Osgiliath 2003 de la C.E.

03 de Diciembre de 2006, a las 00:02 - Ricard
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6. Día de entrenamiento, día de pruebas:

Como ya le sucediera a Tullken, Dwalin también soñó esa mañana en la que su amigo se encaró a los cachorros de Morgoth. Y a pesar de encontrarse dormitando en su cómoda cama, lo que le mostró el Reino de los Sueños era de naturaleza tan inquietante como el Árbol Negro soñado por Tullken.
En él, se encontraba en un sitio alto, muy alto. En dar un vistazo a su alrededor vio que bajo sus pies se extendía una gran ciudad. Como no podía ser de otro modo era la ciudad de Osgiliath; y el lugar donde se encontraba la azotea de la "Torre de Cristal", con sus grandes antenas parabólicas y de radio como flores de metal saludando un naciente amanecer. En medio de esa calma y silencio, Dwalin vio la figura de un hombre delante suyo, que parecía congratularse respirando el aire frío y limpio de la mañana. Con una desagradable sorpresa, el Enano descubrió que se trataba de Ratala.
El que debía de ser su enemigo y peligro mortal para toda la Tierra Media, y que Dwalin tan solo había visto de pasada en el enterramiento de Arasereg, aparentaba ser solo un simple hombre del montón, de buena planta y ojos de un azul brillante que parecían derramar alegría y bondad como lágrimas. De hecho, ni tan siquiera parecía haberse percatado de la presencia de Dwalin, aunque, como recordó este al instante, "tan solo" se encontraba en un sueño.
Al rato apareció en escena una chica de largo pelo negro que vestía un ceñido traje rojo. A Dwalin, más que la espectacular figura de la chica, le llamó la atención la blancura de su piel, así como su belleza. Solo viéndole los brillantes ojos, Dwalin hubiese jurado que era una elfa.
Ratala sonrió afectuosamente a la chica y empezaron a charlar. Dwalin no podía escuchar lo que decían, pero los dos parecían muy contentos y animados con lo que se decían. En un determinado momento de la conversación, Ratala acercó una mano a la cara de la chica y, con un grácil gesto, le limpió con un dedo una mancha roja que tenía ella cerca de la boca. Los dos rieron por eso, aunque Dwalin se percató de que la mancha era de sangre.
Pero no pasó ni un minuto cuando toda la atención recayó en una tercera figura que apareció. Sí hubiese podido, Dwalin hubiese dado un respingo de miedo y asco. Denethor VI, hijo del noveno Senescal de la República, hizo acto de presencia. El mago y la chica saludaron a la negra sombra del que fuera compañero de instituto de Dwalin. Ahora solo el blanco y sereno rostro de Denethor ponía de manifiesto que alguna vez fue humano, pues las enormes alas que sobresalían de su espalda, como dos gigantescos paraguas plegados, enturbiaban ese pasado pre-monstruoso.
Aún estaba saliendo Dwalin de su sorpresa y horror, cuando una legión de mini-Denethors apareció detrás del mayor. En el sueño, Dwalin parpadeó varias veces para no equivocarse en lo que veía; pero por lo que había leído y visto, aquello era un autentico ejercito de trasgos... de trasgos alados.
A la luz de un perezoso Sol, las membranas carnosas y de múltiples colores que formaban las alas de esos orcos, de puntiagudas y largas orejas, los asemejaban a un arco iris de murciélagos bípedos. Dwalin no había visto antes trasgos vivos y su sola visión le embobó durante unos instantes, percibiendo que, aunque no los pudiese oír, causaban un gran alboroto con sus gritos. Y por encima de ese ruido, que el enano intuía, Ratala le dijo algo a Denethor y este movió su bella y humana testa para asentir, poniendo en movimiento su nuevo, negro y corpulento cuerpo. Cuando desplegó las alas, los trasgos le imitaron y extendieron sus brazos-alas como si fueran a abrazarse entre ellos.
Ratala y la chica se apartaron cuando Denethor, seguido de los orcos, saltó de la azotea de la "Torre de Cristal" para salir volando hacia el silencio y la inmensidad del cielo que cubría Osgiliath. A lo lejos, el enjambre capitaneado por Denethor, como si de una abeja reina se tratara, no tardó en perderse de vista en los limbos, confundiéndose con un grupo migratorio de aves.
Pero Dwalin sintió en lo más profundo cual era la misión de ese pelotón volador...o, por decirlo de alguna manera, cual era su "objetivo final". Confió en que Tullken estuviese lo bastante lejos como para despistarlos.

Cuando Dwalin abrió sus legañosos ojos, el recuerdo de ese sueño tan vivido se perdió, como tantos otros, en las orillas del olvido. Aún así, le perduró un malestar en el cuerpo que no pudo sacudirse hasta bien entrado el día.
Cosa rara en él, había dormido mal esa noche; se encontraba sudado, con la boca seca y un incipiente dolor de cabeza. "¡Ni que hubiese ido de juerga!" pensó, aunque aún tenía frescos los recuerdos de esa noche en el "Circular Park", lo que le llevó a su vez a acordarse de la cita de ese día con el mago y el haradrim. Quizá era por eso que había dormido tan mal, ironizó, mientras se levantaba patosamente.
A la vez que intentaba desperezarse vio que eran las siete de la mañana. Bien, así toda su familia aún estaría durmiendo y podría salir de casa sin problemas. No le hubiese gustado dar explicaciones, pues bastante le costó esa noche tranquilizar a sus padres por las altas horas en que llegó y contestar una llamada telefónica de la madre de Tullken, que le preguntó si tenía alguna idea remota de donde podría estar su hijo. Tragando saliva, Dwalin le dijo que, esa noche, Tullken se quedaría a dormir en su casa, pues tenían que hacer un trabajo muy importante para el instituto y podría ser que Tullken se ausentase un par de días. Dwalin nunca lo había pasado tan mal mintiendo.
Pero ahora había nacido un nuevo día y, si no espabilaba, sufriría las iras de los magos: la de Ratala, por maligno, y la de Pallando, por tardar en la reunión a la que habían quedado para ese día.
Al vestirse, Dwalin se colocó un pasamontañas en la cabeza, sintiéndose como un criminal que fuese atracar un banco. Sin lugar a dudas, lo terrible de todo aquello era la incertidumbre de cómo podía acabar.
Con pasos rápidos, que intentaban ser sigilosos, Dwalin atravesó la penumbra que reinaba en el pasillo que conducía a la entrada de su casa.
- ...¿A dónde vas? - le preguntó a sus espaldas una voz demasiado familiar.
Paralizado por haber sido "descubierto", Dwalin se giró con lentitud de cara a su hermana con una de sus más falsas y endebles sonrisas.
- ¡Dwalina, buenos días! ¿Pero qué haces a estas horas levantada?
- Yo iba al lavabo... ¿Pero y tú? Si ya vas incluso vestido... - contestó con adormilada voz su hermana, mientras se frotaba los ojos con un brazo.
- Eu... Bueno, la verdad es que... - Dwalin no sabía como salir de esa situación. Sabía que su hermana pequeña sería capaz de comunicarles a sus padres su escapada - Eeeh... Dwalina, ¿sí te cuento una historia, prometes que no les dirás a los papás que he salido a estas horas?
Dwalina se lo quedó mirando con una sonrisa burlona. Era consciente de que, en cierta forma, el destino de su hermano estaba en sus manos.
- Esta bien - dijo al final con una sonrisa de oreja a oreja.
Dwalin sabía que a su hermana le encantaban los cuentos e historias, por disparatados que estos fueran. En ese sentido se parecía a Tullken. Los dos podían quedarse embelesados horas y horas ante relatos de gentes que nunca conocerían o paisajes que jamás verían. Lo malo era que Dwalin no era buen narrador. En fin, tendría que improvisar...
Los dos hermanos se sentaron en el bajo y pequeño sofá de la salita de estar, donde unos perezosos y dorados rayos de Sol entraban por el balcón con timidez y silencio.
Dwalina agarró su peluche de oso "Beorny" con fuerza y con la mirada brillante, a la espera de las palabras de su hermano. Este rebuscó por toda la salita algo que le sirviese de inspiración.
- Bueno, "esto erase una vez que", que, que... Tres magos se encontraron. Uno de ellos, a pesar de ser de los buenos, tenía muy mala leche, mientras que el otro era más bien neutral y callado, aunque también tenía su genio; y al tercero le dio por decantarse hacia el Lado Oscuro, y que...
- ¿El Lado Oscuro? ¿Y qué es eso?
- ¡Pues algo que me acabó de inventar! Y no vuelvas a interrumpirme, que tengo prisa.
- Vale, vale, perdona.
- El caso es que también habían una elfa, un enano y un dúnadan que...
- ¿Y el dúnadan era guapo?
- ¿Qué si el dúnadan era...? ¡Pero, Dwalina! ¿Cómo puedes preguntarme algo así? ¡Qué soy un tío!
- Jo, perdona, perdona...
- Si te consuela te diré que el Enano SÍ era MUY guapo, la Elfa MUY bella y el dúnadan, eh... "normalito". En fin, los tres hacía poco que se conocían y eran muy amigos y felices, pues no molestaban a nadie. Las cosas podían haber seguido así sino fuera porque el mago callado y un haradrim decidieron buscarle las cosquillas al otro mago, el del Lado Oscuro... Sí, realmente las cosas podrían haber sido muy diferentes para esos tres amigos sino hubieran aparecido esos otros tres... - Dwalin se quedó unos segundos callado, reflexionando sobre lo que acababa de decir.
Iba a continuar su relato cuando se dio cuenta que su hermana se había dormido abrazada a su peluche. Con delicadeza la recostó en un cojín y se alejó de ella con silenciosos pasos.
Antes de desaparecer por la puerta de la entrada, Dwalin le echó una última ojeada. La pequeña Enana Durmiente seguía dormida bajo el haz de luz que entraba por los cristales del balcón. Ojalá cuando volviera todo continuase de esa manera, como si nada hubiese pasado; pero en lo más hondo, Dwalin sabía que no sería (es más, no debía ser) así.
Con resignación, cerró la puerta y bajó las escaleras hacia la calle. Dwalina, al oír cerrarse la puerta, entreabrió un ojo y sonrió. Fuera lo que fuera lo que tuviese que hacer su hermano, le parecía algo divertido. Con esa misma inocencia y tranquilidad, ajena a los oscuros pensamientos que atormentaban a su hermano, Dwalina volvió a dormirse y soñó con los magos de los que hablaba Dwalin, y con paisajes que nunca vería y gentes que jamás conocería...

Resoplando, Dwalin empezó a andar por las quietas calles de la dormida ciudad. Viendo los grises edificios y la acera desierta no pudo evitar acordarse del uno de Mayo, cuando, recorriendo las calles de similar manera, había encontrado a Tullken recostado en el suelo y le había comunicado la muerte de Arasereg. ¡Parecía como si todo aquello hubiera pasado ayer!
Al girar una esquina, Dwalin encontró algo con que entretener su mente de tantos malos recuerdos. Se trataba de un quiosco que hacia poco que había abierto. Dwalin se detuvo a mirar los titulares de los periódicos, cuyo papel relucía amarillento debido a los leves rayos del Sol que los bañaban. Quiso sorprenderse, pero al ver los titulares sobre "¡La misteriosa aparición de lo que podría ser un Ent!", acompañados por fotos blanquinegras borrosas y de mala calidad sobre una gigantesca sombra a dos patas, Dwalin no pudo más que compadecerse de todos aquellos que permanecían ignorantes de la verdad.
- Todo esto no son más que paparruchas - le comentó el viejo dependiente, de blancos y rizados cabellos, al verle tan concentrado con esos titulares - Ya me lo decía mi abuelo: Todo lo que no anduvo por la Cuarta Edad son paparruchas y cuentos para las noches de invierno que inventaron nuestros tatarabuelos.
Dwalin iba a preguntarle si lo que contenía el museo de Historia Natural eran "paparruchas", pero no dijo nada. Se contentó con dejar escapar un "Claro, claro..." para alejarse con calma del lugar. Pensó entonces que, como aquel hombre, él había vivido engañado sobre el pasado de ese mundo. Nunca hubiese imaginado que llegaría a sentir en su tranquila y aburrida vida los latigazos de lo que había sucedido hacía siglos. Pero allí encontró a Abdelkarr, en esa esquina donde habían quedado para reunirse ese día, para recordarle que había heridas abiertas, males antiguos que sanar...
- ¡Buenos días, Enano! ¿Cómo ha ido la noche? - preguntó jovialmente el haradrim nada más verle.
Dwalin gruñó algo ininteligible y se sorprendió al ver la seriedad en los ojos de Abdelkarr, a pesar de la sonrisa pícara que dominaba su rostro. Estaba claro que las cosas empezaban a ponerse rigurosas. Molesto por la responsabilidad que intuya en ese giro de los acontecimientos y por el hecho de no saber que decirle a un tipo tan curioso como Abdelkarr, Dwalin volvió a mascullar algo, aferrándose más a su anorak, pues a pesar de ser una mañana de primavera, el frío aún daba coletazos.
- ¿Y dónde esta el mago? - preguntó al rato, con un mal humor que, inconscientemente, iba invadiéndolo, mientras miraba a las pocas personas que, poco a poco, iban saliendo a la calle.
Abdelkarr se removió inquieto en su grueso chaleco de color ocre.
- ¡Je!... Qué te lo diga él mismo cuando venga. Sí se ha encontrado a sí mismo después de la nochecita que hemos pasado ya será un milagro.
- ¿Pero que ha pasado?
El chico no le contestó; se limitó en torcer un poco la cabeza y clavarle esa mirada de ojos vivaces y arqueados ("ojos de zorro", como los llamaba Dwalin), sin dejar de sonreír.
- Los dramatismos del Sr. Abdelkarr no tienen ahora justificación, pues bien parece que estamos todos juntos tal y como ya propusimos esta noche - dijo una voz muy familiar delante de ellos.
Dwalin dio un salto de sorpresa, pues era el mismísimo Pallando quien tenían delante, quizá desde hacía un buen rato, sin que ni se hubieran dado cuenta.
El mago se encontraba de espaldas a ellos, dando de comer a unas palomas. Cuando estas emprendieron el vuelo a una orden de él, Pallando se volvió hacia ellos con una de sus escasas sonrisas.
- "Atención", Sr. Piedra Tosca, esa es la clave. Gracias al haber estado alerta y... a ciertos contactos - y al decir eso el mago hecho una mirada cómplice al grupo de palomas que habían salido volando - pudimos dar un último vistazo a lo que sucedía en la ciudad cuando usted nos abandonó para irse a su hogar.
- Sí; justo cuando te fuiste detectamos cierto "movimiento" por los alrededores de la "Torre de Cristal" - continuó Abdelkarr.
- ¿Y? - siguió Dwalin, lanzando miradas interrogadoras del mago al haradrim, y de este al primero.
- Pues que nos encontramos con cierta señorita rondando por las calles - dijo al final Pallando.
- ¿Elesarn?
- Me duele decir que no, más bien era...
- La Mujer de Rojo - acabó Abdelkarr, con un tono burlón en sus palabras.
- Por así decirlo... Uno de los sirvientes de Alatar, una chica, salió anoche de la "Torre de Cristal" mucho me temo que en busca de víctimas con las que saciar su hambre... Aunque la encontramos "a tiempo" y la ahuyentamos, no pudimos evitar que matara... Tuvimos una pequeña pelea en la cual ella no quiso desprenderse del hombre del cual había hecho presa. Esa escaramuza marca el preludio de lo que encontraremos mañana.
Dwalin, que no se acordaba del sueño que había tenido, permaneció en silencio, decepcionado por no recibir noticias de Elesarn.
- Por eso es hora de ponernos en movimiento. Hoy intentaremos reducir un poco más nuestra derrota de mañana, por si Tullken fallara. ¡Haremos un entrenamiento que nos ayude a resistir los embistes del enemigo! - exclamó de repente Pallando.
- ¿Pero dónde queréis ir a entrenar? - preguntó Dwalin.
- Ya verás, Enano. Hay sitios de Osgiliath que no salen en las guías turísticas - le comunicó un también animado Abdelkarr.
Resignado, Dwalin siguió a ese par de estrafalarios como ya hiciera en el día anterior, cuando rescataron a Tullken de la "Torre de Cristal". Y aun consciente de la locura de querer entrenarse para una batalla que no podía llegar ni imaginarse, a Dwalin, con terrible perplejidad, ese le parecía el camino más razonable entre la sinrazón y la rapidez con que transcurría su vida en esa última semana.
- ¿Qué te ha pasado en la pierna, Abdelkarr? ¿Cojeas? - preguntó al rato al intuir el asimétrico movimiento de las piernas del haradrim. Aunque no quisiera admitirlo, le divertía ver como el cínico sureño se veía al mismo "nivel" que los demás mortales.
- Sí, enano; regalo de la Señorita de Rojo... Pero mañana será otro día... Allí obtendré mi revancha.
Dwalin calló. Sí solo uno de los sirvientes casi había acabado con uno de los tres, no quería imaginarse lo que podía pasar mañana. En sus tripas empezaba a sentir la misma sensación de angustia que en la subida de una montaña rusa, antes de caer por la gran bajada.
- ¿Y Tullken? ¿Cómo podemos saber si esta bien? - exclamó casi sin darse cuenta, incapaz de ocultar el temblor en sus palabras.
Por espacio de un buen rato nadie le contestó.
- Recibir ahora noticias de Tullken me parece imposible, así como inapropiado... Él, desde el mismo instante en que inició su propio sendero, ya no depende de nosotros, sino al revés. Esperemos que los Valar le acompañen en su camino - comunicó escuetamente Pallando, echando un vistazo hacia el cielo gris. Las palomas a las cuales había despedido en su encuentro con los dos chicos le habían informado de cierto movimiento por el techo de la ciudad, refiriéndose a cierto escandaloso grupo de escamosos monstruos que, muy temprano, habían abandonado con rabioso ánimo la aguja de la "Torre de Cristal" en dirección al Norte.
El Enano dejó escapar un disimulado suspiró. Ya no era que le sonara cada vez más raro el arcaizante lenguaje del anciano (¿Dónde se habría metido durante todos esos años para seguir hablando así?), sino que le frustraba el sigilo y calma con que el mago parecía responderle sobre los temas peliagudos. ¿Tan asustado estaría?
Intentando apartar todas sus preocupaciones de su mente, se distrajo observando los dormidos y tristes transeúntes que ahora ya llenaban la calle. A pesar de lo singular que era ver un anciano vagabundo con una vara en la mano, un enano y un haradrim cojo, nadie parecía fijarse mucho en el pintoresco grupo. Por unos momentos, Dwalin quiso ser uno más de ellos, ser un peatón gris, ignorante y anónimo más, pues tenía la desagradable sensación en la cabeza de que él debería estar en ese "equipo", en el de la ciudadanía corriente y moliente de gran ciudad, y no con esos dos chiflados que muy bien le podían haber mentido. Pero allí estaban el rapto de Elesarn, la carcajada lúgubre de Denethor, el Ent del "Circular Park" y... y tantas otras cosas que solo le hacían recordar la telaraña en que había caído.
- No te agobies, Dwalin... Piensa que, a pesar de todo, el Sol siempre volverá a salir por el Este - le dijo de repente Pallando, sin que él lo esperara y con toda la naturalidad del mundo -como quien dice "Buenos días" a un amigo de toda la vida- poniéndole una nudosa pero fuerte mano en el hombro.
El joven enano se quedó por unos instantes sinceramente sorprendido. No era solo que el mago se hubiese referido a él por su nombre de pila por primera vez, sino que era algo más; como si le hubiese leído el pensamiento y le hubiese dicho lo que necesitaba oír con esa anodina frase. Cuando intentó buscar una respuesta clavando su mirada en Abdelkarr, este le devolvió una de sus sonrisas sarcásticas, como diciendo "Ey, a mí no me preguntes. Él es el mago".
Con ese pasajero respiro de aire fresco, Dwalin no se dio cuenta de hacia donde le conducían Abdelkarr y Pallando. Cuando quiso darse cuenta, ya se encontraban muy adentro de "La Cueva de Ella-Laraña". Abdelkarr detectó la silenciosa inquietud que el enano intentaba disimular.
- ¿Qué té pasa, Enano? - le preguntó.
Dwalin clavó otra mirada de ojos asesinos al haradrim. No le gustaba que tomasen a broma sus temores.
- Puedes estar tranquilo, Enano. Qué este barrio no es tan malo como lo pintan. Sí, es verdad que hay poca poli patrullando por aquí, ¿pero quien va atacarnos a estas horas de la mañana? - intentó "disculparse" Abdelkarr.
La historia que le había contado Tullken sobre el encontronazo por la mañana con el semi-orco Burtz acudió a la memoria de Dwalin, por lo que se ahorró contestar. Pallando, que tenía esos recuerdos mucho más profundos, también guardo silencio. El peligro era latente, esperando a salir de su escondrijo como el muñeco de una caja de sorpresas.
A pesar de todo aquello, "La Cueva de Ella-Laraña" no dejaba de ser un barrio periférico normal y corriente, como tantos otros en tantas otras ciudades. Los bloques de abarrotados pisos se levantaban como islas en medio de un mar de descampados y cementerios de coches, donde los niños encontraban su diversión y los sueños de salir de ese lugar su reposo.
Ahora, tan solo las leves fumarolas levantadas por las apagadas hogueras encendidas por los vagabundos la noche anterior perturbaban la tranquilidad de las calles. Incluso parecía que las figuras de los tres compañeros rompiesen esa calma en las aceras que, a diferencia de las del abarrotado centro de la ciudad, permanecían solitarias, siguiendo su camino que no parecía tener fin en esa desolada zona. Como únicas testigos del paso de los caminantes se encontraban las raquíticas y negras farolas. Dwalin se fijó en que a la mayoría les faltaba la bombilla.
No tardó mucho en llamarle más la atención los "graffities" que inundaban y encubrían el monótono gris cemento de los edificios. Casi todos trataban sobre las guerras de bandas del barrio, mezclados con gritos contra la miseria que parecía devorar las calles a golpes de drogas, armas y pobreza. Pero por encima de eso estaba el Ojo; pues ojos rojos, de fuego y sangre, inundaban cada recodo, cada esquina, de la zona más profunda del barrio. Hasta cierto punto, Dwalin tuvo la sensación de sentirse vigilado por esos Ojos que representaban al "Señor de los Anillos" en toda su gloria; posando su complaciente pupila vertical en los dibujos de los "Puños de Sauron", que en esos murales siempre aparecían como héroes del antiguo Imperio Haradrim, subidos en olifantes que parecían querer derrumbar las paredes en las cuales estaban plasmados; mientras que delante tenían a los más acérrimos enemigos de los "Puños": La policía de Osgiliath, representada como antiguos soldados gondorianos de la Tercera Edad, enarbolando las porras como espadas. Al final de esa misma escena, que se alargaba alcanzando toda una manzana de edificios, había representado un imponente Árbol Blanco de Gondor; pero en sus níveas ramas habían ahorcados desde sureños a orientales. De hecho, esas ramas parecían más los tentáculos de un pulpo albino.
A los pies de ese mismo Árbol se encontraba un sonriente chiquillo haradrim clavando, con toda la rabia producida por la opresión, una llameante antorcha entre sus nudosas raíces. Detrás suyo se encontraba una negra y alta figura, sin más atributos que un ojo rojo en medio de la frente. "Sauron", pensó Dwalin al ver esa sombra cuyo ciclópeo ojo observaba con arrogante indulgencia al chico.
- ¿Impresionante, eh? - le susurró Abdelkarr cuando vio el asombro en el rostro del enano al contemplar esos "graffities".
Dwalin asintió en el mismo silencio en que se encontraba Pallando. El mago no soportaba ver esas exaltaciones de las negras cenizas del pasado en las cuales él se vio sumergido.
- Mira ese - le señaló Abdelkarr a Dwalin, mostrándole uno donde se veía escrito: "En esta pared fue tiroteado Harak, jefe de "Las Serpientes de Khîm". ¡Qué su alma se pudra en la Sombra, junto a Sauron y sus 9 siervos!".
"Vaya tela" se murmuró a sí mismo Dwalin. Realmente todo aquel barrio entero parecía un polvorín a punto de estallar. ¿Acaso ni los senescales ni el propio Ratala comprendían eso? Un motivo nimio podía ser la chispa que destruyera a esa ciudad y, a mayor escala, Gondor y Harad. Sintió entonces un calambrazo que le recorrió todo el espinazo a la luz de una terrible suposición y miró a Pallando. Este, como la vez anterior, parecía saber en que pensaba y por eso permaneció callado, confirmándole su siniestra idea: La quietud que se respiraba esa mañana por las calles de la "Cueva de Ella-Laraña" era el preludio de la tormenta que mañana, sin falta, Ratala pensaba provocar.
- Bien, ya hemos llegado - comunicó Pallando con la renqueante y grave voz de un viejo, cortando de golpe las tribulaciones de Dwalin.


Se hallaban ahora delante de la puerta de un garaje que, por lo que juzgó Dwalin a primera vista, hacía mucho tiempo que no se abría. En sus oxidados repliegues de metal había otro "graffitie"; pero este no representaba a ninguna serpiente negra devorando niños dúnadan o escaramuzas pseudo-legendarias entre bandas. En él se podía contemplar la desgastada imagen de una Dama de blanco cuyos largos cabellos parecían confundirse con sus no menos largas vestimentas. Su rostro, de mirada baja, distante y diríase triste, le recordó a Dwalin el de Elesarn.
Al lado de la Dama, en un segundo plano y ensombrecido por la majestuosidad y altura de la Dama, había representado un hombre sobre un caballo, equipado con antiguas ropas de viaje y un arco con sus flechas en su hombro. El hombre tenía la misma mirada profunda y oscura de la Dama, acentuada por la capucha que cubría su cabeza. "Oromë" recordó Dwalin, al rememorar la historia sobre la elección de los cinco "Istari".
Con un gesto, que a Dwalin le pareció delicado y preciso como una estocada de espada, Pallando se inclinó delante esas dos imágenes. En realidad, como vio al instante el enano, había introducido la llave en la cerradura de la metálica puerta. Dwalin hizo un amago de ayudar al mago a levantarla, pero este, con una sola mano, la levantó sin más esfuerzo que el que haría izando motas de polvo, produciendo un estruendoso ruido al subirla.
Dentro del garaje, la oscuridad de la Noche aún seguía instalada. Solo cuando dio unos pasos hacia el interior de la estancia, pudo Dwalin vislumbrar las formas que la negrura recubría con su velo, junto al olor a polvo y a rancio. Vio un pequeño parking vacío donde tendría que haber habido como mínimo un coche, pero lleno en su lugar de trastos, neumáticos pinchados, piezas desmontadas y chatarra que le trajeron el aire familiar del taller mecánico de su familia y poco más. ¿Era en ese sitio donde ese par querían entrenar?
La sensación de desazón volvió a su mente, mientras analizaba su situación: Se encontraba en el centro del barrio más peligroso de la ciudad, con un tipo que decía ser mago y un chaval que (cada vez lo veía más claro) pertenecía a alguna de las bandas callejeras de ese barrio; y como telón de fondo, la conspiración de la Sombra Azul, convertida ya en la Bruma Gris de un futuro incierto que llamaba a la puerta justo el día siguiente.
Como siempre, Abdelkarr leyó en su rostro su pesadumbre y se adelantó antes que él mismo a tranquilizarlo:
- ¡Venga, Enano! No pongas esa cara. "Aquí" no es nuestro destino final. Tan solo es... la antesala.
Abrumado por las dudas que le corroían, Dwalin solo llegó a mirar a Pallando, el cual pasó a su lado clavándole una feroz mirada que mezclaba la más sincera indulgencia con la más implacable impaciencia hacia él.
Dwalin fue sacudido por esa mirada, a la vez que Pallando se acercaba al centro de la sala en su silencio habitual que parecía formar una densa burbuja entorno a él. Le siguió Abdelkarr, que se había quedado observando a Dwalin con una sonrisa ligera en el rostro.
Ahora los dos se encontraban en el centro del garaje, de espaldas al enano, cuya sombra se proyectaba agigantada en la pared del fondo de la habitación debido a la luz que, como un torrente, entraba desde fuera.
Dwalin dejó pasar unos instantes de quietud, mientras intentaba encontrarle una solución a esa situación. Al rato, oyó como Pallando mascullaba alguna cosa en voz baja antes de dejar escapar uno de sus profundos suspiros.
- Y bien... ¿Ha decidido el Sr. Piedra Tosca que camino va a seguir? Como a Tullken, ahora se le bifurca la rama de su destino... Solo espero que, como Tullken, elija la rama más tortuosa que, en el fondo, es la que promete un futuro más esperanzador, pues...
- ¡Vale, vale, Pal! No hace falta que me tires un discurso. Ya voy con vosotros, visto que es la única posibilidad - exclamó, casi a voz de grito y no sin cierta resignación, Dwalin, dándoles unas palmadas en las espaldas del mago y el haradrim.
Abdelkarr y Pallando, que se habían mantenido tensos y expectantes por el posible abandono del enano, exhalaron conjuntamente un suspiro de alivio. Abdelkarr fue el primero en hablar, con animado ímpetu:
- ¡Joder, Enano! Nos has tenido agarrados por los coj... ¿Sabes que si te hubieras ido ahora habrías dejado el equipo cojo? ¿Y cómo has llamado a Pallando? ¿"Pal"?
- Sí; y a ti, Abdelkap, pienso llamarte a partir de ahora "Abdy", ¿ok? Más por nada por aquello de ahorrarme tiempo llamándote. ¿Y qué le pasa al "equipo"? ¿Acaso es un trípode o qué?
- No, pero sin duda toda ayuda es poca para ensanchar las esperanzas... Y lo de Abdy, mmm... vale, es pasable; a ver si así dejas de hacerte un nudo en la garganta con mi nombre, que ya es triste, pero en fin, je, je, je...
Mientras los dos chicos reían sus bromas, Pallando pudo al fin concentrarse otra vez después de la incertidumbre del posible abandono que había observado en Dwalin durante toda la mañana. Por esa misma razón era preciso ponerse en movimiento de inmediato.
- Démonos prisa; aún nos queda un día muy largo por delante. Quisiste saber donde prepararíamos nuestra estrategia, Sr. Piedra Tosca, y ahora, a cambio, veras un lugar que muy pocos han visto desde los días de la Guerra del Anillo - dijo, tajante como el viento del Norte; y, con otro calculado movimiento, pasó su cayado por encima del suelo, barriendo sin más ayuda que su poder el polvo que recubría una trampilla secreta.
Ahorrándose la pregunta de sí quería ayuda para levantar la trampilla, Dwalin observó, casi con indiferencia, como Pallando la levantaba con una sola mano, dejándola caer ruidosamente en el polvo del suelo, que se levantó en una grisácea nube.
Ahora, a los pies de los tres, se abría la negra boca de una entrada a un lugar desconocido... Al menos para Dwalin, pues Pallando y Abdelkarr no dudaron en bajar por unas empinadas escaleras semiescondidas en las tinieblas de ese submundo.
Dejando a un lado sus dudas, Dwalin puso un pie firme en el primer escalón, con la total certidumbre de que aquel que bajaba por la escalera era un nuevo Dwalin; un renovado Dwalin que no se dejaría avasallar por aquello que pudiese venir, que no dejaría tampoco que su ánimo decayese, que combatiría a los enemigos con la fuerza dormida durante tantos años en sus brazos, que... ¡Pero un momento! ¿En qué estaba pensando? Por unos instantes había pensado -y casi iba actuar- como Tullken. Agitando la cabeza, el enano acabó internándose en la oscuridad, dándose cuenta que, sí ya empezaba a juzgar y pensar como Tullken, las cosas habían cambiado, y mucho, en muy poco tiempo, hacia un rumbo que él ya no podía controlar.
"¿Y dónde estará ese pringado en este momento?" se preguntó al verse rodeado por la negrura. "En un sitio seguro... espero" decretó al final cuando sus pies tocaron el último escalón y llegaron a un suelo firme (de lo que intuía una caverna), el cual no podía ver.
Negro sobre negro, eso era tan solo lo que podía ver ahora, advirtiendo levemente las sombras de Abdelkarr y Pallando gracias a la cascada de luz que se colaba por la trampilla del techo de esa especie de cueva, pues grande y amplio notaba Dwalin que era el lugar.
Por unos segundos, estuvo tentado de gritar algo para que esos dos le ayudaran, pues se encontraba desorientado y perdido en medio de esa "Noche" enlatada en ese espacio, pero un fogonazo de luz llamó su atención.
Pudo entonces advertir el rostro pétreo y arrugado de Pallando, pues él había sido el que había encendido una llama de la nada.
Asombrado, Dwalin vio que la luz provenía del extremo del bastón del anciano. Era una lumbre brillante, blanca y cegadora como la del Sol, y bastó para que el joven enano vislumbrara las oscuras columnas que aguantaban ese lugar, cuyo tamaño ahora si podía asegurar de proporciones gigantescas.
Con cautelosos pasos, Pallando se acercó a una pared de la caverna y encendió una antorcha allí colgada con el fuego que se cobijaba en su cayado. La antorcha no tardó en arder con el mismo fuego blanco que el bastón.
El mago se desplazó unos metros más con rapidez para encender otra antorcha de la pared; y otra, y otra más... hasta que todo el antro quedó iluminado como si fuera de día.
Lo primero que advirtió, o más bien sintió, Dwalin ante esa nueva luz fue la pequeñez e insignificancia de las figuras de Pallando, Abdelkarr y la suya propia bajo la bóveda de catedral que los rodeaba.
- Por los benditos y jodidos dedos de Aulë... - consiguió articular al final de un largo rato, en el cual una especie de mareo y vértigo se apoderaron de él al intentar abarcar y asimilar todo lo que sus ojos veían de esa colosal sala oculta debajo del pequeño garaje.
Las columnas, percibidas antes como negras, se manifestaban ahora con toda su marmórea blancura; mientras que las paredes resplandecían por el brillo de los numerosos y bellos objetos allí apilados, y que casi alcanzaban a rozar el alto techo. Entre ellos se encontraban espadas, lanzas, escudos, liras, muebles, baúles, montañas de monedas y piedras preciosas, e incluso una barca de indudable estilo élfico arrinconada en una esquina. El aire de antigüedad parecía flotar por encima de aquel tesoro como el humo al fuego.
- ¡Juas!... ¡Tendrías que verte la cara, Enano! - rió con ganas Abdelkarr cuando se percató de la sorpresa que se reflejaba en el rostro de Dwalin.
- Pero... ¿pero cómo?... - tartamudeó el enano, digiriendo aún su pasmación.
- Contemplas los últimos restos del tesoro de los antiguos Reyes de Gondor... Todo lo que de él queda - le aclaró Pallando con su cansina voz, mientras paseaba su serena mirada por toda la estancia.
- Pero... pero... ¿Y todo esto? - exclamó más centrado Dwalin, levantando los brazos en su intento de abarcar la inmensidad de ese "cuarto secreto".
- Nos hallamos en el también último vestigio de la vieja ciudad original de Osgiliath... Una de las pocas construcciones que se salvó de su desaparición durante la Guerra del Anillo. Más tarde, el rey Elessar la hizo remodelar para convertirla en una sala de reuniones, a imagen y semejanza de la que se encuentra en Rivendel, donde se celebró el Concilio de Elrond. Pero años más tarde pasó a ser un observatorio del cielo, donde los sabios y los astrólogos discutían sobre el devenir del mundo observando la palidez de las estrellas por las numerosas ventanas que antes tachonaban las paredes de esta sala y que, al hundirse en el lodo por el peso del tiempo y de las nuevas construcciones, han desaparecido. De ese pasado solo queda el tragaluz del techo por donde hemos entrado, así como las inscripciones que hicieron acerca del inmutable cielo - y entonces Pallando alzó un poco más la luz de su bastón para que los dos chicos admiraran los dibujos de las constelaciones que los antiguos plasmaron en el abovedado techo del sótano - El olvido es a veces un arma destructiva más eficaz que el fuego de las hordas enemigas...- murmuró casi en un susurro el mago.
Dwalin asintió abstraído ante esa afirmación, pues el fulgor del tesoro lo había dejado asombrado. ¡Toda esa fortuna allí metida a merced de la podredumbre y el olvido! ¡Sí los de Patrimonio Antiguo (o, de hecho, cualquier persona de la ciudad con ansias de fortuna) se enteraran! Fueron los primeros pensamientos que acudieron a su práctica y avariciosa mente de enano.
Por su parte, quizá advirtiendo en parte los pensamientos del enano, Pallando esbozó una leve sonrisa y acto seguido gritó unas palabras en Alto Élfico que retumbaron en el salón. Al instante se oyó el rudo ruido del movimiento de la trampilla de cemento de la entrada al sellar el agujero del techo.
- Bien, así nadie de fuera nos molestara - comentó con indiferencia el mago, a la vez que los dos chicos no podían quitar ojo del techo al ver ese prodigio en directo.
También los dos sintieron, quizá inducidos por la visión de tanta nobleza plasmada en ese tesoro o al contemplar la calma que ahora mostraba Pallando, que era posible que no todo estuviera perdido.
- Bueno, bueno... ¿Cómo esta tu pierna, Abdelkarr? - preguntó Pallando como quien no quiere la cosa.
El joven haradrim salió de su ensimismamiento al acto.
- Eu... Bien, supongo.
- "Bien" no me vale... Tiene que estar perfecta. A ver, déjame ver esas heridas.
De mala gana, Abdelkarr se acercó al mago, seguido por Dwalin. Cuando llegó a él se subió un poco la pernera del pantalón dejando al descubierto la espinilla. Entonces Dwalin vio cinco profundas y redondas marcas en el gemelo de la morena pierna.
Pallando se quedó mirando la herida con detenimiento.
- Umm... No se amilanó mucho la chica al clavarte sus cinco dedos - comentó al final.
- ¿Los dedos? - inquirió extrañado Dwalin.
- Sí; la chiquilla bermeja me agarró con su mano la pierna y me hundió con todas sus fuerzas sus largos y finos dedos - le contestó, no sin cierta ironía, Abdelkarr.
El enano tragó saliva. Una chavala que clavaba sus dedos en la carne como si esta fuera de algodón y un paraguas con patas que había respondido al nombre de Denethor les esperaban a la esquina de esa jornada. ¡El panorama no podía ser mejor!
- En todo caso, no es nada que no se pueda curar - musitó Pallando y, colocando sus manos entorno a la pierna, dejó que fluyera un resplandor tenue de luz azulada que la envolvió al instante.
Al cabo de unos segundos, que a Dwalin le parecieron minutos de tan concentrado como se encontraba viendo esa curación, el mago las retiró. Ahora, las heridas no eran más que pálidos y cicatrizados círculos.
- ¡Hostias! - exclamó Abdelkarr y sin previo aviso empezó a dar botes por la sala - ¡Ya no me duele! ¡Es fantástico! ¡No siento dol... Auch! Uuh... bueno, aun siento un poco de quemazón...
- La magia no es algo instantáneo y el arte de la curación siempre ha requerido de paciencia y tranquilidad, Abdelkarr - dijo el mago.
- Por lo menos mañana podré tomarme mí "vendetta". Hay algo muy oscuro en esa chica más allá de lo que intenta aparentar... - susurró con amargura Abdelkarr.
- Puede que Alatar tenga las pinzas de un escorpión, pero nosotros tenemos su agujón - proclamó Pallando y, con un gesto contundente, sacó la espada que, otrora guardase Esperanza entre sus manos, de debajo sus grises ropajes y la blandió por el estático aire de la sala.
"Nos hemos paseado por plena vía pública con un tío que escondía una espada como quien guarda el pañuelo" pensó Dwalin, que cada vez le iban impresionando menos las cosas que iba viviendo.
- ¡Os presento a Celebrinaglar, última de las Grandes Espadas forjadas en los Días Pasados! Perteneció alguna vez a este tesoro que nos rodea, pero considere que era mejor que la guardase Esperanza en un lugar insospechado para los ojos curiosos; aunque intuyo que todo esto os suena demasiado lejano y pesado para lo que nos aguarda mañana, así que venid; venid y contemplad lo que os tenía reservado.
Y dicho eso, Pallando fue a un rincón del tesoro y extrajo dos cajas de metal profusamente talladas y adornadas. Dwalin se acercó a ellas con curiosidad y admiración por el trabajo allí expuesto, aunque Abdelkarr no demostró más emoción que una frialdad inusual.
- Estos son los receptáculos de dos armaduras, cada una con su historia y batallas a sus espaldas; y por primera vez están juntas para servir a sus dos nuevos amos... - y al decir esto, el mago lanzó una centelleante mirada a los muchachos.
El descendiente del linaje de Durin tragó saliva y dejo escapar un suspiro. No se podía creer que Pallando creyese que él se creía capaz de llevar una armadura que... En fin, que bienvenida fuese esa nueva sorpresa hacia el suicidio del día siguiente.
En claro contraste, el hijo del linaje de los Hombres del Sur mantenía su silencio y seriedad.
- Al fin la afrenta será vengada... - dijo solamente con voz distante.
Pero antes de que Dwalin pudiese preguntarse por la extraña actitud del haradrim, se encontró, casi inconscientemente, abriendo la caja de la armadura que le correspondía.
Un vaho de aire antiguo y pesado le invadió la nariz cuando destapó la metálica tapa. En ese soplo del aire del pasado se olía el olor a sangre. Como no dejó de recordarse Dwalin todo ese rato, una armadura era un artefacto para la defensa, sí, pero también para los combates y batallas.
Con cautela introdujo las manos en la caja y sacó a la luz lo primero que encontraron. Los vacíos ojos de una máscara que adornaba la parte delantera de un casco le saludaron durante los segundos que lo estuvo sosteniendo entre sus manos, embriagado por una sensación de asombro y respeto. El estilo de aquel casco era puramente Enano, pero no solamente eso, sino que, además de intuir su gran antigüedad, Dwalin también podía percibir su calidad y perfección.
- Pal... ¿De dónde coño has sacado todo esto? - pudo dejar escapar al final con extrema severidad. Demasiadas veces sus padres le habían hablado de los robos cometidos en los últimos años en los grandes tesoros de los Enanos.
El viejo mago rió con risa desganada, adivinando otra vez los pensamientos del enano, y pesadamente se sentó sobre un baúl ribeteado con vetas de fina plata.
- Puedes estar tranquilo, Sr. Piedra Tosca. La armadura que contemplas ha permanecido aquí desde hace dos mil años. Fue un regalo de Glóin, en nombre de su hijo Gimli, para las bodas del rey Elessar y la dama Arwen. Y a pesar de su origen meramente testimonial, fue forjada en las entrañas de la Montaña Solitaria y su fortaleza en un combate de verdad podrás comprobarla mañana... En cuanto a la otra -y al decir esto, Pallando desvió la mirada hacia la negra caja que Abdelkarr aún no había abierto- ... he de confesar que su presencia aquí sí tiene que ver con un hurto... Fue con mis propias manos como la sustraje de las tierras de Mordor, donde fue concebida en sus tenebrosas forjas... Así fue como salde una vieja deuda.
¿Una armadura de Mordor? Aquello era una novedad ciertamente inquietante, reflexionó Dwalin, que empezó a mirar la caja vecina a la suya con otros ojos.
- Hiciste bien, Pallando... La deuda ha sido saldada.
Y sin añadir nada más, Abdelkarr abrió su caja, escapando de ella una nube de pálido aire, y empezó a sacar las piezas de la armadura.
Esta era más ligera y esbelta que la armadura de un enano, siendo sus colores el rojo y el negro. "Metal negro... Sólo los hornos de Mordor han podido parir armaduras de ese tipo" recordó Dwalin. Pero más sorprendentes eran los motivos que la adornaban, los cuales se entretejían como las hebras de una telaraña y dejaban entrever el esplendor del arte haradrim, donde sobresalían las representaciones de escorpiones, olifantes, leones, serpientes y otros animales exóticos que Dwalin solo había visto nombrados en los libros o en el zoo. Un a esplendorosa armadura de Mordor para sus generales del Sur, sin duda.
Abdelkarr se desabrochó su grueso chaleco y empezó a encajarse las piezas de su armadura sobre su cuerpo con decisión y precisión. Esto activó un resorte en Dwalin que, imitando mecánicamente al haradrim, empezó a sacar todos los componentes de la armadura y a colocárselas.
Gracias a las explicaciones de su abuelo sobre sus ancestros, y el hecho de que al ser una obra Enana las piezas encajaban con la facilidad de las de un reloj, Dwalin no tuvo problemas en saber como iba montado el metálico vestido. Aún así, Abdelkarr fue más rápido y para cuando Dwalin solo se había colocado las piezas de la parte inferior, el sureño ya lucía por completo su uniforme de combate.
- ¿El "Guardián ciego"? - leyó Abdelkarr en la camisa de Dwalin-¿Te mola ese grupo de música "ondo"? Pfff... No me esperaba menos de un enano - se rió Abdelkarr, hinchando su pecho.
En verdad la armadura parecía darle un nuevo porte regio y altivo al chico callejero. A Dwalin le pareció más alto y en su mirada percibió fieraza y fuerza. Ya no parecía haber rastro del bromista de antes, y por eso el enano se guardó de hacerle tragar sus palabras.
Cuando al fin encajó la última pieza de las cientos de pequeñas y grandes que componían el traje, Dwalin hizo unos estiramientos para ver como encajaba la armadura con su cuerpo. "Como un guante a una mano" se congratuló para sí mismo el enano en comprobar que las piezas móviles, parecidas a las del caparazón de un armadillo, le permitían unos movimientos fluidos, aunque eso no quitaba el peso que suponía soportar tanta defensa.
- Je, pareces un brillante cubo de basura, Enano - volvió a mofarse Abdelkarr.
Incluso entonces, Dwalin tuvo que reconocer que parecía un tapón metálico.
- ¿Y tú? Tú armadura esta incompleta; no tiene casco.
- No lo necesita. Las antiguas armaduras haradrim no tenían casco porqué el guerrero que sabía utilizar la cabeza para que no se la cortasen no lo necesitaba.
- Pero lo que sí necesitareis son armas. Tomad - anunció Pallando, que había permanecido en un segundo plano durante todos esos momentos.
A Abdelkarr le entregó un carcaj lleno de flechas junto a su respectivo arco, además de una espada larga y fina como un estilete, mientras que a Dwalin le pasó un martillo de largo mango y pesada maza.
Pero los chicos no prestaron atención a esos objetos, pues fue el propio mago quien los dejó boquiabiertos.
Pallando se había equipado también con una brillante armadura que le recubría el torso y los brazos, estando Celebrinaglar ceñida a su cintura con su respectiva funda.
- No puedo creerlo... Es una armadura de "mithril".
- Sí, Sr. Piedra Tosca. Fue construida por los últimos Grandes Maestros Herreros Elfos, los cuales también concibieron los Grandes Anillos de Poder; pues cuando vieron el daño que Sauron intentaba cometer con sus creaciones nos intentaron ayudar a nosotros, los "Istari" venidos del Oeste para combatir al Aborrecido, forjando una sola armadura que, en caso de necesidad, el último que quedase de nosotros debía llevar. Pero en los tumultuosos días de la Guerra del Anillo la armadura fue olvidada... hasta hoy.
El asombro y la admiración de los jóvenes se reflejaron en el pulido peto de la armadura, el cual parecía un espejo; mientras que en la gruesa protección del hombro derecho se perfilaba el relieve de una estrella, uno de los símbolos de los Señores de Valinor. Y para la cabeza, un metálico y picudo sombrero de viaje de ala ancha recubría la venerable cabeza del anciano, cuyo rostro parecía empequeñecido, como si se escondiera entre las murallas protectoras que le ofrecían la armadura. Solo las piernas, recubiertas por los grises y desgastados ropajes, permanecían sin protección; sin duda, para poder correr con más facilidad.
- Pal, si lo de mañana sale bien, ¿te parecería mal que pudiéramos vender aunque solo fuera la más minúscula de las piezas de esta armadura? - propuso Dwalin, totalmente convencido.
El mago volvió a reír con unas ganas que no habían visto antes ante la proposición del enano, a la vez que Abdelkarr cerraba los ojos en un gesto de desaprobación.
- Anda que solo pensar en eso en esta situación.
- ¿Qué? Siendo la armadura de "mithril", Abdy, podemos forrarnos. ¿No sabes a que precio esta el "mithril" en el mercado?
Y sin poder remediarlo, los tres se pusieron a reír. Fue tan solo un minuto, quizá dos, de paz y genuina alegría en medio del mar de tensión de esas últimas jornadas. Pero como todos los buenos momentos, su final fue brusco.
- Más vale que nos centremos. Ya tenéis vuestras armaduras y armas. Vuestro valor lo lleváis ya dentro de vosotros mismos aunque me juréis no haberlo sentido jamás. Ahora solo os hace falta unos cuantos fundamentos y reglas para saber como interceptar y frenar a vuestros enemigos, para entonces...
- ¿Matarlos? - selló Dwalin la frase del mago.
Un horror había recorrido el cuerpo del enano en percatarse por primera vez que, con toda seguridad, mañana tendría sus manos manchadas de sangre, fueran quienes fueran sus enemigos.
Pallando enarcó las peludas cejas en un gesto de sorpresa.
- ¿Matarlos? - repitió - ¿Acaso puede que haya insinuado que mañana hagamos una matanza, Sr. Piedra Tosca? ¿O qué la intención solo esté puesta en saber el número de cabezas enemigas que podamos hacer caer? No, mí Maestro Enano, no; sí cree que lo de mañana tiene que ser una carnicería este no es su lugar. Nuestro objetivo es Alatar, al cual poco le importan los asuntos de sangre y muerte. El camino que recorramos hasta él estará trufado de obstáculos, naturalmente, pero no podemos, ni debemos, entretenernos en como eliminar hasta el último suspiro a los numerosos esclavos utilizados por Alatar. El correcto uso de las armas que ahora os enseñaré persigue el objetivo de saberlas utilizar para no dañar a quien no debe y sí a quien lo merece, pues cuando estemos ante Alatar comprenderá estas cosas y muchas más, Sr. Piedra Tosca. Solo le diré que cuando este a punto de descargar su arma contra un enemigo recuerde que Frodo Bolsón fue el mayor héroe de la Guerra del Anillo y el salvador de la Tierra Media sin tener que matar a hordas de enemigos.
Dwalin enmudeció ante esas palabras. Su rostro era ahora rígido y firme. Fue entonces cuando al fin pudo ver más allá de la valiosa armadura y la vejez del mago.
Sin añadir nada más, Pallando se colocó en el centro del salón y desenvainó Celebrinaglar, a la vez que ponía su bastón en posición de ataque.
- Bien, iniciemos el entrenamiento. Soy lo más cercano a lo que pude ser Alatar en combate, así que si tan solo conseguís hacerme un arañazo puede ser que mañana tengamos alguna opción. ¡Venga, atacad!
Abdelkarr y Dwalin se miraron y sonrieron.
- Me parece que esto va a gustarme... - murmuró Abdelkarr, jocosamente.
Dwalin asintió esa afirmación y, a una señal del sureño, se lanzó al unísono contra el mago torpemente y gritando como un poseso.
Pallando no tuvo ningún problema para derribarlos con un sencillo gesto de su vara y enviarlos volando tres metros por el aire.
Dwalin pudo sentir el crujir de su armadura junto al de sus huesos. Ese golpe había sido como el embiste de una ola de mar inesperada. El dolor era insoportable.
- ¡Nunca lo conseguiremos! ¡Es imposible! ¡Necesitaríamos como mínimo un ejército! - consiguió gritar cuando las punzadas de dolor fueron remitiendo.
- ¿Acaso Bardo el Arquero había matado antes un dragón cuando derribó a Smaug el Magnífico? ¿También Isildur se escondió detrás de todo su ejército cuando derrotó a Sauron? - exclamó a viva voz Pallando.
Abdelkarr y Dwalin se volvieron a mirar cuando se levantaron del suelo.
- Ha sido solo una caída... - comentó Abdelkarr como si tal cosa, disimulando el dolor.
- Si... - corroboró Dwalin.
- ¿Pues a qué esperamos?
Y con renovados ánimos, los dos aprendices de guerrero volvieron a la carga. Aún quedaba un largo día de entrenamiento por delante.

- Intenta resolver este enigma, Tullken: "Yo soy la que todo lo explica y que nadie puede explicar... Soy la imagen en el espejo, soy el misterio que hay más allá de la vida... Soy un sueño sin sueños, soy el pensamiento que se va... ¿Quién soy?"
- La Muerte.
- Bravo, Tullken. El serrín de tú cabeza no parece haberse podrido aún - graznó con júbilo Corb.
Quizás el cerebro no, pero las piernas del chico estaban hechas puré.
Siguiendo las indicaciones del cuervo habían avanzado hacia el Norte por todo el interminable bosque de Fangorn, el cual le recordaba a Tullken los arrecifes de coral de las costas, llenos de vida y luces y sombras que se mecían hasta las profundidades. De eso hacía ya un par de horas, de modo que, a pesar de mantenerse el Sol alto en el firmamento, debían de ser altas horas de la tarde.
"Mírate, Tullken, eres un pequeño burgués de ciudad cansado y abatido por su mediocridad" sentenció para sí mismo en una de sus habituales sesiones de autocompasión, contemplándose sus zapatos y pantalones llenos de barro. De soslayo, también repasó con su vista y memoria el camino recorrido. En esa perspectiva, parecía que la despedida con Esperanza hubiese ocurrido hacía décadas, así como su última comida de frutos secos de bosque.
Pero ahora todo aquello había sido absorbido por el bosque de Fangorn que se extendía bajo los pies del muchacho, pues al fin habían conseguido llegar a la avanzadilla de montañas que, como una muralla, marcaban el inicio de la cordillera de las Montañas Nubladas. Desde el bosque le habían parecido imponentes e inabarcables, pero ahora que estaba allí era el bosque el que parecía imponente e inabarcable.
En una punta de la foresta, justo en la base de las montañas donde se encontraba, vislumbró en la lejanía y a su derecha una pequeña columna negra que se elevaba hacia los cielos, lamida por las nieblas que bajaban las laderas de las montañas. "La torre de Orthanc" pensó Tullken.
- Tus ojos se han posado en Isengard, ¿eh, pequeño cachorro? La atracción de las antiguas fuentes del Mal de este mundo será la perdición de los Hombres - exclamó Corb, dando saltos alrededor de Tullken.
- Pues me parece que ha sido declarado Patrimonio de la Humanidad por el gobierno de Duneland - comentó Tullken, a sabiendas que Corb no tendría muy buena imagen de la antigua sede del terrible Mago Blanco.
- Pero poco les va a durar la dichosa torre. Las grietas y el polvo empiezan a hacer mella en sus también desgastadas paredes - concluyó el cuervo.
- Sí; el Tiempo es el verdadero Señor de la Tierra Media - dijo, casi distraídamente, Tullken, que sabía de los problemas de restauración y mantenimiento de ese monstruo de setenta metros de altura.
Y sin más demora, las dos pequeñas figuras volvieron a ascender por la rocosa y pelada ladera de la montaña, siempre hacia el Norte.
Extraños y olvidados parecían ahora los árboles de Fangorn, donde dejaron a Esperanza reposando en medio de mudos ucornos y enterrados y musgosos restos de ancestrales ents; pues a pesar de su bullir de vida, Fangorn no dejaba de ser un inmenso mausoleo al aire libre, una sombra de lo que fue, un cascarón vacío...
Y allí habían "abandonado" a Esperanza, cuya relación con el mundo exterior volvió a cortarse al sumirse en un sueño como el que mantuvo durante largos años en el "Circular Park".
Antes de partir, el ent les deseó suerte y con escuetas palabras les indicó que en la base de la cordillera en la que se encontraban ahora, hallarían al siguiente Centinela del camino que les llevaría al Norte. Ni una palabra más, ni una palabra menos. Así era el carácter del ent, se consoló Tullken.
Pero al ver sus párpados cerrarse, el dúnadan se había jurado a sí mismo que sí conseguía salir con vida de esa aventura, volvería al bosque al encuentro de Esperanza para contarle las nuevas del mundo que parecía girar locamente alrededor del milenario bosque.
- ¡Vamos, vamos; no nos entretengamos! - gritó Corb, volando unos metros por delante del chico.
Este salió de su ensimismamiento y prosiguió la ascensión. ¿A cuántos metros de altitud deberían estar? Cada vez le parecía faltar más el aire.
- ¿Otra vez parado, Tullken? - le riñó Corb.
Pero Tullken ya no le escuchaba. Rebuscó en el pelado lugar hasta que encontró una roca lo bastante grande como para resguardarse detrás de ella. Y sin más dilaciones fue corriendo hasta allí.
A unos cuantos metros, Corb seguía quejándose y chismorreando, mientras Tullken se desabrochaba los pantalones y empezaba a orinar sobre la roca. Hacía casi más de un día que no iba al lavabo y el alivio que consiguió poco podía ser comprendido por un cuervo.
Contemplando el caer de la orina en el suelo, Tullken notó como una sombra tapaba el Sol y una fuerte corriente de aire ocupaba la ladera de la montaña. "¡Maldito tiempo! ¡Qué rabia!" pensó Tullken, creyendo que un brusco cambio de tiempo había sido el causante de la corriente de aire que había permitido que la orina manchase sus pantalones. Pero la sombra parecía perdurar, a diferencia del murmullo de Corb, que parecía haber sido silenciado al fin.
Entonces Tullken fue consciente, por su sombra, de la gran águila que se había posado delante suyo, ocasionando la corriente de aire y el silencio y estupefacción de Corb.


Cuando los oscuros e inhumanos ojos de la gran águila cayeron sobre él, Tullken hizo un paso en falso, tropezando y cayéndose al suelo, aún con los pantalones desabrochados. Avergonzado y un poco asustado, Tullken se los abrochó precipitadamente e intentó mantener la compostura.
La visión de la altivez y envergadura del animal era en realidad intimidadora y despertó diferentes sentimientos en el chico, como el miedo y el respeto, parecidos a los que sintió delante los huargos.
La gran águila, por su parte, repasó con la mirada a las dos insignificantes y enclenques criaturas arrodilladas ante ella (un huesudo cuervo y un delgaducho humano), moviendo su grandiosa testa.
Y de súbito, como una pesada grúa, el ave bajo esa misma cabeza maciza hacia ese par para que pudieran escuchar mejor sus palabras. En la severa mirada se leía el descontento, que se tradujo en un torrente de voz grave y atronadora.
- Muy bien, insectos, espero que seáis los enviados que Rómestámo nos anunció para cumplir una misión en el Norte, pues en tal caso vuestros problemas acaban de comenzar. ¡Levantaos y espabilad! ¡El largo camino aún se extiende ante vosotros!



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