El rey de la ciudad de piedra

31 de Diciembre de 2004, a las 02:36 - Gelmir
Relatos Tolkien - Relatos basados en la obra de Tolkien, de fantasía y poesías :: [enlace]Meneame

8. Sueños.

Lejos de la Cintura de Arda, al norte, cuando Eldamar ya ha quedado muy atrás y los yermos de Araman se cubren de un manto frío y gris de roca desnuda y pobre maleza; las estribaciones orientales de las Pelori se acercan cada vez más a la costa y el choque entre el mar y la montaña dibuja un caprichoso terreno de acantilados, quebradas y calas inaccesibles. Esta estrecha lengua de tierra se adentra leguas y leguas en el norte, más allá del hielo crujiente, perdiéndose fría y abrupta entre las nieblas de lo desconocido. Pero antes de ese infierno que es Helcaraxë esta región aún parece albergar la esperanza de que, algún día, una furtiva primavera tocará de verde las cumbres resecas y el deshielo hará bajar el canto de las aguas cristalinas de los torrentes de montaña y las pocas plantas rastreras y los achaparrados arbustos que se aferran a la roca viva, florecerán.
Sin embargo, para los elfos que viajaban bajo las estrellas de una noche sin fin, aquel día parecía, cuando menos, inalcanzable y, ahora, todas las miradas se volvían hacia el Este, sobre el mar, hacia unas costas que aquellos de ojos penetrantes decían ver cuando la niebla levantaba. El pueblo de Finwë yacía repartido por el litoral, hacinado en cada cala y cada planicie mínimamente habitable. Al norte, sobre los acantilados se levantaba el campamento de Fingolfin y Fingon; casi una legua al sur, en una bahía protegida de los vientos, la flota Teleri había buscado refugio en los bajíos y sus tripulantes en la playa; pero legua y media los separaba del valle donde se levantaban las tiendas de Turgon y otra más de los hijos de Finarfin ahora privados del consejo de su padre.
Desde luego, legua y media no era mucha distancia, apenas dos horas de camino en condiciones más favorables, pero para la menuda figura que se afanaba trepando por las escarpadas laderas arrebujada en su capa granate, aquellas dos leguas bien podrían ser tan largas como la anchura del mar. Y encima empezaba otra vez a llover y, mientras Iste se cubría con la capucha de esas gotas finas aunque gélidas pensó en lo diferentes que habían resultado ser las cosas desde que abandonara su hogar y a sus padres en Tirion. Mirando a través de la ventana de su cuarto, por encima del pequeño jardín y del Parque de las Cascadas al sur de la ciudad, el mundo siempre le había parecido más pequeño, más acogedor y mucho más sencillo. En Tirion la lluvia era suave, cálida y sólo se prolongaba lo suficiente para dejar un aire fresco y fragante, mientras que la nieve y el hielo sobre Taniquetil eran puros, la primera de la más brillante de las blancuras y el segundo el más bello y caprichoso de los cristales. Pero, fuera del poder de los Valar, casi nada resultaba ser ni remotamente agradable, y el disgusto que Iste ya sentía por otras circunstancias se había visto incrementado por el barro que trepaba por su vestido casi hasta la cintura, el suelo helado que había estado varias veces muy cerca de hacerla caer y la maldita lluvia que la había calado hasta los huesos.
- Es increíble que siempre parezca haber una hueste de elfos intentando ayudar en todo lo posible y deseosos de recibir una orden, pero, cuando necesito a alguien de confianza para llevar un mensaje, todo el mundo parece terriblemente ocupado.- Iste tenía la costumbre de hablar sola, especialmente cuando estaba enfadada y, ahora que nadie podía oírla, hablaba en voz más que alta.- Pero claro, como yo tengo tan pocas cosas que hacer…, ya me ocuparé yo misma de perder el tiempo con esos ineptos que Fëanor tiene por consejeros y que, probablemente, no sean capaces de resolverme nada. Y, por supuesto, no queráis acompañarme todos a la vez, un paseo en solitario por estos parajes siempre es agradable, sobre todo, cuando llueve.
Sin embargo, entre maldiciones y traspiés, Iste tenía que reconocer que aquella caminata le había dado un tiempo precioso para pensar en todo lo que había sucedido en los últimos días. Pero también para poder volver la vista atrás sobre los veinte años que habían transcurrido desde que la mitad de la casa que lideraba su padre hubiera decidido seguirla a aquel viaje sin fin. Mucho había pasado desde entonces y, más aún, para alguien joven como ella, aunque, de alguna forma, el tiempo parecía haber estado casi detenido y, entre un sinfín de días iguales, los recuerdos llegaban hasta Iste claros como lo que veían sus ojos.
Así que, mientras coronaba la última colina y, desde los acantilados buscaba una forma de bajar a la playa donde se veían las primeras luces del campamento de los Fëanorianos su mente caminaba muy lejos, detrás en el tiempo y en el espacio. Quizás por eso, no reaccionó lo suficientemente rápido cuando sus pies resbalaron por la placa de hielo al borde del precipicio, ni reparó en la piedra con la que tropezaría lanzándola irremediablemente al abismo. Con un grito y un revuelo de cabellos y vestidos, la joven desapareció de la vista del camino y, en los fugaces veinte metros de caída apenas tuvo tiempo de utilizar su poder para alejarse de las piedras afiladas del despeñadero. Mientras el rostro blanco de Araman se acercaba para recibirla su magia voló delante de ella para protegerla del golpe. Y entonces, se hizo la noche.

- Iste…, Iste… ¡Iste!
La joven abrió los ojos con dificultad, entre la penumbra del pabellón distinguió a Elenwë inclinada sobre ella. Inmediatamente se volvió y se tapó la cabeza con las mantas. La elfa sonrió mientras la removía cariñosamente.
- ¡Arriba dormilona! Es muy tarde, el consejo…
- ¡El consejo!- gritó mientras se incorporaba azorada.- Llego tarde, no puedo llegar tarde, ¿Llego tarde?
- No, no, todavía tienes tiempo.- Contestó Elenwë entre risas.- Pero tampoco demasiado así que más te vale levantarte.
- Menos mal, últimamente siempre me quedo dormida más de la cuenta y nunca llego a la hora, si no fuera por esos sueños…
Elenwë la miró con aire preocupado.
- ¿Qué sueños?
- No sé, son muy extraños y no sé que significan pero el caso es que no me dejan dormir bien. En el que más se repite, veo la flota Teleri desde un acantilado pero, en un abrir y cerrar de ojos desaparece y una gran luz, como de fuego, se eleva en el oeste y entonces…
- ¿Entonces?
- El frío, el frío lo llena todo hasta que no puedo respirar, hasta que me despierto. Pero no me mires así, no es la primera vez que tengo sueños proféticos, si es que en verdad lo son. Bueno, cambiando de tema, ¿cómo es que se te ha ocurrido venir a despertarme?
- Pues, la verdad es que no venía a despertarte, Ehtele me ha encargado ir a buscar unas hierbas medicinales y al pasar por aquí he entrado a ver como estaba el brazo de tu hermano.
- ¿Así que al final han ganado los curanderos? Melwe se lamentará de haber perdido tu habilidad con el telar.
- No lo creo, pero de todas formas me parece que los tejedores necesitan menos ayuda. Además tampoco tengo mucho tiempo, no me gusta dejar sola a Idril y como a Turgon casi no lo vemos...
- No se lo tengas en cuenta, hace todo lo que puede y un poco más y, aún así, se siente mal por no poder estar en todas partes. Imagina como debe dolerle no poder dedicar más tiempo a su familia.
Elenwë sonrió.
- Lo sé, quizá el problema es que no puedo enfadarme con él, no me queda otra opción que esperar. Este viaje acabará por terminar y entonces podremos recuperar algo de la tranquilidad de antes. Parece que ha pasado tanto tiempo…, y sin embargo apenas hace tres meses que salimos de Tirion.
- Es por el viaje, se está convirtiendo en una obsesión, apenas tres días de campamento cada veinte de marcha, y encima parece que no avanzamos. Para muchos es como si fuera la única razón para levantarse cada día y la lentitud y el terreno está acabando con su ánimo. Pero hablando de mi hermano, el muy idiota hace una semana que ha vuelto a la guardia y eso que todavía le duele la herida al mover mucho el brazo.
- Pobrecillo, y parecía que era un corte sin importancia.
- Hasta que le dieron esas fiebres tan altas.- Le interrumpió.- No sé porque le ha tardado tanto en cicatrizar, pero sí, que no debería tentar a la suerte.
- No te preocupes, iré a verle en cuanto tenga un momento, pero ahora basta de cháchara, te dejo que te prepares.
Un instante después, la cabeza de la elfa asomó de nuevo entre la cortina de la entrada.
- Por cierto, ¿comes sola?
- Eso parece.- Respondió Iste con aire resignado.
- Pues vente con nosotras, Turgon tiene reunión con su padre y sus hermanos después del consejo.
- Últimamente he abusado de vuestra hospitalidad, no quiero ser una molestia.
- ¿Molestia? No digas tonterías, a Idril le encanta tener alguien con quien jugar y a mi alguien con quien hablar. ¿No te han dicho nunca que tienes una edad ideal?- Bromeó.
- La verdad es que la mayoría de la gente prefiere quejarse de mi edad que alabarla.- Le respondió sonriente.- Pero allá ellos con sus problemas, nos vemos entonces este mediodía.
Una vez Elenwë se hubo ido, Iste se levantó entre bostezos, se aseó, se puso el único vestido que conservaba en un estado de dignidad aceptable y se peinó como mejor pudo; cuando terminó y se miró en el minúsculo espejo de mano que llevaba en el equipaje no pudo evitar pensar que tenía un aspecto absolutamente horrible.
Pero cuando salió al exterior, una ráfaga de aire levantó las hojas secas que habían caído al suelo desde los robles bajo los que se asentaba el campamento y la tempestad de hojas la envolvió, chocaban contra su cara y los fragmentos le herían los ojos. Intentó apartarlas con los brazos pero era imposible y pronto estuvo dolorida y fatigada.

Súbitamente, todo cesó. Sin atreverse a abrir los ojos la joven permaneció quieta, en silencio, y unas voces llegaron a ella desde su espalda, una de ellas parecía asustada, preocupada, mientras que la otra era fría como la hoja de una espada y estaba cargada de odio.
- No podemos hacer eso.
- Claro que podemos, ¿quién nos lo impedirá? Todo irá bien siempre que tu hermano no se entere.
- ¿Qué hermano?
- Ya sabes de quien hablo.
- Yo tampoco estoy de acuerdo con esto.
- Pero no me traicionarás.
- Jamás lo haría, padre, pero tampoco él.
- Quizás, por eso le permito acompañarnos pero no tiene mi confianza.
- No os ha dado motivos para eso.
- Ni tampoco para lo contrario. Ahora no puedo permitir que se ponga en nuestra contra.
- Aún así, no lo entiendo. ¿Qué sacamos nosotros de todo esto? Estaremos más expuestos, más débiles, ellos nos ayudarían.
- ¿Ayudarnos? No te engañes, tarde o temprano, nosotros serviríamos a su causa. Ya lo has visto, se rebelarán contra mí y postergarían nuestro cometido. Nunca se atreverán, su cobardía no hará más que estorbarnos.
- Pero seremos tan pocos…
- ¿Acaso tienes miedo? Nadie se resistirá a nuestro avance, ni siquiera él; después, seremos más grandes y poderosos que ninguna criatura que haya pisado la tierra y los que nos han desdeñado se humillarán ante nosotros.
Las hojas volvieron entonces con renovada crueldad y las voces se perdieron en entre los crujidos pero cuando Iste intentó apartarlas, esta vez sí cedieron.
 
- Pero mira que eres lenta.- Dijo Idril tumbada sobre el lecho de hierba que cubría el suelo.
- ¿Es que no has visto las espinas de esas zarzas? Podrían atravesar a un jabalí.
- Siempre estás quejándote, no son para tanto.
- ¿Qué no? Mira mi vestido. Espero que este sitio merezca la pena porque abrirse paso por la maleza durante media hora no es mi idea de tarde entretenida.
- Pues calla un rato y compruébalo por ti misma.
Iste se adelantó con cuidado de no tropezar con las piedras que aparecían desnudas entre los matorrales. Estaban en una cornisa que se abría al mar sobre los acantilados, un bosquecillo de árboles enjutos llegaba hasta el abismo a su alrededor pero en aquella terraza dejaban un pequeño claro con algún arbusto solitario y un viejo roble en el centro. La verdad es que la vista era espectacular desde allí pues impresionaba el contraste entre el bosque y el mar, a la vez que el sonido de las hojas de los árboles, mecidas por la brisa competía con el rugido de las olas, varias decenas de brazas más abajo. La elfa se apoyó en el venerable tronco respirando el aire fresco y fragante, su mirada se perdió en el sombrío horizonte.
Idril, a su espalda, comenzó a entonar una vieja canción de caminantes, bella en su sobriedad y que Iste no había escuchado desde que abandonaran Eldamar. Pensó que quizá la canción pertenecía a esas tierras, a casa, pero que, en cierta forma, también era adecuada para aquél paraje.

Del puerto de Alqualondë hasta Tirion,
Por las verdes praderas de Eldamar
¡Qué bellas tierras para caminar!
Bajo la blanca luz de Telperion.
¡Valinor, Valinor! Blanca la escarpa,
Fresca campiña y brillante mañana.
En Valmar tañe una clara campana
Y el más furtivo sonido de un arpa.
Ahora ven conmigo, ven aquí
Recorramos con paso decidido
La larga ruta que nos lleve allí.
Espera cama y hogar encendido,
Esperan los que te quieren a ti,
Espera el descanso bien merecido.

La canción había terminado, pero a Iste le pareció que sucedía algo extraño. De pronto, todo se había callado, el rumor de las hojas, el eco del mar en los acantilados y el trinar de los pájaros. Aguardaban silenciosos, inclinándose sobre el claro queriendo escuchar lo que allí sucedía. Un escalofrío recorrió su espalda mientras la niña retomaba su canto, la misma melodía pero con otras palabras.

Sobre un bosque cercado y mil cavernas,
Reinaban la Maia y un sabio rey.
Sus parientes aceptaron su ley,
Aunque venían de costas eternas.
En el norte, erigieron fuertes plazas.
Por tres sagradas estrellas lucharon
Contra una noche que no superaron,
La gran desgracia de todas las razas.
Todos cayeron y nada quedó,
Vacía esperanza y larga derrota.
Tras cada batalla el mal resurgió,
Hasta que del mar llegó espada rota
De un reino que su soberbia hundió,
Y una corona de alas de gaviota.

Cuando Idril calló, todo a su alrededor pareció volver a la normalidad y el rumor de la naturaleza las envolvió de nuevo.
- ¿Qué ha sido eso?- Preguntó Iste volviéndose hacia la niña.
- ¿Qué ha sido qué?
- No sé, esa sensación, como si todo te escuchara. Además, ¿Qué estabas cantando?
- Ya lo sabes, conoces esa canción tan bien como yo, sólo he cambiado las palabras. Me vinieron a la mente sobre la marcha, no son más que un despropósito.
- Quizá, pero, en cierta forma, parecían tener sentido.
- Pues yo no se lo encuentro, de hecho, ya ni siquiera me acuerdo de lo que he dicho. No le des más vueltas.
Iste se tumbó al lado de Idril mirando a las estrellas.
- Se está bien aquí.- Dijo cambiando de tema.
- Sí, ojalá nos quedáramos algún tiempo.
- Pues a lo mejor nos quedamos, en principio sólo íbamos a esperar a que terminaran de reparar un barco que rozó unas rocas en la última tormenta pero parece que se nos echarán las lluvias encima.
- Pero entonces ya no será lo mismo, precisamente lo bueno es estar acampados con el buen tiempo, así podemos disfrutar un poco.
- Ya, lo malo es que así no avanzaríamos nada. No te quejes, después de los cinco primeros años yo agradezco cualquier campamento aunque no deje de llover durante meses.
- Casi parece que nos hayamos aficionado al mal tiempo y eso que se supone que entorpece el objetivo que todos queremos alcanzar.- Dijo Idril con cierto tono de sarcasmo.
- Entiéndelo, después de diez años todos estamos cansados, sabemos que no podemos detenernos indefinidamente pero no le vamos a desperdiciar ninguna excusa para hacerlo durante algunos meses. Este ritmo más relajado parece que nos ha devuelto la esperanza, ya no en llegar cuanto antes a la Tierra Media sino en el día a día, en la felicidad cotidiana. En los campamentos todo se organiza mejor, cada uno sabe lo que tiene que hacer y además hay más tiempo libre para reunirse ante el fuego, para ayudarse unos a otros, afianzar nuevas amistades...
- Sí, hasta mi padre saca tiempo ahora para pasarlo con nosotras. Además le noto cambiado, no sé, más feliz, más satisfecho consigo mismo.
- Yo también lo he notado, realmente creo que todos lo han hecho, va llevando la alegría por donde pasa y, en estos días, eso es un bien muy preciado.
- Estoy muy orgullosa de él.
- Y seguro que él lo está aún más de ti. Especialmente teniendo en cuenta lo que has madurado en este tiempo.
- Es que ya tengo veintiún años.
- Sigues siendo una niña.- Dijo provocando una mirada de enfado en su acompañante.- Pero a tu edad yo era mucho más infantil, más inocente; no quieras crecer muy rápido.
- Pues sí quiero, de hecho he pensado que debería aprender a hacer algo, a lo mejor entro de aprendiz en alguna casa.
- No sé qué se decidirá del derecho sucesorio pero, en principio, lo que deberías es aprender a desempeñar las labores de tu padre por si él faltase.
- ¿Yo? No quiero ser reina y, además no le va a pasar nada.
- De todas formas eres una princesa y, si tu padre funda algo parecido a un reino cuando lleguemos a la Tierra Media supongo que tendrás tus obligaciones.
- Es verdad. Un momento…, tú podrías ayudarme, la mayoría de los diplomáticos pertenecen a tu casa y sus conocimientos son los que podría necesitar una princesa. Podría acompañarte en tus tareas y ver lo que haces, me enseñarías un poco de derecho, de ciencia, como comportarme ante los nobles…
- Espera, espera no me parece mal pero vas muy rápido.
- El mundo es rápido.
- Aquí tumbada no lo parece.
- Y por eso voy a levantarme.
Idril se levantó y corrió hacia el reborde del acantilado y se sentó con las piernas colgando. Iste la imitó poco después y ambas se quedaron un momento simplemente respirando el aroma de la brisa. De repente Idril señaló hacia el mar.
- Mira eso, ¡qué bonito!
Iste siguió con la mirada la dirección en que apuntaba el dedo de la niña.
- ¿El qué? No veo nada.
- ¿Cómo que no? Ahí, delante de tus narices.
- Sigo sin ver nada.
- Pues debes estar ciega.- Dijo volviéndose hacia su amiga con gesto extrañado.
Entonces, desde detrás de un espolón rocoso que no dejaba ver la costa hacia el sur apareció un majestuoso velero Teleri. Probablemente volvía de una jornada de pesca aunque en la oscuridad no se podían distinguir los aparejos. Iste lo señaló.
- Anda que no te ha costado verlo.- Dijo Idril.
- Pero si acaba de aparecer…
- Sabes qué, quizás también podrías enseñarme algo de magia.- La interrumpió.
- Ya sabes lo que opina de eso tu padre.- Le contestó intentando todavía explicarse lo que acababa de pasar.
- Pero nada que pueda hacer daño, si tan sólo aprendiera a estar en contacto con la naturaleza y con los animales…
- Toda tu familia es muy poderosa, incluso más de lo que se merecen algunos. Sólo tienes que aprender.
- Lo dices por Fëanor o por Nerwen.
- Por los dos.
Idril se rió.
- Ya, pero me gustaría ver de que soy capaz, ver si de verdad tengo poder.- Dijo levantándose y dirigiéndose a la linde del bosque.- Deberíamos volver ya.
La joven se levantó también y se quedó un momento mirando al barco que desaparecía entre las brumas, al norte. Suspiró.
- Más de lo que quizá imaginas.- Musitó para sí misma.

Iste apartó la vista del mar y retiró el cabello que la brisa había vuelto sobre su cara. Eärfuin la miró desmoralizado mientras removía la arena de la playa con el pie.
- No puedo hacerlo, es inútil.
- Sí que puedes, simplemente tienes que concentrarte.
El joven cerró los ojos y se quedó en silencio durante un rato. A Iste le costaba contener la risa. Al final, se dio por vencido y volvió a mirarla con la misma cara de desesperación.
- Será mejor que lo dejemos.
- No, sé que puedes. Venga, te lo estoy poniendo muy fácil, prácticamente estoy gritándolo a los cuatro vientos.
- Precisamente por eso estamos perdiendo el tiempo. Si aun exponiendo tanto vuestra mente no soy capaz de saber lo que pensáis es que no valgo para esto. Cuando, en la realidad, me encuentre con alguien dispuesto a traicionarme no seré capaz de ver más allá de sus mentiras porque se habrá protegido de alguna forma.
- Pero todo el mundo tiene momentos de debilidad y es entonces cuando puedes aprovechar su indefensión para saber si alguien es de fiar. ¿No decías que querías ser lo más eficiente posible al servicio de Turgon? Tienes que aprender cosas como ésta.
- A pesar de eso no puedo hacer algo imposible. En este tiempo he conseguido desenvolverme bastante bien con la espada gracias a Glorfindel; la dama Ehtele me ha enseñado técnicas básicas de curación y a vos, mi señora, os debo las reglas del protocolo. He tenido los mejores maestros pero, aún así, es inútil que me empeñe en aprender nada de magia, simplemente no tengo poder para eso.
- Claro, ¿pero de qué te sirve saber luchar si no puedes evitar una puñalada por la espalda? ¿Protegerás así a Turgon? Aunque, por otra parte, él no necesita que le protejas, al fin y al cabo, él es uno de los mejores espadachines que conozco; es intuitivo, inteligente y más poderoso e instruido en las artes arcanas que tú. Me pregunto entonces para qué te necesita.
Eärfuin apretó los dientes en un gesto de furia, en cierta forma sabía que Iste tenía razón. ¿Por qué él? No se merecía la oportunidad que le estaban dando.
Entonces, una ola se internó algo más sobre la arena que las demás y el contacto del agua fría en los pies de Iste hizo que la joven intentara apartarse instintivamente con tan mala (o buena) fortuna que tropezó. Antes de que se diera cuenta estaba entre los brazos de Eärfuin. Sus caras quedaron muy cerca la una de la otra y aquellos ojos grises, profundos como el mar la traspasaron irremediablemente. ¿Por qué se sentía insegura al lado de él? Si apenas tendría cincuenta años, era casi un niño y sin embargo… Aquellos instantes se le hicieron eternos, quería levantarse y alejarse un momento, recuperar la compostura, pero algo se lo impedía. Al fin el joven se rió y la incorporó cuidadosamente.
- Sé lo que estabais pensando.
- ‘Totalmente indefensa’- se dijo, e inmediatamente, levantó sus barreras.- ¿Sí? ¿Y que era?
- Pensabais que mis brazos son fuertes.
Iste se sonrojó.
- Tendré que darle las gracias a Glorfindel por eso.
- Bueno, no he podido ponértelo más fácil.- Dijo Iste saliendo al paso.
- Una pena que la ventana se abriese sólo un momento.
- Pues no te acostumbres.
Los dos rieron, él de satisfacción y ella de nervios.
- Ahora me tengo que ir, tengo mucho que hacer. Gracias por todo.
- Espera, te acompaño.
Echaron a andar a lo largo de la playa hacia el campamento que se extendía a doscientas brazas de distancia. Eärfuin caminaba a su derecha muy ensimismado. Iste, que aún no las tenía todas consigo decidió averiguar discretamente en qué estaba pensando.

- ¡Eh! No hagas eso.
- ¿El qué?
La voz de Idril llegó desde su izquierda.
- Ya sabes que no le gusta que intentes leerle la mente.
- Me da una rabia que se dé cuenta siempre, no sé como lo haces…
- Es por vuestra falta de sutileza.- Bromeó Eärfuin.- Parece mentira que yo, aprendiz de todo un poco os haya leído la mente, mientras que vos, la “señora de los sabios” no hayáis sido capaz nunca.
La confianza que había surgido entre los tres jóvenes había saltado meses atrás las normas del protocolo. Cuando estaban juntos los tres se trataban como iguales, poco importaba que fueran una princesa, una noble y un simple escudero. Sin embargo, a veces Eärfuin seguía utilizando los tratamientos de respeto que correspondían a sus amigas, especialmente, cuando bromeaba.
- ¡Una vez y nunca más! Pero acabaré averiguando qué es lo que no funciona contigo.
- Venga, no os peleéis.- Intervino Idril.- Para un momento que estamos los tres juntos…
Iste cambió de tema.
- La verdad es que podría quedarme a vivir en esta playa, nunca me canso de pasear por aquí. ¿Cuánto tiempo llevamos? Creo que es la parada más larga que hemos hecho, casi un año desde, desde…
- Desde que te leí la mente.- Se burló Eärfuin con una amplia sonrisa.
La joven lo miró furioso, Idril se reía.
- ¿No se te va a olvidar nunca? La próxima vez te lanzaré por los aires. Quizá a los dos.- Dijo volviéndose hacia su amiga, que no dejaba de reírse.
- No tienes poder para eso.- Siguió el joven.
- Tú ponme a prueba.
- Bueno, dejadlo ya, parece mentira que los dos seáis mayores que yo. Por cierto, Iste, ¿sabes cuándo nos vamos?
- Pues parece que todo estará listo dentro de una semana. No queremos esperar más para intentar aprovechar al máximo el buen tiempo.
- Yo he oído que es más bien para que no nos acostumbremos y nos neguemos a seguir viajando otros veinticinco años.- Intervino Eärfuin en tono jocoso.
- Vaya, creía que no era parte de tu trabajo espiar en los concilios. De todas formas, no digo que no tengas parte de razón, al menos Fëanor piensa más o menos eso. En cuanto a lo de los veinticinco años, según Verce no deberían pasar más de cinco hasta que lleguemos a un punto lo suficientemente al norte como para cruzar.
- ¿No decían eso mismo hace otros cinco años?- Idril suspiró.- A veces me pregunto si realmente terminaremos de andar algún día.
- Claro que sí, si lo dice Verce tiene que ser verdad…
- Vaya, Iste, ya has dicho el nombre prohibido.
- Amigas mías, no puedo hacer nada si no me entendéis.
- Claro que te entendemos, la exploradora trae de cabeza a la mitad de los elfos del campamento. Yo no sé que le veis.
- Pues yo si lo sé, es la elfa más bella de Arda, una diosa sobre la tierra.
- Deja de babear de una vez, además, esa no es forma de hablar de la señora de tu casa.
- Ya no es mi casa, ahora sólo soy un pretendiente más y ella una belleza indescriptible.
- Para ti sería más adecuado “inalcanzable”.
- Lo que pasa es que tenéis envidia porque os gustaría recibir la misma atención por mi parte.
Dos puños golpearon la espalda del joven.
- Bueno, viendo el trato que recibo de tan altas damas creo que ha llegado el momento de retirarme, mis obligaciones me reclaman.
- No nos dejes solas, quédate un rato más.- Protestó Idril.
Eärfuin sonrió.
- Aunque nada me gustaría más que complaceros, princesa, no me es posible. De todas formas, veo que se acerca la dama Huornis, ella es siempre una grata compañía.
- Mientras no venga con el imbécil de su hijo Salgant.
- No, no viene con él, viene con…
- Idril, creo que yo también me voy.- Le interrumpió Iste.
- Me lo suponía.- Eärfuin le guiñó un ojo a Idril.- Si me acompañáis os escoltaré hasta vuestro pabellón.
- Como si necesitara tu protección.- Contestó Iste empezando a alejarse.
Poco después Huornis y su acompañante alcanzaron a Idril.
- Vaya, parece que han huido todos.- Comenzó la bardo.
- Aiya.- Saludó Idril.- Me alegro de verte tía y también de verte a ti Huornis.
- Otros no parecen pensar lo mismo.- Contestó Nerwen a modo de saludo.
- Bueno, no se lo tengas en cuenta, Eärfuin ya se iba e Iste…
- Dejémoslo en que el sentimiento es mutuo. Pero bueno, ¿qué tal está mi sobrina preferida?
- Soy tu única sobrina…
Huornis se rió.
- Cómo se nota que lleváis la misma sangre.
- Y encima somos las dos únicas rubias de la familia.- Bromeó Idril jugando con uno de sus rizos.
- Calla, tú por lo menos no tienes a Fëanor persiguiéndote durante años para conseguir un mechón…

-‘Un momento, yo no estaba allí, que…’- El pensamiento resonó en la cabeza de Iste a la vez que la visión se apartaba. Todo fue negrura otra vez y un dolor lacerante en  cada parte del cuerpo. Las voces volvieron pero ahora, la voz angustiada había sido sustituida por otra más cruel, más parecida a la que aún quedaba. Sonaban ahora más distantes y arropadas por lo que, sin duda, era el rumor de las olas sobre una playa.
- No sé si ha sido prudente.- Dijo la voz cruel.
- Nada de lo que hago es prudente, la prudencia es el disfraz bajo el que se oculta la flaqueza. Pero tampoco soy un necio. Le he dicho que los barcos zarparán en cinco horas.
- Pero todo estará listo en tres…
- Precisamente, no me cabe duda de que Maglor ya estará hablando con Maehdros de todo esto. Es poco más que un pelele en sus manos pero eso ya lo he asumido. Sin embargo, quiero comprobar si serían capaces de conspirar juntos contra mí.
- Padre, creía que sólo temíais que se negaran a acompañarnos, nunca harían nada en vuestra contra.
- Mi buen Cranthir, ¿acaso crees que la lealtad que me deben es mayor que la amistad que les une a Fingon o a su advenediza prima? Quizás ahora me sean fieles, pero sólo por el juramento que pronunciaron más por vergüenza que por convicción. De todas formas, pronto se comprobará: No pueden confiar en nadie para llevar el mensaje, si quieren alertar a nuestros parientes tendrán que hacerlo ellos mismos.
- No les dará tiempo a ir y volver hasta el campamento de Fingolfin.
- No en tres horas pero sí en cinco. Si me traicionan, se quedarán  aquí compartiendo el destino de sus amigos.
- Pero, ¿Y si encontraran alguna forma…
- Bueno, no perdemos nada por ser precavidos, vigílale e infórmame de todo lo que haga. Pero no dejes que se dé cuenta.
- Por supuesto que no, padre.
Iste no tenía duda de que Cranthir sonreía.

Abrió los ojos para encontrarse con Idril, llevaba el pelo recogido y sujetaba un puñal con la mano derecha. El sudor que perlaba su frente brillaba, rojizo, por la luz de una hoguera a poca distancia.
- La concentración es fundamental.- Comenzó la sabia.
- Pero no creo que cerrar los ojos y respirar profundamente ayude mucho.
- ¿Qué no? Prueba y verás como a mí sí me sirve.
Idril se movió con toda la rapidez de la que fue capaz y descargó uno a uno sus mandobles pero todos fueron evitados por la daga de Iste. Naturalmente, las armas que se utilizaban para el adiestramiento no estaban afiladas y, un golpe con ellas, por fuerte que fuera, difícilmente podía provocar algo más grave que una magulladura.
- La mano izquierda en la espalda.- Instruyó Iste mientras esquivaba un mandoble ascendente.- En un combate de verdad, es instintivo protegerse con la mano libre de un filo que la cortará sin problemas; por estúpido que parezca. Tienes que acostumbrarte desde el principio.
Durante algunos segundos más, las dagas siguieron entrechocando hasta que, tras una serie de potentes golpes, Idril lanzó una estocada horizontal hacia su contendiente. Rápida y flexible, ésta se apartó dejando que pasara a poca distancia de  su vientre. En el mismo movimiento, mientras la más joven aún se preguntaba cómo podía haber fallado, Iste rozó débilmente la daga de su rival con la mano desnuda y, con un poco de ayuda mágica, el arma salió despedida a varias brazas.
- No es justo.- Protestó.- No puedes usar la magia.
- ¿Por qué no? Además, así te das cuenta de lo importante de la concentración, si no te hubieras apresurado…
- Pero es que no me esperaba eso.
- Tienes que esperarte cualquier cosa.
- Bueno, Iste, tampoco abuses.- Intervino Elenwë que estaba sentada sobre unas rocas observando la escena.
- Pero si yo…
- Déjalo amil, si quiere pelea, la tendrá.- dijo Idril con una sonrisa pícara mientras recogía el puñal del suelo.
De nuevo, el combate comenzó y, golpe tras golpe, las dos rivales se movían con rapidez y precisión buscando un hueco por el que atacar. En uno de los envites, quedaron filo contra filo, oponiendo sólo la fuerza de sus brazos. Pero Iste era mayor y más instruida en aquél arte por lo que, tras un brusco rechazo, Idril se encontró retrocediendo varios pasos. Sin embargo, mientras aún buscaba el equilibrio, levantó la mano izquierda hacia su rival y ésta, sorprendida por la repentina ráfaga de energía acabó cayendo de espaldas sobre el mullido suelo arenoso.
La mirada de Iste se encontró con un reflejo de su desconcierto en los ojos de Elenwë.
- Dijiste que había que estar preparada para cualquier cosa –Dijo Idril entre risas.
- ¿Desde cuando puedes hacer eso?
- No sé, a veces, cuando estoy enfadada o muy alegre puedo hacer cosas parecidas pero sin mucho control. Además no puedo si lo intento, simplemente sucede por sí mismo.
- Quizás signifique que estás avanzando después de todo.
Pero Iste sabía que no era así. Desde hacía años, Idril había demostrado con creces su potencial, sin embargo, le era imposible dominar su poder por mucho que lo intentara. En ocasiones demostraba ser capaz de canalizar la misma energía que un mago experto, pero siempre sin control y, además, el resto del tiempo parecía no tener ningún contacto con el otro lado y le era imposible realizar los hechizos más simples. Algo parecido ocurría con su capacidad como vidente, a veces podía predecir el futuro inmediato o, en sueños, tenía visiones de tiempos remotos. Pero, en ambos casos, solían ser imágenes de la vida cotidiana, sin trascendencia alguna, como si sus habilidades estuvieran totalmente desenfocadas de los acontecimientos importantes y, además,  nunca ocurrían si se lo proponía.
- ¿Y que hace esa encantadora señorita tirada en el suelo?- Dijo Glorfindel adentrándose en el radio de luz de la hoguera.
Elenwë se volvió para dedicarle una sonrisa de bienvenida a Turgon que apareció detrás de su consejero.
- Habéis tardado.- Se quejó Iste mientras se levantaba.
- Es que nos ha costado encontrar el sitio.
- Pues no será por la exuberancia de la vegetación.- Dijo Iste señalando a su alrededor.
Estaban en una colina que bajaba con pendiente muy suave hacia la playa. En varias millas a la redonda no se veía ni un árbol, sólo maleza y arbustos retorcidos. Al oeste, las Pelori se erguían como una sombra amenazante que bien parecía tan alta como las estrellas; al sur y al norte la costa se intuía en la oscuridad salpicada de acantilados y promontorios rocosos, dos paisajes idénticos si no fuera porque las antorchas brillaban como luciérnagas sobre la playa septentrional; y al este, al este el mar, siempre el mar susurrando historias sobre tierras inalcanzables.
- Pues no, pero la verdad es que ese fuego que habéis encendido tampoco ha ayudado mucho, ¿traigo una vela para ver si alumbra más?- Contestó Ecthelion-. Tantas clases de magia desaprovechadas, no sé que voy a hacer contigo Iste…
Mientras hablaba, alzó la mano y las llamas crepitaron y bailaron enloquecidas haciéndose más intensas pero pronto se apaciguaron aún más que al principio.
- Yo sí sé que vas a ir a por más leña. Y tus trucos de prestidigitador te los guardas para los salones de las grandes mansiones donde puedes encontrar algo más que un par de matojos retorcidos.
Pronto estuvieron todos compartiendo una comida agradable cerca del fuego reavivado por la leña de Ecthelion, contando viejas historias, cantando y riendo.
- Así que ya está, se acabó al fin el ir al norte-. Dijo Elenwë en un momento de la conversación.
Turgon le pasó un brazo por la espalda y dejó que apoyara la cabeza en su hombro.
- Bueno, casi se acabó. Sólo un mes más, la última etapa y cruzaremos al fin.
- Eso habrá que verlo-. Dijo Idril, no será la primera vez que se alarga el plazo.
- No seas agorera Celebrindal. No es propio de la juventud ese pesimismo, esa preocupación. Aprende de mí y ya verás como vives mucho más feliz.
- Pero tú ya no eres joven, Glorfindel…
- No entendéis lo que está pasando-. Dijo súbitamente Iste poniéndose en pie.
En cierta forma era como si ella no hubiera dicho esas palabras aunque habían salido de su boca. Había en ellas un tono de apremio, de urgencia. Todos se volvieron hacia ella extrañados, intentando comprender qué pasaba.
- Él no nos dejará cruzar, se los llevará antes. Debo avisar a los demás.

Echó a correr colina abajo, sin mirar atrás y, pronto sintió la caricia de la arena de la playa en los pies. Entonces, surgidas de la nada, aparecieron cientos de luces a su alrededor, miles de elfos caminaban junto a ella portando antorchas. Idril pasó corriendo entre ellos, apenas un fugaz revoloteo de cabellos rubios en la oscuridad de la noche.
- ¡Vamos Iste! A ver que hay detrás de aquél promontorio.
La sabia la miró con una sonrisa mientras trepaba con ágiles saltos sobre unas rocas de seis brazas de altura. Una vez arriba Idril miró con interés el paisaje hacia el norte y se volvió hacia su amiga. Iste creyó percibir una sombra de preocupación en los ojos de la joven.
- Hay algo en el aire, frío, fúnebre.- Su voz se transformó en casi un llanto y su respiración se hizo más agitada.- Ya se acerca…
Y mientras aún hablaba, Iste sintió como la mente de Idril se abría al otro lado con un único grito que acompañaba a sus últimas palabras “¡Nunca nos perdonarán!” y, entonces, se derrumbó sobre la arena.
- ¡Celebrindal!- oyó gritar a Turgon detrás de ella.
Pero no pudo correr hasta su amiga pues el peso del futuro cayó sobre ella en aquél momento como una pesada manta húmeda y fría que le impidiese respirar. Se vio a sí misma intentando liberarse de ella con torpes movimientos pero sintiendo, cada vez más intenso, su abrazo mortal. El mismo tiempo recibía con horror al mensajero que se acercaba por debajo de las montañas y se retorcía ante las consecuencias de la terrible maldición que aquella poderosa presencia estaba a punto de lanzar sobre los hijos de Arda. Sólo entonces lo comprendió todo…

- ¡Iste!
La voz de Turgon la sacó de su ensimismamiento y su mente volvió a la tienda pobremente iluminada y a la selecta concurrencia de nobles que la rodeaba.
- ¿Estás con nosotros?
- Sí, sólo…, pensaba.
- Es inútil volver sobre lo mismo. La maldición de Mandos es un duro revés, el mayor que hemos sufrido desde Alqualondë pero aún así, tenemos que seguir con lo que habíamos planeado, no hay otro camino posible. Muchos os habéis escandalizado al oír el juramento de Fëanor pero ese es un peso con el que nosotros no deberemos cargar, ahora sólo debemos preocuparnos por los que están a nuestro cargo y cumplir la tarea que nos han encomendado. Aunque nos pese, esto no cambia nada.
- No, lo cambia todo.- Dijo Ecthelion entrando en la tienda.- Finarfin se va.

Y como un colosal mazazo las palabras de Ecthelion resonaron en su cabeza. Por fin, abrió los ojos y se obligó a respirar profundamente. Sobre ella, las estrellas giraron enloquecidas hasta que sus ojos fueron capaces de detenerlas. Los sonidos de la noche la envolvieron, el crujir de las ramas, la brisa sobre las rocas, las olas lamiendo la arena… Iste volvió a la vida y el dolor la inundó.
Por un momento permaneció inmóvil porque le parecía que si intentaba hacer el más mínimo gesto, se desharía por completo tal era el martirio al que la sometía cada uno de sus nervios. No obstante, poco a poco logró sobreponerse y el dolor se apaciguó, retomó el control de su cuerpo y reunió fuerzas, pero el mero intento de incorporarse le produjo la más terrible de las nauseas mientras su cabeza parecía querer explotar así que se quedó allí, tumbada bajo el terraplén que la había visto caer. Empezó a llover.
Pensó en gritar pero sabía que estaba muy lejos de cualquiera que pudiese oírla y, además, no se sentía muy segura de ser capaz. Por fin se relajó para intentar enviar un mensaje a alguno de los sabios de su Casa o de los magos de Ecthelion, una llamada así viajaría rápida y sería escuchada por cualquiera con el poder para oírla. Se concentró y su respiración se hizo más acompasada. Sintió la tierra bajo ella; el mar; la playa; fue consciente de la vida que crecía a su alrededor en cada insecto y en cada planta y, entonces, la abrumadora presencia de Fëanor a tan poca distancia la cegó y recuperar súbitamente los recuerdos de sus largos desvaríos la distrajo devolviéndola a la realidad.
Se quedó más quieta aún, casi sin atreverse a respirar: “Él no debe saber que estoy aquí, se van, debo avisar a todos, nadie me encontrará, será demasiado tarde, si tan solo hubiera despertado antes…” los pensamientos acudían a ella demasiado deprisa, agobiándola y su malestar se acrecentó aún más. Sin embargo, pronto sintió que Fëanor se alejaba, poco a poco, hasta que su presencia se confundió con la de muchos elfos colmados de pensamientos sombríos que se preparaban para algo que aborrecían y deseaban a partes iguales.
Entonces vio algo en el borde del acantilado. Al principio creyó que eran sus ojos pero se dio cuenta de que lo que eclipsaba las estrellas allá arriba parecía la silueta de un elfo. Un sonido de piedras que resbalaban por la pendiente, de pasos cuidadosos y una respiración entrecortada por la preocupación precedieron a la aparición de los insondables ojos de Eärfuin sobre ella.
- ¡Iste! ¡Iste! ¿Estás bien?
La sabia no pudo menos que conmoverse por la preocupación del joven. A la vez, descubrió, no sin sorpresa, que podía hablar.
- No lo sé, creo que lo estaré.
- Turgon nos envió a buscarte en cuanto supo que habías salido sola con este tiempo. ¿Cómo se te ocurrió? No te preocupes, hay algunos elfos más por aquí cerca, les diré que vayan a avisar a alguien y me quedaré contigo a esperarles.
- Eärfuin-. Le interrumpió hablando todo lo alto que era capaz-. No hay tiempo para eso, no hay tiempo para nada.
Él la miró, de nuevo, con inquietud pero la dejó hablar.
- Escúchame atentamente, debes llegar hasta Turgon y debes darte mucha prisa…
 



1 2 3 4 5 6 7 8

  
 

subir

Películas y Fan Film
Tolkien y su obra
Fenómenos: trabajos de los fans
 Noticias
 Multimedia
 Fenopaedia
 Reportajes
 Taller de Fans
 Relatos
 Música
 Humor
Rol, Juegos, Videojuegos, Cartas, etc.
Otras obras de Fantasía y Ciencia-Ficción

Ayuda a mantener esta web




Nombre: 
Clave: 


Entrar en el Mapa de la Tierra Media con Google Maps

Mapa de la Tierra Media con Google Maps
Colaboramos con: Doce Moradas, Ted Nasmith, John Howe.
Miembro de TheOneRing.net Community - RSS Feed Add to Google
Qui�nes somos/Notas legalesCont�ctanosEnl�zanos
Elfenomeno.com
Noticias Tolkien - El Señor de los AnillosReportajes, ensayos y relatos sobre la obra de TolkienFenopaedia: La Enciclopedia Tolkien Online de Elfenomeno.comFotogramas, ilustraciones, maquetas y todos los trabajos relacionados con Tolkien, El Silmarillion, El Señor de los Anillos, etc.Tienda Amazon - Elfenomeno.com name=Foro Tolkien - El Señor de los Anillos