Wirda (Libro II: La Espada y el Anillo)

14 de Mayo de 2003, a las 00:00 - Condesadedia
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CAPÍTULO 8



    De repente, el Valle de Katerlain parecía haberse puesto cabeza abajo. Se decía que Jelwyn iba a marcharse a Comelt, o quizás a las Tierras Peligrosas, aunque había quien afirmaba haberle oído preguntar al galendo si la Guardia Real de Crinale admitía ardieses. Las Damas Grises habían cortado toda relación con Adiel, la cual se había instalado en la Casa Aletnor y se decía que iba a casarse con el Señor de Ardieor. Se la veía pasear, con Layda de la mano, las dos muy orgullosas y al parecer encantadas la una con la otra. Y Garalay tenía más pesadillas que nunca.
    Se veía caminando entre la niebla, sin puntos de referencia, sin saber a dónde iba ni para qué, acosada por monstruos sin forma y empujada hacia una oscuridad insoportable, y despertaba gritando, empapada en sudor frío.
    Una semana y media después de los extraños acontecimientos que habían causado la ruptura entre Jelwyn y el Señor de Ardieor, las Damas Grises, aprovechando que Garalay había salido a pasear con Níkelon, se reunieron y decidieron que ya era hora de hablar en serio con ella.

*****

    -No deberías haberte ido -dijo Garalay-. Ahora está solo con ella.
    Se encontraban en el Bosque, en uno de los muchos senderos que Níkelon aún no conocía. Los rayos de sol se filtraban como lanzazos entre los gruesos troncos y entre las ramas podían verse retazos de cielo. De vez en cuando, se oía el sonido de la brisa agitando las hojas.
    -¿Quieres decir que debería haberme quedado en una casa donde habían intentado asesinarme para proteger a alguien que va a casarse con la persona que dices que lo intentó?
    Garalay se detuvo en medio del sendero y soltó una carcajada.
    -Tal como lo has dicho parece una estupidez.
    -Es una estupidez. Oye, Dagmar, tu padre ya es mayorcito, seguro que sabe cuidarse solo.
    -No sabe. Lo que ha hecho prueba de que no sabe. Esa bruja le ha manipulado como ha querido.
    -Ni Jelwyn ni tú habéis podido evitarlo, ¿por qué crees que un extraño podría haber hecho algo? -Garalay bajó la mirada hacia su mano izquierda, que de repente había quedado atrapada entre las de Níkelon, y luego la alzó con expresión de reproche, pero él no se dio por aludido-. Mira, Dagmar, como decimos en mi país, "no atormentes tu linda cabecita con esas cosas". ¿Has salido alguna vez de aquí?
    -¿Cómo? -se sorprendió Garalay.
    -Estoy intentando cambiar de conversación. ¿Has estado alguna vez en algún lugar fuera de aquí que no fuera Comelt?
    -No.
    -Entonces, ¿nunca has visto el mar? -Garalay negó con la cabeza-. Pues te llevar‚ a verlo algún día. Nadie debería llegar a viejo sin haber visto nunca el mar. Es tan grande que delante de él te sientes como una pulga.
    -No creo que me gustara sentirme así.
    -¿Prefieres el bosque porque puedes esconderte entre los árboles?
    -Si quieres verlo de esa manera...
    -El mundo está lleno de cosas maravillosas, Dagmar. He visto... he visto cosas que no creerías...
    -Soy ardiesa, Nikwyn, te sorprendería lo que soy capaz de creer.
    No, pensó Níkelon, era demasiado fácil. Desde que había identificado sus sentimientos, había estado pensando en la forma de comunicárselos a ella sin que se enfadara con él o saliera corriendo. Y de repente, ella misma le daba el pie para dárselos envueltos en una frase ingeniosa.
    -Y a ti te sorprendería saber lo que es capaz de creer Jelwyn.
    -¿Te importaría soltarme la mano? Me estás haciendo daño.
    Níkelon soltó la mano y miró al suelo, esperando que ella le preguntase qué era lo que creía Jelwyn para poder decírselo. Pero Garalay solo dijo en voz baja:
    -Escondámonos, viene alguien.
    Salieron del sendero y se ocultaron entre los helechos. Tendidos en el suelo, cubiertos por las espesas hojas, esperaron mientras los pasos se acercaban.
    Poco a poco, con muchísimo cuidado, Níkelon levantó la cabeza, y sintió cómo Garalay hacía lo mismo a su lado. Y entonces, Adiel, con Layda de la mano, apareció en el sendero. Níkelon se estremeció cuando ella miró a su alrededor, como si intuyera de algún modo que estaban allí, y se esforzó hasta el máximo para no soltar un suspiro de alivio cuando Layda tironeó de su mano y Adiel siguió adelante.
    -¿Qué está haciendo ella aquí? -murmuró Garalay, indignada.
    Níkelon se volvió para responder. La cara de Garalay estaba a tan poca distancia de la suya que habría podido besarla sin hacer ningún esfuerzo. Pero no era el momento más apropiado. Níkelon se clavó las uñas en la palma de la mano y murmuró a su vez en lo que esperaba que fuera un tono de voz frío y eficiente:
    -¿Dónde lleva este sendero?
    -Al Círculo. Pero, ¿qué se cree esa tonta que está haciendo?
    -¿Quién, Adiel?
    -Layda -Garalay se incorporó-. Vamos. Quiero saber qué va a hacer ésa en el Círculo.
    Aquella persecución asustó a Níkelon más que las dos Emboscadas en las que había participado. Era una tontería, se dijo, no eran más que una mujer y una niña, pero Garalay las seguía con tantas precauciones, por fuera del sendero, arrojándose al suelo en cuanto Layda y Adiel aminoraban el paso, e incluso un par de veces tapándole la boca con la mano porque debía pensar que respiraba demasiado fuerte, que llegaron a parecerle más peligrosas que dos columnas de trhogol.
    Por fin, ocultos entre los arbustos que rodeaban el claro del bosque, vieron cómo Adiel trataba de entrar en el Círculo, mientras Layda miraba con aparente indiferencia, y era rechazada hasta tres veces seguidas. Al fin, pareció darse por vencida y regresó por el sendero con expresión algo aturdida.
    Garalay esperó a estar segura de que la otra estaba lo bastante lejos para incorporarse.
    -Es increíble! Ha tratado de romper el Hechizo!
    -¿Es lo que estaba haciendo?
    -Deprisa, a la Torre!

*****

    Las Damas Grises escucharon a Garalay con toda su atención, y luego la Dama Gris de Dagmar miró a Níkelon como acusándole de algo.
    -Vete, queremos hablar con mi Lym a solas.
    Garalay le oyó murmurar que "Un gracias de vez en cuando no les haría daño", y trató de no sonreír al oírle cerrar la puerta con un poco más de fuerza de la necesaria.
    Las Damas Grises no sonreían.
    -¿Ocurre algo?
    -¿Cómo te va con él?
    -Es simpático. Pero me caería mejor si no estuviera obligada a casarme con él. ¿Es eso lo que queríais decirme?
    -No. Siéntate -Garalay se dejó caer en la silla-. ¿Sabes qué noche es esta?
    -¿El cumpleaños de alguien?
    -Tal vez en alguna parte, pero no nos referimos a eso.
    -Lym, hemos estado hablando con Arlina. Esta noche hay luna llena -Un hormigueo recorrió la espalda de Garalay. Lo habitual era que hubiera luna llena por lo menos una semana al mes, así que si Arlina y las Damas Grises pensaban que había algo especial en ello era que no sería una luna llena corriente.
    -¿La Segunda Señal?
    -No pareces sorprendida
    -Es lógico. Después de la Primera Señal debe venir la Segunda.
    -Muy bien, Lym. ¿Y qué anuncian las Cuatro Señales?
    -¿La derrota de nuestros enemigos?
    -¿Y cómo dicen que serán derrotados nuestros enemigos?
    Garalay recordaba la Profecía. La conocía del derecho y del revés, pero no recordaba que dijera nada de cómo iban a ser derrotados los enemigos de Ardieor. movió la cabeza en señal de rendición.
    -No lo sé.
    -Existe otra profecía, Lym. Una un poco más antigua.
    Artdia Vaidnel cerró los ojos y recitó con expresión solemne.
    -Ella duerme y sueña, esperando su momento, y volverá. Volverá para matar a Zetra, y Zetra no podrá hacer nada para evitarlo. Porque se esconda donde se esconda, mate a quien mate, la encontrar y Zetra morir como la bestia cobarde que es. Así habla Rhaynon: No está muerta la que duerme para siempre, y con un poco de suerte puede morir hasta la muerte.
    Garalay respingó, sobresaltada. Aquello sí que no lo esperaba.
    -¿Las Señales anuncian el regreso de... la Durmiente?
    -Esta noche, justo antes de que la sombra cubra la luna, se abrir´s una puerta entre este mundo y el Otro. Y alguien deber cruzarla. Alguien con el suficiente valor y fuerza como para resistir los peligros del Otro Mundo y despertar a la Durmiente. Alguien capaz de caminar sobre rayos de luna reflejados en el Lago.
    -Alguien de Su sangre.
    -¡Un momento, Maestras! ¿no habíamos quedado en que Nikwyn tenía que ir a los Pantanos? ¿cómo podría al mismo tiempo..? -Garalay se interrumpió al advertir sus miradas compasivas. La verdad la golpeó como una pedrada en la frente-. No podéis estar pensando en serio lo que creo que estáis pensando.
    -Ella necesitar el Sello. Deberás conseguirlo y llev rselo. Por las buenas o por las malas.
    -¿Pretendéis que robe el Sello? ¿Es que habéis olvidado lo que le ocurre a quien toma el Sello a la fuerza? ¡Me gusta tener diez dedos!
    -Habíamos dicho que se necesitaba valor, ¿recuerdas?
    Garalay inclinó la cabeza.
    -Podríais haber avisado con un poco más de tiempo.
    -Míralo por el lado bueno, Lym Dagmar. Puede que te libres de casarte.
    Garalay fingió no oír esta frase.
    -Necesitará algo más que el Sello. ¿He de buscarla también?
    Las Damas Grises se miraron.
    -Por lo que sabemos, Wirda ya se las arreglará para ser encontrada.
    Garalay suspiró y se levantó.
    -¿Puedo retirarme para pensar? Esto ha sido un poco... inesperado.
    La Dama Gris de Dagmar asintió.
    -No se lo ha tomado mal del todo.
    -No, el portazo de él ha sido más fuerte.
    -Imaginaos si llegamos a contárselo todo...

*****

    Jelwyn iba a marcharse. Había pasado todo el día pensándolo. Ya había perdido demasiado tiempo esperando que algo cambiara, que Layda reconsiderara su actitud o que su padre le diera alguna señal de que en realidad todo formaba parte del Plan.
    El Plan. Había sido una locura desde el principio, desde la Idea de Farfel. Pero, al menos en apariencia, todo había estado saliendo bien. Hasta que las Damas Grises lo habían enredado todo jugando con profecías, su hombre en Dagmar había desaparecido y el Señor de Ardieor parecía haberse vuelto loco de verdad.
    Lo peor era que Jelwyn sospechaba que él mismo comenzaba a volverse loco. Ya había perdido la cuenta de las noches que Jaysa había salido de sus sueños para pasearse por el Valle. La noche anterior, hasta le había mirado cuando la había llamado.
    Estaba atardeciendo. Jelwyn sabía que una de las aficiones de Arlina era hacer que en su Lago tanto los atardeceres como los amaneceres fueran más hermosos que en ninguna otra parte. Incluso tenía sobornados a los ruiseñores para que cantasen en el momento oportuno. Jelwyn sonrió y se dio una palmadita en la estrella negra que abrochaba su capa. Iba a echarla mucho de menos. Por supuesto, no iba a quedarse en Ardieor. No soportaría la compasión de Dayra ni las burlas de Dulyn. Por lo que Níkelon le había dicho, si no en la Guardia Real, al menos podría encontrar empleo al servicio de alguno de los señores de Galenday. Ya hallaría la forma de comunicarse con Dag para que le diera noticias de Ardieor.
    Un soplo de brisa rizó las grises aguas del Lago. El cielo se estaba oscureciendo hacia el Este. Como si alguien le hubiera dado una señal, el ruiseñor comenzó a desgañitarse.
    Y por la orilla del Lago, como salida de la neblina, caminando con su paso ágil y ligero, iluminada por la luz rojiza del sol poniente, apareció Jaysa.

*****

    Garalay estaba arrodillada en el jardín, escardando las malas hierbas. En realidad las estaba arrancando con una furia apenas contenida, como si tuviera algo personal contra ellas.
    No levantó la cabeza al oír los pasos que se acercaban. Un par de botas se detuvo ante ella, y luego descendió el resto del cuerpo.
    -Dagmar, ¿te encuentras bien?
    -¿Qué estás haciendo aquí?
    -Venía a verte.
    -¿Por qué?
    -Me gusta mirarte.
    Garalay levantó la cabeza y se rió.
    -No es cierto. Quieres saber qué‚ me han dicho las Damas Grises que no pudieras oír, y tienes la osadía de pensar que voy a contártelo.
    -Yo te lo contaría, princesa, no tengo secretos para ti -Solo uno, pensó, mirando la cara enrojecida por el esfuerzo, los ojos brillantes y los mechones de pelo pegados a las mejillas por el sudor-. ¿No estarías más cómoda con el pelo recogido? A veces me pregunto por qué os empeñáis en llevarlo suelto.
    Todo iría bien mientras pudiera seguir desconcert ndola. Níkelon se aguantó las ganas de sonreír cuando ella se echó el pelo tras las orejas y dijo en tono defensivo:
    -Es tradicional.
    -Es incómodo -Níkelon alargó la mano, tomó un mechón de cabellos y lo examinó con cara de experto-. Tienes las puntas abiertas, a mis hermanas les daría un ataque si tuvieran una sola punta abierta.
    -Así que has venido a verme para criticar mi peinado.
    -Norwyn está cazando en el bosque, él sabrá qué, y tu hermano ha desaparecido, creo que se ha ido a pensar, el muy temerario. Estaba solo y me aburría, así que he decidido venir a pelearme contigo hasta la hora de la cena.
    -¿Quieres quitarme las manos del pelo de una vez?
    Níkelon había recogido el cabello de Garalay en la nuca y había echado la cabeza atrás para contemplar el efecto.
    -Deberías tener un espejo. Me gustaría que pudieras verte.
    -No me gustan los espejos. Nunca se sabe quién puede salirte en uno.
    -¿Por qué estás tan triste? ¿Es por alguna tontería que te he dicho sin darme cuenta?
    -¿Por qué crees que todo tiene que ver contigo? -Níkelon apartó las manos de su nuca y Garalay sintió cómo el pelo volvía a esparcirse por su espalda. bajó la mirada hacia sus uñas llenas de tierra-. Nikwyn, ¿piensas alguna vez en la muerte?
    Ahora era ella quien había conseguido desconcertarle. Las cosas habían comenzado a dejar de ir bien.
    -¿En la de quién?
    Garalay no pareció oír su patético intento de bromear.
    -Cuando tenía cinco años vi la emboscada en la que murió mi madre. Una flecha se le clavó en el ojo izquierdo y le atravesó el cerebro. Creo que no sufrió.
    -¿Qué hacías tú en una emboscada a esa edad? -El desconcierto comenzaba a dar paso a una cierta inquietud.
    -No estaba allí, Nikwyn. La vi dentro de mi cabeza... no se me ocurre otra forma mejor de explicarlo. También vi morir a mi tío, el padre de Dayra.
    -¿Dentro de tu cabeza?
    -Fue un resfriado mal curado. Siempre he pensado que su anterior Dama Gris era una incompetente, a no ser que entonces ya fuera una traidora y le dejara morir a propósito... -Garalay sacudió la cabeza-. Incluso vi lo de Jaysa. En todo este tiempo, la única muerte que no pude ver fue la de Farfel. A veces aún tengo la esperanza de que esté vivo en alguna parte y no pueda regresar porque haya perdido la memoria o algo así... -Garalay suspiró-. A menudo me he preguntado si también podría verme a mí misma -Sí, pensó Níkelon, las cosas ya habían dejado de ir bien. Estaba asustado-. Ahora lo sé.
    -¿Qué sabes?
    -Anoche tuve un sueño. Lo he recordado esta tarde. Estábamos los dos en un lugar horrible, unas ruinas en medio de una llanura oscura y desolada, y tú me llevabas en brazos, yo... yo estaba muy pálida y tenía sangre en la cara, y los ojos cerrados, y los tuyos brillaban como si estuvieras a punto de llorar. Creo... creo que porque yo estaba muerta.
    Níkelon la abrazó. Sabía que era peligroso, más que nada por la dificultad de explicarlo si alguien les sorprendía, y que en realidad no debía hacerlo, pero también sabía que si no aprovechaba aquella oportunidad lo lamentaría el resto de su vida. Incluso se atrevió a darle palmaditas en la espalda.
    -No lo permitiré, Dagmar. Nadie te hará daño mientras yo viva.
    Ella debía estar muy asustada, porque no intentó apartarle ni liberarse. Solo mantuvo la cabeza apoyada en su hombro y dijo en voz muy baja:
    -No podrás hacer nada. Nadie puede nada contra la voluntad de Rhaynon.
    -Según tu Rhaynon, yo debería estar muerto. Tal vez no sea tan poderosa como te imaginas.
    Garalay soltó una risita.
    -Ya sé que eres un héroe, no hace falta que seas tan temerario.
    -Aún no tienes ni idea de lo temerario que puedo llegar a ser -Más aún cuando ella no le estaba mirando-. Jelwyn cree que estoy enamorado de ti -Níkelon sintió cómo el cuerpo de Garalay se tensaba, y la soltó para permitir que se apartase si quería-. Lo malo es que me parece que tiene razón.
    Garalay se había apartado de él. Sus párpados habían formado dos aspilleras, y en su interior los ballesteros tenían las armas cargadas y apuntando. Su voz se disparó como un dardo.
    -¿Qué sabe él?
    -Nada. Solo me observó y sacó conclusiones. Y si tú de verdad fueras tan buena viendo cosas habrías sabido que esto iba a ocurrir. ¡Por los mil dioses de Galenday, princesa! Tengo veintiún años y eres lo más bonito que he visto en mi vida! ¿Crees que tuve alguna oportunidad?
    Garalay bajó la cabeza. Los ballesteros suspiraron de alivio, dejaron caer los brazos y se apoyaron en la pared de la torre hasta nueva orden.
    -Será mejor que te vayas, Nikwyn. Tengo que acabar con las malas hierbas antes de que se haga demasiado oscuro para verlas.
    Níkelon dio media vuelta y estaba a punto de obedecer la orden cuando oyó que ella le llamaba. Sus pies se pararon sin que su cerebro tuviera nada que decir al respecto. Cuando se volvió a mirarla, Garalay seguía arrodillada donde había estado, con las manos en el vientre, como si le hubieran clavado una espada. Níkelon olvidó enseguida que ella acababa de echarle y corrió a su lado. La cara de Garalay estaba contraída en un gesto de dolor.
    -¡El Círculo! Debo ir al Círculo! ¡Ayúdame a levantarme!
    -¿Que te ayude...?
    -¡Se me han dormido las piernas!

*****

    Jaysa estaba delante de él. Si extendía el brazo, tal vez podría tocarla. O tal vez su mano la atravesaría. Por lo menos comprobaría si era o no un fantasma.
    La mano se posó en un hombro sólido como las convicciones de una Dama Gris.
    -¿Eres tú de verdad?
    -Capi, ¿quién más podría ser?
    No cabía ninguna duda. Era su cara, sus ojos, y todo el resto. Carne viva y cálida que temblaba bajo su mano, pelo fino y suave que se agitaba en la brisa. Y nadie más que ella se había atrevido nunca a llamarle capi.
    Pero aún había algo que no terminaba de convencerle.     -¿Por qué‚ Jaysa? ¿Por qué ahora? Llevo seis años con la misma pesadilla. Te veo morir una noche tras otra, y cada vez me despierto con la esperanza de que solo haya sido una pesadilla y que estés a mi lado. Pero nunca estás ahí porque la pesadilla es un recuerdo, y yo estuve allí.
    -Has pensado tanto en mí, has deseado tanto que volviera, que me has obligado a salir del otro mundo. Pero solo tenemos hasta mañana, así que más vale que aprovechemos esta noche.
    -Aún no puedo creerme que estés aquí de verdad.
    -¿Por qué no me besas para comprobarlo?
    Aquella sí que era la Jaysa alegre y descarada que él había conocido. Jelwyn se apresuró a seguir su sugerencia.
    -Es demasiado bueno para ser real -murmuró, aunque los brazos de ella alrededor de su cintura y su cabeza apoyada en su hombro eran muy reales.
    -¿Por qué siempre tienes que ponerle inconvenientes a todo? ¿Es que no sabes cuánto tiempo he esperado este momento? -El súbito erizarse de los pelillos de su nuca indicó a Jelwyn que algo comenzaba a ir muy mal. Sí, aquella era la voz de Jaysa, pero no era del todo su forma de hablar. Sus ojos, pero no su mirada. Y en aquel beso había sentido una desesperación que la Jaysa viva nunca había mostrado. Pero aún así, habría podido pensar que todos estos eran los efectos de la muerte. Ella habría conseguido engañarle si no se hubiera equivocado de nombre después de volver a besarle. Porque no le había confundido con la misma persona con la que Jaysa le hubiera confundido.
    Ella le había llamado Gartwyn.
    Un rayo cayendo justo en su coronilla no habría producido en Jelwyn el mismo efecto que oír aquel nombre. Se separó poco a poco de quien ya sabía que no era Jaysa, que nunca lo había sido, recordando una frase de la "Canción de Wirda": la confundí con otra persona.
    Ahora sabía cómo había podido ocurrir.
    -¿Abuela? -murmuró horrorizado.
    Ya era definitivo. O el Plan había fracasado o había salido demasiado bien. En ambos casos, era un completo desastre. Y la culpa era suya por haber hecho caso de las brillantes ideas de Farfel.
    Y Ella, la mujer cuyo nombre acababa de descubrir que no era Adiel, le estaba mirando con una sonrisa tan maligna que por un momento le dieron ganas de cavar un hoyo en el suelo y no parar hasta el centro de la tierra o más lejos aún.
    -Nunca se me ha dado bien recordar nombres -se quejó.
    Pero las cosas aún podían ir peor. Una voz familiar, la voz de alguien en cuya presencia al menos Jelwyn no había reparado, dijo alto y claro:
    -Traidor.
    Heryn había desenvainado la espada y avanzaba hacia él con muy malas intenciones.
    Desde el incidente de la "pelea amistosa", Jelwyn siempre llevaba su espada consigo. La desenvainó justo a tiempo de detener el ataque mortal de su padre. Mientras una parte de su mente se daba cuenta de que era inútil intentar razonar con él, había otra que se preguntaba qué habría creído que estaba viendo para estar tan furioso, una tercera se ocupaba de manejar la espada de la forma idónea para no terminar ensartado y aún sobraba una cuarta que estaba comenzando a darse cuenta de que se acercaba una tormenta.
    Y una quinta que le indicó que... Adiel había desaparecido.

*****

    Por fin, el Círculo de Piedras. El Hechizo que mantenía el Valle a salvo de invasiones, el motivo de que aquellos malditos rebeldes aún no hubieran sido aplastados como se merecían. Ahora estaba segura de que las palabras de Estrella Negra eran ciertas: Ardieor estaba podrido por dentro, solo necesitaba un empujón para caer como un árbol muerto. Bastaba con romper el Hechizo y sus tropas entrarían triunfales en el Valle y capturarían a aquellos rebeldes, y luego ella se encargaría de hacer del resto de sus vidas una muerte lenta, dolorosa y humillante.
    Les había dado una oportunidad. Habría bastado con que aquel testarudo de Jelwyn hubiera caído en sus brazos la primera vez que lo intentó y ella les habría dejado en paz unos cuantos años más, por lo menos hasta que su nueva hija hubiera encontrado la maldita espada. Pero, ¿quién hubiera podido imaginarse que un hombre pudiera resistirse a ella?
    Sí, aquella era una noche especial, cualquiera podía notarlo. La luna estaba a punto de salir, y tal como había dejado las cosas al borde del Lago, la ocasión iba a celebrarse con sangre.
    Zetra levantó los brazos y sintió fluir el poder.
    -Layda.
    La niña, que había estado esperando con una paciencia poco propia de su edad, se levantó como una marioneta y se acercó a ella.
    -¿Aún quieres venir conmigo?
    Había sido tan fácil, sembrar la duda y la necesidad de saber la verdad en la mente de una niña, convencerla de que le mostrara el camino al Círculo... Y tenerla en su poder por si acaso fracasaba su plan de conseguir una hija natural. Bien educada, Layda podía servir a sus planes aún mejor que Alwaid.
    -Siempre.
    -Entonces dame la mano.
    La tormenta comenzó a formarse sobre sus cabezas. Las nubes cargaban unas contra otras como caballeros enfurecidos. La electricidad del aire erizaba sus cabellos y les pegaba las ropas al cuerpo.
    Zetra comenzó a recitar el contrahechizo. La voz que salía de su boca era y al mismo tiempo no era la suya, y entonaba, en un idioma duro y seco, tan antiguo que ya era viejo cuando el mundo era joven y las montañas acababan de nacer, palabras que hacían que el tejido mismo del universo gritase y tratase de subirse a una silla. Las piedras del Círculo se resistían, pero ella era siguió forzándolas hasta que notó que se estaban doblegando.
    Y entonces algo saltó sobre ella. sintió que Layda soltaba su mano y el flujo de poder se interrumpió cuando su cara se golpeó contra un tronco.
    -¡Vete de aquí, Layda!
    La dichosa brujita, la que tenía nombre de pájaro.
    Zetra se revolvió, furiosa. golpeó con ambos codos al mismo tiempo y oyó con satisfacción el grito de dolor de Garalay, y cómo el chico galendo gritaba el verdadero nombre de la brujita y corría hacia ellas. Con un gesto, lo arrojó contra una de las piedras y levantó la mano para rematarlo. Por lo menos aquella parte del plan no se quedaría sin realizar.
    -Adiós, héroe de los Pantanos.
    Y una bola luminosa comenzó a formarse entre sus dedos. Riéndose aún, la lanzó contra el aún aturdido Níkelon.
    Garalay, se interpuso de un salto en la trayectoria de la bola luminosa, levantó ambas manos y la golpeó en el aire. Zetra se agachó y la bola pasó sobre su cabeza, se estrelló contra un olmo joven y lo partió por la mitad
    -¡Vete, Nikwyn! ¡Y llévate a Layda!
    -No sabes a quién te estás enfrentando, niña.
    Garalay tenía la cara sudorosa por el esfuerzo, los dientes apretados y un gesto de dolor, pero aún así pudo soltar una carcajada.
    -Claro que lo sé... Abuela. Hace tiempo que me he dado cuenta de quién eres. Debes estar desesperada para haberte rebajado a hacer algo tú misma.
    -Cuando quieres que algo se haga bien...
    -¡Está saliendo la luna! -gritó Layda.
    -¡Nikwyn, te he dicho que te la llevaras de aquí!
    -Él no puede moverse, Lym, y ella está de mi parte. Estás sola, y yo soy la más fuerte.
    Garalay cerró los ojos y murmuró una palabra. Zetra fue arrastrada hacia atrás como una hoja seca por viento de levante. Garalay se volvió para gritar:
    -¡Ahora, Nikwyn!
    Había sido una distracción fatal. Mientras Garalay daba la orden, un segundo hechizo brotó de las manos de Zetra, envolvió a Garalay en una oscura neblina, la levantó del suelo, la golpeó varias veces contra el tronco de un roble y la dejó caer, inconsciente, con un hilillo de sangre manando de su boca.
    Níkelon, olvidándose de Layda y de su propia seguridad, corrió hacia ella.
    -¡Tierno como un bizcocho! -se burló Zetra.
    Níkelon se volvió, furioso. Acababa de comprobar que Garalay seguía viva, pero aquello no había mejorado su humor.
    -¡Tú, bruja...!
    Corrió hacia ella con la espada desenvainada, pero chocó a medio camino con una pared invisible, y tuvo que retroceder frotándose la nariz magullada.
    -¿Qué vas a hacer, matarme? No tienes ni idea, chico. Ninguno de vosotros la tenéis. Yo destruí Lossián, yo vencí a vuestra estúpida reina Vidriera, y yo, con esta mano, he vencido vuestro tonto hechizo. ¡Ven conmigo, hija mía, el poder eterno nos espera!
    Layda corrió hacia Zetra y tomó su mano.
    La piedra del centro del círculo se rompió en miles de pequeños guijarros que al impactar con las demás las destruyeron a su vez. Níkelon saltó sobre Garalay para protegerla, y se cubrió la cabeza con las manos mientras sentía cómo algunos restos de las grandes piedras golpeaban su cuerpo.
    Antes de desvanecerse, oyó cómo Jelwyn gritaba el nombre de su hija.

*****

    Aquella vez las espadas no eran de madera. Y la lucha no era en broma, ni siquiera al principio. La luz de los relámpagos centelleaba en las hojas y en las miradas de los contendientes. Ninguno de los dos hablaba. No estaban para bravuconadas.
    Todo era cuestión de muñeca, se dijo Jelwyn mientras liberaba su espada de la de Heryn con un movimiento circular y luego saltaba hacia adelante para romper su guardia. No lo consiguió. Heryn le esquivó y se lanzó al frente. El filo de la espada rozó su mandíbula. Jelwyn giró en redondo, saltó también hacia adelante y Heryn estuvo a punto de caer. Jelwyn arremetió, se retiró y volvió a arremeter, con golpes rápidos y cortos, buscando la forma de hacerle perder de nuevo el equilibrio. Pero Heryn era más hábil y estaba aún más furioso que él.
    -Así que eso era lo que te proponías -dijo entre dientes-. Robarme a mi novia, traidor, embustero, mal hijo...
    Jelwyn no respondió. Estaba demasiado ocupado parando sus mandobles y esquivando el juego de pies que pretendía derribarlo. Una de tantas veces, la espada de Heryn le hirió en la mano izquierda. Jelwyn apretó los dientes para no gritar, pero no soltó la espada. Encolerizado casi hasta el límite, consiguió trabar con su pie derecho el de Heryn y hacerle caer. Heryn se las arregló para incluso en esa situación detener los golpes y levantarse.
    El viento de la tormenta le metía el pelo en los ojos, las gotas de lluvia comenzaban a empapar el suelo y los rayos parecían ponerle música a cada finta, estocada y contragolpe. Por un momento, Jelwyn se planteó la posibilidad de dejar caer su espada y arrojarse sobre la de Heryn para acabar con todo aquello de una vez, pero entonces vio su oportunidad. Heryn levantó el brazo, y Jelwyn golpeó con todas sus fuerzas y tuvo la satisfacción de ver la espada de su padre saltar por los aires y clavarse en el suelo a bastante distancia.
    -Y ahora, mi Señor, si quieres escucharme un momento... -jadeó, con el filo de la espada apoyado contra el cuello de Heryn. Él hizo un intento de hablar, pero Jelwyn presionó aún más la espada contra el cuello- ¡Y no me interrumpas porque ya estoy empezando a cansarme de tantas tonterías! Para empezar, tu novia me ha estado persiguiendo desde que llegamos aquí. Supongo que se le habrá olvidado decirte que se metió en mi habitación la misma noche que llegó al Valle. Y además, Dag tenía razón. Tu novia es una espía de Ternoy, más aún, se trata de Zetra en persona. Siento decirte esto, pero has demostrado ser indigno de llevar el Sello Ardiés. Así que si haces el favor de entregármelo...
    -Quien toma el Sello a la fuerza...
    -Ya estoy maldito, mi Señor, una más no me hará daño -apretó la espada contra el cuello más aún, deseando que él entrase en razón y no tener que matarle, pero dispuesto a hacerlo si era necesario-. ¡Deprisa!
    -Farf...
    -Si oigo pronunciar su nombre otra vez, te reunirás con él en el infierno. ¡Dame el Sello ahora mismo!
    Heryn, poco a poco, se sacó el anillo del dedo medio de la mano izquierda.
    -Que su maldición vaya contigo, y la mía también. Deberías haber muerto en su lugar.
    Jelwyn atrapó el anillo en su puño.
    -¿Cómo sabes que no lo hice?
    Envainó la espada y puso el Sello en su dedo. Dio la espalda al anterior Señor de Ardieor y comenzó a caminar hacia la aldea.
    Un grito de mujer le hizo girarse a tiempo de evitar que Heryn le apuñalase por la espalda.
    El impulso hizo que el antiguo Señor de Ardieor rodase por el suelo. Se quedó allí, inconsciente. Jelwyn miró hacia el Lago, asombrado. Hacía años que no veía a Arlina, y nunca la había visto con una expresión tan preocupada.
    -¡Deprisa, al Círculo! ­Layda está en peligro!
    No se lo hizo repetir. Tomó del suelo la espada de los Señores de Ardieor, y mientras la tormenta parecía empeñada en detenerle a cualquier precio, corrió todo lo rápido que pudo en línea recta hacia el Círculo de Piedras. Pero sólo llegó a tiempo de ver cómo estallaban las piedras, y cómo Zetra, con una risotada maligna que debía llevar años ensayando, se situaba en el centro, donde un montón de escombros marcaba el lugar donde había estado la piedra más alta, con Layda de la mano, y se despedía de él.
    Jelwyn gritó llamando a Layda, pero ella solo le miró con ojos vidriosos, se llevó la mano al cuello, desabrochó el collar de coral rojo y lo dejó caer al suelo.
    Y luego, las dos desaparecieron.
    Jelwyn permaneció un momento mirando al vacío, hasta que un movimiento atrajo su atención. Níkelon se había incorporado y trataba de reanimar a Garalay.
    -Dagmar -murmuraba-. Por favor, di algo. No me hagas esto ahora, por favor, di algo.
    Jelwyn se agachó a su lado. Con un extremo de su capa, limpió lo mejor que pudo la cara de Garalay. Níkelon ni siquiera prestaba atención a sus maniobras, la mirada fija en la pálida cara de la joven. Entonces, Garalay gimió y abrió los ojos.
    -Algo.
    Volvió la cabeza y miró a Jelwyn.
    -¿Se la ha llevado? -Jelwyn asintió-. Lo siento.
    -Has hecho lo que has podido.
    Garalay se incorporó.
    -¿Sabes quién era?
    -Me he dado cuenta hace un rato. ¡Maldición, hemos sido unos estúpidos! ¡Del primero al último! ¡Qué locos, qué imbéciles!
    -Estamos en peligro, Jel, el hechizo ya no nos protege, y ahora ella sabe dónde estamos. Hay que sacar a todo el mundo de aquí.
    -Me encargaré de ello.
    Níkelon sintió un pinchazo en el corazón. En todo el tiempo que les conocía, nunca se había sentido tan excluido como en aquel momento. Tuvo la impresión de que Garalay lo estaba haciendo a propósito.
    Garalay tomó las manos de Jelwyn y abrió mucho los ojos en un gesto de sorpresa. Bajó la mirada y vio el anillo en el dedo medio de la mano izquierda de él.
    -¿Qué ha ocurrido?
    -Es una larga historia.
    Garalay entornó los ojos.
    -Dámelo.
    -¿Cómo?
    -El Sello, Jelwyn, dámelo. Lo necesito.
    -¿Que lo necesitas? ¿Para qué?
    -¡No hagas preguntas! ¡Entrégamelo!
    -No. El Sello es mío, y su maldición también.
    Garalay se levantó de un salto. Hizo un solo gesto, un ademán casi imperceptible con la mano, y, ante la mirada asombrada de Níkelon, Jelwyn cayó desvanecido.
    -¿Qué le has hecho?
    Garalay se volvió a mirarle, y Níkelon se quedó paralizado mientras ella le quitaba el Sello a su hermano y lo guardaba en su bolsillo.
    -Poderes de Lym. Discúlpate de mi parte.
    Y salió corriendo hacia el Lago.
    Apenas hubo salido del claro, Níkelon se sintió liberado del hechizo y salió corriendo tras ella.
    Garalay era veloz, pero estaba cansada y debía dolerle todo el cuerpo. A él también le dolía cada lugar donde le habían golpeado las piedras, pero no le importaba. La alcanzó en el sendero y la agarró del brazo.
    -¡Tú no vas a ninguna parte!
    Garalay se debatía como un animal rabioso, intentando liberarse. Uno de sus frenéticos manotazos alcanzó la ya afectada nariz de Níkelon, y el dolor le nubló la vista por un instante. Garalay aprovechó para soltarse y echar a correr de nuevo. Níkelon olvidó el dolor pulsátil en la nariz y corrió tras ella. A pesar de la tormenta, del bosque o de cualquier cosa que se interpusiera en su camino, tenía que alcanzarla.
    El viento le metía el pelo empapado en los ojos, las gotas de lluvia resbalaban por su cuello y se perdían en el interior de su camisa, los truenos le ensordecían, pero Níkelon consiguió, si no alcanzar a Garalay, por lo menos ver dónde estaba.
    La vio al borde de la Roca de Arlina, mirando al agua como dispuesta a saltar. Níkelon reparó sorprendido en que a pesar de la tempestad, las aguas del lago permanecían tranquilas, y que en ellas una línea recta de luz de luna parecía un camino.
    -¡Dagmar!
    Ella se volvió a mirarle, y esperó a que llegase a su altura.
    Permanecieron en silencio, algo incómodos por la situación. Bajo la tormenta, parecían los dos únicos seres vivos del mundo.
    -¿Qué vas a hacer?
    -Tengo que irme. He tratado de explicártelo esta tarde pero no he podido.
    -¿Irte? ¿Dónde?
    Garalay movió la cabeza y luego, como si acabase de recordar que debía hacer algo, recorrió la distancia que les separaba.
    Las gotas de agua resbalaban por sus mejillas casi como lágrimas. Níkelon tenía un nudo en la garganta. intentó pensar en algo para convencerla de que no se fuera. Tuvo la vaga idea de que sus labios se movían para decir algo, pero ella le cubrió la boca con el dorso de la mano. La tenía tan helada que lo parecía hasta en comparación con el viento.
    -No hables. No es el mejor momento.
    Níkelon apartó la mano de Garalay de su boca, pero la retuvo un momento entre las suyas.
    -Y tampoco debe ser el mejor momento para otra declaración de amor, ¿verdad?
    -Como dice una de nuestras canciones, "hay cosas más importantes que el amor y la vida".
    -No -No sabía a qué le estaba diciendo no, pero le parecía que era importante decirlo.
    Y entonces, como en un sueño, sintió que ella le rodeaba el cuello con los brazos y le daba un suave beso en la boca. Níkelon la abrazó con todas sus fuerzas para impedir que se fuera antes de tiempo, y la besó como había deseado hacerlo desde que había despertado en Comelt y la había visto. Por un momento casi creyó que la había convencido de que se quedara, pero entonces ella se apartó y murmuró con voz triste:
    -Cuida de Jelwyn.
    Y luego, como si no hubiera ocurrido nada, caminó hacia el Lago y saltó al agua. Níkelon gritó, pensando que iba a verla ahogarse, pero Garalay caminaba por la delgada línea plateada, en dirección a la luna, con tan solo un delicado ondeo de su capa gris. Se volvió una vez más cuando él la llamó.
    -¡Vuelve entera!
    Garalay levantó la mano en señal de despedida y desapareció.
    Entonces, como decía la profecía, una profunda sombra comenzó a cubrir la luna. Níkelon cayó de rodillas en la oscuridad, mientras el eclipse se completaba, la tempestad le azotaba como con un látigo y luego, poco a poco, reaparecía la luna y la tormenta amainaba al mismo ritmo.
    Algo frío y puntiagudo se apoyó en la nuca de Níkelon, y una voz aún más fría y puntiaguda dijo con una calma tan falsa que hasta él se dio cuenta:
    -Dame un motivo para no matarte.
    Níkelon pensó a toda velocidad. Tenía la punta de una espada, sostenida por un jeddart furioso, apoyada en la base de su cráneo, en un lugar ideal para atravesarle el cerebro de parte a parte con un sencillo movimiento ascendente. Y no le importaba lo más mínimo el que lo hiciera o no. Todo su instinto de conservación acababa de desaparecer en la luz de la luna.
    -Adelante.
    La espada se retiró de su puesto. Níkelon se esforzó para no suspirar de alivio.
    -Idiota sentimental -Jelwyn envainó la espada y se adelantó hasta el borde del Lago -¿Dónde ha ido?
    Níkelon levantó la cabeza.
    -Al Otro Mundo.
    Jelwyn le miró, sorprendido.
    -¿Cómo lo sabes?
    -Por algo que me dijo una vez.

*****

    Heryn levantó la cabeza al oír cómo se abría la puerta.
    -Ah, eres tú.
    Jelwyn estaba en la puerta, con los brazos cruzados, pero no atravesó el umbral. Le dirigió una de sus miradas y habló con voz fría y tranquila.
    -Lamento decepcionarte, pero tu novia ha secuestrado a mi hija, y la tuya se ha escapado con el Sello, al parecer al Otro Mundo. Yo solo vengo a despedirme.
    -¿Despedirte?
    -Me voy de Ardieor. Hace días que estaba pensando en irme, pero no sabía dónde. Ahora lo sé.
    Heryn se llenó la copa.
    -A Ternoy, ¿verdad? Debe ser cosa de familia. Al menos una vez cada generación a uno de nosotros le da por explorar el viejo y querido País Oscuro -levantó la copa en un brindis-. Buen viaje.
    -¿Quieres que te traiga algún regalo?
    -Me conformo con que me devuelvas mi anillo -carraspeó para evitar que Jelwyn se diera cuenta de que estaba a punto de quebrársele la voz, buscó algo en su bolsa y se lo arrojó. Jelwyn lo atrapó al vuelo sin molestarse en comprobar qué era. Esbozó una media sonrisa irónica al reconocer su estrella roja-. Vuelve con el Sello, Capitán, y todo quedará olvidado.
    Jelwyn asintió.
    -Mi único propósito es recuperar a mi hija. Pero te traeré el Sello si me lo encuentro por el camino.
    Heryn trató de sonreír.
    -Yo también lamento haberte decepcionado.
    Jelwyn se limitó a dar media vuelta y marcharse.
    Era ya madrugada, y la mayoría de los habitantes del Valle dormían, ignorantes de lo que había ocurrido en el bosque y a orillas del Lago. Jelwyn no sabía cómo se enterarían, y prefería no imaginar cómo reaccionarían, pero recordaba las palabras de Garalay acerca de ponerles a salvo.
    Norwyn había dejado la cena en el hogar, dentro de una cazuela, después de comerse su parte. Jelwyn no tenía hambre, pero tampoco había comido desde el mediodía, así que se sirvió un muslo de lo que esperaba que fuera conejo (conociendo a Norwyn, no le habría extrañado que se tratase de gato montés), se cortó una rebanada de pan, y mientras se la comía buscó una vela a la luz del hogar, la encendió y entró en la habitación de Norwyn.
    El joven jeddart despertó sobresaltado en cuanto él le sacudió un poco por el hombro. A Jelwyn le pareció oír algo como "No es lo que parece", pero prefirió no indagar más. Tendida a los pies de la cama, Gris abrió los ojos y les observó con cierto interés.
    -¿Aún estás dispuesto a hacer cualquier cosa por mí? -Norwyn asintió. Jelwyn supuso que creería que aún estaba soñando. resistió el impulso de darle un bofetón para espabilarlo, y arrojó la estrella roja sobre la manta-. Bien. Ahora estás al mando de la Segunda del Valle. Llévales a Comelt, y a todos los que quieran seguirte, el Valle de Katerlain ya no es un lugar seguro. El hechizo se ha roto y el Círculo de Piedras ha sido destruido. Diles que he tenido que marcharme pero volveré. Protege a Kayleena con tu vida si es necesario. Y, sobre todo, bajo ningún concepto permitas que Dulyn se proclame Señor de Ardieor. Si has de hacerlo, tienes mi permiso para matarle. Buena suerte.
    -¡Espera, Capitán! -llamó Norwyn cuando ya estaba a medio camino de la puerta- ¿Dónde les digo que has ido?
    -A ver a mi Abuelita. ¿Se puede saber qué estás haciendo?
    Norwyn se había levantado y se estaba vistiendo a toda velocidad.
    -Te acompaño. No pienso permitir que vayas solo a...
    -Nor, ¿has oído algo de lo que te he dicho?
    -Pero Capitán...
    -¡A Comelt, Nor! Esto es una discusión familiar y tú no tienes nada que hacer en ella!
    -Pero es peligroso... Mira, Capitán, ya que no quieres que te acompañe, podrías llevarte a Gris. No te causará ninguna molestia, puede alimentarse sola, y será casi como si yo estuviera allí. Después de todo, hay quien dice que soy tu perro...
    La perra levantó las orejas al oír su nombre. Norwyn silbó para acabar de atraer su atención.
    -Ir s con él. Y cuidarás de que no le pase nada malo -Gris ladró como si hubiera entendido lo que le decía su dueño.- Buena chica.

*****

    Mientras cabalgaba hacia la salida del Valle, Jelwyn hizo un rápido repaso mental de todo lo que llevaba consigo. Espada. Provisiones. Cantimplora con agua, que esperaba poder llenar por el camino. Collar de Layda. Ballesta y dardos para cazar cuando se le terminasen las provisiones. Laydas y puñales arrojadizos. Amuleto de la buena suerte. Una perra prestada trotando junto a las patas de su caballo. Una estrella negra abrochando su capa. Un par de maldiciones sobre su destino.
    Y una muda de ropa porque nunca se sabe qué puede ocurrir en un viaje y hay que estar prevenido.
    No, pensó con otra de sus semisonrisas amargas, no se olvidaba de nada. Él no era de los que se olvidan cosas.
    Excepto tal vez del bulto que le esperaba junto a la salida.
    -¿Qué haces aquí?
    Níkelon sonrió de oreja a oreja.
    -Esperando mi destino. Se supone que debo convertirme en el liberador de los Pantanos, así que te acompañaré por lo menos hasta allí.
    -¿Cómo sabes que voy... allí?
    -Cuando un Aletnor sale de su hogar en plena noche sin compañía no va a tomar un trago a la taberna de al lado -Níkelon se puso serio-. Sabes que Ella te estará esperando, ¿verdad?
    -Correré el riesgo.
    -Muy bien, pues seremos dos.
    Jelwyn sabía que no se puede luchar contra el destino, pero menos aún contra la testarudez de alguien que estaba tan loco como para haberse enamorado de una Lym. Gris gimoteó, impaciente por seguir con el paseo.
    -Yo estoy al mando, ¿entendido? Yo doy las órdenes y tú las obedeces. Sin replicar ni discutir.
    Níkelon asintió.
    -Como tú digas, Capitán.
    Los lobos aullaron mientras ellos entraban en el túnel.
    -¿Ni siquiera vas a mirar atrás?
    -Llevo siete años mirando atrás, Nikwyn. Comienza a dolerme el cuello.
    Pero Níkelon sí que miró atrás. Y por un momento, le pareció que, más que dormido, el Valle de Katerlain estaba muerto. Se estremeció, dio media vuelta y siguió a Jelwyn hacia las Tierras Peligrosas.
CONTINUARÁ

Si os ha gustado la segunda parte de "Wirda", no os perdáis la tercera: "El regreso de Vidrena", donde nuestra heroína regresa después de cien años de siesta. Y no tiene muy buen despertar, que digamos...


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