Wirda (Libro II: La Espada y el Anillo)

14 de Mayo de 2003, a las 00:00 - Condesadedia
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CAPÍTULO 4



    Níkelon despertó al sentir algo frío y húmedo contra su mejilla derecha. Abrió los ojos sobresaltado y se encontró cara a cara con un perrito de unos dos meses, que le saludó con un gañido y un lametón en la nariz.
    -Buenos días.
    Níkelon tardó unos instantes en comprender que no era perrito quien le había hablado. Cuando se incorporó vio a la niña. Tenía unos siete años y estaba sentada a los pies de la cama, sonriendo. Llevaba un vestido verde, el pelo rubio peinado en dos trenzas que salían desde encima de sus orejas, tenía un ojo azul oscuro y el otro verde claro, y lucía un collar de cuentas rojas que le venía grande.
    -Tú debes ser Nikwyn. Cuando llegaste estaba dormida.
    También tenía hoyuelos en las mejillas, largas pestañas y nariz respingona. Era imposible no devolverle la sonrisa. Recordando dónde había visto antes aquel collar, Níkelon aventuró una hipótesis.
    -Y tú la dama de Jelwyn.
    -Es una forma de decirlo -Le tendió una manita regordeta y con las uñas sucias-. Me llamo Layda.
    Níkelon se inclinó hacia ella, tomó la manita y le besó las puntas de los dedos.
    -Encantado.
    -Garalay ya está aquí. Me ha hecho venir a decírtelo.
    Un ariete golpeó desde dentro el estómago de Níkelon. Recordó que ella le había dicho la noche anterior que aquel sería el día en que las Damas Grises responderían a todas sus preguntas. Supuso que Garalay ya les habría contado lo que había ocurrido por el camino, y por un momento se preguntó qué‚ habrían pensado ellas de lo que había hecho.
    -Gracias, bonita. Dile que ahora voy.
    Layda se rió, al parecer había encontrado muy divertido que él la llamara "bonita", palmeó en la cama para llamar al perrito y salió de la habitación con él en brazos.
    Níkelon nunca fue capaz de recordar cómo se había vestido aquel día. Supuso que lo habría hecho bien, porque ni Garalay ni ninguno de los ardieses con los que se cruzaron de camino a la cabaña de las Damas Grises, ni tampoco éstas, chillaron al verle.
    Las Damas Grises se presentaron por el nombre de sus castillos. Níkelon recordó que se suponía que no tenían otro nombre. Eran tres, al menos hasta que encontraran sustituta para la de Comelt, y todas tenían su correspondiente Lym. La de la Dama Gris de Vaidnel era una niña poco mayor que Layda, de cara alargada, ojos y pelo castaños y con un lunar en el entrecejo. La de la de Trheelet era una joven de unos veinticinco años, de cara casi redonda, ojos pardos, pelo negro y algo cejijunta. Las tres Lym se sentaron juntas, a la derecha de las Damas Grises, formando una semicircunferencia que por un momento a Níkelon le recordó una emboscada.
    Le sentaron en una vieja mecedora, le sirvieron leche templada y pastelillos de miel y almendra y esperaron a que se los comiera con una paciencia que Níkelon encontró digna de mejor causa y un poco mortificante. Cuando la Dama Gris de Dagmar, sonriente cerdita rubia, se inclinó hacia él y le preguntó si quería más pastelillos, o quizás galletas o bizcocho, Níkelon negó con la cabeza.
    -Bien, muchacho -dijo la que le había sido presentada como Dama Gris de Threelet, una mujer de rostro vulgar pero de manos blanquísimas con largos dedos-. Ha llegado el momento que estabas esperando. Por fin vas a tener tus respuestas.
    Níkelon miró a Garalay, que se miraba las uñas con expresión inocente. Estaba sentada de espaldas a la ventana, y la luz que entraba por ella hacía que su pelo pareciera formar una aureola en torno a su cabeza. El efecto era hermoso, pero intranquilizador. Níkelon volvió a pensar que en realidad no debía estar allí. Pero entonces la Dama Gris de Dagmar habló, y él supo que ya era demasiado tarde.
    -Lym, te toca.
    Garalay asintió y cerró los ojos. Y le habló a Níkelon de la Caída de Dagmar, de los oscuros años posteriores, de Hildwyn Aletnor y de cómo se había enamorado de Jassira, cómo Katerlain se había opuesto y cómo Hildwyn y su amigo se habían ido a Ternoy a buscar una espada que no estaba allí y cómo había tenido que convertirse en mensajero del Liberador de los Pantanos, cómo había muerto tras conseguir la espada en Dagmar, y cómo Jassira había logrado hacerle regresar de la muerte para que conociera a Himanday y la espada y el anillo volvieran a encontrarse, y le habló también de la profecía de la Dama Gris.
    -Muy bonito -farfulló Níkelon cuando todo terminó, tratando de no escupir miguitas.
    -No te has enterado de nada.
    Níkelon tragó antes de contestar.
    -Lo que no entiendo es qué tiene que ver conmigo. Ni que me hayáis hecho venir hasta aquí sólo para oírlo -pensó sin atreverse a decirlo.
    La Dama Gris de Dagmar sonrió como si le hubiera leído el pensamiento.
    -¿qué‚ quieres tú que tenga que ver contigo?
    Níkelon la miró con el ceño fruncido. Aquello comenzaba a volverse más siniestro de lo debido.
    -Hablemos claro -sonrió Artdia Vaidnel-. Níkelon de Erdengoth, Príncipe de Galenday, ¿te gustaría ser Emperador?
    -¿Y a quién no? -contestó Níkelon. Aquello era una broma. Tenía que ser una broma. Fingiendo indiferencia, tomó otro pastelillo y comenzó a mordisquearlo-. ¿De dónde?
    -De Ternoy -dejó caer como un yunque sobre un dedo gordo la Dama Gris de Dagmar.
    Dos décimas de segundo después, un par de migas del pastelillo confundían la tráquea de Níkelon con su esófago.
    -¡Agua, por la Durmiente, que alguien le dé un vaso de agua!
    -¡¿Pero de quién ha sido la idea de darle pasteles de almendra?!
    -¡La culpa no es de los pasteles! ¡Deberías haber dejado que se lo terminara antes de soltarle eso!
    -¡¿Queréis dejar de alborotar como gallinas y hacer algo de una vez?!
    Lym Vaidnel, que había salido corriendo en cuanto Níkelon había empezado a toser, regresó con una jarra de agua, y, aunque entre todas consiguieron derramar la mitad, el líquido cumplió su función y Níkelon quedó tan sólo con un dolor rasposo en la garganta y un tenue color morado en la cara, que iba desapareciendo poco a poco.
    -¿Ya te encuentras mejor?
    -Por favor, volved a repetirme eso... muy despacio -Níkelon no lograba encontrar su voz.
    -Deberíamos haberle hablado de la Profecía primero.
    -¿Crees que podrá soportarlo?
    -Por si acaso no os llevéis el agua.
    La Dama Gris de Dagmar le tomó de las manos y le miró con expresión comprensiva.
    -No te preocupes, nosotras te ayudaremos -Por algún extraño motivo, la frase solo consiguió inquietarle más-. Lym, recita la Profecía.
    Garalay carraspeó un poco antes de hablar.
    -Esta es la profecía que nos dejó la primera Dama Gris de Dagmar que se refugió en el Valle. Estas son las cuatro señales que anunciarán la derrota de nuestros enemigos:
    Del Sur vendrá la Primera Señal:
    La espada y el anillo a casa volverán.
    Del Este vendrá la Segunda Señal:
    Una profunda sombra la luna cubrirá.
    Del Oeste vendrá la Tercera Señal:
    Un lobo gris sobre un dragón rojo volará.
    Del Norte vendrá la Última Señal:
    La luz más brillante en lo más oscuro brillará.
    -No es gran cosa como poesía, pero de alguien en trance tampoco se puede esperar más.
    -La segunda señal se refiere a un eclipse de luna, como sin duda habrás adivinado. Habríamos preferido uno de sol, pero la métrica es así.
    -Tú eres la Primera Señal.
    Níkelon consiguió reaccionar.
    -¿Qué?
    -Hildwyn le regaló esa espada y ese anillo a su hermana Hindy cuando ella regresó a Galenday con tu antepasado Jalen. Ahora han vuelto contigo.
    -Lo que no acabamos de entender son las dos últimas señales. Vaidnel opina que el dragón y el lobo pueden ser la bandera de algún país, pero no se nos ocurre de cuál. Ni por qué‚ tendría que intervenir en nuestra guerra. Ya que a nuestro vecino más cercano no parece importarle qué sea de nosotros.
    -Y lo de la luz en el lugar más oscuro... bueno, no tenemos ni idea.
    -Pero lo averiguaremos. Un día u otro.
    -Estoy seguro de ello.
    -Por eso querían matarte los vasallos de Zetra y por eso te hemos salvado y te hemos hecho venir aquí. Porque eres la Primera Señal y además el Liberador de Ternoy.
    -Claro que antes tendrás que convertirte en un jeddart, pero no creo que eso sea un gran problema. Ya hablas bastante bien el ardiés, y Jelwyn dice que eres bueno con la espada. Un poco más de entrenamiento y serás perfecto.
    -Y ahora que lo sabes, si quieres puedes echarte atrás. Lym Dagmar nos ha dicho que tienes algunas dudas...
    -¿Algunas dudas? ¡Señoras, disculpadme, pero lo único que no dudo es que estáis todas locas! -Por primera vez, las Damas Grises no supieron qué decir-. ¿Pretendéis que haga cumplirse una profecía que no entendéis y otra en la que no creía ni la persona que la pronunció, sólo porque se acerca un eclipse de luna?
    -Ya has empezado a hacerlo viniendo aquí.
    Hacía falta algo más que un insulto para dejar sin réplica a Garalay.
    -¡Yo no he venido, Lym, enviaste a un hombre para que me raptara! ¡Eso se llama jugar con... no, eso es jugar a ser el destino!
    Estuvo a punto de morderse la lengua cuando recordó dónde había oído aquella frase. Ya entendía lo que ella quería decirle, y también por qué Garalay había tenido tanto interés en que no lo hiciera. Artdia Dagmar le envolvió en una mirada triste pero comprensiva.
    -No estamos jugando, Nikwyn. Desde hace cien años, las Reinas de Galenday se han mantenido en secreto en contacto con las Damas Grises. La Orden ha estado vigilando a cada príncipe desde el día de su nacimiento, esperando al adecuado. Y ese has resultado ser tú.
    -¿Que las Reinas han estado...? ¿Cómo?
    -Zetra no es la única que tiene espejos.
    -Y además nosotras tenemos... una amiga de ojos dorados.
    -Pero, ¿por qué...?
    -Cuando una mujer no tiene otra cosa que hacer que tener hijos y criar gatos, está más que dispuesta a participar en una pequeña intriga como esta, aunque solo sea para sentirse un poco importante.
    -Te daremos tiempo para pensártelo. Lym, acompáñalo de regreso.
    -Puedo volver sólo.
    -No lo pongo en duda. Lym...
    Garalay se levantó.
    -Sí, Maestra.

*****

    Las hojas de los viejos árboles coloreaban de un verde claro y transparente los rayos del sol. Insectos de todas las clases pasaban zumbando, saltando o arrastrándose por delante o al lado de Níkelon, un verdecillo gorjeaba en alguna rama cercana y en un par de ocasiones le pareció divisar el rojo fugaz de una ardilla. El bosque entero parecía burlarse de él, y sobre todo la esbelta figura gris que le precedía, ágil como una loba y silenciosa como una gata.
    Le estaba conduciendo por un estrecho sendero que hasta las cabras debían considerar intransitable, lleno de altibajos, tierra suelta y troncos atravesados. Hasta ella debía considerarlo impracticable, ya que no se molestó en volverse para hablarle.
    -Quieren hablar de mí. Por eso me han mandado que te acompañe.
    -No recuerdo haber oído que te ordenaran acompañarme por el camino equivocado.
    -Yo nunca me equivoco de camino. Cuidado con esa rama.
    Níkelon se agachó a tiempo de evitar que una rama baja de pino le sacase un ojo. El trino del verdecillo (¿o sería un jilguero?) se pareció de forma sospechosa a una carcajada.
    -Entonces, ¿adónde vamos?
    -Al Lago. Cuidado ahora, esto resbala.
    Algunas piedrecillas resbalaron bajo los pies de Níkelon. Tuvo que agarrarse a una rama para no caer, y se le llenó la mano de resina. Garalay ni se molestó en preguntarle si se había hecho daño.
    No había el menor rastro de que alguien hubiera pasado por allí en los últimos cien años. Níkelon dio un brusco tirón para librarse de una zarza impertinente y siguió tras ella.
    Era inútil preguntarle nada. Garalay parecía dispuesta a internarse en lo más espeso del bosque y quizás abandonarle allí para que se lo merendasen los lobos que pudieran andar por las proximidades. Níkelon se regodeó pensando en la posibilidad de que en realidad lo único que quisieran de él fuera convertirle en la víctima de un sacrificio. Su imaginación había llegado a una parte muy interesante del ritual cuando Garalay se volvió a hablarle.
    -Hemos llegado.
    Habían llegado a una pequeña bahía resguardada del resto del Lago de tal forma que parecía un pequeño lago independiente. Garalay lanzó un silbido con los dedos que le dejó medio sordo. Pero lo que ocurrió a continuación le hizo olvidarse de protestar por ello.
    El agua burbujeó, y una cabeza cubierta de espuma emergió de ella, pegada a un cuello blanco y delgado, a su vez pegado a los hombros lechosos de un cuerpo cubierto apenas por un lienzo del mismo color.
    -¿Por qué siempre tienes que invocarme cuando estoy en el baño? -Su voz repiqueteaba como gotas de agua sobre una roca.
    -Nikwyn, te presento a Arlina, la Dama del Lago.
    Al reparar en la presencia de Níkelon, Arlina se ruborizó, dijo "glups", volvió a sumergirse y reapareció antes de que él tuviera tiempo de parpadear, ya vestida con la consabida túnica de gasa verde, el rubio cabello suelto por los hombros hasta casi las rodillas y una diadema de plata, en cuyo centro destellaba algo que parecía un diamante, ciñendo su frente.
    -Me alegro de conocerte, sobrino. ¡Es cierto, se parece muchísimo a Hildwyn! -No había forma de saber si aquello era una especie de cumplido o una simple constatación. Por si acaso, Níkelon dio las gracias y Arlina se rió-. Oh, de nada.
    -Solo por curiosidad, Arlina. ¿Por qué te bañas tanto? Alguien que vive en el agua debería estar siempre limpia.
    -Bonita, si supieras lo babosos que son los peces de agua dulce y la clase de cosas viscosas que hay ahí abajo...
    -Podrías haber sido sirena -se oyó decir Níkelon, sin terminar de creerse lo que estaba diciendo con qué... no, con quién estaba hablando
    Arlina negó con la cabeza, horrorizada.
    -¿Es que no sabes los estragos que producen el sol y el agua salada en la piel y el cabello? -Clavó su mirada color turquesa en Garalay- ¿Y mi redoma?
    -Jelwyn la rompió.
    -¡Hombres! Son todos unos manazas. ¿Te sirvió para lo que la querías?
    -Muchísimo.
    -El miedo y la sugestión siempre dan resultado, ahijada. Bueno, siento tener que dejaros, he de continuar con mi baño. Ya sabéis dónde estoy.
    -¿Ahijada?
    -Es una vieja historia.
    -¿Muy vieja?
    Garalay le miró con el ceño fruncido, pero parecía más divertida que enfadada.
    -¿Es que nunca tienes bastante?
    -Soy un inmenso pozo sin fondo de curiosidad.
    Garalay pareció pensárselo.
    -¿Por qué no? Mi madre me puso un nombre que no le gustó al resto de la familia, pero a los únicos que se les ocurrió algo para remediarlo fue a mis hermanos. Entraron en la habitación de mis padres mientras dormían, me sacaron de la cuna y me llevaron al bosque con la intención de que alguna Antigua me diera un segundo nombre -Garalay suspiró-. Y encontraron a Arlina y su peculiar sentido del humor. Cuando terminó de reírse de lo que le proponían, les dijo, "De acuerdo, llevará el nombre del primer pájaro que cante... ahora".
    -¿Por la noche?
    -Sí, podría haber terminado llamándome "Lechuza". Terrible, ¿verdad?
    Níkelon trató de recordar qué otro pájaro canta por la noche.
    -¿Ruiseñor?
    -Petirrojo -Garalay miró en dirección a la cabaña de las Damas Grises-. En estos momentos estarán decidiendo quién sucederá a la Dama Gris de Comelt -murmuró como si hablara sola-. La muy estúpida no se había molestado en elegir una Lym, no sé si pensaría que iba a vivir para siempre o que Ardieor sería derrotado antes de que le hiciera falta.
    -Igual no quería testigos de lo que hacía en su Torre.
    Garalay le miró con una sonrisa de aprobación.
    -Eres muy listo.
    -Hago lo que puedo. Si de verdad fuera listo, no estaría aquí.
    Ella pareció adivinarle el pensamiento, pero no dijo nada hasta que estaban a medio camino del poblado.
    -Dime, Nikwyn, ¿qué‚ te espera en Crinale?
    -Si te refieres a una mujer, nada.
    -He dicho "qué", no "quién".
    -Entonces, ¿me estás preguntando qué quiero ser de mayor?
    -Más bien qué vas a ser.
    Níkelon trató de no suspirar
    -Por lo que sé, me esperan inocentes entretenimientos juveniles como la cría de perros de caza, el adiestramiento de halcones y tal vez la poesía, hasta que me casen con alguna doncella de buena familia lo bastante tonta para soportar a la mía, y luego una larga vida teniendo hijos y conspirando para hacerme con el trono, si antes no me quitan de enmedio o me mandan a alguna fortaleza perdida en las montañas a perseguir bandoleros, existan o no.
    Había conseguido decirlo manteniendo la seriedad y sin tener que pararse a respirar. Garalay soltó una carcajada.
    -Los legendarios peligros de Crinale.
    -De pequeño pensaba en escaparme de palacio y convertirme en cómico o juglar. Pero no se me da bien contar historias, y mi voz es espantosa. Tal vez acabe sirviendo en algún templo. Con suerte, me secuestraría un dios caprichoso para que le llenase la copa por toda la eternidad.
    -¿Y preferirías eso a convertirte en Emperador?
    -Puede que te parezca raro, pero me gusta estar vivo. Y preferiría estarlo el mayor tiempo posible.
    -¡Oh, vamos, no seas remilgado! ¿Has muerto alguna vez?
    Él se quedó parado en medio del camino, preguntándose si ella se habría vuelto loca.
    -¡Por supuesto que no!
    -¿Entonces cómo sabes que no te gustaría?
    Le miró con la cabeza ladeada y la ya familiar sonrisa irónica. Níkelon intentó una parecida, y por una vez casi le salió bien.
    -Oh, no tengo nada contra la muerte en sí misma, pero tengo entendido que los preliminares no son muy agradables.
    -No te preocupes, Nikwyn, nosotras te ayudaremos.
    No se lo había creído la primera vez que lo había oído, y seguía sin creérselo. Pero si se lo repetían el suficiente número de veces, igual acababa haciéndolo.

*****

    Hacía tiempo que los kashis no se acercaban a Dagmar. Sabían que Alwaid no solía estar interesada en sus mercancías, podía conseguirlas sin pagar en los Pantanos. Pero aquella jovencita que habían capturado en alta mar era lo bastante extraña como para interesarle incluso a Alwaid.
    -¿Y decís que estaba dormida?
    -Bago los... afectos de un... de aljo para dormir.
    -Narcótico -murmuró Estrella Negra en ardiés. La muchacha levantó la mirada, que había mantenido fija en el suelo, y por una fracción de segundo pareció asombrada.
    -Sí, de un eso. La... despetamos y decidimos trajerla aquí.
    Estrella Negra se dio cuenta de que la muchacha le estaba mirando como si hubiera visto en él un aliado. La observó sin inmutarse. Estaba flaca, pálida y ojerosa, tenía los ojos demasiado grandes, la boca demasiado pequeña y era demasiado bajita para su gusto. Pero su cara era ovalada, con los pómulos un poco salientes y la barbilla redonda, y su largo cabello bermejo, aunque despeinado y no muy limpio, le hizo añorar campos de trigo y días soleados.
    -Parece nutritiva. ¿Nos la quedamos, querido?
    -¿Desde cuándo necesitas mi permiso para hacer algo?
    -Como la estás mirando con tanto interés...
    -Sólo intentaba descubrir qué tiene de especial para que estos piratas hayan viajado tanto para vendértela.
    Ahora sí que estaba seguro. De alguna manera, aquella muchacha hallada en alta mar entendía el ardiés. Se había ruborizado, y aquellos ojos del color de un cielo nublado, le habían lanzado un buen par de flechas envenenadas.
    -La Emperatriz nos encarjó que viguiláramos por si veíamos algún drajón por nuestro territorio. Y que le diguéramos de qué color era.
    Así que era eso, pensó Estrella Negra, y a duras penas consiguió no sonreír. Estúpidas profecías.     -Si eso es un dragón, los requisitos han cambiado un poco desde los Viejos Tiempos.
    El más alto de los kashis tiró de las cadenas que sujetaban a la joven y la arrastró hasta Alwaid. La muchacha trastabilló pero no llegó a caer, aunque sí chilló cuando las ásperas manos del pirata le subieron la manga derecha del vestido y le giraron la mano para que Alwaid viera su muñeca.
    -No creo que la Emperatriz se refiriera a un murciélago rojo tatuado.
    -No rejatees, Señora. Si no la quieres la llevaremos al Castillo a ver si la quiere ella.
    -¿Y por qué no lo habéis hecho?
    El kashi suspiró antes de responder.
    -Queremos volver pronto a casa.
    Alwaid y Estrella Negra se miraron. En verdad era extraño que los kashis se hubieran alejado tanto de las costas del Mar Occidental, hasta se les veía amarillentos. Zetra debía estar muy interesada en los dragones rojos, vivos o tatuados.
    -Es tu dinero.
    Alwaid tomó una decisión.
    -Nosotros se la entregaremos a Zetra cuando venga.

*****

    -¿Dónde te habías metido? -preguntó Jelwyn.
    Él y el Señor de Ardieor estaban sentados uno frente al otro, a la sombra de una parra, en el pequeño huerto que había tras la Casa Aletnor, con los codos apoyados en una mesita portátil y la mirada fija en un tablero de ajedrez donde las piezas rojas parecían encontrarse en graves apuros. Layda levantó la mirada de la partida el tiempo justo para sonreír a Níkelon antes de que Jelwyn le mirara a su vez, con los ojos entornados.
    -Tenía una... cita hoy, ¿recuerdas?
    -¡Ah, ellas! Debería haberlo adivinado por tu mirada de desesperación. Tienes aspecto de necesitar un trago. Layda, trae una silla para Nikwyn.
    -¿Por qué yo?
    -Porque tu Maestro te lo ordena -Layda se marchó a la Casa, protestando entre dientes, y Jelwyn sirvió una copa de la jarra de vino que tenía a su lado y se lo acercó a Níkelon. Él se lo bebió de un trago.
    -¿De dónde habéis sacado vino de Tredac?
    -De una caravana de suministros que interceptamos hace un par de meses.
    -Oh, cielos.
    Layda regresó, con su silla y cara de mal humor. Níkelon prefirió hacer como si no se diera cuenta de que la niña le había golpeado las pantorrillas con la silla.
    Se sirvió otra copa. No advirtió la mirada que intercambiaron Jelwyn y su padre.
    -Y bien, ¿cómo ha ido?
    Níkelon levantó la mirada y se encontró con los afables ojos castaños del Señor de Ardieor. Aquella era la cara honrada, bondadosa pero firme, de los abuelitos con los que sueñan todos los niños. Canas, arrugas donde debía haberlas, y la mirada comprensiva de quien ha ido, ha vuelto y se dispone a partir de nuevo para comprobar si las cosas siguen tal como las recuerda.
    Si hubiera podido, se habría echado a llorar. En lugar de eso, contó todo lo que había ocurrido en la Torre.
    Cuando terminó, Jelwyn y el Señor de Ardieor decidieron que ellos también necesitaban un trago. Por lo menos.

*****

    La chica se levantó de un salto del sucio montón de paja donde se había sentado una vez lo hubo identificado como único mobiliario de la celda, y se dispuso a dar a su visitante una impresión de serena dignidad.
    Pero su visitante no se impresionó. Entró en la celda, dejó la antorcha en una anilla de la pared, esperó a que desde fuera echaran el cerrojo y cerraran la ventanita que comunicaba aquella celda con el resto de las mazmorras, y la miró como habría podido mirar a un insecto desconocido.
    -¿Quién eres? -La chica ladeó la cabeza, poniendo cara de no haber entendido la pregunta-. No te hagas la tonta, sé que me entiendes.
    -¿Cómo lo sabéis?
    Era ardiés, pero hablado con un ligero ceceo y una entonación melodiosa, tan distinta a lo que Estrella Negra estaba acostumbrado a oír que le pareció más extranjero que cualquier otro idioma.
    -Porque, a diferencia de mucha gente de este castillo, utilizo lo que tengo dentro de la cabeza -Se acercó a ella y habló en voz baja-. Repetiré la pregunta por si no la has comprendido. ¿Quién eres?
    La muchacha cruzó los brazos y levantó la cabeza en un gesto desafiante.
    -Drach Briana Vaidnel de Lossián.
    Parecía que fuera a recitar una larga lista de títulos, pero Estrella Negra estaba demasiado intrigado para permitírselo.
    -¿Drach como dragón?
    Briana se mordió el labio inferior como para castigarse por haber hablado demasiado.
    -Escucha, preciosidad, soy lo más parecido a un amigo que encontrarás en este antro, así que será mejor que confíes en mí.
    -¡Os he dicho mi nombre completo! ¿Qué más queréis?
    Buena pregunta, pensó Estrella Negra. Lástima que no tuviera ninguna respuesta a su altura.
    Ella aún tenía los brazos cruzados pero no se resistió cuando él le cogió la mano derecha y la volvió poco a poco.
    -¿Qué es esto?
    -Una marca de nacimiento -Se estaba volviendo prudente, pensó Estrella Negra. Debía estar dándose cuenta de que en aquel lugar la gente tenía algo contra los dragones.
    -En forma de dragón. ¿O tal vez de murciélago alilargo? -Briana no contestó-. Te voy a decir lo que está ocurriendo. Por aquí hay quien cree que un dragón rojo vendrá del Oeste con un lobo haciendo equilibrios sobre su lomo y derribará su imperio de una llamarada. Tú has venido del Oeste, y esto -pasó el dedo con mucho cuidado por encima de la marca de nacimiento. La piel allí era igual de suave que en el resto de la muñeca, y sintió el pulso de la joven, acelerado de miedo- es rojo y se parece mucho a un dragón. Sólo falta el lobo.
    -¿Tengo aspecto de derribadora de imperios?
    Estrella Negra se rió.
    -No lo sé. A mí sólo me pareces una cría asustada. Por la Durmiente, ¿de dónde has salido?
    -Ya os lo he dicho. De Lossián.
    -Lossián se hundió bajo el Mar Oriental.
    -Lo s‚. Por eso mis antepasados le pusieron ese nombre a nuestro país.
    Una antigua leyenda ardiesa comenzó a agitarse en los recuerdos de Estrella Negra. Garlyn, él y sus más fieles amigos partieron hacia Poniente y nunca más se supo de ellos, la Maldición... Por suerte, su máscara impedía a Briana ver la expresión de su cara.
    -¿Qué ocurrió, saliste a dar un paseo y te perdiste?
    Por la cara de Briana pasó el fugaz gesto de dolor de quien se ha mordido la lengua por tercera vez en la misma comida.
    -Fui ofrecida al mar como sacrificio. No esperaba ser rescatada por piratas traficantes de esclavos que negocian con coleccionistas de dragones.
    Estrella Negra sintió un escalofrío. Por lo que acababa de oír, los lossianeses no habían cambiado nada desde los tiempos de las leyendas. Y lo peor era la naturalidad con la que ella se lo tomaba. Estrella Negra ahuecó la voz todo lo que pudo sin parecer ridículo pero lo bastante como para que ella se lo tomase en serio.
    -No se lo cuentes a nadie. Ni quién eres ni de dónde vienes. Ni menciones la palabra drach. En lo que a ti respecta, esto -Le dio un golpecito en la marca de nacimiento- es un murciélago, ¿entendido?
    -¿He de fiarme de alguien que ni siquiera muestra su cara?
    Estrella Negra soltó su mano como si ella hubiera alcanzado de repente el punto de ebullición.
    -¿Tan feo sois? -insistió Briana.
    -No voy a caer en un truco tan viejo, preciosidad.
    Dio un solo puñetazo en la puerta, recogió la antorcha y salió en cuanto le abrieron.
    Briana se dejó caer de nuevo en el montón de paja. En la oscuridad, apoyó la mano izquierda sobre el Signo y lo sintió latir. Seguía sin saber dónde estaba, ni cómo salir de allí, y el maldito Signo era tan inútil como siempre. No se atrevía a utilizar sus poderes y el más importante de todos no lo tenía.
    Y el tipo de negro podía decir lo que quisiera, pero a ella le parecía más digno de confianza un escorpión enloquecido.

*****

    -Las tienes en tus manos.     Níkelon le miró sin comprender. Se sentía mareado, no sabía si por todo lo que había descubierto aquella mañana o por el vino de Tredac. Que, por otra parte, no parecía haber afectado en nada a Jelwyn ni a su padre. Los dos le miraban como si lo que acababa de contarles fuera una partida de ajedrez más aburrida de lo normal. Sentada en las rodillas de Jelwyn, Layda hacía rodar la copa vacía sosteniéndola por la base, concentrada como si nada más en el mundo mereciera la pena. Y de repente Jelwyn le había salido con aquella frase incomprensible.
    -Quiero decir, que ya que son ellas las que te necesitan a ti, podrías imponer condiciones. Como se dice... regatear -Dijo la palabra en galendo.
    -¿A mí me parecen sólo piedras? -bromeó Níkelon.
    -Y un trono no es más que una silla grande, aunque te la ofrezcan las Damas Grises.
    Níkelon se recostó en el respaldo y entornó los ojos. Había nacido en Crinale y aprendido a leer con la "Historia de los Reyes de Galenday", la obra maestra de Gaynor de Kanilay anotada y comentada por todos sus sucesores. Puede que fueran mil veces mejores guerreros que él, pero comparados con el viejo Gaynor no eran más que dos aprendices de intrigante.
    -¿Y qué sacaréis vosotros de mi... regateo?
    Jelwyn sonrió.
    -Divertirnos un poco.
    -¿Y tal vez demostrarles a las viejas quién manda en Ardieor? -La mirada que cruzaron Jelwyn y su padre le confirmó que su intuición había sido acertada. Níkelon soltó una risita que esperó que sonase lo bastante irónica y siniestra-. Es evidente que ellas se están pasando de la ralla. Haciendo planes en secreto y manipulando profecías sin deciros nada... en Galenday ya estarían en la Torre Solitaria, esperando al verdugo.
    -En Ardieor no hacemos esas cosas.
    -Olvidáis que aún no he dicho que sí.
    -Tampoco has dicho que no.
    -¿Qué harías si lo dijera?
    -Darte un caballo y acompañarte hasta la frontera.
    -¿Aunque Lym Dagmar te ordenase lo contrario?
    -No siempre hago lo que ella me pide.
    Níkelon lo dudaba, pero si Jelwyn quería engañarse a sí mismo, él no iba a quitarle la ilusión. Se llenó otra vez la copa y sonrió.
    -Me lo pensaré.

*****

    Aquella noche iniciaron a Lym Threelet como nueva Dama Gris de Comelt, en una sencilla ceremonia a la luz de la luna en el Círculo de Piedras, con cánticos, bailes y pócimas. Se rozó el desastre cuando la Lym no lograba regresar de su Viaje y comenzó a chillar en un idioma extraño con una voz que no parecía suya, pero Garalay la tomó de las manos y la obligó a regresar de donde estuviera, entre chillidos de caos informes, oscuridades viscosas y cosas con tentáculos. La bañaron en el Lago, le dieron una infusión para que se tranquilizara, regañaron a Garalay porque consideraban peligroso lo que había hecho y regresaron a la Torre para intentar dormir lo que quedaba de noche.
    Al amanecer, Artdia Dagmar se presentó en la Casa Aletnor. Jelwyn acababa de levantarse y se estaba preparando el desayuno.
    -Necesito una escolta para Artdia Comelt.
    Le había salido la frase un poco brusca, pero ella siempre había sido así y no iba a cambiar de un día para otro. De todas formas, Jelwyn había sabido controlarse. Sólo alguien adiestrado para Mirar como una Dama Gris se hubiera dado cuenta de que había estado a punto de dejar caer el tarro de menta.
    -Tranquilo, no es Ella.
    Jelwyn fingió que no le importaba quién fuera la elegida.
    -¿Cuántos te hacen falta?
    -No más de diez. No he Visto ningún peligro en el camino, pero las precauciones nunca sobran.
    -Hablaré con mi Señor. ¿Ya has desayunado?
    La Dama Gris asintió, pero se sentó a la mesa de todas formas. Sabía que él quería hablar y se imaginaba de qué. No era tan ingenua como para no imaginarse que Níkelon se lo habría contado. El joven galendo había estado muy pensativo el día anterior. Demasiado. La Dama Gris sabía por experiencia que podía ser muy peligroso que un hombre tuviera ideas. Y no le había gustado nada la forma en que le había sorprendido mirando a Garalay.
    -¿Va en serio lo de la Profecía?
    -La Orden nunca bromea con el Destino de Ardieor.
    -¿Cómo lo haces?
    -¿Cómo hago el qué?
    -Hablar en mayúsculas a estas horas -sonrió por si ella no había entendido que era una broma y se bebió el tazón de menta. Cuando volvió a mirarla era evidente que ya no bromeaba-. ¿Por qué no me lo dijisteis?
    -¿Te habrías negado a ir si te hubiéramos contado para que lo queríamos?
    -Sabes que no.
    -Entonces, ¿de qué te habría servido saberlo?
    -Confianza, Artdia Dagmar. Yo siempre he sido leal con vosotras, cosa que no se puede decir de algunas.
    -Eso no es justo. Una manzana pod...
    -No estoy hablando de la manzana podrida, sino de la que envió a una Lym a que la... retirase del cesto. ¿Qué ocurre, Dama Gris, tienes las manos demasiado delicadas para manchártelas con sangre?
    -Consideré que tratándose en parte de un asunto de familia...
    La Dama Gris era consciente de que aquello parecía una disculpa, pero ya no podía retirarlo.
    -Creía que las Lym no tienen familia. ¿O la recuperan cuando le conviene a la Orden?
    La Dama Gris no tenía ni idea de cómo responder a aquella pregunta, pero unos pasos en el pasillo le ahorraron el trabajo. Níkelon, despeinado y aún con los ojos hinchados y la marca de la sábana en la mejilla, apareció en el umbral.
    -He oído voces... -dijo en galendo con voz pastosa.
    -No es nada, Nikwyn. Artdia Dagmar sólo quería encargarme otra peligrosa misi¢n.
    Níkelon no pareció alterarse.
    -He estado pensando -A la Dama Gris se le erizaron los pelos de la nuca-. En realidad, estuve pensando hasta que me dormí -miró a Jelwyn-. En algo que me dijiste ayer por la mañana -Jelwyn asintió como si hubiera estado esperando aquello-. Dama Gris, ¿cuándo puedo hablar con vosotras? Para daros mi respuesta.
    La Dama Gris debería haber estado contenta. Pero algo le estaba haciendo cosquillas en los pulgares.
    -Cuando quieras.
    -Entonces, dentro de un par de horas. Cuando todos estemos más despiertos.
    -Te esperaremos.
    Jelwyn soltó una seca carcajada en cuando ella salió de la Casa.
    -Vas a decir que sí, ¿verdad?
    -Sólo si cumplen mis condiciones.
    -¡Vaya, es verdad! ¡Has estado pensando! -Apoyó la mano en la frente de Níkelon- ¿Duele? -Níkelon la apartó de un manotazo- ¿Cuáles son?
    Níkelon se limitó a reírse.
    -Acabaré enterándome, ¿sabes?
    El día comenzaba bien, después de todo. No era un mal presagio. Sólo esperaba vivir para ver el siguiente.

*****

    No amanecía en Dagmar, por lo menos no de la manera convencional, pero Alwaid sentía cómo salía el sol por detrás de las nubes y se retiraba dejando el día para sus dos subordinados. Aunque cada vez necesitaba menos dormir, las viejas costumbres humanas eran muy difíciles de abandonar.
    Sólo que aquel amanecer era diferente. Alwaid lo había sabido desde que el centinela le había dicho que venían trece Nums desde el Norte.
    Los Nums, las que los ardieses llamaban bestias voladoras, los seres más veloces de Ternoy, lo más parecido a una mascota que tenía la Emperatriz de Ternoy, reservadas para ella misma, para Alwaid y para los mensajes muy urgentes. Y nunca tantos mensajeros habían volado juntos. Aquello era la Inspección que había anunciado Lajja. Y lo único que Alwaid tenía para que Zetra olvidase cómo iban las cosas en Dagmar era aquella chica pelirroja con su murciélago tatuado.
    Estaba aún pensando en cómo maquillaría su último fracaso cuando un golpe de lanza en el suelo anunció la llegada del Amo de Redlam, y Alwaid comenzó a sospechar que iba a necesitar mucha suerte.
    Era un No-Muerto, como ella misma, pero mucho más antiguo. Se decía que era más viejo que la propia Zetra, y que en vida había sido un poderoso hechicero. Tenía un hermoso rostro, para quien encontrase atractiva la tez verde amarillenta y los ojos opacos, que parecían estar mirando más lejos de lo que cualquier vista podía alcanzar.
    -Órdenes de la Emperatriz -dijo, entregando un pergamino a Alwaid.
    Alwaid rompió el inconfundible sello de Ternoy y leyó el pergamino. Estrella Negra no pudo evitar darse cuenta de que los otros diez No-Muertos (Un momento, ¿once?, entonces ¿por qué trece Nums?) estaban tomando posiciones estratégicas en la Sala. Como si quisieran impedir que escapasen. Alwaid, tan pálida que lo parecía incluso comparada con su color habitual, levantó la mirada del pergamino.
    -¿Es una broma?
    -La Emperatriz nunca bromea -Sus colmillos quedaron al descubierto cuando tensó los labios en una mueca que pretendía ser una sonrisa-. Princesa Alwaid, quedas relevada del mando. La Emperatriz ya está cansada de darte oportunidades. No has conseguido evitar que la Primera Señal llegue a Ardieor, y tu idea de los espías ha resultado un completo fracaso. Por lo tanto, esperar s en un calabozo de la Fortaleza de los Pantanos a que ella termine lo que está haciendo y encuentre tiempo para decidir qué‚ hacer contigo-. Demasiado cruel, pensó Estrella Negra, aunque por un momento, sólo lo que tardó el Amo de Redlam en mirarle a él, albergó la loca esperanza de ser él el nuevo Señor de Dagmar-. En cuanto a ti, me acompañarás a Redlam. Desde ahora estás a mi servicio -Se volvió hacia Lajja-. Señora de Dagmar, espero que seas más competente que la anterior depositaria del cargo.
    -Eso no ser muy difícil.
    Alwaid no pudo contenerse. Saltó hacia Lajja con la intención de agarrarla del pelo y borrar a puñetazos la sonrisa de sus finos labios.
    -¡Perra traidora!
    Con un elegante movimiento de la mano del Amo de Redlam, Alwaid quedó pegada al techo de la Sala. Una telaraña se le pegó al pelo.
    -Por favor, no olvidemos los buenos modales. Princesa, ¿vendrás por tu propia voluntad o tendremos que atarte?
    Alwaid agachó la cabeza. Estrella Negra nunca la había visto tan abatida, pero estaba demasiado sorprendido por el hecho de que no fueran a matarle sino a concederle lo que desde el punto de vista de Ternoy era un ascenso (aunque no fuera el que él deseaba), que no encontró espacio en su interior para sentir compasión por ella.
    -Voy.
    El último pensamiento de Estrella Negra antes de partir de Dagmar fue para la chica pelirroja. Lajja había olvidado mencionarla, fuera por la conmoción de haber conseguido lo que había deseado tanto tiempo, o con la intención de hacer méritos enviándola a Zetra más tarde diciendo que la había capturado ella. Al menos, Estrella Negra sabía que Lajja no iba a matar a la chica mientras pensara que Zetra la quería viva.
    -¿Dónde está mi madre?
    -Haciendo tu trabajo, jovencita -Un viento helado atravesó el corazón de Estrella Negra al tiempo que su bestia aleteaba para elevarse y alejarle de allí quizás para siempre-. Destruir Ardieor.
    -Maldición, y yo voy a perdérmelo -murmuró.

*****

    Jelwyn había encargado a Norwyn que eligiera a nueve jeddart más y escoltase a la nueva Dama Gris a Comelt.
    -Nada de líos, Nor. La dejas en el castillo, saludas a Kay y vuelves en tres días.
    -Mi Capitán, ¿alguna vez me meto en líos?
    -¿Te conformas con el número o quieres la lista detallada?
    De modo que Norwyn escogió a nueve jeddart, cuatro de ellos mujeres para que la Dama Gris no se sintiese demasiado fuera de lugar, y fue a buscar a Artdia Comelt. Soportó con adem n impasible todo el ritual de la despedida, ayudó a la joven a colocar bien su equipaje en la grupa de su caballo y partió hacia Comelt preguntándose para qué‚ se había molestado en regresar al Valle para marcharse en solo dos días.
    Apenas se habían marchado la Dama Gris y su escolta, Níkelon llegó a la Torre. Aquella vez, ellas no le hicieron entrar en la choza, sino que le condujeron al pequeño jardín de la parte trasera. Se parecía al de la Casa Aletnor, pero no había más que plantas arom ticas y medicinales, un laurel recortado para que no se hiciera muy alto y ellas pudieran recolectar sus hojas cuando las necesitasen, y un manantial que Níkelon sospechó que había sido el motivo que la choza hubiera sido construida en aquel lugar. Y más allá, el bosque.
    Ellas se habían sentado en el suelo, en su habitual formación en semicircunferencia, y él lo más lejos posible del centro, preparado para huir a la primera señal de peligro.
    -¿Qué has decidido? -preguntó Artdia Dagmar sin molestarse en saludar primero. Pero Níkelon no estaba para formalidades.
    -He pensado mucho en lo que me dijisteis ayer, y he decidido que aceptar‚ -levantó la mano para acallar posibles exclamaciones de alegría, pero fue un gesto inútil. El legendario autocontrol de las Damas Grises, recordó- si está is de acuerdo con mis condiciones.
    -¿Condiciones? -exclamó la Dama Gris de Vaidnel como si fuera una palabra fea-. ¿Cómo te atreves a intentar imponer condiciones a la Antigua y Venerable Orden de las Damas Grises de Ardieor?
    Ya estaban todas furiosas y ni siquiera había llegado a la parte más conflictiva.
    -Porque la Antigua y Venerable Orden se ha tomado muchas molestias para traerme aquí. Si ni siquiera queréis escucharme, podéis esperar cien años más a que venga otro héroe a salvar vuestro país.     Una forma sutil de recordarles que no era el suyo, en su modesto entender. Pudo ver de reojo que Garalay sonreía.     -Tiene parte de razón, escuchémosle por lo menos.
    No iba a ser tan amable cuando él terminase de hablar, se dijo Níkelon, y formuló una breve oración a quien le estuviera escuchando para que no se le durmiesen las piernas.
    -Gracias, Lym. Bueno, señoras, como se supone que soy una leyenda, creo que sólo tengo derecho a tres condiciones. El número mágico, ya sabéis -Al principio, había pensado en pedir siete, pero su imaginación no había dado para tanto-. Encontraréis la primera bastante razonable: quiero que informéis a mi familia. Me da igual que lo hagáis ahora o dentro de un año, cuando os vaya bien, pero quiero que sepan que estoy vivo y que no me he fugado a Gailander con los cuatro secretos de estado que conozco.
    Garalay asintió.
    -A mí me parece razonable.
    -Lo pensaremos.
    Níkelon tragó saliva. Las palmas de sus manos comenzaron a humedecerse.
    -La segunda es que quiero que me lo pidáis por favor -Aquello las había sorprendido-. No recuerdo que me lo hayáis pedido. Os limitasteis a contarme la leyenda, a hablarme de la Profecía y a informarme de vuestra pequeña conspiración, pero a ninguna se le ocurrió pedírmelo. Vamos, señoras, vuestro orgullo no sufrirá tanto por una vez en vuestra vida que digáis por favor.
    Todas se miraron, pero fue Artdia Threelet quien habló, en un tono de voz que daba a entender que prefería que le arrancasen todas las muelas sin jugo de adormidera antes de pronunciar aquellas dos palabras.
    -¿La tercera condición?
    Níkelon comprobó el estado de sus piernas moviendo los dedos de los pies. Bien. Podría huir cuando intentasen convertirle en sapo. O en gusano. O en cadáver.
    Señaló con la cabeza a Garalay.
    -La quiero a ella.
    Silencio. Miradas de incredulidad. Níkelon comenzaba a pensar que no le habían oído cuando la Dama Gris de Dagmar, pronunciando con sospechosa calma y lentitud, le preguntó:
    -¿Para qué?
    Níkelon estuvo a punto de tragarse la lengua. ¿Era posible que no lo hubieran entendido? Sin embargo, la cara de Garalay mostraba bien a las claras que ella sí lo había entendido. Y que no encontraba la idea tan agradable como, por ejemplo, ser desollada viva.
    -Bueno... en los cuentos que me contaban de pequeño, el rey siempre recompensaba al héroe con la mano de la princesa y la mitad de su reino -Si aquello no lo habían entendido, él se rendía-. En este cuento tengo que ganarme el reino yo mismo, pero no pienso renunciar a la princesa. O a lo más parecido a una que tenéis por aquí.
    Se obligó a soportar la mirada de Garalay. Recordó la frase de la Dama Gris de Comelt, ella te romperá el corazón y él se encargará del resto, pero tuvo la impresión de que ella no deseaba dejar nada que romper para el éla quien la de Comelt se hubiera estado refiriendo.
    Era la hora de una retirada estratégica, antes de que reaccionasen.
    -Podéis pensarlo cien años si queréis. Ya sabéis dónde encontrarme.

*****

    Muy enfadada, y después de haberles dado su opinión sobre Níkelon y lo que deseaba que le ocurriera, Garalay se había marchado llev ndose consigo a Lym Vaidnel, que tenía la secreta esperanza de ver a Arlina. Las Damas Grises suspiraron aliviadas y comenzaron la discusión.
    -En mi vida había visto semejante descaro. Pero, ¿qué se puede esperar de un galendo?
    -Y más aún de uno que lleva sangre Aletnor. Orgullo y temeridad a partes iguales. Pero la cuestión es: ¿qué hacemos? La propuesta de mi Lym queda descartada por completo. Tarde o temprano su familia descubrir que está aquí, y a ver cómo les explic bamos que le habíamos ahogado en el Lago.
    -Pues yo creo que la cuestión es si de verdad le necesitamos tanto como para renunciar a una Lym por él. Sin hablar de nuestras tradiciones, la voluntad de ella y...
    -Vaidnel, ¿tienes ahí las runas? -La aludida se dio un golpecito en el bolsillo, y se oyó el entrechocar de las diminutas piedras-. Bien, pues a ver qué‚ dicen ellas.
    La Dama Gris se metió la mano en el bolsillo, se oyó el sonido de las piedrecitas chocando al ser removidas, y luego sacó la mano con una de ellas atrapada. Abrió la palma para que sus compañeras la vieran y le dio la vuelta.
    -Fant stico, la runa en blanco.
    -Nosotros hacemos el destino -Artdia Dagmar suspiró-. Rhaynon, dinos algo que no sepamos.
    Artdia Vaidnel volvió a sacar una runa.
    -Separación. Del revés.
    -No es el momento de aferrarse a las tradiciones.
    -Saca otra.
    -Secreto. Del derecho.
    -Oh, vaya. Creo que deberíamos dejar en paz las runas y guiarnos por el sentido común.
    -Lo cual nos deja donde está bamos.
    -¿Qué podemos perder si accedemos a sus condiciones? Vamos a desaparecer de todas formas. Si ganamos ya no seremos necesarias, y si perdemos moriremos todos.
    Artdia Threelet se encogió de hombros.
    -Es tu Lym.
    -Oh, vamos, ayudadme. No puedo ir y decirle de repente... bueno, lo que vosotras sabéis. ¿Cómo creéis que se lo tomaría?
    Vaidnel asintió y sacó otra runa.
    -Dolor.
    -Me lo temía.

*****

    Se suponía que debería haber regresado a la Casa Aletnor, pero no tenía ganas de enfrentarse a la curiosidad de Jelwyn o, peor aún, de su padre, así que Níkelon dejó la mente en blanco y permitió que sus pasos le llevasen donde quisiera el azar.
    Casi no se sorprendió cuando el azar le llevó a la orilla del Lago. Y menos aún al encontrarse a Arlina, sentada en su roca, con las piernas recogidas bajo el cuerpo, cuidando de que no se vieran sus pies, y peinándose mientras profería exclamaciones en voz baja cada vez que el peine de oro tropezaba con un nudo.
    -Hola, Nikwyn. ¿Has desayunado bien hoy?
    Su tono de voz era tan alegre que Níkelon olvidó que estaba preocupado y devolvió la sonrisa.
    -Lo que me faltaba, otra ardiesa sarcástica.
    Arlina palmeó la tierra a su lado.
    -Siéntate y hablemos un ratito.
    -¿Por qué no? Puede que sea el último día de mi vida.
    ­Oh, qué dramático! ¿Te han envenenado o algo así?
    -Creo que están decidiendo si lo hacen.
    -Oh. ¿Qué les has hecho a las honorables brujas de la Orden?
    Níkelon se lo contó. Cuando llegó al final, Arlina estalló en carcajadas.
    -¡Oh, cielos, esto es lo más divertido que me han contado en cien años! ¿Y qué contestó ella?
    Níkelon suspiró.
    -Me temo que me odia.
    -¡Con la de muchachas de tu país que ahogarían a su hermana por ti! Y hablando en serio, ¿por qué ella? ¿Crees que así conseguir s algún derecho sobre Ardieor?
    -¡Por favor, Arlina! Hasta tú hablas de una ciudad y un valle como si fueran el centro de un imperio donde no se ponen el sol ni la luna. Además, ya tengo derechos sobre Ardieor. Mi antepasada era la legítima heredera.
    La mirada de Arlina se endureció.
    -Si a eso vamos, yo soy la legítima heredera. Mi padre era el hijo mayor de Golsan.
    A Níkelon se le secó la garganta. Por un momento, viéndola a la luz del sol, con los ojos entornados para no deslumbrarse, luchando con los nudos de su cabello y vistiendo lo que tenía un sospechoso parecido con un camisón y un peinador, había olvidado lo que era Arlina. Pero ella volvió a sonreír, y Níkelon pensó que tal vez lo que había visto en sus ojos había sido un efecto de la luz matinal.
    -Tengo más de seiscientos años, y si no me ocurre nada puedo vivir seiscientos más. Ni Ardieor ni yo podríamos soportarlo. Gobernar la mitad de este Valle ya es demasiado pesado, así que puedes considerarme fuera de la línea de sucesión. Pero creo que veo algo en ti. Una pregunta que no te atreves a hacer a nadie, tal vez porque temes hacer daño. ¿Me equivoco? -Níkelon negó con la cabeza-. Muy bien, ¿qué quieres saber?
    Níkelon estuvo a punto de exclamar: ¡Todo lo que sepas!, Pero sabía que ni siquiera ella sería tan generosa.
    -Pues... ayer Garalay mencionó a sus hermanos, en plural, y...
    -Te gustaría saber qué‚ ocurrió con el otro. Según contó Jelwyn, cayeron en una emboscada y el pobre Farfel murió como un héroe cubriendo la retirada.
    -¿Él lo vio?
    -Con sus lindos ojos azules. Dijo que no quiso traer el... cuerpo al Valle porque no estaba para que lo vieran sus parientes, así que se encargó él solo del funeral -Arlina suspiró-. La típica historia triste ardiesa.
    -¿Cómo era?
    -Jelwyn y él eran gemelos, tenían la misma cara (entonces Jelwyn aún no se había hecho esa cicatriz tan fea), pero Farfel era... ¿cómo decirlo?.. Creo que lo más descriptivo es decir brillante.
    -¿Brillante?
    -Oh, sí, no parecía existir nada que él fuera capaz de hacer mal. Dicen que cuando murió fue como si el sol se hubiera apagado un poco y que los inviernos son más fríos desde entonces -Níkelon comenzaba a sentirse incómodo comparando a aquel difunto desconocido con Anhor, cuando Arlina sonrió con expresión traviesa-. Pero exageran. He conocido inviernos mucho peores que los de los últimos siete años. ¿Hay algo más que quieras saber antes de que tenga que regresar al Lago?
    -¿Tienes que hacerlo?
    -¡Por supuesto! ¡Me deshidrataría si permaneciese al sol demasiado tiempo! Vamos, que no sea una historia muy larga.
    -¿Qué fue de la madre de Layda?
    -Lo mismo que de su cuñado, pero más o menos año y medio después. Las típicas historias ardiesas suelen ser muy repetitivas.
    Arlina se pasó los dedos por el pelo para comprobar que no quedasen nudos y se quitó el peinador. Tomó del suelo la diadema en la que hasta el momento Níkelon no había reparado y se la puso de forma que el diamante quedase justo en medio de la frente.
    -Deslumbrante -dijo Níkelon.
    -Gracias.
    -A ti, por haberme contado dónde voy a meterme.
    -Es lo menos que puedo hacer por un futuro emperador -Arlina frunció el ceño, aunque no demasiado por si le salían arrugas-. Vamos, a mí puedes decírmelo, ¿por qué‚ ella?
    Níkelon reparó entonces en las dos figuras grises entre los arbustos.-Porque -se inclinó hacia Arlina como si fuera a decírselo al oído- ella hace que sienta lo que ninguna mujer ha conseguido hacerme sentir -Hizo una pausa dram tica, vio cómo Garalay se mordía el labio inferior y ahuecó la voz-. Miedo.
    Garalay salió de entre los arbustos.
    -Te crees muy gracioso, ¿verdad?
    -¡Si sobrevives cuéntame cómo termina! -rió Arlina saltando de cabeza al agua. Níkelon apenas reparó en que tenía los pies palmeados.
    Garalay corrió a la orilla del lago y se agachó al borde de la roca para gritar a su fluida pariente.
    -¡Vuelve aquí, traidora!
    -Me siento halagado, Princesa, no esperaba que me siguieras.
    Garalay se volvió y le miró con cara de no tener ganas de bromas.
    -No te he seguido, y no me llames "princesa". Soy la Lym de la Dama Gris de Dagmar y no pienso convertirme en nada más que en Dama Gris de Dagmar. ¡Maldita sea, Nikwyn! ¿Por qué has tenido que hacer eso? ¡Creía que éramos amigos!
    La primera noticia que tenía de ello, pensó Níkelon.
    -Para demostraros que no soy un memo. Que tengo ideas propias, aunque no sean brillantes, y que no voy a dejar que me manejéis como una marioneta.
    -Nikwyn, si alguna vez hubiera pensado que eres imbécil no me habría molestado en evitar que te matasen -La Lym de la Dama Gris de Vaidnel soltó una risita. Garalay la miró con expresión severa y la niña no se atrevió a dejar escapar otra-. Aunque creo que deberías saber, más que nada por honradez, que hace un rato he dicho a mis Maestras que ahogarte no sería mala idea. Podríamos hacer que pareciera un accidente.
    Aquello estaba llegando demasiado lejos. Níkelon apretó los dientes.
    -No tengo la menor duda. ¿Puedo quitarme las botas antes? Parecen nuevas, y a Jelwyn no le gustaría perderlas. Son suyas, ¿no?
    -No seas tan morboso, me han dicho que no. Sólo te lo decía para que sepas a qué‚ atenerte si ellas aceptan tus condiciones.
    -¡Oh, vamos, Lym, no seas tan remilgada! ¿Te has casado alguna vez?
    Por primera vez en toda la mañana, Níkelon vio una chispa de algo que podía ser diversión en la mirada de Garalay. Debía haber reconocido la frase, porque encontró la respuesta correcta.
    -¡Por supuesto que no!
    -¿Entonces cómo sabes que no te gustaría?
    -Bueno, no tengo nada contra la ceremonia en sí misma, pero tengo entendido que lo que viene luego es aburridísimo.
    -Siempre podrías entretenerte intentando asesinarme.
    -Prefiero el ajedrez, gracias -miró a la otra Lym, que seguía vigilando el Lago por si a Arlina le daba por aparecer otra vez, y se levantó-. Me parece que no volver a salir. ¿Nos vamos?
    La niña hizo pucheros.
    -¿Vendremos mañana?
    -Pues claro, aún tengo cuatro cosas que decirle a mi hada madrina. Hasta esta noche, Nikwyn. Supongo que para entonces ya habrán decidido si estoy o no en venta.
    -Será un día eterno para mí -bromeó Níkelon.
    -Ya.
    Debería haberla dejado marchar sin más, pero no pudo resistir la tentación de llamarla antes de que volviera al bosque.
    -¿Has dicho en serio eso de que éramos amigos?
    Una ligera brisa procedente del Lago echó atrás el pelo de Garalay en el momento en que se volvió a responderle. Como improvisadora de momentos solemnes, Arlina no tenía precio.
    -He dicho que lo creía. Pero me has demostrado que estaba equivocada.
    Una palabrota quemaba la lengua de Níkelon. En cuanto calculó que nadie podría oírle, la dejó ir. El sonido de las hojas de los árboles al moverse le pareció una carcajada, pero Níkelon ya no le veía la gracia.

*****

    Hay un motivo para todo, había dicho Artdia Dagmar, y por eso Garalay caminaba hacia la Casa Aletnor a la hora en que todos los habitantes humanos del Valle dormían, siguiendo el sendero a la luz de un cuarto menguante que aún parecía luna llena, y notando un insistente dolor colérico en la boca de su estómago.
    Sabía dónde dormía Níkelon, y esperaba que él no durmiera con la ventana cerrada. No le hacía ninguna gracia tener que atravesar a oscuras la Sala y el pasillo de la Casa Aletnor, y menos aún tener que explicar qué hacía allí si la sorprendían. Aunque siempre podía fingir un ataque de sonambulismo.
    La ventana estaba entornada. Garalay encajó las puntas de los pies en los dos huecos que tantas veces había utilizado de niña para escaparse cuando se suponía que debía estar durmiendo y empujó la puerta. El ruido de la hoja al golpear contra la pared debería haber despertado, más que a Níkelon, a todo el Valle. Pero nadie se movió. No tenía más remedio que recurrir al plan alternativo.
    Níkelon despertó sobresaltado cuando la piña le acertó de lleno en el brazo derecho.
    -Tenemos que hablar.
    -¿Ahora? -susurró él frotándose el brazo con la expresión dolida de quien acaba de ser víctima de una horrible injusticia.
    -Te espero aquí -Cuando se ponía, ella también podía ser implacable-. Date prisa, no quiero que me pille el amanecer.
    Y poco después, estaban en un claro del bosque, donde Garalay había calculado que nadie podría interrumpirles ni escuchar a escondidas. Níkelon sentado en un tocón con los codos apoyados en las rodillas y la barbilla en las manos, los miles de intranquilizadores ruidos nocturnos del bosque a su alrededor, incluyendo cantos de grillos, ulular de búhos, viento en las hojas de los árboles, pasos de pequeños vertebrados e incluso aullidos lejanos. Garalay paseándose con las manos a la espalda.
    Níkelon bostezó.
    -Si vas a decir algo, hazlo antes de que me duerma o déjame volver a la cama.
    Ella se detuvo con un revuelo de capa tal vez un poco demasiado dramático y uno de sus característicos bufisuspiros.
    -Me-han-encargado-que-te-diga-que-aceptan-tus-condiciones. Buenas noches, ya puedes volver a tu cama.
    Níkelon se levantó de un salto y la agarró de un brazo al mismo tiempo que ella se daba media vuelta con la evidente intención de marcharse y dejarle allí plantado.
    -Hazlo bien.
    -He dicho lo que tenía que decir de una forma clara y sencilla. No creo que se pueda hacer mejor.
    -Se puede hacer mejor. Como dice alguien que conocemos, quiero una lista detallada.
    Otro bufido. Y un brusco tirón para liberar el brazo. Pero al menos no salió corriendo. Se recogió el cabello tras las orejas y le miró desafiante.
    -Como quieras. Respecto a la primera condición, aceptan contarle la verdad a tu familia en cuanto hayas partido hacia los Pantanos.
    -Oh. ¿Y cuándo ser eso?
    -Cuando consideremos que estás preparado.
    -Ya empezamos otra vez -pensó Níkelon-. De acuerdo -Procuró no sonreír-. ¿La segunda?
    Garalay respiró hondo, como si fuera a tirarse de cabeza al Lago. Sólo le faltó cerrar los ojos y taparse la nariz.
    -Por favor, necesitamos tu ayuda. Salva el mundo y te estaremos agradecidas para toda la eternidad.
    Había mordido las palabras como debía estar deseando morderle a él. Níkelon se preparó para volver a atraparla en cuanto ella hiciera la más mínima señal de estar a punto de salir corriendo.
    -Tercera condición.
    -También están de acuerdo. Yo no, pero al parecer mi opinión no le importa a nadie.
    -Dilo.
    -¿Quieres que me ponga de rodillas?
    -Sería divertido, pero me conformo con que lo digas.
    Una buena chica de Galenday se habría ruborizado y hubiera mirado al suelo. Garalay no se ruborizó por los mismos motivos que una buena chica, pero sí bajó la mirada.
    -Si consigues convertirte en Emperador de Ternoy, te doy mi palabra de casarme contigo. ¿Contento? -Hubiera preferido un poco más de tierna timidez y un poco menos de rabia, pero teniendo en cuenta lo que podría haberle pasado...
    -Aún no.
    -Me lo temía. ¿Qué más quieres?
    -Testigos, un contrato con tu firma y un banquete.
    -No. Si no quieres que te mate un jeddart ofendido es mejor que esto quede en secreto. Nada de muestras de afecto, miraditas o insinuaciones maliciosas en público, ¿entendido? Y menos aún contárselo a nadie. Ni siquiera a tu mejor amigo, si ya has conseguido uno.
    -Muy bien. Entonces, me conformo con un beso -Por si acaso ella tenía un puñal oculto en la manga, antes de que lo sacase Níkelon se apresuró a explicar que en su tierra formaba parte de la ceremonia de compromiso, justo después del intercambio de prendas. Garalay puso cara de resignación, cerró los ojos y levantó la barbilla.
    A Arnthorn el intrépido nunca le ocurrían aquellas cosas, pensó Níkelon desesperanzado. Ni a su hermano Anhor. Ni siquiera al Príncipe Heredero, a pesar de su más bien repelente aspecto. No esperaba la más mínima colaboración por parte de Garalay, ya suponía que ella iba a dejarse besar con el mismo entusiasmo que una rana, pero al menos una rana no se habría limpiado la boca con la manga del vestido.
    -¿Puedo irme ya?
    ¡Cualquiera le decía que no!

*****

    Al día siguiente, la primera persona que vio Níkelon al entrar en la cocina fue a un Jelwyn de tan buen humor que cualquiera con sentido común habría olido peligro, y que le invitó con la más siniestra de sus sonrisas a participar en una Cacería.
    -¿De qué?
    -De ratas de Ternoy.
    Por algún misterioso método (Níkelon prefirió no investigar), Jelwyn sabía que una columna de trhogol y demás siervos de Zetra se dirigirían hacia Dagmar escoltando armas, provisiones y tal vez algo más valioso, cuántos eran y por dónde irían; y lo explicó a sus jeddart con todo lujo de detalles mientras trazaba el plan de ataque con ayuda de un decrépito mapa extendido sobre la mesa contra su voluntad y que insistía en doblarse por las esquinas en señal de protesta.
    Dedicaron el resto del día a entrenarse para la batalla. Tras varios desastrosos intentos de enseñarle a lanzar laydas y puñales, Jelwyn llegó a la conclusión de que lo de Níkelon era la espada y le dejó en paz por aquel día, aunque amenaz ndole con que acabaría aprendiendo a Lanzar quisiera o no.
    Por la noche, las Damas Grises y sus Lym acudieron a la cena. Conversaron, cantaron, sonrieron a todo el mundo e incluso bromearon a costa de la adivinación del futuro leyendo cosas imposibles en las entrañas de la cena y las hojas de menta que alguien no había colado demasiado bien.
    -He oído que vas a Salir con ellos -dijo Garalay.
    Se había tomado muy en serio lo del secreto. Hasta aquel momento, ni siquiera le había mirado más rato que a cualquier otro, pero tampoco menos. Había sido toda simp tica indiferencia y buenos modales. Hasta había vuelto a tomarle el pelo con aquella canción de hermanas desalmadas y caballeros irresponsables. Bien, pues él podía hacer lo mismo.
    -No voy a quedarme encerrado aquí todo el tiempo.
    -¿Tienes miedo de olvidar cómo se utiliza una espada?
    -Más bien de que se oxide. Si estás preocupada, puedo fingir una insoportable resaca.
    -Procura sólo volver entero, un héroe muerto no puede liberar a nadie de nada.
    -Excepto de un compromiso.
    Garalay le miró con el ceño fruncido.
    -Si es una broma no tiene gracia.
    La mano de Níkelon salió despedida como si tuviera vida propia para atraparla antes de que escapara.
    -Es verdad, lo siento, no quería ofenderte. Solo que estoy algo nervioso, y... -resistió la tentación de respirar hondo antes de seguir hablando- me gustaría que fuéramos amigos, si es que hablaste en serio ayer en el Lago.
    -De acuerdo. ¿Me devuelves mi mano?
    Níkelon la soltó y miró al frente como si de verdad le interesase lo que pudiera estar pasando en el resto de la Sala.
    -También me gustaría..., estaba pensando que podrías... que sería... bueno, que alegrarías mucho el corazón de este pobre desterrado si algún día que no estás muy ocupada con tus cosas quisieras pasear conmigo al atardecer por... por el bosque. O por el Lago. O por donde tú prefieras.
    Cuando se atrevió a volver a mirarla, Garalay tenía un destello de diversión en la mirada.
    -¿"Arnthorn el intrépido"? -preguntó en tono burlón.
    Níkelon negó con la cabeza.
    -"Jalen y Hindy". Como puedes ver soy un sentimental. En realidad la frase es de Wyn el herrero, pero ahora mismo no me parecía adecuada ninguna de Jalen.
    -Tendrá que ser antes.
    -¿Cómo?
    -Si quieres pasear conmigo por el bosque tendrá que ser antes del atardecer. No es conveniente andar por territorio de los Antiguos después de la puesta de sol.
    -Pues anoche...
    -Anoche estaba enfadada contigo, me daba igual si te ocurría algo o no.
    -Pues menos mal que se te ha pasado el enfado.
    -No suelen durarme mucho.
    -¿Estaré en peligro cada vez que te haga enfadar?
    -Por si acaso, no lo hagas.
    -¡Lym Dagmar, nos vamos! -Garalay se levantó para irse.
    -¿Es una promesa?
    -Tú vuelve entero y ya hablaremos.


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