Las raíces de Eowä

05 de Febrero de 2004, a las 00:00 - Nolara
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Capítulo 6 - La Despedida

Eowä desmontó rápidamente y sin ayuda del corcel, dejando solo a Rinvoël y se dirigió hacia allí. Se abrió paso entre el gentío que se concentraba en la entrada de su casa y llegó al interior de ésta. Se encontró con Sama, quien la miró inicialmente con sorpresa y seguidamente con tristeza. Sin decirle nada, le indicó la habitación de Tala.  Asustada y a grandes zancadas, llegó hasta allí y observó a ésta tumbada con los ojos cerrados. La acompañaba el curandero  de la aldea. Sin más preámbulos, se acercó a su lecho y le cogió de la mano, asustándose de la frialdad de ésta:

-Madre, Madre ¿qué os pasa? - su voz temblaba por la idea que cruzaba su mente.

Lentamente Tala abrió los ojos y le sonrió.

-Querida Eowä, me marcho, llegó mi hora - hablaba con gran dificultad y esfuerzo mientras Eowä negaba insistentemente con cabeza- solo quiero deciros que os quiero y que siempre seréis mi hija. Ahora puedes regresar con los tuyos...
-No, Madre, no es vuestra hora. No os rindáis, luchad- tímidas lágrimas escaparon de sus ojos - os quiero Madre...

Tala sonrió y lentamente cerró los ojos, a la par que su mano, que se entrelazaba con la de la elfa, se aflojaba y finalmente, se soltaba. Eowä, incrédula de que Tala se hubiera marchado, observó como el curandero se agachaba y colocaba su dedo índice y corazón en la yugular de Madre.

-Eowä, vuestra madre aún no ha muerto, pero lo hará durante la noche. No se puede hacer nada, lo lamento- le comentó mirándola con tristeza antes de abandonar la habitación.

Eowä no se separó de ella durante toda la noche. Pensaba en todo lo ocurrido aquel día. Su madre, Tinorduil, Tala. Eran demasiadas cosas para asimilarlas en un momento. No se había percatado de que Rinvoël había partido nada más dejarla allí y de que Sama, después de echar educadamente a la gente de la casa, dormía en la habitación contigua. Su atención se centraba única y exclusivamente en Tala, en su envejecido rostro debido a la edad y en la sonrisa que se dibujaba en éste.

Durante toda la noche, recordó su vida con ella, sus alegrías y sus discusiones. Se arrepentía y lamentaba de no haber  estado con ella en su último momento, antes de caer inconsciente, de no haberla oído reír por última vez, hablar o soñar; y se culpaba de su muerte, deprimiéndose aún más. "Le he dado demasiados disgustos y la he abandonado en el último momento" se recriminaba una y otra vez mientras se prohibía llorar. No derramó lágrima alguna, a pesar de sentir un inmenso y profundo dolor que le oprimía el pecho, no pudo hacerlo, "a Tala no le hubiera gustado verme llorar", pensaba con tristeza. Su pensamiento vagó hacia las últimas palabras de Tala. "Ella sabía que yo visitaba a los elfos ¿acaso quiso decirme que me fuera con ellos?" reflexionó desconcertada mientras una idea que no quiso aceptar, cruzaba su mente.  Aunque no quería aceptarlo, sabía que la muerte de Tala era la oportunidad perfecta para abandonar la aldea y marchar con los elfos a Valinor para conocer a su familia.  Pensó en lo que dejaría aquí y en su futuro allí. Deseaba ir a Valinor y poder conocer a sus padres pero le entristecía dejar su pasado y especialmente a Sama.

Reflexionaba sobre esto cuando después del amanecer, Tala finalmente expiró. Eowä cogió las manos de ésta y unidas, las colocó en su pecho. Por último, besó su frente y abandonó la estancia. Tenía muchas cosas que hacer. No se extrañó de que Sama no se encontrara en casa "habrá ido a cambiarse o a comer algo antes de volver", pensó mientras se dirigía  a su habitación. Allí cogió una mochila de piel de conejo y metió en ella toda su ropa y algunas de sus pertenencias. Después recogió toda la casa dejándola ordenada y limpia.  Cuando acabó, escribió una carta de despedida donde dedicaba un par de líneas a cada aldeano. No tenía tiempo de despedirse de todos ellos personalmente, y sabía que se arrepentiría de ello. Fue en ese momento, al acabar la carta, cuando Sama apareció tras la puerta. Ésta observó la carta, la casa ordenada y la mochila con desconcierto hasta que finalmente lo entendió todo.

-Os marcháis con ellos ¿verdad? - le preguntó a su amiga con seriedad.
-Sí- musitó la aludida.
-Pues os echaré mucho en falta- le comentó llorosa mientras se aproximaba a ella.

Ambas se abrazaron y lloraron al sentir la cercana despedida. Sabían que sería el último día que estarían juntas.

-Yo también os echaré en falta- le dijo Eowä secándose las lágrimas.
-Espero que seáis muy dichosa- le deseó Sama con una sonrisa melancólica.
-Os lo agradezco, yo también os deseo la máxima felicidad- le agradeció la elfa.
-La tendré.

El rostro de Eowä reflejó extrañeza ante la última frase de su amiga.

-Danto ha pedido mi mano- le aclaró ésta con una radiante sonrisa y sus brillantes ojos debido a  la emoción.

Eowä la volvió a abrazar pero esta vez con felicidad y ambas rieron.

-¡¡¡¡Enhorabuena!!!! os lo dije, siempre os lo dije. Seréis muy feliz, ya lo veréis- le felicitó Eowä emocionada.

Una vez separadas, Sama posó su mirada en la carta y en la mochila.

-Debéis marchar- le dijo.
-Lo sé- contestó la elfa- me gustaría que me hicierais un gran y último favor.
-¿Qué deseáis? Lo haré.
-Os agradecería mucho que leyerais esta carta a todos, y por último que os encargaseis del entierro de Tala y de celebrarle una bonita ceremonia, se lo merece.

Sama sonrió con tristeza y asintió. Eowä se agachó, recogió la mochila y se la puso en la espalda.  Girando sobre sus talones, se dirigió a la habitación de Tala y observándola por última vez, la volvió a besar y salió de allí para siempre. Sama no se había movido del sitio y Eowä se lo agradeció pues aún debía decirle una última cosa:

-Sama, os dejo la casa de Tala para que viváis tú y Danto... .
-No puedo aceptarlo...
-Acéptalo, por favor, sois la persona más indicada para poseerla. A Tala le hubiera gustado, lo sé.

Sama asintió mientras sus ojos volvían a llenarse de lágrimas. Se abrazaron por última vez y Eowä marchó de la aldea sin que nadie la viera y sin mirar atrás, con el corazón y el alma inmensamente dolidos por abandonar su pasado pero inmensamente feliz por recibir su futuro. 



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