El rey de la ciudad de piedra

31 de Diciembre de 2004, a las 02:36 - Gelmir
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6. En las Playas de Eldamar.

En las Playas de Eldamar,
Mirando a las tierras mortales
A través de las nieblas del mar.
Enamorada de las corrientes
De la espuma y de la sal
Pero sin olvidar que, a su espalda
Brilla la luz de Valimar,
Allí se alza, gloriosa, la joya de Elfinesse,
Altas las murallas y fuertes los arcos,
Cubierto de perlas el puerto blanco.

Mi camino me acercó a ti,
Hace no mucho,
Si es que en esta oscuridad sin fin
Aún pasa el tiempo.
Más ahora dudo de lo que vi
Pues aún hoy, el recuerdo
A mi memoria consigue herir.
¿Qué pasó en tus muros, que pasó?
Los he visto caídos, roto su orgullo
Despojados de la belleza que en ellos hubo.

Busqué entre tus casas blancas
Las risas de tus gentes,
Pero encontré vacías las plazas,
Y de luto las calles estrechas.
Cuanto más buscaba
Más me invadía la pena,
Cuanto más buscaba...
¿Qué pasó en tus calles, que pasó?
Se han vuelto frías y oscuras
Henchidas de llanto y amargura.

Recordaba las claras luces del puerto
Límpidas como las estrellas de Varda,
Pero al llegar a los fondeaderos,
No vi pebeteros ni lámparas
Sólo un brillo espectral, el brillo del fuego
Que quemaba las casas,
Se borraban las estrellas del cielo.
¿Qué pasó en tu puerto, que pasó?
El agua está manchada de sangre,
En llamas la dársena arde.

Mil veces navegar había visto
A los barcos, los cisnes del Belegaer,
Pero entre los diques se han perdido,
Sólo hay velas rasgadas
Y mástiles, por el hacha, hendidos.
La blanca flota de ojos de azabache
Ha partido con incierto destino.
¿Qué pasó en los muelles, que pasó?
Por el filo de la espada, se rompieron las amarras
Todo se perdió por el filo de la espada.

En sólo una noche habló el hado,
¿Qué pasó en tus muros?
Que quemamos, destruimos y matamos.
¿Qué pasó en tus calles?
Que quemamos, destruimos y matamos.
¿Qué pasó en tu puerto?
Que quemamos, destruimos y matamos.
¿Encontraremos perdón, lo encontraremos?
No, pues no creo que lo haya,
No, pues sé que no lo hay.

En ese momento, la voz de Aredhel se quebró y no dijo nada más. Desde pequeña había preferido expresar sus sentimientos en general, y la pena en particular, con el canto antes que con la palabra, no había llorado desde la batalla de Alqualondë pues sentía que debía dar una imagen de fortaleza ante su gente para que no se viniesen abajo. Sin embargo, habían pasado ya días y no había sido capaz de esconder durante más tiempo su dolor. Ahora no podía apartar los ojos del mar, como buscando consuelo en la Tierra Media donde quizás pudiera expiar su culpa. El cielo y el océano se confundían retándose el uno al otro por ver quién podía ser más oscuro pues las estrellas se habían cubierto por una mortaja de nubes, el mundo entero estaba de luto. La larga túnica gris que llevaba desde la batalla de Alqualondë, pues había sido incapaz de volver a ponerse la armadura, se había mojado con las olas heladas que bañaban sus pies y ahora caía fría y pesada sobre sus piernas mientras la arena de la playa le arañaba. Aquél otrora bello y agradable lugar parecía haberse vuelto totalmente hostil, al menos para ellos.
Al darse la vuelta encontró la mirada de Turgon, gris como el mar al que acababa de dar la espalda.
- No fue culpa nuestra, ni tuya ni mía.- Le dijo mientras su mente volaba hacia atrás, a un momento en el que había dicho esa frase con convicción.
- Y sin embargo, las lágrimas que luchan por salir de tus ojos no dicen lo mismo.
- Son de pena y de compasión por los que se han perdido.
- Y de rabia y asco por nosotros mismos. Nuestro camino se ha vuelto peligroso, Turgon, detrás sólo queda la culpa y delante una esperanza que se desvanece por momentos.
- Quizás se desvanezca para nosotros pero aún podemos dársela a ellos.- Dijo señalando el campamento que se extendía tras ellos.
- Ya sabes lo que les espera, ya sabes lo que nos espera. Sólo hay una forma de regresar. Para los que esgrimimos la espada en Alqualondë y sabemos lo que sucedió, sólo hay una forma de ser perdonados por los demás y por nosotros mismos, al final de todos los caminos sólo alcanzo a ver la misma suerte.
- Quizás surjan nuevas esperanzas, quizás otras lágrimas borren la sangre antes del fin.
- No para ti, ni para mí, hemos sellado nuestro destino, ahora sólo nos queda esperar.
Mientras su hermana pasaba a su lado alejándose hacia el campamento, no pudo evitar que la memoria lo devolviera de nuevo a Alqualondë y que los recuerdos más terribles de toda su vida volvieran a él.

No había resultado difícil entrar en el puerto, ya no había arqueros en las murallas cuando Turgon y los que le acompañaban llegaron y los magos de Fëanor habían derruido algunas secciones para permitir el paso del grueso del ejército, sin embargo, había cadáveres por el suelo y signos de una violenta lucha pues, como sabría después Turgon, las tropas de Fëanor habían sido rechazadas varias veces en los muros hasta la llegada del auxilio de Fingon.
Desde el interior de la ciudad, la vista era, si cabe, más dantesca aún. El mar batía enfurecido en la dársena y los barcos que no habían salido a tiempo del puerto habían sido lanzados contra las rocas, la mayoría habían acabado embarrancando y otros habían cruzado el arco ya heridos de muerte para hundirse algunas brazas más allá acabando con la vida de muchos de los que intentaban robarlos. Pero la mirada de Turgon se dirigía ahora a las calles, la mayoría de los combates habían cesado pues los Teleri habían huido buscando la protección de las casas siendo perseguidos por Noldor enloquecidos que batían las calles quizá buscando venganza por un hermano muerto o quizá impulsados por la misma locura que les había llevado a iniciar la lucha. Sólo alrededor de la casa de Olwë continuaban las refriegas, ya que muchos Teleri se habían atrincherado en la mansión y disparaban sus arcos desde las torres y azoteas adyacentes. Mientras tanto, un grupo de Noldor dirigidos por Nerwen y Finrod se había interpuesto entre los últimos efectivos de la Guardia del Puerto, único cuerpo armado de los Teleri, y algunos de los atacantes actuando de escudos ya que ninguno de los dos bandos se atrevía a cargar contra ellos.
- ¡Ecthelion!- Gritó Turgon intentando hacerse oír entre el pandemónium de gritos y golpes- ¿Crees que tú y tus magos podríais hacer algo con los incendios? Puede que muchos hayan quedado atrapados por las llamas.- Dijo señalando las casas que ardían por obra de los conjuros y de las antorchas de los Fëanorianos
- Supongo que podemos intentar controlarlas pero necesitaremos protección pues quedaremos vulnerables mientras tanto.
- Llévate a los que necesites. Los demás, seguidme.
Se adentró entre las calles con una compañía algo disminuida, pronto se vieron envueltos por las primeras escaramuzas.
- ¡Ya sabéis lo que tenéis que hacer!
La tropa se desplegó en pequeños grupos que fueron acabando con los combates dejando inconsciente a todo aquél al que no lograban hacer entrar en razón, la mayoría de los Teleri no les estorbaron al ver lo que estaban haciendo y muchos de los Noldor que estaban luchando se unieron a ellos. Sin embargo, algunos habían perdido demasiado aquella noche como para atender a razones y atacaban indiscriminadamente. Por su culpa se produjeron las primeras bajas entre la gente de Turgon aunque ni siquiera ellos fueron abatidos a menos que no quedara otra solución pues Glorfindel había escogido a elfos de gran confianza que, tras ver el horror que sus hermanos habían desatado y tras oír las órdenes de su rey, no estaban dispuestos a dejarse llevar por el odio.

Pero mientras tanto, Turgon, Glorfindel, Artue (un líder de una de las casas de guerreros) y algunos soldados se habían visto empujados hacia la mansión de Olwë y se acercaban ahora a ésta desde el oeste. La calle en la que estaban doblaba en ángulo recto hacia la derecha pero en la esquina, una lluvia de flechas venidas del otro lado los detuvo. Turgon se asomó con cautela y vio que la calle desembocaba en una plaza con sólo otras dos salidas: una pequeña callejuela en el lateral izquierdo y unos arcos que atravesaban el edificio del fondo para llegar a otra plaza, la que quedaba delimitada por las alas del palacio del Príncipe de Alqualondë. La plaza tenía dos alturas, era más baja donde ellos estaban y, justo después de la callejuela, un muro y una escalinata daban paso a una zona elevada poco más de una vara. Un nutrido grupo de Noldor se parapetaba tras el muro devolviendo el fuego de los arcos Teleri que le llegaba desde las ventanas del otro lado de la calle. Algunos más se cubrían tras la primera casa de la callejuela aunque habían quedado aislados de sus compañeros ya que, entre el muro y la casa había una zona de jardín en la que quedaban al descubierto.
Corrieron hacia ellos y las flechas se estrellaron contra las piedras demasiado tarde y no hicieron blanco en ninguno de ellos ya que habían tomado por sorpresa a los arqueros. Cuando Turgon se resguardó tras el muro se encontró cara a cara con su hermano Fingon que lo miraba sorprendido.
- ¿Qué estás haciendo aquí?- Preguntó mientras se dejaba caer a su lado y comprobaba que sus elfos habían encontrado refugio.
- Me temo que no estoy haciendo nada, atacamos con demasiada rapidez y ahora nos hemos quedado atrapados, no puedo sacar a mis elfos de aquí por donde habéis llegado vosotros, somos demasiados y habría muchas bajas. Pero, parece que a ti te ha ido peor, sois muy pocos.
- Somos pocos porque no hemos atacado, hemos entrado para intentar parar los combates, el resto de la ciudad está ya prácticamente calmada.
- ¿Parar los combates? Pero si nos estaban masacrando, cuando llegué con mi gente a los muros, vi como los arqueros Teleri acometían contra la gente de Fëanor, los Valar han debido pedirles que nos retengan.- El tono de su voz cambió.- Cobardes, si quieren detenernos que se enfrenten a nosotros ellos mismos.
- ¿Pero no estabas con Atar? Un mensajero suyo...     (Atar: Padre)
- No, me adelanté con la mayoría de las tropas para buscar un lugar donde acampar mientras él se separaba hacia el oeste. Pensaba cruzar los campos más allá del puerto cuando la lucha me sorprendió. Tras el primer ataque mi grupo quedó dividido por la Guardia del Puerto, la mayoría han seguido a uno de mis capitanes hacia los embarcaderos y el resto nos adentramos en la ciudad intentando llegar a la puerta norte, temo que si los Teleri cuentan con tropas allí carguen contra Atar y no sea capaz de defenderse de un ataque imprevisto ya que me he llevado a gran parte de las tropas.  El problema es que he ido dejando elfos para proteger el avance o para ayudar a los nuestros donde lo creí necesario, por eso he llegado aquí sólo con un centenar de soldados y ahora no puedo avanzar ni retroceder.- Le interrumpió.
- ¡Ay! Aciaga es la hora en que dejamos que Fëanor liderara la marcha pues temo que muchos como tú hayan derramado la sangre de sus parientes sin conocer la causa del combate. Los Teleri no le atacaron, él entró a pedirles ayuda para cruzar el mar y creo que ocupó los barcos por la fuerza ante la negativa, eso originó la lucha. Acudiste en auxilio de los atacantes y no de los atacados.
Fingon palideció al escuchar las palabras de su hermano porque, después de lo que había visto en los primeros momentos de la lucha, le pareció que las piezas encajaban y que Turgon tenía razón en sus suposiciones. Así, todo el peso de las muertes de las que sus elfos o él mismo habían sido responsables cayó sobre sus hombros y se dio cuenta de que no había justificación posible ahora que la verdad brillaba clara ante sus ojos. No fue capaz de decir nada, no encontraba ninguna palabra remotamente apropiada y no era ni siquiera capaz de mirar a su hermano temiendo encontrar una expresión de rechazo en su rostro.
Se sentía perdido, más de lo que lo hubiera estado nunca. Estaba en medio de la batalla y veía a los soldados disparar hacia las ventanas pero todos luchaban en el bando equivocado, no era una batalla, eran cientos de asesinatos y él era el responsable de lo que sus tropas habían hecho, ellos sólo recibían órdenes. Pensó en los que había mandado al puerto, si nadie les había advertido de su error y después de lo que él les había ordenado..., no quería ni pensarlo, no se atrevía a hacerlo.
- ¡Dejad de disparar!- Gritó al fin. Su propia voz le había parecido un graznido horrible y macabro.
Los elfos obedecieron pero se volvieron hacia él intentando comprender la naturaleza de tal mandato. Incapaz de mirarles, bajó la cabeza mientras una lágrima de pena, rabia y, sobre todo, culpabilidad caía sobre el suelo desde su mejilla. Turgon puso sus manos en sus hombros y lo alzó obligándole a mirarle a los ojos.
- [Yo, no sabía...]- Le dijo sin palabras.
- [No te estoy culpando, no lo haría nunca. Sé que eres justo y que actúas siempre buscando lo mejor para los demás. Aún ahora tú eres mi guía, te admiro y cada día espero poder liderar a mi gente como lo harías tú].
- [Pues no deberías seguir mi ejemplo, nadie debería hacerlo. Por seguirme hoy estos elfos han segado muchas vidas innecesariamente].
- [Pero te han seguido y te seguirán ahora pues han caído en el mismo error que tú. ¿Les abandonarás, dejarás que las lágrimas te cieguen cuando más te necesitan?].
- [No puedo...].
- [Si puedes, y debes. Ayúdame a sacarlos de aquí con vida, no derramemos más sangre hoy].
Fingon bajó de nuevo la cabeza, en su interior luchaba consigo mismo, intentaba dilucidar qué hacer entre un mar de confusión. Pero cuando volvió a mirar a su hermano, había encontrado lo que buscaba y entre la pena y la rabia, en sus ojos brillaba de nuevo una luz cargada de determinación.
- Está bien, ya habrá tiempo para el lamento cuando todo acabe. ¿Cómo lo hacemos?- Dijo Fingon recuperando poco a poco la fuerza de su voz a la vez que una flecha se estrellaba en el muro tras ellos y caía a sus pies.
- Parece que tienes razón en lo de que es imposible que crucemos esa calle sin tener muchas bajas, pero quizás podamos escabullirnos poco a poco por la callejuela de la izquierda, uno a uno, y corriendo no debería resultar difícil cruzar el jardín.
- Yo había pensado lo mismo pero no sé a donde lleva esa calle, podríamos meternos en un lío aún peor.
- Me parece que pronto vamos a averiguarlo.- Dijo Turgon señalando a cuatro Noldor que llegaban corriendo desde allí y reconociendo a Ecthelion al frente de ellos.
Se detuvieron al llegar al punto en el que las casas dejaban de ofrecerles protección y, tras una breve charla con los allí parapetados, cruzaron el jardín a la vez que invocaban un hechizo de ocultamiento y confusión que hizo que los pocos arqueros que repararon en su presencia dispararan sus flechas muy lejos de sus objetivos.
- Me alegro de verte amigo mío.- Saludó Turgon.
- No creo que las noticias que traigo te alegren tanto.
- ¿Qué sucede, se han reavivado los combates?
- No, al contrario, no sé que ha sido de la gente de Fëanor a menos que todos hayan embarcado y hayan salido del puerto. De hecho, cuando entramos, casi todos los Noldor que quedaban en las calles estaban al servicio de tu padre y bajo las órdenes de Fingon.
- ¿Has hablado con mis tropas?- Le interpeló Fingon.
- ¡Por Eru! Ni siquiera me había dado cuenta de que estabas aquí, Fingon.- Dijo un sorprendido Ecthelion.- Sí, mientras controlábamos los incendios de las casas cercanas al puerto vimos como se retiraban, he hablado con uno de los capitanes y me ha dicho que Finrod y Nerwen habían conseguido apaciguar a la Guardia del Puerto lo suficiente como para dejarles marcharse sin derramamiento de sangre.
- Entonces, ¿no siguieron combatiendo después de que nos separáramos?
- No, se retiraron en cuanto entendieron lo que había pasado realmente.
Una sombra de alivio cruzó el rostro de Fingon pues no tenía que preocuparse por ser el causante de más muertes, sin embargo, el dolor seguía atenazándole la garganta y ese fugaz consuelo no lo apaciguó lo más mínimo.
- Pero el problema no está en el resto de la ciudad, está aquí, prácticamente todos los Noldor, incluyendo a los nuestros, Turgon, han abandonado ya la ciudad. Ahora, la Guardia del Puerto se dirige hacia aquí, son muchos y están muy furiosos, no dudarán en atacarnos en cuanto lleguen así que tenemos que salir de aquí cuanto antes.
En ese momento, Glorfindel y Artue que habían estado esperando al otro lado de las escalinatas se acercaron al grupo encorvados.
- ¿Qué está pasando, por qué no devolvemos el fuego?- Preguntó Glorfindel.
Fingon cayó en la cuenta de que tenía que decirles a los demás que habían sido engañados. Alzó la voz y contó lo que Turgon y Ecthelion le habían dicho, al igual que él, los guerreros, que habían creído luchar para proteger a su pueblo del ataque vieron que se habían convertido en asesinos por culpa de los actos de Fëanor. A partir de entonces hubo poco amor entre las casas de Fingon y de Fëanor y sólo Maedhros pediría después perdón por aquello.
- Volvamos entonces a lo que decíamos antes.- Volvió a hablar Fingon en cuanto los soldados se calmaron.- Ecthelion, ¿crees que podríamos salir por donde habéis llegado vosotros?
- No lo creo, son calles estrechas y hay tiradores en las ventanas. Nosotros éramos pocos y no vamos muy armados.- Respondió Ecthelion señalando las discretas vestiduras de su gente que cubrían las cotas ligeras con túnicas, no llevaban arcos y utilizaban espadas cortas, dagas o bastones.- Por eso nos ha resultado fácil escabullirnos, pero dudo que podamos cruzar tantos sin que haya problemas.
- Si tan sólo pudiéramos alcanzar la esquina por la que nosotros vinimos...
En ese momento, uno de los magos que acompañaban a Ecthelion se acercó y le dijo algo al oído, éste pareció aceptar la idea y le ordenó que se preparara. El elfo cogió una bolsita que colgaba de su tahalí y comenzó a envolver en un papel muy fino los polvos de su interior.
- Parece que tenemos una solución, podemos distraer a los arqueros el tiempo suficiente como para salir por la otra calle.- Alzó la voz para que todos le oyeran.- A mi señal, cerrad los ojos y corred hacia la esquina, no los abráis hasta que hayáis llegado.
Los elfos se volvieron hacia Fingon y éste asintió ordenándoles que hicieran caso a lo que se les había dicho. Recogieron los arcos y las espadas y, cuando todos estuvieron preparados, Ecthelion dio la orden. Aunque confiaba en su amigo, Turgon no pudo evitar tener la sensación de que en cualquier momento una flecha lo alcanzaría mientras corría a ciegas hacia la esquina. Sin embargo, nada más abandonar la protección del muro pudo percibir unos fuertes fogonazos plateados a través de los párpados y, aunque algunas flechas surcaron el aire a su alrededor sólo dos alcanzaron sus objetivos, una alcanzó a un soldado de su hermano pero la cota lo salvó de una herida grave y la otra atravesó el antebrazo izquierdo de Artue que tampoco se detuvo y llegó hasta la esquina con los demás.
- Menos mal que tenías una forma segura de hacernos cruzar.- Se quejó el guerrero mientras el propio Ecthelion le sacaba la flecha.- Nunca te fíes de un mago.
- A lo mejor preferías quedarte ahí, después de todo, sólo ha habido dos heridos y hemos pasado casi ciento treinta elfos.
- ¿Qué eran esos polvos?- Preguntó Turgon.
- Bueno, te diré que fueron ideados por Ilmarë y que las sirvientas de Varda los utilizan muy a menudo para crear lámparas y otros objetos luminosos pero nosotros les hemos dado un uso algo más descontrolado. Si quieres, algún día te enseñaré a fabricarlos.
- Muy instructivo les interrumpió Glorfindel.- Pero si ya has acabado con el vendaje deberíamos marcharnos.

Corrieron rápidos pues conocían bien la ruta para llegar a la zona de la muralla por la que habían entrado. Las calles estaban desiertas y silenciosas, de vez en cuando se topaban con algún cadáver en el suelo pero parecía que las luchas más cruentas no habían llegado tan lejos y que los soldados de Turgon o los de los hijos de Finarfin habían hecho bien su trabajo y disuelto los enfrentamientos. Turgon pensó en cuantas mujeres no lucharían en aquellos momentos por salvar la vida de maridos o hijos heridos en las casas de su alrededor, o viceversa pues había visto muchas mujeres Teleri empuñando espadas y arcos en esas mismas calles. También se preguntó cuantas mujeres Noldor no volverían a ver a sus esposos caídos entre las aguas o las calles del Puerto de los Cisnes. Turgon corría al lado de su hermano en la vanguardia del grupo y al alcanzar un cruce de calles ocurrió algo que lo sacó de sus pensamientos.
Realmente no lo vio ni lo oyó venir, quizás como una sombra que se escapa por el rabillo del ojo o el filo de una espada que silva débilmente al cortar el aire; pero sintió claramente su presencia y el peligro que entrañaba y su reacción fue totalmente instintiva. Se volvió hacia su hermano a la vez que desenvainaba la espada prácticamente sin darse cuenta, la hoja, brillante como un espejo, pues no había sido utilizada aún, pasó entre el torso de Fingon y su brazo mientras le obligaba a bajar la cabeza con la mano que no empuñaba la espada y se acercaba a él en parte como abrazo protector y en parte para que la espada alcanzara su objetivo. El cuchillo que iba dirigido al cuello de Fingon sólo alcanzó a herir el brazo de Turgon que vio por encima del hombro de su hermano como su espada se hundía en el cuerpo de un Teleri frenando en seco su carrera. Unos ojos inyectados en sangre y una expresión de odio irrefrenable fueron lo único que Turgon recordaría del atacante antes de que éste cayera al suelo revelando una turba enloquecida de Teleri, algunos de la Guardia del Puerto, que se acercaba a ellos tras él.
La espada brillaba ahora roja en la mano de Turgon, era la primera vez que mataba a alguien y ni siquiera había querido hacerlo. Todo sucedía con una lentitud asfixiante. Fingon, reaccionando y dándose la vuelta dispuso a los elfos para resistir el ataque incitándolos a causar las menores bajas posibles. Pero no fue así y Turgon tuvo que reaccionar, salir de su mutismo y derramar más sangre pues no se podía razonar con los Teleri. Atacaron desesperados y desesperanzados dispuestos a matar y morir y no había forma de detenerlos sin abatirlos. Eran tantos, luchaban con tanta fiereza y desprecio por el dolor que era imposible dejarlos inconscientes, detenerlos era casi sinónimo de matarlos.
Pero los Noldor eran más e iban mejor armados por lo que acabaron imponiéndose. Algunos de los elfos lloraban mientras se veían obligados a clavar sus espadas en cuerpos sin armadura para protegerse a ellos o a sus compañeros de armas y cuando el último de los Teleri, que llevaba ya clavadas seis flechas, fue abatido por el séptimo virote mientras intentaba apuñalar a Glorfindel, los vencedores contemplaron horrorizados una calle sembrada de heridos y muertos y sus lamentos se mezclaban con los de los vencidos. Fingon y Turgon ordenaron que se atendiera tanto a los Noldor como a los Teleri malheridos pero éstos no lo permitieron y tuvieron que marcharse sin acercarse a ellos. Eran ahora sólo ochenta elfos los que les seguían y doce de ellos habían salido mal parados del combate, de los setenta Teleri que les habían atacado, diecinueve eran incapaces de moverse y el resto viajaba ya hacia las estancias de Mandos.
- Hasta ahora pensaba que sería capaz de hacer lo correcto.- Le dijo Turgon a su hermano mientras cruzaban las murallas encaladas y salían de la ciudad.
- No nos ha quedado otra opción.
- Pero eso no nos justifica, nada justifica unas manos manchadas con la sangre de hermanos. Esto nos perseguirá siempre.
- Yo..., siento haberos metido en esto, si me hubiera dado cuenta...- Respondió Fingon desviando la mirada.
- No, no quería decir que tú tuvieras la culpa. Yo habría hecho lo mismo.- Se apresuró a aclarar Turgon dándose cuenta de que sin quererlo estaba culpando a su hermano.- Además, aunque hubieras sabido la verdad, ¿no hubieras acudido en ayuda de Fëanor?
- Hace unas horas lo hubiera hecho, ahora no lo sé.
No habaron más mientras se alejaban de Alqualondë cada uno sumido en sus propios pensamientos y recuerdos. Se dirigieron al norte, hacia donde suponían que esperaban las gentes de su padre pues la mayoría de los elfos estaban al servicio de Fingon y no querían separarse antes de saber que no había peligro fuera de los muros de la ciudad. Además, Turgon había pedido a Iste que guiara a los suyos hacia las huestes de Fingolfin para que estuvieran más protegidos juntos. Iste, señora de la única casa de sabios y adivinos que había seguido a Turgon, había quedado al mando ante la falta del Rey, Ecthelion y Glorfindel, ya que había demostrado con creces merecerse el calificativo de elfa sabia y prudente aún en su desconcertante juventud.

- Gracias a Eru que estáis bien.- Los recibió Aredhel en cuanto los vio acercarse a donde ella esperaba con Fingolfin.- Con todo lo que ha pasado temía que no consiguierais salir de la ciudad.
Fingolfin, que estaba cerca se acercó también a recibir a sus hijos, su cara mostraba que había estado muy preocupado por ellos. Algunos elfos llegaron para llevarse a los heridos.
- Incluso nosotros hemos tenido que luchar,- Continuó Aredhel.- algunos Teleri salieron de la ciudad huyendo de los combates, no eran muchos pero parecían enloquecidos. Nos pillaron desprevenidos, Atar había dispuesto las tropas cubriendo todo el grupo por lo que un ataque concentrado en uno de los flancos se abrió paso a través de las defensas... creo que nos buscaban a nosotros, bueno, no sé si a nosotros en concreto pero sí a los líderes del grupo y no les importaba abrirse paso entre mujeres y niños. Uno se nos acercó, yo tenía un arco cerca y... fue horrible.
- Y Elenwë e Idril, ¿las has visto?- Le interrumpió Turgon más preocupado ante la posibilidad de que ellas también hubieran sido atacadas.
- Llegaron más tarde.- Le respondió.- Tu gente se reunió con nosotros hace una hora, están en la zona sur. También han llegado algunos soldados desde el puerto hace poco.
- Nos vamos entonces.- Dijo Turgon volviéndose hacia Glorfindel, Ecthelion y Artue.
- Fëanor ha embarcado y se dirige ahora al norte. Nosotros debemos decidir qué hacer así que, por ahora seguiremos avanzando hacia el norte también y cuando nos hayamos alejado lo suficiente nos reuniremos con mi hermano y vuestros primos. Te enviaré a alguien para que te avise.- Dijo Fingolfin despidiéndose de su hijo.

- ¡Turgon! Ya era hora de que llegases.- Saludó Iste al ver aparecer a su rey entre el gentío.- Por cierto, deberías cuidar mejor a los que están a tu servicio, a mi hermano le va a quedar una cicatriz nada bonita en el brazo.
- Eso díselo a Ecthelion, ya sabes que no me meto en como trata a sus magos.- Le respondió sonriendo por primera vez en horas contento de ver que la inocencia de su pueblo seguía intacta. Al menos, por ahora.
Turgon conocía a Iste desde que nació y era amigo de sus padres, ella lo había llamado siempre "el tío Turgon" y, dado que su sabiduría era mucho más venerable que la de él y que su carácter jovial gozaba de fama en media Tirion, era de esperar que nunca le tuviese mucho respeto aún siendo su rey. No obstante, el Noldo la quería como a una hija y era consciente de su valía y por eso la había puesto al mando tras Ecthelion y Glorfindel. Turgon la saludó y le preguntó donde podía encontrar a su esposa y a su hija y, tras pedir que se encargaran de los heridos se encaminó hacia donde le esperaban.
Elenwë le abrazó nada más verle e Idril, después de aceptar que aquél hombre sucio y medio cubierto de sangre era su padre también corrió a abrazarle. A la niña no se le había ocultado nada de lo que estaba pasando por lo que no le fue muy difícil aceptar que su padre hubiera participado en la batalla. Sólo después entendería las repercusiones de aquello.
- Me alegro mucho de haberos mantenido alejadas de todo esto.- Dijo Turgon a Elenwë.- No tendréis que vivir con esta culpa.
- Yo también me alegro, por Idril pues a mi no me importaría haber vivido lo que tú. No verlo no significa que no haya pasado y sé que has hecho lo que has debido aunque no lo haya visto.
- Fingon me dijo lo mismo pero... ¿Cuándo matar es hacer lo debido?
Elenwë no contestó.
- De hecho es de eso de lo único de lo que estoy orgulloso, de que vosotras y mi hermana no hayáis tenido que entrar en la ciudad.- Continuó Turgon.
- Pero... Aredhel entró en Alqualondë con tu padre y algunos elfos a buscaros, fueron desde la puerta norte al puerto y no encontraron a nadie, vivo, claro.
- No me ha dicho...
- Ya sabes como es tu hermana, por muy afectada que esté por todo esto nunca lo reconocerá abiertamente, no dejará que se la vea débil. Al menos mientras pueda evitarlo.
 
Tras unas horas de marcha hacia el norte, Turgon recibió la llamada de su padre y se encaminó al campamento de Fingolfin acompañado de Iste ya que había preferido dejar descansar a Ecthelion y Glorfindel pero quería llevar consigo a un consejero, a alguien que representase la voz de su pueblo si es que había que tomar alguna decisión. Además, Turgon había delegado mucha responsabilidad en ella desde que salieron de Tirion, sabía que podía confiar en ella pero dudaba de que estuviera preparada por lo que estaba decidido a darle toda la experiencia que por su edad no atesoraba. Ella había respondido bien al desafío y su eficiencia era encomiable por lo que Turgon había decidido llevarla a modo de premio. La joven estaba encantada de poder asistir a un "consejo real" y caminaba sonriente al lado de su rey. Aunque entendía y asumía la gravedad de los asuntos a tratar, era imposible quitarle la expresión de optimismo de su rostro.
Habían encontrado un paraje recogido en el que acampar, era la ladera de una colina que descendía hacia el mar dando la espalda al Calacirya, había árboles, un manantial y espacio suficiente para acoger a buena parte de la hueste mientras que el resto habían buscado refugio en el valle dominado por la colina. Se había levantado un pabellón para Fingolfin en las lindes de un pequeño bosquecillo y, cuando Turgon e Iste entraron, sólo quedaban por llegar Angrod y Aegnor. Iste fue a saludar a Aredhel de la que era una buena amiga mientras Nerwen se acercaba a Turgon con cara de pocos amigos.
- ¿Por qué la has traído?
- ¿A quién?
- A Iste.
- La mayoría habéis traído a gente de vuestra confianza.- Dijo señalando a la concurrencia.
- Pero, ¿Ella? A quién se le ocurre.
- Yo confío en su juicio.
- Y no digo que no debas hacerlo pero reconoce que es insoportable.
- No veo por qué.
- Mírala, hasta ahora parece feliz. Siempre sonriendo, que idiota.
- Ella no ha hecho nada malo.
- ¿Y qué? Yo tampoco. Pero hoy han muerto muchos elfos y yo conocía a varios. He visto a muchos de los míos levantar su espada contra sus hermanos, incluso Finrod se ha visto obligado a derramar sangre. Y tú también, puedo verlo en tus ojos.
- ¿Te sentirías mejor si ella se sintiera peor? Ella también tiene motivos: su hermano está herido y el resto de su familia se ha quedado en Tirion. Cada uno afronta esto como puede, Fingon está hundido, Aredhel intenta mostrarse impasible, tú estás furiosa con el mundo y ella simplemente intenta animar al resto. ¿Qué actitud es la mejor?
- ¿Cómo te atreves a analizar mis sentimientos?- Dijo aumentando el tono de voz aunque volvió a bajarlo pues algunos se volvieron hacia ella.- Yo..., lo siento, supongo que lo estoy pagando contigo.
Sin embargo, cuando se volvió para acercarse a Finrod lanzó una mirada a Iste capaz de agriar la leche, la joven, que se fijó en ello, se limitó a sonreír. En ese momento entraron Angrod y Aegnor. Fingolfin y Finarfin pidieron a sus hijos y al resto de los reunidos que guardaran silencio.
- Nos hemos reunido para decidir cuál será el camino de los Noldor tras este día funesto.- Comenzó Fingolfin.- Todos hemos visto hoy más de lo que...

Se habló mucho en aquella reunión pues había disparidad de opiniones respecto a lo que se debía hacer desde entonces. Finarfin defendía que había que volver a Valimar y pedir perdón por lo que habían hecho, creía que las cosas habían llegado demasiado lejos como para continuar; por su parte, sus hijos, Aredhel y el propio Turgon querían continuar pero romper totalmente su vínculo con las gentes de Fëanor mientras que Fingolfin y Fingon preferían seguir avanzando y esperar que Fëanor acudiera a ellos para explicarse por lo sucedido. Aunque Fingon era el que más había sufrido la traición de su tío quería que éste hablara pues en su fuero interno, su amistad con Maedhros y Maglor lo inducía a pensar que debía haber una explicación plausible.
No obstante, Turgon dudaba a cada momento más de ello, especialmente después de lo que había oído por parte de Finrod. Su primo había enviado mensajeros a Alqualondë antes de saber que Fëanor entraría en la ciudad, quería comunicar su partida a la familia de su madre. Ellos avanzaban cerca de la costa por lo que los mensajeros tuvieron que subir a la misma colina en la que después Turgon contemplaría la muerte de Failon para alcanzar las puertas; desde allí, lo vieron todo. Así supieron que Fëanor salió de la ciudad tras parlamentar para esperar a su ejército y que asaltó los muros después de reunir los suficientes soldados siendo rechazado fuera de la ciudad varias veces hasta que Fingon acudió en su auxilio desde el oeste. Antes de retirarse para avisar a Finrod, pudieron ver además que las tropas de Fëanor se retiraron del combate en cuanto recibieron la ayuda y se dirigieron hacia el puerto, destruyendo y matando, donde algunos barcos habían sido ya ocupados. Una vez embarcados zarparon sin preocuparse de lo que dejaban atrás.
Pero, aún sabiendo todo esto, al final prevaleció la opinión de Fingolfin pues ninguno quiso cargar con la responsabilidad de juzgar a su pariente apresuradamente y no darle la opción de defenderse. Además, aunque ninguno estaba dispuesto a aceptar que era necesario utilizar las naves Teleri para cruzar el Belegaer por mucho dolor que hubiese costado conseguirlas, todos sabían que sería muy difícil y que requeriría demasiado tiempo construir una flota lo suficientemente grande como para transportarlos a todos.

Los pasos a su espalda hicieron volver a Turgon de entre sus recuerdos. Se volvió para encontrarse con Glorfindel que lo observaba algo preocupado.
- Te estaba buscando, Aredhel me dijo que se encontró contigo aquí hace horas, ¿Qué has estado haciendo?
- La verdad es que no lo sé, mirar el mar, supongo.
- Pues me temo que se acabó la vida contemplativa. Fëanor ha desembarcado hace diez minutos.- Dijo señalando las rocas que separaban la playa en la que estaban y otra algo más al norte.
- Ha tardado un mes...
- Si, y ahora parece que tiene mucha prisa. Fingolfin os ha convocado en media hora en su pabellón. Parece que al fin tu tío va a dar explicaciones.
- Permíteme que lo dude. Busca a Ecthelion y a Iste, sea lo que sea lo que tenga que decirnos me gustaría que vosotros también lo oyerais. Yo iré ahora mismo.
Mientras su amigo se alejaba hacia el campamento, Turgon se volvió para contemplar el mar otra vez, la marea había subido y el agua casi llegaba hasta sus pies. Entonces, quizás traído por la brisa, quizás por el rumor de las olas o por sus propios pensamientos le llegó el eco de la canción de su hermana:

¿Encontraremos perdón, lo encontraremos?
No, pues no creo que lo haya,
No, pues sé que no lo hay.



LAS CASAS FIELES A TURGON

Como voy presentando poco a poco a los líderes de las casas principales (que empezarán a ser protagonistas poco a poco) os los voy a poner todos para que no os perdáis (No quiere decir que suponga que os vayáis a perder, la verdad es que también me viene bien a mí). Helos aquí con el significado de sus nombres entre paréntesis excepto los de los personajes extraídos de las obras de Tolkien (Este contenido está sujeto a posibles modificaciones por parte del autor).

1 Magos - Ecthelion (..)m.
2 Guerreros - Glorfindel (..)m.
3 Guerreros - Artue (Noble + fuerte)m.
4 Cazadores - Duilin (..)m.
5 Exploradores - Verce ("La que es libre")f.
6 Constructores - Penlod (..)m.
7 Leñadores - Galdor (..)m.
8 Arqueros - Egalmoth (..)m.
9 Herreros - Raumo (lit. "Sonido de Tormenta")m. En los cuentos perdidos lo encontraréis como Rog, sin embargo, he preferido cambiar ese nombre ante lo que dice de él Christopher Tolkien en "La Formación de la Tierra Media".
10 Curanderos - Ehtele (Primavera)f.
11 Curtidores - Varno (Defensor)m.
12 Orfebres - Alassar (lit "Alegría de la piedra")m.
13 Ingenieros - Sérener (Hombre de paz)m.
14 Armeros - Aranwë (..)m.
15 Mercaderes - Ettelie (Dama extranjera)f.
16 Sabios/Diplomáticos/Adivinos - Iste (Sabiduría)f.
17 Tejedores - Melwe (Amigable)f.
18 Bardos - Huornis ("Mujer de coraje")f.

(las m/f  a la derecha indican el sexo del personaje, por si hay dudas).



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