Wirda (Libro II: La Espada y el Anillo)

14 de Mayo de 2003, a las 00:00 - Condesadedia
Relatos de Fantasía - Relatos basados en la obra de Tolkien, de fantasía y poesías :: [enlace]Meneame

CAPÍTULO 2



    Níkelon despertó sintiendo que toda una tribu de enanos mineros estaba buscando una veta de oro entre sus cejas. Decidió no abrir los ojos hasta que dejaran de picar, pero la luz también le molestaba a través de los párpados.
    Por fin, se decidió a abrir los ojos. Había un artesonado de madera sobre su cabeza, una manta sobre su cuerpo y una sábana debajo, y sentía lo que parecía un vendaje rodeando su cintura.
    -¿Estoy muerto?
No había sido más que una pregunta retórica, ni siquiera había pensado que pudiera haber alguien más en la habitación. Oyó el leve crujido de una silla liberada del peso de un cuerpo y se volvió hacia su izquierda.
Ella le tocó la garganta un breve instante antes de contestar. Tenía las manos pequeñas y los dedos regordetes, con las     uñas cortas y rectas.
    -Respiras, tienes pulso, la piel está caliente... Creo que no.
    Jelwyn tenía razón. Era la voz más bien afinada que había oído en su vida.
    -Entonces, ¿por qué me siento como si lo estuviera?
    -El efecto del veneno.
No era necesario preguntar quién era. A Jelwyn se le había olvidado mencionar algunos detalles, como las marcas de expresión en la frente (no eran lo bastante profundas como para llamarlas arrugas), el elegante arco de las cejas, las largas pestañas y la nariz del tamaño justo cuya recta belleza ni siquiera una espinilla inflamada en la punta lograba estropear. Llevaba una blusa verde con capucha, ancha y con las mangas largas, una falda gris hasta los tobillos, sandalias, el largo cabello suelto, y ni un adorno o joya. Tampoco parecía necesitarlos para nada.
    Níkelon se incorporó tratando de no dar muestras de dolor y se apoyó en lo que creyó el respaldo de la cama y resultó ser la pared. La Lym sonrió al verle respingar por el frío y le colocó la almohada de forma que no lo notase tanto.
    -¿Veneno?
    -La flecha que te dispararon estaba envenenada. Llegaste inconsciente.
    -¿Esto es Katerlain?
    -No. Es la Casa Aletnor, en Comelt.
    -¿Dónde está Jelwyn? ¿Le... le ocurrió algo?
    Ella se rió.
    -No me faltaron ganas. Ni su horrible amuleto le habría protegido si no llego a poder sacarte la flecha.
    -¿Fuiste tú?
    -Estoy acostumbrada. ¿Quieres comer algo? Pasar‚ por la cocina a ver qué‚ encuentro en la despensa.
No tuvo tiempo de echarla de menos. Regresó con una bandeja que contenía pan, queso, una manzana, una jarra de agua y un cuenco de leche, y seguida por una doncella que dejó ropa limpia para él encima de la silla.
    -Cómete esto y luego duerme. Te despertaremos para la cena.
Níkelon la miró algo atontado aún mientras se dirigía otra vez hacia la puerta, y algo le dijo que no podía permitírselo. Por lo menos no de aquella manera.
    -Es... -Su voz sonó como un graznido, pero por lo menos consiguió que ella se volviese a mirarle-. Espera. Yo quería darte las gracias. Por lo de sacarme la flecha, y la ropa y todo...
    -Bien. Hazlo.
    ¿Era una broma? Por si acaso, Níkelon prefirió ser obediente.
    -Gracias por salvarme, Lym Dagmar.
    Ella sonrió otra vez.
    -Mis amigos prefieren llamarme Garalay.

*****

    La comida le sentó bien. Al despertar, ya no le dolía nada. Bueno, se corrigió, tal vez un poco la espalda. Se puso su nueva ropa, que olía a espliego y le venía un poco ancha, y deseó tener un espejo para ver cómo le sentaba. Por lo menos era cómoda: unos pantalones como los de jeddart, una túnica azul por encima de la rodilla, un cinturón y unos zapatos de cuero sin ningún adorno.
    Cuando Garalay fue a buscarle, se estaba abrochando el cinturón.
    -Tendremos que hacer algo con ese pelo.- Níkelon trató de peinarse con los dedos, pero solo consiguió empeorar el resultado.-. Déjalo, ahora no tenemos tiempo.
    Níkelon la siguió por un pasillo y una escalera hasta una ancha puerta de madera. Garalay la abrió sin demasiada ceremonia, entró y se apartó para que él entrase.
    La Sala de la Casa Aletnor era amplia, e iluminada con velas y antorchas colocadas en lugares estratégicos para que alumbraran sin manchar ni deslumbrar. Por la mayor de las tres ventanas de la pared Este se distinguía el castillo de Comelt recortado contra el cielo azul oscuro.
    Jelwyn estaba sentado a la cabecera de una gran mesa rectangular ocupada por unas cuarenta personas, con una silla vacía a su derecha, una mujer de unos cincuenta años a su izquierda y un enorme tapiz en la pared opuesta a él. El tapiz representaba a una mujer joven que montaba un caballo blanco, el cual mantenía en el aire las patas delanteras de forma que parecía que estuvieran a punto de aplastar un diminuto castillo negro. Y por la expresión de su cara, esas eran sus intenciones.
    -¡Nikwyn! -saludó Jelwyn levantando la mano- Ven aquí. Te presento a la Segunda Compañía del Valle de Katerlain. Camaradas, este es un auténtico Príncipe de Galenday, a ver cómo os comportáis.
    -¿Alguna vez somos groseros, Capitán? -dijo un joven de mejillas rollizas que parecía bastante inofensivo.
    -¿Te conformas con el número o quieres la lista detallada?
La carcajada, breve pero sincera, recorrió la mesa como una oleada. Níkelon sintió que se ruborizaba.
    -Esta es Kayleena, la Señora de la Casa -Níkelon hizo una reverencia, preguntándose qué querría decir Jelwyn con aquello. Kayleena era demasiado mayor para ser su esposa, pero no lo bastante como para ser su madre.
Garalay ocupó la silla vacía, y Níkelon, tras un momento de vacilación, se sentó a su lado.
    Jelwyn levantó su copa hacia el tapiz.
    -Por la Durmiente.
    -Y por el día en que despierte -respondieron los demás.
    Y así comenzó la cena más extraña en la que Níkelon había estado nunca. Ante la fiera mirada de la dama del tapiz, todos comenzaron a servirse la comida y bebida de las grandes bandejas que había encima de la mesa. Pero, al contrario que en muchas cenas a las que había asistido en Galenday, no vio a nadie comer con la cabeza sobre el plato, ni poner la pierna o sentarse sobre la mesa, limpiar su cuchillo en las ropas de su vecino, ni menos aún escupir, silbar, canturrear o liberar animalillos en el tiempo que duró la cena.
    Al final de la cena, apareció la misma doncella que le había llevado la ropa limpia con una jofaina y un lienzo blanco y todos se lavaron las manos. El jeddart de las mejillas rollizas, que habían adquirido durante la cena un sospechoso color encarnado a juego con sus orejas, levantó de nuevo su copa-
    -¡Camaradas! ¡Quiero proponer un brindis! Por la Tercera de Comelt, que hará nuestras guardias durante los próximos dos meses, y por los dos hombres que lo han hecho posible.
    El brindis fue muy reído y aplaudido. Jelwyn arqueó la ceja izquierda.
    -¿Sólo apostasteis dos meses?
    -Era demasiado fácil, no queríamos abusar.
    -Norwyn está graciosillo esta noche.
    Una voz sarcástica replicó desde la puerta:
    -Cuando está el dueño, los perritos hacen cabriolas, a ver si les recompensan con un hueso...
    -Hablando de la Tercera de Comelt... -murmuró Garalay.
    Níkelon estuvo a punto de atragantarse al ver al propietario de la voz. Por un momento le había parecido Estrella Negra. Pero el hombre de la entrada no llevaba máscara, vestía de gris y su estrella de Capitán poseía una especial cualidad sanguinolenta que parecía reflejo de su mirada.
    -Vaya, pero si es mi primo favorito -Jelwyn fracasó en su intento de parecer frívolo-. ¿A qué debemos el honor de la visita del Co-gobernador de Comelt?
    El Co-gobernador de Comelt debía sufrir del estómago, pensó Níkelon mientras el otro se acercaba con paso solemne y expresión severa a la mesa, justo enfrente de Jelwyn, y se apoyaba las manos en las caderas.
    -Tengo noticias para ti, Joven señor: Estrella Negra ha regresado.
    Jelwyn no movió ni un músculo. Kayleena y Garalay se miraron por un breve instante.
    -¿Se había ido a alguna parte?
    La sonrisa del otro no tuvo nada de alegre.
    -Es curioso que lo preguntes, porque él sí que sabía que tú te habías ido -Arrojó sobre la mesa la espada que llevaba al cinto, con un movimiento de muñeca tan hábil que evitó las bandejas, aunque provocó la caída de unas cuantas copas, no todas vacías, y acabó ante Jelwyn, dando vueltas como una peonza mareada-. Con sus cariñosos saludos.
    Jelwyn puso la mano sobre la empuñadura del arma para detener el giro.
    -Tuya, Nikwyn.
    En efecto, constató Níkelon, era la espada que le habían quitado al capturarle en Galenday. Algo aturdido por recuperarla de aquella manera, la cogió, y como no se había llevado vaina, la dejó a su lado en el banco, esperando que nadie se hiriera con ella.
    El primo de Jelwyn apoyó ambas manos en la mesa y disparó una mirada fulminante que se quedó a medio camino.
    -Lo que me gustaría saber, Capitán de la Segunda del Valle, no es a qué estás jugando con ese bastardo enmascarado, sino cuándo terminará, porque algunos empezamos a estar hartos.
    -¿Tienes algo más que decir?
    -Sí -La sonrisa maligna fue más efectiva que la mirada-. Un mensaje de tu padre. Me dijo: "Farfel, cuando llegues a     Comelt dile a tu hermano que vuelva de una vez, vuestra madre empieza a echarle de menos". Palabra por palabra.
    Se hizo un pálido silencio.
    -A veces se olvida de las cosas.
    -¿Se olvida de que su esposa lleva quince años muerta? Eso es mucho despiste, mi Señora -miró a Níkelon y le saludó con una inclinación de cabeza-. Bienvenido a Ardieor, Alteza. Siento no haberos podido dar la bienvenida de una forma más adecuada.
    -Gracias -farfulló Níkelon. Kayleena miró a Dulyn, ceñuda.
    -Si ahora ya has terminado, te agradecería que nos dejaras continuar cenando tranquilos.
Dulyn asintió. Recorrió con la mirada las caras crispadas y las miradas indignadas, se dio la vuelta con un enérgico revoloteo de su capa gris y se dirigió hacia la puerta con el mismo paso firme con el que había entrado por ella.
    -Dulyn.
    Era la voz de Garalay, tan fría como agua de deshielo. Dulyn se volvió a medias.
    -Quiero una reunión del Consejo. Para mañana por la mañana, si consigues levantarte antes de mediodía.
    -Una Lym no puede pedir una reunión del Consejo.
    -Soy algo más que una Lym. Y por ese algo más exijo una reunión para mañana.
    -Y si eso no es bastante, yo también la exijo -añadió Jelwyn. Saludó agitando los dedos de la mano derecha-.     Hasta mañana, Dulyn.
    -A Artdia Comelt no va a gustarle esto, Lym. Utilizar tu antigua identidad para salirte con la tuya es indigno de...
    -La Dama Gris de Comelt y yo ya arreglaremos nuestros asuntos mañana en el Consejo.
    Dulyn apretó los puños y reanudó su camino hacia la puerta con bastante menos gracia de la que lo había comenzado.
    -¿A qué venía todo esto? -preguntó Níkelon en voz baja.
    Garalay respondió entre dientes, sin apartar su mirada de la puerta.
    -Dulyn es imbécil.
    -Mi tío era un gran hombre, pero debería haberse decidido a nombrar su heredera a Dayra en lugar de obligarla a compartir     Comelt con su hermano.
    -Y más teniendo en cuenta que él va detrás de Ardieor.
    -Esa es una acusación grave, Kay.
    -Ten cuidado con él. Creo que está reuniendo valor para desafiarte.
    -Entonces puedo estar tranquilo, aún me quedan muchos años.
    -¡Di una palabra, Capitán, y nunca tendrá la oportunidad de hacerlo!
    Las palabras de Norwyn fueron coreadas por un murmullo de asentimiento. Jelwyn hizo como si no lo hubiera oído.
    -Canta algo, Dag. Algunas fieras necesitan amansarse.
    Garalay no se lo hizo repetir. Se levantó con una sonrisa de alivio, se dirigió hacia un rincón, apartó una tela roja y descubrió a la vista de todos un arpa y un almohadón, en el que se sentó con toda ceremonia.
    Todas las miradas se volvieron hacia ella.
    -¿Alguna petición?
    -¡Tragando barro en los pantanos!
    -Muy gracioso. ¿Alguien quiere una canción de verdad?
    -Canta La doncella cisne, Dag. En honor de nuestro invitado.
    ¿Había sido un guiño aquel parpadeo?, Se preguntó Níkelon. Pero entonces Garalay le miró a los ojos y comenzó a tocar.
    No era una canción alegre. Trataba de dos hermanas: una rubia y brillante, otra fría y morena. Un caballero cortejaba a las dos al mismo tiempo. La joven rubia era ahogada por su hermana. Dos juglares con un extraño sentido del humor, al ver el cadáver flotando en el mar no pensaban en otra cosa que en fabricarse con él un arpa que tocaba sola y llevarla a la boda de la hermana oscura (por supuesto con el caballero culpable, que debía estar tan desesperado por casarse que no se andaba con remilgos) para acusarla del asesinato. Y un espeluznante verso final:
        - La tercera cuerda sonó bajo el arco:
        "Y ahora sí vas a llorar".
    La última nota quedó vibrando en el aire. Garalay apagó la vibración con un suave gesto de la mano que parecía una caricia, casi como la que se dedica a la cabeza de un animal muy querido. A Níkelon le pareció que a la luz de las velas las cuerdas del arpa eran demasiado doradas, como los cabellos de la pobre chica ahogada con la que los juglares la habían encordado, y la sonrisa de Garalay demasiado melancólica. Casi como si...
    -No es ésa, ¿verdad?
    Al oír las carcajadas comprendió lo que significaba "en honor de nuestro invitado".
    Se volvió para decirle a Jelwyn que la broma no le había parecido graciosa, pero él se había ido.
    -No le gusta oír esa canción -explicó Kayleena ante su expresión de sorpresa.
    -Entonces, ¿por qué la ha pedido?
    -Es la favorita de todos los demás.
    Garalay terminó de hacer reverencias de gratitud a su público y volvió a su lugar en la mesa haciendo como que no oía sus súplicas de otra canción.
    -Deberían haberle ahogado a él, por imbécil.
    -¿A quién?
    -Al caballero. Si quería a una hermana no debería haber ido regalando guantes y anillos a la otra.
    -Tal vez no pudo elegir.
    -Siempre se puede elegir. Solo hay que tener el valor de hacerlo.
    -A lo mejor ya había elegido alguien por él.
    Kayleena se rió.
    -No te la tomes en serio, Nikwyn. Cada vez que canta esa canción tiene que decir lo mismo.
    -Entonces, ¿por qué la canta?
    -Porque me gusta ver la cara que ponéis cuando os preguntáis de qué está hecha mi arpa.
    -Cuidado, Nikwyn, detrás de esa dulce carita se esconde una mente perversa.
    -Lo tendré en cuenta.
    -¡Norwyn! -gritó entonces Garalay- ¿Qué crees que estás haciendo?
    El jeddart se alejó del arpa con expresión culpable.
    -Bueno... algunos querían bailar un poco, y he pensado que...
    -Te arrancaré un pelo para sustituir cada cuerda que me rompas.
    -¡Buena idea, Nor! -Jelwyn había regresado tan por sorpresa como se había ido-. Toca algo animado - Tiró de las manos de Garalay, la levantó sin que ella opusiera más que una resistencia simbólica y la condujo al centro de la Sala.
    -¿Qué es eso que ha dicho Dulyn de su antigua identidad? -preguntó Níkelon, mirando con un ligero peso en el estómago cómo Jelwyn y Garalay comenzaban a moverse al compás de la música.
    -Mírales bien, Nikwyn. Solo hay que ser observador.
    Níkelon observó con toda su atención. Se fijó en sus caras, en su forma de moverse, incluso en el brillo de sus ojos. Y entonces, fue como si la cicatriz se borrase de la cara de Jelwyn, y Níkelon le vio de verdad por primera vez.
    -Era su hermana pequeña -confirmó Kayleena en tono apesadumbrado-. Hasta que se convirtió en Lym Dagmar. Y cuando se convierta en Artdia Dagmar la perderemos para siempre.

*****

    Amanecía apenas cuando Dayra Hamlyn, Co-Gobernadora, Capitán de la Segunda de Comelt y Mejor Lanzadora de Dagas del Mundo Conocido (aunque sobre este particular había opiniones encontradas), entró en la Sala de la Torre del Homenaje del Castillo de Comelt y abrió sus cuatro ventanas. Dayra era una joven de movimientos enérgicos, casi precipitados, y estuvo cuatro veces a punto de golpearse la ancha frente apenas protegida por un intento de flequillo castaño. Debería haber dormido más la noche anterior, pensó mientras entornaba los ojos para protegerse el cerebro de los alfileres que se le clavaron en él al abrir la ventana que daba al Este. Pero, ¿quién iba a imaginar que a aquella loca de Garalay se le iba a ocurrir convocar un Consejo?
    Dayra descansó los ojos mirando las paredes de la Sala, adornadas con una panoplia con el escudo de los Hamlyn de Comelt (un ratón mordiendo la cola de un león y el lema: "Pequeñito pero matón") y cuatro tapices con motivos florales y geométricos, todo sin una mota de polvo. En el suelo, la gran alfombra de lana roja (Dulyn se había enfadado cuando ella había hecho quemar aquella horrible piel de oso pulgosa y polvorienta) rivalizaba en limpieza con los tapices. No había más muebles que una mesa rectangular y un largo banco para sentarse en ella.
    La puerta se abrió a sus espaldas. Dayra no se volvió.
    -Llegas tarde.
    -Lo siento.
    Dayra se volvió, un poco ruborizada, al reconocer aquella voz de niña acatarrada.
    -Perdona, Dama Gris, creía que eras...
    -Dulyn, ya me lo imagino -La Dama Gris, alta y carniseca, de ojos diminutos y nariz ganchuda, se sentó en su puesto del banco con un suspiro y miró a Dayra como si estuviera a punto de llorar. Juntó las manos en ademán de súplica-. ¡Oh, mi Señora, cuándo dejaréis tu hermano y tú de enzarzaros en esas fútiles disputas pueriles que tanto dañan la reputación y el buen gobierno de Comelt! Hasta nuestros enemigos hacen guasa, mofa, befa y escarnio de vuestras desavenencias.
    -No es para tanto. ¿Sabes para qué hemos sido convocados?
    La Dama Gris retorció la cara en una mueca capaz de detener a un trhogol en plena carga.
    -¡Oh, esa insolente criatura!
    -Pero estoy segura de que tiene sus razones.
    -Ella siempre tiene razones. Y todas equivocadas. Nunca será una Dama Gris, porque el corazón de una verdadera Dama Gris...
    -... pertenece por entero... -murmuró Dayra al mismo tiempo que ella.
    -... y para siempre a la Orden.
    -Buenos días, Dulyn.
    -¿Qué‚ tienen de buenos?
    -Cielo despejado y temperatura agradable. Es lo que se suele llamar un buen día.
    -A los que podemos nos gusta dormir -rezongó Dulyn disimulando un bostezo.
Dayra no le respondió. Se adelantó a recibir a los miembros del Consejo, que iban llegando en murmurantes parejas o en solitario. jeddart, artesanos, campesinos y comerciantes y oficios relacionados. Así hasta diez.
    Dayra esperaba que Garalay no tardase mucho. La convocatoria había sido tan por sorpresa que no sabía qué‚ responder a las preguntas que le hacían.
    Cuando llegó Garalay, a Dayra comenzaba a temblarle el músculo de la mejilla derecha. Sonrió como si aquella reunión fuera una fiesta en su honor, saludó a todos preguntándoles por sus familias y negocios, inclinó la cabeza ante Dayra (no ante Dulyn, notó ella divertida, aún debía estar enfadada con él), y le pidió que comenzase el Consejo. Todos se sentaron, pero Garalay permaneció en pie ante la mesa, sosteniendo en sus manos una redoma de vidrio que contenía un líquido turbio de aspecto sospechoso. Dayra carraspeó antes de hablar.
    -Estando reunidos todos sus miembros, se abre la sesión del Consejo de Comelt, convocado a petición de Dagmar Lym-Kara Aletnor -La Dama Gris respingó como si se hubiera quemado al oír aquel nombre-. Lo siento, fue ella quien lo pidió.
    -Vine a Comelt en representación de mi Maestra, Artdia Dagmar, cuya ayuda había sido recabada por la Gobernadora Dayra -Garalay miró a Dayra como buscando la confirmación de sus palabras. Dayra asintió en silencio-. Según nos explicó, en los últimos tiempos habían fracasado y les habían tendido con éxito más emboscadas de lo habitual -Dayra creyó notar cierto retintín en las dos últimas palabras, y miró de reojo a Dulyn para ver si se daba por aludido. Él seguía mirando al frente como si no estuviera escuchando-. Como si los trhogol lo supieran por anticipado. Y como ellos no suelen destacar por sus cualidades adivinatorias, por imposible que parezca, llegó a la conclusión de que alguien está informando a la Sanguijuela. Alguien de Comelt.
    La Dama Gris volvió a respingar. Aquella mañana no ganaba para sustos, pensó Dayra.
    -Esa es una acusación grave, Lym. Espero que puedas demostrarla.
    Garalay alzó la redoma en alto para que todos la vieran.
    -Esta es la pócima de la verdad. Elaborada con hierbas secretas recogidas en circunstancias especiales por la Gente del Bosque. Arlina del Lago en persona me la entregó. Dayra, trae... catorce copas -Dayra estuvo a punto de replicar, pero se lo pensó mejor-. No bebáis hasta que yo os lo diga.
    -¿Qué ocurrirá cuando lo bebamos?
    -¿Y por qué tenemos que hacerlo? Todo esto me parece una tontería.
    -¿Tienes miedo de algo, Dulyn?
    -Me encantará demostrártelo cuando quieras, primo.
    -Una Dama Gris no debería ser sometida a esto.
    Garalay habló como si no les oyera.
    -Quien no sea el traidor no sentir nada. Arlina dijo que el sabor es bastante agradable, aunque no sé qué entenderá ella por agradable. En cambio, quien haya traicionado a Ardieor espiando para la Sanguijuela, sentir primero un escalofrío, luego una intensa sensación de calor, su pulso se acelerar como si tuviera fiebre, y empezar a sufrir algo que Arlina llamó... retortijones. Tengo entendido que está relacionado con los intestinos. Y con una rata hambrienta.
    Se volvió a sentar. Cerró los ojos un momento, y cuando los volvió a abrir Dayra tuvo la sensación de que Garalay sabía lo que había estado haciendo ella la noche anterior, con quién, cuántas veces y si se había divertido.
    -Ahora -El susurro resonó en toda la Sala.
    Ni siquiera la Dama Gris pudo resistir aquel poder. Todos apuraron sus copas hasta el fondo. Dayra encontró que aquella pócima de la verdad sabía a agua endulzada con demasiada miel.
    Muy despacio, la mirada de Garalay recorrió a todos los presentes. Dayra la siguió esperando que no se notara. Si era cierto lo que decía Garalay, el espía debía estar sufriendo en aquel momento los primeros efectos. ¿Había sido un escalofrío el gesto de Dulyn? ¡Oh, Rhaynon, por favor, él no!, pensó mientras pasaba a examinar el rostro de uno de los jeddart, que se ruborizó al ser sorprendido en una cabezada.
    Al lado del dormilón estaba Jelwyn. Dayra no precisaba ninguna pócima para saber que él no era el espía, pero se alarmó al ver la expresión de su cara. siguió la dirección de su mirada, y supo el motivo.
    Con el rostro congestionado, la frente reluciente de sudor, espuma rebosando de las comisuras de la boca mezclada con la sangre que brotaba del labio inferior que se debía haber mordido para no delatarse, la Dama Gris de Comelt intentaba contener un grito de dolor.
    No aguantó mucho. Cayó hacia atrás con gran estrépito, retorciéndose con las manos en el vientre y soltando maldiciones que hicieron ruborizarse a más de uno de los presentes.
    -¡Oh, no! -murmuró Garalay.
    Dayra tuvo que sentarse. Le temblaban las piernas. El mundo se había vuelto del revés y ella ya no sabía dónde estaba su cabeza.

*****

    -El corazón de una verdadera Dama Gris pertenece por entero y para siempre a la Orden. Te referías a la de Zetra, ¿verdad?
    La Dama Gris de Comelt no respondió. Se limitó a levantar la cara con una expresión desafiante. El efecto quedaba algo estropeado por las marcas rojas que había dejado el llanto alrededor de sus ojos y la moquita que le colgaba de la nariz.
    -Ya basta, Dayra.
    -No necesito que me defienda una Lym.
    -Nada ni nadie en el mundo puede defenderte. Solo pretendo que las cosas se hagan con un poco de dignidad.
    -Entonces permite que me levante.
    -Nadie te lo impide.
    La Dama Gris dirigió una mirada suplicante a los presentes, esperando que alguien le tendiera la mano para ayudarla a levantarse, pero nadie se dio por aludido.
    -Algún día os acordaréis de esto -murmuró cuando al final logró alcanzar algo parecido a la posición erguida. Garalay siguió la dirección de su mirada.
    -Siéntate.
    -¿Por qué? -preguntó Dulyn.
    La Dama Gris se echó a reír.
    -¿De verdad creéis que necesito un motivo? ¡Miraos bien a vosotros mismos! -Bajó la voz hasta convertirla en un siniestro susurro-. Estáis muertos y aún no os habéis dado cuenta. Camináis, habláis y respiráis como si estuvierais vivos, sin notar el olor de vuestra putrefacción.
    -Pues no hace tanto que me lavé -susurró alguien detrás de Dayra. Magnífico, pensó ella, se estaba hundiendo el mundo y aún había quien tenía ganas de hacer bromitas. Seguro que era aquel tonto de Cirwyn Kayder. Le hablaría muy en serio cuando terminase todo aquello.
    La Dama Gris siguió hablando con la misma entonación monótona, como recitando la lista aprendida de memoria de afluentes de un río que nunca había visto.
    -Los Aletnor de Dagmar, ¡ja! Un hatajo de bastardos arrogantes, con la sangre tan mezclada con elfos y galendos que casi se os ha convertido en agua. Pobres ardieses, pobres chuchos, con todo vuestro orgullo y vuestras canciones, afilando vuestras espadas para nada, esperando el regreso de alguien que no volverá porque no le importáis y nunca le importasteis. ¡En lugar de uniros al poder que está a punto de dominar el mundo!
    -Desde hace seiscientos años -murmuró Jelwyn. Dayra soltó una risa nerviosa. La Dama Gris levantó la mirada y sonrió a Garalay.
-¿No lo sientes, Lym? ¿No te han estado acosando las pesadillas? ¿No has visto lo mismo que yo? ¿No has visto cómo se acerca la Oscuridad? ¿No te has dado cuenta de que la única forma de vencer es unirse a ella? En el principio fue la Oscuridad, y al final ser la Oscuridad. Los días van y vienen, la Oscuridad permanece. ¡La Orden va a morir y será por tu mano!
    -Todo eso son evasivas, Artdia -Con un suave movimiento de muñeca, Garalay extrajo un puñal de su manga y lo tendió a la Dama Gris-. Eres culpable de traición, y como solo una Dama Gris puede matar a otra, espero que lo hagas bien y no manches la alfombra de Dayra.
    -Preferiría veneno, si no te importa.
    -Me importa. La tradición especifica que ha de ser con un puñal. Deberías saberlo mejor que nadie, siempre has dicho que la tradición era tu vida. Aunque quizás te sobre la "d".
    -No me gustaría estar en medio de esas dos miradas -pensó Dayra mientras la Dama Gris cogía el puñal, muy despacio, sin dejar de mirar a los ojos a Garalay.
    -Podríais tener el mundo. Ardieor podría ser el país más poderoso si solo quisierais...
    Garalay no contestó. La Dama Gris apoyó el puñal en su corazón. Por encima del hombro de Garalay, miró a Jelwyn.
    -¿Algún mensaje para tu hermano o la mujer que le robaste, Joven señor? ¿Les digo que tú y su niña llegaréis pronto?
    -Prefiero que sea una sorpresa, gracias.
    -Retrasar el momento no te va a servir de nada. Has traicionado a Ardieor y has deshonrado a la Orden a la que pertenecía tu corazón. Así que cállate y muestra un poco de valor por una vez.
    -Esto no te dará mi puesto, niña.
    -Ni por todo el poder del mundo desearía estar en tu puesto, Bleda.
    La piel de la Dama Gris se volvió morada. Las venas de su frente y de su cuello se hincharon al mismo tiempo como una especie de protesta ante el ultraje de haberse oído llamar por su antiguo nombre. Y, sin pensar en lo que hacía, se levantó de un salto, empuñando el arma. Dayra trató de gritar, pero la garganta se le había agarrotado. Garalay retrocedió apenas un paso, y la Dama Gris permaneció como una estatua, con el puñal levantado, gotas de sudor resbalando por su cara y los ojos muy abiertos por la sorpresa. Garalay tenía los ojos entornados, y la respiración entrecortada como si estuviera arrastrado algo muy pesado. La mano de la Dama Gris tembló.
    -Ahora.
    Dayra cerró los ojos. Pudo oír con todo detalle cómo el puñal rasgaba la tela y se clavaba en la carne, y luego el incongruente ruido de cristal rompiéndose, y el respingo de Garalay al perder la concentración.
    -Ya basta, Dag.
    -¿Cómo te atreves..?
    -¿Desde cuándo decidís vosotras quién vive o muere en Ardieor? Artdia Comelt es mi prisionera, vendrá con nosotros al Valle y el señor de Ardieor decidirá qué hacer con ella. Y si no estás conforme, preséntale a él tus quejas. ¿Alguien tiene con qué atarle las manos?

*****

    Como Alwaid no se reflejaba en los espejos, solo había uno en Dagmar, un Mensajero cubierto por un trapo para que ella no lo viera más que cuando lo necesitaba. Estrella Negra no echaba de menos verse en un espejo, pero reconocía su utilidad para ciertas pequeñas cosas, por ejemplo peinarse y afeitarse como es debido.
    Se tocó con los dedos el lugar del cuello donde Alwaid le había mordido la noche anterior y se sintió afortunado de que ella prefiriera alimentarse con jovencitas y a él le considerase sólo una especie de golosina. También se sintió afortunado de que ella valorase lo suficiente su compañía como para no haberle hecho matar en cuanto regresó de Galenday.
    Estrella Negra se secó el rostro y se puso su máscara. No pudo evitar sonreír al pensar que todo Dagmar, sobre todo Lajja, aquella especie de bruja que Zetra había enviado de los Pantanos (tal vez pensando que saber que una subordinada joven y ambiciosa le pisaba los talones impediría que Alwaid se volviera haragana) no paraban de preguntarse quién era y de dónde había salido aquel favorito de Alwaid que hablaba tan bien el ardiés como el idioma de Ternoy, cuyas ropas y modales parodiaban los de un jeddart y que ocultaba bajo su máscara, no se sabía si la fealdad más deslumbrante o la más horrible belleza.
    A veces, él también se lo preguntaba.
    Alwaid seguía dormida. Despeinada, con la mejilla apoyada en las manos y aquella expresión serena en su cara, la Sanguijuela de Dagmar no aparentaba su verdadera edad ni su verdadero carácter. Parecía una jovencita que solo necesitaba que le diera un poco el sol. Estrella Negra movió la cabeza con la esperanza de que aquellas sentimentaleces se estrellasen contra las paredes de su cráneo y, tras una última mirada a la Señora de Dagmar, salió del aposento.
    -¡Vaya! -saludó Lajja en cuanto le vio aparecer en la puerta de la Sala. Había estado untando su mejor daga de veneno, y sonreía con la satisfacción del trabajo bien hecho-. El héroe oscuro ha llegado. ¿Te ha dejado tu dama pasar una buena noche?
    -Utiliza tu imaginación, si la tienes -contestó él sin mirarla. Pasó un dedo por una mesita y se lo miró de la forma más ostentosa posible, de modo que ella notase su desaprobación por la falta de limpieza del lugar. Lajja fingió no enterarse. Él podía considerarla sólo un peldaño por encima de una criada, pero ella se sabía bastante más alta.
    -Debes ser muy... hábil para que ella te lo perdone todo.
    -Morirás sin comprobarlo, Lajja.
    La carcajada de Lajja sonó como un ladrido.
    -Si no mueres tú antes, cachorrito. Has fracasado, Estrella Negra. Ni galendo, ni espada, ni anillo, ni trhogol, ni espías en Gueldou, ni cabeza de Jelwyn Aletnor en bandeja de plata, ni... ¿Cómo pudiste perder a todos los trhogol que te llevaste?
    -Les maté mientras dormían, uno por uno -Lajja le miró con los ojos entornados, intentando averiguar si hablaba en serio-.     ¿Sabes que tu estilo es un poco redundante? Deberías reducir un poco la cantidad de "nis" por frase.
    En aquel momento, Alwaid gritó. Los dos eran expertos en gritos de pánico, y si aquél no lo era se le parecía mucho. Mientras corrían escaleras arriba, oyeron el ruido de un espejo al romperse.
    El trapo que cubría el espejo Mensajero ardía en el suelo, y Alwaid, sentada en la cama, jadeante y con las pupilas muy dilatadas, parecía incapaz de moverse, quitarse de encima los pedazos de espejo o limpiarse la sangre que brotaba de un arañazo en su mano y que estaba manchando las sábanas. Estrella Negra se sentó ante ella y la tomó de las manos.
    -¿Qué ha ocurrido?
    -Ha sido esa maldita niña, Lym Dagmar. Ha descubierto a nuestra agente en Comelt.
    -Otro plan que sale mal -se dijo Estrella Negra con una oscura satisfacción mientras la abrazaba y una parte de su mente se preguntaba por qué Lym Dagmar había conseguido descubrir a la espía antes que él-. Ya te dije que no era una buena idea, los espías siempre acaban siendo descubiertos, mira los de Gueldou.
    Lajja carraspeó.
    -Lo cual me recuerda que he recibido un mensaje de la Emperatriz.
    Dos pares de ojos furiosos se volvieron hacia ella. Lajja sonrió, llena de falsa inocencia.
    -Dice que va enviar una... ¿cómo lo llamó? Ah, sí, una inspección. Para ver cómo están las cosas.
    -Sabía que hoy iba a tener un mal día.

*****

    No debería estar haciendo esto, pensó Níkelon, pero era incapaz de apartarse de la puerta. Se había dicho a sí mismo que sólo iba a su habitación, a recoger sus pertenencias (la espada y poco más), y volvería al patio para cargarlas en el caballo que Jelwyn había ordenado a Norwyn que le preparase. Pero la llegada de Jelwyn y Garalay con aquella Dama Gris con las manos atadas (en el momento en que Kayleena había terminado lo que ella llamaba entrenamiento y Níkelon entretenimiento suicida) había sorprendido tanto a todo el mundo que Níkelon no había podido reprimir su curiosidad al pasar por delante de la puerta de la Sala y encontrarla entornada.
    Bajo la mirada llameante de la dama del tapiz (Vidrena conquistando el Castillo Negro, había contestado Kayleena a su pregunta durante el desayuno, y se había reído de su sorpresa al explicarle que no era algo que hubiera ocurrido alguna vez sino algo que esperaban que ocurriera algún día), Jelwyn, con los brazos cruzados y mirando a Garalay con una ira contenida que competía con la de Vidrena desde su retrato, relató a Kayleena lo ocurrido en el Castillo de Comelt.
    -Y lo peor, Kay, es que sospecho que lo sabía desde el principio. No ha venido a Comelt a descubrir a una traidora, sino a ejecutarla.
    -Se lo merecía.
    -¿Y ya está? ¿Se lo merecía? ¿Es que no sabes lo que se estaría contando ahora por todo Comelt si la hubieras matado?
    -Así que lo que te molesta es que las ratas de Dulyn se burlen de ti por dejar que te defienda tu hermanita.
    -Dag, el día en que me importe lo que Dulyn y sus ratas piensen de mí, puedes atarme una piedra al cuello y arrojarme al Lago. Me da igual que todos crean que somos un hatajo de bastardos arrogantes, pero no pienso dejar que nos llamen asesinos. Y menos aún, que tengan razón. ¿Ha quedado claro?
    -Como el agua.
    Jelwyn se rió.
    -No puedes matar a todos los que nos molestan, Dag. No lo soportarías.
    -Si fuera necesario sí.
    -¿Y también a todos los espías?
    Algo le dijo a Níkelon que debía marcharse de allí, pero ya era demasiado tarde. La mano de Jelwyn abrió del todo la puerta, le agarró del cuello y le arrojó sin miramientos a los pies de Garalay.
    -Empieza por éste.
    -¿De verdad estabas espiando, Nikwyn?
    Níkelon intentó contestar, pero Jelwyn se le adelantó.
    -Por supuesto que estaba espiando. Para eso he dejado la puerta entornada. Date prisa con el interrogatorio, salimos dentro de media hora.
    -Levántate, Nikwyn, pareces tonto.
    Níkelon se levantó con toda la dignidad que le quedaba. Desde el tapiz, Vidrena parecía burlarse de él.
    -Yo no quería...
    Garalay se rió.
    -Claro que querías, pero no importa, te habrías enterado de todas formas.
    -¿De verdad sabías que era ella antes de..? -Garalay asintió-. ¿Cómo?
    -Gracias a ti. Sólo Jelwyn y yo, y las Damas Grises, sabíamos dónde iba él y para qué. Al día siguiente de que ella volviese a Comelt comenzaron las apuestas, y ya sabes lo que os encontrasteis en Gueldou. El resto fue fácil.
    -¿Era una trampa? ¿Me secuestrasteis sólo para tenderle una trampa a una traidora?
    -Ya lo sabrás a su tiempo.
    Y se marchó dejando que las protestas de Níkelon se pudrieran en su lengua. Kayleena le dedicó una sonrisa compasiva.
    -A mí no me mires, yo tampoco les entiendo.



1 2 3 4 5 6 7 8 9

  
 

subir

Películas y Fan Film
Tolkien y su obra
Fenómenos: trabajos de los fans
 Noticias
 Multimedia
 Fenopaedia
 Reportajes
 Taller de Fans
 Relatos
 Música
 Humor
Rol, Juegos, Videojuegos, Cartas, etc.
Otras obras de Fantasía y Ciencia-Ficción

Ayuda a mantener esta web




Nombre: 
Clave: 


Entrar en el Mapa de la Tierra Media con Google Maps

Mapa de la Tierra Media con Google Maps
Colaboramos con: Doce Moradas, Ted Nasmith, John Howe.
Miembro de TheOneRing.net Community - RSS Feed Add to Google
Qui�nes somos/Notas legalesCont�ctanosEnl�zanos
Elfenomeno.com
Noticias Tolkien - El Señor de los AnillosReportajes, ensayos y relatos sobre la obra de TolkienFenopaedia: La Enciclopedia Tolkien Online de Elfenomeno.comFotogramas, ilustraciones, maquetas y todos los trabajos relacionados con Tolkien, El Silmarillion, El Señor de los Anillos, etc.Tienda Amazon - Elfenomeno.com name=Foro Tolkien - El Señor de los Anillos