Osgiliath 2003 de la C.E.

03 de Diciembre de 2006, a las 00:02 - Ricard
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4. Lo que el mago azul dijo o la bifurcación del camino:

La tranquilidad dominaba la noche en ese apartado rincón del "Circular Park", como si la ciudad que lo rodeaba estuviese muy lejos. Muy lejos en el tiempo y el espacio. Se diría que esos árboles eran los centinelas de un pasado salvaje, agreste y remoto, cuando los segundos hijos de Eru aún no habían acabado de despertar del todo. Y a pesar de esto, la agitación y el temor alientaban bajo esos verdes guardianes.
- Dime, Tullken, hijo de la Casa del Norte, qué hacemos aquí, cómo hemos llegado a esta situación... y por qué no hacemos nada para salir de ella - le murmuró al oído Dwalin a su mejor amigo, para que no le escuchase el hombre que se escondía entre las sombras. El hombre que se autoproclamaba mago.
- Creí que estariais interesados en escuchar los orígenes de las raíces de esta "situación" que tanto le preocupa, Sr. Enano; Pero si no hablo ahora es muy posible que me acallen otros. Dejad vuestras mentes abiertas como vuestras orejas para escuchar esta historia... Vuestra vida depende de ello - sentenció con sequedad ese hombre que, como una estatua viviente, permanecía sentado delante de ellos, bañado por la plateada luz de la Luna.
Viendo que al fin Dwalin y Tullken permanecían silenciosos y atentos, prosiguió su discurso:
- Hace ya inumerables siglos, el hombre conocido como Ratala y yo fuimos elegidos...- entonces el mago pareció titubear, pero con rapidez retomo el hilo - Fue en las ya muy lejanas Tierras Imperecederas, cuando Oromë el Jinete nos eligió a mí y a... Ratala, aunque en realidad se llamase por entonces Alatar, porqué, como nos dijo el Vala, un mal cogía fuerza más allá del Océano: Un pariente lejano nuestro en cuerpo, espíritu e intenciones, Sauron el Herrero, había empezado a forjar algo más que anillos en el mundo de los Hijos de Ilúvatar.
Así, junto a Olórin, que más tarde fue conocido como Gandalf, Radagast y Saruman fuimos enviados a la Tierra Media. Nosotros dos decidimos ocuparnos de las tierras orientales, donde el poder de Sauron parecía ser mayor. ¡Qué jóvenes e irresponsables eramos, a pesar de que contábamos con esas apariencias de ancianos! Saruman y los otros no pusieron objeciones, de forma que nos lanzamos a la Boca del Lobo. Incluso nos inventamos un mote para designarnos: los "Ithryn Luin", los "magos azules". Sí... veo la extrañez en vuestros rostros; a pesar de ser los primeros en lanzarse a la "guarida" del enemigo no pasamos a la Historia de la caída del Señor de los Anillos. Supongo que si os digo que mi nombre es Pallando os sonará más bien a poco. En fin, el caso es que nos presentamos en las tierras del Sur, preparados a enfrentarnos a cualquier peligro o contratiempo, pero lo único que encontramos fueron unos pueblos que simplemente adoraban al Ojo como su Señor. Intentamos disuadirles de aquel hecho, explicándoles la verdad de la gran mentira de Sauron. Esto duró muchos años, en los que caímos en una especie de rutina: Los haradrim se acostumbraron a nosotros y nosotros a ellos... Hasta que nos estalló la Guerra en las mismísimas narices.
Antes de que Gandalf descubriese el Anillo en la Comarca, nosotros descubrimos lo alta que estaba la Marea Negra que subía y subía en Mordor, desbordándose por toda la Tierra. En este marco fuimos traicionados por los Haradrim que nos habían acogido, puesto que aún consideraban a Sauron su Señor, y cuando éste apretó su yugo sobre ellos no dudaron en entregarle los "enemigos infiltrados". Solo la familia de Abdelkarr nos intentó ayudar.
-... Y como veis, aún a día de hoy, sigo pagando ese servicio - dijo con tono sarcástico Abdelkarr.
Pallando suspiró, mientras Tullken y Dwalin sonreían levemente.
- Como os iba contando, fuimos apresados por los hechiceros más poderosos del Imperio Haradrim, ayudados a su vez por los Nazgûl, los cuales ellos llamaban "Sus Reyes Inmortales". Después nos condujeron hasta el centro del poder de Sauron: la Torre de Barad-dûr.
Allí nos torturaron hasta límites incomprensibles para la mente de cualquier elfo, hombre o enano... A pesar de que la Guerra del Anillo duró un escaso año, a nosotros nos pareció que se prolongaba una eternidad. Cuando al fin se derrumbó la Torre junto a Sauron y su fuerza, salimos de entre las ruinas como dos meras sombras de lo que habíamos sido. En ese momento nada hacía sospechar el verdadero mal que Sauron había hecho.
Recuperados, nos reunimos junto a Radagast el Pardo, que nos relató lo sucedido: como Saruman, a quien considerábamos nuestro maestro, había traicionado la Orden y vendido sus poderes al Enemigo, para luego ser vencido por Gandalf, al que siempre habíamos visto como el más discreto de todos nosotros. Nos maravillamos y sorprendimos con todo lo que nos contestaba Radagast cuando le preguntábamos sobre lo que había pasado, a pesar de que él tampoco había vivido esos momentos en persona. Pero la pregunta principal seguía sin respuesta: ¿Qué haríamos a partir de entonces nosotros, si nuestro objetivo ya había sido cumplido?
Mucho nos sorprendió la respuesta que nos dio Alatar... Según él, ahora teníamos el camino libre para hacer lo que quisiéramos en la Tierra Media, puesto que poseíamos el poder suficiente para continuar a nuestro antojo lo que habían iniciado los Valar. Le preguntamos sobre esas extrañas palabras y su contestación fue una burla contra nosotros y todo lo que habíamos defendido hasta el momento. Radagast intentó hacerle cambiar de opinión a las buenas y solo obtuvo un escupitajo de parte de Alatar. Radagast no era muy dado a la paciencia, y viendo que Alatar había sido corrompido en lo más profundo por la influencia de Sauron, se lanzó a atacar a Alatar y hacerle acallar sus blasfemias.
Fue un combate cruento pero corto. Radagast superaba en mucho a Alatar en poder, y le bastó un conjuro para hacer arder a Alatar con Fuego Blanco en la cima de las Ered Nimrais, lejos de la mirada de extraños. Pero una carcajada nos sorprendió cuando en su lugar tendría que haber habido el silencio de la muerte. De las cenizas de nuestro antiguo compañero surgió un nuevo y joven Alatar. Nos dijo entonces que su alma no se encontraba en ese lugar, sino que se hallaba en el Norte, allí donde nunca imaginaríamos. Lo que Radagast había fulminado solo era su envoltorio de carne, una simple marioneta que podía renovarse o adoptar formas infinitas por la sola voluntad de Alatar. De esta forma, era virtualmente indestructible hasta que no encontrásemos su alma y la destruyeramos.
Considerando que ya nos había comunicado suficiente de su nueva condición, Alatar huyó de nosotros transformándose en una horrible criatura voladora.
- ¿De qué me suena eso? - murmuró en voz alta Dwalin, al que le parecía que perdían el tiempo escuchando esa historia, impaciente por idear un plan para rescatar a Elesarn.
A pesar de eso, Pallando pareció ignorarlo y siguió con su relato.
- Lo único que supimos de él durante los siguientes años fue que se mezcló con los hombres, haciéndose pasar por un sabio, lo que le ha llevado, como habéis podido ver, a la cumbre del poder de Gondor, el reino humano más poderoso de la Tierra Media. En cuanto a Radagast y yo, estuvimos esos años rebuscando como unos locos por todas las provincias del Norte el alma de Alatar, sin resultado alguno y volviéndose nuestras vestimentas de un color gris, tal como le debió suceder a Gandalf en sus largos vagabundeos.
Pero Alatar no nos había olvidado y siempre sentíamos el peso de su mirada sobre nosotros; de forma que, un día, Radagast me habló así: "Alatar no descansará para conseguir su camino al poder despejado de impedimentos. Es como un gato a punto de abalanzarse sobre su víctima, y lo único que le impide ese salto somos nosotros, de modo que se está aguantando, esperando la oportunidad de barrernos. Le avalan la inmortalidad y una paciencia digna de Lúthien esperando la llegada de Beren. Además, al ser casi hermanos, siempre nos detectará y sabrá donde nos hallamos, de igual modo que nosotros lo "veríamos" entre una multitud de mortales. Pero he ideado una forma de escapar a su vista, a su control: Abandonaré todos los poderes que me fueron otorgados, renunciaré a mi inmortalidad y encomendaré el destino de mi alma a Eru cuando mi hora llegué". Intenté disuadirle de ese plan, pero como os he dicho, Radagast era de discusión corta. "Siendo un simple mortal - me dijo- a Alatar le costará encontrarme, pudiendo yo hacer la búsqueda más llevadera. Tú te quedarás aquí, vigilando todos sus actos, para hacerle creer así que sólo uno de los magos esta vivo. En cierta forma, todo dependerá de tí: Eres el seguro que evita que Alatar inunde el mundo de su malicia; eres el Guardián y Vigilante del Destino del Mundo, Pallando, no lo olvides".
A pesar de esas palabras, seguía preocupado por él. Le pregunté que qué pasaría si Alatar lo descubría bajo su forma mortal, ya que entonces para Él sería solo un juego matarle. ¿O sí moría antes de haber finalizado la búsqueda del alma? Radagast me increpó con rotundidad: "Aunque me vuelva mortal, la Llama Imperecedera siempre se hallará en mi interior. Por eso, Alatar no podrá tocarme bajo ningún estado, aunque lo desease con enfermizo delirio. Además, hay un sistema por el cual la fuerza de la Llama puede extenderse al futuro: Todos los hijos nacidos de mi descendencia tendrán el poder suficiente para repeler a Alatar. No todos ellos, pero si los suficientes para continuar la búsqueda del Maligno Espíritu, aunque hayan pasado eones desde mi muerte. A ti te encargo también, Pallando, que sigas y cuides a mis descendientes".
Viendo que no iba a convencerle, dejé que Radagast se presentase ante los hombres como uno más de ellos, formando una familia en el Norte, casándose mucho más tarde uno de sus descendientes con una dúnadan del Sur, naciendo de la relación dos hijos, siendo uno de ellos tú, Tullken, el legitimo heredero del legado de Radagast el Pardo.
- ¡¿Qué?! ¡Oh, vamos, por favor! - saltó sin previo aviso, y para sorpresa de todos, Dwalin - Podía haberme creído cualquier otra cosa, como por ejemplo que Melkor y Ungoliant fueron amantes, pero esto... ¡Por el amor de Eru! Y con todos mis respetos a ti, Tullken, pero es que no me trago que seas descendiente de un mago.
- ¡¿Entonces cómo explicas que Alatar haya necesitado de dos de sus subordinados para intentar eliminarlo?! ¡¿Acaso no podía valerse por sí mismo para destruirle si no fuera porque, sencillamente, no podía?! - sentenció tajante como una espada Pallando.
Se hizo un denso silencio. Dwalin se quedó con la boca abierta y con un dedo acusador señalando a Pallando, sin saber cómo o qué recriminarle. Por su parte, el mago continuó rígido e impasible sentando en la roca, mientras Abdelkarr esbozaba otra sonrisa socarrona. Estaba claro que aquella era la noche de las Revelaciones.
- El caso es... ¿qué opina nuestro joven Tullken, que es, al fin y al cabo, uno de los pilares de este embrollo? - musitó al rato Pallando, notándosele cierto temor en las palabras, asustado quizá por la respuesta a su pregunta.
Pero no hubo tal. Tullken se limitó a quedarse callado, con la mirada fija en el suelo.
- Y... ¿y q-qué le ha-a podido pa-pasar a-a Bardo? - dejó escapar al final, aguantándose los temblores que le recorrían el cuerpo como calambres.
- Seguramente al no poseer el Don de Radagast ha caído bajo las garras del poder de Alatar, como ya hicieron el Senescal, el hijo del Senescal, la joven Elfa, y...
- ¡Vale, vale! ¡No hace falta hacer un inventario! - interrumpió Dwalin al mago - ¿Pero y ahora qué? ¿Qué podéis hacer igualmente vosotros? He visto lo que le ha hecho ese tío al hijo del Senescal y, sinceramente, no me gustaría acabar mis días convertido en un sapo mutante en algún oscuro cenagal.
- Y nada de eso sucederá... si somos rápidos. Es de una imperiosa necesidad, Tullken, que inicies la búsqueda del Alma. Eres el único mortal que no moriría si Alatar llegase a descubrirlo.
- Pero... pero Ratala hablo de algo más... ¡Me mostró "Hierba de Morgul"!
- ¿Hierba de Morgul? - preguntó Pallando abriendo un poco los ojos.
- Sí... Dijo que le serviría para, para... No lo sé. ¡Solo vi como se las introdujo en el cuerpo de Elesarn!
El silencio que dejo fluir Pallando indicó a los tres chicos que algo malo se había sumado a la larga lista de problemas que profetizaba el mago.
- Seguidme... - murmuró finalmente.
Ellos le siguieron en silencio, no sabiendo muy bien qué pruebas y maravillas podrían esconderse en las esquinas de los tortuosos caminos que el Destino les había reparado.
Anduvieron otra vez por sendas olvidadas por los paseantes habituales del "Circular Park", pareciéndoles que los árboles se apartaban un poco para dejarles pasar; hasta que Pallando se colocó delante de un árbol de extraña forma y más bajo que los demás.
Sorprendidos, Tullken y Dwalin hubiesen jurado entonces que el mago empezó a hablarle al árbol. Efectivamente, Pallando murmuraba en voz baja palabras en un extraño y olvidado (como presentían Tullken y Dwalin) lenguaje, a la vez que acariciaba suavemente la arrugada corteza con una mano.
Entonces las hojas y ramas parecieron removerse por un viento invisible, dibujándose poco a poco un rostro en la parte más alta del vegetal, semi escondido entre el follaje, y en el que destacaban dos luminosos y enormes ojos amarillentos que, con rapidez, se clavaron en los recién llegados. La boca, negra como un pozo, también se abrió con un crujido, dejando escapar un bramido sordo que se esparció con pereza por entre los demás árboles. Aunque a Dwalin y Tullken les costase creérselo, el árbol había bostezado.
- Paaaallaaandooo, cuuuuantooo tieeempooo... Me parecía que ya no regresarías nunca más - dijo el árbol, con rotunda voz, monocorde y profunda, acortando las palabras a medida que parecía despertarse.
- ¡Hostias! - consiguió articular Dwalin, venciendo la sorpresa - Tío, el árbol habla - continuó, dándole continuos e incontrolables codazos a Tullken.
- Ya lo veo... Pero no es un árbol, sino... bueno, árbol es, pero... Es un Ent - le contestó Tullken, y al pronunciar la última palabra de un plumazo desaparecieron todas sus preocupaciones, puesto que tenía delante lo que pensaba que debía yacer ya muerto en las vitrinas del museo de Historia Natural.
- Mucho me temo que he venido más temprano de lo que yo hubiese deseado - le dijo Pallando al Ent - El momento del que te hable hace años ha llegado. ¿Aún la tienes?
- Ummm... Vaya, ya veo que el asunto es realmente serio... Pero tranquilo, estoy preparado y sigo conservándola...
Y con un repentino resoplido, el Ent pareció hincharse de súbito. Los tres chicos se apartaron alarmados, pero Pallando se quedó impasible donde se encontraba, observando como el Ent iba desplejando sus ramas y brazos, mostrando su verdadera envergadura, alcanzando así una altura que casi doblaba la anterior. Finalmente dejo al descubierto sus nudosas manos, entre cuyos plieges se escondía una espada. Con suma delicadez, el Ent se la mostró al grupo con más claridad. Se trataba sin duda de una espada élfica que, a la luz de la Luna, resplandeció con plateado fulgor.
- Como puedes ver, la he guardado y escondido tan bien como he sabido durante todos estos años... Supongo que el tiempo de paz ya ha terminado si la reclamas con tanta impaciencia... - y con una especie de reverencia, le entregó la espada al mago.
- Así es, pero este no es un momento para la desolación o la desesperación, pues aquí, al fin, veo reunidos a todos los necesarios para evitar el desastre. Esperanza, te presento a Abdelkarr, Dwalin y Tullken.
- Un momento, ¿ha dicho "esperanza"? - preguntó voz bajo Dwalin a Tullken.
- Bien han oído tus orejas, Sr. Enano. Esperanza es el nombre del último y más joven de los de la raza de los Ents que queda en la Tierra Media, siendo su nombre suficientemente explicativo.
- Mmppffssí... - gruñó Dwalin, que ya empezaba a mosquearse con el finísimo oído del mago.
En cambio, Tullken solo conseguía sorprenderse ante la idea de que un Ent pudiese haber sobrevivido tantos años, dormido o en estado latente, en ese parque público, sin ser descubierto por ningún paseante o jardinero. Pero aquello era como preguntarse como Burtz había conseguido también pasar desapercibido.
Por su parte, Esperanza pasó su serena mirada por encima de ellos, con una torcida sonrisa en su rugosa boca.
- ¿Y quién es "él"? - le preguntó a Pallando.
El mago suspiró y señaló a Tullken.
- Él es el legítimo descendiente de Aiwendil.
- Vaya, vaya... Encantado de conocerte, Tullken. ¿Cuándo empezamos el viaje? - respondió el Ent con su pausada voz.
Antes de que Tullken o Dwalin preguntasen por la última frase del Ent, Pallando habló:
- Sé que podrá sonar brusco e incluso precipitado, Tullken; pero hay la imperiosa necesidad de volver a iniciar la Búsqueda que empezaron tus antepasados en el Norte.
Tullken balbuceó algunas palabras, pero no conseguían salirle de la boca. Ahora todos le miraban en silencio, como aguantando el aire.
- Yo... yo no sé que creer o hacer - dijo al final con un gran suspiro - ¿Qué le pasará a mi madre si desaparezco ahora de repente? ¿Cómo podría ayudar a Bardo, esté donde esté?
Pallando clavó con un golpe seco la espada y se acercó a Tullken.
- Hacer algo es más útil que no hacer nada. Piensa qué puede ocurrir si nos quedamos de brazos cruzados, sin hacer nada... De hecho, y siendo cruelmente sincero, solo tenemos tres o cuatro días como máximo para llevar a buen puerto la misión. Más allá de este límite de tiempo, calculo que Alatar ya tendrá todo el poder necesario, gracias a la fuerza que emana la inmortalidad de la joven Elfa Elesarn. Entonces poco importara que tú madre siga viva o no.
- Ya lo sé, pero... - gimió Tullken.
Se implantó otro silencio. Tullken también sintió que se creaba otro silencio en su interior. Extrañamente, notó como se iba calmando paulatinamente. Era como si algo en su interior le estuviese apaciguando. Pero en medio de esa calma apareció la figura de Ratala. Entonces, Tullken repasó todo lo que sabía de él. Sabía que era alguien importante para millones de personas, porqué nadie quitaba que siguiese siendo Consejero de Gondor. También sabía ahora que él había sido quien había asesinado a Arasereg, aunque ignorase las razones últimas de tal acto. Se le apareció entonces Ratala como un titiritero; un titiritero poderoso, que al ser mago manejaba hilos más allá de la comprensión de los mortales. ¿Cómo podría eliminar un enemigo así? La contestación se la dio su voz interior.
- Tío, ¿Estás bien? - le preguntó Dwalin a su amigo, al ver que había caído en un estado casi catatónico.
- Sí, ahora sí... Y ya tengo mi decisión. ¿Cuándo empezamos el viaje?
- ¿Qué? - exclamó alarmado Dwalin.
- La Voz de Radagast al fin ha hablado - sentenció Pallando.
- ¡Pero tío! ¡¿Qué vas a hacer?! ¡¿Te has vuelto loco?! ¡¿Estas seguro de lo que has dicho?! - gritó Dwalin.
- Sólo te diré una palabra, Dwalin: Elesarn - contestó Tullken, imbuido de una repentina calma.
Dwalin enmudeció, no sabiendo entonces si su amigo se había convertido en un rematado héroe de verdad, estaba cagado de miedo o había caído definitivamente en una espiral de locura.
Pallando, por primera vez desde que lo conocían, sonrió y puso una mano en el hombro de Tullken. Éste dejo escapar un hondo suspiro. Había cogido un camino, pero aún no sabía dónde poner los pies.
- Veo la duda otra vez en tú rostro, Tullken. Pero piensa que la certeza de tú correcta decisión te acompañará durante el viaje al Norte. Aquí te entrego una bufanda para el viaje que estas a punto de iniciar.
Y dicho todo esto, Pallando desenrolló un grueso manto gris que le cubría el cuello y se la entregó a Tullken.
- ¿Una bufanda? ¿Ahora que estamos en primavera? ¿Y esto es lo único que necesito para el viaje?
- Su utilidad llegará en su momento justo, cuando vayas encontrando uno a uno a los Centinelas del Camino. Y sí, es lo único necesario de tu parte, pues armas no necesitas, tan solo tú fuerza interior.
- ¿Y como llegaré al Norte en tan poco tiempo?
- Ejem... No es por alardear, pero yo soy el encargado de llevarte encima de mis hombros - anunció Esperanza, que había estado escuchando con atención la conversación que se mantenía casi en silencio bajo sus ramas.
- Además de eso - continuó Pallando - él será el encargado de alimentarte por el camino: sus frutos te darán de alimento y el rocío que recojan sus hojas saciará tú sed. Y para cuando continúes tu viaje solo, podrás guardar los frutos de Esperanza en este zurrón.
Tullken examinó la bolsa de gastado cuero que le dio el mago con cierta desconfianza. Tampoco estaba muy seguro de que Esperanza le pudiese ayudar mucho a llevarle más allá del parque.
- Muy bien, Tullken, ya estas preparado para tu propia Búsqueda. Tus antepasados consiguieron cercar la posible zona donde podría estar el Alma, descubriendo que repetidas veces Alatar pasó por el antiguo territorio de la Comarca y sus alrededores. Allí te dirigirás y tu intuición marcara el camino.
- ¿Y qué hago si encuentro el Alma?
- Es muy probable que Alatar la haya escondido en algún objeto vulgar y pequeño, como hizo Sauron con el Anillo Único. El Don de Radagast te indicara cual y la Llama Imperecedera te ayudara a destruirlo. En cierta forma, te ha tocado la parte fácil. Abdelkarr, el Sr. Piedra Tosca y yo nos quedaremos aquí para combatir, y así distraer, a Alatar.
- ¡¿Ein?! ¿Lo he oído bien? ¿Ha mencionado acaso mi nombre, Sr... Sr. Palando? - saltó, casi gritando, Dwalin.
- Vamos, Enano, estas tan involucrado en esto como Tullken. Y se pronuncia "Pallando" - dijo Abdelkarr a espaldas de Dwalin.
Dwalin volvió a quedarse sin saber que decir. El mago y el sureño le dejaban siempre desarmado.
- Tullken, diles algo... - imploró al final.
- Yo ya no podré hacer mucho ahora por ti, Dwalin, pues me voy. Solo sé que, puestos a ser seguramente eliminados, mejor que sea luchando - contestó mientras se colocaba la gruesa bufanda, la cual desprendía un penetrante y añejo olor a bosque.
- Jo... ¡Maldita sea! - masculló Dwalin, cruzándose de brazos.
Esperanza se agachó para que Tullken pudiese acomodarse a su espalda. Este se quedó unos segundos parado, dubitativo. Echó un último vistazo a las personas que lo rodeaban y finalmente al Ent, cuya serena mirada en su larga cara convencieron al dúnadan de seguir lo que ya no parecía tener marcha atrás. Así, puso el pie en la mano que le ofreció Esperanza y con un bote saltó a su espalda.
- ¿Cómodo? - preguntó el Ent.
- Eu... sí. ¿Seguro que no te molesta mi peso? - preguntó a su vez Tullken, que no sabía muy bien como repartir su cuerpo entre las ramas que lo rodeaban.
- Ja, ja, ja... Si todos los hombres fueran tan amables con los árboles como tú, Tullken, me parece que el oficio de leñador sería tan solo una leyenda - rió con ganas Esperanza.
- Solo me cabe desearte suerte, Tullken - dijo escuetamente Pallando.
- Lo mismo te digo, chaval. Aunque no estaría mal que tú también nos deseases suerte - añadió Abdelkarr, con las manos en los bolsillos, como si todo aquello le resbalara.
Como despedida, Dwalin gruñó algo inteligible.
- Dwalin... ¿Dwalin? ¡Dwalin!
- ¿Qué, señorito héroe?
- Encuentra a Elesarn, por favor... Y si ves a Bardo, dile que, sea lo que sea, acabará pronto.
Entonces los dos amigos se miraron cara a cara. El mensaje había sido captado.
- Um... suerte, Tullken... y a ti también, Esperanza.
- ¡Un elogio de un Enano!... Realmente los tiempos han cambiado - susurró Esperanza, y sin más preámbulos el Ent se puso en marcha.
- ¡Recordad: siempre al Norte! ¡Los demás Centinelas ya os dirán qué camino es el correcto! - oyó Tullken que gritaba el mago a sus espaldas.
Ahora la serena oscuridad de los árboles les volvía a rodear. Tullken se acomodó más en la grupa del pastor de árboles con un cojín de hojas, sintiendo en sus tripas un hormigueo que no sabía si era de nervios o de emoción, y que aumentaba a medida que el Ent aceleraba el paso, cruzando a grandes zancadas las raíces y los bancos. A ese ritmo, Tullken no tardó en sentir el roce del viento y las ramas de los demás árboles en la cara. Aún así, el dúnadan seguía juzgando que la velocidad que llevaban no era la suficiente para alcanzar el Norte en tres días.
Iba a comunicárselo a Esperanza, pero calló. Su mente estaba demasiado enturbiada por todo lo que había sucedido en esos últimos días. Entonces, sumido en sus pensamientos, se acordó de su padre, al que apenas conoció. ¿Habría tenido su padre el Don de Radagast y su muerte a manos de una araña gigante fue quizá el final trágico a la Búsqueda? Tullken agitó la cabeza para apartar esas ideas. El viaje que tenía por delante era demasiado largo como para comenzar a desanimarse.
- ¿Preparado para salir? - le preguntó, casi a voz de grito, Esperanza.
Tullken despertó de golpe de sus elucubraciones justo para ver como el Ent, con él encima, corría directo y de cabeza contra la valla que rodeaba el "Circular Park".
Tullken ahogó un grito cuando se encontraban a menos de un metro de ella; pero con gran agilidad, Esperanza se agarró a los barrotes y con un grácil salto, voló por encima de las puntiagudas puntas que remataban los barrotes como lanzas, para plantarse con un estruendo en la acera, en plena calle de Osgiliath. A Tullken aun le latía demasiado fuerte el corazón para preguntarse cómo lo había hecho el Ent, que medía cerca de cinco metros de altura, para saltar la valla como un atleta.
Los gritos de la gente que paseaba por la calle no se hicieron esperar. Nadie esperaba que "naciera" un árbol con patas del asfalto.
- ¡Agárrate, Tullken, ahora empieza la aventura de verdad!- gritó Esperanza.
Tullken se aferró con más fuerza de ramas y lianas, esperando lo peor.
Ignorando a los pequeños hombrecitos que huían de él o se lo quedaban mirando corrompidos por la sorpresa, Esperanza volvió a moverse a grandes zancadas, que al ir cogiendo velocidad se convirtieron en una auténtica carrera de fondo, que dejó de piedra a Tullken, puesto que en ningún sitio se decía que los ents se caracterizasen por su velocidad, aunque viendo lo largas y potentes que eran las piernas de Esperanza parecía mentira que no pudiese también coger más velocidad.
Coches y peatones paraban en seco ante la aparición de ese gigante vegetal que, como una rata en un laberinto, buscaba, veloz como el rayo, la salida de la ciudad, saltándose señales y semáforos con determinación, para desespero de Tullken, que esperaba no caer del Ent y no ser atropellados por ningún autobús. Ahora, a su alrededor, todo eran luces difuminadas y rostros de gente asustada y asombrada que eran arrastradas por el viento huracanado que ahora provocaba esa huida de la ciudad.
- ¡Allí esta! - exclamó Esperanza al vislumbrar una zona oscura donde las luminarias de los edificios no tenían continuidad: las fronteras de Osgiliath.
Pero Tullken solo tenía en la cabeza los titulares de los periódicos del día siguiente. Todos hablarían de la súbita aparición de un Ent corredor en medio de la ciudad. Parecía claro que los habitantes de la Tierra Media volverían a presenciar, para bien o para mal, el horror, la grandeza y la magia que reinaron antaño esas tierras.
Como concluyó Tullken, Alatar/Ratala no se había equivocado en un punto: La Era de los Milagros había empezado.

Una extraña calma se había adueñado del claro del parque donde antes había estado Esperanza. Dwalin contempló el agujero que había dejado el Ent en el suelo después de arrancar sus raíces-pies de la tierra. El enano intentó imaginarse la cara del jardinero que al día siguiente se encontraría con que uno de los árboles había decidido darse un garbeo por allí. "Espero que no se les ocurra hacer lo mismo a los demás árboles" pensaría, estupefacto, el jardinero. Si no fuera por la situación, Dwalin hubiese reído su ocurrencia. Pero al girar la cabeza, su mirada topó con la lejana, pero a la vez próxima, figura de la "Torre de Cristal", que se alzaba como una mole oscura al tener casi todas las luces apagadas. Allí miraban también Pallando y Abdelkarr.
- ¿Y ahora qué? - les preguntó Dwalin al acercarse a ellos.
Pallando dejo escapar una bocanada de aire, y con un gesto decidido arrancó la espada allí donde la había clavado.
- Ahora los caminos se han separado. Tullken construirá su sendero y nosotros el nuestro - dijo al final.
- Pero... Pero, ¿qué queréis hacer? - insistió Dwalin.
- Tsk, tranquilo, Enano... Ya has oído a Pallando antes: nosotros mantendremos la función para entretener a Alatar mientras Tullken decide cuanto dura la comedia - le respondió Abdelkarr.
- ¿Ah, sí? ¿Como?
- Muy fácilmente, Sr. Enano. De aquí a un día asaltaremos la "Torre de Cristal" y lucharemos cara a cara contra Alatar, acorralándolo en su propia guarida. No digo que lo vayamos a destruir, lo que es improbable, pero debilitarlo y entretenerlo todo el tiempo que sea necesario hasta que Tullken elimine la Fuente de su sustento - contestó el mago secamente.
A Dwalin se le hizo un nudo en la garganta.
- ¿Así que Tullken tiene que encontrar y destruir el Alma en tan solo dos días? - pudo decir, reuniendo muchas fuerzas.
- Así es, amiguete. Si nosotros morimos no importa, por tal de que al final Tullken consiga triunfar - le comunicó con una sonrisa en la cara Abdelkarr.
Dwalin calló. Solo pensaba en su familia. Era lo único en que podía pensar... y en el callejón sin salida en el que parecía haberse metido. Pero al mirar hacia la "Torre" también le vino a la cabeza Elesarn e imágenes de cómo la había raptado brutalmente Denethor. Elesarn y Denethor, la pareja del año, pensó para animarse. Pero no pudo. Ella estaría encerrada en alguno de aquellos pisitos donde habitaban los burócratas. De todos modos, nada impedía intentar un rescate.
- En fin, supongo que si falto un par de días no se preocuparan mucho por casa... - le comunicó con un hilo de voz a Abdelkarr al final.
- ¡Así me gusta! Además, piensa que si no hacemos nada, morimos. Si lo intentamos podemos o no morir. Es una ventaja.
- No sé como puedes estar así con la situación que tenemos por delante, Abdelkart.
- Es Abdelkarr. Y mejor tomárselo un poco a broma que no hacer dramatismos fuera de lugar. Pero venga, ahora que estamos los tres solos ante el peligro necesitamos un nombre, como por ejemplo: los tres Aguerridos o los tres Valientes.
- ¿Los tres Suicidas?
- Muy agudo, Enano, pero...
- ¡Silencio, Abdelkarr! El tiempo de los juegos ha finalizado. Ahora empieza el autentico y farragoso trabajo.
- ¿Qué vamos hacer?
- Para empezar, Dwalin, iremos a descansar. Mañana emplearemos todo el día para entrenar y así estar preparados para el asalto a la "Torre de Cristal".
Y con estas palabras, las tres figuras desaparecieron en la oscuridad del parque y la noche, en el anonimato de la gran ciudad.

Desde su torre de marfil, Alatar oteaba el horizonte. Sabía a esas altas horas de la noche que Tullken había escapado, rescatado por un "viejo superfuerte", como le habían comunicado. Pero, aún así, Alatar no sentía enfado. Con toda seguridad, el joven Tullken habría iniciado la búsqueda de su Inmortal Efigie. ¿Y qué? Se preguntaba Alatar. Perseguir y eliminar a los descendientes de Radagast se había vuelto algo rutinario, cuando no innecesario, ya que la mayoría habían vivido sus grises vidas ignorantes de su linaje o misión, gracias al celo de Pallando por proporcionarles vidas anónimas y seguras, lejos de peligros y del viejo tío Alatar. Pero en fin, la situación era que Pallando debería estar como un loco, al ver que el tiempo se le agotaba, ya que con toda seguridad, el joven Tullken le habría hablado de la "Hierba de Morgul". En todo caso enviaría al hijo del Senescal para ver como estaba el patio.
Sopesando que sus pensamientos ya habían sido suficientes, Alatar se apartó de la ventana y se dejo caer en su sillón. Dijeran lo que dijeran, ser un "maia" no le solucionaba a uno el cansancio. Pero todo eso cambiaría cuando el Gran Plan finalizase. Ahora mismo él estaba sentado en la cúspide de la máquina viviente en que había convertido la "Torre de cristal" para tal propósito.
Contento con esos nuevos pensamientos, el Sacerdote ( así le gustaba llamarse ahora Alatar. Lo de mago quedaba muy anticuado) se entretuvo viendo cómo las luces de fuera movían las sombras de su oscuro despacho. En esto, llamaron a la puerta. Antes de que esta se abriese, Alatar supo de antemano que era Ardarel.
- Hola, querida. ¿Todo bien?
La joven del vestido rojo se acercó con sinuosos pasos ante la mesa, sonriéndole. Entre los delicados labios rojizos brillaba el pequeño secreto de Ardarel.
- Sí. Al parecer, los fugitivos han estado un buen rato en el "Circular Park".
- Como ya habíamos previsto. Bueno, supongo que no habrá mucho más movimiento hasta aquí un día. Diles a los muchachos que se preparen; pronto entraran en acción... ¡Ah, por cierto! ¿Cómo está ella?
- Crece con normalidad en el seno de la huésped elfo. Ya mide casi medio metro.
- Excelente. Aún así, que la vigilen. Ya puedes retirarte, Ardarel, te dejo la noche libre. Paseate por el exterior, entre las ovejas, si te apetece.
Ardarel se quedó en silencio. ¿Lo diría en serio? ¿La dejaría salir fuera de la "Torre"? Alatar era propenso a las bromas crueles y sin sentido, y más cuando los asuntos que maquinaba eran complejos.
- ¿Qué haces parada aquí aun? Ya me has oído, puedes salir, pero intenta no lastimarte. ¡Venga, que tengo mucho trabajo!
- Gracias - Y dicho eso, Ardarel desapareció casi al acto de la habitación. Esa noche tocaba buscar comida entre las ovejas humanas del exterior.
Por su parte, Alatar volvió a seguir sumido en la oscuridad de su despacho. Sí, Pallando haría un ataque suicida contra él por la falta de tiempo. La idea le divertía.
Llegados a esa conclusión y ordenados preferentemente otra vez sus pensamientos, Alatar conectó el monitor de un pequeño ordenador que tenía en la mesa.
La estancia se inundó de la luz que emanaba de la pantalla, donde apareció el símbolo de un árbol blanco rodeado de estrellas.
- "Acaba de activar uno de los ordenadores del Gobierno verdadero y único de la República de Gondor. Por favor, escriba la contraseña de acceso. En caso contrario, en un plazo de un minuto esta unidad se pondrá en contacto con la Policía de Gondor" - comunicó una voz electrónica por unos pequeños altavoces.
Alatar escribió "H-E-R-U", y enseguida el árbol blanco fue substituido por el emblema de un dragón azul con las garras a punto para atacar.
- "Contraseña aceptada. ¡Bienvenido Ratala Ëarluin, Primer Consejero de la verdadera y única República de Gondor! ¿Qué servicios solicita?"
Alatar tecleó otras claves.
- "Ha penetrado en el archivo "Huinë". Sus contenidos son de alto secreto y vital importancia. Si accede a este archivo tenga en cuenta en la legislación gondori..."
Alatar suprimió todo el protocolo dándole a una sola tecla. ¡Malditos humanos y sus leyes! Eso le recordó que debía bajar al piso de abajo y suministrarle al Senescal la droga que le permitía mantenerlo bajo control, aunque quizá decir "pócima mágica" quedaría más fino.
- "Ha entrado en el programa "MÓL", versión 1.0, para la completa autoprotección del edificio presidencial y complejo financiero de la "Torre de Cristal". ¿Qué desea hacer?"- dijo una voz electrónica más grave y severa.
Alatar conectó el modo oral, ya que así podría comunicarse con el programa hablando.
- Muy bien, MÓL, activa tus sistemas de inmediato para la detección y aniquilación de intrusos. Pronto vamos a tener visitas...



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