La Espada del Alba (libro II)

07 de Diciembre de 2003, a las 00:00 - Abel Vega
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Capítulo trece: LA ÚLTIMA NOCHE

El rey Olwaith abrió la puerta de la sala del trono despacio, y los goznes gimieron en un lento chirrido inundando la tranquilidad de la habitación. Lentamente, cruzó el dintel, pensando que nunca más lo volvería a hacer, pues los barcos les esperaban en los puertos del Oeste, y bajó las largas escaleras de la Torre del Rey arrastrando los pies, con la mirada gacha. Y cuando llegó a la plaza que separaba las dos torres de la ciudad, se encontró con algo que no esperaba, mucha gente de Anthios se habían reunido allí, pero no con el fin de abandonar la ciudad para embarcarse. Todos colocaban mesas y bancos en las calles, toldos y grandes tablas sobre las que colocaban comida y bebida, colgaban antorchas de las fachadas y todas las casas estaban abiertas, de las que salía un agradable aroma a comida. Olwaith se quedó sorprendido, sin saber que hacer y Linnod se acercó a él desde su derecha.

- Siento haberte desobedecido, Olwaith, pero lo hice porque era lo mejor. Ni siquiera tú crees en la idea de partir al mar, en el fondo de tu corazón no lo deseas; ha sido el miedo al Mal lo que te ha condicionado a actuar así.- dijo Linnod

- Esta noche tuve un sueño, y vi cosas en mi mente que nunca lograré borrar, y que siempre me harán daño. Pero gracias a tí no serán más que imágenes de algo que pudo haber ocurrido y que no ocurrió. Nora y tú habéis sabido llevar al pueblo, habéis logrado lo que yo nunca pude, pues no valgo para rey- contestó Olwaith

- Ningún hombre o mujer sería mejor que tú en el trono. Lo supe desde aquel momento en el que vi tu cara tras la batalla en los Campos Eternos. Desde entonces trato de ver en tí a aquella persona- dijo Linnod

- Cuando vi los muertos, cuando vi tantas vidas apagadas en sólo una noche, cuando vi tantos niños sin padre, toda mi esperanza se disipó, y mi sangre parecía el fuego que me quemaba por dentro. Luego Nora me dijo que Milien no acudiría, y supongo que eso fue la gota que colmó el vaso. ¿Crees que un buen rey se desmoronaría antes del momento definitivo? ¿Crees que mi padre se habría encerrado en su trono, sin hacer caso al pueblo mientras se preparaba para la batalla? ¿Todavía piensas que Kaenor habría guiado al pueblo peor que yo?-

- Tú no eres como tu padre- dijo Linnod- Hay más humanidad en tí que en tu padre, y menos cólera. Siempre creeré que Olwaith es el rey que Anthios debe tener, pase lo que pase, y nunca me arrepentiré de haber acabado con la vida de Kaenor. El reino resurgirá, y nuestros baluartes serán la esperanza y el acero, tu mismo lo dijiste, ¿O tal vez ya no crees en esas palabras? Mi corazón me dice que aún resuenan en tu cabeza. Toek también lo creía-

Poco a poco, todos los habitantes de Anthios fueron llegando a la plaza, y colaborando en la organización. Y a medida que pasaba el tiempo, el miedo se iba disipando y pronto el pueblo se convirtió en una algarabía de gentes, que hablaban y reían, y recordaban viejas historias o anécdotas del pasado, de sus hijos o de ellos mismos, o de sus abuelos o padres, todos ellos habitantes de Anthios. Y aquellos que sabían canciones, dejaban que salieran por sus gargantas, narrando hechos de antes de Kaenor, cuando el reino era libre y hermoso, y recordando gestas de antiguos héroes. Y el día avanzó, y todo estuvo listo para que la gran fiesta comenzara, y todos aguardaban con impaciencia a que el rey saliese a presidirla.

Nora ascendió esa mañana a su risco por última vez antes de la llegada del Mal, y sintió por última vez el abrazo del mar, y el frío viento casi invernal. Incluso desde allí se oían los sonidos de la ciudad, y las risas de la gente. Korho apareció ante ella sin hacer ruido, caminando cansinamente.

- Linnod ha logrado devolver la esperanza a Anthios, y creo que al rey también- dijo el dragón

- Lo ha logrado. Tiene algo especial, es capaz de transmitir lo que siente con sólo una mirada. Quizás por eso haya sido el elegido-

- Hay algo sobre la Espada del Alba que no conté a Linnod- dijo Korho, y Nora le miró- Le dije que tenía el poder para derrotar al Annwn, el líder del Mal. Linnod supuso que algún poder mágico lo haría posible. Pero el poder de la Espada no reside en ella misma, pues no es más que un trozo de metal. Forjada hace siglos por hombres desconocidos, con un metal desconocido, pero sin poder físico ninguno-

- ¿Quieres decir que la Espada del Alba es una mentira, que en lo que nos hemos apoyado para creer es una farsa?- dijo Nora

- Ni mucho menos. La Espada no tiene poder, pero transmite el mayor de todos, el de la esperanza. Es el valor y esa esperanza lo que hace a Linnod poderoso, lo que hace que sea capaz de derrotar al Mal. Y no sólo Linnod es la persona importante en esta cruzada, y él lo sabe. Aunque ahora esté sumido en la desesperanza, Olwaith juega y jugará un papel clave, al igual que lo hizo Toek. Pero la persona más importante en esta guerra eres tú, Nora- dijo Korho

- Yo no se luchar, no tengo nada que aportar en la batalla- dijo Nora

- Eso es tarea de Linnod, la de guiar junto con tu hermano, al ejército en la contienda. Pero el ejército necesita esperanza, la esperanza que Linnod les transmita, y sin tí, Linnod no es nadie. Tú eres quien alimenta su valor y su fuerza, quien hace que siga adelante ante este destino tan oscuro. Por eso, si Anthios resiste, será gracias a tí. No creo que el pueblo deba saber la verdad acerca de la Espada, no están preparados ni hay tiempo para hacerse a la idea de que están solos.-

- ¿Y Linnod? ¿Debo decírselo?- preguntó Nora

- Linnod ya sabe la verdad, la descubrió por sí mismo en la batalla de los Campos Eternos. Entendió que lo que importa es la mano que la empuña, y no el filo. Cuando la vió brillar en la noche, y todos los soldados pensaron que era obra de una magia desconocida, él sabía que sólo era la luz de las estrellas y la luna que se reflejaban en el extraño metal, nada más. Y pese a ello, lo ha mantenido oculto, sin decirlo a nadie, precisamente para transmitir esa esperanza tan vital, y su ánimo no decayó, pues entendió el verdadero poder de la Espada. Sólo él y tu lo sabéis, y así ha de ser-

- Hemos estado todo este tiempo creyendo en el poder de un objeto para que nos salvara, y resulta que ese poder no existe. Pero no me desconsuela, al contrario, pues prefiero aferrarme al valor humano que a la magia. Supongo que tu también, aunque no seas humano- dijo Nora

- Quiero creer que sobreviviréis, pero el fondo de mi corazón alberga pocas esperanzas. He tratado de ocultarlo ante Linnod, pero no ante tí, Nora, pues ante tus ojos no soy capaz de mentir. Eres el principal bastión de Anthios, con tu valor y tu amor a Linnod, a Olwaith y al pueblo, y no puedo ocultarte mi preocupación por vosotros. Y siento tener que decirte que no estaré en la batalla, pues algo ha ocurrido al quebrantar el antiguo juramento de Hombres y Dragones promulgado el día en que la Espada fue forjada-

- ¿De qué me estás hablando, Korho? No te entiendo- preguntó Nora extrañada

- Los Dragones tuvimos prohibido desde entonces el trato con los Hombres, y lo he desobedecido al inmiscuirme en vuestra guerra. Y mi castigo es la muerte, pues ahora siento que mi corazón late débil y mis ojos se cierran con pesadumbre. No me queda mucho tiempo, puede que el juramento no tenga nada que ver y mi hora haya llegado hoy, pues ya soy viejo, y estoy cansado, Nora, y se trate de un capricho del destino que sea en la víspera del fin de la Guerra, para bien o para mal. O tal vez la profecía se haya cumplido y mi castigo se haga efectivo- dijo Korho suavemente

- No.... pero, ¿qué haremos sin tí?, no hay opciones sin tí....- dijo Nora

- Yo no soy quien ha de decidir el curso del enfrentamiento entre el Bien y el Mal, sois vosotros, los humanos. Ahora partiré al mar, volaré hasta que me apague mar adentro, pues ningún hombre o mujer está preparado para ver la muerte de un Dragón, es uno de los secretos que mantenemos, los pocos que quedamos. Ahora partiré, princesa de Anthios, y nunca más volveré a ver la tierra firme, y el poderoso Padre Océano será mi lecho, así ha de ser el fin de todo Dragón si quiere que su alma vaya con las de sus antepasados. No puedo ver a Linnod, pues tengo miedo de doblegar su coraje, así que parto ahora. Da la noticia al pueblo, que sepan que Korho el viejo dragón no volverá a Anthios nunca más, ni a ningún otro lugar de la Tierra.-

- No estoy preparada para eso, ¿cómo quieres que diga al pueblo que estamos sólos por completo?- dijo Nora con lágrimas en los ojos.

- No temas, eres capaz de eso y mucho más, y no estáis sólos, te darás cuenta en su momento, creeme. Adiós, Nora, manteneos unidos, y venceréis- dijo Korho, y batió sus alas, y se elevó en el aire en su poderoso vuelo, despeinando con su viento el cabello de la princesa.

Y Korho abandonó el reino de Anthios, alzándose en el cielo, ocultando el sol por unos momentos, y pronto voló alto y se perdió en el horizonte del misterioso Mar del Norte, y nunca más fue visto por nadie. Y antes de que llegase el ocaso, su corazón se apagó y se perdió en las frías aguas, reposando en ellas para siempre; así acabó la larga vida de Korho, una vida de la que nunca nadie escribió nada, pese a ser uno de los salvadores de los Hombres.

Nora se secó las lágrimas y permaneció escrutando el mar durante mucho tiempo, intentando sosegarse y perder de nuevo el miedo en el que se había sumido. Y muy pasado el mediodía regresó a la ciudad, donde ya todos comían y bebían sin preocupaciones.

Olwaith caminó entre la gente, y sintió su alegría, su miedo desapareció y su valor creció. Al ver a su pueblo feliz, aún en una hora infausta, se sintió orgulloso, y agradecido a Linnod y Nora por todo lo que habían hecho. Todos comían, no se había reparado en gastos para la fiesta, asados y pescado, frescas y dulces frutas, y la cerveza y la sidra inudaban con su aroma toda la ciudad. Los soldados bailaban con sus mujeres con el sonido de las gaitas y los violines, y también bailaban con todo aquel que se acercaba, aún sin conocerle. Los niños jugaban a su aire por las calles, y de cuando en cuando se acercaban a sus padres y se abrazaban, como si fuese la última vez que fuesen a verles, pero alegres de poder hacerlo. Y esta alegría se transmitió a todos y les llenó de esperanza ante la noche que les esperaba, y les hizo entender que debían luchar por aquellos a los que amaban.

Nora entró en la plaza y se sentó junto a Linnod, que se encontraba en las escalerillas de acceso a la Torre de la Reina. Cogió su mano y la apretó con fuerza, y sus verdes ojos se clavaron con dulzura en los de Linnod.

- Todos son felices hoy, al menos- dijo Nora

- Sí, hasta tu hermano ha empezado a creer en la victoria- dijo Linnod

- Korho ha muerto, Linnod. Me dijo algo acerca de una profecía y se perdió en el mar para encontrarse con su fin...-

- Algo me dijo que esto pasaría. En el fondo siempre supe que Korho no podría luchar junto a nosotros, es su destino. Y me alegro de que haya muerto en paz, y deseo que su alma encuentre el camino a casa, pues se lo merece. Y es ahora cuando debemos ser más fuertes, Nora, si queremos sobrevivir. Las avanzadillas han traído noticias de que el Mal está cerca, que llegará a la ciudad cerca de medianoche. Al ocaso todos deben estar listos. Las mujeres y los niños aguardaréis en la ciudad, en los refugios de las Torres, hasta que todo termine. Nos enfrentaremos a la horda en campo abierto, tratar de soportar un asedio sería inútil, y sólo lograríamos atrasar lo inevitable. Si queremos alguna opción, debemos hacerles frente en los Campos de Anthios, y tratar de acabar con el Annwn.- dijo Linnod.

- Los soldados lucharán con valor, si mi hermano y tú les guiáis bien, os seguirán hasta el final- dijo Nora

- Lo sé, no dudo de ellos. Sólo tengo un temor, no hemos sabido nada de Gerald, aún debe estar en el reino, oculto en algún lugar, y me preocupa-

Nora se quedó con la mirada perdida en la gente, sin verla ni escucharla, absorta en sus pensamientos. Pronto sus ojos se volvieron oscuros y tristes, y un desconsolado suspiro salió de su garganta.

- ¿Te ocurre algo, Nora?- preguntó Linnod abrazándola.

- Me temo que conozco a Gerald demasiado bien, y sé que está en la ciudad, oculto, y que tiene algo preparado aún, pues la maldad de Kaenor corre por su interior- Nora hizo una pausa, y miró a Linnod a los ojos- Mi padre se pasó mucho tiempo buscando un marido para mí. Sabía que yo no le amaba, que no deseaba un padre como él, y eso le dolía, por eso trató de buscar un hombre que fuese de su leal confianza para mí, para tenerme atada a su poder y que no me revelase. Y hace tres años eligió a Gerald, y preparó la boda. Pero me escapé y con ayuda de mi hermano y de Toek logré evitar el indeseado casamiento. Volví al cabo de varios meses, y mi padre no me miró más, e hizo como si yo no existiese, cosa que agradecí. Supongo que Gerald sí me amaba, y sigue haciéndolo, pues, aunque yo siempre traté de evitar cruzarme con él, sus miradas eran reveladoras, y me daban miedo. Temo a Gerald por lo que es capaz de hacer por venganza, más ahora que no sé dónde está.-

- Tranquila, no es más que un hombre en un pueblo que le odia, no será capaz de nada. Probablemente huya de la ciudad cuando el Mal llegue.- dijo Linnod

- Siento no haberte contado esto antes, lo siento de veras- dijo Nora

- No hay nada que perdonar, hay veces que los recuerdos que duelen no son fáciles de sacar a la luz- dijo Linnod.

Olwaith se acercó a ellos, cuando el la luna ya daba su bienvenida. Ya ataviado para la batalla, con su espada en el cinto y el yelmo en la mano, se dirigió a Linnod:

- Ya es la hora, todos deben refugiarse- dijo

- Lo sé, la oscuridad de la noche ya nos ha invadido- dijo Linnod, mirando a las mujeres y los niños, que se despedían de sus hombres bajo la luz tenue de las antorchas- Hoy todos han sido felices, el primer día feliz en muchos años. Espero que a partir de hoy haya muchos igual. ¿Has recuperado la esperanza que perdiste? ¿Estás listo, mi rey, para luchar a mi lado en el campo? ¿Estás dispuesto a luchar porque días como hoy se repitan en el futuro?-

- Soy el rey de Anthios, y si mi pueblo ha de caer, yo caeré; pero no sin luchar, no sin antes derramar hasta la última gota de mi sangre junto con mis paisanos, y junto al que ha sido mi verdadero padre - dijo Olwaith.

El rey miró a su hermana, y desenredó dos rizados mechones que caían sobre su hombro.

- Nora, si muero en la batalla, haz que la sangre de nuestra madre Kara perviva en el tiempo, haciendo olvidar la de Kaenor- dijo Olwaith, y se levantó, mirando de nuevo a Linnod.

- He de ir fuera de la ciudad, los soldados han comenzado a tomar las posiciones, y he de supervisarlas. Te veré allí. Y a tí, Nora....mi hermana, espero volver a ver esos ojos de nuevo. Adiós.- dijo, caminando a grandes zancadas hacia la gran puerta, ahora abierta, por donde salían ya muchos soldados.

Nora se quedó mirando a su hermano, viendo como se alejaba. Sus ojos se enrojecieron, y abrazó a Linnod con fuerza.

- Es joven, cuida de él ¿quieres?, ha tenido una vida dura, y la corona le pesa demasiado. Te quiere más que a nadie, eres su ejemplo y su motivación- dijo Nora

- Olwaith ha crecido en estos días más que en toda su vida, ya está listo para reinar y para luchar por el reino. Si hay alguien que no desfallecerá ante el mal, ese será tu hermano- dijo Linnod

Así, abrazados, permanecieron un tiempo sentados en las escaleras de la Torre de la Reina, viendo como la plaza se iba quedando desierta, como los soldados salían para reunirse con los demás, y las mujeres y los niños entraban en la Torre del rey para ocultarse entre sus poderosas paredes. La noche cerrada llegó, y con ella el frío. Sobre ellos, las estrellas brillaban con fuerza, mientras que una nube negra como el azabache se acercaba desde el Sur, anunciando que la horda estaba ya cerca. Los dos caminaron hasta los establos, donde la caballería estaba siendo preparada por Scerion y varios soldados. Linnod acarició a Sariel, que estaba sin ensillar.

- No irá a la batalla, es un caballo demasiado bello para que muera así- dijo Scerion a Linnod

- Es mi caballo, amigo, y claro que irá a la batalla. Y no seré yo quien le monte, serás tú- dijo Linnod

- ¿Como?, no, yo iré en uno de los otros...-

- Llevarás a Sariel ante los Muertos, será un honor para él. Quiero que tu lideres la caballería, si es que aceptas- dijo Linnod

- Haré todo lo que tú me digas, es un honor para mí. Pero, dime Linnod, ¿qué debo hacer? No se liderar jinetes, sólo montar-

- Todos te adoran, saben que eres fuerte, y te seguirán sin que tú les digas nada, los jinetes saben lo que deben hacer. Debéis cabalgar ahora, a través del bosque de Rovehn, para aparecer en la batalla en la parte Sur de los Campos, y cargar desde atrás, dejando al Annwn encerrado en medio de la batalla. Es una misión casi suicida, no tienes por qué hacerlo si no quieres-

Scerion sonrió, y miró a Linnod fijamente.

- No temo morir, ni temo al dolor, ni al miedo que en mí crece al escuchar el rugido del Mal, sólo temo caer en la batalla sin haber luchado, sin haber luchado por todos vosotros, y sin haber luchado por mi mujer y mis hijas. Así que partiremos ahora, y cuando despliegues el estandarte de mi pueblo en la batalla, acudiremos a la lucha desde el Sur, para reunirnos con nuestros amigos y hermanos- dijo Scerion.

Sacó de una bolsa de cuero un estandarte enrollado, y se lo tendió a Linnod. Representaba el símbolo de Gagda, dos hachas entrecruzadas, sobre un fondo verde oscuro, coronadas por seis hojas de roble y una estrella.

Linnod abrazó a Scerion, y le deseó suerte, y salió del establo y se reunió con Nora de nuevo. Cruzaron la ciudad y llegaron ante las puertas, ahora semicerradas. Se detuvieron en medio de la ciudad, vacía y silenciosa, bajo el tímido calor de las antorchas.

- Aquí nos despedimos, Nora. Volveremos a vernos, eso me dice mi corazón. Y afronto nuestro destino con esa esperanza, pues eres lo que más amo en esta vida. Mucho dolor se derramará esta noche, y estaría dispuesto a soportar yo sólo el de todos los hombres y mujeres del reino si con ello ganase volver a ver tu rostro una sóla vez más- dijo Linnod

Nora acarició la empuñadura de la Espada del Alba, y luego puso sus manos en las mejillas de Linnod, dejando salir de sus ojos lágrimas de dolor.

- La sombra ha llenado mi corazón, y sólo pensar en volver a ver la luz del día junto a tí hace que lata con fuerza. No te diré adiós, pues no quiero oir esa palabra salir de mi garganta- dijo Nora

Y sus miradas se encontraron más fijamente que nunca, y se fundieron en un largo beso, más cálido que ninguno, mientras Scerion y la caballería pasaban al galope a su lado, saliendo por las puertas de la ciudad, dejando a Linnod como único soldado que aún permanecía dentro. Y fue en ese momento cuando Linnod, con lágrimas en los ojos se giró lentamente, y en silencio pasó la yema de sus dedos por el suave brazo de la princesa mientras se iba, y acarició su mano; y cuando los dedos de los dos se separaron la oscuridad volvió a embargarlos. Y Linnod no miró más atrás, caminó deprisa atravesando la plaza, sin atreverse a volver a mirar a Nora, pues temía derrumbarse. Y cruzó las puertas, y se cerraron a su paso, con un gran ruido seco, dejando a Nora de rodillas en el seco suelo. La princesa entró en la Torre del Rey para reunirse con las demás mujeres y niños, y a su paso dejaba un rastro de lágrimas en el suelo, que pronto eran absorbidas por la sedienta tierra. Linnod alzó la vista y se encontró ante su ejército, formado por más de cinco mil hombres, todos listos para la batalla que decidiría el futuro de los Hombres. Y miró al Sur y vió, a menos de media milla, una gran horda que avanzaba atravesando los Campos de Anthios veloz, portando muchas antorchas, quemando todo lo que iban dejando atrás. Linnod caminó hasta el centro de la primera fila de hombres, y se colocó al lado de Olwaith, y los dos miraron al Sur. Y en ese momento sintieron un estruendo en el paso del Norte, junto al linde del bosque de Rovehn, y todos giraron la cabeza. Varios miles de soldados de vestimentas azules se presentaron tras ellos, y se unieron al ejército. Tres jinetes se adelantaron y se dirigieron ante el rey Olwaith. Un hombre entrado en años, de castaña barba y ojos cansinos le habló:

- Soy el Thag, rey de Milien, y acudo a vuestra llamada ahora, ahora que mi ciudad ha sido destruída por esa horda. Ruego disculpéis mi ignorancia y mi testarudez, ya que no hice caso a vuestra hermana hace dos días, cuando me visitó. Esto es lo que queda de mi ejército, los demás habitantes han huído a las montañas, esperando el desenlace. Thiehn ha sido destruída ayer, los Muertos llegaron por sorpresa desde el Sur, y casi no encontraron oposición. Ahora, si nos permitís, lucharemos a vuestro lado, dejando de lado nuestros antiguos odios- dijo

Olwaith miró aquel viejo rostro, y se sintió feliz y emocionado por aquella sorpresa. Dejó entrever una sonrisa y asintió con la cabeza. El rey Thag y sus hombres desmontaron y se colocaron en el frente, y Linnod volvió a mirar al Sur, y vió al Mal más cerca, y las nubes negras que estaban ya sobre ellos, tapando la luz de las estrellas. Se adelantó varios metros delante de la línea frontal del gran ejército ahora de Anthios y Milien, y desenvainó la Espada, mirando desafiante a las tropas que ya estaban a varios centenares de metros. El suelo comenzó a temblar y el rugido sordo del Mal comenzó a entrar por los oídos de todos los hombres, pero Linnod ya no sentía temor. Alzó la Espada sobre su cabeza, y comenzó a caminar; y el ejército le siguió lentamente, haciendo sonar el metal de las armaduras, inundando la pradera con el sonido de los miles de pasos que llevarían a los Hombres a afrontar su destino.
 

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