Corazón de Hobbit (Libro II)

12 de Agosto de 2004, a las 00:00 - Lily B. Bolsón
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4. Llamas de locura y muerte

-No -respondió Faramir-. Pero mi corazón te lo pediría. Parece
menos grave aconsejar a alguien que falte a una promesa
que hacerlo uno mismo, sobre todo si se trata de un
amigo atado involuntariamente por un juramento nefasto.
Pero ahora... tendrás que soportarlo si quiere ir contigo. Sin
embargo, no me parece necesario que tengas que ir a
Cirith Ungol, del que no te ha dicho ni la mitad de lo que sabe.
Esto al menos lo vi claro en la mente de ese Sméagol.
¡No vayas a Cirith Ungol!
-¿A dónde iré entonces? -dijo Frodo-. ¿Volveré a la
Puerta Negra para entregarme a los guardias? ¿Qué sabes tú
en contra de ese lugar que hace su nombre tan temible?
-Nada cierto -respondió Faramir-. Nosotros los de Gondor
nunca cruzamos en nuestros días al este del camino, y menos nuestros
hombres más jóvenes, así como ninguno de nosotros ha puesto jamás
el pie en las Montañas de las Sombras. De esos parajes sólo conocemos
los antiguos relatos y los rumores de tiempos lejanos. Pero la sombra de un
terror oscuro se cierne sobre los pasos que dominan Minas Morgul.
Cuando se pronuncia el nombre de Cirith Ungol, los ancianos y
los maestros del saber se ponen pálidos y enmudecen.

J.R.R. Tolkien, El Señor de los Anillos, "El estanque vedado"


**********

"En medio de la luz que aún brilla en medio de la oscuridad y el terror,
su valor salvará al moribundo de las llamas de locura y muerte..."

 La misma noche que Pippin despertó de su oscura pesadilla en las estancias de la torre, Mavrin tuvo la misma horrible visión, y esta vez no fue una sensación lejana, sino que traía consigo el terror de que todo ocurriría de un momento a otro. Y pudo sentir, por primera vez, el terror que se asentaba en el corazón del pequeño hobbit, y lloró, presa de la rabia y la desesperación que traen consigo la incertidumbre. ¿Es que ella no podía hacer nada?
Así, a la mañana siguiente y mientras Faramir se reunía con el consejo, Mavrin se preparaba para un gran viaje. La elfa envolvía una provisión de lembas, que ella misma había preparado para su último viaje a Lorien hacía unos meses, en unas verdes y grandes hojas. Elrond entró en la estancia, y tan absorta estaba Mavrin que no pareció darse cuenta de su presencia.
- Mavrin... -dijo, y ella se sobresaltó levemente- ¿Qué estás haciendo? ¿Te preparas para un viaje? No tengo entendido que la Dama te haya llamado.
- Voy a ir a Gondor...-respondió ella- Hace días que una sombra cubre mi corazón. He tenido una visión sobre el pequeño perian, y el temor no desaparecerá hasta que no le vea con mis propios ojos, y vea que está bien. Y ya ni siquiera estoy segura de que lo está, mi señor Elrond- su voz habló con susurros cuando dijo estas palabras, como si temiera decirlas en voz alta-. La profecía se está cumpliendo, puedo notarlo en mi corazón. Y a veces soy capaz de verlo.
- ¿A Gondor? -preguntó el elfo; el rostro se le puso tenso- Mavrin, corren tiempos difíciles, pero no...
- No lo entendéis, mi señor Elrond... Tengo que ir a Gondor.
 Y Elrond no vio a Mavrin Ellindalë tal como la conocía durante los últimos años, sino que vio a aquella joven elfa de mirada penetrante y sonrisa dispuesta, que tanto disfrutaba de aprender y conocer, y cuyos ojos verdes escondían todo el orgullo y determinación de los Noldor, no la tristeza y soledad que sufriría más tarde.
- Mavrin, tú...
- Él me necesita... Estaré bien, mi señor.
 Elrond suspiró gravemente. Entonces una sonrisa se dibujó en su rostro.
- En ese caso no podré impedirte nada, algo que por cierto, nunca he intentado hacer...-e inclinándose, besó su mano- Elio galu or le, Mavrin.1
- Hannon lë...2 Volveré pronto... Muy pronto, si la oscuridad no cubre antes mis esperanzas y el mundo. Entonces afrontaré mi destino.
Y con una reverencia, se envolvió en la capa y salió de la habitación. Elrond la siguió, y desde el balcón la vio entrar a la caballeriza. Allí ensilló un bello caballo blanco y hermoso, radiante como la mañana y de flancos poderosos y firmes, que a la vez irradiaba una belleza y majestuosidad solo superadas por el Señor de los Mearas. Se llamaba Celegîlroch, y era un noble corcel élfico de la estirpe de Asfaloth, el leal caballo de Glorfindel, y a él había pertenecido hacía ya muchos años, antes de que le cediera su lealtad a Mavrin.
- Celegilroch, mi querido amigo, tenemos un largo viaje por delante -le dijo ella.
 Y le susurró unas suaves palabras en élfico, ante las que el caballo relinchó y pareció inclinarse con respeto. Con la gracia de una dama y la presteza de un jinete, Mavrin montó en el bello caballo y partió, sin mirar atrás, ante la profunda mirada de Elrond, su mentor y señor.
- Garo lend vaer , Ellindalë... Celio calad Belain lend lîn... 3 -dijo.
 Y volvió a la casa.
 Pronto, tras apenas haber tomado un frugal desayuno con Beregond y los hombres, Pippin fue llamado a servicio. Aun le estaba dando vueltas a lo acontecido apenas unos momentos antes con el arco y los wargos, y supo que si le pidieran que lo repitiera, no le saldría. Pippin ahogó un grito al ver el cielo. Sumido en sus pensamientos y en su curiosa hazaña con el arco, no se había dado cuenta de que el día estaba oscuro, como una noche recién nacida pero tenebrosa, tanto como la esperanza que los hombres tenían en ese momento.
 Entonces, justo cuando estaba a punto de entrar a la Torre, vio que Faramir salía de ella. Los dos se encontraron y se quedaron quietos un momento, sin decir nada. Pippin notó que enrojecía ante la mirada del capitán, clavada en la suya, pero no la apartó.
- Fue una sorpresa verte, maese Perian, pues pensaba que no volvería a ver otro hobbit en los años que me quedan -le dijo-. Pero me recuerdas mucho a Frodo, no tanto en aspecto, aunque es cierto que tienes un aire a él. Tienes esa misma mirada penetrante y llena de vida.
- Es mi primo, señor -respondió. Mi queridísimo primo, desde que recuerdo que existo.
Faramir rió. Durante un momento hubo un palpable silencio entre los dos. Pippin estaba abrumado ante una sensación a medias entre el miedo y el respeto; era como ver a Boromir de nuevo, pero sin embargo a la vez era todo lo contrario a él, y casi hasta pudo notar toda sabiduría y pureza que irradiaba. Tal era la agitación que el corazón le latía desbocado, y temió que hasta Faramir pudiera oírlo, pues le miraba con una extraña sonrisa contenida, como si detectara su desasosiego.
- ¿Cómo están ellos? -preguntó entonces Pippin, sintiendo un gran alivio al romper el silencio- ¿Frodo y Sam?
- Están muy bien, pequeño, o al menos era así la última vez que les vi -dijo Faramir-. No debes preocuparte por ellos, pues tienen gran determinación en su corazón, en especial el sirviente de tu querido Frodo... Samsagaz, creo que se llamaba. Él sí que tenía un brillo especial en los ojos.
Pippin sintió un gran cariño hacia sus amigos en ese momento. Una pequeña esperanza penetró en él, hasta que recordó la que quizá era la pregunta que más le inquietaba. Tomo aire, y preguntó:
- ¿Y ese camino que tomaron? Cirith Ungol, decían que se llamaba...
Faramir enmudeció y una sombra pareció cubrir su rostro.
- ¿Señor Faramir? ¿Qué ocurre?
- No creo que deba hablarte de eso, maese mediano. Pero no desesperes. Estos son tiempos oscuros, y todos tendremos nuestras dificultades.
Pippin bufó como un niño decepcionado cuando no logra su objetivo.
- Lo mismo que Gandalf me dijo anoche... -murmuró.
- Tu curiosidad es inefable, ¿eh, maese hobbit? -dijo Faramir entre risas.
 Los hombres pronto estuvieron listos, y dieron el aviso. Pippin les vio a lo lejos, montados en los caballos.
- ¡Adiós, maese hobbit! -dijo Faramir- Debo ir a afrontar mi misión. Ahora defender Osgiliath depende solo de mí, sin importarme lo que pueda pasar.
 Faramir le dedicó una reverencia. Durante un instante Pippin vio un extraño brillo de tristeza en sus ojos, y se le encogió el corazón. Desobedeciendo a sus órdenes de empezar sus servicios, siguió a Faramir, y vio que hablaba con Gandalf. Luego partió, y Pippin tuvo la inquietante sensación de que no volvería.
 Pippin entró temeroso en la estancia de su señor, pero Denethor no le abroncó por su tardanza. El señor de Minas Tirith parecía preocupado, pero Pippin no preguntó, y se limitó a cumplir sus obligaciones. Continuamente pensaba en Faramir, pero el resto del día pasó sin más preámbulos, hasta que llegó la noche y con ella el siguiente día.
 
Al día siguiente, aunque la Sombra había dejado de crecer, pesaba aún más sobre los corazones de los hombres, y el miedo empezó a dominarlos. No tardaron en llegar otras malas noticias. El cruce del Anduin estaba ahora en poder del enemigo. Faramir se batía  en retirada hacia los muros del Pelennor, reuniendo a todos  sus hombres en los Fuertes de la Explanada; pero el enemigo era diez veces superior en número.
-Si acaso decide regresar a través del Pelennor,  tendrá el enemigo  pisándole los talones -dijo el mensajero-. Han pagado caro  el paso del río, pero menos de lo que nosotros esperábamos. El plan estaba bien trazado. Ahora se ve que desde hace mucho tiempo estaban construyendo en secreto flotillas de balsas y lanchones al este de Osgiliath. Atravesaron el río como un enjambre de escarabajos. Pero el que nos derrota es el Capitán Negro. Pocos se atreverán a soportar y afrontar aun el mero rumor de que viene hacia aquí. Sus propios hombres tiemblan ante él,  y se matarían si él así lo ordenase.
-En ese caso, allí me necesitan más que aquí -dijo Gandalf; e inmediatamente partió al galope, y el resplandor blanco pronto se perdió de vista.  Y Pippin permaneció toda esa noche de pie sobre el muro, solo e insomne con la mirada fija en el Este...
("El sitio de Gondor")
 
A Pippin la oscuridad le pesaba. De vez en cuando y cada vez más frecuentemente se le escapaba un suspiro, no solo de cansancio, sino también de preocupación. Aunque era cierto que lo que más deseaba era un lecho mullido, allá en su casa, amparado por una noche que no era ni oscura ni provocaba terror, los lazos que le ataban a aquel lugar eran cada día más fuertes. Podía notarlo, tanto que ahora se veía solo sobre el muro, esperando noticias provenientes de Osgiliath, de Gandalf, o de Faramir, en lugar de estar en su alcoba descansando. Pero la ciudad entera parecía aguardar, insomne.
A Pippin el sueño ya estaba empezando a vencerle, y a veces se encontraba dándose cuenta de que los últimos pensamientos que había tenido habían volado al olvido, como cuando uno nota que la conciencia se le adormece. Finalmente sus ojos se cerraron, y la cabeza le cayó pesadamente sobre el hombro. Pronto tuvo un sueño oscuro, el mismo que tuviera hacía unos días. Y despertó sobresaltado y temblando, incapaz de volver a dormirse.
Gandalf llegó al día siguiente, con las primeras luces. Pippin estaba con Denethor y Gandalf corrió a su encuentro, y el hobbit, abrumado, presenció otra larga y tensa conversación entre ambos. Faramir no había venido. Pippin se revolvía. A veces tenía ganas de salir corriendo, pero aguantó, porque algo más poderoso que el miedo se lo impedía.
Esa misma noche, volvieron nuevos jinetes, y aunque los hombres tenían esperanza que ver venir a su capitán con ellos, tampoco Faramir apareció en ese momento.
Pronto Pippin volvió a sentir la fría mano del terror más puro retorcer su corazón. Se asomó como pudo a la ventana, y de nuevo oyó gritos, como si todo un ejercito enemigo atacara sin aviso y dispuesto a matar. Y vio que toda una legión avanzaba contra los hombres de Gondor. Entonces vio que algo caía del cielo, y oyó el penetrante aviso de muerte de los Nazgûl. Lleno de terror, no se atrevió a seguir mirando. La trompeta sonó, y cuando Denethor dio la orden, el ejército que aún quedaba en la ciudadela salió dispuesto a acabar con el ataque enemigo. Pippin volvió a abrir los ojos, ante el clamor, y volvió a asomarse. Y de nuevo, como cuando lo contemplara con Beregond desde lo alto del muro en su primer día como Guardia de la Ciudadela, Gandalf, el alentador Jinete Blanco, apareció entre la enorme marea de hombres y enemigos, y ante la luz cegadora de la esperanza y el poder, los Nazgûl huyeron. Y Faramir no estaba. La caballería imparable logró derrotar al enemigo...
 
Sin embargo Denethor no les permitió ir muy lejos. Aunque habían jaqueado al enemigo, por el momento obligándolo a replegarse, un torrente de refuerzos avanzaba ya desde el este. La trompeta sonó otra vez: la señal de la retirada. La caballería de Góndor se detuvo, y detrás las compañías de campaña volvieron a formarse. Pronto regresaron marchando. Y entraron en la ciudad; pisando con orgullo; y con orgullo los contemplaba la gente y los saludaba dando gritos de alabanza, aunque todos estaban acongojados. Pues las compañías habían sido diezmadas. Faramir había perdido un tercio de sus hombres.
¿Y dónde estaba Faramir?
Fue el último en llegar. Ya todos sus hombres habían entrado. Ahora regresaban los caballeros del cisne, seguidos por el estandarte de Dol Amroth, y el príncipe. Y en los brazos del príncipe, sobre la cruz del caballo, el cuerpo de un pariente, Faramir hijo de Denethor, recogido en el campo de batalla.
- ¡Faramir! ¡Faramir! -gritaban los hombres, y lloraban por las calles. Pero Faramir no les respondía, y a lo largo del camino sinuoso, lo llevaron a la ciudadela, a su padre. En el momento mismo en que los Nazgül huían del ataque del Caballero Blanco, un dardo mortífero había alcanzado a Faramir, que tenía acorralado a un jinete, uno de los campeones de Harad. Faramir se había caído del caballo. Sólo la carga de Dol Amroth había conseguido salvarlo de las espadas rojas de las tierras del Sur, que sin duda lo habrían atravesado mientras yacía en el suelo.
El príncipe Imrahil llevó a Faramir a la Torre Blanca, y dijo: -Tu hijo ha regresado, señor, después de grandes hazañas -y narró todo cuanto había visto. Pero Denethor se puso de pie y miró el rostro de Faramir y no dijo nada. Luego ordenó que preparasen un lecho en la estancia, y que acostaran en él a Faramir, y que se retirasen. Pero él subió a solas a la cámara secreta bajo la cúpula de la Torre; y muchos de los que en ese momento alzaron la mirada, vieron brillar una luz pálida que vaciló un instante detrás de las ventanas estrechas, y luego llameó y se apagó...
("El Sitio de Gondor")
 
Pippin se quedó solo en la estancia. Denethor no había regresado. De repente, oyó un gemido amortiguado proveniente del lecho de Faramir. Pippin se sobresaltó. Quería salir corriendo y llamar a alguien, pero estaba paralizado. Faramir volvió a decir algo que a oídos de Pippin no sonó a nada que reconociera, pues tal era el entumecimiento que atenazaba al joven capitán. El hobbit se acercó al lecho con el corazón desbocado.
- Soy yo... Peregrin, el mediano... Un humilde servidor de vuestro señor... -dijo con voz trémula.
Faramir volvió a cerrar los ojos. Y tras un silencio que a Pippin le pareció eterno, le dijo:
- Sí... te reconozco... -dijo, y habló de nuevo tras una pausa tan larga que alarmó al hobbit- Siento que todo se oscurece... ¡Pero no! La ciudad no caerá... Mi tierra no debe caer...
Pippin jamás supo describirla, pero una sensación cálida, de lealtad y respeto, empezó a arder en su corazón.
- No lo permitiré, mi señor -dijo con una voz que no se reconoció como suya.
Y cuando Faramir volvió a sumirse en el profundo y ardiente sueño previo a la muerte, el hobbit besó sus manos.
Cuando Denethor regresó, Pippin no había visto nunca tanto dolor en su mirada. De repente le parecía más viejo y desgraciado que nunca, como si hubiese visto o sabido algo que le hubiera provocado una angustia y un dolor tremendos. Tal era el sobrecogimiento, que no tuvo ni el valor de decirle que Faramir le había hablado durante un leve momento,  porque Faramir no había despertado ni dicho nada en todo el tiempo que estaba postrado en el lecho, presa de una fiebre ardiente.
- ¿Mi señor? -le decía, pero el senescal no contestaba.
A Pippin se le encogió el corazón, y una extraña sensación de incomodidad e intranquilidad se asentó en él, como si de repente ambos tuvieran algo en común. Sólo más tarde sabría lo que era: Denethor había consultado un Palantir, y también él había soportado la mirada de Sauron, pero durante tanto tiempo que le estaba consumiendo, y que en la voluntad de fuego de la Piedra había visto que los temidos Navíos Negros desembarcarían en el puerto, trayendo consigo la ruina. Pero lo que Denethor no sabía era que Aragorn y sus aliados habían tomado los barcos, y que desde los campos de Anórien, una nueva esperanza estaba a punto de entrar en la ciudad.
 
Durante todo aquel día sombrío Faramir estuvo tendido en el lecho en la cámara de la Torre Blanca, extraviado en una fiebre desesperada; moribundo, decían algunos, y pronto todo el mundo repetía en los muros y en las calles: moribundo. Y Denethor no se movía de la cabecera, y observaba a su hijo en silencio, y ya no se ocupaba de la defensa de la ciudad.
Nunca, ni aun en las garras de los Uruk-hai, había conocido Pippin horas tan negras. Tenía la obligación de atender al Senescal, y la cumplía, aunque Denethor parecía haberlo olvidado. De pie junto a la puerta de la estancia a oscuras, mientras trataba de dominar su propio miedo, observaba y le parecía que Denethor envejecía momento a momento, como si algo hubiese quebrantado aquella voluntad orgullosa, aniquilando la mente severa del Senescal. El dolor quizás y el remordimiento. Vio lágrimas en aquel rostro antes impasible, más insoportables aún que la cólera.
- No lloréis, Señor -balbució-. Tal vez sane. ¿Habéis consultado a Gandalf?
- ¡No me reconfortes con magos! -replicó Denethor-. La esperanza de ese insensato ha sido vana. El enemigo lo ha descubierto, y ahora es cada día más poderoso; adivina nuestros pensamientos, todo cuanto hacemos acelera nuestra ruina.
"Sin una palabra de gratitud, sin una bendición, envié a mi hijo a afrontar un peligro inútil, y ahora aquí yace con veneno en las venas. No, no, cualquiera que sea el desenlace de esta guerra, también mi propia casta está cerca del fin: hasta la Casa de los Senescales ha declinado. Seres despreciables dominarán a los últimos descendientes de los Reyes de los Hombres, obligándolos a vivir ocultos en las montañas hasta que los hayan desterrado o exterminado a todos.
Unos hombres llamaron a la puerta reclamando la presencia del Señor de la Ciudad.
-No, no bajaré -dijo Denethor-. Es aquí donde he de permanecer, junto a mi hijo. Tal vez hable aún, antes del fin, que ya está próximo. Seguid a quien queráis, incluso al Loco Gris, por más que su esperanza haya fallado. Yo me quedaré aquí.
("El Sitio de Gondor")
 
Horas después y atemorizado por el asedio, Denethor había tomado la tremenda decisión de quemarse vivo junto a Faramir en una pira, allí donde los muertos descansaban eternamente, en las sagradas estancias de la torre.
 
-¡El ya está ardiendo, ardiendo! -dijo con tristeza-. La morada de su espíritu se derrumba.-Y luego, acercándose a Pippin con pasos silenciosos, lo miró largamente.
-¡Adiós! -dijo-. ¡Adiós, Peregrin hijo de Paladin! Breve ha sido tu servicio, y terminará pronto. Te libero de lo poco que queda. Vete ahora, y muere en la forma que te parezca más digna. Y con quien tú quieras, hasta con ese amigo loco que te ha arrastrado a la muerte. Llama a mis servidores, y márchate. ¡Adiós!
-No os diré adiós, mi Señor -dijo Pippin hincando la rodilla. Y de improviso, reaccionando otra vez como el hobbit que era, se levantó rápidamente y miró al anciano en los ojos-. Acepto vuestra licencia, Señor -dijo-, porque en verdad quisiera ver a Gandalf. Pero no es un loco; y hasta que él no desespere de la vida, yo no pensaré en la muerte. Mas de mi juramento y de vuestro servicio no deseo ser liberado mientras vos sigáis con vida. Y si finalmente entran en la ciudadela, espero estar aquí, junto a vos, y merecer quizá las armas que me habéis dado.
-Haz lo que mejor te parezca, señor Mediano -dijo Denethor-. Pero mi vida está destrozada. Haz venir a mis servidores. -Y se volvió de nuevo a Faramir.
Pippin salió y llamó a los servidores: seis hombres de la Casa, fuertes y hermosos; sin embargo temblaron al ser convocados. Pero Denethor les rogó con voz serena que pusieran mantas tibias sobre el lecho de Faramir, y que lo levantasen. Los hombres obedecieron, y alzando el lecho lo sacaron de la cámara. Avanzaban lentamente, para perturbar lo menos posible al herido, y Denethor los seguía, encorvado ahora sobre un bastón; y tras él iba Pippin.
Allí Pippin, mirando con inquietud alrededor, vio que se encontraba en una vasta cámara abovedada, tapizada de algún modo por las grandes sombras que la pequeña linterna proyectaba sobre las paredes, recubiertas de oscuros sudarios. Se alcanzaban a ver en la penumbra numerosas hileras de mesas, esculpidas en mármol; y en cada mesa yacía una forma dormida, con las manos cruzadas sobre el pecho, la cabeza descansando en una almohada de piedra. Pero una mesa cercana era amplia y estaba vacía. A una señal de Denethor, los hombres depositaron sobre ella a Faramir y a su padre lado a lado, envolviéndolos en un mismo lienzo; y allí permanecieron inmóviles, la cabeza gacha, como plañideras junto a un lecho mortuorio. Denethor habló entonces en voz baja.
-Aquí esperaremos -dijo-. Pero no mandéis llamar a los embalsamadores. Traednos pronto leña para quemar, y disponedla alrededor y debajo de nosotros, y rociadla con aceite. Y cuando yo os lo ordene arrojaréis una antorcha. Haced esto y no me digáis una palabra más. ¡Adiós!
- ¡Con vuestro permiso, Señor! -dijo Pippin, y dando media vuelta huyó despavorido de la casa de los muertos. "¡Pobre Faramir!", pensó. "Tengo que encontrar a Gandalf. ¡ Pobre Faramir! Es muy probable que más necesite medicinas que lágrimas. Oh, ¿dónde podré encontrar a Gandalf? En lo más reñido de la batalla, supongo; y no tendrá tiempo para perder con moribundos o con locos."
Partió a todo correr, bajando siempre, hacia la parte externa de la ciudad. Se cruzaba en el camino con hombres que huían del incendio, y algunos, al reconocer la librea del hobbit, volvían la cabeza y gritaban. Pero Pippin no les prestaba atención. Por fin llegó a la Segunda Puerta; del otro lado las llamas saltaban cada vez más alto entre los muros. Sin embargo, todo parecía extrañamente silencioso. No se oía ningún ruido, ni gritos de guerra ni fragor de armas. De pronto Pippin escuchó un grito aterrador, seguido por un golpe violento y un ruido como de trueno profundo y prolongado. Obligándose a avanzar no obstante el acceso de miedo y horror que por poco lo hizo caer de rodillas, Pippin volvió el último recodo y desembocó en la plaza detrás de la Puerta de la Ciudad. Y allí se detuvo, como fulminado por el rayo.
("La Pira de Denethor")
 
Pippin había encontrado por fin a Gandalf. Agazapado detrás del carro de madera volcado, apoyado de espaldas contra él, Pippin respiraba profundamente, intentando calmarse. Tenía el corazón completamente enloquecido. Cerró los ojos un instante, y cuando las piernas dejaron de temblarle, se dio la vuelta, asomando levemente sobre el carro, y contempló, horrorizado, la escena que transcurría ante él. Gandalf, montado en Sombragris, permanecía alto y erguido, ante uno de los Jinetes Negros. Supo que era el Rey Brujo, el Señor de los Nazgul, y empezó a temblar otra vez. Pero no debía tener miedo; no en ese momento. Pippin miró sus manos temblorosas, y se sintió avergonzado por un instante. Gandalf permanecía allí, inquebrantable. La única luz que brillaba aún en medio de la oscuridad y la muerte. Blanco y negro, luz y oscuridad, enfrentados cara a cara. Pippin cerró los ojos. Pasados unos instantes logró dominarse; las manos dejaron de temblarle, y el corazón alcanzó ahora un ritmo más normal. Pero aunque su cuerpo ya no lo manifestara con vehemencia, en su pensamiento seguía aterrorizado.
Durante un instante, un leve dolor palpitó en su rodilla. Se había caído durante su frenética carrera, y agotado y presa de la desesperanza y el pánico, se había quedado quieto durante un tiempo que a él le pareció eterno, mientras la rodilla le ardía de dolor. Solo una cosa cabía en su cabeza en esos momentos: salvar a Faramir de las llamas. Pensó en Gandalf, al que buscaba desesperado, y pensó entonces en Frodo y Sam, y luego en Merry. Y una fuerza interior que nunca antes había sentido le obligó a ponerse en pie y seguir, en medio del fuego, el pánico y la muerte, y allí estaba ahora, escondido.
Le vino a la mente la conversación que había mantenido con Faramir apenas unas horas antes, aunque en aquellas circunstancias ya no recordaba si habían sido horas o minutos. Pero no debía dejar que la esperanza le abandonara. Como le había dicho Beregond, si ellos no la tenían, ¿quién la iba a tener si no? No habría nada perdido mientras pudieran seguir en pie, había dicho él, mucho antes, cuando charlaban por primera vez contemplando la ciudad ante ellos, y presenciaban la llegada de los ejércitos aliados. Pippin suspiró.
"No hay nada que perder... No aún... Seguiré luchando mientras me queden fuerzas..."       Entonces oyó los cuernos, el atronador sonido de los cuernos de Rohan, como una nueva esperanza proveniente de allá afuera, donde no sabía ni quería saber si el terror y la oscuridad eran tan o más profundos como en donde él estaba. Pippin se levantó. Toda duda o terror parecieron desaparecer como impulsados por un viento repentino. De nuevo el corazón le brincaba dentro del pecho, pero esta vez de pura alegría. Y entonces, corrió al encuentro de Gandalf, y le contó todo lo que acontecía allá arriba, en la ciudadela.
Alcanzaron a tiempo la pira, presenciando una profanación que hubo de servir para salvar la vida de Faramir: Beregond había segado la vida de dos guardias que intentaban impedirle desobedecer las órdenes y rescatar a su capitán. Pero aún salvado Faramir, la desgracia no se pudo prevenir del todo, pues Denethor, consumido finalmente por la locura, pereció en las llamas, llevando consigo su más preciada pertenencia: un palantir, que había consultado durante tanto tiempo, y durante tanto tiempo había soportado la mirada del Señor Oscuro, que había acabado con su cordura engañándole con falsas visiones.
 
Se internaron finalmente en los circuitos más altos de la ciudad, y a la luz de la mañana siguieron camino hacia las Casas de Curación que eran residencias hermosas y apacibles, destinadas al cuidado de los enfermos graves, aunque ahora acogían también a los heridos en la batalla y a los moribundos. Se alzaban no lejos de la puerta de la ciudadela, en el círculo sexto, cerca del muro del Sur, y estaban rodeadas de jardines y de un prado arbolado, el único lugar de esa naturaleza en toda la ciudad. Allí moraban las pocas mujeres a quienes porque eran hábiles en las artes de curar o de ayudar a los curadores, se les había permitido quedarse en Minas Tirith.
Y en el momento en que Gandalf y sus compañeros llegaban con el féretro a la puerta principal de las Casas, un grito estremecedor se elevó desde el campo delante de la Puerta, y hendiendo el cielo con una nota aguda y penetrante, se desvaneció en el viento. Fue un grito tan terrible que por un instante todos quedaron inmóviles; pero en cuanto hubo pasado sintieron de pronto que la esperanza les reanimaba los corazones, una esperanza que no conocían desde que llegara del Este la oscuridad; y tuvieron la impresión de que la luz era más clara, y que por detrás de las nubes asomaba el sol.
("La Pira de Denthor")
 
Ahora, Pippin, de pie e inmóvil, veía cómo Faramir era tendido en un lecho de las casas de curación, que al agotado hobbit le pareció tan confortable que durante unos instantes sintió flaquear sus fuerzas. Vio como Beregond hablaba con los curadores, quedándose luego al lado de Faramir, y luego él mismo se acercó al lecho, y allí contempló a su capitán un instante, en silencio. Por un instante volvió a recordar a Boromir. Beregond le puso la mano en el hombro.
- Esto ya no depende de nosotros, joven maese Peregrin -dijo.
Luego los dos fueron al encuentro de Gandalf, quien parecía lleno de un pesar que no podían describir, y que sin duda, se refería a la batalla acontecida abajo, en el Pelennror.
 
"Ahora he de ir al encuentro de los que están llegando. Lo que he visto en el campo me es muy doloroso, y acaso nos esperen nuevos pesares. ¡Tú, Pippin, ven conmigo! Pero tú, Beregond, volverás a la ciudadela, e informarás al Jefe de la Guardia. Mucho me temo que él tenga que separarte de la Guardia; mas dile, si me está permitido darle un consejo, que convendría enviarte a las Casas de Curación, como custodia y servidor de tu Capitán, para estar junto a él cuando despierte, si alguna vez despierta. Porque fuiste tú quien lo salvó de las llamas. ¡Ve ahora! Yo no tardaré en regresar.
Y dicho esto dio media vuelta y fue con Pippin hacia la parte baja de la ciudad. Y mientras apretaban el paso, el viento trajo consigo una lluvia gris, y todas las hogueras se anegaron, y una gran humareda se alzó delante de ellos.
("La pira de Denethor")
 
- ¡Ah, Merry! ¡Te he encontrado al fin, gracias al cielo!
Levantó la cabeza, y la niebla que le velaba los ojos se disipó un poco. ¡Era Pippin! Estaban frente a frente en un callejón estrecho y desierto. Se restregó los ojos.
- ¿Dónde está el rey? -preguntó-. ¿Y Eowyn? -De pronto se tambaleó, se sentó en el umbral de una puerta, y otra vez se echó a llorar.
-Han subido a la ciudadela -dijo Pippin-. Sospecho que el sueño te venció mientras ibas con ellos, y que tomaste un camino equivocado. Cuando notamos tu ausencia, Gandalf mandó que te buscara. ¡Pobrecito, Merry! ¡Qué felicidad volver a verte! Pero estás extenuado y no quiero molestarte con charlas. Dime una cosa, solamente: ¿estás herido, o maltrecho?
-No -dijo Merry-. Bueno, no, creo que no. Pero tengo el brazo derecho inutilizado, Pippin, desde que lo herí. Y mi espada ardió y se consumió como un trozo de leña.
Pippin observó a su amigo con aire preocupado.
-Bueno, será mejor que vengas conmigo en seguida -dijo-. Me gustaría poder llevarte en brazos. No puedes seguir a pie. No sé cómo te permitieron caminar; pero tienes que perdonarlos. Han ocurrido tantas cosas terribles en la ciudad, Merry, que un pobre hobbit que vuelve de la batalla bien puede pasar inadvertido.
-No siempre es una desgracia pasar inadvertido -dijo Merry-. Hace un momento pasé inadvertido.... no, no, no puedo hablar. ¡Ayúdame, Pippin! El día se oscurece otra vez, y mi brazo está tan frío.
-¡Apóyate en mí, Merry, muchacho! dijo Pippin-. ¡Adelante! Primero un pie y luego el otro. No es lejos.
- ¿Me llevas a enterrar?
-¡Claro que no! -dijo Pippin, tratando de parecer alegre, aunque tenía el corazón destrozado por la piedad y el miedo-. No, ahora iremos a las Casas de Curación.
("Las Casas de Curación")
 
Fue un reencuentro tan doloroso que tuvo que esforzarse por contener las lágrimas de pena y terror. No debía llorar, no ahora. En un camino que le pareció largo y tortuoso, le llevó lo más cerca que pudo de las Casas de Curación, donde Gandalf les recibió y se llevó al hobbit herido. Merry yacía ahora con Faramir, y la Dama Eowyn, noble mujer de Rohan, herida en batalla y afectada por el mismo mal que sufría Merry. Ahora, Pippin si sintió que vivía los momentos más duros desde que entrara en Gondor, sintiendo que la vida se escapaba del mejor amigo que jamás había tenido desde que su mundo era mundo. Se enteró de las hazañas de Merry, de como la Dama de Rohan y él dieron muerte al señor de los Nazgûl; y entonces Pippin comprendió de qué procedía el grito que había oído cuando llevaban a Faramir a las Casas de Curación
Pippin esperaba, sin moverse de la estancia, durante los que para él fueron las horas más largas de su vida. Fue entonces cuando llegó Aragorn. Y despertando viejas canciones y creencias, fue él quien salvó a los enfermos del sueño eterno de la muerte y el olvido.
Aún el destino del mundo no se había decidido. Pero la primera batalla había pasado, y la esperanza era ahora superior al miedo. Pippin se sentía alentado. Él y Merry, más recuperado aunque aún convaleciente, pasaron buenos momentos contando los últimos acontecimientos con Legolas y Gimli, que también habían venido con Aragorn y sus hombres. Pippin sentía que la Comunidad seguía viva.
 Esa noche la pasó casi toda pensando, sin saber que sería la última noche tranquila en mucho tiempo. Tantos acontecimientos funestos y buenos se agolpaban en su cabeza, que casi sentía que le pesaban y le dolía. Aún le parecía increíble, como si todo hubiera sido otra horrible pesadilla. Pero había visto de nuevo a Merry, a Aragorn, Legolas y Gimli; a todos sus seres queridos, o al menos a casi todos. Durmió en paz, con una leve sonrisa de esperanza.
Al día siguiente por fin se le permitió ir a las casas de curación a ver a Faramir, aunque en realidad, el hijo del senescal había requerido su presencia. Gandalf fue con él, pero no entró en la habitación. Pippin se inclinó respetuosamente ante la cama de su capitán, hincándose en su rodilla como cuando jurara lealtad al senescal.
- No debes inclinarte, maese hobbit. Yo debería hacerlo, si realmente tuviera fuerzas -dijo con una risa amarga-. Te he hecho venir porque quería darte las gracias.
- ¿Gracias? -preguntó Pippin confuso- ¿Por qué? No las merezco, mi capitán... Ni si quiera pude salvar a vuestro señor y padre de su destino en las llamas.
Faramir sonrió amargamente, y tras un instante en silencio, volvió a dirigirse al hobbit.
- No, mi valiente mediano, no debes lamentar eso. Ese ha sido el destino que él ha elegido, y aunque me llena el corazón de pesar, tampoco yo debo lamentarlo. Era un hombre noble, pero ya hacía mucho tiempo que estaba muerto.
Pippin no comprendió del todo estas palabras, pero la congoja y el gran respeto que sentía le impidieron preguntar. Solo pudo mirar a su capitán, con los ojos brillantes, y agachar la cabeza en actitud de respeto.
En la puerta, Gandalf le miraba en silencio. Pues solo el valor de Pippin había sido capaz de rescatar a Faramir, de las llamas de la locura y la muerte.
La profecía se seguía cumpliendo.
 


1 Sindarín "Que lluevan bendiciones sobre ti, Mavrin"
2 Sindarín: "Gracias"
3 Sindarín: "Buen viaje, Ellindalë... Que la luz de los Valar ilumine tu camino..."


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