La Espada del Alba (libro II)

07 de Diciembre de 2003, a las 00:00 - Abel Vega
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Capítulo doce: DÍAS OSCUROS

- Mucho has tardado, hermana, en regresar con nosotros- dijo Olwaith sentado en el trono.

- Imposible me sería tardar menos en mi viaje, Olwaith.- contestó Nora

- ¿Y a dónde has ido, cuando es aquí donde más te necesitamos? ¿Y por qué no nos avisaste de tu marcha?-

- Porque no me habrías dejado partir, tuve que ir en secreto, espero que lo comprendas. He ido a Milien, a parlamentar con su rey- dijo Nora.

Olwaith levantó su cabeza, y se irguió en el trono, tratando de estirar su atenazado cuerpo. Puso sus enrojecidos ojos sobre los de la princesa, y ésta pudo ver su demacrada cara y sus marcadas ojeras.

- Los reinos de Anthios y Milien no han cruzado palabra desde hace una década- dijo Olwaith

- Tal vez sea hora de retomar la antigua amistad. Milien temía a Kaenor, pero está muerto, y ahora tu eres el rey de Anthios- dijo Nora

- ¿Y has llegado a hablar con el rey Thag?- preguntó Olwaith

- Sí-

Olwaith se inclinó hacia adelante y cogió la mano de Nora, mirando sus verdes ojos, y sonrió.

- Admiro y envidio tu valor, hermana. Ahora dime, ¿qué nuevas hay de Milien, y cual es su intención en esta guerra?-

Linnod quitó el paño húmedo de la frente de Toek, y apartó los blancos cabellos que caían sobre su cara. El viejo, postrado en su cama, dormía intranquilo, con un hervidero en su cabeza, provocado por la fiebre. No había pronunciado palabra desde hacía horas, y apenas abría los ojos. Linnod colocó un paño limpio en su frente y puso su mano en la mejilla del anciano. Toek abrió los ojos despacio, y agarró suavemente la mano de Linnod.

- Duerme, pronto estarás mejor- dijo Linnod

El anciano sonrió débilmente, y sus ojos brillaron.

- Temo dormirme y no volver a despertar- dijo

Linnod sintió que Toek estaba mal, que casi con seguridad no sobreviviría. Su

enfermedad fue repentina, y le había degradado rápidamente, pese a los cuidados de Nora y Sajha, y de él mismo.

Colocó las sábanas y besó al anciano en la mejilla. Salió de la sala con el corazón oprimido y las lágrimas a punto de brotar de sus ojos. Salió de la ciudad y ascendió al cerro del cementerio, necesitaba ver el mar.

Caminó entre las tumbas y las flores, y ascendió al risco que coronaba el cerro. Y allí, sentada en el suelo, estaba Nora, vestida de blanco, con el pelo suelto, y con una margarita marchita en la mano. Linnod se acercó a ella, y se sentó a su lado.

- Has vuelto. Nos tuviste muy preocupados- dijo Linnod

- He ido a Milien, a pedir ayuda- contestó la princesa

- Es lo que supuse. Supongo que el rey Thag no te recibió, ¿verdad?-

- Si que lo hizo. Pero no escuchó demasiado. Su mente aún está colmada por el odio a Kaenor, y no se ha hecho a la idea de que ha muerto, aún odia al reino de Anthios. Dijo que no embarcaría a su gente a una guerra contra algo que desconocía, y de lo que nunca había oído hablar. Supongo que tiene razón, fui una estúpida al pensar que podía acabar con décadas de odio entre los dos reinos en un sólo día. Entonces estamos como antes, pero con menos tiempo. Estamos solos ante el Mal- dijo Nora

- Thag no se ha dado cuenta aún de que si el Mal nos derrota, Milien será el próximo y último destino, y la humanidad caerá. Y dudo mucho que pueda defender a su pueblo en la capital, es pequeña y con pocas defensas, Tiehn ya no es la ciudad de antaño. Además, su ejército es poco numeroso, menos de la mitad que el nuestro, y nada podrán hacer ante la horda.- dijo Linnod

- Había que intentarlo, no hay mas opciones. El Mal llegará rápido, y con o sin Milien, debemos estar preparados.- dijo Nora.

La princesa apoyó su cabeza en el hombro de Linnod y agarró su brazo. Observaron el mar, expuestos a su brisa, y por un momento olvidaron la oscuridad. Nora miró la margarita que sostenía en su mano, y la apretó suavemente, haciendo que varios pétalos marrones cayeran sobre sus piernas.

- No desearía morir sin volver a sentir la lluvia en mi cara, sin ver a los prados y los árboles beber del cielo. No desearía que la última imagen que tenga de mi reino sea la tierra marrón y los lechos de los ríos vacíos, anhelo la lluvia- dijo Nora

- Yo tambien- dijo Linnod- Pero estoy seguro de que lloverá pronto, esta sequía no puede durar siempre-

- Lo se, pero, ¿crees que viviremos para verlo?-

- No lo sé, Nora, no se más que tu sobre nuestro futuro- contestó Linnod.

Nora dejó caer la marchita flor sobre la hierba, y pasó su mano sobre la vaina de la Espada del Alba, y al llegar a la empuñadura sintió el frío del metal y un escalofrío recorrió su cuerpo.

-¿Qué tiene esta espada que siempre llevas contigo? ¿Qué manos la forjaron, y con qué artes, para conseguir que todo el que la toca sienta esta sensación?- preguntó Nora.

- Supongo que nadie sabe realmente el poder que esconde. Pero es a lo que hemos de aferrarnos para creer en la victoria- contestó Linnod.

El día pasó, con gran tranquilidad en todo el reino, y Linnod y Nora pasearon por la costa, dejando que el mar bañase sus pies y les reconfortara con su vitalidad. Y el calor pronto dejó paso a la fría brisa del crepúsculo, y bajo la tenue luz caminaron en silencio, dejando dos largas filas de huellas que atravesaban la playa hasta donde se perdía de vista. Llegaron a escondidas calas donde sólo el mar y el viento habían estado, que parecían pertenecer a otro mundo, sin amenazas ni preocupaciones, y en cada peñasco que bordeaban y en cada playa que llegaban, sentían el revoltoso saludo de las gaviotas que se elevaban en el aire para cobijarse en las rocas ante la inminencia de la noche. Linnod no dejaba de darle vueltas a la cabeza, pensando en Olwaith y en la crisis en la que se había sumido, y en Toek y su repentina enfermedad.

Regresaron a la ciudad y entraron por sus puertas bien entrada la noche. Linnod se dirigió a la Torre del Rey a ver a Olwaith, y Nora fue a la Torre de la Reina con Toek. La mujer entró en la habitación y se encontró con Sajha, que cuidaba de él día y noche. Preparaba una infusión, y la fragancia inundaba toda la estancia.

- Hola Sajha, ¿cómo esta?- le preguntó

- No ha pasado bien el día, la fiebre no ha bajado, y cada vez le cuesta más moverse y hablar. Pero no hay nada más que podamos hacer-

- Lo se, y esta enfermedad cada vez me extraña más. ¿Sabes ya cual es la causa?- preguntó Nora.

- Algo maligno ha entrado en su sangre, alguna sustancia le ha envenenado-

- No es posible, ¿quién sería capaz?-

- No lo sé, pero creo que logrará su objetivo, pues Toek no vivirá mucho-

Linnod entró en la sala del Trono, encontrándose con Olwaith en la misma posición en la que pasaba la mayor parte del día, sentado con la mirada perdida, casi sin comer ni dormir. En el suelo de blanco mármol aún se podía ver la reseca sangre de Kaenor, y los tapices aún no habían sido limpiados de las salpicaduras. se acercó al trono y se sentó en la escalerilla, al lado del rey, cogiendo su mano, ante la pasividad de Olwaith.

- Olwaith..... ¿Cuándo se va a acabar ésto?- preguntó Linnod

El rey le miró cansinamente y sonrió levemente.

- Espero que pronto, Linnod, espero que pronto.-

- Si sigues así el fin llegará antes de lo que esperamos. Debes luchar por reponerte y reinar Anthios como la gente necesita. El miedo que veo en tí está presente en todo nosotros, pero hay esperanza, todos los soldados la tienen desde que derrotamos al Mal en los Campos Eternos- dijo Linnod

- ¿Por qué reinar cuando la muerte es nuestro único futuro?-

- No reconozco al Olwaith al que yo enseñé cuando era niño. No reconozco al hombre que hace tan sólo unos días trataba de convencerme para acabar con la tiranía de Kaenor, el miedo te ha poseído, y lo entiendo. pero has de ser fuerte, mi rey -

- Sabes tan bien como yo que por mucho que luchemos no resistiremos. El reino y toda la raza de los Hombes está condenada. Demasiado bien lo sabe el rey de Milien, que ha sabido evitar mi sufrimiento llevando a su pueblo a las montañas, donde el Mal tardará en llegar- dijo Olwaith

- No hace más que alargar la agonía. Cuanto más huyamos, más fuerte será el Mal, y más desfallecerá el pueblo. Debemos combatir ahora, ahora que todos estamos unidos, ahora que aún tienen esperanza-

- Ya he tomado mi decisión, Linnod, y no me harás dar marcha atrás-

- ¿Qué decisión?-

- He ordenado preparar los grandes navíos de mi padre, en el puerto del Oeste. Mañana embarcaré a todo el pueblo de Anthios, y zarparán rumbo al Norte-

- Eso no tiene sentido, en el Norte sólo hay acéano, y allí donde nadie ha estado, el hielo todo lo cubre, no hay destino posible por mar-

- Lo sé, pero prefiero enviar a mi pueblo a la muerte en el mar, que no a un tormento en la capital. Navegarán sin rumbo, hasta que llegue el fin de todos, hasta que las provisiones se acaben y el agua dulce se haya agotado. Luego, sólo será cuestión de tiempo. El reino de Anthios tendrá un noble fin en el mar, donde el Mal no puede llegar para reclutar a los cadáveres; moriremos, pero no a sus manos-

- ¿Acaso has enloquecido, Olwaith? ¿No te das cuenta de que aún podemos hacer frente? ¿Tan poco valor y esperanza queda en tí como para condenar a una agónica muerte a todo tu pueblo?-

- Ya lo he decidido, y soy yo quien reina en Anthios y no tu, asi que deberás obedecerme. Tu puedes luchar, si quieres, y respetaré tu decisión, y siempre te amaré pues has sido el padre que nunca tuve, y lloraré si decides quedarte en tierra, pero seguiré adelante con mi pueblo-

Linnod miró a los ojos del rey, y sintió ganas de llorar, al ver a lo que había llegado Olwaith, a lo que el miedo le había hecho. Apretó su mano y vió como Olwaith volvía a recostarse en el trono y agachaba la cabeza, entrecerrando los ojos, mirando a la nada.

En ese momento Nora entró en la sala del trono, encontrándose con su hermano y Linnod. Llegó ante ellos y vió como Linnod observaba al rey con los ojos tristes, y cómo éste ni se percataba de su presencia.

- Hermano mío, escúchame - dijo

El rey no hizo nada, y permaneció con la mirada clavada en el suelo.

- Escúchame, Toek se muere, y Sajha ha dicho que es fruto de un envenenamiento. Sólo una persona ha sido capaz, Olwaith, y yo sé quién es. Los Leales a Kaenor huyeron tras su muerte, yo misma les ví partir a las montañas. Pero dime, hermano, ¿sigue Gerald en el reino?-

Los enrojecidos ojos del rey se cerraron lentamente un poco más, y se encogió en el trono. Tras unos segundos alzó la vista despacio y miró a su hermana, con una mirada que trataba de encontrar el perdón.

- Gerald me juró lealtad tras la batalla de los Campos Eternos. Me ofreció su espada y me prometió que su vida estaba ahora en mis manos. Creí que la muerte de mi padre le había hecho cambiar, y que sería un buen general para el ejército. Pero no eran más que mentiras, al día siguiente desapareció y no le ví más, debe estar oculto en algún lugar de la ciudad. Os pido que me perdonéis por mi ingenuidad...- dijo Olwaith, apoyando la cabeza en su mano, y lloró.- Yo soy la causa del estado de Toek, su muerte será por mi culpa...- dijo sollozando.

Se levantó y caminó lentamente y encorvado hacia sus aposentos.

- Dejadme solo ahora, estoy cansado, y deseo dormir antes de la partida. Despediros del viejo por mí, si es que aún le veis mientras su corazón late, yo no soportaría verle. Linnod, te encargo que organices la marcha hacia los puertos. Haz que el pueblo lo sepa, y mañana al alba, dejaremos todos la ciudad. Confío en tí para que lo tengas todo listo- dijo, y entró en su habitación, cerrando la puerta suavemente.

Nora miró a Linnod, confusa.

- ¿A qué se refiere? ¿De qué partida habla?- preguntó

- El miedo le ha hecho enloquecer, pretende llevar al pueblo hacia el Norte, por el mar, para que el mal no nos alcance. Prefiere matar él mismo a su gente a verlos esclavos de los Muertos. No es una idea tan descabellada-

- No pretenderás seguirle ¿verdad? ¿Acaso la desesperanza también se ha adueñado de ti?-

Linnod acarició la mejilla de la princesa y miró sus verdes ojos a través de los mechones rubios que caían sobre su cara. Inconscientemente, con la otra mano buscó el frío tacto de la Espada del Alba, y pasó la yema de sus dedos por el metal.

Eso nunca ocurrirá, y lucharé hasta que el propio Señor del Mal acabe con mi vida, si así a de ocurrir. Hay demasiadas cosas aquí que nunca dejaría atrás, te quiero demasiado como para dejarte morir sin presentar batalla. Y eso es lo que piensan la mayoría de los soldados, aunque el pánico esté presente en ellos. Sólo hay que darles esa esperanza que tus ojos emiten, basta con hacerles ver lo que tienen aquí, y que sepan que merece la pena luchar por aquellos a los que aman. Hablaré con el pueblo, pero no para prepararles para la partida, pues nunca ocurrirá. Los puestos avanzados saben dónde está el ejército que ya se dirige hacia aquí, y no llegarán hasta bien entrada la noche de mañana. Prepararemos una gran fiesta, una gran reunión donde todo el pueblo de Anthios pueda olvidar la sombra y despedirse de sus seres queridos, y durante el día de mañana todos olvidaremos lo que nos amenaza, y eso dará esperanza a los soldados y alegrará sus corazones. Y quiero que tu me ayudes, Nora, a unir a todos aunque sea sólo durante un día- dijo Linnod

Los dos salieron de la sala del trono, y se dispusieron a organizarlo todo. Y mientras iban casa por casa, la ciudad se llenó de una desesperada alegría al ver el ánimo de los dos, y pronto muchos se unieron a los preparativos. A medianoche todos sabían ya en Anthios lo de la fiesta, y muchos colaboraron, tal vez para estar ocupados y no ensombrecer sus pensamientos, mientras otros miraban a la princesa y a Linnod con caras de tristeza, pensando en lo que estaría pasando por sus mentes y en que locura les había llevado a organizar una fiesta la víspera de la batalla en la que probablemente todos morirían. Y fue mientras Nora y Linnod repartían esperanza cuando la vida del anciano Toek se consumió, dejando atrás el sufrimiento que había padecido, y sin poder despedirse de sus seres queridos. Y casi al amanecer, la muerte del viejo dejó de ser desconocida, y fue enterrado en el cerro frente al mar, junto a los demás caídos. Ni siquiera el fallecimiento de Toek hizo que Olwaith saliera de su habitación, ni que dejase que el frío viento otoñal golpease su rostro; permaneció en su lecho, mientras el dolor aumentaba y el miedo corroía sus entrañas. Y el rey no fue capaz de dormir esa noche, y su mente le atormentó agónicamente, sin dejar de parir pensamientos de muerte y oscuridad; soñó despierto que ya habían partido en los navíos, y que se encontraban en medio del océano sin comida ni agua, y la gente se arrojaba al mar y desaparecía en la oscuridad del profundo mar, y los niños lloraban derramando su sufrimiento en todos aquellos que aún seguían con vida; y pronto la locura se adueñaba de muchos, que atacaban a los que aún permanecían cuerdos, y vió en su mente imágenes que causaron un gran dolor en su corazón, y que nada tenían que ver con el Mal, pues eran causadas por su pueblo. Entonces el sueño se desvaneció y se encontró en su cama, y su mente se abrió y salió del letargo en el que se había sumido durante esos días, y pensó en la partida a través del mar, y en su pueblo, y en lo mucho que sufrirían. Pero no había marcha atrás, había tomado una decisión y Linnod estaba preparándolo todo para salir al alba. La angustia volvió a apoderarse de él y la aflicción llenó cada rincón de su cabeza. Se levantó y se sentó en el trono, en la oscuridad menguante de aquella noche, desenvainó su espada y apoyó su afilado extremo en el mármol, apoyando su codo en la empuñadura. Y así permaneció, mientras la oscuridad de la noche le iba abandonando, hasta que el Sol se dejó ver allá en el Sur y los pálidos rayos madrugadores hicieron brillar la corona de aquel rey doblegado por el miedo.
 

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