La Espada del Alba (libro II)

07 de Diciembre de 2003, a las 00:00 - Abel Vega
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Capítulo Nueve: MAQUINACIONES Y MUERTE

Inquieto, Toek se revolvió sentado en su silla. Llenó su pipa y acercó el fuego a ella, aspirando profundamente. Olwaith acababa de irse, ya le había contado el encierro de Linnod, y ahora todos los planes del viejo se habían ido al traste. Sin Linnod todo cambiaba, pues él era el principal bastión de resistencia ante el Mal, y también el arma para derrocar a Kaenor. Volvió a tomar una bocanada y se recostó en el respaldo. Todo pasaba por destronar al rey. Con Kaenor dirigiendo el ejército nada había que hacer, recordó las palabras de Linnod; "pero en el fondo de mi corazón siento que combatir al Mal con otro mal no puede traer nada bueno", y entonces las entendió. Kaenor no servía para dirigir a los Hombres contra los Muertos, pues una parte de él estaba en el otro bando, la maldad de su corazón hacía que no tuviese claro de parte de quién luchar. Toek supo que debía evitar que Kaenor siguiese en el trono en la llegada del Mal, pero no sabía el modo de hacerlo. Un asesinato era demasiado arriesgado, toda la guardia leal del rey impondría su poder y el resultado sería desastroso, además de que impediría que Olwaith fuese coronado rey, habiendo aún defensores de Kaenor en el reino. Descartó el asesinato, y siguió pensando, durante horas caviló en la cálida oscuridad de su habitación y muchas veces rellenó su pipa. Muchas opciones manejó, pero ninguna le pareció viable. Ya en la noche, decidió ir a buscar a Olwaith y pedir su consejo. Se levantó y salió en silencio de sus aposentos, caminó por los pasillos al amparo de la oscuridad, evitando ser visto, para reunirse con los hijos del rey y planear la sucesión.

Olwaith trató de dormir, pero sus ojos se abrían constantemente y escrutaban la habitación. Con Linnod apresado y la sombra del Mal rondando en el reino, sus esperanzas se habían desvanecido. Creyó que había sido ingenuo al pensar que Kaenor escucharía a Linnod, y se sintió mal por ello. Toek, Nora y él habían estado largo tiempo aguardando la llegada de Linnod a Anthios, pensando en un futuro distinto para el reino, un futuro sin su padre. Pero ahora todo era distinto, Linnod estaba cautivo y si no hacían algo pronto moriría, y un temor había crecido en su interior, procedente de las palabras de Linnod y Scerion, que presagiaban la llegada de algo que no se podía detener. Se levantó de la cama y encendió dos velas, y la habitación se sumergió en una tenebrosa oscuridad, llena de temblorosas sombras. De nada serviría un ejército comandado por Kaenor cuando el Mal atacase, Linnod lo sabía y él tambien. Pero tambien supo que sacar a su padre del poder y la soberanía a la que estaba tan apegado sería imposible, pues Kaenor amaba más a su oro y a su poder que a cualquiera de sus hijos, y más de lo que nunca había amado a nadie. Por su cabeza pasaron pensamientos llenos de ira y odio a su padre, y deseó matarle, deseó empuñar su espada en ese mismo momento y acabar con todo aquello. Pero sabía que llegar ante él era imposible, y si el heredero del reino mataba a su padre, todos los leales a Kaenor se alzarían, y nunca llegaría a ser rey, y Anthios se convertiría en un reino sin dueño. Se restregó los ojos y se apretó las sienes tratando de que su mente pariera esa solución que tanto ansiaba. Tanto pensó que llegó a la idea de que no había solución, de que Anthios era un reino condenado, y nada ni nadie podría evitarlo. La desesperanza le llenó, pero no se derrumbó y pensó que la liberación de Linnod les daría alguna opción. Se levantó y miró por la ventana, miró al Norte y oyó el mar, y vió el risco en el que Nora pasaba tanto tiempo en los largos días de temor y soledad, bañado por la luz de una gran luna que no tenía nubes que la ocultasen. Luego miró al Sur, y las vastas llanuras que llegaban a las Eltereth, y recordó los Campos Eternos, y los días que había pasado allí con Linnod en su infancia, aprendiendo de él, y también pensó en si el Mal ya los había arrasado, si ya estaba cerca de la ciudad. Escudriñó a través de la bruma y le pareció ver un fulgor que se revolvía allá lejos, y oir un rugido lejano pero poderoso. Entonces decidió ir a ver a Toek, pues supo que debía hacer algo, y sin la ayuda del viejo no sería posible. Y en el momento en el que se giraba hacia la puerta, ésta se abrió y Toek entró en la estancia, como si algo hubiese oído las ideas del príncipe y le hubiese llevado ante él al anciano.

Nora hundió la cucharilla en la taza y revolvió la infusión. Tomó un sorbo y el líquido con sabor a miel y tomillo entró por su garganta, casi quemándola, pero reconfortando un estómago atenazado por el miedo. Con la noche había llegado el frío, y una brisa entraba por la ventana. Pese al calor y la sequía, estar más cerca del invierno que del verano se notaba, sobre todo en las noches, cuando la temperatura bajaba considerablemente. Nora rodeó el tazón caliente con sus manos y respiró su aroma. Tomó otro largo sorbo y posó la taza en la mesa. El vapor que salía de la infusión se mezclaba con el humo de las velas que iluminaban tímidamente la habitación, y le daba un extraño color. Le sería imposible dormir esa noche, y posiblemente todas y cada una de las noches que quedaban hasta que llegase el fin de aquella locura. Salió al balcón y se sentó cerca de la baranda, con un manto oscuro sobre los hombros para resguardarla del viento. Se apartó los rizados mechones que caían sobre su cara y apretó contra su cuerpo la manta. Pensó en Linnod, y en cuanto le quería. Pese a no haber apenas hablado con él, sentía que le conocía desde siempre. Algo diferente y poderoso había en él, algo que le llamaba y le hacía sentir bien. Tantos años como habían pasado Toek y Olwaith hablándole de él, y de su enfrentemiento con Kaenor, y de su valor, habían formado en su mente una imagen de Linnod que no se parecía a la que ahora tenía. Durante diez años pensó en aquel hombre del que muchos hablaban como un ser distinto, superior a cualquier persona que conociese, poderoso y distante, algo como su padre el rey, pero a la inversa, una figura que representaba el bien. Pero al conocerle casi todas esas imágenes desaparecieron, pues lo que vió fue una persona como otra cualquiera, con sus debilidades y temores, y frágil como todo ser humano ante las adversidades. Pero le seguía pareciendo un hombre poderoso, y con algo distinto a los demás, algo que no sabría decir que era, pero que estaba ahí. Tal vez fuese por eso por lo que había sido elegido para llevar esa misteriosa espada, y para guiar al reino a la victoria. Con la mirada perdida en la oscuridad del bosque de Rovehn, pensó en como sería el reino tras la llegada del Mal, y en qué harían ahora con Linnod a merced de Kaenor. Olwaith y Toek estarían pensando en algo, pero ni siquiera eso la animó. Desde que hacía unas horas su hermano le hubiera dicho lo del apresamiento de Linnod, no había sido capaz de pensar en otra cosa que no fuese oscuridad y su temor no hizo sino aumentar. Entonces sintió que no podía quedarse allí, derritiéndose como el hielo ante el fuego que el miedo alimentaba. Se puso una capa larga y tapó su cabeza con la capucha. Salió de la habitación en silencio y bajó las escaleras. Salió bajo el manto de estrellas en el centro de la ciudad, y entre las sombras se deslizó, dirigiéndose a la Torre del Rey. Como la bruma se movió y sin ser vista por los guardias entró en la Torre, y fue hacia las mazmoras, siguiendo los gritos de los condenados, por una sucia galería sin ver por donde iba, pues la oscuridad todo lo anegaba. Cuando llegó ante las celdas, observó con uno de sus verdes ojos pegada a la pared de piedra y vió a una docena de fornidos guardias custodiando a los presos. Los tres que estaban más cerca, sentados a una mesa, bebían vino y cerveza y hablaban a gritos, escupiendo ante las celdas e insultando a los presos. Nora trató de ocultarse más contra el muro y se agachó, pensando en que iba a hacer, mientras uno de los guardias se levantaba y entraba en una de las celdas con una maza metálica ensangrentada y oxidada, gritándole al preso de su interior y tambaleándose por efecto del alcohol.

Al abrir los ojos, Scerion sintió un gran dolor en todo su cuerpo. Colgado de la pared con unos gruesos grilletes, sus hombros se habían entumecido y sus muñecas despellejado. No hacía más de dos horas que le habían propiciado su segunda paliza del día, la más cruel que hubiese recibido en los tres días que llevaba en aquella celda. Sus ojos estaban hinchados y su nariz partida. Pensó en Kaenor y deseó ver su cara cuando el Mal llegase, para poder mirarle a los ojos y decirle: "mira, gran rey, no te he mentido, los Muertos están aquí". Pero sabía que ese momento nunca llegaría, pues moriría antes de eso, y en parte lo deseaba. Los guardias le matarían en cualquier momento, y Kaenor probablemente nunca pensó en soltarle. Deseó saber si Linnod ya había vuelto a Anthios, y dónde estaría. Pensó en su familia, en su mujer y sus hijas y en cuanto las quería, pero pronto las quitó de su mente para no pensar en cómo habían muerto, a manos de aquellos seres, y lloró, pues supo que nunca más vería la luz del Sol, nunca más saldría de aquella mazmorra, pues Kaenor era cruel y mentiroso, y aunque el Mal llegase en ese momento, no le soltaría como había prometido. Alzó la cabeza, con un gran dolor en su cuello, y trató de mover las rodillas, apoyadas en el sucio suelo. Entonces uno de los guardias, el más gordo de todos ellos, entró en la celda chocando con las paredes, agarrando una gran maza, mirándole e insultándole. Llegó ante él y le agarró la cara con la mugrienta mano, alzándole. Scerion sintió el nauseabundo olor que salía de su boca, por el vino que transpiraba por los poros. Le habló, pero no fue capaz de entenderle, debido al alcohol que el guardia había consumido y al dañado oido de Scerion. Apartó su mano de la cara de Scerion y se dirigió a la puerta, miró a sus compañeros y les gritó algo. Todos rieron estrepitosamente y llenaron de nuevo sus vasos. El guardia gordo se volvió a Scerion y cerró la celda. Se colocó ante él y alzó la maza. Pero el peso de la misma hizo al hombre trastabillar y caerse de espaldas. Aparatosamente, trató de levantarse, riéndose a carcajadas y soltando eructos. Al fin se puso en pie y apoyado en la maza, miró a Scerion durante unos instantes. Scerion pensó que éste era su fin, que todo acabaría en breves, y deseó que fuese rápido. El embriagado guardia alzó una vez más la maza, esta vez con más firmeza y cargó contra Scerion, pero golpeó la pared al lado de su cara, haciendo saltar trozos de roca. El guardia cayó de frente, pero se levantó soltando falacias e insultos, con los ojos rojos de odio y alcohol. Se colocó la maza de nuevo en el hombro y se acercó más a Scerion, con el fin de dar el golpe definitivo. Pero algo enganchó las piernas del guardia y cayó de espaldas, soltando la maza. Una mujer se levantó del suelo y se quitó la capucha, acercándose a Scerion.

- Sajha.....- dijo éste

- Si, ya estoy aquí, tranquilo, te sacaré- dijo Sajha, poniendo sus manos en las mejillas de éste

El guardia comenzó a levantarse, y Sajha agarró la maza, y apenas la pudo levantar y ponerla sobre su hombro. Entonces la dejó caer sobre la cabeza del guardia, y el peso del metal hizo el resto. Su cráneo se partió con un sonido hueco y la sangre salpicó a Sajha. Ante el ruido, los guardias de fuera, que no veían lo que en el interior pasaba, rieron de nuevo pensando que su amigo había destrozado la cabeza del preso, y siguieron a lo suyo. Sajha se volvió a Scerion y soltó sus grilletes, y éste cayó al suelo. La mujer le abrazó.

Escondida en la lóbrega esquina, Nora vió como el guardia entraba en la celda. Al cabo de un rato, se asomó y farfulló algo que ella no pudo entender, pero que si entendieron los otros guardias, riéndose exageradamente. Pero Nora vio algo más, una pequeña sombra que en ese instante se arrastraba cerca de los pies del guarda y entraba en la celda sin ser vista. Sin comprender nada, Nora decidió hacer lo que había venido a hacer, liberar a Linnod, pero no sabía como. Con la mente confusa, decidió hacer una locura, se puso en pie y se dirigió a la mesa de los guardias. Al llegar ante ellos, los dos guardias la miraron confusos, de los pies a la cabeza. Nora pudo ver en sus ojos la lujuria, y deseó salir corriendo de allí. Pero pensó en Linnod y habló:

- Vengo a liberar a uno de los presos- dijo con una voz más frágil y temblorosa de lo que había querido.

Los guardias se miraron, y en ese momento, en la celda sonó un golpe seco, y los dos se rieron a carcajadas.

- Ve por el preso de esa celda, tendrás que llevártelo en varios viajes...- dijo uno de ellos riéndose.

- No se si es ese el preso que busco, tendré que mirar- dijo Nora

- ¿Y quien te crees tú para venir aquí y pedirnos esto? No te confundas, nos agrada la visita de mujeres como tú, pero no para regalarles presos, nos gustaría más cogerte y....-

- ¡Cállate Relhg, has bebido demasiado! Vete a refrescarte, y si no vuelves, mejor- dijo otro carcelero, que había llegado desde el fondo del pasillo. Debía ser el jefe, pues todos callaron cuando habló. Era un tipo muy fornido, y calvo. Tenía una larga barba negra y de si cinto de cuero colgaba un hacha de doble filo, y un manojo de pesadas llaves.

Relhg paró de hablar de golpe, mirando con temor al jefe. Luego pasó su mirada por todo el cuerpo de Nora y le miró a los ojos, haciendo un gesto de desprecio mientras se iba. El recién llegado, acompañado por otros cinco guardias, miró a Nora.

- ¿Quién eres tu? ¿Cómo te atreves a presentarte aquí de ese modo? Una mujer como tu no debe estar aquí, sino en su casa cuidando a sus hijos- dijo con tono amenazante.

Nora se quitó la capucha y el rostro del carcelero pasó a ser un poema.

- ¡Oh..., lo siento, princesa Nora, yo....-

- No trates de quedar bien ahora carcelero, ya se de que pasta estáis echos, y no merecéis ningún respeto. Pero yo he venido aquí por las buenas, a pediros algo; quiero que liberéis a un preso- dijo Nora

- No podemos princesa, no sin una orden directa de Kaenor, debes comprenderlo-

- Soy la hija del rey, creo que eso ya es lo bastante directo, ¿no?-

El carcelero miró a los demás y bajó la cabeza. Se quitó las llaves del cinto y le dijo a Nora que le siguiera.

- ¿A cuál de ellos liberamos?- preguntó

Nora miró al interior de la primera celda, esperando ver al preso con la cabeza destrozada, deseando que no fuese Linnod. Pero no pudo ver quién era, pues estaba muy oscuro y sólo pudo ver la silueta de un hombre gordo en el suelo.

- Éste no es, miremos otras celdas- dijo, y seguida del guardia jefe las miraron una a una.

Casi en el final del pasillo, en una celda pequeña y oscura, Nora reconoció a Linnod, colgado de la pared con grilletes y con las ropas sucias y rotas. Su cara estaba castigada por las palizas y no se movía.

- Aquí es, éste es el preso que quiero liberar- dijo Nora

El guardia abrió la celda y le dijo que pasara y le soltara. Nora entró y abrazó a Linnod. Limpió su cara con el vestido y le habló en voz baja en el oído. Linnod abrió los ojos y parecieron volverse brillantes ante la princesa. Trató de hablar, pero no pudo, y Nora le quitó los grilletes y le tumbó en el suelo.

Mientras, a las mazmorras había llegado Gerald. El rey le había ordenado vigilar las celdas, puesto que no se fiaba de sus guardias. Gerald llegó donde estaba el guardia jefe, y al ver a Nora en la celda de Linnod agarró al fornido hombre por el cuello.

-Dime, guardia, ¿por qué has dejado a esa mujer entrar en la celda? ¿Quien ha dado esa orden?- dijo mirando furioso al hombre

- Es Nora, la princesa, me ordenó que liberase a un preso, y eso estoy haciendo, la estoy dejando que se lo lleve-

- ¡No, idiota! La princesa no tiene poder para dar órdenes a nadie, no está con el rey. Odia a su padre y si pudiese, le mataría. Y ese preso al que intenta liberar es la persona a la que más odia el rey, y seguro que confabula con el príncipe y ese viejo mentor. Cuando Kaenor se entere de lo que has hecho, desearás estar lejos de aquí- dijo Gerald.

Soltó al guardia y se dirigió a la celda. Llegó ante Nora, con Linnod en el suelo, y la agarró por el pelo, arrastrándola contra la pared. Nora se golpeó la cabeza con la roca, y cayó de lado. Luego, Gerald dió una patada en el estómago a Linnod, y le levantó cogiéndole por el cuello. Linnod abrió los ojos a duras penas y miró a Gerald a los ojos.

- Has tenido mala suerte, bastardo, casi sales de esta ¿eh?, pero tranquilo, el rey no dejará que vivas.- dijo Gerald, con una burlona sonrisa en su cara.

- ¿El rey? Kaenor ya no tiene poder. Manda a una persona de poca monta como tú a supervisar lo que él cree que tiene bajo control, y a golpear a su propia hija. Pero no sabe que saldré de esta celda, y le mataré, y probablemente haga lo mismo contigo- dijo Linnod, recuperando el habla casi al instante.

Gerald le miró y se rió, y agarrando su cuello le golpeó contra la pared varias veces. Linnod cayó al suelo de rodillas, pero levantó la cabeza y se abalanzó sobre Gerald golpendo con su hombro en el pecho del escudero del rey. Gerald cayó sin respiración en el suelo y Linnod agarró su cuello. No tenía más que hacer un movimiento para quebrar su columna y acabar con su vida. Pero los demás guardias entraron a toda prisa en la celda, sacando sus espadas. Y ninguno vió como Scerion llegaba por detrás y acababa con uno de ellos empuñando una gran maza metálica; ante el ruido, dos se dieron la vuelta y le encararon. Los otros tres, fueron hacia Linnod, que ya se había puesto en pie y sujetaba las cadenas de sus grilletes a la defensiva. Cargaron contra él y uno de ellos enganchó su espada en la cadena, Linnod le golpeó en la cara y se revolvió hacia atrás, dejando caer el filo en el suelo. Linnod la agarró rápidamente y con un rápido movimiento cortó el brazo de otro guardia, que cayó al suelo gritando. Mientras, Scerion arremetió contra el que le encaraba y destrozó su hombro con la maza, haciéndole soltar su arma. El otro, apartó a su compañero a un lado y miró a Scerion sonriendo, haciéndole un gesto con la mano para que se acercara. Linnod se movió rápido, y atravesó el pecho del guardia que quedaba en pie con la espada. Luego, remató al que había cortado el brazo y se dirigió fuera de la celda. Scerion,sujetando con trabajo la pesada maza observaba al hombre que tenía enfrente, se pegó a la pared que tenía tras él, para defenderse del ataque. El guardia cargó contra él y Scerion detuvo en golpe con el mango de la maza, pero éste se partió y el delgado hombre cayó al suelo. El guardia alzó su espada para acabar con su vida, pero en ese momento otro filo atravesó su pecho desde atrás, haciendo saltar un chorro de sangre sobre Scerion. Linnod sacó la espada del cuerpo del hombre y tendió su mano a Scerion, para ayudarlo a levantarse. Éste cogió su mano y se levantó.

- Gracias, amigo, me alegra ver que sigues vivo- dijo Scerion

- Lo mismo digo, pero dime, ¿quién te sacó de la celda?- preguntó Linnod

Scerion miró atrás y señaló a Sajha, que estaba oculta al lado de la puerta. La mujer salió y llegó ante los dos hombres. Entonces Linnod recordó a Nora y volvió corriendo a la celda. La princesa ya se había levantado, y se tocaba la dolorida cabeza. Al ver a Linnod llegar le abrazó con fuerza y le besó.

- Gracias Nora, me has salvado la vida, aún arriesgando la tuya- dijo Linnod

- ¿Qué otra cosa podía hacer? Ni el reino ni mi vida tienen futuro sin tí.- dijo la princesa

Salieron de la celda y se reunieron los cuatro. Nora y Sajha se abrazaron, mientras Linnod y Scerion cogían armas y otros objetos de los cadáveres. Linnod fue de nuevo a la celda a por Gerald, pero en el lugar en el que antes yacía, no había más que suciedad y sangre. Habría escapado con la confusión de la escaramuza, y sin duda pronto Kaenor sabría lo ocurrido. Linnod volvió a reunirse con los demás.

- Tenemos que darnos prisa, pronto la ciudad será un hervidero, Kaenor sabrá dentro de poco que estamos libres. Debemos ir con Olwaith y Toek ahora.- dijo

Los cuatro salieron de las mazmorras deprisa, dejando en su interior un caos de muertos y sangre. La oscuridad de la noche les ocultó mientras se dirigían a la Torre de la Reina, subieron las escaleras y llegaron ante la puerta de la habitación de Olwaith.

Toek y Olwaith habían estado hablando largo tiempo acerca de qué hacer con el rey. Sentados a la mesa, aún discutían inquietos cual era la mejor medida a tomar. En ese momento sonó la madera de la puerta al ser golpeada con un puño. El príncipe se acercó a la puerta.

- ¿Quién es? ¿Quién se presenta?- preguntó

- Soy Linnod, abre, es urgente-

Ante estas palabras, Olwaith sacó con prisas la llave de su bolsillo y abrió la puerta, dejando pasar a Linnod, Nora, Scerion y Sajha.

- ¿Cómo es posible? ¿Estáis libres? Menos mal que seguís con vida, Toek y yo estabamos discutiendo que hacer para liberarte- dijo Olwaith

- Mientras vosotros deliberábais, Nora y Sajha han actuado y nos han sacado. Pero aún así no nos sobra tiempo, pues Kaenor ya debe saberlo todo, y Gerald le habrá dicho lo de nuestros planes para destronarle.- dijo Linnod

- Entonces ya nada podemos hacer, cuando el rey se entere llegará aquí e impondrá su severa ley. Temo que nuestras esperanzas se hayan desvanecido- dijo Toek

- Al contrario, ahora es cuando hay que actuar- dijo Linnod

- ¿Cómo? Kaenor no dejará el trono de ninguna forma, ahora que además estará furioso por nuestra falta y su cólera le cegará- dijo Olwaith

- Kaenor sólo saldrá de su mandato muerto. Y si esa es la única forma, ese será nuestro propósito- dijo Linnod

- No, nadie puede acercarse a mi padre lo suficiente para matarle, su guardia le protege, aún de noche serán una veintena de soldados- dijo Olwaith

- No hay alternativa, es eso o esperar una muerte segura, tenemos que arriesgarnos- dijo Linnod, y se acercó a la mesa, donde aún reposaba la Espada del Alba en su vaina, dejada allí la noche anterior. La sacó y la blandió en el aire, y su hoja brilló con el fulgor de las velas de la habitación. Miró a los demás y bajó la espada.

- Estad preparados para cualquier cosa, no se que ocurrirá si el rey muere. Esperad aquí, todo terminará pronto, para bien o para mal- dijo

Y antes de salir, acarició a Nora en la mejilla y le miró a los ojos, y ésta sintió el calor de su mano, acrecentado por la tensión y el miedo.

Linnod salió de la habitación y bajó las escaleras. Cruzó el camino que separaba las Torres y se encontró ante los guardias del día anterior. Los dos le miraron.

- Sabemos a lo que vienes. Gerald ya está arriba y el rey, escoltado y esperando. No vamos a impedir tu paso, pues ahora hemos visto la realidad y deseamos que Kaenor sea destronado, y el reino cambie a algo mejor.- dijo uno de ellos.

Linnod les miró con gesto de agradecimiento.

- Me parece muy valiente por vuestra parte. Pero no debéis quedaros aquí, marchad y ocultaos hasta que todo pase- dijo Linnod

Los dos hombres se fueron, y Linnod entró en la Torre del Rey.

Subió las escaleras y al llegar a la sala semicircular que precedía a la del trono, varios Guardias Leales de Kaenor le encararon y cerraron el paso.

- Arroja tu espada y tírate al suelo, sabes que no puedes llegar ante el rey- dijo uno de ellos.

Entonces Linnod arremetió sin pensárselo, y en la embestida se llevó la vida de dos de ellos. Varios más cargaron contra él, pero ninguno pudo impedir ser atravesado por la Espada del Alba, que ahora brillaba con fuerza y parecía ser parte del cuerpo de Linnod. Se dirigió a la puerta del trono y el filo atravesó la cerradura, y de una patada abrió las hojas y se adentró bajo el dintel. Una decena de guardias le atacaron, todos cayendo uno tras otro ante el poder de la Espada y la cólera y los deseos de venganza de Linnod. Cuando el último de ellos cayó decapitado ante él, pudo ver el trono, y a Kaenor sentado a él, impasivo, con la barbilla apoyada en su mano, mirándole desafiante. Linnod avanzó por el mármol blanco del suelo, dejando a los lados las columnas también blancas y de oro y plata. Cada paso que daba ante Kaenor, su corazón se aceleraba y la Espada brillaba más. El rey se levantó y desenvainó su espada de oro. Miró con una mezcla de odio y miedo a Linnod y bajó las escalerillas del trono, y allí le aguardó. Linnod llegó ante él y cargó. El rey detuvo los primeros ataques, y luego arremetió con fuerza. Así estuvieron, luchando feroces un tiempo, Linnod contra Kaenor, desterrado contra rey, futuro contra pasado. Y en una de las embestidas, la hoja dorada de la espada del rey se quebró ante el plateado poder de la Espada del Alba, y Kaenor se quedó agarrando la empuñadura sin hoja con fuerza, como si fuese lo último a lo que agarrarse para salvar su vida. Linnod miró al rey con los ojos encolerizados.

- Si lo que dices es cierto, y el Mal llega a la ciudad, es mejor morir ahora, y no luchar contra algo que no puedes vencer ¿verdad Linnod?- dijo el rey, dejando caer la empuñadura de oro de su espada.

- El Mal se hundirá en el olvido, igual que tú, rey de Anthios. Ahora Olwaith gobernará este reino haciendo olvidar tu figura, y llevando a los Hombres a la victoria- contesto Linnod.

Entonces alzó la Espada del Alba, y miró por última vez los ojos de azabache de Kaenor, y pudo ver en ellos el miedo. Cargando toda su ira sobre su brazo, Linnod arremetió,y la Espada segó el cuello del rey y su cabeza cayó al lado del trono. Su cuerpo, tras tambalearse brevemente de pie, se desplomó ante él, dejando salir por su cuello cercenado toda la sangre real que Kaenor llevaba dentro. Linnod soltó la Espada y se arrodilló, mirando el cadáver del rey. La sangre fluyó por encima del mármol blanco y llegó hasta las piernas de Linnod. Éste cerró los ojos y trató de sosegarse. Sintió una sensación de alegría por ver que el reinado de Kaenor había al fin acabado, pero su corazón sentía dolor, y miedo. Como Korho le había dicho, la Espada del Alba sólo podía ser usada para combatir al Mal, y cualquier otro propósito causaría dolor al portador. Entendió en ese momento las palabras del dragón, y observó la Espada en el suelo, ahora sin brillo y manchada con la sangre del rey.

Se levantó y miró la sala, con todos los cadáveres de los guardias y el rey, con el suelo empapado de rojo. Y en ese momento oyó un rugido en la lejanía, y mucho ruido de movimiento en la ciudad. Pensó que los Guardias Leales de Kaenor ya sabían de su muerte y llegarían a la sala dentro de poco. Pero se asomó a la ventana y vió a cientos de soldados saliendo de la ciudad corriendo, colocándose armaduras y portando armas, y las puertas se abrieron. Salió de la sala del trono rápidamente y bajó trastabillando las escaleras. Se cruzó con varios soldados, que iban deprisa, ataviándose para una batalla. Linnod llegó al centro de la ciudad y buscó entre los soldados que salían. Olwaith le alcanzó desde atrás, dándole una cota de malla y un yelmo.

- ¿Mi padre ha muerto?- preguntó

- Sí, pero ¿qué es lo que ocurre?- dijo Linnod

- ¡Ya han llegado, Linnod! ¡El Mal ha llegado! Un gran ejército, enviados al sur trajeron la noticia hace nada, son miles, y ya están en los Campos Eternos. Les combatiremos antes de que lleguen a la ciudad, así tendremos alguna opción- dijo Olwaith.

Y los dos se unieron al resto de soldados, corriendo fuera de las murallas de Anthios. Cientos de guerreros se encaminaron hacia los Campos Eternos para tratar de frenar al Mal. Aún con la sangre caliente del rey en sus manos, Linnod apretó con fuerza la empuñadura de la Espada del Alba y corrió, mientras su cabeza se debatía en un doloroso caos. Atravesaron los Campos de Anthios, con los corazones latiendo como nunca lo hicieran, y con los pulmones castigados por la carrera. Linnod miró atrás y vió las altas murallas de la capital del ahora reino sin rey, y deseó más que nada en el mundo volver a contemplarlas tras la batalla que se avecinaba.
 

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