Sueños de Invierno

10 de Abril de 2006, a las 15:25 - Morgoth_i
Relatos de Fantasía - Relatos basados en la obra de Tolkien, de fantasía y poesías :: [enlace]Meneame

II

Todo estaba oscuro. No podía ver nada. La habitación parecía estrecha, aunque solo alcanzaba a ver una pequeña y destartalada mesa y la silla sobre la que me encontraba. De repente una luz me cegó, era muy tenue, pero mis ojos parecían tan acostumbrados a la oscuridad que incluso me dañó. Alguien había abierto la puerta del pequeño habitáculo en el que me encontraba. No pude ver quien era, una capucha le tapaba por completo la cara. Por sus vestimentas solo pude averiguar que no pertenecía a la nobleza. Sus botas estaban desgastadas por el uso, aparte de estar empapadas y llenas de barro, al igual que la capa, raída y vieja, con la que se cubría. Fuera debía estar lloviendo, aunque no veía ninguna ventana en las paredes para poder comprobarlo. Antes de que el individuo cerrase la puerta pude vislumbrar una estantería repleta de libros al otro lado de la habitación, no muy lejos de mí. Cuando la puerta estuvo completamente cerrada y mi extraño visitante y yo nos sumimos en la oscuridad escuche una voz. No fui capaz de reconocerla, pero me era muy familiar.

-¿Me has conseguido la información que te pedí?
-Por supuesto, - contestó el hombre de la capa- ¿acaso dudabais de mí?
-Siempre he confiado en tu capacidad de persuasión

Un golpe en la puerta interrumpió la conversación.

Abrí los ojos y vi como Rabgol entraba en ese momento en mi habitación. Tras él había un par de sirvientes que portaban mi armadura de gala. Lujosa pero poco resistente en combate, cosa que no importaba demasiado, ni llevando la mejor armadura fabricada por el mejor maestro enano tendría alguna posibilidad en un combate real. Había pasado muchas horas practicando con Nifla, la maestra de armas, pero lo único que había aprendido era a sujetar la espada, y en esos momentos no estaba seguro de acordarme de cómo hacerlo correctamente. Estaba demasiado nervioso.

-Debes prepararte Wirl –me dijo Rabgol- dentro de poco habrá una multitud en la puerta norte de la ciudad esperando tu partida.
-Lo se –me acerqué a la ventana y mire al horizonte- no hay forma de evitarlo ¿verdad?
-No –se acercó a mi y me puso la mano en el hombro- Tienes que hacerlo Wirl. No estarás solo, en el establo están esperándote un par de escuderos que te acompañaran durante todo el viaje.
-¿Escuderos? –Me volví enfadado- ¿y esos escuderos podrán protegerme de lo que me pueda encontrar en el camino?
-No tienes porque encontrar ningún problema –intento tranquilizarme Rabgol- si no los buscas. El norte es una zona pacífica, la gente es muy amable y todos leales a vuestro padre y no encontraras bandidos por los caminos. Por suerte no tienes que visitar el sur, eso si seria peligroso.
-Pero… ¿y los kobolds? –No me gustaban nada esas criaturas- Lana dijo que habían infectado la orilla norte del Biga, ¿Quién te dice que no subirán hasta el camino por el que tengo que pasar?
-Las tropas de Lana ya están haciéndoles frente a orillas del Biga, no tienes que preocuparte.
Volví a acercarme a la ventana, ya se podía oír el ajetreo típico de la mañana, pero esa mañana no era igual, el ajetreo no se producía por la gente que iba al mercado o a realizar sus trabajos. Ese revuelo era por mí. La gente se estaba congregando en la puerta norte para verme salir con esa lujosa armadura…y acompañado por un par de simples escuderos…
Los sirvientes que entraron con Rabgol empezaron a vestirme. Estaba tan ensimismado en mis pensamientos y en la vista de la ciudad que tenía ante mí, que cuando quise darme cuenta tenía todo el peso de la armadura encima. La armadura estaba hecha por completo de plata. Las grebas que cubrían mis piernas estaban adornadas con un par de grandes rubíes, procedentes de las excavaciones enanas de Draintak. En el peto se podía observar, la corona real en relieve, dibujada con topacios y zafiros de la misma procedencia que los rubíes. Me colocaron sobre los hombros la capa de fina seda color ámbar, bordada con hilo de plata. Debido a mi considerable altura debía tener un aspecto imponente, tan solo me faltaba el yelmo, de plata como el resto de la armadura, adornado en la parte superior por los penachos amarillos y azules que correspondían a la realeza.
Contemplé por última vez la vista desde mi ventana antes de coger el yelmo y abandonar mi habitación. Probablemente no la volvería a ver.

Los guardias que flanqueaban la puerta de mi dormitorio nos escoltaron a Rabgol y a mí hasta los establos. A los sirvientes no los volví a ver. Llevaba todavía el yelmo bajo el brazo para poder escuchar los últimos consejos de Rabgol cuando llegamos a los establos. Allí estaban mis dos acompañantes con sendos caballos. Tan sucios los amos como sus monturas. En cuanto me vieron se arrodillaron sobre la paja. Con la armadura completa supongo que les impondría bastante respeto.
-Levantaros –ordene con voz firme, o al menos lo intente, estaba tan nervioso que apenas me salio un hilo de voz.- ¿Cuáles son vuestros nombres?
-Yo soy Cilan, mi señor –contestó el que parecía ser el mayor mirándome a los ojos- y esta es mi hermana Maz
-Supongo que sabréis en que consiste nuestro viaje y cual es vuestra misión –no había reparado en que el segundo paje era una chica. Ambos se parecían mucho, nadie duraría que eran hermanos. Los dos eran altos y fuertes, y su pelo negro como la noche. Ella lo llevaba suelto, acariciándole la espalda. Era en verdad preciosa, sus ojos, tan negros como su pelo, me tenían absorto y la sonrisa que dibujaba su boca parecía capaz de enamorar incluso al anciano Rabgol, de hecho, él también estaba petrificado por su belleza.
-Por supuesto señor, todo el reino sabe que hoy debe partir al norte –me sorprendió lo dulce de la voz de la muchacha- deberemos escoltarle en su visita a las ciudades del norte, aunque no necesitaremos de las armas, ya que es una zona bastante tranquila.
-Eso espero- susurré para mi- ¿Tenéis buen dominio de la espada?
-Llevo usándolas desde que tengo 4 años, si encontramos algún peligro sabré defenderos y además mi hermano es un experto con el arco- Cilan me enseñó su arco, parecía estar echo de buena madera, y la espada de Maz parecía un buen trabajo a simple vista, ¿de dónde habrán sacado unos simples escuderos tan buenas armas?
-Señor, -Rabgol interrumpió la conversación- no deberíais demoraros más, debéis partir ya.
Tuve que dejar mis dudas para otro momento, después de todo el viaje sería largo y tendría tiempo para resolverlas. Cilan trajo a Konva, el caballo que me regaló mi padre al nacer. Konva es uno de los mejores caballos del reino, pocos igualan su velocidad en campo abierto, además de ser uno de los más elegantes. Su pelaje albino, muy extraño por estas regiones, y la rara marca negra de su cara, que abarcaba sus ojos como si fuera un antifaz, hacían que cualquiera que lo viese se sorprendiese por su belleza.
Monte en Konva con un poco de ayuda por parte de mi nuevo escudero, me habría sido imposible subir solo debido al peso de la armadura. Una vez arriba Rabgol me entregó el yelmo y en cuanto los dos hermanos estuvieron listos, partimos. Antes de salir del establo me ajusté el yelmo y me despedí de Rabgol. No sabía si volvería a verlo. Nada mas salir del establo la luz del sol nos cegó y un griterío lleno mis oídos. Delante de mí pude distinguir la silueta de Maz, por lo que supuse que su hermano se encontraría por detrás. A pesar de la temprana hora la calle estaba abarrotada, al fin y al cabo, esto no ocurría todos los días, tendrían que esperar muchos años para volver a ver esa imagen, la de un príncipe engalanado abandonando la ciudad. El trayecto desde los establos a la puerta norte se me hizo eterno, solo veía gente y mas gente a ambos lados de la calzada, no sabía cuando iba a llegar. Por fin pude alcanzar a ver la imponente puerta de hierro, todavía cerrada, tras la cual comenzaba mi aventura. A la izquierda pude ver el palco que había sido instalado a la izquierda de la calle, poco antes de llegar a la puerta, en la que se encontraban todas las personalidades del reino. Pude ver a mi padre, sentado al fondo, y a su izquierda me encontré con la sonrisa de Rabgol. Un poco más adelante se encontraba mi madre acompañada por Lane y la sacerdotisa del reino, todos vestidos con las ropas de gala. Cuando llegué a su altura hice que Konva girase para colocarme enfrente de mi madre, pude comprobar que Cilan venía detrás de mí, ya que se colocó a mi izquierda. En ese momento habló mi madre.

-Wirl Tiltap, tu viaje ha de dar comienzo, -su voz sonaba demasiado distante, no era mi madre, era la reina- ya sabes cual es la misión que se te ha encomendado, tu rey espera que no nos defraudes.

Tras estas palabras la inmensa puerta de hierro comenzó a abrirse con un estruendo que apagó los demás ruidos. Mis acompañantes y yo nos dirigimos hacia la puerta, en esta ocasión, ambos se encontraban a mis espaldas, cediéndome el honor de atravesar la puerta en primer lugar. Ojalá no tuviera que recibir este honor. Todo el mundo estaba contento con mi partida, podía oír el ambiente fiestero que impregnaba toda la ciudad. Casi todo el mundo. Gracias a la visera del yelmo, nadie advirtió mis lágrimas.



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