Corazón de Hobbit (Libro II)

12 de Agosto de 2004, a las 00:00 - Lily B. Bolsón
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8.  La Llegada de Mavrin

“Arrodillándose junto a la cabecera de Faramir, Aragorn le
 puso una mano sobre la frente. Y todos los que miraban sintieron que allí
se estaba librando una lucha. Pues el rostro de Aragorn se iba
volviendo gris de cansancio y de tanto en tanto llamaba a Faramir por su nombre,
pero con una voz cada vez más débil, como si él mismo estuviese alejándose,
y caminara en un valle remoto y sombrío, llamando a un amigo extraviado”.

J.R.R. Tolkien, El Señor de los Anillos, “Las Casas de Curación”


Al amanecer del cuarto día desde la caída de Sauron, Mavrin Ellindalë entró por fin a Minas Tirith. No era el primer elfo que veían en la ciudad durante los últimos días, así que ningún hombre o mujer se sintió extrañado o invadido. Todos se sentían admirados ante su belleza, y el resplandor de luna que parecía desprender incluso a través de la capa grisácea, que a ratos parecía tan violeta como un atardecer. Muchos se inclinaban a su paso, y otros simplemente evitaban mirarla, como si la temieran. Se había apartado la capucha y su largo pelo negro caía como un río sobre sus hombros y contrastaba el lomo blanco perlado del corcel élfico,que caminaba elegante y majestuoso. Pero los extraños ojos de Mavrin no miraban a las gentes, sino que parecían buscar algo perdido en una lejanía inexorable. Fue entonces cuando un hombre salió a su paso.
- Mi hermosa dama, estos son días de jubilo para nosotros, pero no puedo daros paso sin que antes os identifiquéis. Decidme, ¿quiénes sois?
- No puedo daros mi nombre sin más –dijo ella-, pero me llaman Ellindalë, de la casa de Elrond el Medio Elfo.
- No sois el primer miembro de la Hermosa Gente que hemos visto estos días, y bienvenida seáis a Gondor, mi dama. Tampoco puedo evitar pensar que tenéis alguna relación con los otros. ¿Puedo ayudaros?
- Vuestra ayuda me sería grata, buen hombre. No soy solo una viajera cansada en busca de un refugio, aunque desde luego es algo que deseo. Busco a alguien. Quizá lo hayáis visto. Se trata de un mediano, un pequeño hobbit.
- ¿Mediano? Una curiosa petición la vuestra, hermosa dama –el hombre vaciló un momento- ¡Oh sí! Esa gente pequeña... El único mediano que conozco está ahora en las Casas de Curación, mi Señora... Fue herido en la batalla, hará unos trece días. Se portó como un auténtico héroe, dicen los otros hombres.
Mavrin sintió que la esperanza se le desvanecía, pues solo hacía cinco días que el presentimiento de muerte le había helado el corazón. Pero había otro mediano en las casas, otro de los nueve compañeros. Y la esperanza de Mavrin no se desvaneció del todo, pues quizá el guardia no había visto a Pippin, y también él se encontraba allí. Pero algo le decía a la bella elfa que el pequeño hobbit se encontraba muy lejos. Como si hubiese adivinado su preocupación, el guardia recordó algo de repente.
- Esperad... –dijo entonces el hombre- Conozco a otro... Si, ¡claro! ¡No sé como pude olvidarlo! El pequeño Príncipe... Formaba parte de nuestra guardia. Pero partió con el ejército hacia el Morannon. Creo que esta mañana llegaron algunos hombres desde allí. Quizá vino con ellos. ¡Obtuvimos la victoria, mi Señora! Eso es todo lo que sé, por el momento, pues nos llegó la buena nueva desde los cielos, en boca de las grandes águilas. ¡Realmente estos tiempos son extraños! ¿Puedo ayudaros en algo más?
- No, no os preocupéis... Aunque... Tengo que ver a alguien en las Casas de Curación... ¿Podréis indicarme el camino?
- Por supuesto. Y si queréis, conduciré a vuestro caballo a los establos.
Mavrin no dijo nada, pero agradeció al guardia inclinando la cabeza con una sonrisa y se bajó del caballo.

Merry suspiró. Estaba asomado al balcón, como casi cada día desde que Pippin partiera a Mordor, mirando al horizonte. La sombra ya no cubría las montañas, ni su alma, ni la de ninguno de los que allí había. Volvió a suspirar y se apartó del balcón, dejando aún un momento las manos rozando la baranda, a la que apenas llegaba dada su corta estatura.
En ese momento, Ioreth, una de las sanadoras, se acercó a la puerta.
- Tienes visita, joven Meriadoc.
- ¿Visita? –preguntó. Lo primero que pensó fue que era Pippin, o quizá Gandalf o algún otro de sus compañeros, y el corazón le dio un vuelco. Pero lo que entró cuando Ioreth se apartó y dejó la sala con una inclinación de respeto, fue una mujer.
Merry la miró. La mujer se envolvía el cuerpo en una capa gris, pero que parecía cambiar a su antojo según la luz que la tocara, y adquirir un precioso tono tan violeta como el crepúsculo. Merry recordó su capa, y supo que la de ella también era élfica, aunque quizá de otro material y manufactura que Merry no alcanzaba a averiguar. Bajo la capucha alcanzó a ver un suave resplandor, bello y puro. El pelo, negro como el azabache, cayó como una cascada cuando la mujer descubrió su rostro. En él brillaban dos ojos verdes, pero que a la luz del crepúsculo parecían tan grises como el cielo. Merry supo que estaba ante una elfa, y sin saber muy bien porqué, un enorme respeto le obligó a inclinarse profundamente.
- Buenos días, joven Meriadoc.
Merry vaciló un momento, y se puso en pie.
- Mi señora... ¿cómo es que conocéis mi nombre?
- Te vi muchas veces en Rivendel. Con el joven Peregrin –dijo ella.
Merry recordó de repente la hermosa pintura que había descubierto Pippin, y cuánto se asemejaba la dama del lienzo a la que tenía ahora delante, pero no dijo nada. La curiosidad podía con él y no quiso intentar atisbar cosas, sino averiguarlas.
- ¿Venís de allí? –preguntó.
- Así es. Aunque no siempre he vivido allí.
- Bueno, es solo... que no me hubiera esperado ver a una doncella elfo aquí... –dijo, abochornado- ¿Os envía alguien? ¡Oh! Perdonad mi atrevimiento... Yo...
Ella rió divertida, y Merry enrojeció aún más.
- No te preocupes... Puedes preguntar lo que quieras. Estoy aquí por él, por el joven Peregrin –Merry  la miró confuso, pero no preguntó- Él... No está aquí.
- ¿Conocéis a Pippin? –preguntó Merry- Es primo mío. Bueno, es algo más que eso. Prácticamente hemos crecido juntos, es mi mejor amigo.
- Lo sé... –dijo ella con una sonrisa, pero Merry no pareció escucharle. El hobbit se perturbó de repente, como recordando algo que le hubiera entristecido.
- Me temo que ahora no está aquí. Partió hace días con el ejército hacia la Puerta Negra. Los hombres han ganado la batalla. ¡Mordor ha caído! –Merry vaciló un momento, pero luego sonrió- No... Ya no debo temer decir ese nombre. ¿Veis? La oscuridad se ha desvanecido. Bueno... Dicen los hombres que llegaron esta mañana que han partido hacia Ithilien para reposar. Quizá al día de hoy ya han llegado. Pero ¡ay! Por mucho que lo desee, yo aún no puedo ir, y la Dama Éowyn tampoco... Nos hirieron en la batalla. Me siento mucho mejor, pero aún necesito descansar... -Merry se estremeció al recordar el campo de batalla, y un dolor frío se extendió un momento por su brazo.
Mavrin le puso las manos en los hombros, inclinándose ante él.
- Has vivido muchas experiencias, más que esos guerreros que han combatido allá afuera – le dijo- Y algunas estuvieron plagadas de oscuridad. Tus ojos me lo dicen, pequeño hobbit.
- ¿De qué conocéis a Pippin? Si puedo preguntarlo.
- Le conocí hace mucho tiempo... –se interrumpió al ver la expresión de Merry, entre sorprendida y confusa- ¿Qué te ocurre, joven Meriadoc?
- Es solo... que creo haber escuchado esa historia antes... –algo se iluminó entonces en los ojos de Merry, como si por fin hubiera recordado algo, y así fue; en el rostro del mediano se dibujó una mirada pícara y sonriente-. ¿Fuisteis vos quien le encontró y cuidó cuando se perdió en el bosque?
Ella asintió en silencio.
- ¡Vaya! –silbó Merry- Hace tanto de eso... Bueno, no ha pasado tanto tiempo, pero... No volvimos a hablar de ello. Fue como si nunca hubiese ocurrido... Cualquiera diría que fue solo un sueño... Es como si él lo hubiese olvidado... –añadió al ver que Pippin no había dicho nada ante el cuadro que vieron en Rivendel.
- Lo sé. Y es mejor así –dijo ella.
- Os he reconocido porque él siempre me decía que esa doncella tenía unos ojos muy especiales. Eran verdes como el bosque, pero grises como el mar cuando el día está nublado. Y que al mirar en ellos... Parecía que podías encontrar muchas cosas... ¡Oh! Perdonad mi atrevimiento... –murmuró, enrojeciendo de nuevo.
Ella volvió a reír. Hubo un momento de silencio, hasta que Merry volvió a hablar. El hobbit tenía la mirada fija en el Este, al que ya los hombres no temían mirar. En el jardín de al lado, la Dama Eowyn sonreía por fin feliz, con flores en el pelo, y a su lado Faramir la miraba.
- No sé nada de Pippin desde que le vi partir. Yo no pude ir... Pero me sentí orgulloso por él. ¡Pobre Pippin! Seguro que ha pasado mucho miedo... Yo también he tenido mucho miedo... Pensé que moriría aquí...  –y como si le atenazara un dolor, calló y cerró los ojos- No... Pippin no. Si hemos llegado hasta aquí, y vencido, y la oscuridad ha pasado, las cosas volverán a ser como antes. Estoy seguro.
Mavrin admiró el brillo de determinación de los ojos de Merry, y una vez más se percató de la raza extraordinaria que eran los medianos. Guardó silencio un momento, y luego habló.
- Un presentimiento frío me atenaza desde que entré en esta tierra. Pero no... Mi corazón se niega a creer que haya muerto.
Merry sonrió levemente.
- También el mío, mi Señora... –y al decir esto enrojeció hasta las orejas.
Mavrin y Merry hablaron durante un buen rato, mientras el sol subía allá, en un oeste que se abría a nuevas esperanzas. Entonces, ella sonrió, con un brillo de decisión en los ojos; se envolvió en su capa, apartándose del balcón, y besó la frente de Merry.
- Adiós, joven Meriadoc. He de ir. Tengo que verle, pues mi corazón no descansará tranquilo hasta ese entonces. Quizá nos veamos en otro momento más dichoso.
Le saludó con una inclinación de la cabeza y partió, envuelta en su capucha oscura. Agradeció a los hombres de los establos el haber cuidado a su fiel corcel, y tras montar en él, salío de la ciudad y dejó atrás las altas murallas, muchas derruídas, y algunas aún en pie, como un árbol especialmente tenaz tras una tormenta devastadora. Merry la vio cabalgar como un resplandor de azabache y plata sobre un rayo de luz blanca.
     
Mientras Mavrin entraba en Minas Tirith, el día despertó en Ithilien con los rayos del sol filtrándose entre los árboles. Esa mañana Pippin amaneció sin apenas fiebre, pero se mantenía aún sumido en aquel sueño insondable que lo había acompañado durante su convalecencia, y que parecía cada vez más profundo. A su lado Gimli murmuraba, con las manos sobre la frente en actitud cansada, y tenía el aspecto de no haber dormido nada esa noche. Elladan hablaba con Aragorn a la entrada, y Elrohir había ido a ver a Frodo y Sam.
La noche anterior había sido la más larga y terrible hasta el momento para los que siempre estaban pendientes del estado de Pippin. El pronóstico de Aragorn se había cumplido, y el agotamiento y las heridas le había sumido en una fiebre casi contínua. Intentaron hacerla bajar rápidamente haciéndole beber infusiones de hierbas y medicinas, pero el hobbit estaba tan debilitado que vomitaba todo lo que le daban. Llegaron a temer realmente que no pasaría de esa noche, y que la fiebre se lo llevaría en medio de algún tipo de ataque. Pero los continuos cuidados de Aragorn y de los hijos de Elrond redujeron el riesgo al mínimo, y para cuando amaneció apenas tenía una ligera calentura.
Finalmente Aragorn se despidió de Elladan y volvió a entrar a la tienda, y se sentó en el lecho con cuidado.
- Ve a descansar, Gimli –dijo Aragorn al ver al enano-. Te lo mereces. Ya no corre ningún peligro inmediato. Yo me quedaré con él unas horas. He mandado a Elladan a ir en busca de athelas, pues me temo que nos van a hacer más falta de la que pensaba.
Así, durante los dos días siguientes y con la ayuda de la fragante y casi milagrosa hierba, la fiebre bajó poco a poco, en violentos altibajos, rota por breves momentos de tranquilidad, de sueño profundo sin delirios que parecían hacerle recuperar las fuerzas, y también a aquellos que le velaban las esperanzas. Estos intervalos coincidian con las breves apariciones de Aragorn, como si su sola presencia infundiera en el hobbit una paz más profunda que sus temores. Entonces la noche del quinto día la fiebre remitió del todo, y las pesadillas y delirios se desvanecieron.
Había así pasado ya seis días desde la batalla en la Puerta Negra, y el campamento se preparaba para recibir a los hombres de Minas Tirith, pues una gran celebración estaba a punto de acontecer en cuanto los heridos más graves estuvieran recuperados.
          
Era media tarde cuando el barco en que iba Merry por fin atracó en la orilla del Anduin. El hobbit había sido convocado, junto a muchos de los hombres, para llevar víveres a Osgiliath y a la recién recuperada Cair Andros; luego, algo más de ayuda al campamento de Cormallen, en donde luego se quedarían. Impaciente por ver a Pippin y a sus amigos, fue de los primeros en bajar del barco y preguntar a los hombres que ayudaban con el desembarco dónde estaba el campamento de los heridos, y corrió como una exhalación buscando entre las tiendas. Entonces vio a Gandalf, fumando su larga pipa.
- ¡Gandalf! –exclamó- ¡Qué alegría verte! Entre tanta gente creí que me perdía... ¿Sabes dónde están Pippin, Frodo y Sam? Me han dicho algo de los pabellones de los heridos... Pero no sé donde empezar a buscar...
- No están con los heridos. Aragorn ha querido que estén cerca de él, y debes buscarlos en su tienda. Ven... Te llevaré con ellos.
Merry fue tras él, intentando seguir el paso ágil del mago.
- ¿Cómo están, Gandalf? ¿Se pondrán bien?
- Sam y Frodo están descansando. Aragorn los ha atendido bien, les ha salvado de una muerte segura, y ahora lo único que necesitan es dormir. Solo están agotados, tras muchas penurias y cosas que ni alcanzamos a imaginar. Y Pippin... –Gandalf no dijo más.
- ¿Qué? ¿Qué pasa con Pippin? ¿Gandalf...?
- Gimli lo encontró tras la batalla. Ninguno queremos imaginar lo que habría sido de él si no lo hubiera encontrado a tiempo. Aragorn logró reanimarle, pero sufre muchas contusiones. Ni si quiera el mismo Aragorn estaba seguro de si podrá salir adelante.
Merry le miraba con el rostro inexpresivo, pero el terror brillaba en sus ojos, y se sintió como si le oprimieran el corazón con unas manos frías y descomunales. Apenas en un hilo de voz, preguntó:
- ¿Dónde está, Gandalf? Por favor... Quiero verle.
- Ven conmigo.

Cuando llegaron, Merry sintió que el alma se le caía a los pies. Allí tendido, inmóvil, Pippin solo parecía estar apaciblemente dormido. Pero esa primera impresión era engañosa. El rostro estaba pálido, y había algo en él que delataba algo peor que un simple sueño profundo. Pero a la vez, la serenidad que irradiaba inspiraba a creerlo.
Merry se acercó con precaución, lentamente, a la cama; Aragorn le seguía y ponía una mano sobre su hombro. Entonces se dio cuenta de que Gimli estaba allí sentado, en un taburete al lado de la cama. Le saludó, y el hobbit le correspondió inclinando la cabeza.
- Gimli no se ha apartado de su lado en todos estos días –le dijo Aragorn en voz baja-. Él le encontró, y desde entonces le ha cuidado, día y noche.
Pero durante todo este tiempo Merry no apartó la mirada de su amigo, que yacía envuelto en sueños abismales. Desde que la fiebre cesó, solo había quedado el sueño; ese letargo profundo e impenetrable. Finalmente estuvo a su lado, y se dejó caer de rodillas.
- Pippin... Pippin, soy yo, Merry... Despierta... –la voz se le quebró; pronto las lágrimas corrieron por sus mejillas. Cogió sus manos, que estaban heladas- ¿Pip?...
- No te escucha –dijo la voz de Aragorn a sus espaldas-. Duerme profundamente.
Y en ese momento Merry supo que el ganar una guerra no era siempre motivo de júbilo, y que muchas veces la victoria provocaba un dolor más hiriente que el de la derrota. La mano de Aragorn volvió a posarse en el hombro del hobbit
- ¿No puedes hacer nada por él? –preguntó Merry girándose de repente- Tú me salvaste... ¿No puedes curarle también a él?
- No, Merry, yo ya he hecho lo que he podido. Ahora todo depende de él. Todo depende de su voluntad de seguir adelante.
Merry miró a Gimli. El enano tenía el rostro serio y demudado, pero asintió con una leve sonrisa. Merry suspiró.
- ¡Entonces seguro que se recuperará! Nadie tiene más ganas de vivir que él, Aragorn –y mientras lo decía sonreía, en medio de las lágrimas.
     
Esa noche pareció eterna para Merry, a oscuras, en silencio, escuchando solo la leve respiración de Pippin y el sonido del viento que golpeaba con fuerza las lonas del pabellón. Embargado por la preocupación, el hobbit no dormía, siempre de rodillas al lado del camastro, agarrando con fuerza las frías manos de su joven primo.
“No puede oírte”; las palabras de Aragorn penetraron en su mente con el dolor de una verdad que se negaba a aceptar. ¿Por qué no iba a poder oirle? Era imposible. Seguro que podría. Pero esa noche se mantuvo en silencio, pues aunque quisiera, ninguna palabra era capaz de salir de sus labios.

Al día siguiente, Merry despertó con un sobresalto. Se había quedado dormido finalmente, y alguien le había recostado y tapado en el pequeño lecho de al lado, que estaba vacío. Se incorporó, nervioso, en apenas unos segundos pudo preguntarse donde estaba y al recordarlo todo de repente, volvió a sobresaltarse. Entonces vio que estaba en el mismo sitio, al lado del lecho donde Pippin dormía. Uno de los curadores estaba con él. Con una mano, sostenía la cabeza de Pippin, levemente levantada del almohadón; la otra mano le acercaba un pequeño cuenco a los labios. Merry observaba en silencio. Entonces el hombre vio que Merry se había despertado y sonrió.
- Buenos días –le dijo. 
Merry hizo un leve gesto como respuesta, sin apartar la mirada.
- ¿Puede... ya puede comer? –preguntó ansioso- ¿Está mejor?
   - No, aún no puede... –dijo con una sonrisa- Esto es un caldo especial que preparamos cuando los heridos o enfermos no pueden comer. Lleva leche aguada, azúcar y algunas hierbas. Les ayuda a aguantar y a recuperarse. Es muy nutritivo... –volvió a dárselo y Merry observó atentamente como lo hacía; con mucha delicadeza y muy despacio, vertía unas pocas gotas, esperaba, y luego lo hacía de nuevo- Solo unas gotas, y con mucho cuidado, o puede ahogarse.
Merry reprimió una sonrisa.
- Cuando se ponga bien, va a tener mucha hambre... –dijo.
Esperó a que el sanador acabara su labor y se marchara, y entonces se acercó a la cama. Cogió la mano de Pippin.
- Ya salió el sol, Pip... –le dijo. Un gesto de frustración se dibujo en su rostro al pensar que no podiá oírle.
La lona de la tienda se abrió, y apareció Aragorn.
- ¿Ah, ya estás en pie, Merry? Anoche te quedaste dormido de rodillas, viejo amigo.
- No se despierta –dijo Merry de repente-. Ni siquiera se mueve. ¿Cuándo va a abrir los ojos?
Aragorn no dijo nada. Se sentó al lado del lecho.
- El sanador me ha dicho que parece estar mejor –dijo-. Pero preferí asegurarme en persona.
Sin rastro de fiebre y sumido en un impenetrable letargo, le recordó a como estaba hacía apenas unos pocos días, cuando temió por su vida. Pero algo había cambiado; su rostro, antes lívido y enfermizo, estaba aún pálido, pero ahora ligeramente sonrosado en las mejillas. También la respiración, antes difícil y casi convulsiva, era ahora un poco más profunda, y por las manos, que ya no estaban tan frías como el mármol, sentía fluir la sangre con más energía.
Aragorn cogió las manos del hobbit y las juntó, agarrándolas con fuerza. Cerró los ojos y su rostro adquirió un tinte serio y concentrado. Sus labios murmuraban algo que no alcanzaba a oirse. Merry comprendió entonces: le estaba llamando, como intentando penetrar más allá de lo visible. Nunca le había visto hacerlo, pero por lo que le había contado sabía  que él había sido llamado también, cuando yacía en las Casas de Curación, condenado a un sueño eterno y frío tras haber sido envenenado por el Hálito Negro. El hobbit lo observaba en silencio, casi conteniendo el aliento. Entonces Aragorn abrió los ojos, callado por unos instantes, y luego sonrió sin despegar los labios. Volvió a acercarse más a Pippin, ladeándole levemente la cabeza con la otra mano, y le habló con firmeza, pero con voz dulce, como si le intentara despertar. Durante unos instantes no pasó nada. Y entonces Merry lo vio, tan leve que creyó habérselo imaginado. Conteniendo el aliento, se acercó más. Aragorn le llamó de nuevo; Merry vio temblar un leve instante los labios de Pippin... y, claramente, los ojos movíendose enérgicamente bajo los párpados cerrados
Merry intentó decir algo, mientras ansiosamente señalaba a Pippin y luego le señalaba a él. Aragorn se limitó a sonreírle.
- ¿Ves? Puede oír. Quizá aún no demasiado, pero puede hacerlo –le dijo-. Ayer me empecé a dar cuenta de que algo había cambiado, mientras tú habías ido con Gandalf a ver a Frodo y Sam. Estaba aquí con Elladan, y dije que me iba afuera un momento, a estirar las piernas mientras fumaba mi pipa. Entonces Pippin me tiró de la manga. Casi me caigo de la impresión. ¡Vete a saber lo que nos entendió el muy pícaro! –rió-. Pensé que quizá me lo había parecido, pero siguió tirando un poco más y luego volvió a quedar inmóvil. Podría haber sido algo transitorio, por lo que decidí esperar; pero ahora se ha confirmado. Está mucho más fuerte que estos días anteriores, y estoy cada día más seguro de que se va a recuperar.
Cogió con fuerza la mano de Pippin, y acercó una de las trémulas manos de Merry hacia ella, hasta que se tocaron.
- Cuando estés con él, nunca le sueltes la mano, y nunca pares de hablarle, pues es muy posible que pueda escucharte, Merry –le susurró-. Escuchar una voz que le es bien conocida le hará recuperarse muy pronto, estoy seguro. Ahora debo irme. Pero no dudes en llamarme si pasa algo.
Le dio una palmada cariñosa en el hombro y salió de la tienda. Una ligera brisa de flores y hojas perfumadas entró durante el breve momento en que esta estuvo abierta. Merry sonrió, y de repente, se sintió más animado.
En esos momentos, Merry estaba solo en la tienda. Legolas, que estaba fascinado por la belleza de aquel lugar puro, había llevado consigo a Gimli a admirar los grandes y viejos árboles, y respirar toda la majestuosidad que parecían irradiar. No era raro verle vagar solo por el bosque, o encontrarle admirando un atardecer en un claro. Aragorn a veces estaba con ellos, y otras veces, con Elladan y Elrohir. Pero varias veces al día, cualquiera de ellos aparecía en el campamento, siempre vigilantes.
Así que Merry, ahora, estaba solo. Miró a Pippin, yaciendo en el lecho, completamente dormido, cubierto hasta la mitad del pecho con una manta grisácea. El camisón estaba entreabierto, y se veía levemente la venda que le cubría el pecho. La de la cabeza ya se la había quitado, y ahora la frente estaba al descubierto. Los rizos dorados y húmedos caían desordenadamente sobre ella. Una de sus manos descansaba en la manta; la otra estaba sobre el pecho, y Merry la acariciaba continuamente, con dulzura. Y empezó a hablar.
- Pippin... Soy yo, Merry. Estoy aquí, finalmente he podido venir desde Minas Tirith. ¿Sabes? hemos venido en barco. No es nada extraño para los Brandigamo, que adoramos los botes y los ríos... Sin duda, seguirán viéndonos como la familia más extraña de la Comarca... –rió por un breve instante-. Gimli me contó lo que hiciste en la Puerta Negra. Un enorme troll... tú solo... Gimli está bien, él te encontró, ¿sabes? Dijo que... –vaciló un momento, como si se horrizara de lo que iba a decir- temía que estuvieras muerto. Pero te encontró,  te llevó hasta Aragorn, y él te salvó... Como hizo conmigo, cuando herí al Rey Brujo y mi brazo quedó inutilizado, y me sumí en ese sueño tan profundo... Como tú ahora... Bueno, desde entonces no se separan de ti. Estuvimos todo el día aquí, contigo. Y Frodo y Sam, ¡casi les olvido! lo han conseguido, ¿sabes? Han podido destruir el Anillo. El mundo se ha salvado... Están aquí ahora, en el campamento. Están dormidos, como tú, pero Aragorn dice que se van a recuperar muy pronto. Cuando despiertes... podrás verles –paró un instante, luchando por deshacer el nudo que de repente tenía en la garganta- Sí, podrás verles... Tendrán tanto que contarnos...
>>Tengo muchas ganas de que despiertes, y también me cuentes todo lo que pasó... ¡Ah, las águilas! Seguro que las viste aparecer en el cielo, tan grandes y majestuosas. Como en las historias de Bilbo... Fueron ellas las que nos dieron la noticia de que el Señor Oscuro había caído. Tenías que haber visto a la gente, Pip. No cabía en sí de gozo. Yo... yo estaba tan aturdido, que no recuerdo bien lo que ocurrió, me vi alzado por tantos brazos y vi tantas caras alegres –rió-. Pero luego de la alegría, me tocó pensar... ¿y mis amigos? ¿Cómo estarán Frodo y Sam? Mi queridisímo Frodo, ¿habrá podido salir con vida de ese infierno? ¿O habrá tenido que sacrificarse? Y tú... ¿cómo estarías tú?... –la voz se le atascó en la garganta un instante- Una parte de mí deseaba con tanta fuerza estar allí... Cuando te ví marchar, sentí tanta envidia, pero a la vez... Tenía miedo. Miedo de que llegara a pasar algo. Y algo ha pasado... eso sin duda.
Paró un momento. Dejó de acariciar la mano de Pippin, y en lugar de eso, la apretó con fuerza. Siguió hablando luego, mientras la cálida luz del atardecer dibujaba en el suelo una gran raya blanca.
- ¿Quién nos iba a decir que acabaríamos así cuando decidimos salir de la Comarca a acompañar a Frodo? Y podríamos habernos quedado en Rivendel... Ya lo dijo el señor Elrond... Pero por otro lado... Creo que este viaje es una de las cosas más grandes que hemos hecho nunca, y sé que no puedo estar nunca arrepentido de esto. La tierra tal como la conocemos se ha salvado, aunque para ello hayamos tenido que sufrir tanto dolor... Hay cosas que valen la pena, y esta ha sido una de ellas... Esto nos ha cambiado, Pippin... –sonrió- Para bien o para mal, pero nos ha cambiado. No, no puedo estar arrepentido. Solo muy orgulloso...
De repente, y a un ritmo cada vez más constante, algo repiqueteó en las lonas de la tienda. Merry vio que en el techo se dibujaban unas manchas oscuras, como motas, de las que iban apareciendo cada vez más. Eran gotas de lluvia.
- Mira, Pippin... ¿lo oyes? Está lloviendo. ¿Cuánto tiempo hace que no veíamos la lluvia desde que llegamos aquí? Recuerdo lo mucho que te gustaba salir bajo la lluvia y jugar en los charcos. ¡Cuántas broncas no nos ganamos con aquello! Eso... eso me ha recordado algo. ¿Recuerdas cuando éramos pequeños, y te sentías enfermo o triste? Yo te cantaba entonces una canción que me enseñó mi madre hace muchos años. ¿La recuerdas? Seguro que sí...
Guardo silencio unos instantes, y entonces, empezó a cantar:

La noche vendrá,
las estrellas brillarán altas.
La lluvia caerá,
pero conmigo a salvo estás.

Y no llores ya más,
el dolor se marchará,
y juntos tú y yo
reiremos bajo el Sol.

Y brillará el Sol
cuando la tormenta se marche,
y brillará el Sol
y jugaremos tú y yo...
     
La noche ya cayó,
las estrellas están brillando.
La oscuridad  vendrá,
pero conmigo a salvo estás.

Y no llores ya más,
la tormenta marchará
y juntos tú y yo
jugaremos bajo el Sol.
     
Y brillará el Sol
cuando todo el dolor se marche,
y brillará el Sol
y reiremos tú y yo...

Merry paró de cantar, mirando al suelo, sin soltar las manos de Pippin. No pudo evitar que las lágrimas empezaran a correr por sus mejillas, en silencio. Oyó entonces un leve gemido, y levantó la vista, ansioso. Le agarró la mano que reposaba sobre el pecho y la acarició con dulzura; debajo, el pecho vibraba con cada respiración.
¿Estaría teniendo una pesadilla? ¿Le había escuchado e intentaba decirle algo? No estaba seguro, pero intentó mantener la calma, y apretó la mano de su primo con fuerza, sin dejar de hablarle, con suavidad, como intentando tranqulizarle.
Entonces recordó algo. Ella, la bella dama elfo de Minas Tirith. Merry esperaba que estuviera a punto de llegar, que no le hubiera pasado nada. Y muy bajito, murmuró al oído de Pippin:
- Ella vendrá, Pippin. Pronto... Está muy cerca...
La mano del hobbit se agitó un instante entre las de Merry, que se sobresaltó. Deseó que hubiera alguien en la tienda, pero estaba solo, ni Gimli ni Aragorn había llegado; y de repente Pippin volvió a dormir profundamente, como si nada hubiese ocurrido.
El hobbit estaba sumido en la nada. Podía oirlas, oía voces que le llamaban, voces conocidas y muy queridas; la mayor parte del tiempo no entendía lo que querían decirle, lo que se esforzaban por hacerle entender. E inmerso en una gran oscuridad, en un profundo sueño, deseaba entonces salir adelante, abrir los ojos y decirles que estaba ahí, que podía escucharles, que no llorasen ni se preocupasen por él. Intentaba mover una mano, aunque solo fueran los dedos; deseaba apretar la mano amiga que estaba siempre sobre la suya, que le daba fuerzas y le alentaba, le animaba a seguir adelante.
Pero no podía...
No podía despertar.     
     
La Luna que precedía al amanecer del día noveno brillaba ya muy alto en el cielo. La hermosa tierra de Ithilien se daba al descanso de la noche, al dulce silencio, roto solo por el canto de los grillos.
Aragorn estaba en pie fuera de la tienda, y fumaba una larga pipa. Con la capucha oscura cubriéndole y el humo saliendo de ella, era la viva imagen de ese ya lejano personaje que los hobbits había conocido meses atrás, meses que parecían años, en la posada de Bree. Los tiempos había cambiado, sin duda alguna, pero él nunca dejaría de ser el viejo Trancos. Entonces oyó el relinchar de un caballo. Una figura encapuchada apareció en el claro, entre dos tiendas. La oscura vestimenta brillaba con un ligero resplandor, etéreo y sedoso. Aragorn se sobresaltó.
- ¿Quién está ahí? –preguntó mientras avanzaba unos pasos y se apartaba la capucha- Mostraos ahora.
La figura avanzó hacia él y también se desprendió de la capucha. Aragorn se turbó.
- Mi señora Ellindalë... –empezó a decir vacilando en una reverencia- Ha pasado mucho tiempo.
Mavrin se descubrió ante él. Su rostro parecía reflejar la luz de la Luna.
- Así es. Quizá demasiado, sin duda alguna –sonrió-. Un honor volver a veros... Estel. Aunque ese ya no será vuestro nombre, sino Elessar, y así será por siempre –la bella dama se inclinó ante él con una profunda reverencia.
- No debeís tratarme con ese respeto, mi dama, pese a que vos también sabíais quién era yo realmente cuando moraba en Imladris –dijo, y él también se inclinó-. Decidme, ¿qué hacéis aquí?, ¿os ha enviado el señor Elrond?
Mavrin no respondió; sus ojos parecían confusos, y miraban hacia la tienda.
- Él está bien, ¿verdad? Puedo sentirlo. Pero durante momentos algo me impide sentir más allá...
- Ahora no está con nosotros, sino sumido en un profundo sueño –respondió Aragorn, girando también los ojos grises a la tienda-. Ha pasado grandes penurias. Pero ha logrado burlar a la muerte.
- No es la primera vez que lo hace –dijo ella con una sonrisa-. ¿Puedo entrar a verle?
Aragorn sonrió.
- Ahora entiendo el motivo de vuestro viaje. Por supuesto, mi Dama.
          
Agotado, Merry estaba dormido en el pequeño lecho que había cerca de el de Pippin, donde, casi todo el día y casi toda la noche, había estado arrodillado, hablándole, diciéndole palabras amables; esperando que, de un momento a otro, los párpados se agitaran, y los ojos castaños le miraran, llenos de vida. Gimli también estaba allí; el enano cabezeaba hasta que, finalmente, cayó rendido en un merecido sueño.
La figura encapuchada de Mavrin, una simple silueta en la penumbra de la noche y a la ténue luz de las velas, se deslizó por la entrada, sin apenas rozar las telas. Se descubrió la capucha y sonrió al ver a Merry. Avanzó con delicadeza, y ningún ruido hicieron sus ropajes o sus pasos dentro de la tienda. El sueño del hobbit y el enano no se perturbó. Luego se arrodilló junto al camastro, y tomó la mano del hobbit entre las suyas, trémulas y pálidas, de dedos esbeltos.
- Tithen nîn, Lhaewtithen... tithen nîn...9 –susurraba; besó la pequeña mano y la sostuvo largo rato, con los ojos cerrados, y entonces una lágrima de plata rodó por su mejilla. Notaba el calor de la vida fluir por las manos; acarició unos instantes el rostro del hobbit, y su aliento le rozó los dedos de forma suave y contínua.. Había vida, y no el frío temor de la muerte que tanto la había atenazado durante los últimos años. Y en él pudo ver y notar muchas cosas. Miedo, dolor, frío, oscuridad. Pero también esperanza, siempre esperando surgir, tímida, pero creciendo poco a poco para hacerse poderosa.
Durante un tiempo tan breve como eterno, se quedó allí, susurrandole suaves y amables palabras, acariciándole los rizos casi dorados. Y recordó a Ithladin. Echaba de menos ese cariño, ese calor, los ojos grises que la miraban, que descubrían el mundo con gran vitalidad. Por un momento se dibujó en el hobbit una extraña belleza, una misma fragilidad, tan ajena a su personalidad vitalista y jovial. Le recordó tanto a su pequeño Ithladin, y se sorpendio comparandolos por unos breves instantes, tan distintos como eran; el uno, de pelo plateado como las joyas, otro con unos rizos del color del trigo maduro.
No podía ser tan diferente, y a la vez tan parecido. Ahora más que nunca, le recordó a Ithladin, su hijo, muerto hacía más de un centenar de años en manos de los orcos, como su padre. Un miedo frío entró en su corazón mientras los recuerdos volvían a él; a los hechos que menos deseaba recordar, a la visión de su hijo pequeño, perdido entre la vida y la muerte, a los hechos que casi se repitieron ocho años atrás cuando salvó al joven mediano que ahora volvía a tener delante.
- Vuelve, pequeño... Tienes tanto por vivir... El tiempo que se te ha dado aún no ha concluido, mucho has de hacer con él en esta nueva Edad que ahora comienza. Despierta... -muy bajito, y muy despacio, con apenas un hilo de voz, Mavrin empezó a cantar- Uich gwennen na ´wanath ah na dhín...10
La voz de la elfa era triste, apenas un susurro, y aun así, parecía que un aliento de vida lo cubriera todo. Al principio, Pippin no reaccionó; luego los párpados aletearon un momento, y en la boca entreabierta, vaciló un leve temblor en las comisuras de los labios. Y desde la nada le llegó su voz, y fue como endulzar con miel la hierba más amarga, o encontrar el calor de una hoguera en medio de una tormenta de nieve y hielo. Ahora más que nunca deseaba poder despertar, ver el bello rostro que siempre acompañaba a la voz que le brindaba ahora aquellas palabras de aliento. La respiración se le alteró y su mano se cerró con fuerza alrededor de la de Mavrin. Murmuró algo incomprensible, como si intentara decir algo pero no pudiera.
- No sidhen11... Tranquilo, pequeño hobbit. No... No te esfuerces, no aún... Debes hacerlo solo, solo tú puedes despertar, cuando llegue el momento.
Le besó en la frente. Y durante un rato más continuó cantándole una dulce canción, en un idioma para muchos incomprensible, pero que era mágico, poderoso, y evocaba imágenes y recuerdos aun en aquellos que no eran capaz de entenderlo. Y Pippin volvió a quedar profundamente dormido, pero ahora su mente, antes perdida en la nada, estaba de nuevo en los mágicos bosques de Lothlorien, en la hermosa casa de Elrond, viendo cosas maravillosas en los jardines y riachuelos mientras el sol brillaba altísimo en el cielo, llenándolo todo de un agradable calor, como el que ahora notaba sobre sí mismo, en sus manos y su rostro. Volvían la paz y los buenos momentos, los días sin terror ni preocupaciones. Supo que aquello no duraría para siempre, pero ahora, los vivía como si fuera la última vez, como si supiera que iban a quedarse siempre en su recuerdo, por muchas desgracias que le tocara vivir.
Entonces ella paró de cantar.
- Adiós, mi pequeño. Yo debo marcharme... –dijo- Ahora que sé que la vida te depara largos años de dicha y felicidad con los tuyos. Por fin he podido verte de nuevo, mi pequeño. Nunca me olvides...
Le besó en la frente, acarició un momento sus manos, y entonces se levantó. En la tenue penumbra de la tienda, se pudo ver el brillo de una lágrima en su mejilla.
La figura encapuchada de Mavrin salió de la tienda. Aragorn la miraba, y vio que en el rostro escondido, brillaba un resplandor de luna. Ella le sonrió.
- Por favor... dale esto cuando despierte. Sé que la otra la perdió hace muchos años.
Y puso en sus manos una pequeña bolsita, de suave terciopelo púrpura, y con una hermosa letra bordada en oro. Un agradable perfume a flores, recuerdos de demasiadas cosas bellas, salía de ella. Aragorn inclinó la cabeza y le brindó una sonrisa mientras ella marchaba.
- Hannon lë, Edhelharn...12 –le dijo antes de entrar en el bosque y desaparecer entre la maleza, como una sombra. Aragorn oyó el suave relinchar de Celegîlroch, y luego un suave galope, a través de los árboles.
- No ha sido solo obra mía, Mavrin... Sin Gimli, sin todos sus amigos, se habría perdido –y con una sonrisa, entró en la tienda.
Nadie más la vio ni la oyó marchar.


9 (sindarín) Mi pequeño, Lhaewtithen... Mi pequeño...

10 (sindarín) No estás condenado a la pérdida y el silencio. (Este texto es parte de la canción “Breath of Life”)

11 (sindarín) Tranquilo...

12(sindarín) Gracias, Edhelharn (Piedra de Elfo)



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