Corazón de Hobbit (Libro II)

12 de Agosto de 2004, a las 00:00 - Lily B. Bolsón
Relatos Tolkien - Relatos basados en la obra de Tolkien, de fantasía y poesías :: [enlace]Meneame

 
6. Hijo de la Roca y Piedra de Elfo

" - Entonces quizás esto te alivie el corazón -dijo Galadriel-, pues
quedó a mi cuidado para que te lo diera si llegabas a pasar
por aquí. - Galadriel alzó entonces una piedra de color verde
claro que tenía en el regazo, montada en un broche de plata
que imitaba a un águila con las alas extendidas, y
mientras ella la sostenía en lo alto la piedra centelleaba como el sol
que se filtra entre las hojas de la primavera. - Esta piedra se la he
dado a mi hija Celebrian y ella a su hija y ahora llega a ti
como una señal de esperanza.  En esta hora toma el nombre que se previó
para ti: ¡Elessar, la Piedra de Elfo de la casa de Elendil!
Aragorn tomó entonces la piedra y se la puso al pecho y quienes lo vieron se
asombraron mucho, pues no habían notado antes qué alto
y majestuoso era, como si se hubiera desprendido de muchos años."

J.R.R. Tolkien, "El Señor de los Anillos", "Adiós a Lorien"


"Y Aragorn se levantó y salió, y mandó llamar a los hijos de Elrond;
y juntos trabajaron afanosamente hasta altas horas de la noche.
Y la voz corrió por toda la ciudad: "En verdad, el rey ha retornado."
Y lo llamaban Piedra de Elfo, a causa de la piedra verde que
él llevaba,  y así el nombre que el día de su nacimiento le
fuera predestinado, lo eligió entonces para él su propio pueblo."

J.R.R. Tolkien, "El Señor de los Anillos", "Las Casas de Curación"


**********

"Entre luz y oscuridad luchará, y en la negra oscuridad se encuentra su destino;
la hazaña con su vida pagará, sin el Hijo de la Roca y la Piedra del Elfo..."
 
Cuando oyó a Gandalf rechazar las condiciones del emisario, condenando a Frodo al tormento de la Torre, Pippin se dobló hacia delante, aplastado por el horror; pero había logrado sobreponerse y ahora estaba de pie junto a Beregond en la primera fila de Gondor, con los hombres de Imrahil. Pues pensaba que lo mejor sería morir cuanto antes y abandonar aquella amarga historia, ya que la ruina era total.
- Ojalá estuviera Merry aquí -se oyó decir, y se le cruzaron unos pensamientos rápidos, aun mientras miraba al enemigo que se precipitaba al ataque-. Bien, ahora al menos comprendo un poco mejor al pobre Denethor. Si hemos de morir ¿por qué no morir juntos, Merry y yo ? Sí, pero él no está aquí, y ojalá tenga entonces un fin más apacible. Pero ahora he de hacer lo que pueda.
Desenvainó la espada y miró las formas entrelazadas de rojo y oro, y los caracteres fluidos de la escritura númenóreana centellearon en la hoja como un fuego. "Fue forjada de propósito para un momento como éste", pensó. "Si pudiera herir con ella a ese emisario inmundo, al menos quedaríamos iguales, el viejo Merry y yo. Bueno, destruiré a unos cuantos de esa ralea maldita, antes del fin. ¡Ojalá pueda ver por última vez la luz límpida del sol y la hierba verde!"
Y mientras pensaba esto, cayó sobre ellos el primer ataque...
("La Puerta Negra se abre")
 
... Tambores y oscuridad, y la enorme puerta negra y temible. Sus más terribles pesadillas estaban allí, cumpliéndose ante él, nublándole y quebrándole toda esperanza; la victoria o la muerte ya no parecían diferenciarse. Todo había acabado para Frodo. La lucha ya no tenía sentido. ¿Por qué luchar entonces? Por alcanzar un final. Y por última vez la profecía acudió, y llenó su mente de congoja. Solo unas leves palabras brotaron de sus labios, y una lágrima solitaria cayó por su mejilla.
- Lo siento, mi Señora. He fracasado.
 
Impedidos por los pantanos que se extendían al pie de las colinas, los orcos se detuvieron y dispararon una lluvia de flechas sobre los defensores. Pero entre los orcos, a grandes trancos, rugiendo como bestias, llegó entonces una gran compañía de trolls de las montañas de Gorgoroth. Más altos y más corpulentos que los hombres, no llevaban otra vestimenta que una malla ceñida de escamas córneas, o quizás esto fuera la repulsiva piel natural de las criaturas; blandían escudos enormes, redondos y negros, y las manos nudosas empuñaban martillos pesados. Saltaron a los pantanos sin arredrarse y los vadearon, aullando y mugiendo mientras se acercaban. Como una tempestad se abalanzaron sobre los hombres de Gondor, golpeando cabezas y yelmos, brazos y escudos, como herreros que martillaran un hierro doblado al rojo. Junto a Pippin, Beregond los miraba aturdido y estupefacto, y cayó bajo los golpes; y el gran jefe de los trolls que lo había derribado se inclinó sobre él, extendiendo una garra ávida; pues esas criaturas horrendas tenían la costumbre de morder en el cuello a los vencidos.
Entonces Pippin lanzó una estocada hacia arriba, y la hoja del Oesternesse atravesó la membrana coriácea y penetró en los órganos; y la sangre negra manó a borbotones. El troll se tambaleó, y se desplomó como una roca despeñada, sepultando a los que estaban abajo. Una negrura y un hedor y un dolor opresivo asaltaron a Pippin, y la mente se le hundió en las tinieblas.
"Bueno, esto termina como yo esperaba", oyó que decía el pensamiento ya a punto de extinguirse; y hasta le pareció que se reía un poco antes de hundirse en la nada, como si le alegrase liberarse por fin de tantas dudas y preocupaciones y miedos. Y aún mientras se alejaba volando hacia el olvido, oyó voces, gritos, que parecían venir de un mundo olvidado y remoto.
- ¡Llegan las Águilas! ¡Llegan las Águilas!
El pensamiento de Pippin flotó un instante todavía.
-¡Bilbo! -dijo-. ¡Pero no! Eso ocurría en la historia de él, hace mucho, mucho tiempo. Esta es mi historia, y ya se acaba. ¡Adiós! -Y el pensamiento del hobbit huyó a lo lejos, y sus ojos ya no vieron más...
("La Puerta Negra se abre")
 
Todo había ocurrido como en un caos, enorme e impredecible; las Águilas habían llegado, y se decía que el Portador había logrado su propósito, y Mordor caía entre fuego y ceniza. Los corazones ya no estaban cegados por las tinieblas, sino que la esperanza entró en ellos como la luz de un nuevo amanecer.
- Voy a buscarles, Aragorn -le dijo; solo con mirarle a los ojos, Aragorn lo comprendió todo- ¡Síguenos a Ithilien en cuanto puedas! -y marchó rápidamente.
 
Entonces Gandalf, dejando la conducción de la batalla en manos de Aragorn y de los otros capitanes, llamó desde la colina; y la gran águila Gwaihir, el Señor de los Vientos, descendió y se posó a los pies del mago.
- Dos veces me has llevado ya en tus alas, Gwaihir, amigo mío -dijo Gandalf-. Esta será la tercera y la última, si tú quieres. No seré una carga mucho más pesada que cuando me recogiste en Zirakzigil, donde ardió y se consumió mi vieja vida.
-A donde tú me pidieras te llevaría -respondió Gwaihir-, aunque fueses de piedra.
-Vamos, pues, y que tu hermano nos acompañe, junto con otro de tus vasallos más veloces. Es menester que volemos más raudos que todos los vientos, superando a las alas de los Nazgül.
-Sopla el Viento del Norte -dijo Gwaihir-, pero lo venceremos. -Y levantó a Gandalf y voló rumbo al sur, seguido por Landroval, y por el joven y veloz Meneldor. Y volando pasaron sobre Udün y Gorgoroth, y vieron toda la tierra destruida y en ruinas, y ante ellos el Monte del Destino, que humeaba y vomitaba fuego...
("El Campo de Cormallen")
 
 Y tras una ardua lucha, las huestes sobrevivientes de Mordor iban siendo vencidas, aunque muchas de ellas huían, presas de un terror sin nombre, sucumbiendo ante la ruina y la muerte y la caída de su Señor. Los pocos que resistían, en su mayoría hombres fieles a la maldad de Sauron, eran fácilmente desbandados por los hombres de Aragorn e Imrahil, y Éomer. Aragorn ayudaba a la evacuación de los heridos más graves, y aliviaba a los que iba encontrando. Por todas partes, se oían gritos desesperados que pedían ayuda.
 Gimli miraba a su alrededor; él había tenido suerte, quizá demasiada, pues no había sido alcanzado en la batalla, pero a su alrededor se extendían, como en una pesadilla, decenas de caídos y de heridos, y los cadáveres de los enemigos, y también de los aliados. Aquellas serían solo algunas de las consecuencias de una guerra que sería recordada durante muchas edades, pues tal fue la crueldad pero también la vida que trajo consigo.
 Gimli vio también a Elladan y Elrohir, ayudando a Aragorn en su labor, evacuando y protegiendo algunos heridos. Pero no alcanzaba a ver a Legolas, y supuso que estaría prestando toda la ayuda que pudiera a Aragorn, tanto para disolver escaramuzas como para evacuar heridos en peligro de muerte. Reconoció a muchos de los hombres. Muchos habían perecido, otros solo estaban heridos; algunos se debatían entre la vida y la muerte y otros ya podían contarlo. Pero entre todos esos rostros conocidos, se percató de la ausencia de uno de ellos. Se trataba de Pippin. Un temor helado despertó en Gimli al no verle por ninguna parte. Le llamó y le buscó, pero no obtenía ninguna respuesta. Por ningún lado escuchaba su voz alta y clara. Y mientras buscaba, en su corazón pesaba el temor de hallarle sin vida.
- ¡No le encuentro! ¡Ay, temo que haya caído! -se lamentaba.
 Aragorn también clavaba sus ojos profundos en cada rincón, e inmerso en la búsqueda se alejó; "¡Pippin, Pippin!" llamaban ambos, pero el hobbit no respondía.
 Y entonces en la cresta de la colina, Gimli vio algo que le hizo detenerse. Eran más víctimas, enemigos y aliados, yaciendo como en una pesadilla de muerte y locura. Un enorme troll muerto yacía allí, y el hedor era insoportable. Distinguió a Beregond, de la guardia, y compañero de Pippin, siendo levantado por dos hombres. Estaba vivo, pero muy conmocionado; aún así estaba consciente y casi podía andar por sí mismo.
- ¡Señor! ¿Habéis visto al  hobbit con vosotros, al mediano? ¿Al joven Pippin? -preguntó.
- No le he visto... No desde la batalla -dijo- Estaba a mi lado, pero... -se interrumpió, con un cansado suspiro- No puedo hablar... ¡Ay! ¡Pobre maese Peregrin! Espero que haya corrido mejor suerte.
 Los dos hombres se llevaron a Beregond, que ya había agotado sus últimas fuerzas. Gimli echó un último vistazo dispuesto a dar media vuelta, pensando que a lo mejor otros ya habían encontrado a Pippin, o que él mismo había ido donde el resto de heridos. Pero algo sobresalía, bajo la desgarradora pila de cadáveres, y nadie lo había visto hasta el momento. Era el pie de un hobbit. Solo un nombre acudió a su cabeza, y era el que menos deseaba en esos momentos. Maldiciéndose a sí mismo y a todo lo que le rodeaba, Gimli, con su gran fuerza, multiplicada por la rabia y la angustia, se abrió camino entre los cuerpos. Una pequeña figura, vestida con la librea de la torre, yacía inmóvil en la tierra, en medio de un charco de sangre negruzca. Gimli se arrodilló a su lado, y con cuidado, le viró hacia sí con manos temblorosas. Había encontrado a Pippin. Y en ese momento, y sin que Gimli lo percibiera, el destino augurado para el hobbit se cumplió, y exhaló el último aliento.
 Cerca ya de los campos de Anorien, Mavrin Ellindalë detuvo de repente el raudo galope. Por un instante, su expresión fue la de una persona que ha sido herida de repente con una flecha en mitad del corazón. Su mirada, inexpresiva y llena de terror, se perdió en el horizonte.
La sombra y la ruina desaparecían del Este. Pero de repente un frío la había atenazado, con la dolorosa fuerza de un terrible presentimiento. Y por primera vez en mucho tiempo, una lágrima corrió por su rostro de blanco y frío alabastro. Se quedó unos instantes muy quieta, llorando en silencio, sin poder evitar que una gran sensación de pérdida le atravesara el corazón con un frío hiriente y cruel.
 La hazaña con su vida pagará... sin el Hijo de la Roca y la Piedra del Elfo...
- ¡No! -dijo- No se ha acabado. Aún queda una esperanza... Bronio, nîn tithen Lhaewtithen!5
 Susurró algo al oído de Celegîlroch,  y  reemprendió el camino.
 Gimli le quitó a Pippin el yelmo abollado, y entonces, al verlo, creyó por un instante que le podría la desesperación. Reconoció sus rizos castaños de tintes dorados, y su rostro desvanecido y pálido, manchados por la negra y viscosa sangre del enemigo. En un fino trazo, su propia sangre, de un rojo intenso, le corría por la sien. Le frotó las mejillas y le llamó, pero el hobbit no se movía, ni respondía a sus llamadas. No parecía ni respirar. Le quitó los guanteletes negros, y notó que sus manos estaban heladas, marchitas. El enano se vio preso de una rabia y una congoja ardientes, y dando un grito de dolor agarró entre sus brazos al hobbit; las manos y la ropa se le mancharon de sangre negra.
- ¡Por favor, ayuda! ¡Venid! ¡Aquí hay otro herido! ¡Por mis barbas, daos prisa, está muy malherido!  ¡Ayuda! ¡Mi señor Aragorn! ¡Por favor, que venga alguien! -exclamaba Gimli mientras se alejaba de allí a trompicones; pero fue Legolas quien acudió primero a los desesperados gritos del enano, arrodillándose junto a él. El elfo sintió entonces un frío helado en su corazón y apartó la mirada del cuerpo del hobbit.
- Hiro hyn... hîdh ab´wanath6...  -susurró; Gimli sintió un extraño escalofrío, como provocado por las palabras del elfo, pues pese a no saber su significado, sí pudo adivinar lo que Legolas pensaba al mirar sus profundos ojos, de repente fríos, como colmados de tristeza. Y entonces desesperó.
- ¡¡No está muerto!! ¡¡Me niego a creerlo!! -exclamaba el enano; y en su obstinación, por un instante quizá irreal, creyó percibir un leve atisbo de calor en la mano del hobbit- ¡Aún sigue con vida!
 Dejando a Pippin, Gimli buscó al dúnadan con la mirada entre la multitud y la confusión del gentío, y a lo lejos, le vio, y dejándose caer de rodillas le llamó de nuevo. Aragorn llegó y encontró al enano desesperado, tomando el inerte cuerpo de Pippin, ahora un pequeño soldado caído, entre sus brazos. 
- ¡Ay, Aragorn! Me temo que esté realmente mal -se lamentó Gimli.
Aragorn se arrodilló y cogió a Pippin de los brazos de Gimli con mucho cuidado, tumbándole en el suelo. Y lo primero que pensó fue que ya era demasiado tarde, y sintió un escalofrío, pues tan funesto como deplorable era su aspecto. La sangre le brotaba de alguna herida oculta entre el pelo, manchando su rostro pálido y exánime. Pero por su aspecto en general, temió que las peores heridas fueran las que no se veían a simple vista, sino las que estaban ocultas bajo su piel. Su palidez y ese aspecto frágil y consumido lo delataban sin duda; le asaltó el temor de que si le tocaba con demasiada fuerza podría quebrarse en mil pedazos. Vaciló un instante. Al ver la expresión desolada de Aragorn, Gimli temió que Pippin pudiera llegar a morir. Posó la mano en la frente del hobbit, notando un frío penetrante que no abandonó su mano aún después de retirarla.
 Aragorn agarró las pequeñas manos con firmeza. Le llamó, pero Pippin no habló o emitió sonido alguno, ni se movió; ni tan siquiera parpadeó. Al acercarle a los labios lívidos el borde de su brazalete, ni el más leve aliento empañó el frío metal plateado. Aragorn cerró los ojos con aire grave, y de repente fue como si el mundo entero se le viniera encima con una fuerza abrumadora. Había pasado la batalla, llegado la esperada pero dolorosa victoria; y pese al esfuerzo y sacrificio, se apagaba para siempre la vida inocente de un pequeño hobbit. Y vieron que mientras agarraba las pequeñas manos inertes, una lágrima furtiva resbalaba por su mejilla, y les pareció la más dolorosa lágrima derramada en la batalla. Pero de pronto el dolor desapareció de sus ojos con un brillo de coraje, y aferrándose a una mínima esperanza, (pues al igual que Gimli, había notado que un ligero indicio de vida latía en las manos heladas), Aragorn le quitó la librea negra y plateada, y desató rápidamente las correas del plaquín, que estaba hundido y deformado, y luego la cota de malla, dejándole solo los ropajes que protegen el cuerpo de los duros anillos de metal. Apoyó la cabeza en su pecho,  y oyó entonces el tenue pero constante latido del corazón; el único indicio de que la vida aún no le había abandonado.
- ¡Bendito sea! -dijo- Temía que pudiera ser demasiado tarde, pero aún le queda un soplo de vida.
 Aragorn actuó con rapidez. Todavía había algo que hacer antes de que la muerte le arrancara el último calor del cuerpo, aún a riesgo de empeorar mucho más sus heridas. Puso la mano sobre la frente de Pippin un momento y le echó la cabeza hacia atrás, como para despejar el vital paso del aire tan ansiado. Luego apoyó las manos en su pecho, justo bajo las costillas, y con firmeza, pero con suavidad para no agravar sus heridas, presionaba y luego aflojaba, presionaba y aflojaba, con un suave masaje; Gimli comprendió que intentaba ayudarle a respirar, como incitándole a hacerlo de nuevo por sí mismo.
 Aragorn permanecía en silencio, pero Gimli se lamentaba. Apretaba entre las suyas una de las heladas manos del hobbit y la frotaba con ansia en un desesperado intento por reanimarle. La angustia más negra se abatía sobre él, pero en cambio el rostro de Aragorn permanecía impasible; solo unas gotas de sudor en su frente delataban su angustia y esfuerzo. Murmuraba unas palabras ininteligibles, que parecía élfico (y que Legolas, baja la cabeza y los ojos cerrados en actitud implorante, repetía en susurros), y Gimli sintió como si de repente, el dúnadan mostrara un poder inmenso y ancestral. Aragorn seguía reanimándole, inclinándose continuamente en busca del más leve aliento, cerciorándose de que el corazón no detenía sus latidos. Y a Gimli le parecía que el tiempo se alargaba hasta hacerse interminable. Allí, rodeados de dolor y muerte, se hizo para ellos un gran silencio, como si nada más hubiera alrededor.
- ¡Pippin! ¡Pequeño bribón! -gritaba Gimli- No has llegado hasta aquí para acabar así, y no recorrimos durante días millas y millas buscándote, ni hemos ganado la batalla para que ahora te rindas, ¿me oyes? ¡Despierta! ¡Respira, maldita sea! ¡Despierta!
 Entonces a Gimli le pareció por un instante que Pippin movía levemente los labios, y de repente el cuerpo se le arqueó en brazos de Aragorn, rígido, con un súbito jadeo ahogado y profundo, boqueando y agitándose como un pez que luchase por respirar fuera del agua. Y tras un breve silencio, un instante en suspenso, todos oyeron que su respiración se reanudaba con un susurro amortiguado, interrumpida luego por una tos desesperada. Legolas, conmocionado de ver al hobbit con vida, murmuró algo en élfico, y en ese momento, sintió hacia el Rey una lealtad que jamás supo describir con palabras
- ¡Está vivo! ¡Bendito sea, está vivo! -exclamaba Gimli entre lágrimas.
 Aragorn acostó a Pippin de nuevo, y se quitó la capa y le arropó con ella. El cuerpo del hobbit estaba rígido y se estremecía, como si un dolor espantoso provocado por alguna herida escondida le atenazara por dentro. Aragorn agarró su mano con firmeza, y acariciándole la frente, le llamó.
- Vamos, mi pequeño amigo... Tranquilo... Eso es... Aguanta... -le decía con voz tranquilizadora.
  Le miró con ansia y le acarició de nuevo la frente, ahora tibia; luego tomó sus manos, mirándole largamente. Entonces el hobbit volvió a quedarse inmóvil, a la par que la respiración se le normalizaba; su pecho se henchía ahora más lenta y profundamente.
- No sidhen, dartho... -susurró Legolas- No sidhen...7 
 Pippin no despertó, pero muy levemente, como procedente de un sueño lejano y sin sentido, notaba que alguien le estaba agarrando de la mano con fuerza. Un agradable calor penetró en sus huesos doloridos, pero pronto se extinguió, y volvieron de nuevo una leve náusea, y un dolor angustioso y penetrante que le quemaba por dentro. Los ojos siguieron cerrados e inmóviles, pero el calor de la vida había retornado al maltrecho cuerpo.
 Y así, tal como rezaba la profecía, Pippin fue salvado por el Hijo de la Roca y la Piedra del Elfo. Ahora yacía sumido en un sopor profundo y oscuro, que casi acariciaba a la muerte, y del cual, como muchos de los caídos, tardaría en despertar. Gimli le miraba, y en su rostro dormido ya no veía la pérdida, sino un sueño insensible.
- ¡Ya no temas por su vida, Gimli, hijo de Glóin! -dijo Aragorn- Ahora duerme. Hemos llegado a tiempo. Aún era pronto para que la vida le abandonase.
- Aragorn... -dijo Gimli- De no ser por ti, no quiero ni pensar lo que habría sido de él, ¡ay! Bendito seas.
- No, Gimli -dijo él- Mi ayuda no hubiera servido sin ti. Si tú no le hubieras encontrado, yo no habría podido hacer nada por él, y probablemente ahora estaría muerto. Y confieso que hasta yo desesperé de verle aún con vida cuando me llamaste. Sin embargo, su recuperación ha de ser larga. Sus lesiones son graves, y la mayoría temo no podrán ser curadas sino con reposo, pues apenas no son visibles. Pero estaba mucho peor cuando le encontraste, al borde de la muerte. Dentro de lo que cabe, ha tenido suerte. Nunca me cansaré de repetirlo, ¡admiro la fuerza vital de esta pequeña gente!
 Aragorn examinó la herida de la cabeza de Pippin. No era profunda ni parecía grave; probablemente fue el mismo impacto con el yelmo lo que se la había provocado. En cierto modo, había tenido suerte: de no ser por el yelmo, probablemente hubiera sido mortal. Pero aún así sangraba profusamente, aunque ya mucho menos, y la vendó como pudo para detener la hemorragia, hasta que pudiera curarla mejor.
A lo lejos, una voz clara llamaba. Elladan se acercó raudo al pequeño grupo.
- ¡Aragorn! Ha habido otro levantamiento allá, cerca del camino -dijo-. Ya ha sido disuelto, pero hay muchos heridos. Te necesitamos.
 Entonces se fijó en el pequeño bulto inmóvil que Aragorn tenía envuelto en su capa.
- ¿Acaso no es el joven Peregrin? -preguntó, y por un instante la angustia se le dibujó en la mirada. Se arrodilló al lado del hobbit, mirándole atentamente; tocó su frente y escuchó un instante el débil murmullo de su aliento- Ahora está dormido. Pero ha estado al filo mismo de la muerte y ha vuelto de ella. ¿Dónde le habéis encontrado?
 Gimli miró hacia la colina y señaló con la cabeza.
- Le encontré allí. Estaba bajo aquella pila de cadáveres. Y ese enorme troll... ¡Ay! -se lamentó, mirando de nuevo a Pippin- ¡Prefiero no saber qué clase de calamidad ha estado a punto de acabar con su vida!
 Elladan se aproximó a donde yacía el troll, donde hacía escasos momentos se encontraba el cuerpo de Pippin. Allí estaba la daga, todavía clavada en el cuerpo muerto, en una sola estocada certera; la hoja del Oesternesse cubierta de la misma sangre oscura y hedionda. Elladan la cogió por la empuñadura y la extrajo con un rápido movimiento. Reconoció las serpientes rojas y doradas, y las gemas incrustadas en ella. El elfo mostró la daga, arma pequeña pero mortal; perfecta espada para un hobbit. Gimli ahogó un grito de sorpresa. Elladan rió.
- ¡Una raza extraordinaria! Sin duda su fortaleza habrá de convertirse en leyenda. ¡Si no lo estuviera viendo creería que estoy soñando! Aquí está su espada. Estaba incrustada aún en la enorme carroña. No hace falta investigar demasiado para saber que este pequeño mató a ese enorme monstruo sin más ayuda. Quizá fue un golpe de suerte, o toda una demostración de valentía. Y ha podido sobrevivir. ¡Jamás conoceré raza semejante!
- ¡Bendito sea este hobbit! -dijo Gimli, y besó sus pequeñas manos- ¡Nunca conocí a nadie con tanta suerte!
- ¡Y yo nunca imaginé en mis largos años de vida que vería llorar a un enano! -rió Legolas.
- Te sorprendería, mi buen señor elfo -dijo Gimli-. Nuestro pueblo es fuerte y de temperamento severo y orgulloso; procuramos una gran lealtad hacia los nuestros, y sufrimos por ellos hasta límites inimaginables. Este pequeño significa mucho para mí, al igual que el resto de nuestra Comunidad, sobre la cual mantengo la esperanza de que se vea unida pronto, y jamás se rompa.
- Hay lazos que jamás se rompen -le dijo el elfo.
 No dijeron más.
 Entonces Aragorn dejó al malherido hobbit en el suelo con mucho cuidado, arropándole mejor con su capa. Le acarició la frente, apartando de los ojos los rizos dorados, y rozándole los ojos cerrados; los párpados se agitaron ligeramente. Luego se incorporó y se dirigió a Legolas y Gimli antes de marchar.
- Por favor, movedle lo menos posible y procurad que no se enfríe -les dijo-. Pronto volveré a su lado. ¡Ahora otros reclaman mi ayuda!
 Pronto Elladan y él se perdieron entre la multitud. Gimli se arrodilló junto a Pippin y agarró su mano, y luego de besarla la mantuvo entre las suyas, mirándole largamente, como esperando verle despertar. Pero Pippin no lo hizo.
Y así se quedó Gimli, en silencio, hasta que Aragorn regresó.
 


5 (sindarín) ¡Resiste, mi pequeño Lhaewtithen! Este era el nombre que Mavrin daba a Pippin, y significa "Pequeño Enfermo", dadas las circunstancias en que se conocieron.
>6 (sindarín) Encuentra la paz después de la muerte...
7(sindarín) Tranquilo, aguanta... Tranquilo...


1 2 3 4 5 6 7 8 9

  
 

subir

Películas y Fan Film
Tolkien y su obra
Fenómenos: trabajos de los fans
 Noticias
 Multimedia
 Fenopaedia
 Reportajes
 Taller de Fans
 Relatos
 Música
 Humor
Rol, Juegos, Videojuegos, Cartas, etc.
Otras obras de Fantasía y Ciencia-Ficción

Ayuda a mantener esta web




Nombre: 
Clave: 


Entrar en el Mapa de la Tierra Media con Google Maps

Mapa de la Tierra Media con Google Maps
Colaboramos con: Doce Moradas, Ted Nasmith, John Howe.
Miembro de TheOneRing.net Community - RSS Feed Add to Google
Qui�nes somos/Notas legalesCont�ctanosEnl�zanos
Elfenomeno.com
Noticias Tolkien - El Señor de los AnillosReportajes, ensayos y relatos sobre la obra de TolkienFenopaedia: La Enciclopedia Tolkien Online de Elfenomeno.comFotogramas, ilustraciones, maquetas y todos los trabajos relacionados con Tolkien, El Silmarillion, El Señor de los Anillos, etc.Tienda Amazon - Elfenomeno.com name=Foro Tolkien - El Señor de los Anillos