Wirda (Libro II: La Espada y el Anillo)

14 de Mayo de 2003, a las 00:00 - Condesadedia
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CAPÍTULO 5



    Las Tierras Peligrosas eran tan horribles como Níkelon las recordaba, pero los ardieses no parecían tan nerviosos como la otra vez. No miraban tanto a su alrededor, e incluso se atrevían a hablar, aunque fuera en voz baja. Un par de ellos hasta llegaron a reírse.
    Dos grisáceos días después de haber salido del Valle se encontraron con la Tercera de Comelt, acompañados por Kayleena, Norwyn y los nueve jeddart que habían escoltado a la nueva Artdia Comelt a su castillo.
    -Necesitaba un poco de acción -explicó Kayleena-. Comelt es tan aburrida en esta época del año...
    Los sufrimientos estomacales de Dulyn debían ser perpetuos, pues su cara tenia la misma expresión que cuando Níkelon lo había conocido en Comelt.
    -¿Pensabais quedaros con todo el botín para vosotros solos? -preguntó a Jelwyn a modo de saludo.
    -Primo, a veces me pregunto si sabes que estamos en el mismo bando.
    -Yo también. Si tu segundo no llega a irse de la lengua...
    Norwyn inclinó la cabeza, colorado hasta las orejas.
    -En ningún momento le di instrucciones de guardar silencio.
    El Señor de Ardieor carraspeó para llamar la atención.
    -¿Queréis dejarlo ya? Estamos perdiendo tiempo -Dulyn palideció y apretó los labios como si tuviera miedo de que se le escapase algo-. En cualquier caso, te damos la bienvenida, Gobernador de Comelt -Muy sutil de su parte, pensó Níkelon, no añadir el "co" que tan mal parecía sentarle a Dulyn cada vez que lo oía-. Agradecemos cualquier ayuda -La expresión "incluso la tuya" quedó flotando en el aire, pero nadie se atrevió a reconocerla-. Y ahora, en marcha de una vez.

*****

    Antes de la Caída, a nadie en Ardieor se le había pasado por la cabeza construir un puente sobre el Therdeblut. Tal vez consideraban que era dar facilidades para una invasión. Pero la invasión se había producido de todas formas, y el invasor debía haber considerado que si los ardieses no lo habían hecho, debía ser por algún buen motivo y que no hacía falta molestarse en construir un puente existiendo un vado tan bonito. Total, el agua sólo llegaba hasta las rodillas.
    -Esperaremos hasta que haya pasado la última carreta -había dicho Jelwyn-. Prefiero no luchar en el agua.
    Y las carretas nunca terminaban de pasar. Ni los trhogol. Níkelon nunca había visto tantos juntos. Una suave ladera conducía hasta el Camino de la Frontera, a orillas del río, y, ocultos entre los arbustos, los ardieses esperaban a que Jelwyn diera la señal para atacar.
    O por lo menos esa era la idea inicial. Pero Dulyn tenía otros planes. Se incorporó en la silla de su caballo, agitó la espada por encima de su cabeza y gritó con todas sus fuerzas:
    -¡Landraik!
    Y cargó contra los trhogol sin preocuparse de si le seguían o no.
    Jelwyn soltó una maldición en voz baja y gritó la orden de ataque.
    A Níkelon le pareció que todo se desarrollaba con la misma especie de caótico orden que las cenas. Los ardieses, divididos en tres grupos, atacaron más o menos al mismo tiempo ambos flancos y el centro de la columna de trhogol. Las espadas bajaban y subían, unas veces encontrando por el camino lo que buscaban y otras no. Bajo el siniestro cielo encapotado, los sonidos que producía el acero al chocar con otro acero, con carne o hueso, el chapoteo de las patas de los caballos en el agua y el de los cuerpos al caer en ella, parecían apagados, como si en lugar de encontrarse en medio de la batalla, estuviera viéndola desde lo alto de una montaña.
    Esto es real, se dijo Níkelon tendido de espaldas sobre los guijarros de la orilla del Therdeblut, con la espalda dolorida, medio aturdido aún por el golpe y mirando a los ojos del trhogol que acababa de derribarle del caballo y estaba a punto de ensartarle con una lanza. Una layda lanzada desde la espalda de Níkelon se clavó justo en la frente del trhogol, y mientras éste aullaba de dolor, Níkelon consiguió levantar la espada, clav rsela en medio del pecho y retirarla a tiempo de salir rodando de allí.
    -Nunca te dejes pillar por sorpresa -dijo no muy lejos de él una voz que sonaba como la del Señor de Ardieor.
    Níkelon se incorporó sobre una rodilla. Se le había caído el casco y su capa estaba empapada, por no hablar del resto de su ropa. Pero no era capaz de sentirlo. Una garra fría le estaba contando los huesos de la columna vertebral y algo viscoso se había atascado en la boca de su estómago. Terminó de levantarse y entonces algo que no pudo ver, tal vez una flecha, o un dardo de ballesta, le rozó el cuello. Se tocó y vio que le habían hecho sangre.
    No tuvo tiempo de reaccionar. Otro enemigo se lanzaba a por él, tratando de aplastarle bajo las patas de su caballo. Níkelon empuñó la espada con ambas manos y esperó. Saltó a un lado justo cuando el caballo iba a atropellarle y paró el ataque del trhogol, aunque sus brazos quedaron medio aturdidos. Pero el trhogol era testarudo. Hizo dar la vuelta a su montura y volvió a la carga. Níkelon se tragó el nudo que se le había hecho en la garganta y esperó.
    Aquella vez no esperó a que el trhogol le atacase con la espada. Mientras aún la tenía en el aire, le agarró de la pierna y tiró hacia él con todas sus fuerzas. Con un grito de rabia, el trhogol cayó... encima de él. Sus caras casi se tocaban, y Níkelon sintió náuseas por el olor que desprendía el ser. Tenía la boca abierta en lo que parecía una expresión de asombro, y su dentadura estaba en un estado deplorable. Lo que más extraño le pareció fue el hecho de que no se moviera. Hasta que reparó en la hoja de acero ensangrentada que asomaba por su espalda. Debía habérsela clavado al caer sobre él.
    Níkelon lo apartó de un empujón, se puso de rodillas y vomitó todo lo que tenía en el estómago. Mientras lo hacía, pudo oír los gritos de retirada de lo que quedaba de los trhogol y las exclamaciones de victoria de los ardieses.
    -Vaya birria de héroe estoy hecho -se dijo.
    El río, tan impasible como cualquier otro accidente geográfico, arrastraba la sangre hacia el mar mientras los ardieses sacaban de él las carretas que no lo habían cruzado antes.
    -¿Estás herido? -le preguntó Jelwyn.
    -No, sólo enfermo.
    Con una mirada, Jelwyn se hizo cargo de la situación.
    -No te preocupes, suele ocurrir en la primera Emboscada -Níkelon estaba a punto de responder cuando vio que la sonrisa comprensiva desaparecía de la cara del ardiés. Siguió su mirada y comprendió. Dulyn estaba en pie sobre una de las carretas, registrándola a conciencia-. Disculpa un momento.
    Las conversaciones se apagaron como estrellas al amanecer a medida que Jelwyn se acercaba a su primo de Comelt, y cuando subió a la carreta ya estaba todo tan silencioso como antes de la batalla. Dulyn, aún sin entender la que se le avecinaba, le miró con una sonrisa que las circunstancias hacían aún más estúpida.
    El puñetazo le hizo caer de espaldas en el río. Allí era bastante más profundo que en donde estaba Níkelon, y Dulyn se sumergió durante unos breves instantes antes de reaccionar, conseguir poner los pies en el suelo y levantarse, con el agua hasta las rodillas. Sorprendido, se llevó la mano a la boca. La tenía llena de sangre.
    -En mi Compañía y en mis Emboscadas soy yo quien da las órdenes, primo. Vuelve a hacer lo que has hecho y dejaré que el enemigo te corte en pedacitos. ¿Ha quedado claro?
    -¡Capitán! -gritó Norwyn, tan oportuno como nunca lo había sido, desde otra carreta, que había permanecido tapada con un toldo hasta que él había ido a levantarlo- ¡Ven a ver esto!
    Tras lanzar una última mirada a su primo, Jelwyn saltó del carro y fue a ver a qué se refería su segundo.

*****

    La muchacha tenía los ojos negros, muy abiertos por el miedo, la piel tan blanca que se veían las venas a través de ella, los pies descalzos y una expresión de terror que se hizo más evidente aún cuando vio a Jelwyn y retrocedió a gatas hasta el fondo del carro.
    Jelwyn estaba acostumbrado a provocar reacciones parecidas en las jovencitas que veían su cara por primera vez.
    -Sácala de ahí, Nor.
    -¿Yo?
    -Tú la has encontrado, ¿no?
    Norwyn cambió el peso de su cuerpo de la pierna derecha a la izquierda. Era la joven más bonita que había visto en su vida, a pesar del horrible vestido, por llamarlo de alguna manera, que más que puesto parecía llevar tirado encima, y se sorprendía de su reticencia a cogerla en brazos y sacarla del carro.
    -¿No puede bajar sola?
    -Fíjate en sus pies, tonto. No está acostumbrada a andar descalza. Seguro que le quitaron los zapatos para que no se escapara.
    Jelwyn iba a darles la espalda y marcharse de allí cuando la joven decidió lanzarse ella misma en sus brazos. Pesaba más de lo que él esperaba, pero una vez repuesto de la sorpresa inicial, Jelwyn consiguió llevarla a la orilla.
    -¡Por las faldas de Rhaynon, Jel ha hecho una conquista!
    -Muy graciosa, tía -Jelwyn dejó a la chica en el suelo, pero ella siguió aferrada a su cuello como si desconfiase de que sus piernas fueran capaces de sostenerla. Debía tenerlas dormidas.- ¿Qué hacemos con ella?
    El Señor de Ardieor le miró sorprendido.
    -¿Qué‚ opciones tenemos?
    -Dejarla libre para que vuelva a su casa, donde quiera que esté. O llevarla con nosotros. Yo pienso que debemos dejarla libre.
    -¿Para qué? ¿Para que se pierda por los Pantanos o vuelvan a capturarla?
    -Eso no es problema nuestro.
    La muchacha, como si supiera que estaban decidiendo su destino, se apretó aún más a Jelwyn, pero miró al Señor de Ardieor con una medida mezcla de súplica y esperanza.
    -Existe una tercera opción -Dulyn se había limpiado la sangre de la boca pero aún estaba empapado, su labio comenzaba a hincharse, le dolía al sonreír y dificultaba la pronunciación.- Podría venir conmigo a Comelt. Seguro que se divierte más que en el Valle.
    Todos se dieron cuenta entonces de que Jelwyn estaba metido en un buen lío. No quería llevar a la muchacha al Valle pero menos aún que Dulyn se la llevase a Comelt. El Señor de Ardieor no parecía haber oído a Dulyn, fijó la mirada en un punto indeterminado del horizonte y suspiró:
    -¿Dónde está Farfel? Él nunca me lleva la contraria.
    La expresión de la cara de Jelwyn hizo que todos apartasen la mirada. Hasta la joven le soltó al notar su tensión.
    Kayleena carraspeó.
    -Ya sé que nadie me ha preguntado mi opinión, pero considero de muy mal gusto que estéis discutiendo el destino de esa chica como si fuera parte del botín. Es una persona y debería decidir ella misma qué quiere hacer. Y a mí me parece evidente.
    El Señor de Ardieor regresó de donde quiera que hubiera estado su mente y miró a Jelwyn.
    -Ella viene con nosotros.
    -Está bien -La muchacha apenas pudo contener un grito de sorpresa cuando Jelwyn volvió a tomarla en brazos y la subió como mejor pudo a la grupa del caballo de su padre.- Toda tuya -Saludó con una inclinación de cabeza, les dio la espalda con deliberada lentitud y montó en su caballo-¡Nos vamos!

*****

    Un grito más fuerte de lo habitual incluso allí despertó a Briana. Se incorporó en el montón de paja y durante unos breves instantes trató de imaginarse que estaba en sus aposentos en Lossián, y que si llamaba aparecería una doncella dispuesta a ponerle otra manta o una bolsa de agua caliente en la cama si ella se lo pedía. Pero otro grito le arrancó cualquier ilusión al respecto.
    Briana se dejó caer boca arriba en la paja, y se mordió la lengua para no gritar cuando sintió moverse algo vivo muy cerca de su mano derecha. Ya debería estar acostumbrada. ¿Cuánto tiempo llevaba allí? ¿Un día, un mes, un año? Nadie había hablado con ella desde que se había marchado el hombre de negro. Si se había marchado, y no se había limitado a olvidarse de ella, como todo el mundo allí. Aunque si recordarla podía significar que le hicieran lo que fuera que le estaban haciendo a aquel pobre hombre, Briana prefería que la olvidasen para siempre. Mientras no olvidasen darle de comer, claro.
    Se echó un montón de paja por encima para librarse de aquel frío húmedo, a pesar de que la experiencia ya le había enseñado que era del todo inútil, y cerró los ojos.
    Cierra los ojos y piensa en el viento, se dijo, el antiguo lema de las drach de Lossián.
    Pero vos no sois una drach. No sois más que una Serpiente.
    Briana reconoció la voz. Llevaba oyéndola toda su vida.
    Ah, buenos días, Señora, hacía tiempo que no os oía.
    Claro que no me oíais, Briana, se burló la voz de la Sacerdotisa del Templo de la Dama de Plata, porque nunca escucháis. Por eso estáis ahora en este lugar horrendo, tan lejos de casa. Y nadie se acuerda de vos porque sois demasiado estúpida e insignificante para que nadie os recuerde. Vais a morir, Serpiente, y ni siquiera encontrarán vuestro cadáver porque nadie se molestará en buscarlo.
    -Dejadme en paz -murmuró Briana.
    La Sacerdotisa se echó a reír. Briana se tapó los oídos, pero daba lo mismo. Siempre ocurría igual.

*****

    La chica farfullaba la lengua de los Pantanos, y gracias a ello pudieron averiguar que se llamaba Adiel, que era de una aldea sin nombre, más o menos al noroeste de la Fortaleza, y que no tenía ni idea de para qué la llevaban a Dagmar, pero que no le gustaba nada la manera en que los que la llevaban se cambiaban risitas maliciosas y la miraban de reojo.
    Ya estaba a salvo, le aseguraban los ardieses, en especial las chicas que formaban la pequeña Guardia de Kayleena, que parecían albergar vivos deseos de adoptarla. Hasta el Señor de Ardieor parecía embelesado con ella, para sorpresa de Níkelon. Solo Jelwyn parecía resistirse al encanto de la joven, Níkelon supuso que aún estaría enfadado con su padre por haberle obligado a llevarla con ellos, o que tal vez no se fiaba de ella tanto como parecían fiarse los demás.
    Fue un poco difícil hacerle comprender por qué debía ponerse una venda en los ojos para entrar en el Valle. Y bastante sorprendente el grito, entre dolor y p nico cuando se la quitaron y se encontró cara a cara con la luz del sol. Debía ser la primera vez que la veía, pensaron todos, después de todo, la pobre había nacido en Ternoy.
    Las Damas Grises también estuvieron encantadas de acoger a la pobre prisionera rescatada de las garras de los trhogol. Jelwyn movió la cabeza como preguntándose si todos estaban locos.

*****

    La Reina Madre de Galenday alargó la mano y preguntó a su invitada si quería más té.
    -Oh, no gracias, señora, no me cabe ni una gota más.
    -Como quer is -contestó la anciana dejando caer la mano.
    Estaban las dos sentadas en una terraza desde la que se divisaba un amplio panorama de los jardines. Resguardadas del sol por un emparrado de rosales trepadores del que la reina estaba muy orgullosa, y con la protección adicional del velo que cubría sus rubias cabezas, sus dos nietas bordaban rodeadas de sus dueñas y doncellas. La anciana reina sabía que, a pesar de su aparente dedicación al bordado, las jóvenes no le quitaban ojo de encima, ni a ella ni a la mujer vestida con tanta sencillez a la que su abuela trataba con tanto respeto a pesar de parecer muchísimo más joven que ella. Las dueñas ya debían haber advertido que, aunque el corte de sus ropas era muy sencillo y algo anticuado, la seda del blanco vestido interior y el cendal de la corta túnica exterior eran de lo más caro, y seguro que más de una doncella ya había tasado con bastante aproximación la diadema de plata y brillantes que mantenía apartado el plateado cabello de la cara de la mujer.
    -Viene alguien -La reina entornó los ojos y miró hacia el mismo lugar que su invitada, una de las avenidas bordeadas por arrayanes.
    -Es Anhor -rió-. Casi no le reconozco sin armadura.
    -Ah, sí, el héroe profesional.
    -No seáis mala, Dinel, ¿qué otra cosa puede hacer el pobre?
    -¿Probar su valor en una guerra de verdad?
    -¡Oh, vamos, no querréis que todos mis nietos terminen en Ardieor!
    La frase parecía dicha en broma, pero Dinel detectó auténtica preocupación en ella. La Reina no terminaba de creer su palabra de que Níkelon gozaba de perfecta salud (por lo menos física, se dijo Dinel en honor a la verdad).
    Anhor se detuvo ante sus hermanas, las dueñas y las doncellas, para saludarlas como era debido. Dinel casi pudo oír las risitas y los suspiros. Contuvo su indignación. Después de todo, eran mujeres jóvenes, por lo menos la mayoría, Anhor era lo bastante guapo como para que no tuviese mucha importancia su típica nariz Erdengoth, y en Galenday la tez pálida seguía considerándose elegante y atractiva hasta en un caballero andante.
    Como si se hubiera dado cuenta de que le estaban mirando, Anhor levantó la cabeza y las saludó. La Reina le hizo un gesto para que se reuniera con ellas.
    -Anhor, esta es Dinel, una antigua amiga. Anhor es mi segundo nieto.
    -Dinel -El joven pareció saborear el nombre. Tenía una hermosa voz, pensó ella, y sabía como utilizarla. También tenía unos anchísimos hombros, y unas bonitas piernas, para ser un hombre. Y Dinel casi pudo oír el tintineo de la luz cuando se reflejó en su dentadura-. La de ojos de oro, cabellos de plata y labios de... ¿zafiro? -Dinel asintió, divertida. Los mortales no solían recordar la piedra correcta-. Las leyendas no exageran en absoluto vuestra belleza, es más yo diría que se quedan cortas.
    La Reina carraspeó, divertida al ver que por una vez Dinel se había quedado sin respuesta. Si había esperado conocer a un salvaje con más músculos que cerebro y cuya retórica estaba en la punta de su espada, acababa de llevarse la mayor sorpresa de su larguísima vida.
    -¿De qué querían hablar contigo tu padre y tu hermano?
    Los hombros de Anhor se encogieron casi sin que ‚l se diera cuenta, y la alegre sonrisa se borró de su cara.
    -De Níkelon. Me han dicho que, ya que fue mía la idea de enviarle de viaje, seré yo quién vaya a rescatarle del lío en que se haya metido.
    -¿Por qué‚ creéis que se ha metido en un lío?
    -Es Níkelon, señora, su especialidad es meterse en líos.
    -¿Y por dónde vas a empezar?
    -La última vez que tuvimos noticias suyas estaba en Surlain, de modo que iré allí y trataré de seguir el rastro. Partiré mañana al amanecer. Con los mejores hombres de la Guardia. Les vendrá bien un poco de ejercicio.
    -Y de paso los Señores recordarán quién manda en Galenday.
    -Tan sutil como hermosa. Si no supiera que voy a ser rechazado os pediría que os casarais conmigo.
    -Adulador -rió Dinel, sintiéndose de repente tan boba como aquellas jovenzuelas de la rosaleda. Anhor entornó los ojos.
    -No sabréis dónde está él, por casualidad...
    -No -Hasta la Reina, que sabía que mentía, la creyó.
    -Tenía que intentarlo -suspiró Anhor, y se inclinó para besarles las manos-. Con vuestro permiso, tengo mucho que hacer antes de partir para el destierro.
    -No llegar a tiempo de evitarlo, ¿verdad? -preguntó la vieja Reina cuando las anchas espaldas estuvieron lo bastante lejos como para que su propietario no las oyera.
    Dinel negó con la cabeza. Había tenido que esforzarse mucho para conseguir que no se relacionase la misteriosa muerte de los Señores de Gueldou con Ardieor, y menos aún con Níkelon. Pero la idea de Anhor yendo a buscar a su hermano y encontrándolo casi le había puesto los pelos de punta. Por suerte, al Rey se le había ocurrido, sin que nadie le influenciara, la idea de mandar a su hijo por el camino más largo. O quizás el hijo mayor también estaba celoso de la popularidad del segundón y había pensado que era una buena idea quitárselo de encima una temporada. Fuera lo que fuera, Rhaynon había hecho bien su trabajo. Por enésima vez, Dinel se preguntó para qué demonios la necesitaba la Señora del Destino.
    -Bueno -suspiró la vieja reina-, al parecer sí que van a terminar todos en Ardieor.
    -Ahora sí que aceptaría esa taza de té. Si no es molestia.


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