Dagor Dagorath

02 de Septiembre de 2007, a las 21:32 - El_Nigromante
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Capítulo X: Moria, la batalla y la huída.

Balin estaba sentado en una roca recordando lo acontecido últimamente. Ya no sabía cuanto había pasado desde que vio morir a Morthion, pero se le había hecho eterno. Recordaba que iba a caballo con Radagast cuando vio como su amigo caía de una altura increíble, y como el Rey Brujo lo atrapó, lo lanzó al suelo. y luego, cabalgando a toda velocidad, llegaron para ver como Morthion caía herido sobre la hierba. El Nazgûl huyó, y Radagast levantó a Morthion, lo llevó hacia Gwaihir, y escapó. Balin se quedó allí, pero inmediatamente llegó Glorfindel a caballo y lo llevó. Siguieron por tierra a Gwaihir, lo más rápido posible, hacia el Sur, y se perdieron en el bosque. Balin pasó la noche durmiendo mientras cabalgaban, y al parecer vagaron durante dos o tres días. A veces se encontraban con gondorianos, enanos o elfos huyendo, perdidos en el bosque, y Glorfindel les decía que fueran al sur, que de seguro un ejército los seguiría, pero que siguieran al Sur, hasta el camino, y luego fueran a Moria. Balin se imaginaba millares de orcos entre los bosques, quemando y matando a los que se les cruzaran.
Llevaban mucho tiempo en el bosque, hasta que salieron a campo abierto. Balin solo vio tierras muertas, y nada más, pero Glorfindel, que tiene la penetrante mirada de los Altos Elfos distinguió a muchos de los guerreros que sobrevivieron a la batalla, todos peregrinando al Sur. Durante ese día cabalgaron tratando de alcanzar a varios, hasta que encontraron a Radagast, que guiaba a un grupo de elfos y hombres, y que llevaba el cuerpo de Morthion. Y esa misma noche el mago armó una tienda improvisada, y se encerró adentro con el cadáver. Y en ese momento estaba Balin sentado en una roca recordando lo acontecido últimamente. A ratos miraba hacia la tienda y veía la silueta de Radagast inclinado sobre el cuerpo, murmurando cosas; un olor dulce provenía de la tienda, y salía humo por la entrada. Después de una hora, el mago salió, con una expresión preocupada.
-¿Qué pasó?- preguntó Balin. El Mago lo miró, y se sentó a su lado.
-Morthion ha dejado la Tierra Media.
-¿Está muerto?- preguntó Balin con un hilo de voz, aunque sabía que sí lo estaba.
-Sí, está muerto. Pero su muerte no ha sido casual. No fue una muerte normal. El Rey Brujo ha cometido el peor error posible, y no lo sabe. Él sabía que debía eliminar a Morthion, pero su espada no mata como mata la espada de un orco. Morthion sigue siendo una esperanza, pues ya no está con nosotros.
El Mago se levantó y se alejó, hacia la fogata donde estaba Glorfindel y los demás soldados. Balin no entendió nada de lo que quiso decir Radagast, y cuando fue a la tienda a ver el cuerpo de Morthion no encontró nada. Que había sucedido allí, Balin no lo sabía, y no tuvo el valor para preguntarle al Mago.

Al día siguiente Balin despertó temprano, y estaba Glorfindel preparando su caballo.
-¿Nos vamos?
-Ustedes partirán más tarde.- dijo el elfo.- Yo me iré de inmediato a Moria. Tú quédate con Radagast; es más seguro.
-¿Nosotros iremos a Moria también?
-Sí. Queda a casi tres días de viaje a pie. Las ruinas de Tharbad las pasamos la noche anterior. Con Radagast estarás bien. En Moria está tu gente, Balin.
El Enano no respondió. Ya sabía que estaba su gente, pero no se animaba con esa noticia. Tampoco lo animaba la idea de seguir viajando a través de tierras muertas con Radagast; no era muy buena compañía a la hora de pasar las penas y el aburrimiento. Pero sólo debía resignarse a llegar a Moria sano y salvo.
-¿No sabes nada de Maglor o de Vanimeldë?
-Nada. No he visto a nadie que conozcas. Bueno Balin, me despido. Prepárate para lo que viene, y cuídate, porque espero volver a encontrarte.
Dicho esto montó en su caballo y partió al galope. Se alejó algunos metros y Radagast lo detuvo; después de un rato de conversar Glorfindel partió raudo hacia el este. Balin subió a una colina para verlo alejarse. Ya casi lo perdía de vista cuando vio que otro jinete se acercaba, desde el noroeste.

Cuando el jinete llegó al pequeño campamento se dirigió de inmediato a conversar con Radagast. Balin también se acercó para escuchar la conversación. Era un gondoriano muy alto y rubio.
-Señor, me envió Círdan.- El Mago puso una cara de sorpresa cuando escuchó ese nombre.- Va de viaje hacia Moria, y lleva alrededor de cien personas, enanos, hombres y elfos. Boromir de Gondor está con él, y Aglarid de Dol Amroth también. Ayer por la tarde divisamos a un ejército de orcos que se dirige hacia el Sur. Pensamos que nos siguen, a los sobrevivientes de la batalla. Al parecer nuestro grupo era el que más atrás está, pues pasé a muchos por la noche, antes de alcanzarlos a ustedes. Círdan dice que seguirá hacia el Este hasta llegar a Moria, para refugiarse. El ejército orco avanza lento, pues es muy grande. Lo que los elfos alcanzaban a ver era poco, pues es mucha la distancia, pero según lo que decían era una ejército tres veces mayor al que nos atacó hace días. Por eso Círdan me envió a buscarlo.
-¿Tres veces mayor?- dijo Radagast sin creerlo. Balin dejó de escuchar lo que decía, pues asustado comenzó a imaginarse aquel ejército. De pronto Vio a Radagast que se dirigía hacia su caballo, y el jinete de Círdan se alejaba hacia el Este, subiendo una colina.
-¡Prepárense todos! ¡Vamos a partir enseguida!- gritó el Mago a viva voz. Balin se le acercó con sus cosas, para montar con el Mago. En cinco minutos iban subiendo la misma colina que el jinete había dejado atrás. Cuando llegaron al punto más alto Balin vio un camino que se extendía hacia el Este, y a su lado un río que iba en la misma dirección, y que se perdía en el fondo, en el horizonte, al pie de las Montañas Nubladas. A lo lejos Balin distinguió el Caradhras, el Cuerno Rojo; y debajo estaba Kazad Dûm.
-Escuchen.- dijo Radagast dirigiéndose a los soldados que lo seguían.- Un ejército mayor a cualquiera de los que ustedes han enfrentado nos está siguiendo. La única y remota forma de sobrevivir está en refugiarse en Moria, resistir el embiste enemigo, y derrotarlos con los refuerzos que hay allá. Yo debo partir, pues debo llegar a Moria lo más rápido posible. Los dejaré, pero ustedes deben seguir viajando día y noche hacia las montañas. Moria está justo debajo de la montaña más alta, el Caradhras. Deben entrar en la cordillera, y seguir el camino, hasta las puertas de Kazad Dûm. Pondré algunos ejércitos fuera de la montaña, así que no se perderán. Y no tengan miedo, porque hay muchos otros soldados que van detrás nuestro, y los orcos les están pisando los talones. Si se van quedando atrás, otros los alcanzarán para darles ánimos. No pierdan la esperanza; la esperanza está en Moria, así que búsquenla. Los esperaré allá. ¡Namarië!
De inmediato Radagast giró el caballo y partió raudo hacia las Montañas Nubladas. Balin se giró y trató de ver a los soldados que estaba dejando atrás, pero la capa del mago, que ondeaba a al viento, le tapaba.
Cabalgaron durante todo el día, sin detenerse. Durante la noche Balin despertó y vio a Radagast conversando con un elfo que le pareció conocido, pero estaba muy cansado para pensar. Cuando despertó al otro día seguían cabalgando, y las Montañas parecían tan distantes como el día anterior.
-¿Falta mucho?
-Llegaremos a más tardar mañana por la tarde, si seguimos cabalgando a esta velocidad.
Balin sintió que la velocidad del caballo iba aumentando, porque los galopes que daba eran mucho más fuertes; tuvo que aferrarse al mago para no caerse. Pero de pronto el caballo tropezó, y Radagast con Balin cayeron al suelo. Un grito del mago hizo levantarse al enano, pero no pudo. Se dio cuenta de que no había sido el caballo el que iba más rápido: la tierra estaba temblando, muy fuerte.
-¡Radagast! ¿Qué está pasando?
Pero el ruido de la tierra moviéndose apagó el grito de Balin. El enano se giró y vio como las montañas se caían a pedazos. Cada vez el movimiento era más fuerte, tanto que ni el caballo podía mantenerse en pie. Una grieta comenzó a abrirse al lado de Balin, y se alejó rápidamente de ella, arrastrándose. Y luego no fue sólo el ruido del terremoto, sino que también truenos y relámpagos. Balin miró el cielo, y vio todos los colores que podían existir al mismo tiempo: desde violetas a amarillos, y desde grises a rojizos, todos cambiando a una velocidad impresionante. Y la intensidad del terremoto seguía aumentando, hasta que, cuando Balin pensó que no iba a terminar nunca, se detuvo de improviso; y la luz se fue. El Sol se apagó de pronto, como si los Valar estuvieran detrás de todo esto. Balin no dijo nada, inmerso en el negro, y a tientas trató de buscar a Radagast; miró lo que supuestamente antes fue el cielo, y vio un punto blanco diminuto, que se fue agrandando, hasta que el Sol apareció de nuevo, con una claridad intensa. Y todo parecía normal, como cualquier otro día. La única diferencia es que había un silencio sepulcral. En toda la Tierra Media nada emitía ningún sonido. Todo estaba quieto y callado; incluso el viento se detuvo. Y de a poco el rumor lejano de las miles de voces, músicas, gritos, roces, brisas, sonidos, y notas que se unen a cada momento en uno solo volvió; y fue como si la vida misma volviera, pues ese rumor que es imperceptible para un oído normal se hizo notar en su regreso, para el oído de las gentes de la Tierra Media, que supieron lo que era un verdadero silencio, un silencio que implica la quietud de todo en el Universo, y que implica la ausencia de la más mínima onda de sonido. Eso fue lo que pasó después del cataclismo. Y cuando aquel rumor constante en el tiempo volvió, Balin sintió que la vida había vuelto. Buscó a Radagast, y se sorprendió de que estuviera tan lejos de donde lo había visto antes. Se levantó y corrió hacia el mago, unos doscientos metros. Un dolor en todo su cuerpo le hizo entender que con el movimiento de la tierra se había movido él mismo toda esa distancia. Cuando llegó donde el mago este ya estaba cerca del caballo.
-¿Qué pasó?- preguntó el enano.
-No lo sé. Pero sólo el poder de Eru Ilúvatar puede apagar el Sol. Vamos, no hay tiempo que perder.
El mago montó y luego Balin también. Rápidamente partieron de nuevo hacia Moria. Durante todo el día Balin fue con los ojos atentos; a medida que se acercaban a las montañas se notaba el desastre que quedó después de aquel terremoto: cerros de escombros, grietas, cumbres caídas, derrumbes, aludes, etc. Al anochecer encontraron a un grupo de soldados enanos asustados por el cataclismo, acampando con una fogata. Radagast los alentó, y les explicó que no perdieran el tiempo y viajaran rápido a Moria, pues venía un ejército. Luego de eso siguieron el viaje, y Balin durmió toda la noche.

Balin abrió los ojos y trató de buscar las Montañas para ver cuanto de viaje quedaba; pero ya estaba dentro de la montaña.
-¿Llegamos a Moria?
-Entramos a la ciudad hace medio minuto, maese Balin.
Balin se bajó del caballo mientras Radagast lo dejaba en un establo al lado de la caseta de guardias. Las puertas estaban abiertas hacia el Oeste, y afuera se veía un lago, y la luz del sol. A espaldas de Balin estaba el Pasillo Recto, que hacía algunas semanas Balin había atravesado junto a Morthion y Vani.
-El Pasillo Recto está cerrado.- dijo un enano de la guardia de la puerta.- Ayer hubo un derrumbe con el terremoto, pero en general la Ciudad resistió muy bien.- recalcó el enano, alardeando de la maestría minera de su raza.
-¿Durin está en el Salón del Este?- preguntó Radagast.
-El Rey Durin está en el Salón del Oeste. Está muy cerca de aquí, así que no tendrá problemas en encontrarlo, señor Radagast.
-Gracias.- dijo el mago. Balin lo siguió, y juntos entraron a un pasillo lateral que iba hacia el norte. Era muy grande, y llegaba a una bifurcación de escaleras: una que seguía hacia el norte y subía, y la otra que estaba a la derecha, hacia el Este, y bajaba a las minas.

Las minas enanas de Kazad Dûm habían crecido mucho en los últimos siglos. Después de la Guerra del Anillo, y cuando el Reino unificado se estabilizó completamente, Gondor formó una alianza con los enanos de Erebor y Belegost II, para colonizar Moria, y fundar de nuevo Kazad Dûm. La guerra duró aproximadamente treinta años, en los cuales se expulsó por completo a los orcos de las montañas. El beneficio para los enanos fue reconquistar y reconstruir la mayor mina de Mithril de la Tierra Media; Gondor se comprometió a ayudar con la condición de que después de la reconstrucción de la ciudad, cada año se le donarán dos toneladas de mithril al Reino.
Cuando después de un siglo de trabajo en conjunto entre los enanos de Erebor y Belegost II, Kazad Dûm abrió sus puertas. Pero el problema era la elección de un Rey Enano. Thráin, el Rey de Erebor, quería nombra a su hijo, pero Darín, el rey de Belegost II, quería que su sobrino tomara el trono. Y fue el testarudo carácter de los enanos el que los llevó a enemistarse, y los pueblos se pelearon. Pero Celeborn el Sabio, quién todavía no partía al Oeste, propuso que se hiciera una competencia entre los dos enanos, para ver quién se merecía el Trono; y para ser objetiva la competencia, él la dictaría. Fue así que el sobrino y el hijo de los Reyes Enanos tuvieron que subir la Escalera Interminable en una carrera por el Trono. El primero en llegar arriba fue el hijo de Thráin, Rey de Erebor, quién casualmente llevaba el nombre de Durin. Y cuando llegó a la cima, gritó al viento: "¡Gracias, Durin, Señor de los Enanos! ¡Y gracias, Aüle, oh, creador! Juro por mi pueblo que haré de Kazad Dûm, junto con mi descendencia, la ciudad Enana más majestuosa de la Tierra Media." Y dicho esto tomó un cuchillo, se cortó la palma de la mano y manchó la nieve con su sangre. Celeborn, que estaba a su lado, junto con los Reyes Enanos, le entregó el Trono, y viajó a Mithlond, de donde nunca volvió. Desde ese día cada hijo del Rey es llamado Durin, y el día que su padre decide traspasarle el trono, o bien, muere, el hijo sube la Escalera Interminable, y en la cima jura a Durin y a Aüle, cortándose la palma de la mano y manchando la nieve.
Cuando Durin, hijo de Thráin, subió al Trono y juró, de inmediato abrió las minas de mithril, para pagar a Gondor su ayuda, y para hacer una ofrenda a Belegost II, y mantenerlo como eterno aliado y hermano. Así comenzaron a llegar enanos de ambas ciudades, y Kazad Dûm prosperó. Durante dos siglos Durin, y luego su hijo, crearon un circuito de minas hacia el Sur, mientras la ciudad en sí creció hacia el norte. Las antiguas minas fueron utilizadas como depósitos y estancias, mientras que otra parte de la antigua ciudad fue reconstruida. Después de estabilizar la ciudad política y económicamente, construyeron una gran estancia a la que llamaron la Estancia de Aüle, la cual estaba destinada para albergar a un millón de personas. Luego se construyó el Pasillo Recto, para acortar el trayecto de una puerta a otra. Kazad Dûm, junto con el Paso de Caradhras, eran la única forma que tenía los enanos de Erebor, Beórnidas o Elfos del Bosque para atravesar las Montañas Nubladas. Los pasos del Norte estaban todos cerrados, pues desde que Rivendel fue abandonado, el poder de los elfos perdió su efecto, y orcos, troles, y otras criaturas volvieron a pulular por los recintos del Norte. También estaba el paso de Rohan, pero los Ents había tomado Isengard, y un bosque tapaba todo el Valle del Isen. Fue así que el Pasillo Recto permitió que grandes grupos de personas pudieran cruzar las Montañas en menos de un día.
También Durin construyó las Atalayas de Kazad Dûm; estas atalayas se hicieron famosas en la Tierra Media, pues eran un sistema de defensa muy efectivo: eran tres puestos de vigilancia en el Oeste, y tres en el Este. Estaban sobre las puertas de la ciudad, a unos mil metros de altura, y funcionaban como verdaderas fortalezas. Un enano en cada Atalaya podía ver a un ejército que se acercaba a tres leguas claramente, y dar el aviso a la ciudad en menos de cinco minutos. Siempre había un enano en cada atalaya, al menos, pues la vigilancia, aún en días de paz, se intensificó. Sobre todo después de la invasión orca ocurrida alrededor del año 1000 de la Cuarta Edad: Los orcos atacaron la puerta Oeste de Kazad Dûm, pero la rápida acción de los enanos, con la ayuda de los Rohirrim, expulsó a los orcos. Desde esa lucha, ningún ser volvió a ver un orco en las montañas, y en toda la Tierra Media se pensó que estas criaturas habían desaparecido por completo.
Desde esos días la población de Kazad Dûm vivió tranquila, y siguió prosperando; la ciudad tenía alrededor de cien mil habitantes, los cuales casi la mitad eran hombres pertenecientes al ejército, y trabajadores en las minas. En caso de guerra los mineros tomaban su traje de batalla y se preparaban para pelear. La raza de enanos de Kazad Dûm se crió preparada para la batalla: por eso ahora que Balin caminaba por las calles de la ciudad, veía a muchos enanos con sus trajes cubiertos de mithril, sus hachas en el cinto, y a casi ninguna mujer enana, o niños.
Radagast iba contándole todo esto a Balin hasta que llegaron frente a una pequeña plaza, donde había una gran estatua de un enano con su hacha en el cinto, y con una picota. Cuando Balin se acercó se fijó que estaba hecha de hierro y mithril. Un haz de luz bajaba de un agujero arriba en la corteza de la montaña, y que iluminaba todo el recinto. Al otro lado de la plazoleta había un gran portón, un relieve que representaba la puesta de sol en el Oeste, y encima un martillo enano, hechos de mithril, y de ithildin, el metal que brilla con la luz de la luna. Había dos guardias a los lados, y uno abrió la puerta: entraron acompañados del guardia, y Balin observó el Salón Oeste de Kazad Dûm. Era más acogedor que el del Este, y más iluminado. Las paredes estaban cubiertas de tapices, al parecer élficos, que representaban toda la historia de los enanos, desde su despertar, hasta las guerras en las montañas. El guardia se adelantó, diciendo con una reverencia:
-Rey Durin, Radagast el Pardo lo visita.
En el trono estaba sentado Durin, con su hacha al lado, y con una expresión de felicidad.
-¡Radagast! Te esperaba. ¿Te gustaría almorzar a mi lado? Ya es hora de comer.
-Mientras podamos conversar sobre lo acontecido, no me opongo.
Durin se levantó y se dirigió a su derecha. Radagast los siguió, junto con Balin, a quién le vino un hambre feroz; no se había dado cuenta de que pasó toda la mañana caminando por las calles de Moria.
Entraron por una puerta lateral al comedor del Rey. Un enano preparó el puesto del Rey, a la cabecera, y dos más a su lado. Durin se sentó e invitó a Radagast y Balin a acompañarlo.
-¿Cómo ha estado todo aquí e Kazad Dûm?
-Hemos resistido por mucho tiempo Radagast. Dos veces nos atacaron. La primera gracias a tu aviso logramos triunfar, como ya lo sabes, hace algunas semanas. Pero la batalla más difícil nos tocó hace cinco días. Nos atacaron por el Oeste, justo en el momento en que por el Este estaban llegando los Rohirrim. El día anterior ya había llegado toda la gente de Erebor, y del Bosque, y ya con la gente de Rohan se llenó la Estancia de Aüle. Es mucha gente, y la mayoría son aguerridos guerreros, por suerte. Ese día luchamos toda la tarde, y ya al anochecer el enemigo se retiró. No hubo muchas perdidas, por suerte, pues esta montaña es como una fortaleza. Ayer llegaron todos los Beórnidas, a refugiarse, y a ayudarnos. Ornion del Bosque les advirtió que se acercaban tiempos difíciles, y aceptaron venir.
-¿Y el terremoto de ayer? Me dijeron que el Pasillo Recto se tapó.
-Sí, hubo un derrumbe, pero ya al anochecer lo destaparán. Sacar rocas es la especialidad de mi raza, ya lo sabes.
-Sí, claro. Te informo de inmediato que Kazad Dûm será el punto de reunión de todos los Pueblos Libres, Durin. Hoy o mañana llegarán los sobrevivientes de la última batalla que tuvimos. Son gondorianos, elfos de los Puertos y enanos de Belegost II.
-Anteayer llegaron todas las mujeres y niños de Belegost II, por orden de su Rey, según dijeron. También con la gente de Rohan había muchos gondorianos, pero casi todos eran mujeres y niños. Pero a los primeros que esperaba y los únicos de los que no he tenido noticias son a la gente de Arnor. ¿Qué pasó con ellos?
-Me temo que hayan sido exterminados. Las tierras del Norte están vacías y muertas. Ni los habitantes de Arnor ni los de la Comarca están. O los mataron o los esclavizaron, pero ambas opciones son horrorosas, pues servir al Señor del Mal es como vivir en la pesadilla.
-Lo que tampoco se es donde se estableció el Señor Oscuro.
-Al parecer en el Norte. Lo más probable es que esté en Angmar, al norte de las Montañas nubladas, pero también se que Dol Guldur fue reconstruida.
-¿Y Mordor?
-Hace poco vi a través de una palantir esas tierras, y están vacías. Otra cosa es que esté al Sur, o al Este. En esas tierras siempre ha tenido aliados, y no es de esperar que los Haradrim o los hombres del Este vengan en paz. De seguro toda esa gente es parte ya de las filas del Ejército Negro.

Mientras Radagast y Durin conversaban, Balin escuchaba atentamente todo, mientras comía. Procuró saborear cada segundo de ese almuerzo, pues hace días que no comía como ahora, y quizás nunca más podría disfrutar una comida así. Cuando terminaron de almorzar se levantaron, y Durin les habló.
-Les tengo una habitación para que alojen aquí el tiempo que dure todo esto.
Un siervo del Rey los guió a una habitación muy acogedora, donde se quedarían esa noche, y luego los dejó solos.
-Balin, si quieres conocer la ciudad, puedes hacerlo, pero yo debo ir a inspeccionar las tropas y a un Concilio; eso sí, esta vez no puedes acompañarme.
-Pero quiero hacer algo útil.
-Algo útil que hagas es quedarte aquí, y no estorbar en el andar de la ciudad.
Y dicho esto se dirigió a la puerta, pero antes de salir se arrepintió.
-Aunque, si lo pienso bien, podrías ir a las Atalayas de Kazad Dûm y vigilar que llegue Maglor. Bajas por la calle de la plazoleta hasta llegar a un pasillo lateral que sube, hacia la derecha. Es el primero, así que no te perderás. Sigue ese pasillo y llegaras a las escaleras de caracol. Vamos, ve, rápido.
Balin tomó su hacha y se fue rápidamente. En el camino pensó "Mejor me quedaba callado y recorría la ciudad. Voy a tener que estar toda la tarde parado mirando el horizonte."
Llegó al pasillo y entró. Unos veinte metros más allá estaba la escalera de caracol. Balin pensó que ni en su país había visto una escalera tan grande, pues tenía que subir unos setecientos metros. Resignado comenzó a avanzar, peldaño a peldaño.
-Algún día alguien debería inventar un mecanismo que suba el piso con sólo presionar un botón, y poder evitarse las escaleras.

Cuando llegó arriba había tres pasillos. Se guió por el del centro, y al final entró a una habitación que parecía un fortín. Había una mesa, algunas camas, un estante, y al centro una escalera de mano. Subió y llegó a una plataforma amplia, pegada al costado de la montaña. Miró a su alrededor y había solo un elfo, mirando hacia el Oeste.
-¿Haldir?- preguntó el enano acercándose.
-¡Balin! Te vi llegar esta mañana con Radagast. Que bueno que estés aquí, porque ya me estaba aburriendo de estar tan solo.
-¿Cuándo llegaste?
-Anoche, con un grupo de gondorianos y enanos. Pensamos que éramos los únicos en llegar, pero esta mañana y por la tarde, han llegado muchos. Estimo que alrededor de la mitad de los que estábamos en la batalla llegaron ya a Kazad Dûm.
-¿Te fijaste si Vanimeldë llegó?
-No la he visto. Pero confío en que llegará.
Balin se acercó a la baranda, y vio como la ladera de la montaña, inclinada, bajaba hasta el pequeño lago frente a la puerta Oeste. Más allá el río bajaba, y el camino también, hasta el extenso valle que se perdía en el horizonte. Pudo ver como algunas manchas (que supuestamente eran personas) se acercaban de a poco a la montaña. Miró a la derecha y más allá, hacia el Norte, estaba la otra Atalaya. Un elfo la cuidaba también. A la izquierda hacia el Sur, en la otra atalaya había un elfo y un enano. Pensó que había decidido poner elfos vigilando por su vista privilegiada. Las otras dos atalayas estaban a menos altura de la del centro, por lo que la de Haldir era la que abarcaba más visibilidad.
-Mira, allá viene llegando Maglor, con algunos guerreros.
Balin miró pero no distinguió a nadie. Solo vio siluetas pequeñísimas acercándose por el camino.

Ya al atardecer los ejércitos de Kazad Dûm y de Erebor comenzaron a salir dignamente por la puerta Oeste, y lentamente marchaban hacia la planicie para esperar el ataque enemigo. Balin vio orgulloso como algunos enanos marchaban con el traje y el escudo de Erebor; con las hachas y escudos mejor forjados de la Tierra Media. Las tropas se formaron a un par de millas de la puerta, ya en el valle, y levantaron un campamento en las colinas, al lado del camino. Casi anochecía cuando Haldir vio llegar a Círdan, con casi doscientos soldados. Al parecer eran los últimos que quedaban de los sobrevivientes.
De a poco el sol se escondió en el oeste, detrás del horizonte, y Balin seguía allí en vigilia. Haldir miraba fijamente en la oscuridad.
-Hay una oscuridad más densa que la noche. Una oscuridad material.
Balin se asomó y vio el cielo estrellado por sobre las montañas. Debajo de ellos estaban los campamentos del ejército, y muchas antorchas. Parecía una ciudad iluminada, y un resplandor se podía ver desde lejos. Las puertas estaban abiertas, y seguían saliendo algunos jinetes con mensajes y misiones. Más allá del valle había un trecho de dos millas donde no se veía nada, y luego Balin vio una mancha negra. La Oscuridad, que tapaba el terror de los orcos y demás criaturas de Morgoth. La batalla estaba cerca, y esto era solo la amenaza de lo que esperaba el día anterior.
-Duerme un poco. Mañana será un día duro.
Balin hizo caso y se recostó en un rincón, y tratando de olvidar el frío y el miedo se durmió.

Radagast despertó a Balin y sin decir nada se lo llevó. Seguía oscuro, y Balin alcanzó a ver el resplandor emitido por el Ejército. Pero Radagast lo llevó dentro de la montaña, y en un momento llegaron al Salón Oeste. Estaba el Rey Durin, el Rey Bóin, Aglarid de Dol Amroth, Boromir el Senescal de Gondor, Maglor, Glorfindel, Círdan, Eoglond el Rey de Rohan, un Beórnida del cual Balin nunca supo el nombre, y los reyes de la Montaña y de Esgaroth, la ciudad del Lago: Valim y Gronbuld. El Rey del Bosque Verde, Ornion, estaba en el campamento, junto a las tropas.
-Radagast, al fin llegas.- dijo el Rey Durin, mientras Balin y el Mago se sentaban en la mesa del Rey.
-Gentes Libres.- dijo el Mago en su puesto.- La batalla que se nos avecina será una batalla decisiva. Nunca antes se ha visto a nuestros estos pueblos luchar todos unidos, y al ser la primera vez no podemos ser derrotados. Tenemos un total de catorce mil doscientos guerreros a las afueras de Kazad Dûm, contra el ejército de orcos más grande que ha pisado la Tierra Media.
-Radagast, podrán ser muchos, pero creo que estás exagerando.- dijo Gronbuld.
-Créeme que quisiera estar exagerando, Gronbuld, pero pocos aquí saben lo que realmente ocurre; pero trataré de ir al grano. El Enemigo encontró una forma de volver, eso todos lo sabemos.
Todos los presentes asintieron con una expresión de no entender.
-El mayor problema es que no ha vuelto solo. Es capaz de recuperar sus tropas, una vez muertas estas. Así se explica el regreso de Sauron y sus Nazgûl, y los Balrog, Dragones y todo tipo de monstruos que él corrompió en edades antiguas. Maglor escuchó una conversación entre dos orcos, que lo dejó en la duda, y coincide con mi encuentro con Gothmog en la última batalla acontecida en la Comarca.
Hubo un murmullo de dudas y caras incrédulas. Maglor miraba con expresión seria.
-Pero eso es imposible.- dijo el Rey de Rohan.
-Yo escuché a dos orcos hablando sobre eso, Rey Eoglond.- dijo Maglor.- Estaba con Morthion y Vanimeldë. Uno dijo que ya había muerto en una batalla, como si fuera lo más normal.
-¿Pero como puede ocurrir eso?- preguntó Balin sin poder contenerse de la curiosidad, mientras todos lo miraban.
-No lo entenderías, Balin. Pero lo que menos nos importa a nosotros ahora es el origen de esto. Eso le incumbe a la persona que fue elegida para salvarnos. Lo que tenemos que hacer es enfrentar la batalla inexorable que se avecina.
-Tú eres el más hábil en el arte de la guerra, Durin.- dijo Círdan al Rey de Moria.- Yo recomendaría que tú dirijas los ejércitos.
Todos aceptaron, y resolvieron repartir las tropas en cinco divisiones: La primera División de Gondorianos la comandaría Aglarid, y Boromir lo seguía en caso de que Aglarid cayera, y se ubicaría frente al enemigo, al centro, defendiendo el camino a las puertas. La segunda División de Caballeros de Rohan la guiaría su rey, Eoglond, y esperarían en la retaguardia detrás de los gondorianos, para cargar contra el enemigo en el momento oportuno. La tercera división de Enanos la guiaría Durin, e iba a estar ubicada al norte de los gondorianos, para atacar el flanco izquierdo de los orcos. Al sur de la primera división se formarían las tropas élficas y beórnidas de la Cuarta División, comandadas por Glorfindel, seguido de Maglor; ellos atacarían el flanco sur del enemigo. Al centro, junto a las tropas gondorianas se ubicaron los elfos del Bosque, en una quinta División Élfica. Los hombres del Lago, al ser la minoría se incluyeron en la División Gondoriana, y serían guiados por su Rey.

Al amanecer todos se dirigieron al campamento, y formaron las tropas como habían acordado. Balin se quedó con Radagast, quién iba vigilando que todo se efectuara en orden. A mediodía ya estaba todo listo, y cuando Radagast se reunió con los Capitanes, Maglor vio que una escolta venía.
-Vamos a ver quién viene ahora a perder su tiempo poniendo condiciones.- dijo Radagast mientras se disponía a cabalgar hacia allá. Maglor, Glorfindel, Durin, Aglarid, Boromir, Bóin, Eoglond, Gronbuld, Ornion, el Beórnida y Valim siguieron a Radagast.
A medida que se acercaron Balin fue entrando en una oscuridad que nunca antes había experimentado. Sintió frío y maldad, como sintiéndose observado. Escuchaba el galope de sus compañeros lejano y silencioso, pero el gruñido de los orcos de la escolta lo escuchaba como si estuviera dentro de su cabeza. Radagast se detuvo y Balin levantó la vista lentamente.
Lo que vio parecía ser algo, pero Balin no estaba seguro, pues al parecer no era un "ser": era una presencia, un espectro poderoso y maligno, envuelto en una capa que le daba forma humana, excepto en las piernas que no tenía, pues flotaba a unos centímetros del suelo. Bajo la capa negra, por el agujero que tenía en lo que sería la cara se veían dos resplandores de escalofrío, amarillos y penetrantes como el hielo en la piel; eran los ojos. De pronto habló con su boca invisible, y a Balin le dolió el solo escucharlo.
-Así me he mantenido durante todos estos largos años: sin forma. Por culpa de un mediano y su obstinación. Y por culpa de tu primo, el Blanco. Y tú pretendes ser una imitación de segunda del que guió la Guerra de la Tercera Edad. Pero no eres más que la imagen del fracasado arrepentido. Ahora el fin de los Pueblos de la Luz ha llegado, pues el poder que el Señor Oscuro ha reunido es insuperable.
-No intentes esconder el odio a tu amo, Sauron.- dijo Radagast nervioso, pero seguro.- Te gustó hacerte llamar Señor Oscuro en su ausencia, pero a su regreso solo tienes que devolverle su título, ¿no? Y transformarte de nuevo en el siervo dócil del amo. Cuando lo que me dijiste me lo diga el verdadero Señor Oscuro, lo creeré, puesto que tú no eres más que su imitación de segunda.
Con un grito desgarrador de odio, el espectro se giró y seguido de sus orcos volvió de donde había venido. Y con el grito airoso del Comandante, las tropas enemigas avanzaron a destruir el mundo de los Pueblos Libres por completo.
-¡Regresen! ¡Vuelvan a sus posiciones!- gritó Durin, mientras con su caballo volvía a su puesto. Todos regresaron a su posición, y Radagast acompañó a Durin, con Balin. Desde las colinas vieron como una tropa de orcos chocaba contra los gondorianos, y era seguida de otra más grande, con dos trolls a la cabeza. Algunos elfos se acercaron a lanzar flechas a los trolles, pero solo uno murió. El otro alcanzó la línea de defensa gondoriana, y mató a muchos antes de caer bajo la espada de Aglarid, quien hábilmente le apuñaló el cuello por detrás. La batalla comenzó a hacerse más difícil a medida que las tropas enemigas se acercaban, y Durin decidió ayudar a la División Gondoriana.
-¡Vamos soldados de Moria! ¡Por la gloria de nuestra ciudad!
Y con ese grito partió al galope seguido de Radagast y el ejército de Kazad Dûm. La furia de los enanos floreció, y la embestida chocó contra la ola negra. Balin trataba de afirmarse del caballo para no caerse, pues Radagast cabalgaba rápidamente hacia el sur, donde los elfos, entre la batalla. De pronto el enano sintió un chillido penetrante, y alzó la vista; los nueve Nazgûl se lanzaban al ataque, seguidos de cinco dragones escupiendo chispas y fuego, transformando la vida en ceniza gris. El cielo claro de la mañana se transformó en un techo negro y rojo, como manchado por la sangre derramada en la batalla. El horror de Balin se volvía realidad, y pensó en sus amigos. No podía aceptar ni la muerte de Morthion ni la pérdida de Vanimeldë. ¿Dónde estaría ella? Si Moria era el último lugar seguro de la Tierra Media, quizás ella ya estaba prisionera. o peor aún, muerta.
-Como pronto lo estaremos todos.- dijo pensando en voz alta.
-¿Qué dices?- preguntó Radagast mientras trataba de esquivar a gondorianos heridos que se interponían en su camino.
-¿Crees que ganemos?
-Ni Mandos sabe que pasará.- dijo Radagast, y sonriendo agregó- Y por eso mismo, hay tantas posibilidades de ganar como de perder.
Pero esa respuesta no alentó para nada a Balin.

Media hora después lograron encontrar a Maglor y a Glorfindel, sobre una colina donde la batalla no había llegado. Desde ahí Balin pudo ver que la fuerza con la que el Enemigo estaba atacando era ínfima. Más allá, al Oeste, en los valles, la mancha negra se extendía hasta muchas millas, con una infinidad de orcos esperando su turno de matar. Lo que Balin no sabía era porque no atacaban todos los ejércitos enemigos.
-Daré la señal para que los elfos ataquen.- dijo Glorfindel a Radagast, mientras se dirigía al frente de las tropas.- ¡Preparen sus arcos! ¡Hado i philinn!
Una lluvia de flechas cruzó la colina y cayó encima del ejército orco que venía desde el Oeste.
-¡Herio!- gritó la potente voz de Glorfindel, al igual que hacía días en Mithlond, donde Balin estaba luchando. Y al igual que esa vez, todos los elfos que acompañaban a Glorfindel lo siguieron, corriendo hacia la batalla.
Radagast también cabalgó junto al elfo, y Balin iba con él, asustado como nunca. Pero esta vez, al ver como soldados morían defendiendo su tierra, él decidió dejar de lado la cobardía, y saltó del caballo de Radagast; tomó su hacha y la hundió en la cabeza de un orco desprevenido. En ese preciso momento recordó a su linaje: el venía de una familia de guerreros. Recordó a Gimli, y sus hazañas. Recordó a Glóin, Thorin, y a los trece enanos que superaron las dificultades para recuperar lo que era suyo. Y se decidió a luchar hasta morir.

***

Balin despertó y vio a Radagast a su lado. Rápidamente se levantó.
-¡¿Qué pasó?!
-¡Oh! Al fin despertaste. Te encontré tirado en el suelo, con esa fea herida en la cabeza.
-¿Y la batalla?
-En eso estamos. Hemos luchado toda la tarde, y gracias a nuestra posición estratégica hemos resistido, pero el enemigo hace media hora que volvió a presionar, y la batalla está peor que nunca. Desgraciadamente hemos perdido casi a la mitad de nuestras fuerzas.
-¿Y tú que haces aquí si la batalla sigue?
-Vine a ver como estabas.- dijo rápidamente Radagast, como si fuera obvio, y Balin percibió una sonrisa de cariño en el rostro del mago.
De pronto llegó un soldado gondoriano, con un brazo vendando y jadeando.
-Radagast, me enviaron a avisarle que valla lo antes posible a la tienda del Rey Durin.
El Mago no dijo nada, se levantó y se fue. Balin lo siguió de cerca para enterarse de algo; cuando salió, notó que estaba a sólo un kilómetro de la puerta de Moria. El ruido de la batalla llegaba hasta sus oídos, a pesar de que el enfrentamiento era muy lejos. Radagast entró en la tienda de Durin y Balin se acercó para escuchar.
-Radagast, tengo noticias de los elfos. Dicen que hacia el oeste se ve un grupo de árboles que se dirigen hacia aquí entre los ejércitos, aplastando a los elfos y derribando a los trolls. ¿Serán los míticos Ents, aquellos que los hombres de Rohan recuerdan en sus canciones?
El Mago se quedó perplejo por unos segundos, pero repentinamente recobró el ánimo, y con una sonrisa dijo.
-¿Qué si son Ents? Pues claro que son Ents. ¡Vamos! Tenemos que ayudar a esas criaturas. Son lo más puro que tiene la Tierra Media ahora. ¡Vamos!
El Mago salió seguido de Durin, y ambos montaron en sus caballos. Balin se acercó a Radagast para montar también, y rápidamente partieron hacia el Oeste, acercándose a las tropas de Rohan; Eoglond los recibió. "Rápido, Eoglond,- dijo el Mago,- debemos atacar esos ejércitos, así que prepara tus tropas; espera el sonido de los cuernos."
Mientras tanto Durin ya había avisado a los demás capitanes, y al poco tiempo todas las tropas estaban preparadas. Radagast se acercó a Eoglond, sobre las colinas: Balin miró como un mar negro se extendía hacia el Oeste. También distinguió más allá mucho humo y alboroto; quizás esos eran los Ents que se acercaban hacia aquí. Y sobre todos esos ejércitos había una nube negra, que llegaba hasta el horizonte, y que tapaba la luz del sol. El enano recordó la luz del sol, pensando que ya nunca la vería, cuando de pronto vio como un rayo de aquella cálida luz le tocaba la cara: Y mirando hacia el oeste, más allá de los ejércitos, las llanuras y las montañas, incluso más allá del mar, el Sol se escondía en el horizonte, y sus rayos al fin tocaron la montaña, pues aquella sombra no podía tapar el horizonte, ni al Oeste.
Justo en ese momento, Balin escuchó un poderoso cuerno, que resonó en las quebradas y en las paredes de Kazad Dûm; y a aquel sonido se le sumó el de miles de pies y galopes, pues todos los ejércitos de los Pueblos Libres se abalanzaron contra los orcos, y un grito de guerra y esperanza rompió el sonido de las espadas y escudos chocando entre sí.
Balin, que iba en medio de todo ese alboroto, seguía cabalgando con Radagast, y con varios soldados de Rohan, quienes arrollaban a los orcos debajo de sus poderosos caballos. El Enano sentía la calidez del sol tocando su cara, y como un hombre sediento bebe agua después de años, él miró aquella luz, encendiendo su espíritu guerrero. Entonces levantó la vista y vio a los Ents muy cerca, pero una luz lo cegó.
No era la luz del sol la que vio, sino la luz de miles de barcos que flotaban en el aire, y que desvanecían la sombra.
-¿Qué es eso?- preguntó, pero nadie le respondió, y de a poco se dio cuenta de lo que pasaba; la batalla se detuvo. En el oído de Balin sonaba una canción élfica, cuya belleza era tal que Balin pensaba que estaba en el lugar más hermoso de la Tierra Media. Lentamente los barcos luminosos se acercaron, por sobre las cabezas de todos, orcos, humanos, enanos o elfos, o Ents, medianos, o quién sabe que criaturas que se encontraban ahí: la Sombra de Melkor en el cielo se desvanecía, pues no podía luchar contra la pureza de Amán.
Los barcos estaban repletos de elfos, vestidos de blanco, quienes miraban maravillados hacia las montañas, el cielo y los ríos, sin prestar atención a los ejércitos que miraban atónitos. En pocos segundos, que a Balin le parecieron horas, los barcos se detuvieron, y un elfo que estaba cerca le dijo a los enanos que estaban debajo: "Vengan, hijos de Aüle, y todos los hijos de Ilúvatar, y Pueblos Libres de Arda, vengan con nosotros, y dejen atrás el dolor y la guerra."
La voz del elfo que lo invitaba a escapar de la muerte le pareció una voz celestial y lejana; Balin pensó que estaba soñando, y que al despertar se vería envuelto en la batalla, de nuevo. Pero Radagast también habló.
-¿Quién te envió?- preguntó, aunque el mago sabía la respuesta.
-Nos envía Manwë. Ahora nos vamos a Valinor, y a las Tierras del Oeste.
Un estallido de alegría rompió aquel silencio que tenía anonadados a los Pueblos Libres, mientras Radagast sonreía lentamente. Círdan llegó rápidamente, e intercambió unas palabras en élfico con Radagast.
-¿Radagast, que pasa?- preguntó Balin.
-No te preocupes más, Balin. Ahora nos vamos. La batalla terminó.
Y diciendo eso, cabalgó hacia uno de los barcos que se posaba en la tierra y se subió, junto a Balin y Círdan.
Los orcos, sin entender nada, intentaron evitar que sus enemigos escaparan, pero la luz que irradiaban los miles de barcos no les permitía acercare, y les quemaba; los orcos que estaban más cerca murieron calcinados por aquella luz purificadora, y los que alcanzaron a escapar se alejaron por las llanuras asustados.
Minutos después el barco donde Balin iba se elevó, y vio como ya cientos de barcos repletos de enanos, elfos, hombres, y hasta Ents y hobbits se elevaban junto al suyo; también otros barcos se alejaban en todas direcciones.
-¿Por qué esos barcos se van?
-Van a buscar a todos los seres que repudian a la Sombra. Van a buscar a la gente que esta viva, y que mantiene la esperanza.

Horas después, Balin veía como los barcos dejaban atrás la Tierra Media, sus montañas y llanuras, alejándose por sobre el mar. A su lado estaba Vanimeldë y Radagast: ella los encontró cuando estaban subiéndose al barco, y le contó a Balin todo lo que había vivido junto a los Ents. Por su parte Balin le contó como Morthion había muerto, y como habían llegado a Moria, y preparado la batalla. Balin y Vani estaban de nuevo a salvo, pero las palabras de Radagast los obligaban a estar prevenidos en el futuro.
-No se confíen, muchachos. Y tampoco estén tristes. Morthion tiene mucho que hacer, aún muerto, y no lo estará por mucho. Ahora llegaremos a Valinor, pero hay mucho que preparar, porque la Última Batalla se acerca.



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