchas? ¿Cómo puedes marcharte? ¡No puedes dejarle, Aragorn! Confiamos en ti...
- Gimli... -dijo con una sonrisa, subiendo al caballo- He hecho todo cuanto estaba en mis manos y en mi voluntad, como ya te he dicho. Ahora duerme y todo depende únicamente de él y de sus ganas de seguir adelante. Y yo ahora debo reunirme con Ganfalf en Ithilien. Ahora son dos pequeños héroes los que necesitan de mi voluntad, si es que han deseado seguir viviendo hasta ahora.
Gimli comprendió, y no dijo más. Legolas abrió mucho los ojos, sorprendido, y luego un temor oscuro le ensombreció la mirada.
- Por eso merece tanto la pena esta Comunidad. Por la amistad que la une - dijo.
El enano pareció revolverse, mirando hacia la tienda como si dudara, y Aragorn le miró con un brillo de determinación en los ojos grises.
- No te vayas de su lado si así lo deseas, pues aún le queda mucho por soportar y necesita apoyo. Se recuperará. Confía en él.
Y partió al galope, sin mirar atrás.
Entonces, al día siguiente, a medida que pasaba la mañana, empezaron a trasladar a los heridos. Los más graves iban en carretas tiradas por caballos, a paso lento pero seguro. En una de ellas, casi al final de la marcha, estaba Pippin. Habían traído una camilla que resultó demasiado grande para él, dado que no había ninguna de su tamaño. Tendido allí, inmóvil, aún envuelto en la capa de Aragorn y con las manos cruzadas sobre el vientre, parecía tan frágil y desvalido como un niño de los Hombres que se hubiera sumido en un profundo sueño tras todo un día de juegos y correrías. Una venda amplia le cruzaba el pecho, protegiendo las costillas magulladas. Otra más fina y levemente teñida de sangre le cubría la herida de la cabeza.
Gimli le acompañaba, siempre vigilante, procurando que se moviera lo menos posible. Arrodillado a su lado, le protegía como podía de los posibles vaivenes del camino. Muchas veces alzaba la voz, pidiendo más cuidado en el traslado, aunque este se efectuaba con la mayor delicadeza que era posible.
- ¡Mas despacio! -decía- ¡No llevamos sacos de patatas precisamente!
Los heridos que había en la carreta, todos ellos hombres de Gondor, miraban a las dos pequeñas figuras con gran admiración y respeto; un enano, de larga barba rojiza, protegiendo a un pequeño guardia de la ciudadela. Del pequeño perian contaban grandes cosas entre ellos. Cómo había acabado él solo con un enorme troll, y de como había alertado del cruel destino que le deparaba a Faramir, cuando el resto de los hombres temía hacerlo por su ciega lealtad al senescal, devorado finalmente por las llamas y la locura. Y al oírles, Gimli deseaba y confiaba más que nunca en que algún día esas historias pudiera llegar a contarlas su propio protagonista.
De vez en cuando Legolas se acercaba a la carreta, pero la mayor parte del tiempo cabalgaba con los gemelos, encabezando la compañía y escudriñando el horizonte con su vista de elfo. Ningún peligro parecía estar a la vista, y el sol ya empezaba a bajar entre las montañas con el crepúsculo.
Fue entonces cuando Pippin empezó a tener fiebre. Al principio parecía solo una ligera destemplanza, y al verle tiritar, Gimli le arropó mejor con la capa y la manta y esperó, sin dejar de frotar su mano con ansia. Temió que el trayecto se hiciera eterno. Pronto el hobbit empezó a gimotear y a sudar, e inmerso en una gran inquietud intentó quitarse la capa que le cubría, con movimientos bruscos y breves. Alarmado, Gimli le agarró con firmeza, pero Pippin estaba inmerso en una fiebre desesperada, y la frente le ardía.
- Pippin... Tranquilo... -le susurraba- Pronto llegaremos. No te muevas, no debes moverte... ¿Alguien tiene agua? -clamó en voz alta y fuerte, pese a que tenía el corazón encogido- El joven mediano arde de fiebre, ¡necesito agua!
Ajeno a todo lo que estaba ocurriendo y a los esfuerzos de Gimli, Pippin estaba inmerso en la primera pesadilla que tendría durante su larga convalecencia. En su mente trastornada por la fiebre, solo veía llamas y desolación, y sentía la mirada penetrante de un enorme Ojo, oculto entre llamas y oscuridad, y cuya presencia parecía encontrarse en todas partes. Pero también su cuerpo libraba una lucha contra las penurias de la guerra, extenuado hasta casi el límite por las heridas y la fiebre. El hobbit tiritaba mientras Gimli intentaba a duras penas bajar su temperatura con el agua más fresca que pudo conseguir. De pronto tuvo miedo, y ordenando parar la carreta llamó a grandes voces clamando ayuda. Elladan cabalgaba encabezando la marcha, y acudió con presteza en respuesta a la llamada del enano. Pidió a su hermano y a Legolas que se quedaran, aunque en un principio intentaron seguirle.
- ¡Señor Elladan, rápido! -exclamaba Gimli- Tiene mucha fiebre, creo que delira.
Elladan posó la mano en la frente de Pippin. Entonces Pippin se movió lánguidamente y gimió, presa del delirio. Elladan, con una mano en la frente del hobbit y la otra en su pecho, murmuró algo, cerrando los ojos. Durante un momento que a Gimli se le antojó eterno, parecía que no pasaba nada. Pero pronto observó que la trabajosa respiración del hobbit se sosegaba poco a poco, hasta que se hizo más apacible. El enano tocó su frente con una mano trémula; ya no ardía, aunque la piel aún estaba caliente y empapada en sudor.
- Señor Elladan... -balbuceó Gimli.
- Llámame si vuelve a delirar. Quizá nos veamos obligados a detenernos aquí hasta que le baje la fiebre.
Gimli asintió. Elladan se despidió y marchó a encabezar la columna. Gimli observó aliviado que Pippin parecía estar mucho más tranquilo. Incluso le pareció ver que a sus labios afloraba una leve y aliviada sonrisa. Gimli le arropó de nuevo, y volvió a agarrar su inerte mano entre las suyas.
En su atormentada mente, Pippin había conseguido salir por fin del oscuro túnel que le angustiaba y había regresado a la luz, al ruido del agua, a los colores otoñales de Rivendel. Ahora se veía de nuevo como si viviera en esos primeros días de alegría y tranquilidad, esos meses de paz y curiosidad, de diversión entre bellos parajes rodeado de los más altivos y bellos elfos que nunca había visto. Los recuerdos afloraron como visiones, algunas bellas y otras terribles. Y tendido en la camilla soñó durante largas horas, mientras la noche caía sobre el mundo.

**********
 
21 de octubre de  3018
El amanecer nacía lentamente, y aún una leve oscuridad, que ya empezaba a disiparse, cubría los hermosos árboles de Rivendel, la Última Morada. Envuelto en su capa, amparándose del frío de la mañana, Pippin salió del cuarto donde descansó esa noche con sus compañeros. Pero esa noche apenas había dormido, preocupado como estaba por Frodo. No tenía noticias suyas desde que llegaran a Rivendel esa noche, en una marcha lenta y apesadumbrada, y se apresuró a buscar la habitación en donde su primo estuviera descansando. Había tenido un sueño horrible, en donde el río rugía y arrastraba consigo a Frodo y a nueve horribles jinetes en monturas negras, y sumido en la confusión en que estaba ya no sabía si lo había soñado o había ocurrido de verdad.
De repente tropezó con alguien, y aturdido, levantó la vista.
- ¡Gandalf!
- ¡Dichosos los ojos! -dijo el mago- ¡Qué sorpresa tan extraña! Fue muy curioso oír a Mantecona decir que cuatro hobbits acompañaban a Frodo, cuando yo pensaba que el único era el señor Samsagaz... ¡Cómo no sospechar de inmediato que serías tú! -luego rió, y Pippin reprimió una extrañada sonrisa de autosuficiencia.
- ¡Es un alivio verte, Gandalf! -empezó a decir- Frodo andaba preguntándose por ti todo el rato... Qué alegría se va a llevar cuando te vea... ¡Ay, mi pobre Frodo! Gandalf... ¿Cómo está? ¿Se va a poner bien?
- Ahora descansa, y algo me dice que por largos días. Ha sido muy duro, pero Elrond el Medio Elfo, Señor de Rivendel, ha conseguido salvarle, al menos de momento. Supongo que dentro de poco podréis ir a verle, tu primo Merry y tú.
De pronto Pippin sintió un escalofrío, como si notara que alguien le estuviera observando. Asomada a uno de los enormes balcones, había una figura altiva, cuyo pelo, negro y largo, ondeaba levemente con el viento como mecido por una brisa transparente, casi mágica. Entonces Pippin sintió algo muy extraño que nunca pudo describir más adelante. Fue como si la mirada de la elfa le atravesara más allá del pensamiento, y una extraña sensación de cordialidad llenó su corazón, haciendo que le diera un vuelco repentino. Aturdido, Pippin apartó la mirada del balcón, sorprendiéndose de lo mucho que le costó hacerlo.
- Gandalf... ¿quién es aquella doncella de allí...? -preguntó con voz queda, y enmudeció de repente; allí ya no había nadie.
- ¿Doncella? Muchos elfos habitan aún en la Última Morada, mi alocado Peregrin Tuk, y me es imposible decirte los nombres de todos y cada uno -replicó Gandalf-. ¡Vamos! Date prisa si quieres ver a Frodo, seguramente Merry ya habrá ido hacia allá.
El hobbit echó a andar tras Gandalf, aún con la mano sobre el pecho palpitante y entrecerrados los ojos del desconcierto.
Mavrin Ellindalë le contempló, oculta tras las enredaderas que adornaban una columna del balcón,  hasta que empezó a desaparecer de su vista, a punto de traspasar un portón. Notando una presencia a sus espaldas, la elfa se giró y vio a su maestro y Señor; Elrond, el Medio Elfo.
- Buenos días, mi señor Elrond -dijo con una leve reverencia- ¿Cómo está el hobbit herido? Glorfindel me lo contó todo anoche... Ha sido una mortífera arma de Morgul -la elfa vaciló y pareció estremecerse al decir el nombre-. ¿No es así?
Elrond no respondió a la última pregunta de la elfa, pero asintió con un ademán de la cabeza.
- Es muy pronto para saber nada con certeza. No entiendo por qué no logramos despertarle. Aún así me parece impresionante cómo se resiste a ese mal; no creo que cualquier otra raza hubiese aguantado tantos días, con el mal puro metido en esa herida. Mi querida Mavrin, la de los Medianos es una raza sorprendente.
- Lo sé... Pude comprobar eso, hace mucho tiempo...
- Tengo que volver a su lado -dijo Elrond-. Si lo deseas puedes acompañarme. Estoy seguro de que tus conocimientos nos ayudarían. ¿Mavrin?...
Ella miraba afuera. Pippin ya no estaba allí.
- Él ha venido -dijo con una sonrisa.
**********

Era ya el amanecer del segundo día desde que el ejército partiera de Morannon. Las montañas se teñían con el sol que asomaba entre ellas. Aragorn y Gandalf las miraban en silencio; durante largo rato, ninguno dijo nada.
Sobre un mullido lecho de hojas secas, a la espera de que llegara el ejército con mullidas camas y almohadones, dos pequeñas figuras descansaban, con los rostros llenos de paz, pero también de la palidez y el cansancio de haber estado en medio de la ruina y la desesperanza.
Aragorn empezó a contar a Gandalf todo lo que había acontecido desde su marcha con el Señor de las Águilas. Sin embargo, cuando apenas había nombrado a Pippin, Gandalf se le adelantó de inmediato.
- ¡Ah, ese alocado muchacho! -dijo- Casi me había olvidado de él. ¿Dónde está? Algo me dice que se vio en dificultades, pero que no le faltó valor. Sin embargo durante los últimos momentos que le vi, noté que su corazón había perdido toda esperanza.
Aragorn le miró con aire grave.
- No, valor no le faltó, eso desde luego -dijo-. Y desconozco si tuvo miedo al final. Pero resultó herido, Gandalf. Ha estado a punto de morir, y esa terrible posibilidad aún encoge mi corazón.
Durante un instante Gandalf tuvo la expresión espantada de un padre al que le han dado una terrible noticia sobre su hijo.
- ¿Dónde está? -preguntó en un susurro.
- En camino, con el ejército. No quería haberle dejado, pero estaba demasiado débil para ser trasladado a la ligera, y aun así temo que este viaje hasta aquí le ponga peor.
Y Aragorn le contó todo a Gandalf, mientras el rostro del mago se tornaba cada vez más preocupado. A Aragorn se le encogió el corazón al ver su congoja. Hubo un breve silencio, tenso y frío, hasta que volvió a hablar otra vez
- Hice lo que pude por él, pero temo que no fuera suficiente. Solo el tiempo lo dirá. Necesita muchos cuidados y sobre un todo gran descanso. Gimli no se separa de su lado, y procuré que los cuidadores le atendieran bien. ¿Gandalf?
El mago dejó escapar un cansado suspiro.
- Lamentaba que pasase esto, Aragorn... -dijo con voz queda, y a Aragorn le pareció más viejo y cansado que nunca-  Pero confío en tus manos, Aragorn. De peores apuros han sacado a estos pequeños héroes -añadió con una sonrisa amarga, señalando a las dos figuras yacientes en el lecho.
La noche en que Aragorn partió a Ithilien, Mavrin había entrado finalmente en los campos de Anorien. Al amanecer, tras una larga jornada de camino, y mientras el campamento emprendía la marcha, se detuvo a descansar, pues aunque ella no sentía decaer sus fuerzas, no quería que el bello Celegilroch se agotara pronto, dado que aún quedaba largo camino.
Había mirado a lo lejos, y durante un instante vio que la mente de Pippin se debatía entre oscuridad y terror. Pero la sensación de frío desapareció pronto, y sintió de nuevo paz, aunque con el temor de que esta se desvanecería de un momento a otro, como un leve atisbo de calor en medio del más duro invierno.
Mavrin desenvolvió el pan de lembas, oliendo la suave fragancia que desprendían las hojas,  y empezó a comer lentamente. La sensación de peligro, menos intensa que el día anterior, había pasado también más rápidamente. Pero pese a ello, una leve inquietud seguía presente en su corazón.
El campamento llegó a Ithilien en el crepúsculo del tercer día desde su partida del Morannon, y tras un ligero descanso fue montado sin demora, por lo que esa noche nadie la pasó a la intemperie. Gandalf apareció entonces, con el rostro demudado y la expresión concienzuda de quien busca algo importante. Tras enterarse de cual era la tienda en donde se encontraba descansando Pippin, se apresuró a entrar en ella, con una sombra de preocupación cubriendo su viejo y sabio rostro. Gimli, sentado junto al lecho, se levantó al ver llegar al mago.
- Gandalf...
Gandalf cerró los ojos con aire grave. La imagen resultaba sobrecogedora, y era casi imposible de concebir, dado el torbellino atolondrado que el joven hobbit siempre había sido, antes de la batalla y la destrucción. Ahora yacía en el lecho, totalmente inmóvil; el único movimiento, solo perceptible si se miraba atentamente, era el de su tenue respiración. Parecía tremendamente frágil, como si permaneciera atado a la vida únicamente por un quebradizo hilo tejido con su propia voluntad.
- Gimli... ¿Cómo está? -preguntó el mago acercándose.
- No lo sé... -dijo Gimli- No sé cómo se encuentra ahora. Aragorn le salvó. Hizo que volviera a respirar cuando pensábamos que ya era muy tarde. Ha tenido fiebre, pero hoy le ha bajado. Dijo que le dejáramos descansar, que si se recupera será gracias a su fuerza. Nadie puede hacer nada más por él. ¿Quizás tú, Gandalf?...
Gandalf se sentó en el lecho y puso su mano sobre la frente de Pippin. No hubo ningún cambio en el estado del hobbit, ni ningún movimiento; solo oyeron un gemido muy leve y ahogado, como si aún desde su sueño profundo intentase luchar. Gandalf miró a Gimli, y en sus ojos el enano vio con sorpresa que brillaba una leve lágrima.
- Está por encima de mi poder, maese enano -dijo-. Ni siquiera yo puedo hacer nada por él. No puedo hacerlo... No tengo la autoridad para ello... -Gimli no entendió esto último, pues el mago lo titubeó con inseguridad- Anda, ve a descansar. Esta noche yo velaré su sueño.
Pese a la insistencia del mago, Gimli no abandonó el pabellón. Pero el cansancio de los días de traslado y el ajetreo pudieron con él, y no tardó en quedarse dormido. Ahora un gran silencio reinaba allí en la noche, mientras los rostros y los agotados corazones solo se iluminaban con el tenue fuego de las velas.
Solo Gandalf permanecía despierto, y agarraba la mano de Pippin, que descansaba inerte sobre la manta color gris. Recordó la tercera noche de Pippin en Minas Tirith, cuando la batalla se aproximaba y Beregond le llevó dormido a la alcoba. Entonces temió mientras le veía dormir que en la inminente lucha el hobbit tuviera que sacrificar demasiado, pero que en ningún momento habría de faltarle valor. Ambas cosas se habían cumplido, y ahora la primera de ellas era una realidad sobrecogedora.
Pippin gimió débilmente, atrayendo la atención de Gandalf. Pero pronto se calmó. Sus párpados se movían, pero no había ni el más breve sobresalto en su frágil respiración, por lo que su sueño debía de ser muy tranquilo. Gandalf supo que la mente del hobbit estaba ahora muy lejos, perdida entre recuerdos. Quizá soñara de nuevo con sus compañeros, con sus viajes y correrías antes de que el mal amenazara el mundo.
Gandalf siempre estuvo ahí, con la Comunidad, para ayudarles hasta el final en todo. Pero había cosas que sólo podían resolverlas ellos mismos, y aquella era una de ellas. Gandalf solo podía observar y sobre todo, confiar y tener esperanza en esa fuerza que había oculta en el corazón del hobbit.
Y Pippin, sumido en ese profundo letargo de postración y fiebre, soñaba, y su mente se perdía entre viejos recuerdos.
 
**********

28 de noviembre de 3018
La recién unida Compañía del Anillo pasó varios meses en Rivendel. Para Pippin, cada día era una pequeña aventura. Siempre había dicho, desde que llegó allí, que era un lugar en el que daban ganas de estar para siempre, y en el que se pasaría el día cantando si encontrara la canción adecuada. El joven hobbit tenía mil cosas que descubrir y mil lugares donde corretear, siempre bajo la divertida mirada de sus habitantes. A veces, Merry prefería mirar antiguos mapas, algo que aunque Pippin encontraba igualmente fascinante, no lo era tanto como los aromas de Rivendel y sus altísimos árboles llenos de ramas y flores. Así que el joven hobbit solo pensaba en corretear, y sentarse a escuchar, como cuando era solo un niño, las historias de cada noche, a la luz y calor del fuego.
Esa mañana salió temprano, dispuesto a enseñarle a Merry algo que había descubierto en sus correrías. La curiosidad del hobbit era tal, que todo lo que le parecía fuera de lo común le resultaba fascinante. Un enorme tapiz, asentado en un salón que conducía a un hermoso patio donde solía estar cada tarde, había atraído su mirada y su atención. Había unas bellas columnas de marfil y plata, y en el centro, alentada por varios elfos que tocaban diversos instrumentos, estaba una hermosa dama elfo, de vestidos violáceos y largos cabellos negros, que tocaba un arpa y parecía cantar. Aunque no podía oírlos dado que solo era una imagen, Pippin casi podía sentir la belleza de los cantos en su corazón.
- ¿No te parece bellísima? -dijo con un deje de ensoñación y respeto en la voz.
- Es un retrato muy hermoso... -respondió Merry; los dos lo contemplaron en silencio- Como muchos de los que hay en este bello lugar, querido primo. Aunque este en particular... Tiene algo especial, sin duda... -hasta ellos llegó entonces un sonido apagado y hermoso, como si a lo lejos varias voces entonaran una melodía.
- ¡Son los cantos! Ya han empezado. ¡Vamos!
Los dos se levantaron y Merry se adelantó, y Pippin, que seguía a Merry entretenido y como sin saber lo que hacía, se quedó atrás, hasta que salió de su atolondramiento.
- ¡Espera, Merry! -le gritó.
De repente tropezó con alguien, y tras recobrar la compostura se apresuró en disculparse, abochornado. Ante él tenía a la misma dama elfo que había visto la mañana que salió a ver a Frodo; pero la mente del hobbit, preocupada en buscar una buena forma de disculparse, no había caído en la cuenta. Solo sabía que era la misma dama del retrato, y un color rojo subió a sus mejillas.
- ¡Mis disculpas, mi Señora!... -dijo aturdido, caminando un momento hacia atrás, con las manos a la espalda- No miré por dónde iba... ¡Esto es muy grande! -y con una reverencia, marchó rápidamente.
Entonces se detuvo, pues sentía como si la mirada de la bella elfa se le clavara en la nuca, y de nuevo, como cuando salió aquella mañana por primera vez, le atravesara más allá del pensamiento. Sintió que le faltaba el aire, y una extraña sensación de familiaridad, como la sombra de un recuerdo que regresa tras ser olvidado, parecía recorrer su cuerpo con cada latido de su corazón, que ahora sentía golpear con fuerza bajo sus manos. Merry, al ver que su compañero no corría tras él, se detuvo y le miró extrañado.
- Pippin... ¿te encuentras bien? De repente te has puesto muy pálido.
- Sí... -balbució- Es sólo que... -guardó silencio un momento; luego, como si despertara  de un sueño, sacudió la cabeza y miró hacia atrás. Ella ya no estaba. Aún así se quedó con la mirada perdida entre los árboles, hasta que Merry le apremió, y Pippin rió despreocupado- No, nada... Ya ha pasado. ¡Anda, vamos! ¡No te quedes atrás!
Los dos hobbits echaron a correr entre risas. Detrás de una columna, Mavrin, con las manos contra el pecho, les miraba, y luego desapareció entre los árboles.
 
Esa noche los dos hobbits cerraron los ojos apenas cogieron sus camas y durmieron profundamente, agotados de sus correrías y descubrimientos. Otro día de felicidad y buenos momentos había concluido en Rivendel, y también el final esos días maravillosos se estaba acercando.
La puerta del cuarto de los hobbits se abrió con lentitud, y Mavrin, una figura alta y elegante, con un pelo azabache que a la tenue luz de las velas era como una larga sombra, entró en la habitación.
En una de las camas, enorme para su tamaño, Pippin dormía profundamente. Bajo la sedosa y exageradamente grande manta dorada, solo asomaba una espesa mata de pelo rizado. Cuando la elfa se acercó le vio mejor, y contempló su rostro sereno, casi infantil, pero que ya empezaba a ser surcado por las finísimas líneas de la inminente edad adulta. Con mucha delicadeza se sentó a su lado, y tocó con suavidad su rostro, con la gracia y la ternura de una madre que visita a un hijo enfermo durante la noche para ver si le ha bajado la fiebre.
Y muy bajito, como el susurro de la brisa, empezó a cantarle. Durante un instante el hobbit se agitó en sueños; luego, como si escuchase la canción, se quedó muy quieto, y durmió profundamente, y a Mavrin le pareció que esbozaba una sonrisa. Y durante largo rato se quedó sentada a su lado, mirándole, y sus largos dedos acariciaban sus cabellos rizados.
Ella sabía que él no podía recordarla, ni aún dentro de sus más profundos sueños, pues la voluntad de ella quiso que poco a poco la fuera olvidando; y ahora, pasados ocho años desde aquella despedida, los recuerdos del hobbit sobre ella se habían borrado del todo. Pero la voluntad del hobbit sentía la llamada de ese recuerdo perdido en algunas ocasiones.
Besó su frente, y con una leve sonrisa salió de la habitación.
Al día siguiente Pippin despertó sintiéndose dichoso y protegido, como si alguien hubiese estado velando sus sueños toda la noche.
 
18 de Diciembre de 3018.
...
- Hablas con gravedad -dijo Elrond-, pero no estoy seguro.  La Comarca, presiento, no está libre ahora de peligros y había pensado enviar a estos dos de vuelta como mensajeros y para que trataran allí de prevenir a la gente, de acuerdo con las normas del país.  De cualquier modo me parece que el más joven de los dos, Peregrin Tuk, tendría que quedarse.  Me lo dice el corazón.
- Entonces, señor Elrond, tendrá usted que encerrarme en prisión, o mandarme a casa metido en un saco -dijo Pippin-.  Pues de otro modo yo seguiría a la Compañía.
- Que sea así entonces.  Irás -dijo Elrond y suspiró-.  La cuenta de Nueve ya está completa.  La Compañía partirá dentro de siete días.
("El Anillo va hacia el Sur")
 
25 de diciembre de 3018
...
 Muchos otros de la Casa de Elrond los miraban desde las sombras y les decían adiós en voz baja.  No había risas ni canto ni música.  Al fin la Compañía se volvió, desapareciendo en la oscuridad.
   Cruzaron el puente y remontaron lentamente los largos senderos escarpados que los llevaban fuera del profundo valle de Rivendel, y al fin llegaron a los páramos altos donde el viento siseaba entre los brezos.  Luego, echando una mirada al Ultimo Hogar que centelleaba allá abajo, se alejaron a grandes pasos perdiéndose en la noche.
("El Anillo va hacia el Sur")

Desde un balcón asentado en una de las más bellas estancias de la Última Morada, Mavrin vio como la Comunidad marchaba a afrontar la mayor misión de sus vidas. Sintió un escalofrío al pensar que muchos serían sacrificados. Pippin no miró atrás, ni la vio asomada como la primera vez, pero ella inclinó la cabeza, y se llevó la mano al pecho en un gesto de respeto y de buenos deseos. Elrond entró en la habitación.
- ¿Mavrin? -llamó- Finalmente ha partido con ellos. Mi corazón me previno, como el tuyo lleva haciéndolo durante los últimos días. Pero un gran fuego de determinación arde en el corazón de ese pequeño, y ni si quiera mis prevenciones han podido apagarlo -rió.
- Has hecho lo correcto -dijo ella, como si adivinara su pensamiento-. Nadie puede entrometerse en el destino si este ha sido sellado. Pero aún así la congoja sigue oprimiendo mi corazón. Hay algo de esa profecía que no llego a entender aún... La hazaña con su vida pagará... Sin el hijo de la roca y la Piedra del Elfo... -confusa, sacudió la cabeza- Creo entender esas palabras, pero estoy llena de dudas...
Algo se iluminó entonces en los ojos del Señor de Imladris, como si hubiera comprendido.
- Edhelharn8... La Piedra del Elfo. Y el Hijo de la Roca es sin duda hijo del linaje de Durin -dijo.
- Edhelharn... -murmuró Mavrin- El joven Estel... De él habla mi profecía. Y el hijo de Dúrin. Él va con ellos entonces, no tengo nada que temer... -Mavrin dejó de hablar, como si no estuviera del todo convencida de lo que decía e intentara hacerlo.
 Hubo un largo silencio, hasta que Elrond habló.
- Le aprecias mucho, ¿no es así? Al joven Mediano.
 Mavrin sonrió.
- Sí. No sé por qué, pero algo muy fuerte me une a él... Desde el día que le salvé la vida. Cuando le vi en el río... Pensé que había perdido para siempre mi don, y... -hizo una pausa; brillantes lágrimas de plata llenaron sus ojos- No quería, no me atrevía ni a intentarlo, porque temí que también le perdería a él. Pero algo me dijo que él era mi destino, el mediano del que hablaban mis sueños. Y es el único que ha resistido, tras mis largos años de dolor y sufrimiento sin atreverme a emplear mis dotes curativas. Ese joven mediano tiene sin duda algo muy especial -levantó la cabeza, y los ojos, aunque llenos de lágrimas, brillaron de orgullo- Cuando le miro a los ojos, es como si volviera a ver a mi pequeño... Ithladin... Tiene ese mismo fuego en el corazón, esas mismas ganas de vivir.
Elrond sonrió.
- Sé a lo que te refieres, mi Dama. Pero es algo que no está en nuestras manos. Ningún destino está sellado, pues hay muchas cosas que al final pueden torcerlo. Confía en que se cumpla hasta el final, porque eso significará su salvación. Ya no depende de nosotros.
Y besando su mano se dispuso a retirarse. Mavrin no respondió, y perdida en un mundo de dudas, solo inclinó la cabeza a modo de respetuoso saludo. Elrond dejó la habitación. Mavrin se tendió en el banco decorado con sedas y telas hermosas, pero no cerró los ojos. Un gran temor seguía asentándose dentro de ella, y ni las palabras de Elrond ni el esperanzador pensamiento de saber quienes acompañaban al joven Mediano conseguía deshacerlo. Una gran fuerza se empezaba a desatar en su interior, y el fuego de los Noldor ardía en su corazón, lleno de determinación, con más fuerza que en los últimos años.
 
**********

 Ya era noche cerrada cuando Aragorn entró en la tienda para ver cómo estaba Pippin. Gimli dormía, y Gandalf no se había movido del lado del hobbit.
- ¿Cómo están Sam y Frodo?
- Están bien. Siguen durmiendo. Es lo único que necesitan -señaló a Pippin con un ademán, y se sentó junto a ellos, poniendo una mano en la frente del hobbit- ¿Cómo sigue él?
- Está soñando... -dijo Gandalf- Su mente ahora está muy lejos, perdida entre recuerdos. Lleva varias horas así, sumido en sueños agradables. Lo cual agradezco, dentro de lo malo.
 Aragorn apartó la mano e hizo una mueca.
- Vuelve a tener fiebre... -se apresuró en mojar la frente y el pecho del hobbit con agua fresca, y hasta pasó el lienzo por sus labios resecos- Legolas me lo dijo antes; lleva varios días ardiendo. Finalmente las heridas han podido con él. Ay, ¡espero que lo resista!
- Claro que lo hará. ¡Nunca desconfíes de la voluntad de un hobbit! -afirmó Gandalf- Si hay algo que he aprendido tras largos años conviviendo con esta pequeña gente, es que nadie en este bendito mundo posee su entereza.
Y a la vez que caía la primera noche desde que el campamento llegó a Ithilien, los sueños de Pippin se desvanecieron entre oscuridad y fiebre.
 

 
8 Sindarín "Piedra del Elfo", nombre que se le otorga a Aragorn.



1 2 3 4 5 6 7 8 9

  
 

subir

Películas y Fan Film
Tolkien y su obra
Fenómenos: trabajos de los fans
 Noticias
 Multimedia
 Fenopaedia
 Reportajes
 Taller de Fans
 Relatos
 Música
 Humor
Rol, Juegos, Videojuegos, Cartas, etc.
Otras obras de Fantasía y Ciencia-Ficción

Ayuda a mantener esta web




Nombre: 
Clave: 


Entrar en el Mapa de la Tierra Media con Google Maps

Mapa de la Tierra Media con Google Maps
Colaboramos con: Doce Moradas, Ted Nasmith, John Howe.
Miembro de TheOneRing.net Community - RSS Feed Add to Google
Qui�nes somos/Notas legalesCont�ctanosEnl�zanos
Elfenomeno.com
Noticias Tolkien - El Señor de los AnillosReportajes, ensayos y relatos sobre la obra de TolkienFenopaedia: La Enciclopedia Tolkien Online de Elfenomeno.comFotogramas, ilustraciones, maquetas y todos los trabajos relacionados con Tolkien, El Silmarillion, El Señor de los Anillos, etc.Tienda Amazon - Elfenomeno.com name=Foro Tolkien - El Señor de los Anillos