El rey de la ciudad de piedra

31 de Diciembre de 2004, a las 02:36 - Gelmir
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5. Reyes Sin Reino.

- ¿Cómo hemos llegado a esto?- Se lamentó Turgon- ¿Cómo hemos dejado que se nos vaya de las manos de esta forma? Hace unas horas casi nadie estaba dispuesto a embarcarse en esta locura y en un momento todo Tirion se apresta a partir, no es una decisión meditada, se arrepentirán tarde o temprano.
- No te engañes Turgon- Le contestó su hermano- Si se han decidido tan fácilmente es porque en el fondo deseaban partir, Fëanor sólo les ha dado el empujón que necesitaban, tú deberías comprenderlos, sé que en tu fuero interno también deseas ver la Tierra Media.
- ¿Y a costa de qué, hermano?, ¿de mi hija?, ¿la someterías, tú, a caso a la dureza del camino y a un futuro incierto?- Respondió Turgon furioso- No, no pondré en peligro a Idril, marchaos con Fëanor y que el os conduzca al fin del mundo si es vuestro propósito.
-Ya está bien Turgon, esto no nos ayuda- Se interpuso Aredhel.
- No he dicho que tú tengas que venir, nadie va a obligarte pero tampoco puedes obligar a nadie a quedarse. No apoyo a Fëanor y lo sabes pero hago lo que creo que tengo que hacer, me dolería mucho tener que separarme de ti pero lo haré pues siento que es algo a lo que estoy destinado- Dijo Fingon.

Pocos quedaban ya en la plaza de la Mindon, la mayoría de los Noldor había corrido a sus casas para coger todo aquello que necesitaran y pudieran transportar durante el viaje. Muchas cosas bellas habían hecho los Elfos de la ciudad y era difícil decidir que se llevaría y que no, además, Fëanor había ordenado que cualquier elfo dispuesto a partir debía ir armado pues no sabían que se encontrarían al llegar a la Tierra Media ni cuanto tiempo pasaría antes de las primeras batallas.
Sin embargo, la familia real permanecía aún en aquél lugar pues querían conocer la decisión de cada uno de sus miembros antes de prepararse para el viaje. Fingolfin, como señor de la ciudad y Rey Supremo de los Noldor, de hecho aunque no por derecho,  debía partir con su pueblo aunque su esposa había decidido tajantemente quedarse en Valinor mientras que de entre sus hijos sólo Turgon estaba decidido a permanecer en Tirion. En cuanto a la familia de Finarfin, todos sus hijos estaban dispuestos a marchar y esto había acabado convenciendo a su padre aunque él no lo deseaba.
- Bueno, entonces ya está todo decidido, estad todos en la puerta norte una media hora antes de lo acordado para que podamos ayudar a la gente a organizarse, necesitan alguien que les guíe y supongo que acudirán antes a nosotros que a Fëanor- Concluyó Fingolfin- En cuanto a ti, Turgon, no te presionaré en ningún sentido, apoyaré cualquier decisión que tomes, habla con Elenwë y baja a despedirte de nosotros si decidís quedaros.
Turgon asintió con la cabeza mientras el grupo comenzaba a dispersarse, había mucho que preparar. Se acercó a su esposa que lo esperaba a una distancia prudencial no queriendo coaccionar la decisión de Turgon. Mientras se acercaba a ella el noldo recordó como se habían conocido largos años atrás mientras ambos paseaban por una de las bellas arboledas de las faldas de Túna. Y él la vio allí, tan bella como entonces con los cabellos tan dorados como la luz de Laurelin ondeando bajo la brisa, los ojos azules y profundos como el mar brillando con la luz de mil estrellas y su grácil cuerpo, que se intuía bajo el delicado vestido blanco, ligeramente inclinado sobre una pierna como un junco que resiste la corriente. Ella sonreía aún entonces y, de hecho, Turgon no recordaba nunca haberla visto enfadarse y era capaz de esconder la tristeza siempre que creía que con ella no ayudaría a los que la rodeaban.
- No iremos- dijo Turgon mientras comenzaban a caminar hacia su casa.
- Yo quiero ir- respondió entonces resueltamente su esposa.
- ¿Cómo? ¿Es que no te das cuenta del peligro que supondría para Idril y para ti?
- Turgon, has estado demasiado preocupado en protegerme como para ver que sé hacerlo yo sola y, sobre Idril, muchos niños van a arriesgarse hoy en el viaje, y no es porque sus padres sean irresponsables sino porque creen que realmente les espera un futuro mejor en la Tierra Media, un futuro que Valinor no les dará; la oportunidad de ser ellos mismos y elegir su propio destino.
- Pero no me perdonaría que os sucediese algo, no puedo arrastraros a esto.
- Pero tampoco puedes cargar con el peso que suponemos eternamente, en especial considerando que tienes responsabilidades para con tu pueblo, no debes renunciar a ellas. Quizá sea cierto que es peligroso, pero los Noldor necesitarán líderes, reyes de los reinos que funden en el exilio.
- No me necesitan, muchos están más capacitados que yo para eso.
- Pero el pueblo te quiere, quizás puedas darles esperanza y fortaleza.
- ¿A cambio de qué? Tengo más que perder que ganar.
- ¿Y que importa el precio? Si te quedas pagarás el más alto pues nunca sabrás lo que podrías haber hecho y a quién podrías haber ayudado. No quiero ser la culpable de que vivas tristemente por no haber elegido por ti mismo e Idril tampoco querría serlo.
 La, hasta entonces, firme determinación de Turgon empezó a resquebrajarse. No podía evitar imaginarse a sí mismo liderando a un pueblo poderoso e indómito, orgulloso de su libertad y de su independencia y lo suficientemente fuerte como para resistir los embates del mal. Se imaginó señor de un gran reino más allá del mar y vio a su esposa como una reina querida y a su hija como la más bella y noble de las princesas  de los Noldor y entonces empezó a comprender que quizás hubiera felicidad tras el riesgo que le había impedido mirar más allá. Pero aún podía más la reticencia dentro de él pues su lado más sensato le mostraba una vida errante llena de penurias, no sería rey pues no habría reino donde reinar y su pueblo no le seguiría, más ocupado en el pan de cada día que en llevar a cabo hazañas que resonaran en futuras canciones.
Pero entonces vio algo que le sacó de sus pensamientos, se acercaban ya su casa por una de las estrechas callejuelas de Tirion, durante el trayecto habían visto furtivas luces de antorchas que corrían de un lado a otro de las murallas o entre los arcos y puentes que salvaban los escarpados desniveles de los barrios altos de Tirion, también había luz en el interior de algunas casas y la lámpara de la Mindon barría cada pocos instantes la ciudad con su luz plateada. Sin embargo, no había ninguna iluminación en las calles, no había sido necesaria mientras los Árboles habían brillado pues nunca interrumpían del todo su luz así que la mayoría de la ciudad se encontraba en penumbra. No obstante, lo que sorprendió a la pareja fue que en frente de ellos, aproximadamente desde su casa que quedaba oculta por una esquina llegaba una claridad muy apreciable como de decenas de antorchas así como el murmullo de muchas voces. De pronto, pareció como si estallara una discusión.
-¡Por todos los Valar, qué se supone que está...- Comenzó a maldecir Turgon ante la algarabía que se desarrollaba delante de su casa.
Pero al doblar la esquina se quedó mudo y al verle, los allí reunidos también callaron y se volvieron, le estaban esperando.

La estructura social de Tirion era, en aquella época, casi tan enrevesada como la política. Desde la fundación de la ciudad se había querido dar la idea de que todos contaban y de que todos debían ser tratados de la misma forma. Pero las tareas de construcción primero y la convivencia después demostraron que era necesaria una organización más clara y que, al fin y al cabo, era necesario que unos mandaran sobre otros. En principio los cargos de responsabilidad no eran hereditarios (excepto, por supuesto, el de Rey Supremo) pero al fin y al cabo como el que desempeñaba uno de esos cargos podía hacerlo eternamente, los elfos fueron asumiendo que ciertas familias gobernaban sobre otras y gracias a que la mayoría de ellos eran de buen talante y a que esas familias debían su elección a ser muy queridas por la población, el sistema funcionó y perduró a lo largo de los siglos.
En aquellos días, los habitantes de la ciudad se agrupaban alrededor de lo que se conocía como "casas". Las casas agrupaban a una familia de la clase gobernante (que recibía por si sola el apelativo "casa" por extensión) y a otras que componían su círculo de influencia (en general la relación de esas familias se debía a su ocupación, por ejemplo, había varias casas de orfebres en la ciudad cuyos líderes eran los joyeros más renombrados). Así, cada familia dirigente gobernaba sobre su círculo de influencia e intentaba obtener las mejores condiciones posibles para él (normalmente a través del Alto Consejo en el que las casas más influyentes tenían una representación fija y las más modestas intentaban conseguir una a través de las votaciones periódicas). El caso de la Casa Real era ligeramente diferente pues era la casa cuyo círculo de influencia comprendía a las demás casas influyentes y actuaba como elemento estabilizador entre ellos. De hecho, se podía decir que cada miembro de la casa real tenía sus propios contactos entre las casas influyentes que acudían a él cuando lo necesitaban y, que a cambio estaban dispuestas a respaldar sus propuestas (así Fëanor arrastró consigo en su exilio a las casas sobre las que él o sus hijos tenían influencia).

Y es que lo que ahora sorprendía a Turgon era encontrarse con los representantes de unas treinta casas de la ciudad esperando en la puerta de su hogar. La mayoría correspondían a su propio círculo de influencia y conocía a sus líderes personalmente (y muchos de ellos eran grandes amigos suyos). Por lo que había oído instantes antes en la ciudad alta, la mayoría de los allí congregados habían decidido que sus respectivas casas partirían al exilio aunque también había algunos que habían hablado en contra de las ideas de Fëanor.
Las discusiones habían cesado y ahora todos le miraban como esperando que dijera algo, a su lado Elenwë sonreía divertida por lo que estaba pasando y con una expresión en su cara que Turgon conocía muy bien, la había visto después de muchas discusiones en las que su esposa había resultado tener razón. Pero el cerebro de Turgon funcionaba ahora demasiado deprisa intentando dilucidar lo que pasaba como para reparar en la expresión de su esposa y sus ojos que se movían por el grupo de elfos no dejaban de reconocer a un viejo amigo tras otro.
En un primer vistazo reconoció a Penlod, el líder de una importante casa de constructores, y famoso por su altura pues era casi tan alto como Turgon; a Verce, señora de un grupo de exploradores que jugaron un papel crucial en el gran viaje y que, en aquellos días, viajaban por las regiones más remotas de Aman, sus mapas eran apreciados incluso entre los Valar; a Galdor de los leñadores y ebanistas y gran amigo de Turgon; también era gran amigo suyo Duilin afamado arquero y señor de cazadores y por último aparecieron entre el gentío Egalmoth y Raumo señores de arqueros y de  herreros respectivamente. Había otros muchos pero era difícil distinguir sus rostros en la penumbra.
Entonces se le acercaron Ecthelion y Glorfindel líderes de magos y guerreros y los mejores amigos de Turgon, ambos caminaban sonrientes quizá divertidos por el desconcierto que habían ayudado a causar en Turgon. Turgon fue directo hacia ellos y les indicó que se alejaran un poco del grupo y los condujo al pequeño porche de la entrada de su casa.
-¿Qué significa todo esto?- Preguntó Turgon antes de que sus amigos reaccionaran.- ¿Qué pinta toda esta gente aquí?
-Bueno, digamos que mientras la casa real arreglaba sus asuntos domésticos, hemos decidido ser un poco más prácticos y organizarnos- le respondió Glorfindel con ese tono bromista tan característico de él.- Ninguno de los que estamos aquí queremos que Fëanor decida por nosotros a dónde debemos ir y qué debemos hacer así que nos hemos unido para tener la fuerza suficiente como para ser autosuficientes en la Tierra Media. Si te fijas verás que tenemos herreros, constructores, ingenieros, orfebres, curtidores...
-Está bien, ya lo entiendo- le interrumpió Turgon- Habéis reunido a la población suficiente para formar un reino en el exilio pero, entonces, ¿por qué estáis aquí en vez de estar organizando todo lo necesario para la partida?
-Siempre he creído que eras despistado Turgon, pero no tanto.- Intervino Ecthelion.- Como has dicho, tenemos la población y los medios para fundar un reino o para marchar a la guerra pero ¿quién nos liderará? No podemos elegir un rey entre iguales así que te hemos elegido a ti. ¿Aceptarás conducir a tu pueblo en el exilio,  príncipe de los Noldor?, ¿Nos llevarás a la victoria y nos gobernaras con justicia y sabiduría?-Preguntó de la forma más directa posible y con una franqueza aplastante.
-Pero...-titubeó Turgon totalmente boquiabierto y sin creer lo que estaba pasando.
-Turgon, ya sabemos que esto te toma totalmente desprevenido, pero de verdad que te necesitamos, no hemos acudido a ti por capricho, todo Tirion se organiza alrededor de tu familia en estos momentos, muchos seguirán a tu hermano y otros a tus primos, no podemos ser demasiados en cada grupo pues sería más difícil organizarnos en el viaje, necesitamos un rey y deberías estar orgulloso de que te hayamos elegido a ti.
¿Orgulloso? Aquello era demasiado, ya tenía bastante con cuidar a su familia como para tener ahora más preocupaciones. ¿Cómo podían hacerle esto sus mejores amigos sabiendo por lo que estaba pasando?, ¿a caso todo el mundo se había puesto de acuerdo para exigir de él cosas que no era capaz de darles? Era una locura, una insensatez, el no podía ser rey, no debía serlo, estaba seguro que todo sería un absoluto desastre. Sin embargo, en cuanto la sensación de sorpresa y desconcierto remitió y comenzó a ver las cosas desde una perspectiva más racional, volvieron a Turgon los pensamientos que le habían asaltado antes y volvió a verse a si mismo como un querido y justo soberano de un reino poderoso. Comprendió que sólo este acto de aprecio por parte de su pueblo merecía su sacrificio personal y que si ellos habían decidido él no era nadie para quitarles la razón, únicamente el tiempo diría si estaban o no equivocados.
-¿Y bien? -Le apremió Ecthelion
-Acepto- respondió Turgon en un hilo de voz sintiendo que no era dueño ni de su voz ni de sus actos y sin ni siquiera el valor suficiente para mirar a los ojos de los que eran sus amigos y ahora también sus súbditos.
-Sea así, ¡Salve Turgon, rey de los Noldor!- Dijo Ecthelion arrodillándose y dejando a su amigo más trastornado aún.
-Quizás mejor rey de "parte de los Noldor", deberíamos buscarnos un nombre, ¿no os parece?- Bromeó Glorfindel intentando suavizar el nerviosismo de Turgon a la vez que imitaba a Ecthelion arrodillándose ante él.
El nuevo rey no sabía si echarse a reír o a llorar pues la visión de sus amigos arrodillados ante él era igualmente desconcertante y divertida.
-Ahora que sois mis súbditos encontraré algún castigo por todo esto. -Bromeó mientras los obligaba a levantarse.
Y, entonces, cuando los miró a los ojos vio que nada y a la vez todo había cambiado pues lo seguían mirando como a un amigo pero a la vez había un nuevo contraste en su mirada, la imagen del respeto que comenzaban a sentir por él. Un respeto que había nacido al ver como había reaccionado, con la valentía que nace de la prudencia y que es la única verdadera pues lo demás es irreflexión y al verle madurar en escasos minutos lo que no había madurado en años. Además, notó el anhelo y la esperanza que habían depositado en viajar a la Tierra Media y que, ahora le confiaban a él, pidiéndole que hiciera posibles sus sueños y ofreciéndose para ayudar a cumplir los suyos. De hecho, las miradas de Ecthelion y de Glorfindel sería lo que posteriormente más recordaría Turgon de aquél día pues fueron capaces de liberarle del miedo y la congoja e hicieron que Turgon se sintiera lo suficientemente fuerte como para enfrentarse a todo lo que habría de venir en los días siguientes.
En aquél momento, se sintió invadido por una extraña euforia, un sentimiento de alegría incontrolada y de impaciencia pero a la vez de una lucidez que le permitía ver todo desde una perspectiva mucho más amplia, y entonces, sin razón aparente comenzó a reírse. Era una risa pura, cálida y franca que pronto contagió a sus dos amigos. Mientras tanto los que esperaban la decisión de Turgon y que habían prorrumpido en vítores tras ver a Ecthelion y a Glorfindel arrodillarse al comprender que su petición había sido aceptada también reían ahora con su rey y Elenwë lo miraba con una sonrisa colmada de inmenso orgullo. Cuando fue capaz de serenarse Turgon se volvió y se acercó a la barandilla del porche quedando iluminado por las antorchas, miró al extenso grupo y todos callaron.
-¡Pueblo de Tirion!, he oído vuestra petición y ofrecimiento, me habéis exhortado a que os guíe en estos momentos difíciles y quizá en momentos mejores, me habéis pedido que sea vuestro rey..., y yo debo negarme.- Anunció dejando a todos visiblemente sorprendidos.- ¿Pues qué derecho tengo yo a aceptar tal propuesta? ¿A caso merezco tal honor? Soy yo el que he de pediros, rogaros, suplicaros que me permitáis guiaros en estos momentos difíciles y quizá en momentos mejores, soy yo el que debe entregarse a vosotros como sirviente y no como rey, y os prometo que, si me honráis con algo que no habría osado imaginar hace escasos minutos, dejaré hasta la última gota de sangre que corre por mis venas en el empeño de que cada día sea mejor para vosotros que el anterior y de que seamos ejemplo, orgullo y esperanza de todos los pueblos de los Eldar. ¿Aceptáis mis condiciones?
Y, tras un segundo en el que las últimas palabras de Turgon hincharon aún más los corazones de los que le escuchaban, el "sí" fue tan contundente que se escuchó en toda Tirion. Si hasta entonces se habían convencido unos a otros de que Turgon era la mejor elección posible, a partir de aquél momento ninguno tuvo dudas nunca más, ni sobre aquello, ni sobre cualquier cosa que dijera su rey.

- Menos mal que Ecthelion y Glorfindel lo tenían todo previsto, no creo que hubiese sido capaz de organizar nada ahora excepto mi propio equipaje, y ni siquiera de eso estoy seguro- Dijo Turgon tras cerrar la puerta de su casa- La verdad es que no entiendo por qué no han elegido a alguno de los dos, parecen más capaces que yo.
- Quizás si pero el pueblo quiere a tu familia y no eligen a los reyes por su capacidad sino por el aprecio que sientan hacia ellos. Eligieron a tu abuelo porque le apreciaban y porque demostró un gran valor al seguir a Oromë hasta aquí.-Le contestó Elenwë
- Ya lo sé pero yo no les he demostrado nada, temo que me hayan elegido sólo por el aprecio que sentían por mi abuelo y que yo no sea capaz de estar a su altura.
- Pero si que has demostrado algo. Todos vieron firmeza y reflexión en tu oposición a Fëanor y han visto ahora el amor que sientes por ellos al renunciar a quedarte porque te han pedido que les acompañes. Tampoco Finrod y sus hermanos se sienten capacitados para liderar a un pueblo y sin embargo tienen ahora tantos seguidores como tú, y lo mismo ocurre con tu padre y tu hermano. Es hora de que asumas la responsabilidad y el honor que conlleva ser un príncipe.
- Un momento... ¿cómo sabes que el pueblo se ha reunido alrededor de mi familia?- La interrumpió.- ¡Lo sabías!, sabías que iban a acudir a mí.
- Digamos que tuve una charla con Ettelie- Que era la señora de una casa de mercaderes que también había jurado fidelidad a Turgon.-en la plaza de la Mindon mientras discutías con tu familia, ella me puso al corriente de todo.
- ¿Y no me dijiste nada?, estuviste todo el trayecto hasta aquí intentando convencerme pero sin darme las verdaderas razones- Exclamó Turgon entre enfadado y sorprendido.
- No creí que me correspondiera a mí darte la noticia.- Le respondió con toda la seriedad de la que fue capaz.
- Como siempre, soy el último en enterarse de todo.- Dijo aparentando estar muy disgustado mientras se acercaba a su esposa de forma amenazante.- Si no te quisiera tanto no sé lo que haría...
 Turgon pasó el brazo por detrás de la cintura de Elenwë y la atrajo hacia él. Sus ojos quedaron a escasa distancia de los de la elfa y su mirada se perdió en ellos como tantas otras veces lo había hecho mientras una sonrisa pícara aparecía en la boca de ella.
- Pero como me quieres si sabes lo que vas a hacer...
- Pero, ¿e Idril?
- La dejé durmiendo antes de que nos fuéramos y no hay nada encendido.- Respondió mientras le besaba en el cuello.
- ¿Y el equipaje? Hay mucho que preparar...
-  No creo que se vayan sin ti, al menos no después de lo que acaban de decirte. ¿No te parece?
- Pero debería estar en la puerta pronto para ayudar a organizar a la gente.
- Oh, por Eru, cállate de una vez- Susurró impaciente a la vez que lo abrazaba más fuerte.
- Está bien- Respondió Turgon entre risas.- Y, ¿en que estaba pensando mi reina exactamente?
- Ven y compruébalo por ti mismo.- Le contestó mientras se alejaba escaleras arriba.

- No, Idril, no puedes llevarte eso, coge sólo lo más imprescindible y si quieres llevarte algún recuerdo, que sea algo que puedas llevar encima sin que te moleste, ten en cuenta que vamos a andar mucho.
- ¿Vamos a ir a Alqualondë, Amil?
- No, mi niña, mucho más lejos, más allá del mar.
- ¿Y nos quedaremos dormidos?
- ¿Por que íbamos a hacerlo?
- Cuando el bisabuelo Finwë cuenta historias de más allá del mar siempre empiezan con todo el mundo dormido, y ya sabes que odio las siestas desde pequeña.
Elenwë no pudo reprimir una sonrisa.
- No te preocupes, no dormiremos más que aquí, de hecho ya verás como vamos a pasar muchas aventuras. Pero venga, date prisa y prepara lo que quieras llevarte y no olvides coger ropa de abrigo.
La pequeña se dio la vuelta y abrió uno de los grandes armarios de madera de cerezo finamente tallada, pero antes de sacar nada se volvió otra vez.
- Amil...
- Que quieres.-Se resignó su madre.
- ¿Va a venir el bisabuelo Finwë con nosotros? Desde ayer todos evitan hablar de él si yo estoy cerca.
- No mi niña, no va a venir, él se ha ido de viaje al este y nosotros partimos hacia el oeste.- Le respondió Elenwë dándose cuenta de que su hija había crecido más de lo que ella creía y de que se daba cuenta de mucho de lo que estaba sucediendo.
- Amil...
- Idril, por favor, prepara tus cosas, tenemos que irnos en una hora.
- ¿El bisabuelo se ha muerto?- Preguntó mientras  una lágrima se deslizaba por su mejilla.
Elenwë dejó caer el vestido que estaba doblando, no sabía que responder a su hija, la muerte era algo incomprensible incluso para ella, habían decidido no contárselo hasta que toda la conmoción de la partida hubiera pasado pero estaba claro que su hija se había vuelto demasiado perspicaz y que la mejor forma de tratar las cosas era con la mayor franqueza posible. Dejó escapar un gran suspiro y miró a los ojos de la pequeña intentando sonreír.
- Si mi vida pero no te preocupes, él vive ahora con Mandos y se habrá reencontrado con Miriel y seguro que es muy feliz.- Le contestó mientras la abrazaba sintiendo que se le partía el corazón.- Pero cariño, no pienses en eso ahora, es muy importante que preparemos todo-.
Acarició el largo pelo claro de Idril y la empujó suavemente en la espalda apremiándola a continuar lo que estaba haciendo. Sin embargo, algo la distrajo otra vez a los pocos minutos y Elenwë se volvió, sorprendida, al escuchar la risa de la niña. En la puerta de la habitación estaba Turgon como ella no lo había visto desde que se conocieron, armado de pies a cabeza con una cota resplandeciente y con una brillante espada al cinto.

Y era cierto que no le había visto así desde hacía siglos, desde el día en que se conocieron. Viajaba ella entonces de Valmar donde vivía con su familia a Alqualondë a visitar a unos parientes cruzando el Calacirya. Cuando la comitiva Vanyar se acercó a los muros de Tirion se detuvieron a descansar pues había festejos en la ciudad y en la ladera de Túna los Noldor los acogieron con júbilo y los invitaron a compartir su mesa y su celebración. La casualidad quiso que, mientras los acompañantes de Elenwë se demoraban en la fiesta, comenzaran las justas preparadas para la ocasión. Aunque a la joven no le gustaban aquél tipo de competiciones no pudo evitar que su atención fuera atraída al concurso de tiro con arco donde una elfa de cabellos dorados vencía sin dificultad a un buen número de elfos fornidos.
- Estas cosas no ocurren entre los Vanyar-. Comentó distraídamente Elenwë a alguno de los que estaban cerca de ella.
Pero ya no escuchó la réplica pues su mirada se fijó en un joven elfo que se preparaba para el combate. Tendría aproximadamente su misma edad pero era difícil decirlo ya que sólo en sus ojos se apreciaba el fuego propio de la juventud. Llevaba una cota dorada que sólo le cubría el torso y que estaba formada por docenas de finas láminas que se extendían circularmente desde el corazón donde se entrelazaban y salían hacia fuera como una flor abierta de mil pétalos. No llevaba casco que le protegiera la cabeza -pues en aquellos tiempos de paz, los Noldor fabricaban armaduras buscando la belleza y la comodidad- sino solamente un aro dorado, quizás capaz de desviar algún golpe perdido pero nunca de parar una acometida decidida, en el que resplandecía justo en el centro de su frente un sello que representaba una gaviota blanca alzando el vuelo.
- ¿Quién es él?- Preguntó sin dirigirse a nadie en concreto.
- Es Turgon hijo de Fingolfin, príncipe de los Noldor.- Le respondió una joven que la había escuchado y había seguido su mirada hasta Turgon.
Entonces él la miró, y aquellos ojos grises como el océano a la luz de las estrellas la traspasaron y se sintió desnuda ante él aunque a la vez la invadió una sensación de calma y seguridad que nunca había sentido. Sin embargo, no pudo resistir la mirada del noldo más que un instante y volvió la cabeza avergonzada, cuando lo buscó otra vez entre el gentío él ya había desaparecido.
Minutos antes, Turgon salía de una de las tiendas que se habían dispuesto en las laderas de Túna, se sentía incómodo con la cota aunque debía reconocer que era bellísima y que era un honor que uno de los mejores herreros de Tirion se la hubiese hecho a medida; por otra parte, la mayoría de las jóvenes, y no tan jóvenes, doncellas que se cruzaba parecían pensar que le quedaba muy bien pues se le quedaban mirando más aún que de costumbre. No obstante, y dejando a parte el estímulo de sentirse observado y deseado por la mayoría de las elfas que lo rodeaban en aquél momento, a Turgon no le apetecía nada estar allí. Nunca le habían gustado las justas, odiaba la violencia como espectáculo y no porque fuera un cobarde ni porque no fuera un buen combatiente sino porque había heredado la forma de ser de la familia de su abuela y aunque se sentía Noldor hasta la última gota de su sangre amaba las tradiciones de los Vanyar y era más dado al canto y a la pluma que a la espada. Aún así, no desaprovechaba la oportunidad de medirse con alguno de sus amigos en privado y de mejorar su, por otra parte, innato talento para el combate; y quiso la casualidad que unos meses atrás su abuelo lo viera luchando a espada con Ecthelion y no se le ocurriera nada mejor que encargarle aquella armadura e inscribirlo a aquél ridículo torneo.
Sin embargo, mientras esperaba a que comenzase su primera contienda, sucedió algo que cambiaría totalmente el significado de aquél día. El gentío que lo rodeaba pareció apartarse súbitamente dejando un espacio libre que sus ojos siguieron irremediablemente hacia el ser más hermoso que vería nunca. Ella lo miraba con ojos de zafiro y el cabello rubio enmarcaba un rostro de suprema perfección. Llevaba una larga túnica en cuyos pliegues se apreciaban el blanco más puro de las nubes y, a la vez el azul propio de un cielo de verano que cubría un cuerpo esbelto en el que se confundían la fuerza y la delicadeza en una deliciosa contradicción. Mientras sostenía su mirada, sintió que él ya no era el centro de atención, como podía serlo si ella estaba allí, qué importaba lo demás si ella estaba allí...
Pero no quiso el destino que sucediera nada más en aquella ocasión. Elenwë se sonrojó y apartó su mirada de Turgon, el gentío se interpuso nuevamente entre los dos y aún conmocionado el noldo fue llamado a combate y se marchó, cuando la joven levantó la mirada ya no había nadie.
Más la oportunidad que les fue arrebatada entonces les acabaría siendo devuelta con creces pues habrían de coincidir otra vez en las laderas de Túna cuando Elenwë volvía de su viaje y algunas veces más en las fiestas que los Valar organizaban cada año en Valmar. Diez años después anunciarían su compromiso pero Elenwë no había vuelto a ver a su esposo con aquella armadura desde entonces.

- Eh, ¿te encuentras bien?
- Si, estaba pensando..., nada, no importa.
- ¿En cuando nos conocimos?
Elenwë sonrió, le encantaba aquella complicidad, Turgon siempre sabía lo que pasaba por su cabeza.
- Si, han pasado tantas cosas desde entonces..., a veces me pregunto que habría sucedido si no hubiera hecho aquél viaje a Alqualondë.
- Bueno, tampoco hace tanto, a mi me sigue quedando bien la armadura-. Bromeó.
Pero tras decir esto, la expresión de Turgon cambió, como si se acabara de dar cuenta de que había hecho algo terriblemente mal y buscase la forma de arreglarlo.
- Elenwë, llevas las últimas horas apoyándome en mis decisiones e intentando convencerme de que tome las correctas, y yo, a cambio, no me he preocupado por ti, ni siquiera has hablado con tu familia de todo esto y no me había dado cuenta hasta ahora.
La elfa sonrió afablemente.
- No te preocupes, después de que se apagaran los Árboles mis padres nos acompañaron desde Taniquetil a Idril y a mí. Estábamos juntos cuando Fëanor  habló en contra de los Valar y, como temía que todo esto acabaría pasando, me despedí de ellos entonces y les dije lo que tenía pensado hacer en caso de que decidieras marcharte. Además, no te atormentes por eso, ya has tenido bastante en que pensar en este tiempo como para atender también los problemas de los demás.
- Que la vida no habría merecido la pena-. Dijo Turgon tras un breve silencio.
- ¿Cómo?
- Es lo que habría pasado si no hubieras hecho aquél viaje.

- Voy a bajar a las caballerizas a enjaezar a Nixë y luego subo a buscaros, estad preparadas en unos treinta minutos-. Gritó Turgon desde la planta baja de la casa algunos minutos después.
Eran pocos los Noldor que poseían caballos pues estaba prohibido que entrasen en la ciudad y no acostumbraban a viajar mucho o muy lejos. Sin embargo, los comerciantes, los nobles y los miembros de la familia real si que solían viajar a Valmar y a Alqualondë con asiduidad y, muchos de ellos, tenían caballos y carros. Las caballerizas estaban adosadas a la muralla exterior de Tirion de forma que había una puerta que comunicaba directamente con el exterior para que los animales no ensuciaran las calles de la ciudad. Se había acordado que nadie llevase carros debido al escarpado terreno al norte de Tirion, sin embargo, los caballos si que eran importantes especialmente para él que tendría que organizar a un gran grupo de personas. Así que a Turgon le esperaba un paseo hasta la ciudad baja para preparar a Nixë, el hermoso caballo blanco regalo de su padre.
Cubrió la cota con una capa oscura pero al abrir la puerta descubrió que había alguien esperando en el umbral. Era una mujer cubierta de pies a cabeza por una túnica negra, su rostro era de rasgos hermosos y delicados aunque había tristeza en aquellos ojos negros; no obstante, lo que más sorprendió a Turgon es que no era una Eldar.
- Soy Saire, traigo un presente de la Señora de las Lágrimas para vos.
- Perdonadme pero no entiendo...
- No hagáis preguntas vos no tenéis tiempo y yo tampoco, no debemos intervenir en el curso del destino. Tomad, fue encargado para vos, a Yavanna, por mi señora, "Por la ayuda prestada en el pasado, por una decisión correcta en el presente y por una esperanza en el futuro". Éstas fueron sus palabras.- Relató mientras le entregaba una caja envuelta en un tul.- No lo abráis ahora, guardadlo, aparecerá en el momento oportuno.
 Al apartar la gasa apreció una cajita hecha de oro y mithril en cuya tapa, estaban tallados los dos Árboles cada uno en su color de forma que sus ramas se entrelazaban en un complicado cierre. Cuando alzó de nuevo la vista hacia la Maia se descubrió mirando al vacío pues había desaparecido, no había rastro de ella en toda la calle.
- Será mejor que no le dé muchas vueltas.- Pensó mientras cerraba la puerta.

Desde la puerta norte de Tirion, la ladera de Túna parecía estar cubierta de libélulas. Cientos de miles de antorchas tapizándola conformaban un espectáculo igualmente bello e inquietante pues a la luz de las estrellas era difícil distinguir a los que las llevaban y parecían flotar como las ramas de un bosque de fuego. Nada más cruzar la puerta, Ecthelion apareció delante de Turgon y su familia.
- Empezábamos a pensar que no ibas a venir.
- Deberías tener más confianza en aquél que has elegido para ser tu rey.
- Desde luego ya hablas como tal, espero que no se te suba a la cabeza.... Bueno, fuera de bromas, nuestra gente se está congregando en la zona este, hemos hecho un recuento bastante aproximado y parece que somos unos cuarenta mil contando mujeres y niños.
- ¿Y los demás grupos?
- Fëanor ha reunido unos cincuenta y cinco mil; tu padre y tu hermano alrededor de cien mil; Finarfin, Finrod, Orodreth y Nerwen lideran unos setenta mil y Angrod y Aegnor unos veinte mil. Así que en la ciudad quedan cerca de treinta mil elfos, menos de los que esperábamos.
- Bueno, quizás sea mejor que seamos más aunque lo vamos a tener más difícil para llegar a la Tierra Media. ¿Ha dicho algo Fëanor de lo que tiene pensado?
- No sabemos nada, pero parece que no le va a quedar más remedio que seguir una política de "hechos consumados", no cuenta con el apoyo suficiente para ordenar nada, no si tu padre está en contra.
- Quizás deberíamos ir a enterarnos de los asuntos de palacio ¿no te parece?
Turgon se volvió para recibir a su hermana, montaba un caballo negro hermano de Nixë y se había puesto una armadura de cuero endurecido y labrado con exquisita finura, al cinto llevaba un sable ligeramente curvo, arma que utilizaban las pocas doncellas que sabían luchar entre los Noldor.
- Estás muy guapa hermanita.
- Algún día me cansaré de que me saludes siempre así, pero, por ahora, puedes seguir haciéndolo.- Dijo acompañando las palabras con una amplia sonrisa.- Ya veo que tú has elegido las galas propias de tus nuevas responsabilidades. Bueno, basta de charla, deberíamos reunirnos con el resto de nuestra feliz y unida familia antes de que se les ocurra cualquier barbaridad.
- Está bien, Ecthelion, ¿Por qué no acompañas a Elenwë y a Idril con  los demás?
- Por supuesto, será un honor guiar a dos damas de tan suprema belleza.- Dijo arrancando una sonrisa de los labios de Idril.- Si quieren seguirme...
Turgon se despidió de ellas, subió a Nixë y trotó hasta ponerse a la altura de su hermana.
- Bueno..., parece que ya no hay marcha atrás. Por cierto, es raro que nadie haya acudido a ti como ha pasado conmigo.
- ¿Y quién ha dicho que no lo hayan hecho?

Turgon sintió el fragante olor de la brisa marina y el roce del viento en su pelo. Después de varias horas de marcha se acercaban al mar, pasarían cerca de Alqualondë y seguirían hacia el norte buscando un paso a través de los estrechos, a través del hielo crujiente. Tal como habían acordado, Fëanor avanzaba en la vanguardia seguido por Fingolfin y Fingon, por Finarfin y sus hijos, por Turgon, y por último, en la retaguardia, caminaban Aegnor y Angrod. Habían sido momentos tensos los que precedieron a la partida. No era fácil para los Noldor abandonar la ciudad que ellos mismos habían construido y que era su único hogar, además, la aparición del mensajero de Valmar no había ayudado pero las palabras de Fëanor y el poder puesto en ellas, equiparables a las mostradas en la puerta del consejo horas antes, habían bastado para convencer a casi todos de que hacían lo correcto. Ahora que la luz de plata de Mindon Eldaliéva se había perdido entre las brumas del horizonte nadie miraba ya atrás.
Sólo una colina los separaba ya del Puerto de los Cisnes, el camino ascendía por última vez antes de bajar hacia las playas de Eldamar quedando los muros de Alqualondë a poco más de medio estadio. Cuando Turgon y la vanguardia de su grupo alcanzaban el altozano un mensajero los abordó. Le pareció que era uno de los ayudantes personales de su padre aunque no era capaz de recordar su nombre. Tras desmontar a un par de varas se acercó a Turgon y le saludó.
- Me envía vuestro padre, Fëanor ha pensado pedir ayuda a los Teleri para cruzar el mar y ha entrado en el puerto con su gente para intentar convencerlos de que nos permitan utilizar los barcos. Os pide que aguardéis aquí hasta que se sepa algo para no crear mucha confusión en los alrededores de la ciudad, nosotros nos hemos retirado hacia el oeste. Si no os importa, os pediría que advirtierais a los príncipes Aegnor y Angrod, yo voy a volver...-.
Turgon no vio la flecha pero la escuchó, escuchó el rápido silbido del penacho al rozar el viento y el tenebroso crujido de la punta al abrirse paso a través de la carne. El mensajero se llevó las manos al vientre mientras miraba al vacío con los ojos desorbitados por el dolor. Cayó de rodillas y, cuando Turgon se apresuró a sostenerlo, ya estaba muerto. Ni siquiera sabía cómo se llamaba y se había muerto en sus brazos. Sin embargo, el impacto del momento no lo retuvo demasiado, el ruido de espadas, el de los cuerpos al caer al agua, los gritos... lo devolvieron bruscamente a la realidad, no había tiempo para pensar en lo ocurrido.
- ¡Retiraos tras la colina, bajad las antorchas!-. Ordenó.- ¡Ecthelion, Glorfindel!
- ¿Qué ha pasado allí arriba?- Preguntó Glorfindel al reunirse con Turgon mientras éste se alejaba de la cima.
- Temo que Fëanor esté atacando el puerto para hacerse con los barcos.
- Pero, ¿Es que se ha vuelto loco?-. Preguntó Ecthelion mientras se acercaba-. ¿Has visto la batalla realmente?
- Han matado a-. Failon, se llamaba Failon recordó súbitamente.- un mensajero de mi padre mientras hablaba con él, hay ruido de lucha dentro de las murallas. Coged a algunos guerreros y seguidme, los demás que protejan al grupo.
Cuando volvió a subir la colina lo acompañaban unos trescientos elfos bien armados, el rumor de la lucha volvió a llegar hasta él aunque ahora parecía más débil y disperso.
- ¡No matéis si podéis evitarlo, utilizad los escudos y los bastones!-. Gritó-. Atacad a cualquiera que levante la mano contra otro elfo, me da igual si es Noldor o Teleri, lo importante es parar esto lo antes posible.
Pero cuando llegó al borde de la cima, mucha de su entereza se desvaneció. El viento que soplaba ahora furioso desde el mar arrancó de sus ojos las primeras lágrimas de furia y frustración.
- ¡Avanzad!-. Gritó y en voz más baja añadió-. Que los Valar nos perdonen por esto.
Aunque en su interior sabía que no habría perdón para aquello.

___________________________________________________________________

Respecto a los personajes que ya empiezan a aparecer los importantes, tomad nota, la mayoría los reconoceréis de "La Caída de Gondolin", no obstante, algunos son de propia cosecha, aquí os pongo los significados de los nombres:
Verce: Literalmente, "la que es libre".
Ettelie: "Dama extranjera"
Nixë (el caballo): "Escarcha"
Saire: "Pena, Dolor"
Failon: "Clemente"



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