Sueños de Invierno

10 de Abril de 2006, a las 15:25 - Morgoth_i
Relatos de Fantasía - Relatos basados en la obra de Tolkien, de fantasía y poesías :: [enlace]Meneame

IX

No me encontraba bien, mareado, parecía que el suelo se movía bajo mis pies. Estaba en una pequeña habitación, las paredes eran de madera. Los pocos muebles que había también estaban hechos de madera, una litera bastante destartalada, que no parecía capaz ni de aguantar el peso de un niño, un armario con el mismo aspecto y un pequeño escritorio, sobre el que había algunas hojas en blanco y una pluma. No había ventanas, por lo que no podía saber que hora sería, pero en una de las paredes había una puerta. Me dirigí hacia ella y la abrí. Ante mi pude ver un largo pasillo, con puertas como la mía a ambos lados.

-Señor, no debería salir. Vuelva a entrar en la habitación, por favor.

Junto a mi puerta, a mi izquierda, un soldado con los colores de mi padre me hablaba. Era evidente que era uno de los soldados de mi padre, aunque la armadura que llevaba no era la usual, me recordaba a las que se encontraban en algunas zonas del castillo, a modo de adorno. A cada momento me sentía peor, gire hacia mi derecha y busque una salida, sin hacerle caso al guardia. Tenía que salir y respirar algo de aire fresco. Atravesé el pasillo hasta encontrar la puerta que parecía llevar afuera del edificio. La abrí y la oscuridad de la noche me inundó. Cerré los ojos y respiré, esperando que desapareciese el mareo. Pero no ocurrió, volví a tener la sensación de que el suelo se movía, y tuve que abrir los ojos para buscar algo a lo que agarrarme, si no quería caerme al suelo. La luna apenas alumbraba y no alcanzaba a ver mucho, pero pude ver una barandilla enfrente de mí. Me acerque a ella y me agarré con todas mis fuerzas. Entonces me di cuenta, estaba en un barco. Yo. Que no sabía ni nadar. Me fallaron las fuerzas y caí.


Desperté y me vestí rápidamente. Nilia aún dormía, la deje descansar un poco más mientras yo preparaba algo para desayunar.

El día anterior habíamos alcanzado el río y encontrado el pequeño embarcadero, en el cual estaba amarrado el bote que nos llevaría a la isla. Un bote de madera, estrecho, en el que difícilmente cabrían más de dos personas. En el había dos pares de remos, que yo no sabía ni como tenía que coger. Estaba algo nervioso. Hasta que vi el bote no se me había ocurrido pensar ese problema. He vivido toda mi vida cerca del río, pero nunca he montado en barco, ni siquiera se nadar. Tendría que confiar en la habilidad de Nilia, según me había dicho, ella si tenía algo de experiencia.

Cuando Nilia se despertó, comimos y nos subimos en el bote. Nilia se sentó delante con una de las parejas de remos para enseñarme como se manejaban. En cuanto estuvimos listos, soltamos el bote y empezamos a dirigirlo en el sentido de la corriente, aproximadamente por el centro del río, yo siempre siguiendo las instrucciones de Nilia. Resultó ser más fácil de lo que me pareció en un principio. Cuando acabásemos en la isla, no tendría problemas para volver.

Tras un tiempo navegando observamos como ambas orillas iban alejándose cada vez más hasta que desaparecieron y un poco más adelante, divisamos la isla. Era impresionante, una montaña surgía de la nada de repente, sin playa, sin costa, simplemente la ladera de una montaña que subía. Sin embargo, por la cara este, la montaña sufría un corte, sobre el cual estaba asentado un torreón, el lugar al que debíamos ir. Rodeamos la isla hasta encontrarnos enfrente del torreón e intentamos acercarnos a él.

- ¡Wirl!, no hay forma de amarrar el barco.
- No te preocupes por eso.
- Quédate aquí, llegare a la orilla nadando.
- No, voy a ir contigo.
- Si lo haces no podrás volver Wirl.
- Claro que sí, ataremos la cuerda a una piedra y no habrá problemas.

Nos acercamos más a la orilla y atamos el barco a una de las piedras que sobresalían. Bajamos del barco y subimos la ladera hasta llegar al torreón. El torreón era de piedra y más alto que ningún otro edificio que hubiera visto antes. Entramos en él y lo único que había era una enorme escalera de caracol. Comenzamos a subirla. Escalón tras escalón, parecía que no iba a terminar nunca y eso era lo que yo quería, no quería llegar hasta el final.
Pero la escalera tenía un fin, sobre los últimos escalones había una trampilla. No podía moverme, no quería moverme.

- Ábrela, Wirl. Tengo que hacerlo.

La abrí y ayude a Nilia a subir. Después trepé yo. Nos encontrábamos en una gran habitación circular. No había ninguna ventana que dejara entrar la luz del sol,  pero algunas velas alumbraban la habitación. El techo era bastante alto y cubriendo las paredes había estanterías repletas de libros que alcanzaban el techo. En un extremo de la habitación había una mesa, también repleta de libros. Sobre la montaña de libros apareció una figura humana.

- Jajaja. Sabría que subirías
- Es mi deber, señor. –dijo Nilia.
- Cállate, niña, estoy hablando con tu acompañante. Wirl.
- ¿Cómo? ¿Cómo sabes mi nombre?
- ¿Qué pasa Wirl?
- Jaja. Parece que no tienes ni idea de quien soy

No entendía nada, ¿Quién era ese hombre? El extraño rodeó la mesa y se acercó un poco más a nosotros. Me puse delante de Nilia, intentando protegerla. El desconocido cogió una vela y se la acercó a la cara.

- Que ganas tenía de verte, Wirl.
- ¿Cómo sabías que iba a venir?
- ¿No te suena mi cara?

El extraño siguió acercándose. A decir verdad, su cara me resultaba familiar, al igual que su voz. Andaba torpemente, aunque su cara no parecía la de un anciano.

- No te preocupes, tenemos tiempo, ahora te lo explicaré. Deja que me acerque.
- ¡No des un paso más! –le dije desenvainando la espada.
- Jajaja, ¿de verdad crees que podrás hacerme algo con eso?
- ¡¡No te acerques!!
- Jeje, ¿eres consciente de que estoy pensando de que forma te voy a matar? Aunque todavía no, no te preocupes. Me gustaría que soltaras esa espada, Wirl.
- No pienso soltarla
- Me lo temía.

Una luz roja, brillante, creció en su mano y con un gesto rápido la lanzó hacia donde estaba yo.

- ¡NO! – gritó Nilia a la vez que se ponía delante de mí. Sin tiempo a reaccionar, vi como la bola de fuego impactaba en su cuerpo, lanzándola con una tremenda fuerza contra mí. El impacto me hizo retroceder y choqué contra las estanterías, tirando algunos libros. Nilia rebotó y se encontraba a unos metros de mí.
- Que idiota, ese ataque iba a tu brazo, no pretendía matarte, pero un impacto en el pecho puede ser…letal.
- ¡Cabrón! –le grite a la vez que me acercaba a donde estaba Nilia
- ¡Estate quieto! ¡Donde estabas! No te preocupes por ella, está muerta. –dijo el desconocido mientras surgía de su mano una nueva bola de fuego.
- ¿Quién eres? ¿Qué quieres de mí? –le grité con los ojos llenos de lágrimas al ver que tenía razón, que Nilia no se movía.
- ¿Qué quiero? Matarte, lo siento Wirl, pero no vas a salir vivo de aquí, no puedo dejarte. A cambio, responderé a tu otra pregunta. ¿Nunca te has preguntando que significan los sueños que tienes cada noche?
- ¿Tu tienes algo que ver con eso?
- Desgraciadamente sí. ¿Todavía no te has dado cuenta de quien es el dueño del cuerpo que ocupabas en esos sueños? Si, Wirl, era mi cuerpo. Momentos de mi infancia, de cuanto tenía tu edad y algunos de hace relativamente pocos años.
- No entiendo.
- Yo tampoco. Pero a la vez que tú tenías esos sueños, yo también soñaba. Y cuando soñaba, veía tu vida, desde tus ojos. Y ya que tu vida ha sido mucho más corta que la mía, sabía prácticamente todo lo que hacías, y sabía que vendrías.
- Pero, ¿qué relación nos une? –Pregunté, inducido por la curiosidad- Tú vivías en palacio hace años, ¿por qué?
- Yo, al igual que tú, soy de sangre real, de tu misma familia. De hecho, llegué a reinar unos años.
- No es posible, mi padre ha estado en el trono desde hace más de ochenta años, es imposible que hayas sido rey y estés vivo
- Jeje, estoy seguro de que tu padre aparenta muchos más, ¿no es así?
- Si…está muy débil
- Claro, él no controla el reino, igual que ningún hombre lo ha hecho. Le controlan y le debilitan para poder gobernar en su nombre. A mí me pasó lo mismo. Quisieron quitarme el poder que me correspondía. Por eso huí. Desaparecí. Viaje a un lugar que no aparece en los mapas y allí aprendí todo lo que se, aprendí como obtener poder. Y como obtener la inmortalidad. Fui rey, pero hace más de seiscientos años.
- ¿Y por qué vives aquí ahora?
- Para obtener esta inmortalidad, necesito matar cada cierto tiempo, absorber la vida de otras personas para fortalecer la mía. Ni siquiera allí donde lo aprendí, estaba permitido abiertamente, por lo que decidí volver. Cuando vivía en palacio, había oído hablar de una tribu salvaje, no civilizada, ni siquiera creían en unos dioses. Los busqué y en poco tiempo los encontré, les enseñé muchas cosas. No lo que había aprendido en aquel lugar lejano, pero si cosas que les facilitaron la vida. Incluso fundé una religión, de la que yo era el principal profeta. Y la única condición que mi Dios le puso a ese pueblo, fue que cada cierto tiempo enviaran a una muchacha aquí, a esta isla, como sacrificio. Al parecer tú conoces muy bien las costumbres de esta tribu, ¿no es así?

No sabía que decir, estaba paralizado. Todo lo que Nilia y su pueblo creían era mentira. Nilia había muerto por nada

- Comprenderás, Wirl, que sabiendo todo esto no puedo dejarte ir, lo siento.

Hizo un gesto con la mano y la bola de fuego que había materializado se acercó velozmente hacia mi pecho.



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