La Sombra Creciente
01 de Diciembre de 2006, a las 22:33 - Silvano
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Nace la Compañía
Corría un viento helado en la llanura. La noche
había caído demoledora y estaba cómodamente asentada en el cielo, privando de
visibilidad con cielo raso, en una noche cerrada y casi tormentosa. Todos
tiritaban condolidamente, y las primeras gotas de agua empapaban las capas y
mantas con menor desdén del deseado. Menos mal que la lluvia les sorprendió a
escasas yardas de Éstaleth, la gran ciudad de color grisáceo que adormitaba
rodeado de un cinturón de agua. Cuanto tiempo sin ver las murallas de aquella
ciudad, pensaron los montaraces, una eternidad parecía haber transcurrido. De
haber sabido el destino de la empresa que emprendieron hace solamente casi dos
semanas, nunca hubieran abandonado la ciudad, la cual era prácticamente su
hogar.
Éstaleth parecía no tener mucho movimiento, cosa
que no era del todo comprensible pues la noche acababa de cruzar el umbral
hacia la madrugada.
Tenían todos los huesos
entumecidos y los músculos engarrotados de la dura intemperie. Pero eso iba a
cambiar pronto y aceleraron el paso en cuanto vislumbraron la hermosa puerta de
la ciudad, las cuales permanecían cerradas.
A los enanos les hubiera gustado entrar alzando
las voces ensalzando las hazañas de Dunbarth en canciones que habían estado
componiendo de camino hacia la ciudad, aunque estuviese inacabada.
- ¡Ha de la puerta! – gritó Thorbardin.
- ¡¿Quién va?! – le saltó otra voz al cabo de un tiempo
aunque sin asomarse por la muralla.
- ¡Catorce viajeros cansados que buscan alojamiento y
un fuego!
- ¡Estamos en toque de alerta! ¡Está vedada la entrada
a la ciudad a todo aquel que no sea de entre estos muros! ¡En estos tiempos no
podemos fiarnos ni de nuestras propias sombras!
- ¿Qué ha ocurrido?
- ¡Déjate de elocuencias, podríais ser espías!
- ¿Nos has visto bien? – preguntó aparentemente con
sorna pero no obtuvo respuesta.
- ¡Soldado! – interfirió Ergoth – ¡Yo frecuento desde
hace años esta ciudad y es prácticamente mi hogar!
El hombre que permanecía oculto tras el parapeto
titubeó.
- ¿Cuál es tu nombre? – apostilló
Náldor.
- Alêth, soldado de la tercera cohorte de la ciudad.
- ¿Conoces a Agûnethân? Es el general de la caballería
de la ciudad. Nosotros somos montaraces del norte, hemos sido sus hostigadores
y exploradores largas jornadas y en una incursión contra los hombres del Este
nos nombró capitán de dos pequeñas tropas.
- Agûnethân estará descansando en su casa, no es menester
de la caballería guardar las murallas.
- Lo entiendo pero es una de las máximas autoridades
militares de la ciudad y dará buena cuenta de nuestra procedencia e
intenciones.
- No pienso ir a molestar a Agûnethân a estas horas por
esta cuestión. A lo mejor preguntas por él a sabiendas de ese detalle y de
buena tinta sabemos que los espías conocen todo la rama de mando de la ciudad,
hace poco descubrimos a dos infiltrados…
- ¿Pero que diantre ha pasado para que hayáis tomado
estas medidas?
- No aparentéis desconocimiento…
- Si son tiempos difíciles y desconfiáis de todo bicho
viviente nunca encontrareis aliados…
- ¿Es una amenaza?
- No, es un consejo.
- ¿Puedes decirnos de una vez que ha ocurrido? No
pierdes nada en esbozarnos los hechos. – pidió Geko.
- Evitamos un atentado contra nuestro gobernador y casi
pertrecharon uno contra el alto mando del ejército, descubrimos a tres espías,
uno de ellos ostentaba un alto cargo. También hay mucho movimiento en nuestras fronteras
y han atacado la torre que custodia el puente del Celebrant sobre el Anduin; lo
han atravesado ingentes partidas de jinetes y nuestros exploradores han
avistado un pequeño ejército que subía desde el sur por las Tierras Pardas. ¿Le
parecen suficientes razones para cerrar las puertas de la ciudad a extraños?
- No, no me lo parecen. – respondió desafiante Ergoth.
- ¿Cómo? – se escandalizó el guardia.
- ¿De verdad creéis que un ejercito os va a atacar o
asediar en pleno invierno? ¿Con lo especialmente crudo que esta resultando éste
precisamente?
El soldado escondido no supo que replicarle.
- ¿Quién ha aconsejado proceder así? Es lo peor que
podéis hacer… – intervino de nuevo Geko – el invierno os está dando tiempo para
prepararos, recolectar suministros e instalar defensas en la cuenca del río… y
lo estáis desaprovechando. Solo un ejército bajo las órdenes de un incompetente
general emprendería un asedio bajo este tiempo, sería muy perjudicial para su
causa: y solo otro más incompetente aún impartiría las órdenes que acatáis.
¿Habéis mandado nuevos efectivos al río?
- ¿Y si vosotros sois aliados del enemigo y nos
expusierais esas razones para que procediéramos de la forma que decís para
pillarnos desprevenidos?
- Que necios pueden llegar a ser algunos humanos… –
masculló en voz baja Sithel – ¿Hace cuantos días ocurrieron tales sucesos? –
preguntó alzando la voz.
- El dos de Diciembre.
- ¿Hace seis días? Me parece gondorianos que el enemigo
os ha engañado y les habéis dejado el paso libre a estas tierras como ellos
querían, al esperar un ataque os habéis replegado como ellos habían previsto y
solo espero que el avistamiento de tal ejército fuese otro ardid.
- ¿Engaño para qué? – preguntaron todos.
- Creo… tengo la sensación de que al parecer la misión
de Iswirn es mucho más importante de lo que pudiéramos prever…
- Dejaros de tretas, no tratéis de liarme…
- Este crío no se entera… ¿Le asusto con una flecha?
- ¡Soldado! Estás nervioso, ¿Han decretado la leva y te
acabas de alistar?
- Pareces conocer demasiados detalles para haber estado
fuera de la ciudad ¿Aún te reafirmas en que no eres un espía?
- Este muchacho es tonto… – objetó Geko a sus
compañeros.
- ¿Y qué pretendes? ¿Dejarnos toda la noche aquí?
- ¿Estás loco? El enemigo cuanto más lejos mejor, no me
obliguéis a abrir fuego.
- Parece ser que no conoces el dicho: Ten cerca de tus
amigos pero más aún a tus enemigos, así nunca te sorprenderán y te ahorrarás
muchos males.
Aquella conversación se prolongaría demasiado y
no llevaría a ninguna parte, solo habría de empeorar y formar un altercado;
pero por suerte los gritos y voces atrajeron a varias personas, entre ellos
unos oficiales.
- ¡¿Qué está pasando aquí?! – gritó el de más alto
rango.
- Son espías, están enterados de muchas cosas y no son
de la ciudad, traen excusas para que volvamos a la normalidad y abramos las
puertas como si nada hubiese ocurrido… – resumió el joven según había
entendido.
El oficial asomó la cabeza por las almenas y
reparó en la compañía que permanecía de pie ante las puertas. Los nuevos
soldados hicieron lo mismo.
- ¿Enanos? Hace dos semanas pasó por aquí un pequeño
ejército de enanos…
- ¡En efecto! – exclamó Câranden que oyó el comentario
– Somos lo único que queda de él por desgracia, y después de tantas penurias
como hemos pasado solo deseamos cobijo, calor y comida.
- El enemigo no cuenta con enanos a su servicio – dijo
uno de los hombres de la muralla.
- Al menos no que nosotros conozcamos – puntualizó el
oficial.
- Mirad, un elfo les acompaña, ¿Qué hace un elfo con
enanos? – aludió otro bajando mucho la voz para que no les oyeran como antes,
pero los elfos tienen un agudo oído.
- Mis razones tengo y puesto que son mías me las
guardaré para mí. – respondió Sithel quemado por la situación.
- Oficial. – llamó Náldor – Nosotros tres somos
montaraces y procedemos del antiguo reino de los hombres del norte, sufrimos y
vivimos la derrota y reconquista de nuestra tierra por parte del Rey Brujo y
sus secuaces y pongo la mano en el fuego por que vosotros mismos no los odiáis
ni una pequeña parte de lo que les odiamos nosotros. El simple hecho de
insinuar que pertenecemos al enemigo que asoló nuestra tierra de muerte y
penuria es una falta tan grave, que de no haberos encontrado en la muralla os
hubiéramos rebanado la cabeza. – dijo el dúnedain con tanta entereza y pasión
que dejó a los guardias sin palabras – Pero tranquilos, debido a las dos
semanas que hemos pasado podremos pasar por alto tan gran ofensa a cambio de
que nos deis lo que nuestro cuerpo tanto anhela, que no es ni más ni menos que
lo que ha pedido mi amigo Câranden. Si a pesar de todo esto no os fiáis de
nuestra palabra al alba preguntarle a Agûnethân, buen amigo nuestro, y quién
sabe si no os rebana la cabeza él mismo por tal insolencia. – el montaraz
intentó medir sus palabras para que no sonara en exceso amenaza de muerte pero
si un aviso mordaz.
Todos los que habían oído miraban con sorpresa y
cierta admiración a Náldor. Y Ergoth y Geko lo miraban con orgullo y poniendo
la misma seriedad arrebatadora ante las insulsas miradas de los soldados
apostados en las almenas.
- Abrid las puertas… – dijo débilmente el oficial con
voz temblorosa – Y os pido perdón en nombre de mis jóvenes reclutas. Si
necesitáis algo, lo que sea, acudir a mí como pago de este malentendido.
- Vaya si acudiremos, vas a pagar todas nuestras
facturas durante una temporada… – repuso Geko disimuladamente entre dientes con
sorna.
Las compuertas se abrieron renqueantes y
quejándose. Detrás había una docena de guerreros armados con lanzas y escudo
pero no les dedicaron ninguna palabra y se internaron en las frías calles de la
ciudad. La mayor parte de Éstaleth dormía, no había ni bullicios ni paseos
nocturnos. Los jóvenes terminaban su noche de diversión en las tabernas más
famosas de la ciudad y las únicas que velaban por el descanso a aquellas horas
eran las posadas.
Hacia la que les era conocida se dirigieron, a
la del viejo Duning. Si habían cerrado las puertas, dejando solos a los
pertenecientes a la ciudad, seguramente hubiese habitaciones libres para todos.
Dejaron atrás toda la fortificación
perteneciente al castillo y viraron hacia el centro de la ciudad. Pronto
llegaron a la plaza en donde se erguía, en el lugar privilegiado, la posada con
el cartel metálico colgando que lo bautizaba: Baramarth, “casa destino” en
lengua común, un nombre de lo más simple y apropiado.
El local permanecía en cierta penumbra,
alumbrado por algunos candiles. Tras la barra limpiaba algunas jarras Duning
mientras su hija terminaba de arreglar la cocina. La sala estaba vacía, no
había ningún cliente, estarían durmiendo supusieron.
- ¿A estas horas y tienes la posada vacía, viejo amigo?
Si es ahora cuando se animaba la noche… – estimó Geko sonriente.
- ¡Hombre mira quién ha venido! ¿Vacía? ¿Cómo quieres
que esté después de la que se armó y cerraran las puertas? Si echaron a patadas
a todos mis huéspedes… ¿Cómo es que os han permitido la entrada?
- Con don de palabra. – comentó Náldor.
- Si tienes las habitaciones vacías ambos estamos de
enhorabuena. – intervino Ergoth – Podrás acogernos a todos.
- Será un placer, esta siendo un invierno difícil para
el negocio. Tomad, repartiros las habitaciones a vuestro antojo, podéis elegir.
Luego bajad y os prepararemos algo rápido para que entréis en calor.
- Muchas gracias. – respondieron todos casi al unísono.
Recogieron el manojo de llaves y subieron a
dejar el poco equipaje que llevaban. Estaban solos en la posada, por lo que
cada uno pudo tener una habitación para él solo, gozando de más espacio del que
podían desear y necesitar.
Sithel no entró en el gran edificio de piedra y
madera y se quedó en la plazoleta, con los cuatro purasangres que les robó a
los semiorcos. Los dirigió al establo, por el camino que había seguido dos
semanas atrás al joven Mackey. Era como una casa baja grande, que doblaba la
anchura de la posada. Tenía varios ventanales, cerrados, y un gran dintel sin
puerta. Entró y vio las numerosas cuadras llenos de paja, y un carro aparcado
en el que cargaría el estiércol supuso. Era muy simple pero cumplía a la
perfección con su función. La mayoría de las cuadras estaban vacías, en el
establo solo quedaban los caballos de los montaraces, el suyo y uno que
permanecería al dueño de la posada, supuso; al fondo en un recinto apartado
creyó ver una vaca. En la cuadra de Mártenon encontró a Mackey, que estaba
cepillándole las crines; su caballo relinchó feliz al verle. El joven solo se
dio cuenta de la presencia del elfo, cuando éste acarició a su montura. Se dio
un pequeño susto pero luego lo saludo con una sonrisa.
- ¡Señor Sithel! ¡Cuánto tiempo! He cuidado
perfectamente de su caballo…
- No lo pongo en duda. Te traigo cuatro animales más
que necesitan una cuadra, mañana los venderemos al ejército y te entregaré una
parte por tus molestias.
- ¡Oh! Muchas gracias, pero es mi trabajo, y disfruto
con él.
- Doblemente mejor si disfrutas y vives de él. ¿Qué tal
se ha portado en mi ausencia Mártenon?
- Muy bien, es un corcel muy manso y tranquilo.
- ¿Manso? Apostaría que es el más salvaje e indómito de
la ciudad, pero al parecer me ha hecho caso cuando le dije que se portara bien.
– rió – ¿No ha intentado salir ninguna noche?
- No, al menos cuando yo he estado. Pero siempre me
aseguro de cerrar bien el establo.
- ¿Lleva dos semanas sin galopar? Tendré que sacarle
esta noche para que no se atrofie. Acomoda a tus nuevos clientes, voy a ver si
tomo un bocado. Deja abierta la puerta de la de la cuadra de Mártenon.
- Vale señor Sithel.
Cuando entró Sithel, los demás descendían por
las escaleras ya aseados, peinados, mudados de ropa y totalmente desarmados,
sin ninguna armadura siquiera. No parecían ellos, tan limpios... Sithel no
entendió como podían haber acumulado semejante suciedad, él estaba bien y había
pasado por las mismas calamidades. El elfo no se despojó de su fina cota de
malla, y dejó sus armas en un banco cercano.
Unieron dos grandes mesas y tomaron asiento. El
menú básicamente era lo que había sobrado en el día y se mantenía comestible,
aunque frío, pero eso tenía fácil solución. Salne preparó un gran puchero con
la sopa especial de la casa, sería el reconfortante primer plato.
- Esto resucita a un muerto… – comentó Geko frotándose
las manos.
Aquello no era precisamente lo que Sithel
entendía por sopa. Era un caldo espeso de color amarillento que ardía con
multitud de tropezones extraños que le costó reconocer.
- Esto es lo mejor contra el frío. No existe mejor
bálsamo para después de estar bajo la intemperie.
- ¡Está ardiendo! – se quejaron los enanos.
- Se sirve así, como ya he dicho resucita a un muerto.
Este plato lo inventaron los campesinos buscando una forma de entrar en calor,
después de un duro día de trabajo, con productos simples y al alcance del más
humilde, hasta utilizaron hogazas de pan duro de días pasados. Cuando se es
pobre se utiliza todo.
- ¿Qué lleva? – preguntó Sithel, un poco asqueado.
- Ajo, magro de jamón, pan, pimentón, agua, huevo y
sal… – elaboró la lista Salne, que había atendido la duda del elfo.
- Aunque también se le puede echar todo lo que sobra de
comidas pasadas, entra igual de bien. – añadió Náldor – Que aproveche.
Rápidamente entraron en calor con aquel cuenco,
incluso en sudores, justo lo que habían deseado en las congeladoras noches que
les llevaron hasta ese momento, que saborearon a conciencia.
- ¿Qué ha ocurrido exactamente en la ciudad? – quiso
saber Ergoth.
- ¿Te refieres al atentado? No lo sé exactamente, es
algo que se lleva con mucho secreto, solo conozco los detalles del informe
oficial. Básicamente el consejero personal del gobernador ha resultado ser un
traidor y espía que había transmitido y alertado de todo lo que ocurría a los
hombres del Este durante varios años. Como no sé si recordarás, hace un mes los
cocineros personales de la corte fueron brutalmente asesinados despojándoles de
sus entrañas. El consejero contrató a dos nuevos por mandato del gobernador, y
estos hace pocos días sirvieron un banquete a los cabezas militares de la
ciudad… les intentaron envenenar. Era una cena informal, y los capitanes y
generales se vieron acompañados de sus familias. Aquello no era esperado por
los espías, que pensaban que se sentarían a debatir sobre la próxima campaña;
pero esa noche homenajearon a los caídos de una victoria ocurrida hace cien
años contra los Aurigas. Los pequeños al parecer no pudieron controlar el
hambre y se saltaron de formalidades cayendo cadáveres. Se armó un gran
revuelo… Los cocineros fueron ahorcados al día siguiente ante todos en la plaza
mayor. Pero no cesó, por lo visto el gobernador tenía que ser eliminado
urgentemente y su consejero se precipitó y a la noche siguiente acudió con un
puñal a sus aposentos a altas horas de la madrugada, pero la parienta de éste
no podía dormir a causa del dolor de haber perdido a dos hijos y sorprendió al
agresor en el momento crítico, sus gritos hicieron el resto…
- Menos mal que no lo sabías exactamente, me parece
Duning que te estás convirtiendo en un marujón…
- Ya sabes la gente que se reúne aquí para chismorrear
y despotricar, por no hablar de los corros de cotilleos en los que mi hija
participa. Está en boca de todos, es imposible no enterarse.
- ¿Qué pasó con el consejero?
- El propio gobernador le derritió la espalda a
latigazos y luego él mismo le sacó los ojos y le dejó desnudo en mitad de la
llanura. Encontraron su cadáver al día siguiente, murió congelado mientras las
aves carroñeras le descuartizaban.
- ¡Cómo se las gastan los gondorianos! – exclamó Mortak
– Nosotros solo le habríamos esclavizado de porvida. ¿No le interrogaron?
- Claro que sí, pero no le sonsacaron nada. Algunos
dicen que se mordió la lengua hasta arrancársela para que no pudiera hablar
aunque le torturasen.
- Que desperdicio, un esclavo que no puede quejarse ni
lamentarse y lo ejecutan…
- Mañana iremos a ver a Agûnethân, seguro que
agradecerá nuestros servicios otra vez, le aconsejaremos que no desprotejan sus
fronteras y que no hay peligro de ningún ataque mientras dure este frío.
- Por suerte, malévolamente hablando, Agûnethân está
viudo y no tiene hijos, será más fácil hablar y razonar con él que con otro que
haya sufrido la pérdida.
Thorbardin asentía en silencio pues su persona
había experimentado esa sensación y dolor hace varios días, los podía
comprender perfectamente aunque no entendía como habían optado por replegarse y
aislarse en vez de pedir venganza, sería por las distintas naturalezas entre el
hombre y el enano.
- Bueno, será mejor que todos vayamos a descansar.
- Sí, todos lo estamos deseando, hasta mañana.
Todos se despidieron y subieron presurosos las
escaleras en busca de sus habitaciones. La posada constaba de veinte
habitaciones repartidas en dos plantas, y a pesar de quedar siete libres Sithel
no quiso meterse en ninguna, al parecer tenía otros planes.
En el comedor quedaron el elfo, Salne que
recogía la mesa y Geko que se había quedado para ayudar. Duning se había
retirado a dormir.
- ¿Ya te has quitado el velo de misterio solo…Sithel? –
inquirió la muchacha.
- Nunca me cubrí de tal velo, no lo confundas con la
discreción.
- ¿Cómo le ha ido en su huída por ser discreto?
- ¿Por qué piensa que estoy huyendo?
- Me dio esa impresión, sus gestos, su mirada, su tono
de voz, su intranquilidad, su agobio…
- ¿Después de dos semanas aún guardas tanto detalles?
- Digamos que me causaste gran impresión.
- Si piensas que huyo, ¿Cómo es que tu curiosidad –
dijo remarcando un poco la última palabra – no te ha hecho formular aún la
pregunta para hallar la razón?
- Porque queréis ser discreto. Por ello os pregunto de
lo que te ha ocurrido en estas dos semanas…
- Geko también estuvo allí, estará gustoso de narrarte
todas y cada una de las desventuras… – respondió el elfo dedicando una mirada
cómplice al montaraz, estaba al tanto de sus sentimientos y quería ayudarle,
pues prácticamente estaba allí de mero espectador.
- ¿Le supondría un gran esfuerzo relatármelo tu mismo?
- No, pero no tengo tiempo, me voy.
- ¿Te vas? – se sobresaltó la joven cuando Sithel ya
recogía sus armas y dependencias, al igual que algunas mantas – ¿Por qué? ¿A
dónde?
- Sí, tengo cosas que averiguar. A la Tierra Media. – contestó con cierta sorna.
- ¿Vas abandonar la ciudad? Aún queda mucho para que
amanezca.
- No tengo razón de quedarme, únicamente venía por dar
por terminada la empresa con la que me comprometí y comer algo decente. Ya el
mañana proveerá, ahora si me disculpáis… – dicho esto silbó agudamente con el
índice y el pulgar – Hasta más ver Geko, despídete de los demás por mí… ya nos
encontraremos si es menester del destino.
- Seguro que sí, hasta la próxima amigo, y gracias por
todo. Sin ti esta empresa hubiera terminado peor de lo que ha terminado.
Justo cuando terminó de hablar Geko, asomó el
gran caballo blanco de Sithel por el umbral de la puerta que el elfo había abierto
al despedirse. Sin más preámbulos ni palabras, éste se subió de un salto y se
fue al galope. Salne quedó apenada y un poco trastocada, y acudió a la calle a
verle de partir pero no le dio tiempo. Cuando entró de nuevo, cerró la puerta y
echó el cerrojo. Geko se había quedado a solas con ella y rebuscó las palabras
y el valor para mantener una profunda conversación.
Mártenon no tardó en llegar a las puertas de la
ciudad, donde algunos guardias parecieron sorprendidos al verle. El que les
negó el paso a su llegada, al reconocer al elfo, tuvo miedo y pensó que venía a
cumplir la amenaza del montaraz, pero esta idea fue desechada cuando Sithel le
pidió que abrieran las puertas. Extrañados, le abrieron una pequeña puerta
incrustada en los portones, y se perdió enseguida en el amparo de la noche.
Estaba prohibida la entrada a extraños, pero si alguien quería salir solo
tenían que persuadirle pero eso no hubiese funcionado con él.
Ahora la silueta blanca de tan fantástico animal
se convirtió en un rumor más de la noche, y aquel leve crepitar se dirigió
hacia noreste, hacia el puente sobre el Anduin; a una velocidad pasmosa para
desquitarse del frío y atrofia de tantos días parado.
Toda la ciudad dormía. No había ni una luz
encendida, todos descansaban, todo era silencio. Ni los soldados y guardias de
las murallas pudieron poner más barreras al sueño, únicamente los panaderos
habían acudido al duro comienzo de su jornada laboral. Aún distaba bastante
para que el sol aflorase por el este y ahuyentase al frío taciturno y sus
sombras… aunque no sus temores.
En una taciturna habitación los
remordimientos y la culpabilidad se fraguaban un camino en el mundo de los
sueños. Hasta un punto en el que Dunbarth se despertó de golpe al son del
alarido de sus temores… Estaba sudoroso, la almohada chorreando y la
preocupación de que alguien lo hubiese oído le mantuvo en completo silencio
unos instantes en los que aguantó la respiración. Cuando se creyó fuera de
peligro, percibió el golpe de la puerta de la habitación contigua al cerrarse,
la de su padre. En pocos pasos el ruido se trasladó a su propia puerta, y se
vio obligado a abrir ante las insistencias de su padre.
- ¿Te ocurre algo hijo? ¿Por qué has gritado?
- Nada padre, solo una pesadilla, nada más…
- Es normal, después del tormento que has vivido pero
ya estás a salvo, y por gran mérito…
- ¿Y tú no duermes?
- No logro conciliar el sueño, son demasiadas emociones
la de los últimos días…
- Te entiendo…
- Háblame de tus pesadillas. – pidió.
- No, en serio…
- Pareces muy sobresaltado, ¿Ocurre algo?
- He de olvidar lo ocurrido estos últimos días, bajo la
montaña…
- ¿Por qué habrías de olvidar todas esas heroicidades?
No hijo, hay que llevarlas con la cabeza bien alta, que cuando regresemos con
nuestra gente digan: Ahí va Dunbarth Cepo de Hierro, el que se enfrentó a un
demonio del mundo antiguo y salió victorioso…
- No padre… no me enfrenté a él, me faltó el valor
incluso para echar a correr ante su sola presencia…
- ¿Cómo? ¿Qué estás diciendo? Si te enfrentaste a él
varias veces y siempre lograste escapar salvando varias vidas.
- No…
- No seas modesto hijo, ya podrían tener todos los
guerreros tu aplomo y valentía…
- ¡No!
- ¿Por qué te exaltas? – preguntó sorprendido y
extrañado, titubeando.
- No hay heroicidad en lo que hice… solo vergüenza y
cobardía… ¡Me lo inventé para ocultar la verdad!
- ¿Qué verdad? – inquirió Thorbardin endureciendo el
tono de voz.
- La historia que narré no es del todo cierta a partir
del momento en que llegamos al Arado…
- ¿Qué ocurrió realmente en el Arado? – terminó en
decir bajando el tono de la voz volviéndose grave.
A Dunbarth le estaban traumatizando esos
recuerdos y le angustiaron de terrible forma cuando tuvo que empezar a
confesarlos.
- Teníamos que salir de allí como fuera, no podíamos
quedarnos y esperar el fin, cualquier cosa sería mejor que eso… La situación no
era tan esperanzadora como la pinte esta mañana… A cada ataque las puertas se
caían a pedazos, al final las fortificaciones y reparaciones no tardarían en
venirse a abajo. En pocos días perecieron gran parte de los soldados, quedando
solo el llano del pueblo… Si queríamos sobrevivir deberíamos luchar, aunque en
el Arado podíamos resistir varios días, puede que algunas semanas, solo
postergaríamos lo inevitable… nadie iba a venir a salvarnos con un ejército, en
aquellos momentos nadie se acordaba de que veníais en camino, ni el pueblo de
Dúndel… todos éramos conscientes del desastre pero nadie tomaba la decisión de
actuar para evitarlo, preferían quedarse allí abajo y agotar los pocos días que
el cruel destino cediera… Pero yo no podía soportarlo, padre, la sombra de la
muerte ya anunciada me ahogaba lo reconozco, bastante había defendido aquel
lugar, no podía soportarlo por mas tiempo, no quedándome de brazos cruzados…
Thorbardin no quería interrumpir la revelación
que le estaba haciendo su hijo, la que temía que iba a ser una deshonrosa
revelación visto el esfuerzo y consecuencias que le costaba a Dunbarth
transformarlas en palabras. Seguro que aquello enviaría dardos envenenados
directos a su corazón, lo presentía a ver a su primogénito luchar contra las
lágrimas, aquello dejaría herida en el mismo corazón que se había sentido
orgulloso a más no poder durante ese día, creyendo a su hijo un héroe pero
pronto vería que no fue así…
- Mahal es testigo de que intente persuadirles y buscar
una salida para nuestro pueblo pero nadie escuchaba, a pesar de mi rango perdí
toda autoridad en pos de los ancianos y sabios, una absurda sabiduría… ellos
eran viejos pero yo soy joven… “El pueblo ha dicidido” fue su respuesta
y fue imposible removerla o apelarla. Me avergüenza decirlo pero al final acabé
mirando única por mi propia salvación, no quería morir allí abajo, soy
demasiado joven, si había de morir al menos que sea intentando sobrevivir,
había varios que opinaban lo mismo, pero no nos hicieron caso… Ideamos un
simple plan que podría funcionar, puede que a costa de más muertes pero todo
sería por un bien común… En esos momentos maldije la actitud recia y testaruda
de nuestro pueblo…
- ¿Recia y testaruda? ¿Por qué? ¿Por haber aceptado su
destino final y no haberse acobardado ante él? Morirían, sí, pero mirando a la
muerte a los ojos…
- ¡No tenía por qué ser nuestro destino final! ¡Podían
haber luchado por cambiarlo! ¡Nosotros nos dejamos la sangre por defenderlos y
ya no podíamos hacerlo más! ¡Había que actuar!...
Una tensión se alzó entre las miradas de los dos
enanos. Los ojos de Dunbarth destilaban lágrimas que acabaron precipitándose,
los de Thorbardin permanecían impasibles, y mantuvieron la mirada hasta que su
hijo la eludió.
- Ideamos un plan… era factible, podía dar resultado,
podíamos tener una oportunidad… Teníamos que conducir y distraer al enemigo por
una de las puertas mientras escapábamos por otra, había que dirigirse a Moria,
el enemigo vino de allí por lo que estará más desguarnecido, toda Khazad-dûm no
podía haber caído… Teníamos capacidad ofensiva para llevarlo acabo, pero no nos
escuchaban, preferían quedarse allí para malgastar sus vidas y su valor, o lo
que es peor: nuestras propias vidas y nuestro propio valor…
Dunbarth temió otra reprimenda de su padre por
aquella afirmación pero esta no llegó. Veía en aquellos ojos la decepción y
cada vez podía aguantar esa penetrante mirada por menos tiempo.
- Se rindieron demasiado pronto y ya no podíamos velar
por ellos, la mejor guardia es un fuerte ataque, aún quedábamos unas centenas
de soldados, un pequeño y auténtico ejército de enanos… – las palabras le iban
secando la garganta, le arrebataban nuevas lágrimas y lamentos, poco a poco se
le iba quebrando al voz – Llegó un día en que se produjo una arremetida tan
violenta que los cimientos de todo el Arado se tambalearon, el final llamaba a
la puerta, no tardaría en rubricarse y no pensaba estar allí para sentirlo…
Llamamos a concilio, la batalla final estaba cerca y ya la habíamos perdido,
teníamos que ponernos a salvo, pero los sabios, los viejos, tenían la palabra y
convencieron al pueblo para quedarse… ¡No entraban en razón! Un número reducido
de nosotros, en los que se encontraban alguno de los soldados primerizos, los
más jóvenes, y altos cargos de lo que era la nobleza; decidimos que ese mismo día
intentaríamos escapar de las garras de la muerte. Hasta aquel momento, solo
habían atacado por dos puertas: la Oeste que acabó derrumbada en un ataque de
trolls, y la principal y más resistente, la Este. Y a pesar de ello la tuvimos
que reforzar varias veces, incluso forjamos varias planchas de acero y la
tapiamos utilizando hasta dura roca… y aún así lograron poner pie en el Arado
en dos ocasiones aunque les cortamos el paso a tiempo, a costa de nuestra
propia sangre pero eso no lo veían. ¡Era de locos quedarse allí! Incluso tuve
ganas de asesinar a todos los sabios…
Dunbarth intentaba exponer la
cruda verdad desde sus valores y razones que le llevaron a actuar de la
siguiente forma. Eran hasta cierto punto razonables, pensó Thorbardin, pero
visto la forma tan triste de contarlos de su hijo… esa no debía ser la razón
que tanto le atormentaba, y ésta llegaría pronto…
- Nos dirigimos a la puerta Norte… empezaron atacando
por esa senda pero el emplazamiento, el puente colgante y la estrechez le
impedían poner en juego su superioridad numérica, la clave de su éxito… Hacía
una jornada, dos a lo sumo, que la lámpara solar fue inutilizada, por lo que
fue fácil escaparnos ante ojos indiscretos y vigilantes. Eludimos toda
vigilancia y tropas y llegamos ante el arco de nuestra salida. Éramos una
veintena, para pasar desapercibidos ante las patrullas de trasgos circundantes
íbamos a salir en grupos de tres… Khazûn, Zâdal y yo fuimos los últimos y lo
que ocurrió a continuación fue muy confuso, ocurrió muy rápido… nada más cruzar
el umbral vimos algunas flechas pasar por delante de nuestros ojos, pusimos el
pie en el pasillo y observamos un ingente número de trasgos correr hacia
nosotros, respaldados por un troll… parece que los últimos tríos no habían sido
muy silenciosos. Nos vimos sobrepasados, abrumados, y obligados a darles la
espalda y correr en la dirección opuesta con tanta premura como la que nos
facilitaba el miedo… Tras varios pasadizos y esquinas sin mirar atrás, nos
paramos al comprobar que nadie nos seguía… tarde poco tiempo en descubrir el
motivo…
En ese punto dejó de narrar para desesperación e
irritación de Thorbardin, que empezaba a ver a su hijo como un cobarde. En los
momentos donde verdaderamente necesitas ser valiente, su primogénito se
derrumbó y buscó salvarse él solo, quería abandonar el barco del que debía ser
capitán… Dunbarth se dio cuenta de aquello y ocultaba su rostro entre las
palmas de su mano pero era tarde, ya había sido juzgado, juzgado de cobarde y
rastrero, los peores insultos consabidos para un enano.
- Cuando nos fuimos varios dormían, muy pocos vigilaban
o estaban pendientes de las actividades del enemigo… por eso les pillaron por
sorpresa, desprovistos de armas… algunos incluso ni se enteraron de su propia
muerte… Y es que la razón por la que no nos habían seguido fue que dejamos las
puertas abiertas al Arado, les habíamos dejado una entrada libre, en el flanco
de nuestras fuerzas, con apenas vigilancia, desprotegida… le habíamos tendido
una senda a una plaza desguarnecida…
Al oír aquello Thorbardin no se pudo contener y
le propinó un puñetazo con fuerza al rostro de su hijo, descargando su rabia y
decepción. No se esperaba que la revelación fuera eso, le sorprendió
sobremanera. En aquel momento un único pensamiento le paso por la mente: Su
único hijo, senescal de Nimrodel, futuro príncipe y heredero al trono, había
llevado a la muerte a su pueblo… había traicionado, se podía decir, a tres mil
enanos por su miedo a la muerte que todos habían aceptado con valentía y
resignación… pero él no, él quiso escapar y con ello, y su cobardía, tendió la
llave, en bandeja de oro, al enemigo de masacrar a Nimrodel. No podía
creérselo, más bien no quería… no podía pensarlo por más tiempo, había pagado
con muchísimas vidas el entrar en la mina y su único objetivo había sido
egoístamente salvar a Dunbarth… muchas vidas en balde… aquella desastrosa
empresa para todos, que había terminado con cierto sabor dulce por haber sacado
algo en claro, a un autentico héroe enano... ha acabado siendo una farsa.
Dunbarth lloraba abrazado a las piernas de su
padre pero éste permanecía impasible. Aquello que le acababa de confesar le
impedía albergar compasión, cariño o incluso amor paterno… precisamente era la
sangre propia que corría por aquellas venas lo que le frenó para ajusticiarlo
allí mismo por lo que consideraba alta traición y vergonzosa deshonra…
- Todo era una invención... siempre tuviste gran
imaginación… – dijo con desprecio.
- No, no todo... El cruel destino me llevo por una
pasarela anexa a la plaza de la puerta Este, me hizo ver el final de nuestro
pueblo… los trasgos deberían estar entrando a placer por la senda que les
abrimos... se debería estar librando una cruenta batalla… y el “balcor” o como
sea que lo llamó el elfo, se encaminó decidido a las puertas y con pasmosa
facilidad las derribó en un abrir y cerrar de ojos… Tanto Khazûn y Zâdal, como
yo, fuimos incapaces de mirar su brutalidad, aunque aquello no lo habíamos
propiciado nosotros recayó sobre nuestros hombros un tremendo remordimiento y
ha sido el calor de esas llamas lo que me quita el sueño, esa imagen… Puede que
los trasgos encontrasen resistencia con los enanos del interior, mientras éstos
los entretenían en un frente lejano, la criatura de fuego irrumpió para acabar el
trabajo él mismo… y a él le acompañaron más trasgos… El ejército enemigo
parecía estar bien comunicado y el pueblo de Nimrodel no tuvo ninguna
oportunidad, les atraparon por dos frentes, los rodearon…
- ¿Cómo pudiste ser capaz…? El elfo tenía razón… No
creo que haya antecedentes en los anales de toda nuestra historia para
encontrar a alguien de tu calaña semejante de tal… – se contuvo – no creo que
haya palabra capaz de expresar lo que hiciste, eres la deshonra de la familia
cuyo linaje se remonta hasta los días del primer señor oscuro, tiempos de real
peligro donde hubo numerosas heroicidades y días gloriosos para nuestra
estirpe… ¡Estás escupiendo sobre su recuerdo! – se encendió – Eres la vergüenza
de Nimrodel que demostró ser un auténtico pueblo enano que luchó hasta el final
y miró a los ojos al infortunio; eres un crimen contra nuestra raza, no te
mereces estar entre nosotros, ni ser reconocido como tal. Me repugna que seas
hijo mío y que compartamos lazos de sangre… Por lo que a mi respecta Dunbarth
murió en la montaña…
- Pero padre…
- ¡No me llames así! ¡Te lo prohíbo! – le golpeó
nuevamente y al observarse los nudillos ensangrentados puso cara de asco.
- Tú no estabas allí, no sabes lo que era sangrar por
una causa que no compartes, ¡Y encima en vano! por unos estúpidos viejos que no
tenían amor por la vida… era angustioso, tu no conociste esos momentos
angustiosos…
- Pero conozco los que viví al adentrarme en las minas,
que no fueron pocos, con el único objetivo de salvarte, ¡De rescatarte! y no
eres merecedor de ninguno de ellos, ¡Esos si que fueron en vano! Debería
mandarte ahora mismo a la sala de Mandos con mi propio brazo, para que
suplicaras perdón a todos cuantos perdieron la vida en la montaña, y todo para
nada… ¡Ni siquiera mereces ir al lado de nuestro creador, ni la propia muerte
pues eso te libraría de tus remordimientos y las pesadillas de tus actos…
Oída esas palabras no había consuelo para
Dunbarth, se habría quitado la vida para terminar con aquella culpabilidad que
su padre alimentaba pero precisamente la muerte le atemorizaba, por ella y el
desconocimiento exacto de lo que hay después de la vida le han llevado hasta
donde está…
- No sé como un gusano como tú pudo escapar de esa
trampa, con semejante cobardía…
- De eso casi toda la culpa la tiene Taruk-zân y sus
enanos…
- ¡No me lo cuentes! No quiero ni saberlo, seguro que
solo fue a causa de más muerte ajena… ¡Eres un asqueroso mentiroso!
- No todo fue mentira… solo exageré y adorné algunos
hechos, algunos pasajes son historias que nos contaron Khizud e Izdum como la
del troll que nos abrió la barricada a martillazos engañado… También casi todos
los encuentros con esa abominable y terrible criatura de fuego, solo nos
topamos con ella en un gran salón y algo llamó su atención y se desentendió de
nosotros antes de atacarnos… si hubiéramos luchado contra ella seguramente
nadie hubiera sobrevivido a su horror, te dejaba paralizado de terror con esa
fulgorosa mirada, contra el daño de Durin no hay posibilidad de escapar…
- Es una lástima entonces que no os toparais con él…
Seguramente fue el pueblo de tu tío Dúndel el que recabó toda su atención…
- ¡No me cargues más muerte, por favor! ¡Yo no soy
culpable de eso! ¡No estaba en mi mano! ¡Ni siquiera tenía conciencia!
- ¡Pero te aprovechaste de ello!
- ¡No lo pedí! Mí único fallo, mi único delito fue no
cerrar las puertas del Arado antes de huir y lo cometimos inconscientemente, la
situación nos obligó… bastante cargo de conciencia y demonios tengo ya en mi
interior, pero fue mi único delito, ese y adueñarme de varias hazañas ajenas
para engrandecer el relato…
- Tu único delito fue nacer… tu único delito es ser
hijo mío… tu único delito es seguir vivo… tu único delito es permanecer a la
raza de los enanos y no a la de los orcos… ¿Para engrandecer el relato? Para
engrandecerte a ti solo, encima de cobarde destilas desfachatez e hipocresía…
- Quería dar un alivio por tanta perdida en mi nombre…
no quería decepcionarte, estaba sometido a mucha presión y agobio…
- ¿No querías decepcionarme? Pues es justamente lo que
has hecho. – dijo tan calmado y flojo que las palabras fueron más arrebatadoras
– Y nunca podrás remediarlo…
Se hizo instantes de letal silencio, tan tenso que
se podía rasgar con un cuchillo. Dunbarth había enmudecido su llanto pero tenía
el rostro descompuesto, y aún sangraba débilmente por la nariz y la boca.
- Presión vas a tener ahora para decirle a todos esos
enanos que tanto han dado en esta empresa cómo es realmente el único consuelo
que ellos tienen de bálsamo para lo que han sufrido…
Thorbardin se puso en pie y se dirigió a la
puerta. Dunbarth gateó y se aferró a sus piernas mientras le manchaba los pies
con sus lágrimas. Esa patética imagen no despertaba compasión alguna en el
corazón de su padre.
- ¡Razona padre! ¡Estas haciendo una gran montaña de un
saco de arena! ¡No cometí ninguna atrocidad, solo cometí un error, un descuido!
- Ningún simple descuido causa la muerte a tres mil enanos,
y más si eres tú quien debe velar por ellos…
- Iban a morir de todas formas…
- ¿Acaso sabes escudriñar el futuro? Fuera como fuese,
sin duda aceleraste el proceso de ejecución, te convertiste en su mejor aliado…
Dunbarth jamás sintió tanta amargura y estaba
desconsolado, destrozado, tendido en el suelo maldiciendo su propia existencia.
Y Thorbardin empezaba a tambalearse bajo esa apariencia tan firme….
Empujo al que ya no consideraba su hijo y abrió
la puerta.
- Mejor no digas nada a nadie, no quiero que manches ni
mi nombre ni el nombre de nuestra familia… y desaparece, para siempre. Te
prohíbo que compartas compañía o conmigo o cualquiera de mis enanos. Desde este
momento no existes ni eres nada para mí, te destierro de nuestro linaje y de
nuestra raza. Quédate aquí o vete a cualquier otra parte, lábrate el porvenir
que decidas si tienes valor para seguir con tu vida, de convivir con tus
recuerdos y remordimientos. Si algún día esperas recibir alguna palabra de mi
boca, o siquiera una simple mirada… asegúrate de haber limpiado tu nombre, de
haber demostrado gran valentía y aplomo, de ser un digno vástago de la cultura
enana y principalmente, de haber salvado el mismo número de vidas que de este
mundo arrancaste para salir de esa montaña… Y si quieres volver ser considerado
hijo mío, procura que una de esas vidas sea la mía propia... Adiós.
Dicho aquello le escupió sin ninguna compasión y
desapareció con paso vivo y decidido. Dunbarth siguió sollozando tirado en el
suelo al igual que su moral, su amor propio, amor por este mundo… y al igual
que todos los sentimientos y valores que pueda poseer un enano. Al rato
percibió otro llanto que se le sumó al suyo propio, proveniente desde el
pasillo y que se perdió escaleras abajo.
El alba comenzó su baile en el cielo cuando el
joven enano tuvo fuerzas suficientes como para ponerse en pie. Temió que
alguien hubiese escuchado toda la discusión, pero milagrosamente nadie se
percato de los gritos. Cogió sus escasas pertenencias y ropas que le habían dado
y se dispuso para marcharse y nunca volver. Sobre aquellas tierras yacía la
sombra de la guerra, y Thorbardin y los demás seguramente pondrían rumbo lejos
de ella, a las Montañas de Hierro. Él podría quedarse aquí, alistarse en la
infantería y quizás si se convirtiese en un auténtico héroe…
Llegó la hora del almuerzo. Todos habían dormido
a pierna suelta y saldado la falta de sueño. Abrazaron con mucho deseo y
regocijo la comodidad de aquellos colchones y solo despertaron cuando el
estomago quiso también apaciguar sus deseos.
Los tres montaraces fueron los primeros en bajar
y acomodarse en la mesa que ocuparon la noche anterior. Poco a poco se le
fueron sumando los enanos y Salne y su primo ya les servían el menú del día.
Algunas personas de la ciudad habían acudido allí a comer, pero estaban casi
solos. La situación que se vivía repercutió en la clientela nefastamente como
se quedo Duning. El menú del día era un único plato, estofado de puchero y
varias legumbres, un plato pesado para un invierno igual de pesado.
- ¿Thorbardin y su retoño no bajan a comer? – se
interesó Ergoth.
- Ninguno de los dos estaban en sus habitaciones, se
habrán ido juntos a alguna parte…
- Esta tarde iremos hacerle una visita a Agûnethân. Nos
enteraremos de todo lo que ha ocurrido y donde podemos vender los cuatro
caballos, seguro que no les vendría mal al ejército, podrían darnos una buena
suma con lo que pagar todo esto y vivir algunos días. Y nosotros, según veamos,
decidiremos si alistarnos o no, no me apetece mucho hostigar en mitad de este
crudo invierno.
- Menos mal que el elfo capturó esos cuatro animales,
ya me veía fundiendo mi armadura para correr con los gastos… – agregó Câranden.
- Por cierto, ¿Dónde esta Sithel? ¿Esta mañana
desaparece todo el mundo?
- Sithel cogió anoche su propio camino. Llamó a su
caballo y se fue tras sus asuntos. – respondió Geko – Me pidió que le
despidiera del resto.
- Entonces al final nos hemos quedado sin conocer
realmente lo que pasó en su hogar y de qué huía…
- Deberías ser menos curioso y mirar por tus propios
asuntos, Náldor, deja a los demás tranquilos…
- Por cierto Geko, ¿Qué tal anoche con tu dama?
- No empieces…
- Entiendo, eso es que no empezaste…
- Bueno, cuando volváis de hablar con Agûnethân
comunicadme las nuevas que os dé – interfirió Mortak desviando la conversación
– Si va a estallar una guerra no queremos ser testigos, aunque tengamos que
partir con este tiempo… Aunque verdad está muy lejos… lo ideal sería que como
tu dijiste, Ergoth, no hubiera nada que temer hasta la llegada del buen tiempo…
pero lo que tenemos claro es que no vamos a vivir una guerra que no es la
nuestra, que cada cual resuelva sus problemas.
- Espero que así sea y tengamos dos meses de respiro…
- Por la cuenta que nos trae... – masculló Geko.
- Nosotros también nos alejaríamos si pudiéramos… pero
para el mundo de los hombres no hay paz en ninguno de sus reinos, quizás en
Eriador… pero sin dinero no podríamos ir a ningún sitio, el salario del
ejército te da para vivir decentemente…
- Nos hubiera gustado recompensaros con oro y joyas por
vuestra ayuda en todo esto, pro al final la cacería no resultó ser como
queríamos en Nimrodel…
- Menuda cacería…
- Si… hubiese estado bien a una auténtica cacería de
las vuestras, Gárneon nos habló maravillas de ellas…
- ¿Acaso ésta no ha sido auténtica? – intentaba bromear
Câranden.
- Por lo menos Náldor saldó su apuesta… – añadió Geko.
- Que el arma que has ganado te sea de tanta ayuda como
me lo ha sido a mí, recuerda, resistirá impoluta si la golpeas contra una dura
roca con todas tus fuerzas. – dijo Mortak, antiguo portador de aquel hacha
forjada en Nimrodel a imitación de las de la antigua Nogrod, como dos grandes y
plateados dientes que describían una amplia curva hasta extenderse hacia
arriba, para agredir frontalmente – Aunque ojala Gárneon hubiese podido saldar
la apuesta él mismo… Quisiera proponer un brindis por él…
- Y por todos también.
- Amén. – decían mientras sonaban las copas al chocar,
rodeadas de silencio.
- De todas formas, tampoco tengo mucha prisa por usarla
la verdad. – continuó la conversación Náldor – Prefiero alejarme de cualquier
batalla durante un tiempo mientras sea posible. Desde la caída de Ernost no
vivía una situación de auténtico peligro, y en aquella ocasión fue muy
distinto, veíamos al enemigo o por lo menos a parte… y no estábamos en
inferioridad, teníamos ventaja… esta experiencia ha sido mucho más angustiosa y
peligrosa. No quiero tentar a la muerte una tercera vez, casi me alcanza las
otras dos veces y en Nimrodel anduvo muy cerca…
- Lo que más lamento yo de nuestro paso por Nimrodel,
fue dejar a enanos heridos por las flechas atrás, de los que iban en las
últimas filas… pararse para ayudarle hubiese sido el final para los dos… – se
lamentó Halen que vivió esa experiencia muy de cerca y vio como los remataban.
- O en la sala del trono, muchos tropezaron y no
pudieron volver a levantarse, o se perdieron y se dieron de bruces contra las
columnas, yo inclusive… el yelmo me dejo un enorme golpe y la sangre apenas me
dejaba ver donde estaban las llamas que indicaban el final…
- Menos mal que estaban las llamas… – asintió Urbandûl
– pero aunque las vieras, no podías seguirlas como me pasó a mí, siempre
encontrabas orcos delante de ti, o te empujaban, o de los golpes que te
propinaban que la coraza resistió te desorientaban…
- Yo tuve que abandonar mi armadura en el valle –
participó Nárlec – Estaba tan abollada y desfiguraba que me oprimía todo el
torso y me costó mucho quitármela…
- Pero nos salvaron la vida a todos prácticamente…
- Para eso están, las armaduras enanas son las mejores.
- Yo no llevaba coraza como vosotros, y la cota de
mallas que me enfunde la tengo marcada en varios puntos de la piel… y jamás me
han pesado tanto los brazos, al final no lanzaba estocadas, simplemente
golpeaba para apartar al que tuviera delante, a patadas incluso… se recibía
empujones por todos sitios… – contó Geko.
- Te pesaban tanto los brazos joven montaraz por estar
acostumbrado a rápidas y seguras emboscadas a caballo, tienes que acostumbrarte
a luchar como los mayores. – se burló inocentemente Câranden.
- Menos mal que nosotros nos abrimos y separamos, no
como los trasgos… tuvimos suerte.
- Cada vez que pienso lo que pasamos, me lleno de
impotencia… Me apalearon tantas veces que llegué mareado y bañado en sudor frío
al final de la sala, creo que hasta llegaron a rajar la cota de malla, menos
mal que solo fue un corte superficial… y el no verlo venir, me llena de más
impotencia todavía… Pero sin coraza bajo la que refugiarnos llegamos hasta
donde vosotros… – devolvió la burla Ergoth, que fue secundada por sus dos
compañeros.
- Aún recuerdo lo encantado que estabas con la idea de
que hubiese numerosísimos trasgos en las minas para cazar…
- Cosa que hice. – se jactó Geko, aunque sin hinchar el
pecho de orgullo.
- No te lo niego. Y en combate pierdes los estribos,
saltar a los tinglados, correr hacia el enemigo tú solo mientras todos huimos…
– reía.
- Ya lo irás conociendo. – rió Náldor.
- Alguien debe velar por ti si te permite cometer
tantas locuras y jugarte la vida de esa forma…
- Esas locuras son las que a la larga se llaman
heroicidades.
- Es posible, maese Geko, pero apuesto a que ya no
tienes ese espíritu tan belicista después de salir Nimrodel….
- No, la verdad es que no. He pasado una cruenta guerra
en el Norte, cruenta y larga. Sobreviví a la masacre de Ernost pero ni allí lo
pasé tan mal como en Nimrodel, incluso en aquella gran batalla teníamos
respiro, no estábamos siempre entablando combate…
- ¿Ernost?
- Ya son dos veces que mencionáis ese nombre, Ernost...
- ¿Qué ocurrió en ese lugar?
- ¿Cómo? ¿No conocéis los hechos de la gran guerra del
Norte? ¿La caída de Arnor?
- Únicamente eso, que Arnor cayó…
- Geko, los enanos viven bajo la montaña y apenas
tienen contacto con el exterior, que no te sorprenda que no estén entendidos de
la mayoría de las cosas que ocurren en la Tierra Media. – explicó Ergoth.
Todas estas cuestiones que se decían unos a
otros, no eran causa de enfado o discusión pues habían pasado tantas penurias
juntos, que no podían sino que estarte agradecido al haberse ayudado unos a
otros; y de todas formas, no habían dicho ninguna mentira. Y es que la guerra
une a las personas y gentes como ninguna otra cosa en el mundo es capaz de
hacerlo.
- ¿Por qué no la contáis? –
sugirió Câranden.
Cuando se narran grandes historias las comidas
sientan mejor, y ¿Qué es una buena sobremesa sin un gran relato? Geko y Náldor
tenían la oportunidad de contar aquellas hazañas y sucesos vividos sabiendo que
los ocho enanos que los oían no tenían ninguna idea de lo ocurrido, no
albergaban ningún dato acerca del destierro, de la deshonra y traición que
supone en el Norte haber vivido en Ernost… Podían moldearla por tanto como
querían y eso les entusiasmó. Una mirada bastó entre ambos para entenderse.
Comenzaron el relato y la convirtieron en una gran batalla que no podían ganar
pero que libraron con valentía hasta el final, donde a base de coraje y fuerza
pudieron escapar lo que suponía una victoria. Ergoth no participó pero si
afirmaba cuando le miraban los enanos sorprendidos y admirados. Tampoco se
alejaron mucho de la realidad, pero si adornaron proezas y exageraron algunas
cosas, y suprimieron por completo la visita del primer líder de los montaraces
y lo que ocurrió después de Ernost. Se centraron en los hechos heroicos y valientes
que fueron muchos. Geko hasta se ayudaba de los utensilios de la mesa para
ayudarse en sus descripciones, y los enanos quedaron encantados.
Así transcurrió toda la sobremesa, no eludieron
ningún detalle y les llevó bastante tiempo contarlo todo. Llevaban años
ocultando esa historia hasta que se la narraron a Sithel, pero esta vez la
podían contar únicamente centrándose en lo valeroso e increíble, dejando lo
denigrante y deshonroso en su interior.
A media tarde, los tres montaraces cogieron los
cuatro caballos y se dirigieron a casa de Agûnethân, que se encontraba al pie
del castillo. Era día de mercado y había un considerable bullicio, aunque
permanecía la política de puertas cerradas. Vieron algunos puestos, pensando en
lo que podían comprar con el dinero de las monturas, y prestaron especial
atención a unos grandes y largos abrigo de piel y borrego, parecían muy
cálidos.
Llegaron a la calle del general de la
caballería, donde todas las casas eran grandes, con varias plantas y patio
interior; parte rica de la ciudad. Observaron a Agûnethân que salía en ese
instante de su vivienda presuroso y le cerraron el paso, el hombre de edad
madura y corpulento, tardó unos instantes en reconocer a los tres montaraces.
Luego se fundieron en un breve abrazo.
- Me pilláis de milagro, ahora mismo partía al castillo
a una reunión urgente… sabía que vendríais tarde o temprano, ya ha llegado a
mis oídos el incidente de la puerta, anoche…
- Tranquilo, no fue nada. –
contestó con sorna Náldor.
- Por lo visto, el muchacho que os negó el paso no ha
dormido en toda la noche, por si se acercaba una sombra que lo degollara…
- Gajes del oficio.
- Déjate de bromas Geko, vivimos tiempos oscuros…
- Sí, ya nos hemos enterado vagamente de lo que ha
ocurrido desde que dejamos la ciudad…
- Una desgracia lo de esos niños… pero lo peor está aún
por llegar. Lo siento, pero no tengo mucho tiempo…
- Comprendemos. En otra ocasión hablaremos largo y
tendido, seguro que os vendrán bien tres jinetes experimentados.
- Eso sin duda, pero me gustaría no tener que reclutar
a nadie… si no significaría que ha comenzado la guerra… Esta débil paz da sus
últimos coletazos y solo ha durado un par de años tras las últimas invasiones
Aurigas… Muchas caravanas son asaltadas en todos los caminos del Este de
Gondor, aparecen y desaparecen fugazmente. Las compañías y guardias a caballo
no pueden velar por todas estas extensas tierras… Varios días llegan informes
de avistamiento de tropas en la frontera. Hace escasos días nos llegó la nueva
de que dos millares de Orientales y Aurigas tomaron y saquearon Thalion, cerca
de Sarn Gebir. Gondor está llamando a filas en Estmnet. Nuestras tropas de
Sarntalath también van acudir y no descartan una incursión en tierras enemigas.
Parece que los hombres del Este cuentan con refuerzos, a los Aurigas se les han
sumido un nuevo pueblo guerrero, al parecer pariente, fieros y numerosos, los
Balchoth. Solo es cuestión de tiempo para que se declare la guerra abiertamente
y que ésta llegue al otro lado del Limclaro. Calenardhom es débil y debilita a
Gondor esparciendo sus ejércitos. Incluso aún sufrimos las consecuencias de la
gran plaga de hace tres siglos… Dentro de no mucho tiempo no podremos defender
estas tierras y deberemos abandonarlas…
- ¿Entonces cómo se cubrirá la frontera por el Norte?
- Espero no vivir para preocuparme por eso…
- Si que está mal la situación… ¿Pero campañas en pleno
invierno? Es poco aconsejable…
- Lo mismo pienso yo, cada día se ven más cerca el
regreso de los días oscuros, aquellos en los que no había respiro de paz… el
mal ha vuelto con fuerza renovada a toda la Tierra Media…
- No te entretenemos más, luego hablaremos con más
tranquilidad. Una cosa más, ¿Dónde podemos vender estos caballos al ejército?
- Acudir a los establos principales, tres calles más
arriba, y preguntar por Eorel. Parecen buenos animales… – les echó una mirada –
Decidle que vais de mi parte.
- Muchas gracias.
- Hasta más ver.
Acudieron al lugar indicado, que de sobra
conocían de su anterior estancia a las órdenes de Agûnethân. Unos enormes y
afables establos de madera pulida con cientos de cuadras de grandes
proporciones. Auténticas mansiones para caballos… con grandes abrevaderos en
cada una y generosos montones de paja que cubría todo el frío suelo. Allí
dentro hacía una temperatura de lo más agradable y no olía mal.
Eorel era el encargado de aquel tinglado.
Procedía de un pequeño pueblo nómada de las montañas, con gran pasión por los
caballos. La peligrosidad de las tierras hizo que fuesen víctimas de un asalto
pero por suerte había una tropa de caballería gondoriana, aunque solo pudieron
salvar la vida de los niños, cuyas madres protegieron con su muerte. Una de los
rescatados fue Eorel, de muy corta edad por entonces. Los llevaron a Éstaleth y
crecieron allí. Los demás supervivientes cuando alcanzaron la madurez partieron
a las montañas con su pueblo, pero él se quedó y se alistó en el ejército y se
convirtió en el héroe de muchas batallas. Lleva en la sangre el amor por los
caballos y su destreza, pues en su pueblo dicen que los niños aprenden a montar
a caballo antes que a andar… No tienen secretos para él, y ahora que la edad
para cabalgar bajo el servicio militar le había superado, era el encargado del
cuidado de los mejores caballos de la ciudad, y también el instructor de los
jóvenes jinetes y no tan jóvenes. Vive con reconocimiento y honor, un emblema
de la ciudad, Agûnethân siempre consulta y discute con él las estrategias de la
batalla y es que el amigo de los montaraces fue y es el mejor discípulo de
Eorel.
El anciano no tardó en reparar en ellos, aunque
sus ojos oscuros se posaron únicamente sobre los cuatro sementales. Apreció de
inmediato aquel gran porte y se maravilló con la musculatura de las patas,
aunque también se lamentó por el estado del resto del animal. No los habían
cuidado o tratado con excesivo cariño, debían ser animales atormentados por
unos amos crueles y malvados.
- ¿Son vuestras estas monturas? –
se interesó.
- No, fueron ganados en el campo de batalla, servían al
enemigo pero ahora podrán redimirse del trato recibido, en su contra. Son
fantásticos animales, muy dóciles…
- Lo peor que pueden hacer con un caballo de guerra es
hacerle perder su carácter y espíritu salvaje, su bravura… – volvió a maldecir
Eorel.
- Venimos a venderlos al ejército, nos manda Agûnethân.
El anciano pareció no oírle y se acercó al
caballo que tenía agarrado Ergoth.
- ¿Por qué tan joven tus ojos están tan cansados ya del
mundo? ¿Qué atrocidades habrás tenido que presenciar?...
Los montaraces no quisieron molestarle ni
importunarle, si lo hicieran a lo mejor repercutiría en la ganancia de aquella
venta.
- Demasiado han sido maltratados, no creo que valgan
para la guerra… Pero tienen una gran musculatura en las patas traseras, como si
solo hubiese galopado y deambulado por terrenos escarpados e irregulares…
Podrían llegar a ser muy rápidos, idóneos para los exploradores, y su pelaje
negro es ideal para hostigar en la noche… Esta bien montaraz, te los compro por
veinte monedas de oro por cada uno, eso hace un total de ochenta monedas, es
demasiado, teniendo en cuenta los tiempos que corren…
- Me parece bien.
Eorel fue a su aposento a por papel y pluma, y
estipuló un comunicado para el tesorero del ejército para que efectuase el
pago. Era una nota corta. La firmo y plantó el sello correspondiente.
- Adiós, y gracias.
No les prestó más atención, se dedicó a los
cuatro caballos; tenía trabajo por delante.
Los montaraces salieron del establo y caminaron
por la calle principal, de nuevo al mercado. Volvieron a echar otro ojo a las
baratijas y demás, y mientras observaban se toparon con un conocido al que no
vieron llegar…
- ¡Thorbardin! Al fin das señales de vida ¿Dónde has
estado todo el día?
- Ya hemos vendido los caballos, esta noche nos
repartiremos los beneficios. No salimos mal parados individualmente… – dijo
alegre Geko.
- Había salido por la mañana temprano a dar una vuelta
por la ciudad, y de paso preguntar si había llegado un enano, Tanders, a la
ciudad…
- ¿Ha habido suerte? – se interesó Náldor.
- Un soldado me ha comentado que, a no muchas yardas de
aquí, encontraron el cadáver de un enano degollado en mitad del camino… No
debimos dejarle recorrer estas peligrosas tierras solo y malherido… – se
lamentó profundamente, parecía muy contrariado.
- Si fueron los semiorcos con los que se topó Sithel
habrán pagado caro sus pecados… – intentó consolar Ergoth.
- Hablando del elfo, ha pasado por aquí presurosamente
tirando de dos caballos ensangrentados con sendos jinetes desfallecidos en
estado similar…
- ¿Sithel? Si ayer se despidió para siempre y le vi
irse… – alegó confuso el joven montaraz.
- Pues debe de haber vuelto. Le grité que ocurría y me
contestó que se dirigía a las Casas de Curación, supongo que lo encontraréis
allí…
- Vallamos a ver lo sucedido. ¿Nos acompañas
Thorbardin? – preguntó Ergoth.
El enano lanzó un suspiro de inconformidad, pero
al final respondió afirmativamente.
Las Casas de Curación era un enorme edificio
situado a lo largo del costado derecho del castillo, de tejado plano y tres
plantas de alto. Pilares de piedra y fachada, puertas, alféizales y ventanas en
madera.
Entraron por una de las tres grandes puertas y
se hicieron paso entre el gentío, estaba muy concurrido y alborotado ese día.
La mayor parte de la planta estaba plagada de bancos y algunos departamentos
para la consulta rutinaria del pueblo.
Al fondo había un gran mostrador
tallado en cedro con elementos decoros en los que permanecían varias muchachas.
Se acercaron y le preguntaron a la de mayor edad, la llegada de Sithel fue tan
sonada que no tuvo problemas en saber por quién preguntaban. Les mandó a la
segunda planta.
Subieron por unas amplísimas
escaleras talladas en mármol, que rodeaban dos montacargas que usaban para
subir a los heridos graves. El edificio estaba impoluto. Las paredes de blanco
reluciente, los suelos perfectamente uniformados con mosaicos de piedra pulida.
Llegaron a la segunda planta donde había infinidad de estancias limitadas por
cortinas y biombos de terciopelo rojo. Varias enfermeras deambulaban presurosas
bajo el techo artesonado en escayola. Esa debía ser la planta para los
hospitalizados y postrados en cama, las salas de recuperación; la tercera sería
la de cirugía de donde bajaban algunas mujeres con ropas manchadas de sangre
para limpiar. Había varios heridos postrados en cómodas camas y en ninguna
vieron a Sithel, velando. Continuaron andando, sin molestar, hasta dar con él.
Estaba al final de la enorme sala, de pie, enfrente de unos cortinajes,
cabizbajo y pensativo mientras hablaba con una guapa enfermera.
- ¿Qué ha pasado? – preguntó enseguida, nada más
llegar, Ergoth.
- Algunos temores se han convertido en realidad.
- ¿No te fuiste anoche de la ciudad?
- Así es. Fui hacia el Anduin, cruzando el puente del
Celebrant hacia el Este. Tenía que ver algo con mis propios ojos, y es por ello
que estoy aquí. Aunque tuve algunos problemas para volver a entrar…
Siguieron la mirada de Sithel hasta las dos
camas que tenía en frente, entre las cuales no estaba extendido el biombo. En
ellas yacían dos cuerpos inconscientes tapados con las sábanas, al lado de la
cama reposaban las ropas y pertenencias. Las enfermeras se retiraron con
bandejas llenas de gasas ensangrentadas y cuencos con extraños ungüentos,
resinas e infusiones, hechas con plantas medicinales.
- Quemad esas vendas. – dijo el elfo antes de que se
fuera.
- Debéis haber usado medio almacén. – comentó Geko
cuando pasaron las muchachas por su lado. – He contado seis vasijas… te va a
salir la cura por un ojo de la cara.
- ¿Cómo? ¿Hay que pagar los cuidados? – se sorprendió
el elfo pues era algo nuevo para él.
- Me temo que así es en el mundo de los hombres. –
afirmó Ergoth – Pero tranquilo, la suerte está de nuestro lado, bajo el estado
de alerta en el que se encuentra la ciudad es la tesorería pública quien corre
con todos los gastos de los heridos por el enemigo.
- ¿Aunque no sean ciudadanos de Gondor?
- Sí, siempre y cuando sean aliados y tengamos al mismo
enemigo.
- ¿Qué ha pasado? ¿Quiénes son esos? – preguntó Náldor.
- ¿No los reconoces?
Los montaraces se acercaron más y comprobaron
entonces esas finas facciones, larga melena rubia y orejas picudas.
- ¿No es el capitán Iswirn? – preguntó asombrado Geko
por si le engañaban sus ojos.
- A mi me parecen todos iguales... – dijo Thorbardin
excusándose de no poder responder la pregunta.
- No paraba de darle vueltas a la idea de que quizás
los semiorcos les buscaban a ellos, cada vez que lo pensaba lo veía más claro…
En efecto, es Iswirn y uno de sus elfos, Fáeloth, si mi memoria no me falla.
Los encontré a poco de cruzar el puente, inconscientes sobre sus monturas que
huían despavoridas de algo abominable.
Echaron un fugaz vistazo sobre las armas élficas
que estaban manchadas de una sangre oscura y coagulada. Las aljabas estaban
faltas de flechas, una de ellas vacía, y las blandas y ligeras armaduras
élficas estaban ajadas y ensangrentadas por todas partes, las vendas debían
tapar muchas feas heridas.
- Agarraban tan fuerte a sus caballos cuando los
encontré, no logro imaginar que había ocurrido... – comentó Sithel – Lo que nos
contó el chico de la puerta me dejó intranquilo. Si la torre vigía del puente
había sido atacada había más enemigos por los alrededores, muchos más que los
que derribe en la llanura, si se habían arriesgado tanto... debía ser algo a
gran escala. Si todo era por Iswirn y sus elfos… en verdad debía ser importante
la misión que les habían encomendado… Cogí a Mártenon, que llevaba tiempo sin
galopar, y rápidamente cruzamos el río. No nos detuvimos en ningún momento,
veía fugazmente multitud de huellas en la tierra, cascos de caballos, y llegado
al puente nada. Lo atravesé con el inicio de los primeros claros de la mañana y
continué hasta bien entrado el día, a ciegas, hasta que encontré orto rastro
que hizo que me topara con ellos…
- Has dicho que huían de algo, ¿De qué exactamente?…
- Tengo mis sospechas y no son nada buenas, en realidad
son nefastas… ¿Crees que unos simples semiorcos podrían emboscar y acabar con
siete elfos silvanos? Necesitarían un gran número, y una tropa no pasa
desapercibida así como así ante nosotros…
- Modestia aparte. – no pudo evitar bromear el enano,
que agachó la cabeza tras hacer el comentario.
- A lo lejos vi a dos animales corriendo sin un jinete
que los guiara, luego comprobé que yacían inconscientes y solo el amor y
cuidado de los caballos por sus amos impidió que cayeran, pues no tenían ni
monturas ni riendas. Me dirigí hacia ellos con premura, estaban cubiertos de
sangre, en un estado decrépito y horrible... casi no se podía apreciar su
pelaje blanco… Los nobles corceles enseguida me detectaron y viraron el rumbo
para acudir a mi protección. Y pronto atisbé la razón, dos manchas negras las
perseguían y poco a poco iban adquiriendo monstruosa forma. Nos salvaban largas
distancias, el sol se iba alzando con timidez, Mártenon cortaba la bruma con
pasmosa rapidez y enseguida, la cercanía y claridad me permitieron atisbar
plenamente a los perseguidores… Pero no podía ser… juraría que uno era un
licántropo… pero no podía ser, se extinguieron en la Primera Edad, o eso había pensado siempre… Era un gran animal con forma de lobo pero no la de
un lobo normal; fiero y veloz, más grande que un huango y mucho más temible,
era grotesco e intimidatorio… Pero lo peor no era eso, lo peor estaba
ejemplificado detrás, pues la bestia que le seguía no sabría decir qué era… Se
parecía a un licántropo pero mucho más monstruoso, grande, fuerte, abominable…
como si fuese una evolución…
Guardó unos instantes de silencio pensando en
aquel monstruo.
- Los caballos sobrepasaron mi posición y prosiguieron
su huida; las criaturas se habían olvidado de ellas, me habían visto y había
acaparado toda su atención. Temía que Mártenon se asustara, pero cuando los
divisó echó las orejas hacia atrás, señal de que no tenía miedo al
enfrentamiento, que estaba preparado; esa majestuosa manera de demostrar el
valor que tienen los caballos me decidió a coger el arco y tensar dos flechas.
El licántropo iba encabeza, sacando algunas yardas al segundo. Le apunté a su
fea cara y los dos proyectiles silbaron con deleite para arrancarle un
desgarrador quejido a la bestia. Las flechas impactaron en la cabeza, casi
parejas, frenando bruscamente su vertiginosa carrera, revolviéndose su cuerpo
por la hierba con violencia levantando tierra. Cargué de nuevo el arco tensando
la cuerda hasta el límite y apunte a la opulenta criatura que hizo algo que me
desconcertó, cuando estuvo cerca de mí adoptó una posición bípeda. La altura
total de mi oponente superaba la mía montado a caballo, su cuerpo era puro
músculo tras una piel con fino pelaje negro como el carbón y las fauces de su
monstruosa y lobezna cabeza me enseñaron sus imponentes colmillos, tan grandes
como sus garras. Mártenon vaciló un poco ante él, era realmente aterrador y te
hipnotizaba su poderío. Lo tenía bastante cerca cuando reaccione, cuando sus
pequeños ojos amarillos me desafiaron. Tensé aún más el arco y apunté a donde
debería estar su frío corazón. El vuelo fue muy corto y a pesar de la fuerza
del proyectil, que penetró un palmó en el cuerpo de la bestia, no se inmutó,
pareció no sentir el disparo, no le dolía… Estaba desconcertado, nunca había
visto una criatura como aquella, ni había oído una descripción que se le
asemejara. Creía conocer todas las criaturas que existen o existieron pero esa
era la primera vez que debía correr por la Tierra Media, para desdicha mía. Era un ser superior, fuerte y de gran resistencia, podía
correr sobre dos portentosas patas teniendo las otras libres para arrancarte tu
ser y entrañas de un solo zarpazo. No me dio tiempo a coger otra flecha, se me
echó encima, aunque no habría servido de nada, ni siquiera corría un hilillo de
sangre por la herida, como si no tuviese… Dio un salto y extendió sus garras y
dientes hacia mí pero Mártenon, con pasmosa y alabada agilidad, lo evitó y esquivó.
Mi oponente enemigo cayó detrás de mi, se giró con rapidez y lanzó un zarpazo
que no me dio tiempo ni de verlo venir. Me lanzó a un par de yardas de mi
caballo. Perdí el arco en la caída y me costó mucho levantarme. Si pude hacerlo
sin peligro fue gracias nuevamente a mi caballo, que lo mantenía alejado de mí
encabritándose y soltándole varias coces. Aquel malvado ser le desafiaba con
grotescos y horripilantes rugidos, entonces reparó en mí y vio que me había
reincorporado a duras penas. Desenfundé la espada que centelleó bajo la luz del
sol del joven día y me puse en guardia aunque no creía que hubiese guardia
capaz para defenderse de aquel agresor. Corrió confiado y alzó el opulento
brazo al aire, extendiendo las garras al cielo. Cuando descargó el golpe lancé
una feroz estocada con todas mis fuerzas a su encuentro… a cualquier criatura
le habría amputado el brazo, incluso a un troll le habría ocasionado una
profunda herida, pero a aquella fría y negra piel apenas le hice un rasguño,
rebotó, como si hubiese golpeado la más dura de las rocas. Por lo menos detuve
el ataque para que no me hiriese, aunque me echó para atrás. Entonces pareció
titubear, como si al tocarme hubiese sentido algo extraño y su mirada cambió.
Aprovechando su pequeño desconcierto lancé una desesperada estocada con todas
las fuerzas que me quedaban contra su vientre, de canto; la afilada hoja
hubiera penetrado hasta en una dura coraza pero a él solo le arañó, clavándose
solo varios dedos de la punta… De un manotazo arrojó la espada lejos y se
dirigió con rabia y rapidez para acabar conmigo, para descuartizarme. Presuroso
eché mano a la única arma que me quedaba, la daga de mithril que me regaló
Élonil en Lórien. El monstruo lanzó su vigorosa mano y me cogió con violencia
del cuello. Sentí sus fríos y ásperos dedos alrededor de mi garganta, sabía que
con un simple gesto me partiría el cuello. Desesperado, alcé la daga e intenté
cortarle los tendones para que me soltara, pensaba que sería en vano pero
aquella vez le herí y le causé dolor… Sentí como la hoja penetró con suavidad y
facilidad en aquel tornado del mal. La sangre negra como su corazón emanó y se
deslizó por la empuñadura. Me soltó y se echó hacia atrás tan furioso y rabioso
que acobardaría a un ejército entero. Entonces me vino una antigua leyenda a la
mente, ¿Cómo no pude haber caído antes? A aquella criatura lo único que le
ocasionaba dolor o podía herirlo eran las cosas puras como el mithril. Por eso
titubeó cuando me arrojó para atrás, mi cota de malla tiene algo de mithril y
eso le debió provocar una extraña sensación desconocida para él. A pesar de
enfurecerse tenía miedo, debía ser la primera vez en su maligna vida que sentía
dolor, que veía su propia sangre y eso le asustaba y desconcertaba. Jugué por
tanto mi única carta y ataque como un poseso con la daga y le hice un largo
tajo en el pectoral izquierdo y tras un grito dolorido muy parecido al de un
lobo, pero más grave, decidió huir. Tardé un rato en serenar mi acelerado
corazón. Cogí el arco y la espada, fui a donde me esperaba Mártenon. Tenía que
irme de allí rápido por si decidía volver… Más adelante estaban los otros dos
caballos, habían cesado el galope y ya no volverían a correr, eran incapaces;
jamás vi un caballo tan herido, incontables arañados y heridas abiertas que
dejaban a la vista sus músculos… Comprobé que sus jinetes seguían con vida y
les puse improvisados vendajes para que aguantaran el trayecto a la ciudad, ya
que sus monturas no estaban para ninguna cabalgada. Tuve suerte, supongo que al
final tuve suerte… logré zafarme de tan implacable enemigo porque no había
conocido el dolor y le perturbó esa nueva y desconocida sensación…
Los montaraces permanecían en silencio,
sorprendidos por el relato y existencia de semejante criatura.
- Tienen graves y multitud de heridas de garras y
mordiscos pero se salvarán, han perdido bastante sangre pero son fuertes y muy
resistentes… Si fuesen hombres estarían muertos, menos mal que los elfos somos
inmunes a los venenos y las artes oscuras…
- ¿Pero que le pasa al mundo? En las montañas se ha
despertado un demonio de terrible poder, otra guerra amenaza al mundo de los
hombres y criaturas antes nunca vistas corren a campo abierto bajo la luz del
sol venciendo a uno de los mejores guerreros elfos…
- Has dicho que crees que el que abatiste es un…
¿Licántropo?
- ¿Es que los hombres no conocen los hechos de las
historias pasadas ni lo que ocurrió en las guerras que han asolado este mundo?
- No si no nos incumbe directamente, vosotros sois
longevos, nosotros tendríamos que remontarnos numerosas generaciones y
generaciones…
- Además yo nací en tiempos de guerra maese elfo, no
tuve ocasión de ir a la escuela…
Sithel comprendió las quejas de Ergoth y Geko y
no replicó, pues conocía la amargura de los hombres por la fugacidad de su vida
mortal, a pesar de que ellos vivían el doble que un humano normal.
- En la Primera
Edad del Sol llegó a Beleriand una raza de espíritus
torturados, siervos de Melkor. Se desconoce si eran espíritus Maiar que le
habían servido en Utumno y a quienes los valar habían privado de sus formas
terrenales, o si se trataba de otros seres malignos. Sin embargo, los cierto es
que, mediante actos de brujería, penetraron en cuerpos de lobo, con lo cual
apareció una raza temible, cuyos ojos emitían un resplandor terrorífico capaz
no sólo de comprender sino también de hablar tanto la lengua negra de los orcos
como el idioma de los elfos. Durante las
largas guerras de Beleriand, un gran número de licántropos se congregó bajo el
estandarte de Sauron ante la torre noldor del río Sirion, que cayó en su poder.
Desde entonces la torre recibió el nombre de Tol-in-Gaurhoth, "Isla de los
licántropos", y Sauron los gobernó. Debajo de esta isla había lóbregas
mazmorras y los licántropos montaban guardia tras las almenas.
En la búsqueda del Silmarin, Huan, el perro lobo de los
valar, mató muchos licántropos en Tol-in-Gaurhoth, hasta que un tal Draugluin,
señor de la raza de los licántropos, se enfrentó a él. El combate fue feroz
pero al final Dragluin huyó a la torre y se presentó ante el trono de Sauron,
donde pronunció el nombre de Huan, cuya llegada había sido profetizada, y
seguidamente murió. Sauron, que tenía poder para cambiar de forma, se convirtió
entonces en un licántropo. Aunque era más grande y más fuerte que Dragluin,
Huan no se dejó amedrentar y agarró a Sauron por la garganta. No pudo éste
liberarse ni por la fuerza ni mediante ningún acto de brujería, por lo que
entregó la torre a Lúthien, dueña del perro lobo. El encantamiento se
desvaneció en Tol-in-Gaurhoth y los licántropos perdieron su maldad de
espíritu. Sauron huyó transformado en un murciélago vampiro y la razón de ser
del reino de los licántropos desapareció para siempre de Beleriand. Contaban
que no se podía acabar con un licántropo para siempre, si los derribabas solo
acababas con el cuerpo, no con el espíritu que se volvía a reencarnar en otro
cuerpo de lobo y éste ya no te dejaría de perseguir hasta acabar contigo…
- Resumiendo, Sithel tiene un nuevo amigo… – no pudo
evitar bromear Thorbardin.
- ¿Y el otro? ¿La criatura que huyó?
- Cuando Lúthien saneó las mazmorras de Tol-in-Gaurhoth liberó a varios presos de ellas, entre los que
se encontraba su amado Beren. Algunos cautivos contaron después que algunas
noches podían oír a Sauron haciendo extraños encantamientos. Hubo uno que pensó
que estaba creando una nueva raza a partir de los licántropos, aumentando todas
sus aptitudes y posibilidades, aplacando también todas sus debilidades. “Que
las artes oscuras que te dan la vida sean las únicas que te puedan someter y
quitártela, que nada te detenga para sembrar la muerte y el dolor a todo aquel
que no se someta a nuestra doctrina…” juró haber oído el pobre demente. Lar
artes oscuras son de gran poder pero de mismo es poder es el extremo opuesto; a
lo corrupto se le opone lo puro, como el mithril… Naturalmente nadie le creyó,
pues no encontraron nada en aquellas mazmorras y Sauron huyó acobardado… pero
quién sabe, si un Balrog ha podido pasar inadvertido tanto tiempo en las
profundidades de Khazad-dûm quizás… quizás la mano de los elfos de aquellos
días no fue lo suficientemente larga para sanear todas los recodos y
profundidades, para aliviarnos así de este terrible mal que campa en nuestros
días… El pobre loco llegó a bautizarlos, procedían de los licántropos pero eran
seres superiores, por lo que les designó “aranauro” o “alto
licántropo” traducido a la lengua común.
- ¿De dónde salieron?
Sithel permaneció pensativo.
- Apostaría mi vida a que de mi
hogar…
- ¿Cómo estás tan seguro?
- Iswirn y sus elfos parecían dirigirse hacia el Bosque
Verde, según el rastro que me llevó hasta ellos. De alguna manera el enemigo se
enteró de su importante cometido y deben de temer lo que implicaría su llegada.
Lo cual me preocupa, pues si es un asunto de tanta trascendencia e importancia
solo pudieron haber sido llamados por Thranduil, rey de los elfos, y ni sus
círculos más íntimos estarían enterados… ¿Cómo el enemigo se hizo con esa
información?... Las partidas de semiorcos que atacaron Gondor seguramente
querrían interceptarles… algo deben temer. El Nigromante, al ver que no
tuvieron éxito debió de recurrir a siervos más eficaces… seguramente les
asaltasen en la linde del bosque, cerca de sus dominios… Dol Guldur… la colina
de la hechicería… pues dudo mucho que dejara campar a campo descubierto por las
tierras pardas a sus nuevos siervos…
- ¿Quién es el Nigromante?
- Aquel que se opone a que los elfos vivan en paz y
tranquilidad en el reino de Thranduil… Un poderoso hechicero que ha atraído a
todo el mal a nuestra morada y ha elevado su hogar en el sur del bosque. Su
poder ha llamado a arañas, orcos, semiorcos y a saber que más criaturas si
desconocíamos la existencia de éstas…
- Deberías acompañar a Iswirn en cuanto se recupere y
ayudar a buscar al traidor…
- En efecto, debería…
- Y nosotros iremos contigo. – se ofreció Ergoth.
Sithel no supo que decir, aún no había decidido
nada. La idea de retornar le apesadumbraba, pero habían ocurrido demasiadas
cosas en su ausencia…
- Vayámonos de aquí… no estorbemos ni molestemos a los
heridos… Continuaremos hablando en la taberna, no he comido hoy… Vayamos a
cenar.
Era pronto todavía. La taberna aún se preparaba
para la nocturnidad y los enanos de Thorbardin no aparecían por ningún lado.
Sithel subió a descansar, el enano también. Los
montaraces fueron en busca del tesorero para cobrar el dinero por los caballos
que les había entregado Eorel en acta.
Fueron al establo a por sus monturas, tanto tiempo
en invierno parados entre la paja no era bueno, así que decidieron darles un
pequeño paseo.
Atravesaron al trote las calles
de la ciudad, que daban los últimos coletazos de gran actividad del día. El
mercado recogía hasta su próxima jornada de trabajo y los guardias patrullaban
desde la muralla y torreones, desde las plazas y avenidas, para salvaguardar el
orden y que el pueblo estuviese tranquilo. La crispación y temor en el ambiente
era apabullante.
Se dirigieron al castillo.
Llegaron a una gran fachada cuya superficie rehuía la superficie plana, en roca
grisácea con pequeñas ventanas rejadas y numerosos escalones y robustos
torreones circundantes. Había bastante movimiento, soldados y oficiales se
reunían en grupos y los mozos trabajaban a destajo transportando armas y
armaduras.
Entraron en un gran recibidor de
techos gigantescos y todo pulcramente adornado y detallado. Largos telares y
lienzos adornaban las inmensas paredes con motivos bélicos, representando
batallas de la última gran guerra. Figuras de héroes pasados de mármol
adornaban en un óvalo majestuoso el centro de la estancia, con las figuras de
Elendil e Isildur sobresaliendo. En cada extremo se habrían varios
departamentos y al fondo una escalera subía a estancias superiores, dividiéndose
en dos y cubiertas por una moqueta azul marino. En el techo estaba representado
el emblema de Gondor, el árbol blanco con las siete estrellas, las cuales eran
grandes lámparas que alumbraban la sala dando un ambiente de majestuosidad.
De una habitación salía Agûnethân
pensativo. Los montaraces lo vieron y le salieron al paso.
- Saludos General.
- ¿Ya ha terminado tu reunión? – se interesó Ergoth.
- En este preciso instante.
- ¿Habéis arreglado la situación en el río?
- ¿Qué situación?
- El centinela de la puerta nos dijo anoche que
atacaron el puesto del río hará algunas lunas, la torre vigía. Y que dejasteis
desprotegida y sin vigilancia aquella zona. Por ello cerrasteis la ciudad…
- Eso no es del todo cierto. Siempre tenemos bien
protegido y cubierto el río por el Norte, siempre bien vigiladas todas las
tierras de esos salvajes. Si consiguieron sorprendernos y vencernos fue gracias
a los espías que tenían en la ciudad, esos que ejecutamos en la cena hace poco,
pues les facilitaron información de los turnos y supieron aprovechar el momento
justo para ello. Temimos que fuese una avanzadilla de un ejército que pensaba
atacarnos pero no era así, era otra cosa… Mandamos hostigadores a comprobarlo y
esos fueron los informes que trajeron, todo estaba despejado. No había nadie.
Al parecer el propósito del ataque no tenía nada que ver con nosotros. Sabiendo
esto no quisimos arriesgar más hombres, pues necesitamos a todos los que
tenemos, a algún destino o misión que pueda tener constancia algún espía. Si
cerramos la ciudad fue para evitar que los posibles traidores que aún
permanecen entre nosotros escapen. Una vez hayamos acabado con ellos obraremos
según proceda. Solo dos jinetes salen de estas murallas, las únicas personas en
las que confío ciegamente, mis hermanos, los cuales deben regresar dentro de
poco. No vivimos una situación de alerta, de momento. Hace un tiempo de perros
para cualquier guerra o asedio, eso nos dará un respiro…
- Empiezo a creer que Sithel tiene razón, el propósito
del ataque fue para poder interceptar a Iswirn. A los que derribó en la llanura
seguro que participaron en el ataque…
- ¿De quién habláis? – preguntó Agûnethân.
- Del elfo que viaja con nosotros… en su hogar corren
malos tiempos y…
- No me interesa en este momento la situación que viven
los elfos – interrumpió el gondoriano – ya sospechaba que aquellos pobres
soldados fueron un daño colateral de otro asunto que ahora me confirmas, el
conocer dicho asunto no les devolverá la vida. Además, ¿Para qué interesarse
por un pueblo que día tras día abandona esta tierra?
- Fueron grandísimos aliados en el pasado…
- Lo fueron en verdad, pero solo cuando el mal también
les afecta a ellos… La guerra que se avecina solo la librarán los hombres…
- ¿Habéis decidido algo al respecto?
- Sí, pero no son asuntos para comentar con viejos
amigos sin rango militar.
- Comprendemos.
- ¿Cómo están Thâlden y Delthàn? – preguntó Náldor
interesándose por los hermanos del general.
- Bien, Thâlden me acaba de dar otro sobrino – sonrió –
lástima que no corran tiempos propicios para poder disfrutar de la familia. En
cuanto a Delthân, te sentirías orgulloso de ver en el gran soldado que se ha
convertido…
- No me cabe duda, amigo Agûnethân, siempre apuntó
maneras. Aún recuerdo el día en el que lo pusiste bajo mis órdenes…
- En otra ocasión podremos hablar de tiempos pasados,
caballeros, todos juntos. Debo reunirme con mis hermanos que deben regresar
dentro de escasos instantes de patrullar el río.
- No te entretenemos más.
- Una última cosa ¿Dónde podremos cobrar este
certificado?
- ¿Cuánto le habéis sacado a Eorel?
- Ochenta monedas de oro, veinte por animal…
- Es una buena cifra… La podéis cobrar allí. – señaló –
Y ahora si me disculpáis, he de reunirme con mis hermanos a ver qué nuevas
traen.
Acudieron al departamento señalado y les
entregaron dos bolsas con la cantidad estipulada. Dieron gracias y giraron
sobre sus talones en dirección al gran portón que daba a la calle en penumbra
ya. Pero antes de salir se tropezaron con alguien que no esperaban…
- ¡Dunbarth! Tú por aquí… – exclamó Náldor.
- ¡Eh! – se sintió confuso el enano – ¿Qué?
- ¿Qué estás haciendo por aquí? ¿Qué asuntos te traes
entre manos?
- Los míos propios…
- ¿Es por designio de tu padre?
- Sí… – contestó apenado.
- No entiendo, ¿Pero qué…?
- Presentaba mis servicios a disposición de la ciudad –
interrumpió.
- ¿Pretendéis trabajar como herreros hasta que pase el
invierno para regresar?
El enano le miró aturdido con los ojos perdidos
tras de él, pero enseguida reacciono.
- ¡Sí! ¡Así es!
- Nos dirigimos hacia la posada, ¿Nos acompañas?
Su interlocutor volvió a titubear.
- ¡No! Tengo… tengo que presentarme en… en el gremio,
saludos.
Dunbarth despidió a los montaraces que se
quedaron extrañados y se dirigieron hacia la calle, donde aguardaban sus
monturas. Antes de enfilar la plaza que era su destino, pasearon por varias
calles de alrededor hasta que la noche se hubo cerrado.
Cuando llegaron a la posada estaban ya sentados
en una mesa Sithel, en compañía de tres enanos: Thorbardin, Mortak y Câranden.
La taberna estaba bastante llena en consecuencia con lo que esperaban de la
situación y las quejas de Duning.
- Os estábamos esperando para pedir, ¡Salne! – llamó el
enano bárbaro hambriento – sentaos.
- ¿Dónde están los demás?
- Algunos están en las Casas de Curación para comprobar
que sus heridas están correctamente curadas, no se fiaban del todo de los
elfos. – respondió sin ánimo ofender, dedicando una mirada a Sithel que ni le
escuchó.
- Pues varias enfermeras son semielfas… no quedarán del
todo complacidos. – rió Geko.
- Bolfat estaba preocupado por su muñón, dice que el
frío le está haciendo polvo la herida…
- Otros ya han cenado y están descansando, y no sé si
alguno está paseando por la ciudad para apreciar la arquitectura de las
murallas y el castillo…
- ¿Y Dunbarth?
- Tampoco soy su niñera – se excusó enérgico Thorbardin
haciendo como si no hubiese escuchado esta última pregunta – pueden hacer lo
que quieran mientras no se metan en líos hasta que partamos.
- ¿Cuánto habéis sacado por los caballos? – se interesó
Mortak.
- Ochenta monedas de oro.
- Gran cifra, ¿Cómo la repartiremos?
- Claramente a partes iguales ¿No? – preguntó
maliciosamente Câranden.
Ergoth que no quería ese tipo de discusiones ya
había divido las partes de camino a la posada, y le entregó una bolsa de cuero
con cincuenta monedas para que se las repartieran a su gusto.
- Aquí tenéis, es innegociable, doy el tema por
zanjado. – dijo sin darles tiempo a que contasen.
- ¿He de fiarme y aceptarlo como justo?
- Tómatelo como quieras, Thorbardin. El botín no os
pertenece ni a vosotros ni a nosotros. Tampoco contábamos con él y cayó del
cielo. Sithel no tenía por qué compartirlo y subvencionar nuestra estancia y
necesidades pero he aquí su gesto de generosidad como lazo de esta dura empresa
que hemos convivido estas semanas. Considerarlo una ofrenda por aprensión y
amistad, no como un botín de guerra. Sithel pertenece a nuestro grupo por lo
que nos quedamos con una pequeña diferencia con respecto a vosotros
individualmente…
- ¿Pequeña? – rió maliciosamente.
Tampoco querían discutir entre ellos, y menos
por una cifra que al dividirla entre tantos sería muy fraccionado, daban
gracias de tener ese dinero y no tener que trabajar o fundir las armaduras para
subsistir hasta su partida hacia las montañas.
Tras estas cavilaciones llegó Salne sirviendo
unas jarras de cerveza y se sobresaltó al ver al elfo.
- ¡Sithel! Has vuelto…
- Pero no por mucho tiempo… Para mí vino, gracias.
La muchacha se quedó dubitativa un rato bajo la
atenta mirada de Geko y tras depositar las jarras de barro volvió a la barra a
por el vino.
- ¿Al final cómo acabó la noche, Geko? ¿Te declaraste
como dijiste? – interrogó Náldor.
“Perfecto, que inoportuno, meter ahora el
dedo en la llaga” pensó el elfo que se percató de la acusadora mirada del
joven dúnedain.
- Al final no cerramos apuesta
alguna…
- En efecto – respondió contrariado – por ello no estoy
obligado a revelarte lo ocurrido pues no te incumbe ni sacarás ganancia o
beneficio alguno…
En ese instante volvió la joven muchacha y se
hizo un burlo silencio.
- Eso viene a decir que…
- Bueno, entonces – interrumpió Ergoth para evitar una
nueva riña – ¿Qué vas o vamos hacer, Sithel?
- No lo tengo decidido aún, esperaré a hablar con Iswirn
para conocer, si está autorizado a revelármelo, el mandato que le llevaba a mi
hogar y su misión…
- Si en verdad se dirigían hacia tu hogar y una vez
recuperados deciden reanudar la marcha… ¿Les acompañarás? Esas tierras no
parecen seguras, sería poco aconsejable que las recorrieran dos jinetes en
solitario…
- ¿Por qué te quieres inmiscuir en los asuntos de los
elfos? – preguntó Náldor – Puede volver a Lórien a formar otro grupo…
- Corren malos tiempos, todos necesitamos la ayuda de
todos, ¿No se la prestarías?…
- Si nos la piden… No hay que ofrecerla sin consenso –
replicó nuevamente Náldor.
- A mí me gustaría disfrutar de la compañía del
legendario Silvano y vivir aventuras y desventuras con él. – espetó alegremente
Geko.
- Si mi pueblo pidió ayuda a Celeborn para un asunto
receloso, y éste mandó a su elfo de más confianza y valía junto a soldados que
él mismo eligió… ¿Qué te hace pensar que os llevaría a vosotros y en el caso de
que así fuera, que mi pueblo aceptase vuestra ayuda?
Las palabras de Sithel no hirieron, pues usó un
tono que daba a entender claramente que no los estaba criticando ni negando su
valía.
- Yo no he dicho que quiera llevar a cabo ninguna
misión. Únicamente acompañarles hasta el Bosque Verde, una vez hayamos cumplido
podríamos quedarnos una temporada en Esgaroth. Siempre he querido visitar la
famosa ciudad del lago de la que tanto he oído hablar. Siempre he querido ver
con mis ojos una ciudad que se sustenta solo sobre pilones de madera…
- El invierno está muy crudo. – se quejó nuevamente
Náldor, quien se veía con dinero lo que suponía no tener que trabajar hasta que
pasara el frío.
- Tenemos suficiente para comprar todos los abrigos de
cuero y pieles que quieras, ya me he percatado de unos que deben ser una
maravilla. Con ellos estarás caliente por muy crudo que es ponga el invierno. –
contrarrestó Geko.
- A lo mejor el incidente con la dama Laurián, hace que
Sithel no quiera volver…
Éste prefirió no contestar, tenía la mirada perdida
en el fondo del vaso de vino, pensando.
- ¿Por qué? ¿Tan grave es entre vuestro pueblo armar
una disputa entre amigos por una mujer?
Ergoth propinó un codazo a su compañero para que
no siguiera por ahí.
- ¿Qué? ¿Soy el único que quiere vivir en paz un tiempo
tras lo pasado estos días atrás? – rectifició e intentó excusarse.
- No, yo tampoco quiero embarcarme en ninguna guerra
pero no depende de nosotros, no vamos a estar huyendo y dejando a todos
nuestros conocidos a su suerte. – decía Geko mientras miraba a Salne.
- ¿Partirías a una guerra lejos de aquí sabiendo que en
estas tierras se librará otra? ¿Y si no la vuelves a ver? ¿Y si no vuelves?
- Volveré.
- ¿Se lo dirás?
- ¿Tú lo harías antes de emprenderte en un peligroso
viaje lejos de aquí? No sería ético… Mi deber ahora está con vosotros, no con
ella. Os acompañaré aunque supiese que no la volvería a ver y que si lo hago
sería con un marido y varios hijos…
- Ya trataremos estos asuntos cuando Iswirn el Silvano
haya recobrado la consciencia. – concluyó Sithel.
- A propósito – alzó la voz Câranden y Mortak casi al
unísono – ¿Por qué llaman Silvano al capitán Iswirn? ¿No son todos los elfos
silvanos?
- No todos, hay varias familias entre mi raza…
- Lo llaman El Silvano para diferenciarlo del resto de
elfos silvanos, el guerrero representativo por excelencia de su raza… o por lo
menos así pensaban los orcos en la gran guerra contra Sauron, en la Última
Alianza. ¿Quieres contarle la historia, Sithel?
- No. Veo que tú la conoces. Para un relato de las
edades pasadas que te han enseñado no te privaré del placer de narrarlo. Si me
disculpáis, no tengo hambre.
Dicho esto recogió sus cosas y volvió hacia las
Casas de Curación para velar a sus dos congéneres.
- Los elfos estaban comandados en aquella guerra por el
legendario Gil-galad, uno de los pocos grandes señores elfos que quedaban. La
base del ejército eran elfos Noldor, de legendaria valía como guerrero… las
demás familias estaban de apoyo con mención especial para los Silvanos, los
mejores arqueros de la Tierra Media. Era un ejército temible aquel, pero los
que ganaron gloria y fama eran los guerreros que libraban las encarnecidas
batallas cuerpo a cuerpo, bajo la estela de Aeglos la lanza de Gil-galad, el
arma más temida por orcos y trolls junto a Narsil. Tras grandes victorias
cercaron Barad-dûr, la Torre Oscura. El asedio se presentaba como muy largo y
duro, pero no tanto como en verdad fue... Pero al final el enemigo agotó sus
reservas y suministros tras seis largos años y la moral creció, habían pasado
lo peor, estaban apunto de ganar... pero lograron resistir un año más para
desesperación de todos. ¿Cómo era posible? Una noche, Iswirn, quien apenas
había cumplido la edad adulta de los elfos, inspeccionaba aquellas negras
tierras y descubrió, en el camino más recondito que pudiese imaginar, varias
caravanas que se dirigían a la Torre. Sin tiempo para alarmar a sus compañeros,
los siguió durante toda la noche y descubrió como pasaban los suministros a la
fortaleza enemiga. Y en el último tramo de recorrido abatió a toda la compañía
que las custodiaba con su arco largo. Tras quemar las caravanas volvió con su
unidad. Los siervos del Señor Oscuro vieron con horror como su sustento había
sido interceptado y una numerosa tropa que superaba las dos docenas yacía
muerta por flechas con penacho blanco. Iswirn contó lo ocurrido a su unidad y
se hicieron canciones acerca de la rapidez y precisión como arquero del joven
elfo, algunas llegué a oír en mi niñez. Siempre nos la contaban para
infundirnos ánimos, de como un joven e insignificante heraldo pudo precipitar
la caída del gran enemigo de la Tierra Media… Era apenas un niño pero con tal
coraje y valor que en vez de salir corriendo para pedir ayuda los siguió con
aplomo y con habilidad impidió que se reabastecieran con un importante
cargamento. Vació su aljaba completa y le quedó un oponente con vida que miraba
aterrorizado a todos los riscos adyacentes sin saber de donde procedía
semejante lluvia mortal, pensaba que estaban siendo emboscados por una dotación
entera. Entonces fue cuando Iswirn abandonó sus escondrijos y se le acercó, con
su pequeña espada desenfundada con la que desarmó al gran orco que lo miraba
sorprendido. Seguía mirando a todos lados esperando a que salieran los otros,
pero únicamente estaba aquel pequeño elfo rubio de vibrantes ojos azules. Le
extendió su aljaba para que se la entregara a su amo con un mensaje: “Mientras
quede un elfo vivo le será difícil tomar esta Tierra, uno solo de los nuestros
puede arruinar todos sus planes y esperanzas.” Tal hecho le enfureció de
sobremanera. Intentaron mandar más cargamentos pero Iswirn descubría todas las
rutas y su unidad se encargó de que no llegase ninguna, los orcos pensaban que
era capaz de ver a través de escarpados riscos pero en verdad es que había
adiestrado a un águila durante los años de asedio y podía comunicarse con las
aves. En las sucesivas emboscadas los orcos siguieron pensando que era aquel
único elfo el que siempre se encargaba de todas las dotaciones, él solo armado
con su arco y le apodaron El Silvano, pues era lo único que conocían de él por
el color de los penachos de sus flechas. En las numerosas incursiones por las
grotescas montañas no sufrió ninguna baja entre los elfos que Gil-galad había
puesto bajo su mando, a pesar de que intentaron emboscarlos y tenderles una
trampa varias veces, pero tenía un instinto innato para identificarlas y
eludirlas; incluso para aprovecharse de ellas... Un pequeño grupo de hábiles arqueros
con el capitán más joven jamás habido…
- Impresionante historia. Se podría decir que él solo
propició la caída de Barad-dûr…
- Ya sabes como son todas las historias, Mortak.
Siempre se tienden a exagerar… – aludió Câranden.
- La Torre Oscura estaba condenada a caer, él descubrió
por azar la forma de evitar que se alargase más tiempo… – añadió Thorbardin.
- Cuando el asedio obligó al enemigo a salir a campo
abierto a defender su tierra, Iswirn fue de los pocos elfos que se quedaron
junto a Gil-galad cuando… él… empuñaba la negra maza… pero esa es otra historia
más conocida… – terminó por decir Geko.
Geko admiraba realmente al elfo, fue su historia
favorita cuando era niño.
Siguieron hablando sobre más héroes legendarios
durante la cena, donde los enanos se encargaron de repasar sus orígenes y
leyendas propias, las cuales hicieron las delicias de los montaraces que no
conocían casi ninguna.
Poco a poco se fueron quedando
solos en la posada y fueron dando horas indecentes. Los pocos enanos que
deambulaban por la ciudad llegaron, salvo Bolfat que quedó en las Casas de
Curación. Duning cerró la puerta, echó otro madero a la chimenea y se agregó a
la conversación que le fascinaba también de igual manera.
Una mañana extremadamente fría
amaneció con parsimonia. Toda la calle estaba cubierta de una pequeña escarcha
y la niebla no dejaba ver más allá de unos recodos.
Ergoth fue el primero en
levantarse. Tardó en desperezarse, estaba totalmente soñoliento pero una rara
sensación le interrumpió el sueño. Se aseó en el baño de la habitación y bajó
abajo donde nadie se había levantado todavía, desconocía la hora que era. La
puerta de la calle estaba cerrada pero conocía que había dos abiertas: la de la
cuadra y la cocina, por si en las noches de trabajo Mackey necesitaba comer
algo.
Tras vaciar lo que quedaba de
leche en una jarra se dirigió a la cuadra donde sabía que guardaban una vaca
propia en un recinto apartado, para pedir al mozo que le ordeñara un poco y
desayunar los dos.
El ambiente era cálido, lo cual era muy reconfortante. Entró
en la estancia, completamente cerrada a la calle. Por los portones y rendijas
de la cuadra entraban un leve aire helado que no conseguía asentarse con el
calor de los animales de los montaraces, del elfo y del tabernero. Buscó al
mozo encargado y lo vio tumbado sobre una montaña de paja con la cabeza vencida
sobre sí mismo. De repente, Mártenon, el caballo de Sithel, se encabritó.
Ergoth se sobresaltó y fue a tranquilizarlo. Notaba algo raro… miró a su alrededor
y no apreció nada extraño, quizás que Mackey no se hubiese despertado al oír
relinchar a uno de los caballos a su cuidado, con lo atento que era para esas
cosas… Tras acariciar al caballo se acercó al muchacho. A sus pies había un
cubo con agua y tuvo la tentación de arrojárselo, pero se apiadó por él dado la
estación en la que estaban. Cuando se hubo acercado más se percató que del
cuello del joven emanaba un pequeño canuto de dos dedos de longitud. Alarmado y
curioso se lo extrajo. Era un dardo que debía tener alguna sustancia. Pensó que
quizá fuese un veneno, pero desestimó la hipótesis al comprobar sus constantes.
Debía ser un somnífero, pero ¿Para qué? ¿Para robar los caballos? En ese
instante detecto a una silueta al otro lado de la pared de madera, en la calle.
Por las dos pequeñas rendijas, que tenía la ventana, alargadas y estrechas,
salió disparado otro dardo que se clavó en el cuello del montaraz. Ergoth no se
inmutó y la sombra atacante asustada al ver que no hacía efecto se dio a la
fuga. No sabía que al que había disparado era un dúnedain, tienen más
resistencia a los venenos y sustancias que un humano vulgar. Se lo quitó
totalmente confuso y corrió hacia los portones, pero para cuando logró abrirlos
aquel individuo tenía que estar ya bastante lejos como para alcanzarle.
Comprobó el establo entero para asegurarse de si el móvil era el robo o era
otro, todo estaba en orden. Se dirigió a Mackey y esta vez sí le arrojó el cubo
de agua pero el joven seguía durmiendo profundamente… debían haberle sedado
recientemente, había aparecido en el momento oportuno pensó. Le cubrió con una
manta para que no se constipase y corrió a la posada para alarmar a todos. Fue
una gran casualidad que se desvelase y le diese por ir al establo justo en ese
momento…
Sithel no había pegado ojo en
toda la noche. Tenía un extraño presentimiento y temía por la seguridad de los
dos elfos, por lo que no se separó de sus camastros en ningún momento. Quizás
gracias a eso fue una noche tranquila. Antes se había interesado por el estado
de los caballos de Iswirn y Fáeloth, que también estaban heridos. Desde que
llegó a las Casas de Curación de había despreocupados de ellos, dejándolos al
cuidado de la cuadra del centro que llamó al viejo Eorel. Se enteró de que tuvo
que sacrificar a uno de los dos majestuosos corceles, el segundo, de gran
fortaleza, conseguiría reponerse de sus heridas pero dudaba mucho que pudiera
volver a cabalgar.
El apuesto elfo estuvo bastante
vigilado por varias de las enfermeras, que le miraban entre tímidas sonrisas.
Pero no estaba para esas cosas ni podía pararse a pensar en muchachas, algo
grave estaba pasando y su instinto le obligaba a estar alerta. Estaba atento a
cada sombra y a cada ruido. No despegaba la vista de los visitantes de los
camastros contiguos por si detectaba algo sospechoso o fuera de lo normal. Pero
su sola presencia, con la vaina de la espada y la mano en el mango
constantemente, había mantenido alejado el peligro. Pero lo que llegó fue otra
cosa…
Ergoth atravesó la cocina a la carrera y se
dirigió a las estancias privadas de la posada, donde se encontraban el almacén,
la sala de calderas y las habitaciones de Duning y Salne. Salieron alarmados
por los golpes y soñolientos pero cuando el montaraz les explicó lo sucedido se
pusieron rápidamente en marcha para atender a Mackey y correr en busca de algún
guardia. Ergoth subió a toda prisa por las escaleras para despertar a sus
compañeros y a los enanos. Thorbardin, que estaba pálido y ostentaba unas
prominentes ojeras, estaba ya deambulando cuando oyó gritos abajo.
- ¿Pero qué pasa? – quiso saber Geko.
- Creo que nos han querido dejar sin monturas…
- ¿Quién?
- No lo sé, lo sorprendí y escapó…
- ¿Pero a quién se le ocurriría intentar robar unos
caballos estando la ciudad en estado de sitio con las puertas cerradas? No
tendría escapatoria…
- A lo mejor no quería robarlos precisamente…
- ¿Dónde está Salne? – preguntó nuevamente Geko.
- En la cuadra atendiendo al mozo, le sedaron con uno
de estos dardos…
El joven montaraz se dirigió hacia alli. Náldor
reparó en la marca del cuello de su compañero.
- ¿El otro dardo te lo dispararon a ti?
- Sí, pero no surgió el mismo efecto… parece que la
dosis es insuficiente para nosotros los dúnedains…
- Eso nos dice que el asaltador sabe poco o más bien
nada de nosotros…
- En ese caso nosotros no somos su objetivo, por lo que
a no ser que Duning tenga enemigos, al que conocen es a Sithel… a lo mejor
intentaban impedir que nos moviéramos de la ciudad…
- ¿Para neutralizarle aquí?
- O ganar tiempo…
Ergoth se tambaleó un poco y se llevó la mano a
la cabeza.
- ¿Qué te pasa? ¿Estás bien? Creía que el dardo no te
había hecho efecto alguno…
- Hombre… dormirme no me durmió pero es como si me
hubiera bebido una ánfora de vino entera…
- Anda ve a echarte… Iré a alertar a Agûnethân de lo
ocurrido, a lo mejor quedan más espías en Éstaleth.
A las Casas de Curación había llegado temprano
un herido grave. Pasaron a toda prisa entre gran alboroto por parte del equipo
de enfermeras debido a la cantidad de sangre que se desprendía del herido. Un
médico asomó por el dintel de la puerta y llamó al elfo con la mano.
- Perdona pero necesitamos tu ayuda, es un joven
soldado. Ha sido mordido por una de esas bestias que atacó a tus compañeros.
Está muy grave, está en la tercera planta.
- Creí que las puertas de la ciudad estaban cerradas y
nadie podía salir… Vale, pero quisiera pedir que alguien se quedara vigilando a
los dos elfos en mi ausencia…
- Una enfermera se quedará. – dijo complacido el médico
que actos seguido hizo un gesto a una muchacha mayor y regordeta que pasaba por
allí con sábanas limpias.
Mackey no volvía en sí pero no parecía que
corriera peligro. Le acostaron en una cama y desistieron de colocarle sales en
la nariz para reanimarle. Salne se quedó pendiente de él y Duning llegó
acompañado de dos guardia y se dirigieron a las cuadras para explicarle lo
ocurrido. Su sobrino intentaba poner en marcha la taberna para dar de desayunar
a los enanos.
- ¿Y Náldor? – preguntó Geko.
- Ha ido en busca de Agûnethân.
- En ese caso iré a las Casas de
Curación a avisar a Sithel.
Geko salió de la estancia y tomó
el camino hacia el gran edificio a la espalda del castillo. La premura de todas
las acciones de la mañana le llevó a salir sin reparar en que iba sin abrigar
ni vestir adecuadamente. Se percató cuando el frío le hizo tiritar pasadas dos
calles por lo que el restó las pasó a la carrera mientras resoplaba más niebla
a la aún existente en la calle. A pesar de las tempranas horas de la mañana, el
edificio tenía bastante movimiento. Los guardias de la puerta le franquearon el
paso al ver su aspecto pensando en que debía ser un loco y no atendían a
razones. Por suerte, en ese momento apareció Agûnethân por la esquina muy
alborotado, también a la carrera, seguido de más guardias. Los guardias se
pusieron firmes al verles y todos pasaron presurosamente, tan rápidos que
ninguno se percató en el pobre montaraz que se unió al grupo.
- ¡¿Dónde está?! ¡¿Dónde está?! – preguntó el general
desesperado.
- ¿Qué ha pasado? ¿Tú no estabas con Náldor?
El soldado más cercano a su general le puso la
mano al hombro a Geko cuando intentó acercarse lo suficiente a Agûnethân. Éste
reparó en su presencia y le dijo que no pasaba nada a su subordinado. El
general tenía el rostro resquebrajado y su larga melena morena, donde empezaban
a asomar tímidas canas, desaliñada. Dos surcos de lágrimas corrían en sus ojos.
- ¿Ocurre algo?
- Mi hermano pequeño… la patrulla… una emboscada…
El hombre con las prisas no lograba a articular
una explicación coherente y desistió, concentrado como estaba en subir los
escalones de dos en dos.
Llegaron a la tercera planta. En ella no había
cortinajes ni visitas ni bancos. Solo habitaciones con mesas quirúrgicas y
todos los utensilios necesarios con el depósito de cadáveres al fondo y el
horno crematorio. A la puerta de una de las habitaciones más cercanas se
encontraban algunos cirujanos con Sithel y el hermano mediano de Agûnethân,
Thândel, que tendría unos treinta años.
- ¿Cómo está?
- Se está muriendo, hermano… está en su último aliento.
- ¿Cómo fue? ¿Por qué tardasteis tanto?
- Nos adentramos demasiado en las Tierras Pardas. Yo
insistí en ello, quería averiguar que había sido del ejército que vimos hace
escasos días… Seguimos un rastro que nos llevó casi a la frontera con los
elfos… parecía haber habido una gran escaramuza en ese lugar pero no
encontramos ningún cuerpo, solo sangre, muchísima sangre…
Sithel prestó especial atención a lo que decía
aquel humano, manchado todo de barro, aún con la cota de mallas enfundada.
- Cuando volvimos nos topamos con una criatura
abominable y monstruosa… jamás había visto algo semejante… Parecía un lobo, era
más grande que un huargo, corría veloz, hacia el noreste. Cuando lo tuvimos
cerca reparó en nuestra presencia y se levantó sobre sus patas traseras. Nos
dio el tiempo justo para desenvainar las espadas pero de nada sirvió. Dio un salto
y se abalanzó sobre Delthân. Le dio un enorme zarpazo que atravesó la cota de
mallas a la altura del muslo y un fugaz mordisco en el pecho derribando a
caballo y jinete… pero aquella bestia siguió su camino… como si solo quisiera
abrirse paso… pero fatalmente y a sabiendas de que había infligido una herida
mortal a nuestro pobre hermano… ¡Maldita sea! Todo ocurrió tan rápido… no se
merecía esto, tan joven…
- ¿Qué es lo que le ocurre exactamente? – se dirigió a
uno de los cirujanos, que tenía la bata bañada en sangre.
- Le hemos tenido que amputar la pierna… Tiene una
enorme incisión en el abdomen, le desgarró un trozo de carne y ha perdido mucha
sangre a pesar del vendaje que improvisó su hermano con jirones del abrigo. Se
desangra, el veneno de la criatura nos impide cortar la hemorragia interna, las
hierbas no hacen efecto sobre él y no conocemos el antídoto a este veneno,
nunca lo habíamos visto, ni siquiera el elfo… me temo que no podemos hacer
nada, lo siento.
Agûnethân rompió a llorar y se fundió en un
abrazo con su hermano Thândel.
- Al menos podrán despedirse de él, aun está consciente
pero es imposible que llegue al mediodía.
- ¡Era tan joven! Apenas había vivido dos décadas…
- Te acompaño en el sentimiento. – le compadeció Geko
cuando ambos hermanos cruzaban la puerta a despedirse de Delthân.
- Mejor no molestar. – sugirió Sithel.
- Sí. – afirmó el montaraz que acababa de recibir un
jarro de agua helada.
Algunos de los soldados, que acompañaron a
Agûnethân, se despojaron del yelmo y entraron para darle el último adiós a su
compañero. Otros quedaron montando guardia para que no interrumpieran aquel
íntimo momento que tan poco había de durar…
Geko y Sithel volvieron a la segunda planta.
Mientras bajaban por las escaleras el elfo se percató de un detalle.
- ¿Qué haces así vestido? ¿Es que quieres coger una
pulmonía?
El joven montaraz tardó un poco de tiempo en
reaccionar.
- Venía a avisarte. Con las prisas y los hechos con los
que hemos amanecido no me ha dado tiempo… y ahora esto, pobre Agûnethân.
- ¿Qué ha pasado?
- Han intentado atentar contra nuestros caballos,
sedaron al mozo de la cuadra con un dardo, a Ergoth, que pasaba por allí por
fortuna, le dispararon otro.
- ¿Por fortuna? ¿Cómo?
- Mira, ahí viene Náldor.
El dúnedain recién llegado también se percató
del atuendo de Geko pero venía corriendo y con preocupaciones más importantes.
- La asistenta de Agûnethân me ha dicho que han traído
a Delthân gravemente herido de la patrulla por el río. ¿Está bien? ¿Y
Agûnethân?
- Despidiéndose de él…
- Entiendo – bajó la cabeza – pobre muchacho… toda la
vida por delante… ¿Cómo ha sido?
- Fue atacado por el aranauro que espanté. – respondió
Sithel.
Náldor parecía no asimilar la información.
- El gran lobo que atacó a los elfos. No pueden hacer
nada por él.
- Maldigo los tiempos que corren. Estas últimas semanas
están siendo desoladoras, ¿Qué nos deparará el futuro?
- ¿Los caballos están bien? – se interesó el elfo.
- ¡Por favor, Sithel! – se indignó Náldor – Un poco de
respeto por el pobre moribundo…
- No es esa mi intención, no comparo importancia, pero
me intereso por lo sucedido…
- Tranquilo, tu caballito está sano y salvo, aunque
fuese él el objetivo del intruso… Y ahora si me disculpas voy a ver al joven
soldado que se está muriendo en la habitación de al lado. – contestó con desdén
y maldad y se abrió paso con el hombro bruscamente. Geko puso la mano sobre el
elfo para tranquilizarle.
- Perdónale, está afectado por las nuevas, no se lo
tengas en cuenta… fue uno de sus pupilos que se estrenó en combate a sus
órdenes, se tenían gran afecto.
- Puedo entenderle. Pero si como dice el objetivo era
mi caballo… confirmaría que los semiorcos buscaban a la partida de elfos
enviados por Lórien…
- ¿Por qué lo dices?
- Demasiadas coincidencias, el azahar no es tan
caprichoso. Algo debe ocurrir: siete de los mejores guerreros silvanos parten
inmediatamente hacia el Bosque Verde, muy pocas personas debían estar enteradas
ese viaje pero aún así el enemigo lo conocen y mandan varias tropas con la
suficiente antelación para interceptarles en los valles y campos de Celebrant.
¿Cómo es eso posible?... Debía ser tan urgente que se vieron obligados a atacar
a Gondor para entrar en esta tierra, para lo cual debían contar con varios
efectivos… Iswirn y sus elfos logran eludir todas las partidas pero se topan
con criaturas que nadie pensaban que existieran, quedando solo dos con vida…
- ¿Y tu dónde apareces en la conspiración?
- Aparezco en las praderas acabando con varios siervos
del enemigo que conocen mi identidad e historia, lo que implica que proceden
del Bosque Verde, mandados por el Nigromante… A estas alturas deben saber ya que
yo los salvé de sus garras, que han fracasado y siguen vivos. Y para que no
pueda ayudar a su cometido atacan a mi caballo para retenerme en la ciudad…
Habrían intentado atentar contra mí si hubieran podido pero no han debido tener
la oportunidad, puede que aún no estén preparados. Creo que en ese aspecto ha
ayudado que la ciudad esté en alerta y con las puertas cerradas, y que los
espías hayan sido descubiertos por otros asuntos y no se puedan servir de
ellos.
- Pero no tiene sentido…
- ¿Por qué?
- Si hubiese tal conspiración… no se centrarían en ti,
sino que intentarían acabar primero con…
Sithel conocía la respuesta y aceleró el paso en
el tramo final de escaleras y se encaminó hacia el camastro de los dos elfos.
La ayuda prestada para intentar salvar al joven gondoriano le habían tenido
ocupado más tiempo del que imaginó y no estaba seguro de que una enfermera
echara demasiado tiempo a velar los camastros. El presentimiento que le llevó a
pasar la noche allí reapareció y mas intenso. Un grito procedente de la segunda
sala terminó de alarmarlos y lanzarles a la carrera.
Se abrieron paso entre los médicos y enfermeras
y llegaron al fondo, donde estaba el biombo que limitaba la estancia donde
yacían Iswirn y Fáeloth. Había una enfermera en el suelo sangrando que se
arrastraba fuera del cubículo, buscando una escapatoria. El elfo llegó y corrió
el cortinaje sorprendiendo entre las dos camas a un hombre ataviado de médico
con una daga que apuntaba al cuerpo de la enfermera que había dado el grito.
Sobresaltado, el asaltante se giró velozmente hacia el cuerpo del Silvano y lo
reincorporo un poco, colocando la hoja en el cuello.
- ¡Atrás! ¡O le rebano el cuello!
- ¡Quieto! – gritó Geko.
- ¡Por todos los dioses! ¡¿Por qué siempre llegáis en
el momento justo para desbaratar mis planes?!
- ¿Eras tu también el de la cuadra esta mañana?
- Debí suponer que erais dúnedains y aumentar la dosis,
pero me pilló por sorpresa, no hubo tiempo…
- Si te descubren dos veces en el momento menos
oportuno no dice mucho de tu eficacia. – dijo Sithel observando a aquel hombre
joven, moreno de piel y pelo, un poco delgaducho, su aspecto lo último que
producía era temor, al contrario, parecía un animalillo completamente asustado
e indefenso – No tienes pinta de ser un asesino ni un soldado, parece que te
han empujado a realizar estos trabajos que escapan de tus habilidades.
- ¡Soy muy capaz! Pero el destino ha querido sonreíros
dos veces en la misma mañana… pero no habrá una tercera…
- De eso estoy seguro. – desafió el elfo.
- ¡Atrás! ¡O lo mato!
- ¿Y después? ¿Acaso pretendes salir con el del
edificio para ponerte a salvo?
El joven muchacho balbuceó, se notaba que nunca
había hecho algo así antes, pero debía estar obligado, quizás era el único
siervo del enemigo dentro de la ciudad, el único sin el adiestramiento
pertinente que debía acabar el trabajo.
- No te metas en empresas que no puedes llevar acabo.
¿No había nadie más a quién encargársela? – sugirió el elfo ante la
estupefacción de Geko.
- ¿Me estás llamando inútil? ¿Acaso me estás animando a
que vierta la sangre de este pobre infeliz?
- Si fueras un asesino de verdad y capaz, lo habrías
degollado en cuanto nos hubieras visto y hubieras muerto para cumplir tu
misión… pero al menos te llevarías a uno de ellos contigo…
Geko no sabía que dirección iba a tomar todo
aquello. Sithel no se acercaba y parecía muy tranquilo, mirando con compasión
al pobre muchacho que intentaba no aparentar miedo en su rostro, pero el
incesante sudor le delataba. A las espaldas del montaraz se agolpaba la gente
para ver el espectáculo que estaba sucediendo. La tensión entre las miradas del
elfo y el hombre estaba apunto de desencadenar el fatal desenlace, sus músculos
temblaban y la daga ya había penetrado un poco en la carne del cuello de Iswirn
de la que cayó un hilillo de sangre. Pero Sithel no actuaba ante aquello,
parecía animarle y únicamente provocaba al asaltador.
- Eres plenamente consciente de que no vas a salir de
aquí con vida, serás ejecutado o por los guardias de la ciudad o por mis
propias manos en cuanto hagas un movimiento más. No tienes nada que perder, has
perdido de todos modos, es imposible que lleves a cabo el encargo… adelante.
Geko por fin comprendió. Sithel estaba cruzado
de brazos y sonreía, sabía que aquel individuo no estaba preparado para
aquello, se le veía el miedo a la muerte en su mirada, sabía que podía
provocarle que lo único que conseguiría sería ponerle más nervioso para evitar
que pensase. Pero por encima de todo, Sithel estaba tranquilo y sonriente
porque se había percatado de que tras el atacante, Fáeloth había despertado y
había presenciado la escena. Con el sigilo habitual de los elfos, había echado
mano de su puñal que estaba entre sus pertenencias al pie de la cama y se había
colocado detrás del hombre que amenazaba la vida de su capitán. En un abrir y
cerrar de ojos y sin darle tiempo a que se percatara de su presencia, Fáeloth
había hundido todo la hoja del puñal en la nuca del espía que ni se percató de
que ya había acabado todo, de que estaba muerto. Cayó como un peso muerto ante
el silencio de todos los presentes. Sithel se acercó entonces para volver a
recostar a Iswirn y mirar la pequeña herida del cuello pero no era nada grave.
Geko se quedó observando al pobre muchacho que tendría le dad del hermano menor
de Agûnethân. La expresión que le había quedado en el rostro al final de su
vida le impactó. Él también era un hombre y vio en aquella mirada perdida el
mismo miedo que él sentía ante el desconocimiento de la muerte solo reservada
para ellos, ya que los elfos no compartían esa desventura. Aunque los enanos
tampoco estaban seguro de conocer su suerte tras la muerte…
A la escena acudieron algunos soldados. Las
enfermeras intentaron devolver a los enfermos y a los familiares a la calma.
- ¿Qué ha pasado aquí? – preguntó con voz autoritaria
uno de ellos.
- Este es el último espía del enemigo que queda en la
ciudad. Se había hecho pasar por médico para intentar acabar con el trabajo que
sus compañeros semiorcos no pudieron realizar en los campos de Celebrant.
- ¿Cómo sabes que es el último?
- ¿Tú mandarías a éste para asesinar a alguien? –
respondió Sithel con otra pregunta pero el soldado no entendió comprender.
- El pobre no tenía un plan severamente pensado. Está
claro que no había matado a nadie en su vida y estaba indeciso. Él mismo temía
a la muerte, no supo como reaccionar ni actuar cuando fue descubierto. Le han
pillado con las manos en la masa dos veces en la misma mañana… si el enemigo se
lo ha encargado a él es que no deben tener más siervos dentro de estas
murallas, era su única esperanza. – explicó Geko.
- ¿Y lo habéis matado? Si tan débil e inepto era podría
habernos proporcionado toda la información que poseyera. – se indignó otro
soldado que desafió a Fáeloth que limpiaba la hoja de sangre.
- El enemigo no es tonto, no creo que hubieran fiado
nada de interés a un ser tan voluble y propenso a cantar a la más mínima
tortura. Apostaría el cuello a que era el encargado de transmitir las órdenes a
los verdaderos espías.
- Por tanto debería estar al corriente de dichas
informaciones y de la forma de contactar que tenían con el enemigo.
- ¿Tú dejarías al mensajero leer un comunicado sellado
y cerrado de esas características?
- No. – contestó cabizbajo y avergonzado el soldado que
había replicado.
- ¡Claro que no! Sabría que significaría su muerte… Y
en cuanto a la forma de que le llegaran los mensajes… ¿Cómo harías llegar
mensajes de forma sencilla a una ciudad cerrada?
- ¿Palomas mensajeras? – insinuó tímidamente el
soldado.
- Por ejemplo. – Sithel tampoco poner en evidencia
demasiado a los soldados y dejó al pobre muchacho, que se notaba se acababa de
alistar, como el de la puerta.
- Llevémonos el cuerpo al crematorio. – ordenó el
soldado al mando.
Se llevaron el cuerpo, cogido por las
extremidades, y una enfermera vino a limpiar el pequeño charco de sangre que se
había formado. Sithel y Geko volvieron toda su atención al incorporado Fáeloth.
- Curioso despertar me ha
deparado Ilúvatar. – sonrió el elfo silvano.
- ¿Cómo te encuentras?
- Bien supongo. ¿Qué ha pasado?
¿Dónde estoy? ¿Y quién era ese? ¿Quién eres tú?
- Mi nombre es Sithel Arálion.
- Reconozco tu rostro, en el
bosque de nuestra dama, a nuestra partida…
- En efecto.
- Yo soy Geko, hijo de Zârandon.
- Pero cómo…
- ¿Qué es lo último que
recuerdas?
El elfo tartamudeó y quedó pensativo durante
unos instantes. Le costaba responder a esa pregunta pues estaba plenamente
confuso.
- Estás en Éstaleth, ciudad gondoriana situada en los
Campos de Celebrant para la custodia de la frontera norte de Calenardhom y el
paso del río. – dijo Geko para aclarar ciertas dudas de Fáeloth, quien no sabía
que decir.
- Dejamos atrás esta tierra hace algunos días… ¿Qué le
pasa a Iswirn? ¿Está bien?
- Sí, tranquilo. Se recuperará dentro de poco. Teníais
las mismas heridas por lo que es de esperar que corráis la misma suerte… y tú
estás consciente y sano.
- ¿Cómo nos encontraste? ¿Por qué?
- Cuando partimos de Lórien encontramos partidas de
semiorcos buscando a alguien o algo. Maté a varios e interrogué a uno de ellos,
procedían de mi hogar… Al llegar aquí nos dieron las nuevas del ataque en el
río…
- Cuando lo cruzamos estaba desguarnecido. – afirmó
Fáeloth.
- No temía por vosotros, temía que os dirigierais al
Bosque Verde… que todo aquello fuese por vosotros…
- En efecto ese era nuestro destino.
- ¿De verdad no recuerdas nada?
- Espera… sí… Quedaba una jornada para alcanzar la
primera línea de árboles del reino de Thranduil. Acampamos a la noche para que
los caballos descansaran, ya que habíamos tenido que dar esquinazo a varias
partidas al galope. No fue una travesía relajada especialmente que digamos…
entonces…
El elfo se estremeció cuando su mente evocó el
recuerdo del ataque nocturno que sufrieron y quedó con la vista perdida y
respirando aceleradamente, su piel se volvió más pálida y su corazón sintió un
vuelco…
- Fuimos atacados… por unas criaturas que no deberían
ni de existir… ahora recuerdo… jamás antes había experimentado el miedo en mis
entrañas…
- ¿Licántropos?
- Sí. ¿Cómo lo sabes? – se acercó al rostro de Sithel
mirándolo con los ojos desorbitados.
- ¿Cuántos eran? – inquirió.
- Pero ellos llegaron después…
- ¿Quiénes?
- Los licántropos… primero fueron otros más
abominables… la única criatura que ha conseguido pillar desprevenido a una
partida de elfos silvanos… No entiendo como no pudimos detectarlos cuando se
acercaron, estábamos en una situación ventajosa…
- “Entre las virtudes de los aranauro se contaba el
sigilo del mejor de los elfos…” – evocó Sithel.
- Jamás pensé que esa leyenda fuese cierta. – respondió
Fáeloth que también la conocía.
- Veo que también la conoces. Cuando os encontré,
vuestros caballos huían de un aranauro y de un licántropo.
- Debe haber sido la galopada más veloz jamás realizada
en la historia de un caballo para poder escapar de esa criatura… era demasiada
rápida para su tamaño.
- ¿Recuerdas que pasó?
- Ahora lo recuerdo todo. – la cortina de humo de su
mente desapareció para dar a ver un espectáculo macabro y desagradable que le
enfrió la sangre – Estábamos agazapados en la espesura, conversando en voz baja
de cualquier cosa bajo la tenue luz de las estrellas. Pendientes del alrededor
y del entorno cuando en un suspiro tres caballos cayeron sin vida a la tierra.
Los demás corrieron hacia nosotros. Nos reincorporamos tensando una flecha en
nuestros arcos en el mismo movimiento y oteamos el horizonte. Solo estaban los
cuerpos de los tres caballos, nada más… o eso creíamos. Lo siguiente que
recuerdo fue una salpicadura de sangre que me bañó toda la cara. Entonces vimos
a una grotesca criatura más alta que nosotros, perfectamente musculosa y
descomunal, alzada sobre sus patas traseras, enseñando todo un enjambre de
colmillos. Su garra sostenía lo que quedaba del cráneo de Halim, entonces
emitió un gran rugido. Seis flechas se clavaron como formando, sus penachos,
los pétalos de una flor, en la zona donde todos los seres debemos tener el
corazón. Pero aquel monstruo no sucumbió y llegaron más como él. Nellin
desapareció bajo las fauces de otra de esas criaturas. Rápidamente montamos
sobre los caballos, Nóstar y Béleg compartieron uno ya que solo quedaban
cuatro. Con las espadas en ristre intentamos escapar abriéndonos paso. Mis
estocadas no parecían herirles, ni siquiera enfurecerles, estaban tan
tranquilos… Nuestros caballos pusieron tierra de por medio pero acabaron
alcanzándonos. Dos criaturas se cruzaron de un salto, crujiendo en medio al
caballo de Nóstar y Béleg y a ellos encima. Llenos de rabia plantamos cara
dirigidos por la espada de Iswirn hecha de mithril. Se amedrentaron y
mantuvieron a raya, lo que nos dio tiempo a observarlos, delante de nosotros,
cinco imponentes contrincantes que empezaban a abrirse en círculo para intentar
rodearnos. Nuestros caballos no hacían ni el más mínimo movimiento brusco
temiendo que se abalanzaran. Entonces uno de ellos nos habló en nuestra lengua
para perplejo de nosotros. Estaba amaneciendo…
“Hasta aquí habéis llegado, tenéis el privilegio de ser
los primeros en ver nuestra estirpe y en sufrirla. Saludad a los ejecutores de
la caída del mundo tal y como lo conocéis” poseía una voz muy profunda pero
no era grave como cabía de esperar, parecía hasta civilizada, lo cual colmaba
más mis nervios. Entonces Iswirn se adelantó. Desafiante alzó su espada y
respondió: “Solo saludo a una criatura que parecía el invento de un loco y
fue la creación de un psicópata. No te daré oportunidad de conocer el mundo al
que quieres dar fin, cuando te reúnas con tu creador dile que te manda Silvano,
somos viejos conocidos.” No llegaba a imaginar lo que se proponía, ni seis
certeros flechazos a corta distancia podían derribar a una criatura de esas,
los filos no parecían demasiado afilados para penetrar en su dura piel… tampoco
logro a entender como fue capaz de permanecer sereno en aquel instante, la voz
no le temblaba ni un ápice, los ojos le brillaban vibrantes de vitalidad y con
un enérgico y seco golpe, descargó su larga espada sobre el gaznate del que
decía ser ejecutor para ser ejecutado. Le abrió media garganta tambaleándose la
cabeza sobre sus hombros. La sangre negra como el carbón empezó a correr a
borbotones mientras intentaba llevarse las manos al cuello pero ya sucumbía.
Cayó abatido al suelo con los ojos desorbitados, las fauces desfiguradas del
dolor que solo tuvo tiempo para articular un insufrible grito hasta que terminó
su existencia en un gorgoteo. Sus compañeros quedaron petrificados ante la
imagen. Parecía que no habían presenciado una escena semejante, como si fueran
incapaces de poder predecir semejante desenlace o tan siquiera creerlo posible.
Aprovechamos aquel instante para emprender al galope en dirección opuesta.
Sorprendentemente no nos siguieron. Guardamos las armas para sujetarnos a las
crines de nuestros caballos que jamás creyeron ser tan veloces. Solo quedábamos
Iswirn, Gáldet y yo…
Más o menos había conseguido hacer una narración
fluida de lo ocurrido. Las imágenes y sensaciones le sobrevenían en su mente
como una cascada.
- No parecéis extrañados por nuestro combate contra
estas criaturas, ¿Aranauros los has llamado? Apropiado nombre… no lo recordaba
¿Te enfrentaste a ellos?
- Encontré a vuestros caballos huyendo de uno de ellos,
como ya he dicho, y tuve que plantarle cara. Quedé de piedra al ver que aunque
descargara con todas mis fuerzas un golpe con la espada no conseguía herirle.
Como si bajo la piel tuvieran dura roca. No tardó en desarmarme pero por suerte
me quedaba una daga de mithril regalo de Élonil. No lo comprendí hasta que se
dio a la huida al sentir por primera vez en su existencia dolor, supongo que se
asustó al ver que podía compartir el mismo final que su compañero recibió de
manos de Iswirn. Luego recordé las viejas leyendas… las artes oscuras pueden
acabar con ellos, pero también las opuestas, todo lo realmente puro… como las
lágrimas de Yavanna… el mithril.
- A mí también me llevó un tiempo comprender lo que
había sucedido. – dijo Fáeloth contemplando a su capitán – La fortuna te ha
sonreído una vez más. Estás vivo gracias a un regalo que posees hace escasos
días.
El elfo no respondió y pensó para sus adentros
que el destino podría ser más complaciente con él. Pues el hecho de haber
llegado a tiempo de impedir el asesinato de Fáeloth e Iswirn o haber podido
zafarse de un temible aranauro, no le eximía de lo sufrido en Nimrodel o en su
hogar que tuvo que abandonar en las circunstancias en las que lo hizo…
- ¿Qué fue de Gáldet? ¿Y los licántropos? – preguntó
Geko.
- Gáldet sucumbió entre una jauría de licántropos…
- Lo siento…
- Galopábamos entre la niebla creyéndonos a salvo.
Habíamos recorrido trescientas yardas desde donde dejamos al primer aranauro
que había conocido la muerte. Íbamos heridos y tratábamos de asimilar todo lo
ocurrido cuando vimos que a ambos lados había sombras corriendo y enfrente nos
esperaba el resto de la jauría de licántropos. Otras criaturas que no deberían
seguir existiendo pero allí estaban para atormentarnos en los últimos compases
de la noche. El terreno era abrupto y muy irregular, los caballos iban dando
bruscos saltos y nosotros no podíamos hacer otra cosa que procurar no caernos,
agarrándonos con todas nuestras fuerzas. Veíamos a nuestros enemigos pero no
podíamos coger los arcos o las espadas, sería fácil desequilibrarnos y caer,
cualquier contacto trabado nos derribaría, fue la primera vez que dudé de que
nuestros caballos se percatasen de ese detalle debido al miedo que aún
conservaban en el cuerpo... pero si hubiese sido así seguramente no estaría
diciendo estas palabras.
Guardó un momento de silencio y cerró los ojos,
dando gracias a Ilúvatar por haberles dado el don de crear un vínculo como ese
entre elfo y animal.
- Echamos mano de una de nuestras dagas élficas,
pequeñas y lo suficiente manejables en aquella situación para defendernos.
Supongo que gracias a aquello aún conservamos las espadas – dijo echando un
vistazo a los macutos – con lo especialmente valiosa que es ahora la de Iswirn,
forjada enteramente en mithril, para acabar con estas criaturas… Entonces
varios licántropos se abalanzaron sobre cada uno de nosotros, lanzando
dentelladas y zarpazos a diestro y siniestro. Los que fallaron en el salto y en
el ataque seguían corriendo por la retaguardia. No veía nada. Todo era
instintivo. El caballo seguía su marcha pese a que tuviese a dos licántropos
subidos en su grupa y otros tantos agarrados. Gracias a los desniveles,
tardaban poco tiempo en soltar a nuestra montura que relinchaba de dolor pero
no dejaba de galopar. Yo intentaba deshacerme de ellos con la daga y con
cualquier parte de mi cuerpo, incluso cabezazos. Y no dejaba de recibir arañazos
y golpes. Terminó el terreno abrupto y llegamos a la llanura. Pero solo
llegamos Iswirn y yo, Gáldet debió quedarse por el camino. Quizás por ello se
retrasaron un poco y nos dieron tiempo para coger distancia, quizá para dar
buena cuenta de él que sin duda utilizaría su último aliento para darnos tiempo
a que escapáramos. Puedo imaginármelo, con su corcel muerto a sus pies, todo
ensangrentado, con la capa desgarrada y con la espada desenvainada… totalmente
rodeado por unos treinta licántropos… me lo imagino acabando con diez por lo
menos antes de caer… o así quiero imaginarme sus últimos momentos sobre este
mundo… era muy valiente. Al rato volvieron a darnos alcance. Nuestros caballos
ya no podían mantener el ritmo anterior debido al cansancio y sobre todo, a las
numerosas heridas que regaba la tierra que pisaban… En la disputa anterior
perdí la daga en el cuerpo de uno de los licántropos, se me escurrió de la mano
debido a su negra sangre… Cuando nos volvieron a dar alcance… no sé… tengo un
vacío… no recuerdo que pasó a continuación… Solo recuerdo un gran peso sobre
mis espaldas… a Iswirn gritándome… tensando su arco y apuntando hacia mí…
¿Quería darme una muerte rápida y ahorrarme sufrimiento?... Supongo que luego
me desmayaría por las heridas, notaba el calor de la sangre derramarse por mi
piel entre macabras cosquillas…
- Los médicos aún no se preguntan como podéis seguir
con vida. Llegasteis en las últimas, con demasiadas heridas… por suerte tienen
una buena botica y pudimos curaros y daros las plantas adecuadas: Harfy para
las hemorragias, Dagmather para la reparación de músculos y tendones, Belramba
para el sistema nervioso, Berterin por si había sido algún órgano herido… Aún
me sigo maravillando con las propiedades de algunas hojas y savias.
- Menos mal que no debéis pagar ninguna de ellas por el
estado de alerta que vive la ciudad, pues son de las más valiosas que existen y
no quieras saber a cuanto ascendería la cifra. Y estas criaturas por si fuese
poco con su ferocidad, también envenenan a sus víctimas pero a vosotros no os
ha afectado. Un jinete de Gondor se topó con el aranauro que os siguió y que
Sithel espantó y no va a vivir para contarlo…
Se produjo un silencio y los tres miraron a
Iswirn.
- Estoy seguro de que si sigo vivo fue gracias a él,
por lo menos hasta que el también se desmayó… después te la debemos a ti.
- Y a vuestros caballos sobretodo. No puedo imaginar el
desgaste que sufrieron y el poderío físico que debieron mostrar…
- ¿Dónde están?
- Me temo que han tenido que sacrificar a uno de ellos.
Estaba tan grave que tras dejar en manos de los médicos a su jinete se derrumbó
al instante. No sabría decir a quien de los dos llevaba pero lo hacía con el
corazón, no con los músculos. Eorel dijo que no podría volver a andar y que era
poco probable que se sobrepusiera a sus heridas por lo que mandó sacrificar al
animal para que no sufriera más. El otro no podrá volver a cabalgar pero se
recuperará. Si queréis dejarle aquí… a lo mejor podrá ser de utilidad para
algún agricultor o granjero. Eorel lo cuidará bien.
Fáeloth afirmaba con la cabeza y se recostó.
Estaba cansado y le quemaba todo el cuerpo pero no se quejaba. No tenía derecho
a hacerlo, estaba vivo.
- Perdona, me gustaría saber qué asuntos os llevaban a
mi hogar. – inquirió Sithel antes de dejarte descansar.
- Siento no serte de utilidad. Iswirn llegó una mañana
de hablar con Celeborn y nos mandó hacer el equipaje inmediatamente sin
explicación alguna. Partimos antes de comer y lo único que nos comentó es que
debíamos presentarnos en la corte del rey Thranduil para un concilio de gran
importancia. Tú deberás estar mejor informado que yo, es tu hogar…
Fáeloth adivinó en la mirada de Sithel un gran
dolor y una gran preocupación. No debía tener idea alguna de lo que ocurría en
su hogar, su presencia en Calenardhom poco tenía que ver con la situación del
Bosque Verde o con el cometido de su capitán.
- Podrás preguntárselo a él cuando despierte, pero dudo
que te de la respuesta que ansías. Es muy estricto en estos asuntos. Lo que
hablaron esa mañana Celeborn y él, solo lo saben ellos. Pero supongo que las
cosas han debido empeorar mucho para pedirnos ayuda tan apresuradamente. Es
posible que se avecine una guerra…
- Eso es precisamente lo que temo…
- Tranquilo, mientras queden elfos en la Tierra Media nos prestaremos ayuda en momentos así.
- Así lo espero. Nunca he compartido un campo de
batalla con elfos de Lórien… pero como todos sean tan hábiles como tu capitán…
Dijiste que os perseguía una auténtica jauría de licántropos, cuando os
encontré solo quedaba uno… y la aljaba de Iswirn está completamente vacía… sin
contar que ha sido el primero en acabar con un aranauro…
- Y por Ilúvatar que si es cierto lo que dicen de los licántropos…
que solo puedes acabar con su forma física no con su espíritu… y que éste se
vuelve a reencarnar en otro cuerpo y no para de perseguirte obsesivamente hasta
acabar contigo… si eso es cierto, pobre del alma que tenga que enfrentarse una
y otra vez contra él sin que su tormento acabe…
- Amén. Descansa. Aún queda un rato para la hora de
comer.
Sithel y Geko abandonaron la segunda planta. No
creyeron que corriese Fáeloth o Iswirn peligro alguno, ahora que no quedaba
ningún espía ni siervo del enemigo en la ciudad. Subieron a la tercera planta
para encontrarse con Náldor y Agûnethân. Vieron a la comitiva en la sala al
final del pasillo… en el crematorio. Se acercaron en silencio y respeto. Los
soldados habían hecho un pasillo con las lanzas y tenían los yelmos bajo el
brazo. La camilla con el cadáver del joven guerrero pasó por debajo de sus
miradas que le dieron el último adiós. La camilla las empujaban Agûnethân y su
hermano. Náldor fue el encargado de abrir la puerta del horno donde debían meter
al cadáver, al que le habían cruzado las manos sobre el pecho. Era común entre
las gentes de Gondor quemar a sus muertos, pero normalmente se dejaban dos días
de funeral para que toda la familia pudiera dar el último adiós. Pero los
médicos aconsejaron, tristemente, incinerarlo cuanto antes por el desconocido
veneno de la criatura que podía transmitirse y no querían correr ese riesgo.
Era una época propicia para las plagas y tenían que mirar por el bien de los
vivos… Sacaron la bandeja del horno y depositaron el cuerpo sin vida de Delthàn
sobre la reja metálica. Las grandes llamas le esperaban, salían ascuas y sus
chasquidos era lo único que se oponía al silencio que reinaba en aquella sala.
Entonces el pasillo de lanzas se levantó y un guardia empezó a cumplir con la
tradición y con voz clara y limpia dijo: “Et Eärello Endorenna utúlien”, al
que le siguieron todos los demás, mirando al frente, firmes, en señal de
respeto y seriedad, la segunda parte: “Sinome maruvan ar Hildinyar tenn’
Ambar-metta!”. Estas fueron las palabras que pronunciara a su llegada a la Tierra Media, Elendil, tras escapar de Númenor que fue engullida por los mares. “Del Gran
Mar he llegado a la Tierra Media. Y ésta será mi morada, y
la de mis descendientes, hasta el fin del mundo” Pese a que la mayor parte
de la población de Gondor no descendía de los dúnedains como Elendil, se seguía
diciendo estas palabras en cada entierro de todo aquel ciudadano perteneciente
al reino que fundó, para rememorar esa promesa y como un símbolo y sobre todo
una esperanza, pues los humanos esperaban que la muerte fuese un viaje a otra
vida, como el que realizó Elendil…
- Descansa en paz.
- Ya nos veremos, hermano.
Se despidieron Agûnethân y Thândel llevándose un
beso al corazón, con los dedos, y extendiéndolo hacia Delthân. Con lágrimas en
los ojos, introdujeron el cadáver en el horno y cerraron la puerta de éste. Las
llamas se avivaron y empezaron a consumir el cuerpo para su descanso eterno.
Náldor tras abrazarse con el general y amigo, y hacer otro tanto con el hermano
de éste, se dirigió hacia el principio donde habían permanecido observando
Sithel y Geko. Le pusieron brevemente al corriente de todo lo ocurrido en la
segunda planta a lo que no pudo hacer más que sorprenderse, pero tampoco prestó
excesiva atención, estaba consternado. Antes de irse, Agûnethân apareció por
detrás reprimiéndose las lágrimas.
- Tú, imagino que eres el elfo del que he oído hablar.
¿Sithel, verdad? Quería agradecerte que intentaras ayudar para curar a mi hijo…
- Es una lástima que no pudiéramos hacer nada por él
como por los dos elfos que traje atacados por el mismo mal. Le acompaño en el
sentimiento.
- También me han comentado el incidente habido abajo
con el espía, ha sido incinerado antes que mi hermano…
- Lo ocurrido a su hermano no fue culpa de ningún espía
que pudiera haber en Éstaleth ni ningún asunto relacionado con el mundo de los
hombres. Me temo que ha sido víctima de una confabulación contra los elfos…
estaba en el lugar menos indicado en el momento menos adecuado… pero vengaremos
su muerte. Acabaremos con esas criaturas…
- Eso podría darme algún consuelo… pero sé que no le
devolverá la vida a Delthàn… Cosas como estas me hace desear otra vida para los
humanos, no es justo que una persona tan joven tenga que abandonarlo sin más,
sin disfrutar de ella ni crear su propia familia… No sabes lo afortunado que
eres, maese Sithel, a poseer la inmortalidad y conocer tu destino tras la
muerte…
- Nuestra inmortalidad no nos exime de la muerte a mano
de las armas…
Intentó excusarse pero Agûnethân se dio la
vuelta y no escuchó, parecía haber hablado para sí mismo.
Sithel, Náldor y Geko volvieron
entonces a la posada, a descansar y asimilar las emociones antes de la hora de
comer. Además tenían que contarle todo lo ocurrido a Ergoth quien aún estaba
echado cuando llegaron.
Mackey había vuelto en sí sin
problemas. No recordaba nada y no se perdonó el que los caballos a su cuidado
hubieran podido haber sufrido algún daño, pero el viejo Duning le tranquilizó,
ya que el pobre muchacho llegó a temer por su trabajo y no tenía nada.
Los enanos habían salido a
comprar algunas cosas con el dinero que se habían repartido de la venta de los
caballos y no llegaron hasta la hora de comer. No hubo muchos ánimos durante
aquella tarde. Sithel, Náldor y Geko andaban como distraídos, los enanos
estaban un poco apartados debatiendo cosas en su propia lengua y Ergoth se
preguntaba que había pasado, pero no le comunicaron la muerte de Delthân ni la
historia de Fáeloth hasta después de comer para no privarle del apetito.
A aquella comida tampoco apareció
Dunbarth a la mesa pero nadie pareció echarle en falta. Los montaraces no
preguntaron y ni siquiera se enteraron de la excusa que había puesto Thorbardin
cuando sus enanos se interesaron por la ausencia de su héroe.
A media tarde, Iswirn el Silvano
también salió del trance para dicha de Fáeloth y Sithel, que en ese momento se
encontraba velando el camastro del apuesto y longevo elfo. Se encontró mucho
más desorientado al despertar, y su cuerpo estaba más castigado pues fue quién
más duró y el que atrajo más interés por parte del enemigo. Le dijeron donde se
encontraban y lo ocurrido mientras había estado inconsciente. El rescate de
Sithel y su enfrentamiento contra el aranauro; el intento frustrado de
asesinato acontecido en ese mismo día… Fueron a estirar las piernas y fueron al
jardín de la planta baja donde paseaban los internos. Tenía numerosos bancos y
setos, pero la estación no era propicia para apreciar su belleza, pues estaba
poco florecido. Tenía forma ovalada y en el centro tenía una enorme fuente de
gran belleza. Grandes chorros salían perpendicular al suelo, en el lugar donde
el agua perdía el impulso y caía, estaba labrado un gran barco de plata con las
alas en forma de alas… daba la impresión de navegar entre aquella agua.
Los tres nuevos amigos dieron una
vuelta, les venía bien estirar las piernas y andar, dada su condición, la
recuperación iba a ser larga.
- Preocupante dirección toman los acontecimientos… algo
está cambiando en la Tierra Media. – dijo el gran capitán de los elfos.
- ¿Qué ocurrió cuando perdí la conciencia? – quiso
saber Fáeloth.
- Demasiado sabes que uno mismo nunca debe alardear de
sus acciones aunque sean auténticas hazañas. Son los demás, los testigos o
personas implicadas los que las convierten en heroicidades si les beneficia
para sus propios intereses. Si no les beneficiase pasarías de ser un héroe a un
monstruo. La línea que separa el uno del otro es el punto de vista. ¿Cuántas
veces he de repetirte que el bien y el mal son variables? Debes tenerlo
perfectamente presente para entender a tu enemigo, comprenderlo y saber como
piensa y cómo va a actuar… solo así podrás vencerle. Pero no obrarás el bien.
El único bien que conozco es el trabajo del campesino para dar de comer a su
familia…
- Veo que sigues siendo el mismo…
- Lo único capaz de cambiar eso es la muerte.
- Lo que dices es sabio pero frío, cinco de tus elfos
han perecido a causa del enemigo… – dijo Sithel desconcertado, pensando en voz
alta.
- No te engañes maese Sithel, La muerte siempre me
provoca tristeza, incluso la de mis enemigos… en esos casos me apiado de mí
mismo diciendo “era él o yo”… pero cuando los que mueren son tus congéneres
es distinto… sobre todo si estaban bajo tu mando… pero todos esos sentimientos
los guardo para el campo de batalla, será delante del enemigo donde llore sus
pérdidas… a golpe de espada.
- Amén. – añadió Fáeloth que admiraba profundamente a
su capitán, más incluso después de lo ocurrido aquella noche. Solía recordar a
menudo una frase que siempre decía su fallecido amigo Nellin: “Hannoch Ilúvatar an brono i goroth a geri tegi acharn an i
gwedeir”; o traducida a lengua común:
“Da siempre las gracias a Ilúvatar por sobrevivir a un horror y poder clamar
venganza en nombre de tus hermanos.”
- Si en verdad quieres saber lo que sucedió… Hice
exactamente lo que tú hubieras hecho por mí, al igual que todos nuestros
hermanos. Mi último recuerdo fue evitar caer inconsciente y en el último
momento afianzar bien la espada de mithril dada su valía.
Fáeloth estaba acostumbrado a esa explicación y
era totalmente cierta. La última imagen que tuvo del ataque era la de su arco
apuntándole. El peso que sintió debería ser uno de esos monstruos que sin duda
fue fulminado por el más certero de los disparos al galope. Sin duda se habría
preocupado más por mantenerle a él a salvo que a sí mismo. Habría golpeado con
cualquier parte del cuerpo a los licántropos que le impidieran realizar otro
disparo para alejarle el peligro a su subordinado. Debió ser una lucha
espectacular e increíble, de gran habilidad… pero pensar en aquellas cuestiones
sería macabro y muy poco condescendiente con los hermanos que habían perdido en
aquella jornada. Aunque dediquen toda su vida al arte de la guerra… ésta sin
duda no era en absoluto un arte.
- ¿Qué haréis ahora? – preguntó Sithel.
- Dentro de pocos días, Thranduil nos espera en su
reino… pero me temo que será imposible llegar en la fecha fijada.
- Los médicos opinan que deberíais guardar cama un par
de semanas hasta que todas las heridas cicatrizasen perfectamente. Estáis más
débiles de lo que podáis pensar o sentir.
- En cuando tenga fuerzas para cabalgar partiré. ¿Qué
mas da recibir ungüentos y hierbas medicinales en una cama que en una silla de
montar?
- Esa era la opinión de los médicos… no la mía. Yo
haría lo mismo, partiría hoy mismo en vuestro lugar…
- ¿Y nuestros caballos?
- A uno lo sacrificaron, otro no podrá volver a
cabalgar.
- Si la montura de un elfo debe ser sacrificado debe
hacerlo su propio jinete… Pues el amor que se tienen tranquilizaría al pobre
animal en tan crítico momento, se lo debíamos... por cuidar de nosotros.
Sithel y Fáeloth asintieron al oír estas
palabras, pues el vínculo entre un elfo y su caballo era muy fuerte, eran
considerados iguales, amigos. Ninguno de los primeros hijos de Ilúvatar habría
llevado a cabo tantas hazañas en las edades antiguas si no fuese por ese
vínculo. Gracias a él, los tres estaban vivos, un humano en su lugar habría
quedado abandonado a su suerte en la llanura nada más cruzarse con un aranauro,
salvo alguno de los grandes señores de los hombres que aprendieron de ellos ese
don.
Entonces Sithel hizo la pregunta clave.
- ¿Qué es lo que ocurre en mi hogar?
- No debería rebelarte nada pues no te conozco apenas
por mucho que nos hayas salvado la vida. Pero veo en tus ojos que tus
intenciones son nobles y que estás realmente preocupado por lo que ocurre allí.
No te preguntaré que haces lejos del Bosque Verde en estos tiempos pues serán
asuntos propios… pero me temo que hay motivos para sospechar que se avecina una
guerra desde Dol Guldur. Partimos para crear una alianza. Pero de nuestra
llamada solo estábamos al tanto Thranduil, Celeborn y yo. Puede que alguien más
en el Bosque Verde pero sin duda del círculo más íntimo y cercano como el
príncipe Legolas… Aún no comprendo como se enteró el enemigo… Bueno, tú también
pareces estar enterado y no estabas en ninguno de los reinos de los elfos…
¿Cómo es posible? No te creo un espía…
- Ha sido el destino.
- Si el destino te ha tendido este camino has de
seguirlo, te deparara un cometido importante…
- Partidas de semiorcos entraron en Gondor procedentes
del Bosque Verde, al parecer buscando algo. Tuve un presentimiento… Estaba
convencido de que solo podríais tener dos destinos posibles: Imladris o el
reino de Thranduil. Crucé el río en busca de alguna señal que me aclarara algo de
todo este entresijo. Logré atisbar las huellas de siete caballos sin esas
herraduras que ponen los humanos y el enemigo bajo las patas, y las seguí hasta
que mi temor se convirtió en realidad…
- Nosotros avistamos algunas partidas de jinetes pero
los evitábamos antes de conocer su naturaleza y procedencia… No podemos
retrasarnos. Las instrucciones de Celeborn no fueron muy extensas y fueron
traídas por un águila gigante.
- ¿Un águila gigante?
Sithel se desconcertó con ese detalle. Las
águilas habían sido muchas veces aliadas de los elfos y se habían prestado
ayuda pero eran muy independientes, inteligentes y orgullosas. No creía posible
que ninguna águila fuese capaz de prestarse a llevar un comunicado como una de
sus hermanas menores. ¿Qué estaba pasando?
- Supongo que fue el único medio capaz de hacerlo
llegar. – respondió Iswirn al ver las dudas de su interlocutor.
- ¿Qué decía el mensaje?
- Nada, era la propia águila. El portentoso animal
transmitió las palabras de Thranduil a Celeborn, quien solo me dijo que
acudiese a tu reino con un grupo de elfos en los que confiara ciegamente para
forjar una alianza importantísima para nuestra raza, así como para llevar a
cabo una importante misión en el Bosque Verde que se nos revelaría en un
concilio.
- ¿Dentro de cuántos días se celebrará?
- El día quince.
- Tardaríamos una semana por lo menos en llegar. Nos
faltarían un par de días para llegar a tiempo. ¿No podemos mandar un mensaje
para avisar de nuestra tardanza?
- Me temo que no. Estoy seguro de que Thranduil
recurrió a un águila gigante para que no fuese posible ser interceptado. Debe
haber muchos traidores y espías entre vosotros... o algo peor ¿Para qué haría
llamar a elfos extranjeros con el fin de que cumplieran una misión en nombre
del Bosque Verde? ¿No puede confiársela a los elfos de su propio reino?
- Cuando yo partí las cosas estaban más o menos
normales…
- ¿Cuánto hace de tu marcha?
- Más de un mes.
- ¿Estás preparado para volver o algo te lo impide?
Sithel se lo pensó demasiado y Fáeloth parecía
inquieto por averiguar el motivo, pero no era de su incumbencia.
- Te necesitamos. Ya conoces el peligro que conlleva
acercarse a Dol Guldur, y debemos pasar por ahí, ya sea por el norte o por el
sur… y si Ilúvatar ha tejido tu camino hasta aquí estoy convencido que no ha
sido ni en vano ni por casualidad. No podemos llegar Fáeloth y yo solos hasta
la corte de Thranduil… y solicitó la compañía de soldados en quien confiara
ciegamente… – dijo con una amable sonrisa para convencerle.
- Antes has dicho que no confiabas en mí…
- Tendré que aprender a hacerlo durante el viaje.
- Creo que es hora de que vuelva a mi hogar… aunque no
creo que sea bienvenido…
- Yo te acogeré bajo mi protección y nada te pasará.
Cuando estés preparado para contarme lo que te llevó lejos de tu tierra, hazlo
y juntos buscaremos la forma de solucionarlo y remediarlo.
- Te lo agradezco, maese Iswirn. ¿Cuándo partimos?
- Debemos conseguir un caballo para Fáeloth y para mí,
así como ropas de invierno, flechas, víveres. Tengo entendido que todo el norte
está bajo una capa de nieve.
- No podemos partir nosotros tres solos…
- Lo sé, pero no lo haremos. – contestó Sithel.
- ¿Estás pensando en los montaraces que te acompañaban
en Lórien?
- Justamente. Son buenos guerreros y de noble corazón.
Los conozco de dos semanas pero sé que son de confianza. Me acompañarán sin
tener que pedírselo.
- Está bien entonces. Thranduil mencionó soldados sin
aludir a ninguna raza. Fueron grandes aliados en el pasado y él mismo luchó
junto a ellos en la Última Alianza y sabe de lo que son capaces. Pero… ¿Qué
asuntos se les ha perdido en el Bosque Verde?
- Los mismos que se les perdieron en Nimrodel. Son unos
trotamundos, nómadas. Así estarían lejos de la guerra que se cierne sobre
Gondor.
- En el norte se avecina otra…
- ¿Y en qué parte de la Tierra Media no existe ese peligro? Sé que serán los primeros en querer frenar el avance de
la oscuridad… no me abandonarán.
- Empiezo a creer que el destino tiene mucho que ver en
este asunto.
- Pero no hay que fiarse de él, pues acabó con Nellin,
Gáldet, Béleg, Nóstar, Halim… – recordó amargamente Fáeloth.
Sithel no supo que contestar y se sintió hasta
culpable.
- Puede que Ilúvatar los necesitara más que nosotros.
Tranquilo mi querido amigo, volverás a verlos.
- Lo sé.
- Tomaremos la misma ruta para buscar sus cadáveres y
darles sepultura. – prometió el elfo para reconfortar a su amigo.
- Me temo que se los llevó el enemigo consigo… El joven
explorador que ha muerto y su hermano llegaron a la linde del bosque y
estuvieron en el mismo lugar donde luchasteis. Dicen que solo quedaban indicios
de batalla y mucha sangre…
- Malditos sean. ¿Para qué los querrán?
- Hay preguntas que mejor no formularse. – concluyó
apenado.
Se despidieron con un apretón de manos, era la
hora de cenar. Sithel se dirigió a la posada para proponerles otro peligroso
viaje a los montaraces, mientras Fáeloth e Iswirn fueron a descansar. Los
ánimos estaban bastante templados.
Cuando llegó al edificio, estaban todos sentados
en la mesa de siempre. Como siempre, estaban solos. Era temprano, más tarde
llegarían los jóvenes con sed de cerveza, los únicos despreocupados por la
situación que atravesaba la ciudad… o puede que concienciados con ella
quisieran aprovechar mientras durase la relativa calma.
Los montaraces habían pasado la tarde con
Agûnethân y sus familiares en aquellos difíciles momentos. Los enanos mientras
tanto, habían seguido con su turismo por la ciudad y visitando las fraguas y
altos hornos. Thorbardin dio gracias a Aulë por no cruzarse con su hijo
repudiado, por no tener que sufrir una situación violenta y desagradable para
todos. Bastante mal lo pasó cuando oía a sus enanos comentar cuando se
preguntaban donde se había metido el héroe, y bromeaban con la posibilidad de
que hubiera vuelto a Nimrodel para acabar con el Daño de Durin. Seguramente,
Thorbardin se vería obligado a contarles a todos lo realmente sucedido… pero
quiso esperar a estar lejos de allí, para evitar que pudiesen llevar a cabo
contra Dunbarth cualquier replica.
Sithel entabló conversación aparte con los
dúnedains y les expuso la nueva empresa que se había cruzado en sus vidas, así
como la situación en el Bosque Verde y las inquietudes que albergaba…
- ¿Vamos a escapar de la guerra que atañe a los hombres
para involucrarnos en la de los elfos? – se preguntó Náldor.
- No os obligaré a venir, pero necesitamos vuestra
ayuda, habilidad y valentía.
- Me dolería por Agûnethân, seguramente nos necesitase
en estos momentos… y más aún si estalla la guerra.
- De haber una guerra en estas tierras, a campo
descubierto y al raso, no comenzará hasta la llegada del buen tiempo y tú lo
sabes. De todas formas las campañas son largas en preparación.
- No es mi deseo participar en todas las guerras del
mundo hasta que me maten. Podríamos quedarnos aquí y disfrutar de la paz
mientras dure.
- No Náldor, nos necesita más Sithel e Iswirn que
Éstaleth. – dijo Geko.
- Ya eres uno de los nuestros, maese elfo, y no te
abandonaremos. Iremos. – respondió Ergoth.
- ¿Qué ruta tomaremos? – se interesó Náldor que no le
entusiasmaba especialmente la idea pero no pensaba separarse de sus dos
compañeros.
- Cruzaremos el Anduin e iremos al oeste. Hasta las
Tierras Ásperas, bordeando todo el bosque a distancia prudencial. Intentaremos
pasar lo suficientemente lejos de Dol Guldur para escapar a su maldad. Aunque
para ello tengamos que toparnos con algunos hombres salvajes. Pero es una senda
más segura. Esas tribus no son para nada sigilosas ni grandes estrategas, ni se
enterarán de nuestro paso. Una vez hayamos superado el bosque, iremos al norte,
hasta llegar a Esgaroth, donde remontaremos el río hasta los dominios del rey
de los bosques. Siendo veloces y ligeros, en una semana llegaremo puede que
menos si la senda es transitable. Supongo que sois capaces de dormir a lomos de
un caballo… – sonrió Sithel.
- ¿Cuándo partiremos?
- Cuando Iswirn y Fáeloth puedan cabalgar. Dentro de
pocos días. Tenemos que conseguir dos caballos y preparar el equipaje con
víveres y ropa de abrigo suficiente. Tendrás que enseñarme esos abrigos de piel
con lana que has dicho antes, Geko. A los caballos también deberíamos buscarles
algún gabán o peto.
No era la primera vez que se habían planteado o
habían hablado de la posibilidad de ir al reino de los elfos, para proteger al
Silvano. Ya ocurrió cuando Sithel trajo a sus dos compatriotas, heridos e
inconsciente. Estaban preparados.
En los días que siguieron, se encargaron de
invertir las monedas de oro cobradas en todo cuanto necesitaban, aunque no
fueron capaces de conseguir mithril. Compraron bastante ropa nueva, mantas,
pañuelos, flechas, el abrigo de cuero largo con capucha del que tanto hablaba
Geko… Repararon las armas y cotas de mallas así como las armaduras de Iswirn y
Fáeloth, a lo que ayudaron alguno de los enanos. Los dos elfos silvanos
tardaron sorprendentemente poco en recuperarse. A los pocos días eran capaces
de correr y blandir sus espadas sin problemas.
Los dúnedains pasaron los momentos hasta su
partida con Agûnethân. Le explicaron la situación y la comprendió, no les
intentó retener. Se desearon buena suerte mutuamente. El general incluso llegó
a regalar el caballo de Delthân a la empresa que llevaban entre manos, uno de
los mejores caballos de la ciudad. Esperaban que cuando se volviesen a ver
nuevamente fuesen tiempos de paz. También aprovecharon para pasarse por la
barbería y dar fin a sus melenas desmarañadas. Náldor se quitó las dos coletas
trendazas salvajes que le caían, Geko mantuvo su aspecto habitual y Ergoth se
afeitó toda la barba dejándose solo la perilla.
Aquellas jornadas para Gondor pasaron
tranquilas. No hubo ningún avistamiento que pudiera entrañar peligro y se
reabrieron las puertas de la ciudad, volviendo a la calma. Se restituyó un
destacamento, más numeroso, al paso del puente de Celebrant así como la
reconstrucción de la torre, que había sufrido un incendio en el ataque.
Sithel cogió las hierbas medicinales necesarias
para la completa curación de Iswirn y Fáeloth, que debían aplicarse durante el
viaje y que podían permitirse gracias a la intersección de Agûnethân; también
cogió Arlan para los posibles resfriados. Y gracias al general, también, solo
tenían que comprar un caballo, de lo que se encargó el propio Iswirn tras
despedirse del antiguo, al que le prometió que volvería a recogerlo y
retornarlo a Lórien. Eorel le mostró todos los caballos que aún no habían sido
asignado a ningún soldado y que había acabado de adiestrar, descendientes del
purasangre del gobernador. Terminó por decantarse por el más joven y
aparentemente menos fibroso, pero esbelto y orgulloso, de pelaje color ceniza;
Arceleb le llamó.
Finalmente, llegó el momento de las despedidas,
que ya se habían iniciado la noche anterior con un gran banquete. Estaba ya
todo listo en la plazoleta que presidía la taberna Baramarth. Allí estaban
todos: Duning, Salne, Mackey, Agûnethân, Thorbardin y los demás enanos, a
excepción de Dunbarth. Su ausencia empezó a ser preocupante, habían comenzado a
buscarlo pero sin suerte hasta el momento. Era primera hora de la mañana y los
seis caballeros estaban sobre sus corceles, con todos los macutos listos.
- Buen viaje amigos. – deseó Thorbardin – Que Mahal os
proteja. Contad con la bendición de los enanos. Espero volver a veros, en
situaciones y circunstancias más amenas. En cuanto a ti, Sithel, a pesar de
nuestras diferencias siempre estaré en deuda contigo y te consideraré más que
un amigo, si algún día puedo hacer algo para devolveros todo lo que nos has
ahorrado…
- Espero no necesitar nunca la ayuda de nadie ni que me
socorran. – rió Sithel – Que tiemble nuestros enemigos si se renuevan las
alianzas entre nuestros dos pueblos. Siento mis palabras en el valle sobre lo
acontecido en Moria…
- Aceptamos tus disculpas. Ha sido un honor y un placer
haberos conocido y luchado a vuestro lado. Si he de volver hacerlo lo haré
gustoso. – dijo Câranden.
- Que mi hacha te sea de gran utilidad en esta empresa,
maese Náldor. Algún día me contarás si esas nuevas criaturas también resisten
el acero de los enanos.
- Gracias, Mortak, así lo haré.
- Aquí estará siempre vuestra casa, siempre seréis bien
recibidos. – se sumó Duning.
- Espero volver a veros a todos vosotros. Incluso a ti,
Geko, sabes que en el fondo eres al que más aprecio de todos. Sé que volverás
sano y salvo. – las palabras de Salne regocijaron el alma del dúnedain que no
pudo evitar sonreír.
- Gracias Ergoth por aparecer a tiempo en la cuadra, no
hubiera podido soportarlo.
- No te tortures Mackey, estás libe de culpa, eres un
gran cuidador. Ojalá pudiera llevarte de escudero.
- Si vais por las Colinas de Hierro no dudéis en
visitarnos, vais para el norte, cuando acabe vuestra empresa podéis pasaros. –
invitaron los primos Balif y Bolfat.
- No os dejéis amedrentar, que Mahal os guarde y haga
que vuestra travesía sea un dulce paseo comparado con lo que os hicimos sufrir
en Nimrodel… – dijeron a dúo Hárgol y Halén.
- Espero que las historias que oiga acerca de vuestras
hazañas sean de vuestra propia boca. Y que no sean una elegía. – agregó
Urbandûl.
- Que el caballo de mi hermano te sea útil, seguro que
querrá volver a enfrentarse al mal que acabó con él y saldrás victorioso, él te
ayudará. Es un animal muy orgulloso.
- Gracias Agûnethân, espero estar a la altura de su
anterior amo.
- En cuanto a vosotros, viejos amigos, dar a conocer
vuestro nombre como lo hicisteis por estas tierras cuando os unisteis a
nosotros. Os echaré en falta si estalla la guerra. Si hay un cielo para los
hombres, volveremos a cabalgar juntos de nuevo.
- No te librarás de nosotros tan fácil, Agûnethân. –
bromeó Geko – Te traeré un bonito recuerdo para que lo coloques en tu chimenea,
¿Qué te parece una cabeza de aranauro?
El general no pudo evitar sonreír y se retiró a
sus obligaciones.
- Bueno, pongámonos en marcha, no nos retrasemos más. –
espoleó Iswirn al grupo.
- Si no nos encontramos ningún obstáculo o enemigos
durante el viaje, deberíamos llegar en una semana.
- En marcha entonces.
Los seis jinetes dieron media vuelta y lanzaron
una última mirada al grupo. El día era fresco y soleado. Las calles estaban
casi vacías y no tardaron en llegar a las puertas de la ciudad.
Alêth, el soldado que les negó la
entrada hace un par de días, estaba sobre la muralla. Les saludó feliz,
aliviado de que abandonarán la ciudad; por fin podría dormir tranquilo.
Una vez atravesaron las bellas puertas
ornamentadas, se lanzaron al galope por el camino de tierra dejando una estela
tras ellos. Tras seguir los primeros compases de la mañana hacia el norte,
viraron al oeste hacia el puente de Celebrant sobre el río Anduin. Gracias a la
restitución de un destacamento en el puente y varias dotaciones patrullando, no
tu vieron que preocuparse por la existencia de nuevas tropas enviadas por el
enemigo para interceptarles, al menos hasta que entraran en las Tierras Pardas.
Después se encomendarían a la sabiduría y criterio de Iswirn Dhorather, uno de
los grandes elfos que quedaban sobre la Tierra Media, que cabalgaba elegante
sobre aquel nuevo caballo plateado bajo la luz del sol. Éste nunca había
llevado a nadie sin silla ni riendas y se encontraba dichoso y cómodo. Mártenon
encabezaba la carrera y tiraba del resto, marcando el ritmo. Relinchaba feliz
por volver a reencontrarse con la libertad, la naturaleza, y demostrarle al
viento que si quería, él podía ser más rápido.
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